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diumenge, 20 de novembre del 2011

1000 places to see before you die. 2nd edition.

Todos los lugares del mundo merecen visita. Sin duda, en todo lugar hay algo destacable que visitar, probar o recorrer. Es común oir comentarios de "no se me ha perdido nada en..." o "en tal sitio no hay nada que ver". Cualquier nómada sabe de sobra que son generalizaciones falsas y hasta cierto punto despectivas pero que sobretodo muestran una ignorancia sonrojante para la persona que se atreve a decir tales estupideces.

Uno de los libros que desmontan estas actitudes tan simplistas ante el mundo es "1000 places to see before you die". En especial, la segunda edición, la cuál he tenido la enorme suerte de recibir en casa el mismo día de su lanzamiento, gracias a Amazon.com (ventajas de vivir en USA).

Si la primera edición de "1000 sitios que ver antes de morir" ya era una brújula interesante para cualquier loco que tuviera como propósito conocer cuantos más rincones de este planeta mejor, con esta segunda edición (de momento sólo disponible en inglés), la famosa periodista de viajes del New York Times, Patricia Schultz, ha remodelado su famosa "lista" vital para reordenar lugares, agrupando algunos de ellos, eliminado otros e incluyendo muchos más. Pero siempre manteniendo el espíritu de 1000 sitios. Ni uno más.

200 entradas totalmente nuevas hacen que el libro cubra una mayor variedad de lugares y se acerque más a esa lista perfecta que por desgracia, nunca se logrará. Además, 28 países que no aparecían en la pasada edición surgen en la segunda, dejando tranquilos a los millones de habitantes de esos lugares que cuando ojearon la primera edición se indignaron tras constatar que la periodista no consideraba ningún lugar de sus Estados como digno de aparecer en su famosa lista. Tal y como Schultz explica, en muchos casos se trataba simplemente que nunca había podido visitar dichos lugares, como le pasó con Ghana, Corea del Sur o Nicaragua. En otros casos, aún formaban parte de la extinta URSS cuando publicó su primer libro: Estonia, Ucrania, Eslovaquia...

Un aspecto interesante son las útiles reagrupaciones de antiguas entradas que ha realizado fusionándolas en una, cuando la autora ha considerado que todo se localizaba a pocos kilómetros y por tanto podían visitarse a la vez en un día o dos.

La lista incluye entradas que pueden ser ciudades (Buenos Aires), regiones (el Loira), pueblos (Lucca), monumentos clave (la Alhambra), restaurantes famosos (Joe's Stone Crab), hoteles singulares (el Taj Mahal Palace Hotel), barrios concretos (el Bund), eventos míticos (Mardi Gras de Nueva Orleans), museos (el de Arte Islámico en Doha), parques nacionales (las Blue Mountains), playas (las de Bali), islas (las Baleares), plazas (la Grand Place)... y mucho más.

Un libro por tanto, imprescindible en la mesilla de noche de cualquier viajero, sea nómada o sedentario. Desde luego, para los nómadas se convertirá en su nuevo libro de cabecera, en una guía fresca y agradable de qué lugares imprescindibles tiene que visitar, sin importar en el punto del globo en el que se encuentre. El único "pero" encontrado es que tal vez los precios de algunos restaurantes y hoteles sean algo elevados y escapen al poder adquisitivo de muchos jóvenes como yo, entusiasmados con seguir los pasos de esta periodista. Pero como el título bien señala, son lugares que hay que ver una vez en la vida. Así que ahorremos todos para empezar a tachar lugares de la lista. Ninguno os defraudará.

No puedo resistir finalizar esta entrada señalando que la señora Schultz salda una gran deuda con los valencianos al incluir a nuestro Cap i Casal en sus "1000 sitios...". Y además lo hace a bombo y platillo, afirmando que Valencia es la ciudad "mediana" más dinámica del mundo y destacando lugares como el modernista Mercat Central (el mercado de productos frescos más grande de Europa), nuestra vanguardista Ciutat de les Arts i les Ciències, la famosa paella que disfrutó Hemingway en La Pepica o tal vez una más actual en Ca' Sento. Por último, destaca el festival Eclèctic y por supuesto Les Falles, una de las fiestas más completas de nuestro mundo. Cualquier valenciano que lea esta entrada notará de inmediato el rigor que exhala el resto del libro, especialmente cuando la periodista demuestra su profesionalidad explicando claramente que es una paella, diferenciándola de los arroces que en USA (y en muchas otras partes por desgracia) aún se les sigue llamando con el nombre del plato más valenciano. Conejo, pollo, garrofó, bajoqueta y en ocasiones caracoles. Eso es todo lo que lleva la paella valenciana señores. El resto, como Schultz informa, son "arroces".  

diumenge, 6 de novembre del 2011

La costa tica del Pacífico: provincia de Puntarenas

Costa Rica tiene conexión con el mar Caribe y con el océano Pacífico. Y sin ninguna duda, los ticos prefieren las costas oceánicas por tener playas más naturales y por ser, en general, poblaciones de una cultura más cercana a la del Valle Central.

Sin duda, las playas y parques nacionales del Caribe tienen en muchos casos el adjetivo de paradisíacos, pero la cultura caribeña (muy diferente al resto del país) se nota como ajena para la mayoría de costarricenses. Además, los niveles de inseguridad son más altos en estas zonas. Del Caribe tico ya hablaré en otra entrada, cuando tenga la oportunidad de conocerlo personalmente. Por ahora centrémonos en lo que conocí: lugares de la provincia de Puntarenas

El primer lugar al que fuimos fue hacia el norte de esta alargada provincia costera, es decir, el sur de la península de Nicoya. Para llegar hasta aquí desde San José, la manera más rápida es coger el ferry de Puntarenas a Páquera, para ahorrarnos bordear en coche o bus el golfo de Nicoya, teniendo que recorrer cientos de kilómetros al norte, para después volver a bajar. Además, el ferry no suele ser caro y su ticket está incluido si vamos en bus. Durante el trayecto, además de las molestas gaviotas, no olvidéis dar un vistazo de vez en cuando al agua, pues grandes tortugas nadan siguiendo al barco de vez en cuando, y es muy bonito verlas.



En efecto, mi primer baño en el océano Pacífico, con 25 años, lo hice en las remotas playas de Santa Teresa y Malpaís, paraíso surfista, donde decenas de jóvenes occidentales y suramericanos acuden para instalarse y empezar una vida bohemia como instructores de surf, profesores de español, camareros, recepcionistas, o todo a la vez. Las carreteras sin asfaltar y los pocos autobuses que llegan aquí cada día, garantizan la tranquilidad de este lugar, máxime cuando la primera línea de playa no tiene apenas construcciones, o como mucho tal vez alguna cabaña que otra de un piso que en ningún caso rebasa la altura de las palmeras cocoteras.

Rabiosamente salvajes, estas playas ofrecen arena con troncos y hojas de palmera esparcidos por la arena, además de cangrejitos semi transparentes totalmente inofensivos. El océano es cristalino, con pececitos y sobretodo, fortísimas olas que nos empujarán para la costa en el mejor de los casos o hacia las profundidades, teniendo en este último caso que tener mucho cuidado con la, en ocasiones mortífera, resaca.

Es la tremenda fuerza de este oleaje lo que convierte a este lugar en perfecto para surfear en cualquier época. Y sentirlas en la propia piel, aunque sea como simple bañista, es una experiencia total, es sentir la fuerza de la naturaleza en uno mismo. Lo remoto y natural del lugar también han atraído a algún que otro hippy, convirtiendo el destino en un lugar donde tomar clases de yoga y relajarse al máximo. El destino es además número uno para parejas aventureras que quieran casarse, como ya demostraron la top brasileña Giselle Bundchen y su novio en 2009, o cientos de parejas de todo el mundo, surfistas muchas veces, que acuden a esta "meca" a casarse en la playa.

Todo esto hace al panorama gastronómico del lugar muy variado, gracias a la mezcla de jóvenes emprendedores aquí presentes. Desde comida libanesa y kosher, a sushi fresquísimo, platos vegetarianos, pizza y pastas excelentes ( hechas por italianos), y comida española. Y por supuesto, las sodas ticas, aquí especializadas, como no podía ser de otra manera, en "casados" de pescado y marisco fresco. Respecto a estas últimas, una de las mejores (aunque ligeramente más cara que el resto) es la Soda Piedra Mar, donde sirven generosas raciones de pescado y marisco cocinados a al tica. El pescado al ajillo y perejil, o las gambas a la parrilla son excelentes.

Otra recomendación que no puedo dejar de hacer es la pizzería Tomate, con un romántico patio ajardinado lleno de mesitas iluminadas por pequeñas velas. Las pizzas aquí son simplemente excelentes, totalmente equiparables a las que probé en Roma, Cagliari o Pisa.

Como curiosidad, pasé el 14 de septiembre, día nacional de Costa Rica, en estos pueblecitos surferos. Aquí fue donde vi como se celebraba el orgullo costarricense, viendo a cientos de niños ticos con sus faroles (construcciones caseras de las más diversas formas, aunque predominando las casitas, con una velita dentro), celebrando el día de la independencia, cantando a las 6 en punto de la tarde el himno de Costa Rica, y desfilando por la calle mayor con la banda y las majorettes, seguidos de la procesión de niños con sus faroles. Y por supuesto, miles de banderas nacionales en casas, negocios, farolas, coches... Mientras que en el resto de Centroamérica son desfiles militares lo que se celebra estos días, en Costa Rica son miles de niños los que desfilan orgullosos con sus uniformes escolares, mostrando así este país cual es el verdadero "ejército" en el que invierten sus fondos: en sus futuros ciudadanos y en su educación.
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El siguiente lugar al que fuimos, también al sur de la península de Nicoya, fue Montezuma. O Montefuma como es cada vez más conocida. En efecto, la proliferación de fumadores de marihuana que acuden a este pueblito es cada vez mayor. Más desarrollado que Santa Teresa, aún así Montezuma guarda ese espíritu surfero, hippy y de yoga de toda esta zona. La comida vegana y los locales basados en la cultura new age abundan. Tal vez la cercanía a Cabo Blanco (primer parque nacional del país) hiciera de Montezuma en los años 70 el destino para todo amante de la naturaleza y ecologista. Preciosas playas y miles de actividades relacionadas con la jungla nos esperan. Para alojarse, la opción económica mejor situada es El Pargo Feliz, un albergue situado en una preciosa casa de madera de dos pisos enfrente del mar. Pero estaba lleno, así que fuimos al Hotel La Aurora, también céntrico, barato y en buenas condiciones. 

A pesar de la proliferación de restaurantes de comida fusión abiertos por decenas de jóvenes chefs procedentes de todo el globo, al ser temporada baja la mayoría estaban cerrados, así que cenamos en una bonita soda construida con madera y vistas al bravo mar, donde probé la langosta por primera vez, aprovechando que aquí abundan y son baratas (15 euros dos langostas acompañadas de puré de patatas y verduritas al vapor). Es un manjar exquisito, pero no creo que merezca la pena gastarse las fortunas que cuestan en otros puntos del globo, como en los restaurantes madrileños por ejemplo.

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Tras tanto relax buen rollero, alternativo y verde, nos dirigimos a Puntarenas, capital homónima de la província, que por cierto ofrece un modelo turístico totalmente diferente al narrado arriba. En efecto Puntarenas es cero cosmopolita, totalmente de turismo tico y familiar, con playas mediocres y cientos de chiringuitos en su agradable paseo marítimo. El hecho de ser la playa más cercana a la capital la hace muy popular entre algunos josefinos. Pero se nota que es un lugar venido a menos, decadente, dónde solo se ven niños y jubilados, con ese encanto de los lugares que en algún día fueron populosos. Tras el desvío de los principiales cruceros al puerto Pez Vela Marina en Quepos, cientos de kilómetros al sur, el turismo no ha dejado de caer en Puntarenas.

Aún así, pasar unas horas en esta curiosa ciudad turística permitirá al visitante apreciar los gustos vacacionales de playa de la clase media del Valle Central. Pequeños y anticuados hoteles en primera línea de playa con piscinas se disponen en hilera frente a un paseo marítimo larguísimo con chiringuitos vintage  enormes. Una de las cosas que todo turista aquí debe hacer es tomarse un "Churchill", uno de los postres más raros que yo haya probado. Esta viscosa copaza parece sacada de una escena de Star Wars, debido a su color chillón rojo y morado. Básicamente consiste en hielo picado, helado de colita, helado de tutti-frutti (más de tutti que de frutti, sobretodo en lo referido a colorantes artificiales), mezclado con sirope y leche. Si así ya es empalagosamente dulce, olvidé decir que se corona de abundante leche condensada (que lo hace aún más pegajoso) y leche deshidratada en polvo (sí, sí, no os asustéis). Lo cierto es que está bastante bueno, pero es imposible describir a qué sabe. Sentir los tropezones de leche en polvo, seca, junto con la pegajosa leche condensada y el extraño sabor a colita no tiene precio. Como dicen desde Lonely Planet, de lo que estoy seguro es que su sabor no se parece en nada que exista en la naturaleza.

Además de este extraño helado, los puestos ofrecen otras comidas tan sabrosas como insanas véase los perritos calientes o las salchipapas (perritos calientes en lonchas, fritos, con patatas fritas y queso fundido por encima con ketchup y mahonesa). Y todo rodeado de cientos de alargadas mesas y típicas máquinas recreativas de otros tiempos. Nada que ver con los platos veganos de Montezuma.

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Cientos de kilómetros al sur de Puntarenas se encuentra el ParqueNacional Manuel Antonio, sin duda, una de las atracciones turísticas más importantes del país. Para bajar hasta allí por carretera, pasaremos por paisajes interminables de cultivos de palma, de las que se saca su famoso aceite.

Con su entrada en el pequeño pueblo de Manuel Antonio, este Parque Nacional es impresionante por la variedad de fauna tropical que observaremos prácticamente sin esforzarnos. De pequeños monos carablanca, saltarines y juguetones, a iguanas que intentar robar comida, cocodrilos inmutables en sus charcas, coatíes más atrevidos aún que las iguanas, loras (unas serpientes venenosísimas, atención en los senderos, ¡a nosotros se nos cruzó una!), perezosos colgados en sus árboles (cambiando de ramas de una forma exasperantemente lenta), mariposas enormes de vivos colores...

Llegar en temporada baja fue un gran acierto para poder disfrutar del parque sin los ríos de turistas que normalmente lo inundan. Su red de senderos es impresionante, y las vistas de la bahía desde la montaña, inolvidables. Pasear por medio de la jungla, escuchando sus sonidos es algo mágico, sobretodo a la caída del sol, cuando los congos (monos aulladores) empiezan a dar sus alaridos, como sacados de la película "King Kong" o "The Lost World". Las paradisíacas playas del parque merecen tumbarse en ellas y disfrutar de los salvajes paisajes, la arena impecable y las aguas turquesas. Cuidado con los robos de comida, mochilas o cámaras de fotos. Y no me refiero a las personas. Coatíes a la vista.

Dejando la a veces peligrosa fauna, y metiéndonos en la flora, en Manuel Antonio hay que tener también mucho cuidado con los manzanillos, árboles de fruta venenosa, parecida a la manzana, cuya sávia es tóxica. Son árboles preciosos, pero nada de probar su fruto.

Y tras un día de playas vírgenes, senderismo, flora y fauna, nada mejor que darse una buena ducha y explorar el panorama gastronómico del este cosmopolita lugar, lleno de grandes restaurantes con vistas al mar en la carretera que une Manuel Antonio con Quepos, dada la gran afluencia de turismo nacional e internacional que inunda estos lugares. Asimismo, hoteles de gran calidad abundan y algunos clubs destacan, convirtiéndo a Manuel Antonio en destino de fiestas para josefinos que quieran hacer una escapada de fin de semana.

Uno de los locales míticos es "El Avión", un restaurante enorme en una casona de madera sin paredes con vistas al mar en la que el bar está situado en el interior de un avión Fairchild C-123 del año 1954. Este artefacto tiene muchísima historia, ya que en 1980 fue comprado por el gobierno de USA para la contra nicaragüense. Sin embargo, nunca salió del hangar en el que se encontraba en San José, puesto que el avión hermano fue derribado por el ejército nicaragüense cerca de la frontera. El escándalo Irán-Contra saltó a la luz y el gobierno de EE.UU., junto con Oliver North tuvieron que frenar todas las operaciones. Así que el segundo avión con el que se pensaban pasar armas a los contras se quedó olvidado hasta que Ollie, dueño del local de Manuel Antonio, lo adquirió por 3000 dólares y ahora yace como si hubiera tenido que aterrizar forzosamente frente a la carretera.

Además de estas curiosidades, y un menú lleno de recortes de periódicos del momento en el que saltó el escándalo y en los que aparece el famoso avión, los platos aquí son exquisitos, y los cócteles también, como la deliciosa piña colada. Especialmente recomendable es la pasta, de sabor suave y siempre al dente, así como los platos de marisco. Un estupendo lugar para relajarse, disfrutar de la gastronomía, del sonido del mar y, porque no, de una buena conversación. 

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Me queda aún mucho por conocer de esta pequeña república centroamericana. Desde parques nacionales tan importantes como Monteverde, Tortuguero o Corcovado, a las playas de Guanacaste o las de Puerto Viejo. Habrá que volver a este paraíso natural. Pero a la próxima, en temporada seca.