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dimarts, 30 de juny del 2015

Brujas

Brujas es sin duda una de las ciudades más bellas de Bélgica, y una de las más visitadas de Europa en relación a su tamaño: aproximadamente 4 millones de visitantes por año frente a sus 60,000 habitantes. Conocida como "la Venecia del Norte", muchos esperan encontrar una ciudad con canales en vez de calles. Craso error. Por supuesto que hay bellos canales, pero ni mucho menos en todas las calles. De hecho, se le llama así (desde hace siglos) debido a que Brujas era la ciudad contraparte de Venecia en el norte para redistribuir mercancías llegadas de la ruta de la Seda por el norte de Europa y enviar las mercancías de la Liga Hanseática a Venecia y desde allí, redistribuirlas por el sur de Europa y hacia Oriente. Numerosos comerciantes venecianos e italianos en general tenían lujosas residencias en Brujas, donde pasaban largas temporadas.

Un buen punto para empezar una visita a Brujas es bajo la estatua de Van Eyck, diplomático y pintor de referencia del primitivismo flamenco. En este lugar se situaba el antiguo puerto principal, donde llegaban mercancías de todo el norte de Europa para descargarse. Los barcos cargaban entonces mercancías hechas en Flandes, en el sur de Europa o incluso lugares más lejanos. Este gran canal que servía de puerto tiene al lado la casa donde se pagaban los impuestos, bellamente decorada, así como la casa de las justas, con un torreón, donde los más ricos ciudadanos organizaban duelos. Allí se encuentra aún la estatua del oso blanco, símbolo de Brujas, ya que se dice que antes de la fundación de la ciudad vivía un oso blanco en los alrededores de la ciénaga. Una plazoleta al lado, llamada Biskjaier, recuerda donde se localizaba la residencia de los vizcaínos, diferente a la del resto de españoles, que encontraban en la calle de los españoles, Spanjaardstraat.

Unos pasos siguiendo la calle Academistraat, alejándonos del antiguo puerto, encontraremos el lugar donde se fundó la primera Bolsa del mundo, en la taberna de la familia De Beurze. Al lado está el magnífico edificio donde se reunían y alojaban los genoveses, de estilo gótico tardío.

Siguiendo por la calle Vlamingstraat veremos muchas tiendas e incluso una de las casas más antiguas de la ciudad, con la fachada de madera. Si queréis hacer una parada, os recomiendo el salón de té "Prestige" donde podréis degustar bollería recién hecha, pasteles y quiches caseras con un personal muy amable. El lugar perfecto para hacer un brunch, aunque algo cursi, eso sí.

Siguiendo por esta calle llegaremos al corazón de la ciudad: el Markt, la plaza mayor, donde se encuentra el icónico Belfort, el enorme campanario civil con el que los ricos comerciantes mostraban su poderío ante los campanarios de las iglesias. Es un poco caro subir y casi siempre hay largas colas, pero vale la pena ascender sus 365 escalones para admirar la ciudad desde las alturas. Además,  a mitad de trayecto podremos ver el carrillón, sus engranajes y sus 47 campanas. Bajando de nuevo a la plaza veremos las coloridas casas de cada uno de los antiguos gremios de la ciudad. Si llegáis a mediodía escucharéis el himno de la Unión Europea tocado por el carrillón, aunque durante el día suenan diferentes canciones internacionales, al gusto del campanero.

Continuad por la peatonal Breidelstraat hasta llegar a Burg, la plaza del ayuntamiento, donde el imponente edificio municipal domina las vistas, gracias a las decenas de estatuas de los condes y condesas de Flandes. Especialmente remarcable es el salón gótico, situado en su primer piso, con su techo ricamente policromado. Saliendo a la plaza de nuevo, dad un vistazo  a la bellamente decorada capilla de la Santa Sangre, donde se encuentra una de las reliquias más curiosas de la Cristiandad: una botella que contiene sangre de Jesucristo. Finalmente, dirigíos al hotel Crowne Plaza de la esquina, donde podréis visitar los sótanos: allí están las bases de la antigua catedral, destruída tras la revolución francesa así como vitrinas con restos de objetos encontrados durante la construcción del hotel. Si luego bajáis por la pequeña callejuela Blide-Ezelstraat que atraviesa un puente del edificio municipal llegaréis hasta el mercado del pescado de mar (cubierto y organizado) y el de pescados de río, que en realidad es una plazoleta donde también se vendían las pieles curtidas. De allí, seguid por Dijver, pasando el histórico edificio del Colegio de Europa hasta llegar hasta el jardín Arenshoft que cuenta con un pequeño puentecito donde muchísimos jóvenes de la zona se dan su primer beso. Tmbién se encuentra allí la estátua de Joan Vives, el humanista valenciano que estudió y trabajó en Brujas parte de su vida. Si continuáis paseando, llegaréis hasta la iglesia de Nuestra Señora (Onze-Lieve-Vrouw) donde se encuentra la célebre Madonna de Miguel Ángel. Finalmente si seguís por le sur llegaréis hasta el bello Beguinage, rodeado de canales y pequeños prados (floridos en primavera) donde habitan patos y cisnes.

En todo este recorrido poned especial atención a las decenas de carruajes tirados por caballos que no cesan en sus recorridos por la ciudad, así como a los ciclistas, muchos de los cuáles serán estudiantes del Colegio de Europa con prisas para llegar a alguna clase o a la cantina antes que la cierren.

El recorrido en barca por los canales, aunque corto (menos de 30 minutos), es muy recomendable para tener una perspectiva diferente de la ciudad, Se pueden tomar por ejemplo desde el puente con el santo en Huide-vettersplein. Por cierto, esta zona de confluencia de varios canales es perfecta para una fotografía, gracias a las maravillosas vistas del Belfort junto con el gigantesco sauce llorón y las decenas de casas tradicionales que se amontonan alrededor de esta zona de agua. Finalmente, algo alejado de este circuito turístico, en el barrio de Santa Ana, se levanta una de las iglesias más raras de Brujas, construída en el siglo XV por la rica familia Adornes: la Jeruzalemkerk. Por fuera destaca su campanario acabado en madera con una esfera verde y medias lunas y estrellas doradas en las puntas. El interior es bastante macabro, recordando el Santo Sepulcro situado en Jerusalén, por lo que hay numerosas calaveras en piedra y una efigie del cadáver de Cristo en la capilla inferior. En mitad de todo está la tumba del patriarca de la familia, Anselm Adornes, en mármol negro, donde se dice que solo se encuentra su corazón, que fue lo único encontrado tras su asesinato en Escocia en 1483.

Si hablamos de museos, en Brujas hay muchos. Si sólo tuvierais tiempo o ganas de visitar uno, el  imprescindible es el Groeningemuseum, con once salas que acogen obras de los principales artistas locales de todas las épocas o que fueron compradas por notables locales, destacando las salas dedicadas al primitivismo flamenco donde admirar la "Virgen del canónigo van Der Paele", de Van Eyck (que me recordó muchísimo a "la Verge dels Consellers" de Lluís Dalmau), o el bien pintado desuello de"el rey Cambises y el juez" de Gerard David. También hay sendos lienzos surrealistas de Magritte y Delvaux. Mi cuadro favorito fue "el Juicio Final" de El Bosco, donde el autor despuntaba inicios de surrealismo ya en el siglo XV, y que me recordó a su otro magnífico cuadro "el Jardín de las Delicias".

Finalmente, os recomiendo alquilar bicicletas un día para recorrer los llanísimos campos que separan Brujas del mar, pedaleando a la orilla de los enormes canales bordeados de esbeltos árboles y visitando pueblecitos con encanto como Damme. Llegaréis hasta el mar a la pija Knokke, las bellas dunas de De Haan o el icónico Pier de hierro fundido de Blankenberge, donde celebré una de mis últimas fiestas como estudiante del Colegio de Europa.

Respecto a donde comer y beber, reservo los consejos para la próxima entrada, aunque como adelanto, no podéis dejar de probar dos cervezas locales; "Garre" y "Brugse Zot". Aviso que esta entrada es sólo un simple esbozo. Tras diez meses de vida en esta pequeña ciudad, podría pasarme horas escribiendo sobre Brujas. De todas formas, todo el centro histórico está catalogado como patrimonio de la humanidad UNESCO, así que simplemente callejear y perderse por sus bellas calles y canales bastará para disfrutar de un bello día.

dimarts, 23 de juny del 2015

Blegny Mine

Revisando la lista del patrimonio de la humanidad UNESCO en Bélgica, me dio cuenta que uno de los puntos más destacados son los cuatro sitios mineros mayores de Valonia, una región que vivió un gran desarrollo hace varias décadas gracias a la industria del carbón. La importancia socioeconómica que tuvo esta industria para Bélgica es incuestionable. Casi toda la fuente de energía que hizo posible la revolución industrial fue el carbón. De ahí mi interés por conocer la historia de la obtención de esta materia prima. Así que tomando el tren en Brujas llegamos hasta Lieja, la ciudad más grande de Vallonia. 

Lo primero que nos recibió fue la magnífica estación de Liège-Guillemins, diseñada por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava. Todo en ella me transportó a la Ciutat de les Arts i les Ciències de Valencia, tanto sus acristaladas estructuras de hormigón blanco como sus interiores futuristas. Preciosa. Tras varias fotos hicimos el intercambio de tren hasta llegar a Liège-Palais y allí tomamos el bus número 67 de la compañía pública TEC, en la estación situada en la cercana rue Léopold. Tras casi cincuenta minutos bajamos en una parada en mitad del campo cerca de Trembleur (indicad al conductor que os avise de cuando haya que bajar para visitar Blegny Mine).

Una vez allí, tras caminar un poco (la mina es perfectamente visible gracias a su alta torre) nos dirigmos a las taquillas para comprobar los diferentes horarios de las visitas (en francés o en holandés) aunque también hay audífonos en inglés y alemán. Sin embargo, es mucho mejor escuchar a los antiguos mineros, que son los que guían a través de la mina, ya que cuentan sus historias y experiencias personales.  Tras comprar dos billetes para la visita de la una de la tarde, nos fuimos a la cantina anexa a comer. Recomiendo encarecidamente que pidáis las boulets ligeoises, un plato típico de Lieja que son como albondigones caseros deliciosos. Además viene acompañado de patatas fritas caseras al estilo belga y ensalada, con lo que es suficiente. 

Tras la comida, nos dirigimos a la entrada donde nos recibió un amable minero jubilado llamado Antonio, nacido en Portugal, que hablaba francés con un clarísimo acento luso. Lo primero que hicimos fue ver un breve documental acerca de la importancia del carbón para la revolución industrial así como los procesos geológicos que llevan a su formación. Tras ello, Antonio nos acompañó al cuarto donde se cambiaban los antiguos mineros para ponernos un blusón y un casco, evitando así golpes o manchas en la mina. Ya pertrechados nos dirigimos al ascensor de dos pisos que nos introdujo a más de 100 metros bajo tierra a gran velocidad. Uno de los pasillos de la mina Blegny se abría ante nosotros, de forma semiovalada con las paredes sujetas con arcos metálicos y vigas de madera. Una estecha vía recorría el centro del pasillo, ahora seco pero que cuando la mina estaba en operación solía estar lleno de agua. De vez en cuando nos ibamos topando con vagones llenos de carbón o máquinas a motor diésel, ya en desuso.

Durante la visita, Antonio fue explicando el proceso de obtención del carbón. De vez en cuando activaba algunas máquinas o instrumental (como el extractor de humo o los taladros) para mostrar lo terrible de la situación de trabajo en la mina. De hecho, la sordera es una de las principales enfermedades que afecta a los mineros. Tras visitar el primer túnel, bajamos por una larguísima escalera hasta uno aún más profundo donde nos explicaron como los niños trabajaron en las minas hasta que el trabajo infantil se prohibió. Antonio nos contó su caso personal cuando comenzó a trabajar a los 14 años como minero en Portugal.

La visita acababa en la parte más alta de la mina, elevada, donde se seleccionaban los trozos de carbón, en una sala presidida por una Santa Bárbara, patrona de mineros, bomberos, marineros y demás oficios peligrosos. La visita acaba con un corto espectáculo audiovisual muy moderno que no hace demasiada gracia a los mineros. En palabras de Antonio: "no necesitamos el reconocimiento de nadie, nosotros ya sabemos lo que hemos sufrido".

Me fui de Lieja sin poder visitarla de forma apropiada ni comerme uno de sus típicos gofres, pues nos fue imposible encontrar uno. Sin embargo, espero volver pronto a Valonia y a esta ciudad puesto que son aún muchas las cosas que me quedan por descubrir allí. 

divendres, 5 de juny del 2015

Gozo

Toda visita al archipiélago maltés que se precie no puede ignorar pasar, al menos un día, en Gozo, la segunda isla del país. Una de las formas más rápidas de llegar es alquilando un coche para llegar a la terminal de ferries de Cirkewwa. De ahí, uno puede subir el coche al barco. Tras un corto trayecto se llega al puerto de Gozo.

Empezamos por Victoria, la capital de la isla, desde cuya ciudadela se puede atisbar la casi totalidad del territorio. La historia de Gozo está plagada de invasiones de todo tipo: corsarios, sarracenos... en numerosas épocas los locales fueron sometidos a la esclavitud. Es por ello que en 1565, tras un gran asedio, los caballeros de la Orden decidieron poner punto y final a la situación fortificando la Ciudadela para dar protección a la población. De hecho, hasta 1637 fue obligatorio por ley para todos los ciudadanos pasar la noche puertas adentro por su seguridad.

Con el Mediterráneo pacificado, la población empezó de nuevo a asentarse en los alrededores de la ciudadela y así nació Rabat, que en maltés, al igual que en árabe, significa "lugar fortificado". Lo cierto es que la imponente ciudadela, que domina parte del paisaje de la isla es digna de visitarse, especialmente su plaza de la catedral, toda de color de la arenisca de las rocas que forman el suelo y las construcciones circundantes, así como las empinadas escalinatas del templo religioso.

Nosotros, paseamos por sus murallas admirando los campos, montañas y el mar. Destacan las vistas de la imponente iglesia de Xewkija, y su enorme cúpula. Algo despistados, acabamos en nuestro recorrido por las murallas acabamos entrando por error en una zona en construcción con varios obreros mirandonos con cara de incredulidad. Por cierto, las callejuelas de la ciudad baja también tienen gran encanto.

Para almorzar nos dirigimos al pequeño pueblecito de Xlendi, situado en una cala rocosa, donde hay un restaurante muy popular: The Boat House. Además de las relajantes vistas, destaca su amplia carta con numerosos platos tradicionales malteses centrados en los productos del mar, empezando  por las pastas. Pedimos los raviolis rellenos de langosta, bastante sabrosos. Pero antes nos sirvieron unos pequeños entrantes de cortesía, con la típica mantequilla de ajo incluída. Como primer plato pedimos el tradicional queso de Gozo frito servido con una buena ensalada aliñada con chutney de mango. Me llamó mucho la atención la amabilidad del servicio así como la calidad y frescura de sus productos.


Una vez satisfechos, continuamos rumbo hacia uno de los puntos más turísticos de Gozo: la famosa ventana azul o "azure window", una bella formación natural rocosa en forma de arco situada en la bahía de Dwejra. Las combinación del luminoso sol Mediterráneo con el color de la roca y el azul intenso del mar es impagable. Aunque oficialmente está prohibido subirse debido al riesgo de caídas (y así se indica en numerosos carteles), nosotros hicimos caso omiso y nos adentramos un poquito en la cima del arco para disfrutar de las bellas vistas y hacernos algunas fotos. 

La visita acabó en las salinas de Qbajjar, mucho menos frecuentadas por el turismo que la ventana azul. De hecho, nosotros estuvimos totalmente solos, disfrutando de esta construcción de la época romana. Al subir la marea, una serie de canales colocan el agua en diferentes balsas de muy poca profundidad (menos de 20 centímetros) en las que el agua pasa el día y se va evaporando debido al calor del sol, quedando en el fondo los cristales de salmuera de los que se obtiene la sal. A esa hora de la tarde era impresionante admirar el fortísimo oleaje que sacudía con fuerza la rocosa costa y disfrutar del contraste tan bello entre estas salinas y el Mediterráneo. Debido a la erosión de siglos, el fondo de estas balsas artificiales es enormemente suave al tacto. Fue una experiencia muy relajante.


Gozo es más rural y natural que la isla de Malta. Un viaje al país quedará cojo si no conocéis esta isla, que incluso tiene un Ministerio entero dedicado a su gestión. Un último consejo, no os metáis en caminos no asfaltados aunque los GPS os lo digan.  Nosotros nos perdimos en varias ocasiones y en una casi derrapamos y acabamos en un barranco debido a la estrema estrechez de dichas vías. Lo mejor es no salirse de las carreteras asfaltadas. Así que desconectad el GPS y seguid las señales o preguntad a los locales. Os irá mejor.