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divendres, 24 de juny del 2016

Haghpat & Sanahin

El último país del Cáucaso que visité fue Armenia, que es el menos desarrollado y más pro ruso pero a la vez el más hospitalario de la región. Llegué hasta allí en una marshrutka, los famosos mini-buses que recorren las antiguas repúblicas soviéticas. Para ir a Armenia desde Tiflis es necesario acudir hasta la estación de autobuses de Ortachala en la capital georgiana. Tratad de ir temprano por la mañana porque luego los mini-buses dejan de salir hasta el día siguiente.

La llegada a Armenia fue accidentada: en la frontera entregué el pasaporte al oficial del Ejército armenio y lo abrió justamente por la última hoja, aquella en la que estaban mis visados de entrada y salida a Azerbaiyán, país con el que están actualmente en guerra No os podéis imaginar los ojos que puso. El caso es que me retiraron el pasaporte y me pidieron que esperara. Después me llevó ante su superior que me empezó a hacer preguntas y que incluso me pidió el teléfono de mi amiga armenia que me iba a alojar para verificar que mi historia era verdadera. Finalmente me dejó continuar mi viaje estampando un sello armenio en la primera página, al lado de los de Georgia.

Tras una hora más de viaje me paré en la localidad de Alaverdi, para poder visitar los monasterios de Haghpat y Sanahin, construidos uno frente al otro, pero alejados por espectaculares montañas y valles. No es difícil imaginar que son patrimonio de la humanidad UNESCO y que por eso estaban en mi recorrido. Al bajar, tomé un taxi que por pocos euros me hizo un tour. Situados en la región de Tumanian, los monasterios fueron importantes centros de difusión cultural en el período de prosperidad de la dinastía Kiurikian, hace unos mil años.

Empecé mi visita por Sanahin, que fue famoso por su escuela de caligrafía e iluminaciones, y que además es el más antiguo de los dos. El monasterio se construyó alrededor de dos iglesias, una dedicada a la Madre de Dios y la otra al Salvador. Ambas tienen una estructura de una cúpula central alrededor de la cual hay cuatro ábsides. Además, en sus entradas hay una especie de grandes porches cubiertos llamados gavits. También hay una capilla dedicada a San Gregorio, un campanario y varios claustros. Pero lo que más me llamó la atención fueron la academia y la biblioteca. La academia, situada en una galería entre ambas iglesias, es un espacio rectangular con arcos a ambos lados y espacios entre ellos donde los alumnos se sentaban mientras el profesor explicaba diversas materias paseando por el pasillo. La biblioteca, construida por orden de la reina Hranuc, cuenta con diversas estanterías excavadas directamente en la piedra del muro decoradas con bellas cenefas talladas. Un circulo central en el techo deja entrar la luz. Sorprenden los agujeros en el suelo: es aquí donde se escondían libros y legajos en caso de ataques persas o mongoles. Se ponían encima losas y así nadie podía encontrarlos. De esta manera, los armenios consiguieron mantener su escritura y tradiciones durante siglos. Actualmente solo quedan estelas en piedra, normalmente funerarias, ya que los libros se han trasladado todos en el Matenadarán de Ereván, una de las bibliotecas de manuscritos más grandes del mundo. Los libros y el alfabeto armenio, como aprendí en este viaje, fueron un elemento central en la conversación de la consciencia de ser un pueblo que los armenios siempre han tenido.

El taxi me dejó después en Haghpat, situado en una alta meseta, en la parte que da a una ladera, frente a Sanahin pero separados por un profundo valle. Su situación le permite ocultarse de ojos curiosos, algo fundamental en una época en la que las invasiones e incursiones de diferentes pueblos eran habituales. La estructura arquitectónica de la iglesia principal de Haghpat es de una cúpula sostenida por cuatro impresionantes pilares, diferente a los ábsides de Sanahin. Los pilares están decorados con los símbolos de los cuatros evangelistas: el león, el ángel, el águila y el toro. También cuenta con una biblioteca, más grande que la de Sanahin, donde cada estantería tiene arriba un relieve que indica los tipos de libros que contenía: medicina, química, teología, gramática, historia, matemáticas... Haghpat es mucho más grande e impresionante que Sanahin. Los relieves se conservan mejor e incluso se pueden ver algunos frescos, como el Cristo pantócrator de la iglesia. La experiencia aumenta cuando entramos en los diferentes edificios y escuchamos a pájaros y murciélagos que han hecho de este monasterio su hogar. Uno se siente en una especie de ciudad perdida. Además, el paisaje desde aquí es impresionante, os dejo que lo juzguéis vosotros mismos en las fotos. Es una bendición que no haya apenas turistas, la experiencia es muchísimo más satisfactoria.

Finalmente, mi taxista me llevó a un restaurante de carretera enorme que parecía estar especializado en turistas. Por algo menos de cinco euros comí un menú completo con una ensalada de hierbas de todo tipo, tomates y pepinos, una humeante y sabrosa sopa, una especie de cerdo a la barbacoa, diferentes panes, agua y café. En el resto de las mesas, un ruidoso grupo de turistas portugueses jubilados daban buena cuenta de la comida armenia. Su guía, una armenia joven que hablaba algo de castellano, intentaba comunicarse con ellos sin mucho éxito. Comí con ella y me dio algunos buenos consejos sobre qué visitar. Tras despedirme, me dispuse a buscar un mini-bus que me llevara a Erevan. Empezó a chispear mientras recorría con mi mochila una carretera en el fondo del valle. El paisaje era bastante feo por ese lado, con un río jalonado de bloques de viviendas grises de estilo soviético y una gigantesca fábrica de productos químicos instalada por los rusos que ya apenas funciona. Pero la suerte no me abandonó: me acerqué a una gasolinera que tenía un cartel de WIFI para orientarme con la gran casualidad de que allí estaban repostando un armenio y su hermana, que casualmente vivía en Barcelona y estaba de visita. Tras charlar un poco me ofreció llevarme a Ereván con ellos. Tuvimos una larga e interesante conversación mientras recorríamos los espectaculares paisajes verdes, con ríos rebosantes y gigantescas montañas cuyos picos estaban nevados a pesar de ser ya en abril.

Dedicar una mañana a visitar Haghpat y Sanahin vale la pena, ya que ambos conjuntos representan el apogeo de la arquitectura religiosa armenia y en ellos confluyen elementos de arte bizantino y técnicas de construcción autóctonas. Sobra decir que los paisajes de esta región de Armenia son espectaculares.

dissabte, 11 de juny del 2016

Miskheta & Gori

La capital espiritual de los georgianos

Desde Tiflis hay dos excursiones de un día fáciles de hacer: Miskheta y Gori. Una la hice en coche y la otra en taxi y marshrutka. La primera fue a la antigua capital del reino de Georgia, Miskheta, clasificada además como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En un valle rodeado de altísimas cimas, justo en la confluencia de los ríos Aragvi y Mtkvari, se encuentra Miskheta, a solo 20km de Tiflis. Desde aquí se proclamó la religión cristiana como oficial en el reino, en el 337, siendo la segunda vez (tras Armenia) que eso acontecía en el mundo. Es por eso que Miskheta sigue siendo la sede de la Iglesia Ortodoxa y Apostólica de Georgia.

Miskheta aloja ejemplos excepcionales de la arquitectura religiosa medieval en el Cáucaso, mostrando el alto nivel alcanzado por las artes y la cultura georgiana. Nuestra visita empezó en lo alto de la colina de Jvari, para visitar el monasterio de la Santa Cruz. Este edificio es muy popular para bautismos y aquel día, 12 de mayo, había varios. Era San Andrés, día festivo en Georgia, que celebra el día del apóstol que fundó la Iglesia Ortodoxa y uno de los primeros evangelizadores de estas tierras. El caso es que familias engalanadas con las vestimentas tradicionales presentaban a sus bebés a la Iglesia georgiana. 

El interior del monasterio es semi oscuro y olía fuerte a incienso. Decenas de iconos cubrían sus paredes, destacando el de Santa Nina, una grecorromana cristiana que convirtió a los reyes de Georgia al cristianismo en el 337. Esta santa fue la única superviviente de las 35 monjas cristianas asesinadas por el rey armenio Tiradates III. Consiguió escapar y además, evangelizar Georgia. Toda una proeza. Santa Nina colocó una cruz de madera en los restos de un antiguo templo pagano. Atraídos por los milagros que realizaba esta cruz, decenas de peregrinos comenzaron a llegar a Jvari y es por eso que se acabó construyendo una iglesia y un monasterio. La iglesia, de cuatro ábsides, fue toda una novedad para su época, y se convirtió en modelo para la construcción del resto de iglesias del país. Bajo de cada icono hay bandejas llenas de arena donde los fieles ponen delgadas velas tras rezar sus oraciones, siempre de pie. En las iglesias ortodoxas nunca hay sillas.

Desde la colina, la panorámica de Miskheta en el fondo del valle, las montañas y los dos caudalosos ríos fusionándose en uno es impresionante. Habían variadas paradas de recuerdos georgianos donde me probé uno de los típicos sombreros de invierno que solían llevar los locales (y que a mi me recuerda poderosamente a una peluca rubia). Mi amiga, como muestra de hospitalidad, me regaló un cuerno tradicional donde beber el vino georgiano.

Una catedral, churchkhela, khinkalis y lobio

Bajamos ya a la ciudad propiamente dicha y callejeamos hasta llegar al complejo amurallado de la catedral de Svetitskhoveli. La impresionante iglesia se construyó encima de otra, de la cual se mantienen algunas partes en el interior. Los bellos relieves así como los efectos del sol entrando a través de los ventanucos me dejaron fascinado. El nombre de la catedral significa, en georgiano, "el pilar que da la vida" y se basa en una leyenda sobre un pilar que flotaba en el aire y que Santa Nina bajó tras pasar una noche rezando. En uno de los templetes de la catedral se supone que están enterradas las ropas que visitó Jesús antes de ser desnudado y crucificado. La importancia de esta iglesia para los georgianos es, por tanto, fundamental.

Volvimos a pasear por las agradables calles del centro histórico de Miskheta, restauradas y llenas de tiendas de productos tradicionales y terrazas donde degustar los vinos y gastronomía georgiana. Los puestos que mas me llamaban la atención (y que ya había visto en Tiflis y en las carreteras) eran los que vendían churchkhela, una especie de guirnalda de nueces cubiertas de una especie de caramelo de diferentes tonos marrones a base de zumo de uva. Las tenían colgadas como si fueran longanizas. Nadie dirían que son dulces. Compré varias para probarlas. El padre de mi amiga me invitó a una degustación/chupitos de diferentes chachas (licor a base de uva, el llamado vodka de uva georgiano) como apertivo. 

Para comer, fuimos en coche hasta un restaurante enorme especializado en comida local, construido en madera y piedra. La familia de mi amiga pidió diferentes platos por mi. Empezamos con una bandeja de khinkali, unos raviolis gigantes (cada uno ocupa una mano entera) rellenos de carne picada especiada con un jugoso caldito que hay que beber tras el primer mordisco para evitar mancharse. La comilona incluyó también el contundente lobio, que es un ragout pastoso de habichuelas especiadas y cocinadas con hierbas en potes de terracota que me encantó. Por supuesto, regamos todo con un excelente vino tinto local. Podéis imaginaros el sueño que me entró tras tamaño banquete.

En la ciudad natal de Stalin

La segunda excursión desde Tiflis la hice por mi cuenta. Me fui a la ciudad de Gori, hacia el oeste, donde nació el temido Stalin. Para llegar hasta allí hay que salir desde la estación de Didube en Tiflis. Aquí encontraréis las tradicionales marshrutkas o mini vans o los taxis colectivos. Estad atentos y tratad de ver que choferes gritan "Gori, Gori" para subiros en el taxi. Una vez está lleno, el chófer saldrá raudo hacia la ciudad. Gori se encuentra cerca de la frontera con Osetia del Sur, una región georgiana independentista que fue ocupada por Rusia en 2010 con la excusa de restablecer la paz. Es por eso que la economía local se encuentra algo estancada. Los turistas llegan aquí no obstante atraídos por su atracción más visitada: el Museo Stalin.

Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, apodado por su amigos como Stalin, dictador soviético desde 1924, gobernó con mano de hierro la URSS durante más de 25 años. Este museo narra su vida con especial atención a la infancia y juventud del georgiano más poderosos de la historia. Hijo de un zapatero alcohólico, fue animado a la carrera religiosa por su devota madre. Stalin ingresó en el seminario de Tiflis cuando tenía 20 años. No obstante, pronto dejó la Iglesia por la lucha revolucionaria, uniéndose a los bolcheviques en Georgia, atacando camiones del zar para abastecer de armas al partido o redactando, imprimiendo y distribuyendo periódicos ilegales en defensa de los derechos de los trabajadores y contra las políticas represivas del zar y su terrible policía política, la Orjana. En 1913, Stalin fue arrestado y deportado a Siberia, de donde salió en 1917, volviendo a Petrogrado justo cuando se estaba consumando la revolución de febrero, inicio de su ascensión al poder de la mano de su colega Lenin.

Son muchos los que en Gori, y en toda Georgia, aún admiran a su paisano más poderoso. Sin embargo, la decidida política pro occidental del gobierno y de la juventud georgiana forzaron la retirada de la última estatua del dictador que quedaba en el país, situada en la plaza mayor de Gori. En 2010, durante la noche y con protección policial, varios operarios la retiraron y guardaron en un almacén gubernamental. En todo caso, el museo no intenta ser objetivo ni mucho menos. Es toda una oda al jerarca, su carrera y sus obras. En definitiva, un homenaje al georgiano más poderoso del siglo XX. Sin embargo, mi guía, un joven simpatizante con ciertos aspectos del stalinismo, fue exquisitamente objetivo, resaltando los elementos positivos del dictador, pero también los negativos, y hablando de forma completa acerca de las purgas, los Gulag o el pacto con Hitler de 1939. Alguna de las historias que no conocía de Stalin es que su hijo mayor, miembro del Ejército Rojo, fue capturado por los nazis durante la II Guerra Mundial. Los generales nazis ofrecieron a Stalin la devolución de su hijo a cambio de un general nazi prisionero de los soviéticos. Stalin se negó en redondo, afirmando que no podía cambiar a un soldado raso por un general, y que él consideraba a todos los soldados del Ejército Rojo como a sus propios hijos/

Un pieza curiosa de la exposición es el testamento de Lenin, en el que indicaba su negativa a que Stalin tomara las riendas del partido, ya que lo consideraba sediento de poder y envidioso. Los esfuerzos de los gerentes del museo por mantenerlo y a la vez, aumentar su calidad y objetividad, son bastante notables en todo caso. Me impresionó que en una de las salas se encuentra una de las ocho máscaras metálicas que se hicieron de Stalin justo después de su muerte. Está situada en mitad de un pedestal con un banco circular alrededor y da un poco de cosa.

La última parte del museo es la colección de regalos que recibió Stalin a lo largo de su vida (y que aún recibe como homenaje póstumo) de diferentes dirigentes mundiales o de otros bolcheviques. De los pocos que aún envían regalos son los chinos y los norcoreanos, ya sea vasijas con la efigie del dictador o tapices de seda con su cara, además de flores constantes para sus estatuas. La visita acaba con la visita a una reconstrucción de su primer despacho del Kremlin, con los muebles originales, cajas de cigarros o vasos. La parte del museo dedicada a la represión stalinista es muy pequeña y no fue explicada por mi guía. Lo que si me explicó largo y tendido fue como los que rodeaban y adulaban al dictador, entre ellos el sangriento general de la KGB Beria, o el que sería sucesor de Stalin dirigiendo la URSS, Jrushchev, fueron los directos responsables de las matanzas y purgas, y no Stalin per se.

Casas natales, vagones y refrescos verde fosfi

En el exterior hay un templete neoclásico que cubre la humilde casa en la que nació Stalin, donde sus padres alquilaban una habitación. Esta mantiene su localización original. Allí vivió los cuatro primeros años de su vida y se pueden ver las escalinatas para bajar al taller de su padre, o el humilde interior de la casa. También en el jardín se encuentra el vagón personal de Stalin con el que se desplazaba a lo largo de la URSS. Este vagón blindado fue originalmente propiedad del zar Nicolás II. Stalin odiaba volar y por eso lo utilizó para llegar en tren y asistir al Congreso de Yalta de 1945. De hecho, Stalin solo tomó avión una vez en su vida: para asistir a la Conferencia de Teherán. Fue en su tren hasta Baku y allí tomó un avión hasta la capital iraní. El tren cuenta con bañera e incluso uno de los primeros aires acondicionados (fabricado en Azerbaiyán) que refrescaba la zona del vagón dedicada a comedor/sala de reuniones. Sólo se puede visitar con guía y la entrada se paga aparte. Mi conversación con el guía acabó en el proceso de desestalinización liderado por Jrushchev. La retirada de la tumba de Stalin del mausoleo de la plaza Roja, donde ahora solo está Lenin se puede ver en una maqueta del museo.

Salí del museo turbado por la profunda conversación y por todo lo que había aprendido. Me di una vuelta por la anodina ciudad, llena de edificios grises y aburridos, al más puro estilo comunista. Vi desde lejos el castillo de Gori, situado en una colina. Como tenía bastante hambre volví frente al museo, donde estaba el único restaurante abierto del ciudad. Pedí una sopa con mini khinkalis, una trucha al horno y agua de Lagidze, un refresco georgiano de estragón, color verde fosfi, inventado por un farmacéutico de Kutaisi. De hecho, en Tiflis tuve la oportunidad de probar su otro sabor más popular: el de chocolate y crema. La vuelta a la capital georgiana la hice en marshrutka, más incómoda que los taxis. El problema era que estos no se llenaban, y si no se llenan, no salen a no ser que se pague el precio total de la carrera.  

dimarts, 7 de juny del 2016

Tiflis

En el fondo de un valle

Georgia es muy diferente a Azerbaiyán. No sólo en lengua y religión mayoritaria, sino sobretodo en su economía y sociedad. Mientras que el turismo en Baku es una actividad marginal, siendo la verdadera fuente de riqueza el petróleo y el gas, en Tiflis el turismo es clave. Decenas de tiendas de recuerdos se agolpan junto a casas de cambio, hostels, cafeterías y restaurantes. Mochileros recorren sin descanso las callejuelas del viejo Tiflis y la mayoría de sus habitantes tiene conocimientos básicos de inglés.

Tras cruzar la frontera noreste del país, llegué a Tiflis en taxi. Desde allí me recogió mi amiga, que me llevó hasta su apartamento, situado en la arbolada calle Paliashvili. Tiflis se encuentra a lo largo de un valle, construida a las dos orillas del río Kurá. Altas sierras rodean la ciudad cubiertas de frondosos bosques, fruto de un masivo repoblamiento de árboles llevado a cabo por las autoridades soviéticas. Según la leyenda, Tiflis se fundó por el rey georgiano Vakhtang I Gorgasali, cuando vio como su halcón, y el faisán que había cazado, caían a las aguas termales cercanas y se escaldaban. Impresionado por estas aguas fundó aquí una ciudad, que llamó "Agua Caliente" o Tpili en georgiano. Una gran estatua de este rey junto a una de las iglesias más antiguas se encuentra en la orilla izquierda del Kurá.

Callejeando Narikala

Mi primer contacto con Tiflis empezó por Narikala, el viejo distrito medieval, corazón de la ciudad, de callejuelas empinadas, casas con balcones de madera y hierro forjado, plazoletas llenas de plantas, vetustas iglesias, sinagogas y decenas de cafés y bares. El barrio de encuentra situado bajo la fortaleza de Narikala, adonde subimos con el moderno teleférico. Desde allí, las vistas de la ciudad son preciosas. Se puede apreciar la modernísisma nueva zona construida en la ribera opuesta del Kurá, destacando el parque Rike con el ondulado puente de la paz (símbolo del Tiflis del siglo XXI) o los dos cilindros metálicos gigantes que, se supone, iban a acoger el nuevo auditorio de la ciudad, pero que siguen vacíos. Desde el castillo vi de cerca la gigantesca estatua soviética conocida como Madre Georgia, en la que una mujer, que representa a la nación, ofrece un bol de vino con una mano, representando la hospitalidad georgiana para con los amigos, mientras que con la otra sostiene una gran espada, simbolizando que Georgia está siempre lista para defenderse de los enemigos.

Bajamos de la fortaleza y nos internamos por las animadas calles peatonales de Narikala, llenas de terrazas y gente paseando, para dirigirnos a cenar a un moderno café llamado Moulin Electrique, donde sirven cocina de mercado a precios más que bajos pero de una gran calidad. Sopa de calabaza y mtsvadi (un pollo a la barbacoa hecho a la manera georgiana) fueron mis elecciones. Para beber pedimos vino blanco local. Los georgianos claman ser el primer pueblo que destiló vino en la historia de la humanidad, aunque recientes excavaciones arqueológicas podrían señalar que en realidad fue en Armenia donde se "inventó" el vino. En cualquier caso, el vino georgiano es delicioso. Continuamos nuestra conversación en un agradable apartamento privado reconvertido en un lounge muy cool en la plaza Lado Guilashvili. Un pianista nos deleitaba con sus notas mientras nos fumamos una arguila. Las ventanas del local estaban abiertas de par en par y por ellas entraba una agradable brisa nocturna. 

La avenida Rustaveli

Al día siguiente me dediqué a pesar por la avenida más famosa de la ciudad, la bulliciosa Rustaveli, diseñada por urbanistas inspirados en las reformas del barón Haussmann. Aquí se encuentran muchos de los principales edificios de la ciudad, empezando por el neobizantino Teatro Nacional, el antiguo parlamento (en el que aún se ve la marca de donde estaba el emblema de la hoz y el martillo rodeada de espigas y laureles, o algunos museos. La avenida acaba en la plaza de la Independencia, presidida por una gran estatua dorada de San Jorge matando al  dragón en lo alto de un pilar. Abuelitas vendían todo tipo de comidas en paradas improvisadas mientras que apresurados trabajadores se mezclaban con estudiantes de las facultades cercanas.

Me metí en el Museo de Georgia para profundizar en mi conocimiento del país, empezando por el sótano, donde se encuentra el tesoro arqueológico, mostrando obras de arte en oro, plata y joyas de épocas previas a la llegada del Cristianismo. La colección se completa con muestras de monedas de todo tipo. El piso de arriba acoge una exposición sobre la ocupación soviética con muchos detalles sobre la creación de la primera república georgiana (aprovechando el vacío de poder tras el derrumbe revolucionario del Imperio ruso zarista), centrándose en la represión y la resistencia a la invasión de la nueva URSS, con una narrativa muy patriótica que ensalza la creación de la primera república georgiana y la enlaza con la recuperación de la independencia tras el derrumbe soviético. El museo también acoge una modesta colección de obras de arte mundial entre las que se encuentran dos estatuas de monos egipcios, un sarcófago o cuadros de arte japonés del siglo XIX.

Funicular y khachapuri

Esa noche cenamos en uno de los restaurantes del complejo del funicular de Tiflis, en lo alto. Se trata de Puri Giuliani, especializado en el delicioso khachapuri, una especie de barca de pan crujiente rellena de huevo, mantequilla fundida y queso derretido. Me encantó como algo tan sencillo puede alcanzar altos niveles de excelencia y perfecta mezcla de texturas. Para beber pedimos agua de Lagidze, un refresco georgiano inventando por un farmacéutico de Kutaisi cuyos sabores más populares son el de chocolate y crema o el de estragón (que probé en Gori). Las impresionantes perspectivas nocturnas de la ciudad desde la terraza son perfectas para degustar productos tan georgianos.

La mañana siguiente la dediqué a visitar algunos de los grandes nuevos proyectos de Tiflis: la enorme catedral, el moderno y acristalado palacio presidencial, el parque anexo al puente de la paz o el palacio de los servicios públicos, el gran ejemplo de modernización de la administración georgiana, que ha conseguido que muchos trámites ahora se hagan en un único lugar y en una única ventanilla. La nueva catedral es gigantesca por fuera. Por dentro aún hay trabajos para acabar de pintar los diferentes iconos. Tan magna construcción fue financiada por el multimillonario y ex primer ministro Ivanishvili, cuya estrambótica y acristalada mansión se puede ver desde diferentes puntos de la ciudad ya que se encuentra situada en la ladera cercana a la gran estatua de la Madre Georgia. Por último, mencionar que la avenida más bonita de la ciudad es la de Davit Aghmashenebeli, recientemente renovada y jalonada de bellísimo edificios burgueses art-deco, cafés y tiendas.

Chacha y termas

Esa noche la familia de mi amiga me ofreció una comilona casera. Los georgianos consideran a un invitado como una visita del mismo Dios, y por eso su hospitalidad es milenaria. De entrante, comimos badrijani nigvzit, lonchas de berenjena al horno rellenas de salsa de nuez y ajo coronada por pepitas de granada. Deliciosas. El tkemali, la salsa casera que cubría el pollo y las patatas me enamoró. Le llaman el ketchup de los georgianos. Este tkemali era casero. El ingrediente principal son unas mini ciruelas ácidas con especias como el eneldo, el ajo o el cilantro. Pero lo mejor eran los brindis, comunes en las comidas georgianas. Además del vino o refrescos, siempre hay cerca una botella de licor casero a base de uva, llamado vodka de uva o chacha, con un sabor delicioso pero bastante fuerte. Cada brindis se dedica a algo o a alguien y el que lo propone debe hacer un pequeño discurso. Y cuando el discurso acaba, todos gritan "Gaumarjos!" antes de beberse el chacha de un trago.

Tras la cena y achispados salimos por los locales de alrededor de la plaza de la Revolución de las Rosas, para ver el ambiente nocturno, bastante variado y hipster, con mucho donde elegir. El único pero es que todo el mundo fuma en el interior de los locales, dejando en mi ropa y pelo un desagradable olor permanente a nicotina e irritando mis ojos. Fue como volver a mi etapa de adolescente en Valencia. La omnipresente publicidad de los cigarrillos (asociando fumar a una vida deportiva y sana) y su bajo precio favorecen el tabaquismo. Georgia tiene aún un largo camino por recorrer en este tema.

Finalmente, me despedí de la ciudad con una relajante sesión en sus termas, que a la postre dieron origen a Tiflis, tanto físicamente como a su nombre. Las termas guardan un cierto encanto decadente y están separadas por amplias salas con grandes piscinas y duchas que puede reservarse por grupos. Dicen que estas aguas, tan calientes como pestilentes, tienen efectos curativos y preventivos, así que me sumergí un buen rato en ellas.

Tiflis es una ciudad diferente, reinventándose todos los días, con obras y reformas por todo lado. A pesar de sus grandes problemas de tráfico, hay muchos barrios agradables de bulevares arbolados que vale la pena recorrer. Tiflis no impresiona por sus grandes monumentos pero os dejará huella la hospitalidad sin rival de sus habitantes.