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dijous, 29 de setembre del 2016

El norte de Tohoku

Ruta por un bosque de hayas virgen

A pesar de que estaba hasta arriba de trabajo, aproveché que el pasado lunes era festivo para escaparme un par de días al norte de la isla de Honshu, visitar algunos lugares patrimonio de la humanidad y sentir la naturaleza, tras tantas semanas en la jungla de cristal que es Tokyo. 


Ese sábado me levanté temprano para tomar el tren bala para llegar a la norteña ciudad de Aomori. Como no había reservado con tiempo, casi todos los trenes estaban llenos y tuve que hacer escala en Sendai, donde almorcé un buen plato de gyutan, típico de la ciudad. Se trata de finas rebanadas de lengua de vaca cocinadas en una parrilla de carbón acompañado de sopa de rabo de buey y mugimeshi, que es un arroz blanco con cebada. 

Al llegar a Aomori tomé un tren local que me llevaría a mi destino final, Hirosaki, ciudad conocida por sus famosas manzanas. De hecho, es el principal centro de producción de esta fruta en Japón. La ciudad, fundada por un clan de samurais, los Tsugaru, creció a la sombre la la gran montaña Iwaki, que aún la preside. Tras un paseo por sus calles y como hacía algo de fresco me metí en el Kadare Yokocho, donde una docena de puestos de comida ofrecen platos de diferentes gastronomías. Yo me senté en el Hinata-bokko para probar la deliciosa hotate misoyaki, una vieira asada con mijo que se cocinaba en la propia concha. Mis únicas compañeras en la estrecha barra del restaurante eran varias jubiladas japonesas fumando cigarrillos y bebiendo sake, que insistían en hablarme en japonés e invitarme a probar diferentes platos como una sopa de tofu, carne y cebolleta, una mazorca a la brasa y el típico edamame. Una cena bastante curiosa cuanto menos


Al día siguiente, bien temprano, tomé el bus en dirección a Anmon Aqua, una especie de aldea a la entrada de un patrimonio de la UNESCO que quería visitar: Shirakami-Sanchi. Se trata de un bosque virgen de hayas japonesas. El caso es que hay varios senderos dentro del cinturón de protección a los que se permite la entrada al público sin autorización previa. Este es uno de los últimos bosques vírgenes de Japón. Escuchar los sonidos del bosque, las hojas movidas por el viento, el agua de los riachuelos y los diferentes pájaros fue muy relajante. Lo único es que me quedé con ganas de ver las tres cascadas Anmon, de 42 metros de altura, porque según los japoneses era muy arriesgado en estas fechas de lluvias. Al volver de la caminata, ya a la hora de comer, me senté en una de las cabañas de la aldea para degustar un menú de otoño, a base de arroz con setas del bosque, mientras en la gran pradera de hierba decenas de familias disfrutaban de los artistas que cantaban karaoke. La manzana en almíbar de postre estaba de vicio.
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En la ciudad de las manzanas

Ya de vuelta a Hirosaki, me fui directo al jardín Fujita, antigua mansión de la rica familia Fujita, que poseía uno de los jardines japoneses más bellos de la región. Me impresionó la preciosa colina artificial con su cascada y bello puente rojo. Además de un antiguo salón de té de madera, la propiedad cuenta con una mansión de la era Meiji, que imita la arquitectura occidental y que ahora es un café con piano de cola tocado en directo y todo. Me senté un rato en su jardín de invierno para degustar una de las decenas de tartas de manzana que ofrecen. La acompañé, claro está, de zumo de manzana recién hecho. En Hirosaki se toman las manzanas muy en serio. De hecho, tras mi paso por la oficina de turismo, me fui con una guía de todas las pastelerías de la ciudad y el tipo de tarta ene el que están especializadas. Hay 47 tipos de tarta, ni más ni menos. La que me pareció más original es la que viene con la manzana entera pelada y al horno cubierta de una capa redonda de hojaldre a modo de piel. Probé dos más en mi ruta por la ciudad.

Tras la merienda me di una vuelta por el bellísimo Chosho-ji, un barrio lleno de templos que sube hasta una pequeña colina desde la que se atisba parte de la tranquila ciudad. Uno de los más bonitos es el Sazaedo, de forma octogonal y con las paredes de color rojo bermellón. En la cima se encuentra uno de los edificios de madera más antiguos de la región, un imponente templo sintoísta de gran belleza construido por el clan Tsugaru. No había nadie por las calles de este barrio. Los templos se alzaban a ambos lados de los bulevares con gran serenidad mientras en sol se ponía. Entre la soledad y los imponentes mausoleos y cementerios, me empezó a dar un poco de cosa así que me apresuré para volver al centro mientras las farolas empezaban a encenderse.

Ya de noche, me di un paseo por el sereno parque del castillo, con sus antiguos fosos, los solemnes y bien iluminados torreones y el bello castillo en el medio, que es una reconstrucción de 1811 del original que se hizo en 1603. Luego seguí paseando por el centro de la ciudad, abarrotado del edificios de estilo europeo, que se popularizaron sobremanera en Japón durante la restauración Meiji. La antigua librería, diferentes residencias de misioneros cristianos, una pequeña iglesia católica, otra protestante y otra anglicana, en antiguo banco de la ciudad (de estilo neorenacentista) o el salón de exhibiciones son buenos ejemplos. Todos estos edificios están representados a escala justo detrás del edificio de la antigua biblioteca, al lado también de la modernísima oficina de turismo.

La celestial tierra pura budista recreada en la tierra

Dejé Hirosaki pronto el lunes, que era festivo, para dirigirme a otro de los puntos de interés de la región de Tohoku: Hiraizumi. Se trata de un tranquilo pueblo que, de 1089 a 1189, rivalizó con Kyoto en importancia y riqueza. En efecto, Hirazumi contó con 100,000 habitantes, los mismo que tenía Kyoto en aquel entonces. Tres generaciones del clan Oshu Fujiwara engrandecieron la ciudad gracias al comercio del oro de sus minas cercanas y la convirtieron en uno de los núcleos de la escuela Tendai del budismo (el budismo en Japón se divide en trece ramas o escuelas). Esta rama tenía fe en un paraíso después de la muerte: la llamada “tierra pura”. Este clan financió la construcción de templos y jardines que tenían que representar en la tierra la futura tierra pura celestial, con el fin de engrandecer la fe de los creyentes y animar a la meditación.

En una combinación de tren bala y tren normal (como un metro vaya) llegué a la pequeña estación de Hiraizumi. Nada más salir, me topé con un par de guías que el gobierno ofrece en un plan piloto. El que hablaba inglés, de 71 años, se ofreció a mostrarme los principales puntos de interés y acepté encantado.


Siguiendo con la historia, y por desgracia, este paraíso budista duró poco. Uno de los héroes japoneses más famosos, Yoshistsune, despertó los celos de su hermanastro mayor, Yoritomo, a la sazón primer sogún de Japón. Para salvar su vida, Yoshistsune huyó al este de Japón y se refugió en Hiraizumi, donde el señor de aquel entonces, tercera generación de los Oshu Fujiwara, le acogió. Con ta de cazar a su hermano, Yoritomo atacó la población y la redujo prácticamente a escombros con la excepción de varios templos, que de tan bellos que eran no pudo sino protegerlos. El clan de los Oshu Fujiwara se extinguió, Yoshitsune murió y el proyecto de paraíso budista en la tierra despareció. Sin embargo, Yoritomo quedó tan impresionado con algunos de los templos que incluso costeó la construcción de una cobertura de madera para el más impresionante de todos: en Konjiki-do.

En ese preciso momento empezaba el sogunato (gobierno militar) de casi todo el Japón, un sistema feudal en el que el poder centralizado real recaía en el sogún o “generalísimo” y el emperador era más bien una figura decorativa. Este primer sogunato con capital en Kamakura duraría más de 100 años.
Precisamente la visita empezó por el Konjiki-do. A quince minutos caminando de la estación se alza una montaña cubierta de altísimos cedros. Tras una empinada subida se llega al Chuson-ji, un complejo de templos fundado en el año 850 y ampliado por el clan Oshu Fujiwara con más de 300 edificios y 40 templos en el marco de su ambicioso proyecto familiar de crear una utopía budista. Sin embargo, la mayoría de las construcciones fueron reducidas a cenizas tanto durante la conquista de la ciudad por parte del sogún Yorimoto como por un incendio que arrasó casi todo el resto en 1337. Por suerte, el Konjiki-do estaba ya ese año protegido por una bella cobertura de madera encargada desde el sogunato de Kamakura y se salvó. Hoy en día aún se puede disfrutar del espectacular templo, ahora en el interior de una estructura de hormigón a prueba de incendios, que se construyó en los años 60 del pasado siglo. La antigua estructura de madera que lo solía proteger hasta entonces se recolocó casi al lado.

Un templo de oro 

Sorprende entrar a esta estructura y ver el templo dorado en su interior, que refulge. Todo está cubierto de pan de oro o laca de oro, desde los suelos y las paredes hasta el final de los aleros del tejado. La estructura cuadrada contiene en su interior al Buda de la Luz Infinita flanqueado de los bodhisattvas (seres a medio camino de alcanzar el Nirvana que vienen a ayudarnos a seguir progresando y hacer el bien) Kannon y Seishi. Además, a cada lado hay tres bodhisattvas más, detrás de Jikokuten y Zochoten, dos reyes guardianes. Este conjunto de estatuas se repite dos veces, a cada lado del conjunto principal, creando tres altares de estatuas doradas bajo los cuales reposan los restos de cada uno de los tres jefes de cada una de las generaciones del clan Oshu Fujiwara. Destacan también en pilares y maderas las figuras floradas realizas de concha marina incrustadas en las maderas nobles.

En Chuson-ji, además, hay otros templos reconstruidos y uno más original: el Kyozo, o edificio de madera donde se guardan los sutras, grandes rollos donde se habla de las enseñanzas de Buda, en caracteres chinos. Algunas de estas sutras se muestran en el museo que hay en el complejo, muchas de ellas bellísimas, escritas en líneas alternas de oro y plata con fondo de un papel azul oscuro. Me llamó especialmente la atención un par de legajos donde se representaban dos pagodas. Acercando la mirada uno se daba cuenta que las pagodas están formadas por cientos de caracteres chinos, recitando sutras.


Pasear por este complejo y disfrutar del fuerte aire puro, el sonido de los pájaros, los gigantescos arces y la variedad de templos no tiene precio. De ahí nos dirigimos hacia Motsu-ji, el que en su día fue el complejo de templos de Hiraizumi más vasto y grandioso. Por desgracia, todos los edificios desparecieron a causa de guerras incendios y terremotos, aunque unos pocos se han reconstruido. Sin embargo, el interés del lugar reside más bien en los jardines, que sí se han mantenido tal cual eran en la época dorada de Hiraizumi durante el siglo XII. Los enigmáticos jardines de la tierra pura se trazaron siguiemdo la idea budista del paraíso, con un gran lago que representa el océano infinito, islas, playas y acantilados rocosos.

Un pequeño riachuelo artificial encauza las aguas de la montaña para llevarlas hasta el lago artificial que representa el océano del paraíso budista. Las avanzadas técnicas usadas en la construcción de este pequeño río muestran los altos conocimiento de jardinería que poseían los funcionarios de Hiraizumi en el siglo XI. Finalmente, el guía me llevó al moderno centro de interpretación del Patrimonio de la Humanidad UNESCO de Hiraizumi (tanto el Chuson-ji como el Motsu-ji forman parte de este patrimonio) para aprender más de la época dorada de la ciudad. Allí hay restos arqueológicos diversos, muestras de los trajes que se llevaban, explicaciones, mapas e imágenes de la época en pergaminos. También hay varias miniaturas donde se muestran escenas de la vida cotidiana de aquel entonces.

Hiraizumi está muy bien como excursión de mediodía en una escapada más general a Tohuku. Sin duda, es un lugar importante en la historia de Japón, representa el momento de mayor gloria de la región y es un punto crucial del budismo, ya que aquí se creó una utopía basada en las enseñanzas de una de las trece escuelas de esta religión oriental.

Para visitar todo esto, recomiendo encarecidamente que compréis el Japan Railways East Pass, que os permite, desde Tokyo, poder visitar toda la región de Tohoku tomando los trenes de JR de forma ilimitada, incluidos los shinkansen o trenes bala sin coste adicional. El único requisito para comprar este pase es tener un pasaporte extranjero con visado de turista. Por algo menos de 200 euros podréis viajar de forma ilimitada durante 5 días. Sale muy a cuenta. Tohoku es la región menos visitada de Japón por los extranjeros, especialmente el norte. Solo el 1% de los turistas que llegan al país pasan al menos una noche en esta fascinante región. Por eso es el momento de visitarla y evitar las aglomeraciones y colas de Kyoto o Hiroshima. 

dimecres, 14 de setembre del 2016

Okinawa Honto


El Ritz-Carlton Okinawa

El fin de semana pasado, por motivos de trabajo, tuve la suerte de desplazarme hasta Okinawa, la prefectura más meridional de Japón. De paso, aprovechamos para quedarnos el fin de semana y descubrir un poco de este inusual Japón tropical. Como teníamos poco tiempo y parecía que el domingo iba a llover, decidimos quedarnos en Okinawa-honto, la isla principal del archipiélago.

El viernes amaneció lluvioso así que nos refugiamos en el agradable Gusuku, uno de los restaurantes del Ritz-Carlton Okinawa, que ofrece menús de mediodía a muy buen precio para saborear la gastronomía local. Decorado con soplados de vidrio azul típicos del archipiélago y con forma de cabaña gigante, cada detalle del local está perfectamente medido. Hasta los reposa palillos son de coral. La música ambiental es la okinawense sanshin, que suena con una especie de guitarra de tres cuerdas con piel de serpiente. El menú del día incluía un bol enorme de soba de Okinawa, unos gruesos fideos de harina de trigo en caldo con konbu (un tipo de alga), katsuobushi (unos copos de bonito deshidratado), rodajas de tripa de cerdo, cebollino picado, costillas de cerdo deshuesadas, jengibre encurtido y rodajas de kamaboko (una especie de pastel de pescado). También venía un cuenco de arroz orgánico local cocinado con verduras de las islas, umi-budo (unas algas en forma de bolitas transparentes) y un cuenco de alubias.


Manza Beach

Cuando acabamos el trabajo, dimos un paseo por la bella Manza Beach, una especie de pequeña lengua de tierra que se adentra al mar de la China oriental. Llegamos al final, al curioso resort ANA Intercontinental Manza Beach, con forma de crucero y que por dentro parece una sesentera nave espacial. En el lounge del último piso hay unas excelentes vistas del atardecer que nos dejaron con la boca abierta. También son muy bonitas las vistas desde el lado contrario, con la blanca capilla del hotel en contraste con el mar de color rosado. Las bodas en los diferentes resorts que salpican la isla principal de Okinawa son muy populares entre los japoneses. Acabamos tomando algunas deliciosidades locales más para cenar en el teppanyaki del hotel, como un estofado de cerdo okinawés en un delicioso hojaldre y un filete de pez espada a la plancha que se fundía en la boca.

El sábado amaneció soleado así que enfilamos para una playa en la que grupos de japoneses practicaban el kayak mientras nosotros nos bronceamos y nadamos un poco. Aguas turquesas, arena blanca y pececitos transparentes nadando por todo lado. Cero basura, algo normal en Japón pero que se agradece especialmente en playas tropicales. El único pero fue el pájaro que me robó mi club sandwich mientras nadamos. Me tocó pasar hambre en el bus que nos trasladó de vuelta a Naha, la capital de Okinawa.

Pasamos por delante de la gigantesca base aérea estadounidense, que junto con otras bases más del Ejército de Tierra y la Marina, cuentan con más de 30,000 soldados de Estados Unidos que siguen controlando militarmente este archipiélago. Okinawa fue uno de los más sangrientos escenarios de la II Guerra Mundial, con más de 100,000 civiles muertos. El archipiélago fue ocupado por los estadounidenses hasta 1972, cuando devolvieron el gobierno civil a Japón, firmando un contrato por el que permanecían las bases militares.

La capital, Naha

Nos sorprendió Naha ya que no nos esperábamos una ciudad tan grande en estas islas. Por la ventana veíamos larguísimas y atascadas avenidas con edificios cada vez más altos y un monorraíl que atraviesa las calles jalonadas de palmeras. Nos dirigimos al Crowne Plaza Okinawa Harborview para relajarnos durante la tarde en su piscina. En la capilla de al lado se celebraba otra boda mientras nosotros pasábamos al lado en bañador y chanclas. Tras una siesta y una ducha, nos dispusimos a dar un paseo por la ajetreada Kokusai-dori, la arteria principal de la ciudad, llena de tiendas de recuerdos y animados restaurantes. Por sus aceras pasea una curiosa mezcla de jóvenes veraneantes japoneses, soldados americanos de permiso y algunos turistas europeos y asiáticos. Allí conocimos a un grupo de turistas estadounidenses, europeos y un chino y nos unimos a ellos para cenar en una especie de izakaya. Allí tomamos vieiras, sashimi de pulpo, tofu con bonito seco rallado por encima y yakitori (brochetas japonesas de pollo). Todo regado con awamori, el licor local a base de arroz destilado (y no fermentado como pasa en el sake). En Japón le llaman popularmente "sake isleño". La manera de beber awamori es rebajándolo con té frío o con agua mineral.

Al día siguiente, algo resacosos, tomamos el eficiente monorraíl y nos fuimos a visitar una de las joyas de Naha: Shuri-jo, el antiguo centro administrativo y residencia de los reyes Ryukyu hasta el siglo XIX. Okinawa era gobernada por varios señores que se dividían las diferentes islas así como la principal hasta 1429, cuando Sho Hashi, del reino Chuzan, unificó el archipiélago y dio nacimiento a la dinastía Ryukyu. Intensificó las relaciones con el Imperio chino, favoreció el arte, la música y las artesanías, dando lugar a los estilos típicos de la isla que aún hoy perduran. Se prohibieron las armas y el comercio floreció. Esta época dorada de paz y riqueza tuvo un inconveniente: en 1609, un clan de samurais de Kagoshima conquistó las islas de forma rápida debido a la ausencia de ejército local, imponiendo estrictos controles al comercio, gobernando con puño de hierro las islas y explotándolas económicamente. Sin embargo, permitieron a la dinastía Ryukyu seguir gobernando, aunque poderes meramente simbólicos. La restauración Meiji en Japón y el fin de los samurais implicó un empeoramiento de la situación ya que el emperador se anexionó las islas en forma de prefectura en 1879. El gobierno de Tokyo barrió la cultura local, impuso el japonés como lengua oficial y prohibió enseñar la historia del reino de los Ryukyu en las escuelas. La lengua propia de las islas desapareció y hoy en día solo quedan algunos giros y palabras que se mezclan con el japonés. Los okinawenses, además, no eran considerados ciudadanos del Imperio de la nueva dinastía Meiji. La II Guerra Mundial dio la puntilla de mala suerte y desgracias a estas islas, que empezaron a recuperarse en los setenta, gracias al turismo nacional que aumentó al mismo ritmo del milagro japonés.

El antiguo palacio de los reyes Ryukyu

El caso es que en una colina de la ciudad se alzan los restos y reconstrucciones de este castillo y palacio. Las bellas murallas y puertas cumplían funciones defensivas y rituales, marcando los espacios a los que cada categoría de personas podía acceder. El espacio más exclusivo es la plaza central, o Hokuden, en la que se celebraba el Año Nuevo chino, con el rey sentado en su trono secundario, en el segundo piso del palacio, presidiendo las celebraciones. Esta plaza también acogía las solemnes celebraciones para recibir a los Sapposhi, o enviados del Emperador chinos. Especialmente importantes eran las ceremonias de coronación de cada nuevo rey Ryukyu, que se celebraba siempre en presencia de un Sapposhi. Llegaban en baldaquines, acompañados de sus cortes, y eran recibidos por los músicos de la corte Ryukyu y toda la plana de altos funcionarios del reino que se sentaban de forma ordenada en la gran plaza (las líneas rojas y blancas aún presentes marcaban las hileras para sentarse). Era entonces cuando el nuevo rey del archipiélago recibía el reconocimiento del Emperador chino en boca de su embajador y se le ponía la corona de los Ryukyu, que aún hoy puede observarse en una vitrina en el interior del restaurado palacio.

Otro aspecto interesante es la religión de este reino, donde el papel de los intermediarios entre humanos y divinidad estaba reservado en exclusiva a mujeres. La corte de sacerdotisas o nuuru vivían en una de las construcción de este palacio principal, manteniendo sus labores de culto pidiendo a las divinidades y los espíritus de los ancestros para proteger al reino y mantener las cosechas abundantes. Las nuuru de la corte eran elegidas entre las nuuru de cada poblados. En efecto, cada población del reino contaba con una nuuru que ejercía de líder religiosa y también política, casi como una especie de reina-sacerdotisa local. En algunas partes del reino incluso se consideraba que toda mujer entre los 31 y los 70 años era intermediaria entre los dioses y los ancestros y tenía el derecho a ejercer el sacerdocio. El budismo nunca llegó a penetrar con fuerza en Okinawa. Sin embargo, los coreanos regalaron una estátua de Buda a uno de los reyes Ryukyu, que construyó un templete rodeado de un foso a los pies del palacio real para albergar la estatua. Hoy el lugar es popular sobretodo para tomarse una foto en el puentecito con los patos de cara roja nadando en el foso.

Los grandes conocimientos de este reino se observan en antiguos relojes que usaban el agua que caía desde depósitos para contar las horas del día. El complejo cuenta con galerías para ver objetos de uso cotidiano de aquella época, trajes y diversos retratos de los diferentes reyes de esta dinastía. En el palacio real, o Seiden, de fuerte color rojo bermellón, se observan estatuas de dragones por todo lado, así como representaciones pintadas o en relieve, siempre a pares, y siempre uno con la boca abierta o el otro cerrada (símbolo de la combinación entre géneros masculino y femenino). Especialmente bello es el salón del trono, en el segundo piso. Pequeña nota curiosa: los dragones, símbolo de realeza, en el reino Ryukyu se representaban con tres uñas, a diferencia de las cuatro uñas de los dragones representados en la Ciudad Prohibida, el Palacio de Verano y otros edificios imperiales de Beijing, reservados al Emperador chino.

Al salir del palacio, el barrio aún guarda decenas de casas con las tradicionales tejas de cerámica de Okinawa, rojas, y con los leones encima de los tejados, o a los lados de las puertas, más típicos de China que de Japón, aunque con una particularidad: los leones de Okinawa representan el equilibrio de femenino y masculino con las bocas, teniendo un león la boca cerrada y el otro abierta. En China esto se representa con una esfera en el pie del león y un leoncito pequeño en el pie de la leona. 

Por supuesto, este lugar, junto con otros restos esparcidos alrededor de esta isla, son considerados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Tras la mañana cultural volvimos a Kokusai-dori para comer en un restaurante tradicional donde pude probar el Goya Champuru, un revuelto de huevo con verduras, tofu y carne de cerdo, siendo el ingrediente predominante el goya, un melón amargo local. En un sabor curioso que al final se hace pesado, no me acabó de gustar el sabor amargo del goya, que acababa por matar el resto de sabores del plato.

Para bajar la comida, paseamos por las tres galerías comerciales cubiertas de la ciudad, algo anticuadas y llenas de puestos de comida típica y, por supuesto, souvenirs. Allí nos tomamos de postre unas sata andagi, unos bollitos de masa dulce típicos que también son populares en Hawaii. Unas abuelitas las preparaban en uno de los puestos de estas galerías (en las que nos refugiamos mientras un tifón azotaba Naha). Pedimos unas con sabor a mango muy ricas. Una vez paró de llover, y antes de dirigirnos al aeropuerto para volver a Tokyo, entré en una de las tiendas de Blue Seal, la marca de helados de Okinawa, para probar el de beniimo, a base de un tubérculo morado muy parecido al taro.

Dejé Okinawa con la sensación de no haber visto nada. Ni el paradisíaco archipiélago de las Kerama, ni uno de los acuarios más grandes del mundo ni tampoco los memoriales a las víctimas de la II Guerra Mundial o los pecios de grandes barcos de guerra sumergidos. Nos faltó también probar el taco de arroz y otras especialidades locales. Muchas buenas excusas para volver. 

Okinawa no es Hawaii ni tampoco Bali. Aquí no hay mucha fiesta. El ambiente es más bien relajado. Al fin y al cabo, esto sigue siendo Japón. Es verdad que con palmeras, gente con camisas de flores y temperaturas más elevadas. Pero Japón al fin y al cabo. A Okinawa se viene a bucear, a relajarse y a descubrir la maravillosa cultura, música y gastronomía del perdido reino Ryukyu.

dilluns, 12 de setembre del 2016

El noroeste de Sicilia

El Mediterráneo, siempre.

Volver al Mediterráneo siempre me alegra, especialmente a lugares como la costa Azul, la costa Brava o mi querida Valencia. Sin embargo, si hay algo que me fascina de verdad son las islas del Mediterráneo. En pocos lugares del mundo me siento tan a gusto en verano. Si por mi fuera, me pasaría de junio a septiembre en ellas todos los años. Ibiza, Cerdeña, Menorca, Mykonos, Malta, las Hyères, Formentera... cada isla mediterránea que he ido descubriendo o a la que he podido volver me ha dejado buenísimos recuerdos, siempre impregnados de fuerte olor a pino. Esta vez tocaba conocer la más grande de todas las islas de mi mar preferido: Sicilia. 

Goethe dejó escrito que visitar Italia si haber ido a Sicilia, es como si no se hubiera estado en Italia, ya que, según él, Sicilia es la clave de todo. Tras mis cinco días en esta gigantesca isla, puedo confirmar que Sicilia representa gran parte de lo que es no sólo Italia, sino el Mediterráneo entero. Por ella no sólo pasaron, sino que se establecieron todas las culturas que han tenido cierta importancia en este mar. Su variedad arquitectónica y gastronómica así lo demuestran. 

Llegamos en avión aterrizando en el aeropuerto Falcone y Borsellino, jueces italianos asesinados durante su cruzada judicial para acabar con la lacra mafiosa que tuvo secuestrada a Italia tantas décadas. Para Sicilia, cuna de la Mafia, y específicamente de la Cosa Nostra, bautizar este aeropuerto con el nombre de estos dos héroes anti mafiosos tiene una enorme carga de simbolismo. Tras tomar nuestro coche alquilado, nos topamos con la triste realidad de los incendios veraniegos que suelen azotar los bosques mediterráneos cada verano. La autopista estaba llena de humo mientras las laderas de varias montañas ardían de forma incontrolada. Incluso en algunos tramos las plantas situadas en las medianas de la autopista se estaban quemando. Luego supimos que había sido intencionado. Desolador.

Scopello

Tras disfrutar de bellos y montañosos paisajes llegamos a nuestro destino, la pequeña aldea de Scopello, situada casi en la punta noroeste de la isla. Compuesta de una sola calle y una pequeña plaza peatonal donde se apiñan las terrazas de bares y restaurantes, Scopello es perfecta para aquellos que busquen la Sicilia más tranquila. Sus escarpadas costas y sus bellos paisajes atraen a turistas de todo el mundo que buscan la experiencia más auténtica. Nosotros tuvimos suerte y nos quedamos en la Pensione Tranchina, propiedad de la tía de mi amigo Mike. Esta tranquila pensión, regentada por un matrimonio entre un italiano y una panameña, ofrece habitaciones amplias y cómodas pero sobretodo, la experiencia de comer como si nos quedáramos en una casa de una familia siciliana. Tanto el desayuno como las cenas son espectaculares. Por las mañanas, podremos usar la gigantesca licuadora de la pensión para prepararnos zumos recién hechos con las deliciosas frutas frescas. Pan recién horneado, miel de granja, mermeladas hechas por la dueña de la pensión con naranjas sicilianas, tartas caseras, queso ricotta artesanal, fiambre local, aceite de sus olivos... el desayuno no decepciona. Pero lo mejor son las cenas, siempre de ingredientes locales recién comprados o recolectados. Se empieza con un antipasto, se sigue con un plato de pasta casera con recetas siciliana y se termina con postres sicilianos hechos por las reposteras de la pensión. Curioso es que en Sicilia a la pasta se le pone por encima pan rallado o almendras picadas, ya que el queso rallado era un artículo de lujo en otras épocas. Pero lo mejor es el plato principal de la pensión, entre la pasta y el postre, que suele ser filete de atún recién pescado a la plancha que se funde en la boca.


De hecho, Scopello es famosa por su tonnara, una de las construcciones dedicadas a la pesca de atún más antiguas del mundo. Construida en el siglo XIII, el complejo cuenta con grandes almacenes donde los atuneros guardaban sus barcos así como otro para las anclas, los almacenes para los atunes, viviendas, torres defensivas... el conjunto es actualmente de una gran belleza paisajística, especialmente por las formaciones rocosas que rodean la pequeña laguna creada alrededor del puertecito. En esas fechas estaba llena de turistas tumbados en los antiguos muelles tomando el sol o dándose un baño en sus cristalinas aguas. Y hablando de aguas, no dejéis Scopello sin probar el agua de su fuente pública: viene directamente de las montañas. Imitad al poni de mi foto.

Monreale

Otro de los lugares imprescindible a visitar en esta parte de la isla es Monreale, un agradable pueblo de calles estrechas y ropa de colores colgada por todo lado esparciendo agradables aromas de los diferentes jabones usados. Los turistas acuden en masa para visitar su famosa catedral, ilustrativa del mestizaje de la cultura románica con la bizantina y la islámica que tuvo lugar en en siglo XII en Sicilia. Las nuevas formas arquitectónicas que aparecieron gracias a la coexistencia pacífica de poblaciones musulmanas, bizantinas, latinas, judías, lombardas y normandas son impresionantes y únicas en el mundo. No por casualidad son consideradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Por fuera, la catedral es una enorme mole marrón con un soportal de mármol a tres arcadas que no llama especialmente la atención a todo el que haya podido disfrutar de la variedad de iglesias que hay por toda Europa. Sin embargo, su interior es único y sobrecogedor. Los muros y el ábside se encuentran cubiertos de mosaicos de estilo bizantino de fondo dorado, donde se representan escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. Desde la creación del mundo, el arca de Noé o el bautismo de Jesús, docenas de representaciones crean un ambiente de enorme belleza presidido por el colosal Cristo Pantócrator del ábside. Las altísimas columnas sostienen arcos de estilo árabe. Finalmente, anexo a la catedral, se encuentra un monasterio benedictino de estilo románico con un gran claustro bizantino.

Palermo y sus joyas arquitectónicas

Tras tanta maravilla nos dirigimos a Palermo, capital de Sicilia, para poder visitar el fastuoso palacio real o Palacio de los Normandos. El edificio es un conjunto de agregados de diferentes épocas que permite apreciar el paso de diferentes civilizaciones y reyes por la isla. Actualmente es sede de la Asamblea regional siciliana, de hecho una de las salas del palacio es el hemiciclo, bastante anticuado, donde se votan las leyes regionales y se controla al gobierno de la isla. Es impresionante la gran escalera de honor en mármol que conecta los tres pisos, al lado del gigantesco patio. Las dos salas originales del primer palacio que mandó construir el Emir de Palermo también son bastante curiosas por su diseño que favorecía las corrientes de aire para refrescar en verano. Pero el elemento que destaca por encima de todo en el palacio es la capilla palatina. Fue encargada por Rogelio II de Sicilia y su construcción tardó 8 años. Su estilo es gótico-normando, y en su construcción y decoración participaron maestros de muy distintos orígenes y religiones. Completamente recubierta de mosaicos dorados, la capilla refulge como si estuviera llena de oro. Al igual que en Monreale, numerosas escenas de la Biblia están representadas. A pesar de la belleza de las paredes y suelos, no olvidéis levantar la mirada al fantástico artesonado del techo: cuenta con unas formas geométricas de gran belleza excavadas en bloques de madera que muestran el elevado conocimiento matemático de los artistas árabes que la realizaron. La capilla es considera como la unión entre un santuario bizantino y una basílica católica, mezclando influencias de ambas iglesias con estilos arquitectónicos propios de una mezquita. Sin duda, una joya  no sólo de la arquitectura mundial, sino también como ejemplo de convivencia pacífica entre culturas, una de las grandes ambiciones del rey normando Rogelio II.

Saliendo del palacio seguimos paseando por la via Vittorio Emanuele, cruzando el arco de entrada al casco histórico y pasando la bella catedral hasta llegar a la famosa plaza Quattro Canti, en la que el arquitecto florentino Giulio Lasso llevó el barroco a la capital siciliana, estilo que luego marcó profundamente la evolución de la ciudad. De hecho, este fue el punto de partida para abrir grandes avenidas que destruyeron muchas de las antiguas casas medievales para dar orden y rectitud a la ciudad, no sólo a través de via Vittorio Emanuele, sino también con la via Roma o Cavour. Los edificios nuevos de estas vías tienen todos fachadas barrocas. Sin embargo, tras estas grandes vías aún existen callejuelas y casas más antiguas.

Volviendo a la plaza, esta presenta cuatro lados formados por calles y otros cuatro en cuatro edificios barrocos de fachadas idénticas, que incluyen cada uno una fuente y tres estatuas en cada lado, osea doce en total. La estatua de cada primer piso (de la fuente) representa una de las cuatro estaciones. Las de arriba cuatro reyes de la casa Habsburgo y las del último nivel son de las cuatro patronas de Palermo: Santa Cristina, Olivia, Ninfa y Ágata. La plaza es preciosa, pero aún más bonita es la cercana plaza Pretoria, prácticamente ocupada por la barroca fontana Pretoria. Esta fuente, en un principio diseñada para un particular, fue adquirida por el senado palermitano en 1552. Con pilas de agua situadas a tren niveles concéntricos, la fuente está rodeada de estatuas de humanos desnudos y otras que representan monstruos, animales mitológicos y los cuatro ríos de Palermo: el Oreto, el Papireto, el Gabriele y le Maredolce. En esta misma plaza se alza la iglesia de San Cataldo, originalmente de la Orden del Santo Sepulcro, y otro ejemplo más de fusión de arquitectura árabe-normanda. Sus tres cúpulas en forma de bulbo de color rojo son muy curiosas.

Paseando por la via Maqueda llegamos hasta el imponente Teatro Massimo, el tercero más grande de Europa, de estilo neoclásico. Las últimas escenas de El Padrino III se rodaron aquí. Como hacía calor y estábamos cansado, nos sentamos sen una cafetería para degustar el famoso cannolo siciliano, una pasta dulce enrollada en forma de tubo y rellena de queso ricotta y condimentada con pistacho picado, naranjas y limones confitados acompañada de un espeso granizado de leche merengada para beber. Nos quedaron varias cosas que ver de Palermo. La ciudad es enorme y hacía bastante calor, así que espero volver pronto y seguir disfrutando de lo que esta bella ciudad mediterránea ofrece.

Segesta y su templo dórico inacabado

Finalmente, tras una vuelta por el centro y sureste de Sicilia, dedicamos una mañana a visitar la bellísima Segesta, antiguo centro político de los élimos, del que ahora apenas quedan ruinas, siendo las más remarcables las de su teatro en la cima de la montaña y las de su impresionante templo dórico en mitad de un florido valle. Gracias a su aislamiento, el templo no fue destruído ni usado como material de construcción. Sin embargo, se sabe que nunca fue acabado, no solo por la falta de restos de un techo sino porque las mismas columnas están en bruto, sin haber sido estriadas. Hay numerosas explicaciones a este estado inacabado: algunos dicen que las guerras interrumpieron su construcción, otros que los élimos ya consideraban sagrada esta tierra y que simplemente querían hacer una columnata... la que más me gustó fue la que afirma que este pueblo, considerado bárbaro por los griegos, ardía en deseos de congraciarse con los atenienses y lograr un pacto que les pusiera bajo la protección militar de esta gran polis griega. Es por eso que, antes de solicitar la visita de una delegación ateniense, se apresuraron a construír las bases de un templo dórico que copiase a escala la magnificencia de los templos dóricos de la Acrópolis y mostrar a los atenienses cuan refinados y avanzados en matemáticas y arquitectura estaban los élimos. En cuanto la delegación griega visitó la ciudad y vio, impresionada, las obras de construcción de este templo, los élimos interrumpieron las obras de un templo que sólo les interesaba como propaganda para los atenienses.

Finalmente, subimos al cerro para ver el teatro. La ruta es una pasada, porque podremos apreciar diversas perspectivas del matemáticamente perfecto templo inacabado. Al llegar a la cima, un bellísimo teatro de estilo griego nos recibirá con una preciosa panorámica del valle y el mar como escenario.

Me quedaron tantísimas cosas por ver del noroeste de Sicilia... Trapani, Cefalú, Erice... espero volver pronto a esta zona de Sicilia, bellísima isla mediterránea, rica en cultura, paisajes, gastronomía y gente estupenda.