divendres, 7 de gener del 2011

Aún Holanda...

Además de Rotterdam, durante mi tercera estancia en Holanda visité otros lugares. Pero siempre dentro del Randstad. Bautizada con este nombre por un directivo de la KLM (Royal Dutch Airlines), Randstad es la región que abarca las ciudades que se encuentran entre Rotterdam y Amsterdam. Aquí están las instituciones políticas de los Países Bajos, las principales industrias, el mayor puerto de Europa y uno de sus aeropuertos más importantes y las principales instituciones financieras del país de los tulipanes.

Por tercera vez visité Den Haag, la capital administrativa de los Países Bajos. Yo toda la vida pensando que era la capital del país y resulta que es Amsterdam. Aunque Den Haag hace las veces de distrito de embajadas, sede del Parlamento y algunos ministerios... etc. Eso le da un aire señorial y, porque no decirlo, pijo. Tiendecitas de productos de gran calidad y una gran variedad de oferta gastronómica son un reflejo de esto. Incluso las farolas tienen coronitas en el barrio más céntrico. La mayor razón para volver a la Haya era uno de los 1000 sitios que ver antes de morir, según la periodista Schultz: el museo Mauritshuis. Es un museo pequeño pero muy completo. Está situado en una antigua mansión al lado del Parlamento, en cuyas antaño habitaciones se exponen los cuadros. La colección se centra en las pinturas flamencas de su Siglo de Oro (el XVII) y la más famosa es la "chica de la perla" de Vermeer, más conocida como la "Mona Lisa holandesa". De este autor también encontraremos la "vista de Delft", uno de los cuadros más queridos del mundo. La "lección de anatomía" del genial Rembrandt es otra de las obras claves, así como uno de sus geniales autorretratos. El único problema es que si no se es estudiante en los Países Bajos, la entrada cuesta la friolera de 14 euros y medio. Aunque para aliviar la sensación de "timo" el precio incluye audio-guía, lo que no está nada mal. 

Me queda pendiente merendar en el salón Hotel des Indes, donde Mata Hari espiaba en lo que fue el cuartel geneal aliado durante la Primera Guerra Mundial. Y también disfrutar del famoso Festival de Jazz "in Den Haag", en verano. Next time!

También hicimos una excursión a los molinos de Kinderdijk, que son patrimonio de la Humanidad - UNESCO. A pesar del frío que hacía, la nieve que había y que el agua estuviese congelada, salió un día soleado magnífico y pudimos pasear por aquel paisaje tan típicamente holandés. Los molinos, además de hacer las veces de vivienda del molinero y familia, servían para drenar aquella zona y poder disponer de mayor espacio cultivable. Esta es la obsesión neerlandesa: ganar terreno al mar. Es impresionante lo absolutamente plano que el paisaje. Para llegar a este pintoresco lugar, hay autobuses urbanos desde Rotterdam que suelen tardar una hora aproximadamente. Nos hicimos muchísimas fotos, el paisaje lo merecía.
  
Por último, hicimos una escapada de unas horas a Leiden, la ciudad universitaria por excelencia de los Países Bajos. Con la que es probablemente la mejor universidad del país, esta pequeña ciudad a caballo entre La Haya y Amsterdam es un remanso de paz. Callejuelas y canales muy similares a los de Amsterdam, pero sin las manadas de turistas, la convierten en un lugar con un encanto especial. Cuenta con uno de los mejores molinos del país, además de con muchos servicios y gran variedad de tiendas, lo que la convierte en un buen lugar para vivir. La excelente conexión que tiene con el resto de ciudades holandesas y especialmente su gran cercanía al aeropuerto de Schipol refuerzan su atractivo. Preciosas iglesias y la fortaleza desde la que observar los tejados de la ciudad completan las razones para visitarla.

Y por último, Amsterdam. Por segunda vez volvía a la capital neerlandesa. Una ciudad rápidamente asociada a los Coffeeshops y al Barrio Rojo. Pero que es mucho más que eso. En esta visita tuve la oportundiad de conocer el fascinante Museo Van Gogh, uno de los museos mejor organizados del mundo a mi entender. Los 200 cuadros del artista con los que cuentan están perfectamente organizados por etapas y temáticas y la visita no se hace para nada pesada. Además, cuenta con otros muchos cuadros que influyeron en el estilo de Van Gogh, lo cual aporta una gran visión perspectiva sobre la obra de este gran pintor de finales del XIX. Por tanto, vale la pena pagar la carísima entrada de 14 euros y añadir el suplemento de 5 euros más para contar con una audioguía. Algunos de los mejores cuadros del artista están aquí.

La Casa de Ana Frank es otro de los imprescindibles de Amsterdam. Enclavada en uno de los canales más bonitos de la ciudad, el Prinsengratch, esta casa convertida en museo es realmente impresionante. Su historia es símbolo del sufrimiento de los perseguidos por el fanatismo nazi, no sólo a los judíos, sino a los gitanos, comunistas, democristianos, socialistas, homosexuales, discapacitados, testigos de Jehová... etc. De hecho, además de la casa, que se conserva mayoritariamente sin muebles (por expreso deseo de Otto, el padre de Ana y único superviviente de la familia), también cuenta con un espacio de estudio y reflexión contra la discriminación de la Fundación Ana Frank. Es especialmente curioso uno de los últimos espacios, consistente en bancos donde sentarte y varias pantallas donde se exponen problemáticas siguiendo diferentes casos recientes de convivencia entre culturas, creencias, modos de vida... etc. Al final de la exposición de cada caso, se plantea una pregunta y los asistentes disponen de varios pulsadores con un botón verde (a favor de la propuesta) y uno rojo (en contra). Tras la votación, las pantallas muestran el resultado de las respuestas de los presentes, y a continuación, la media general de todos los visitantes del museo. Es profundamente interesante y las preguntas van desde si se considera adecuado retirar los crucifijos de las escuelas, pasando por la discriminación de la policía holandesa en determinadas actuaciones o a la necesidad de prohibir símbolos nazis o no.

A parte de esto, la historia de Ana Frank me pareció tan significativa que no pude resistirme a completar mi biblioteca con un ejemplar del famoso diario de esta niña de 13 años. Por último, os aconsejo visitar la casa a partir de las 17.30, ya que en horario de invierno cierra a las 19, y una hora y media antes del cierre es cuando menos cola hay.

Y bueno, qué decir de la oferta gastronómica de Amsterdam. Se puede encontrar de todo y a todos los precios. Además, casi todos los restaurantes cuentan con opciones vegetarianas, dentro del ambiente de respeto que reina en la ciudad. Desde las grasientas ventanitas del FEBO con sus croquetas y pseudohamburguesas, pasando por el delicioso Wok to Walk y su libertad para construirte tu plato de fideos, verduras o arroz, la capital neerlandesa ofrece comida para todos los paladares. Una noche, Martise nos llevó a Carol y a mi a cenar a una pizzería deliciosa regentada por italianos que resultó ser gay-friendly (algo muy común en esta ciudad). Antes nos habíamos tomado el aperitivo en uno de los locales más sofisticados de la Rembrandtplein, uno de los núcleos de la marcha nocturna de la ciudad. Se trata de De Kroon: luz rosa ténue, vistas a la plaza, pantallas donde se proyecta fuego, lámparas de araña, grandes butacas negras, sillas y mesas de diseño, animales disecados... todo está pensado para ofrecer un entorno perfecto donde tomar algo y relajarse entre amigos. Además, la música es excelente. Personalmente tomé una cerveza cuyo nombre holandés no recuerdo pero que tenía un toque de limón amargo. Además, para picar pedimos Bitterballen, una especialidad nacional que nos recomendó Martise y que resultó exquisita: bolas fritas crujientes rellenas de una especie de ragú de carne con bechamel acompañadas de la mostaza holandesa casera para mojar.




Cada vez que vuelvo de Amsterdam me gusta más. Sin duda que volveré. Queda pendiente entrar a la Oude Kerk, visitar en Rijksmuseum, pasar una tarde-noche en el Grand Café Americain y hacer un crucero por los canales de la ciudad en la época de los tulipanes. Aunque el simple hecho de pasear por el cinturón de canales y curiosear entre sus cientos de tiendas, todas diferentes, ya merecen volver a esta dinámica ciudad.

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