dimarts, 10 de maig del 2011

En las dos grandes ciudades de Euskadi

Tenía yo bastantes ganas de conocer las tierras vascas. Mucha gente me había hablado de la belleza de Donostia, de los pintorescos pueblos gipuzkoanos o del lavado de cara de Bilbo. Así que, siguiendo la ruta que nos había llevado a La Rioja, seguimos hacia el norte rumbo a las costas de Euskadi. 

Lo primero que visitamos fue Bilbao, una ciudad en general agradable, pero que no tenía demasiado encanto. Sin embargo, las grandes reformas acometidas alrededor del Nervión, sobretodo con la mega infraestructura del Museo Guggenheim, han cambiado de arriba a abajo la imagen de esta ciudad por completo. Grandes rascacielos se han levantado, nuevos puentes se han tendido y una moderna red de tranvía se ha implantado.

Hablando de puentes, es interesante el que diseñó Calatrava. Muy caracterísitico de su estilo, este puente blanco y de forma armónica es, sin embargo, resbaladizo y peligroso, por lo que el Ayuntamiento se ha visto obligado a instalar una moqueta permanente que oculta el suelo transparente original. Polémicas aparte, lo cierto es que el puente ofrece una obra del prestigioso arquitecto valenciano a la ciudad, modernizando la ría y dando un toque de brillante blanco al gris plomizo que aún predomina en el entorno.


Pasear por la ría es un modo agradable de tener el primer contacto con la ciudad, hasta llegar al edificio que hoy en día representa a Bilbao como su símbolo indiscutible: el impresionante museo que diseñó Frank Gehry. Teniendo muy en cuenta el entorno en el que lo construyó, a través de la piedra y el titanio, el arquitecto canadiense conjugó ambos materiales creando un edificio con una sensación de liviandad y agilidad envidiables. El Guggenheim nos recuerda a uno de esos barcos que se construían en los astilleros que antes existían a lo largo de la ría. Merece la pena entrar simplemente por disfrutar del impresionante hall, alto y luminoso. Además, la fundación cuyo nombre lleva el museo, va rotando obras de arte de su colección por el mismo, con lo que esta infraestructura ofrece exposiciones de arte de una enorme calidad a nivel internacional. Perderse unas horas por estas exposiciones, con guía (son gratis) o sin ellas, es todo un reto para la imaginación. Nosotros intentábamos exprimir los significados de las diferentes obras o montajes, intentando descifrar cual era el mensaje que el artista deseaba lanzar. 

Por fuera, el Guggenheim nos proporcionará un estupendo escenario para fotografiarnos. Además, cuenta con algunas obras de arte externas como la araña gigante de metal que representa la maternidad (con sus huevos en el centro) o a Puppy, el enorme perro de flores y plantas a la entrada del museo que se hizo famoso por aparecer en El mundo nunca es suficiente, una de las películas de la saga 007.

Pero Bilbao no es sólo su museo. La zonas de Abando y el Ensanche, así como el parque doña Casilda son lugares estupendos para dar una vuelta. Y sobretodo, el casco viejo con las Siete Calles originales en las que se fundó la ciudad son ideales para tomar unos pintxos y sacar alguna que otra fotografía simpática.

El fin del día bilbaíno acabamos presenciando, primero, un paso de Semana Santa en una iglesia cercana al teatro de la ciudad, con la gente encapuchada y todo. Y segundo, conociendo y teniendo una breve charla con Txema Oleaga, candidato del PSE-PSOE a la alcaldía de la ciudad.

Bilbo me sorprendió y me dejó con la sensación de ser una ciudad muy agradable para vivir. Sin embargo, fue Donosti la que se llevó la palma. La capital gipuzkoana es bella. Muy bella. San Sebastián es una ciudad moderna y cosmopolita pero a la vez en perfecta armonía con la naturaleza y con su historia. Por un lado, la ciudad vive en consonancia con el Cantábrico, volcada a él, ya sea en sus playas como Ondarreta o la famosísima playa de La Concha. Pero también sus dos montes, el Igueldo y el Urgull, se insertan con naturalidad y gracia en medio de las calles y barrios donostiarras.



De hecho, estos montes son una de las principales atracciones de la ciudad. El Igueldo suele subirse con el antiguo funicular, estética de la belle-époque. Desde arriba se aprecian las mejores vistas de Donosti. Además, el parque de atracciones, anticuado pero con el encanto de lo antiguo, es muy curioso de visitar. Al otro lado de la Concha, el Urgull se alza con un gran Cristo coronándolo. En este caso, lo más típico es subirlo andando, a través del estupendo bosquecito que cubre este monte. Desde arriba, la pequeña fortaleza es perfecta para observar el mar y meditar desde sus almenas y cañones. Y desde abajo, bordear el monte Urgull a través del paseo Nuevo, es toda una experiencia por la que podemos acabar remojados sin nos despistamos y nos atrapa una de las olas que rompen contra el dique. 

Pero bajando a la tierra de nuevo, tenemos otra actividad muy típica: caminar por el paseo de la Concha. Y hacerlo durante una tranquila noche de finales de primavera, con una temperatura muy suave, una ligera brisa, el rumor de las olas y sobretodo, la preciosa isla de Santa Clara iluminada, no tiene precio. Pero también de día, con un cielo azul y un sol que no molesta, para admirar la belleza de la pequeña bahía, pero también los señoriales edificios que se asoman al paseo, según se dice, de los más caros de España. Uno de ellos, en uno de los extremos, es el antiguo palacete en el que veraneó la regente Maria Cristina y también su hijo Alfonso XIII.

Y es que los edificios donostiarras son muy burgueses. Destilan clase y elegancia. Los que bordean la Alameda o el puente de Zurriola tienen mucho estilo, como el hotel y el teatro Maria Cristina. Es interesante como la ciudad ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos insertando en este ambiente decimonónico un edificio de lo más innovador: el cúbico Kursaal, en el que cada año se celebra el internacionalmente conocido Festival de Cine de San Sebastián.

También el centro histórico es bonito y muy recomendable para ir de pintxos. Muchos son los bares en los que encontraremos muestras que nos harán la boca água. Los famosísimos pintxos de esta ciudad, grandes, suculentos y con estilo, se encuentran expuestos en las barras de los locales. Solo queda elegir el que más nos guste y zampárnoslo. Seguramente nos quedaremos con hambre y caigamos en la tentación de coger otro diferente (por eso de probarlos)... y así podemos estar repitiendo varias veces, siempre que nuestra cartera nos lo permita, ya que baratos no son. Y no olvidemos pedir también un vasito de txacolí, el dulce vino vasco, para no quedarnos con la boca seca, claro.

Además de los sofisticados pintxos, también está bien picar algún que otro platito de productos del Cantábrico. En La Mejíllonera, en la calle del Puerto, encontraremos mejillones ya listos para comer a muy buen precio. Con diversas salsas para elegir, tal vez los mejillones "vinagreta" sean los más ricos. Y la sidra del local también es excelente. Para acabar la comida de bar en bar, nada mejor que tomarse un helado artesano paseando por el Boulevard, cerca del reloj, lugar común de quedada de los jóvenes donostiarras.  


Y no puedo cerrar esta entrada sin hablar del gran símbolo de San Sebastián: el Peine de los Vientos, del genial Chillida. Una muestra más de como lo más contemporáneo (las estatuas) junto con los más antiguo (las rocas y el mar) se insertan con armonía en esta bella ciudad vasca, tal vez la más bella no de Euskadi, sino de toda la península. 

1 comentari:

  1. Donosti es maravillosa, como bien retratas. Biblo no la conozco, pero tengo pensado hacerlo pronto. Bonito post.

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