dijous, 31 de maig del 2012

NYC: primeras 24 horas.


Nueva York no es la ciudad más poblada del mundo. Hace años le superó Tokio. Actualmente San Pablo o México DF doblan perfectamente en número a la población neoyorquina. Además, Nueva York ni es la capital de los Estados Unidos de América y ni siquiera lo es lde su propio Estado de Nueva York (es la pequeña ciudad de Albany). Pero sin lugar a dudas la Gran Manzana, además de ser la capital oficiosa del mundo, es la ciudad más cosmopolita y vibrante que yo conozca. Aquí hay gentes de todas las nacionalidades, se hablan decenas de lenguas y cualquier tipo de gastronomía deseada se podrá encontrar con más o menos esfuerzo. Incontables películas, series, canciones, anuncios o libros hablan de esta ciudad o la tienen como escenario. Como sede de la Organización de las Naciones Unidas, cuenta con delegaciones de casi todos los Estados del mundo, por lo que el alto personal diplomático que también reside en la ciudad le acaba de dar el toque internacional que la pone en el centro de nuestro pequeño planeta. Siempre ocurre algo, siempre hay algo que hacer, es imposible aburrirse. Su entramado de largas avenidas, calles sin final, puentes gigantescos, líneas de metro confusas, museos inabarcables, parques frondosos, y sobretodo decenas de rascacielos pegados unos a otros, la encumbran a ser la auténtica jungla de cristal, la verdadera Gotham City, la Metrópolis por antonomasia, la ciudad de ciudades,la única ciudad-ciudad como dijo Truman Capote.

La noche en la que llegamos al aeropuerto de La Guardia (el más cercano a Manhattan), tras cuatro horas de retraso gracias a la eficiencia de American Airlines, decidimos ir a ver la famosísima Times Square de noche. La plaza más importante de la ciudad más importante del mundo. La salida de la boca de metro fue espectacular: miles de pantallas gigantes, neones, carteles móviles, luces de todos los colores y relucientes marquesinas convierten esta plaza en un gran teatro en sí misma. En lo más alto de un rascacielos y presidiendo esta “encrucijada del mundo” como muchos la llaman, está la reluciente bola que todas las nocheviejas a las doce en punto cae para recibir el nuevo año.Times Square se encuentra en el centro de Midtown Manhattan, en el cruce de Broadway con la Séptima avenida, y sin duda personifica la quintaesencia de Nueva York. Con más de 27 millones de turistas al año, la plaza se encuentra constantemente abarrotada de gente que acude a sus miles de restaurantes y puestos de comida rápida, tiendas de todo tipo y sobretodo, a las decenas de teatros que se encuentran por aquí y en las calles y avenidas adyacentes. No en vano, Times Square sigue siendo el distrito del teatro de la ciudad. Y la variedad es tan grande que uno desearía tener mucho dinero y tiempo para disfrutar de los diferentes musicales que se anuncian. Desde clásicos como el Fantasma de la Ópera a superéxitos recientes como el Rey León pasando por novedades como el musical Evita, con Ricky Martin como “Che” Guevara. Para poder disfrutarlos sin pagar los altos precios, lo mejor es acercarse unas horas antes del inicio del musical deseado a las taquillas de descuento acristaladas que hay en uno de los extremos de la plaza. Allí encontraremos fácilmente pases a mitad de precio. Además, las escaleras que cubren el techo de estas modernas taquillas son excelentes para observar una buena panorámica del ajetreo de Times Square o tomarse una buena foto.

Al estar celebrándose en esos días un festival de barcos de guerra, la plaza estaba tomada por decenas de marineros de diversos ejércitos del mundo, que con sus blancos uniformes acababan de convertir en un auténtico circo al conjunto de personajes que iban de acá para allá. Esta plaza se llama así debido a que la sede del famoso periódico The New York Times se encuentra aquí desde hace más de 100 años. Lo cierto es que uno no sabe dónde mirar. Hay tantísimos anuncios en movimiento que cuesta fijar los ojos en alguno. Por ejemplo, en uno de los extremos, diversas pantallas alargadas ofrecen noticias cortas continuadamente, así como las cotizaciones de diversas bolsas. En otros animaciones digitales anuncian desde productos bancarios a viajes, pasando por alta tecnología, ropa o comida.Tras pasear embobados durante un buen rato, con un poco de tortícolis por andar mirando hacia arriba y caminando a la vez, decidimos optar por un clásico, sucumbiendo a la publicidad y a la imagen-marca: cenamos en Hard Rock Café New York, sito en la mismísima plaza. Y además me compré el vaso de recuerdo. Inevitable.

Al día siguiente, viernes laborable, empezamos nuestra ruta por la ciudad con un clásico: el distrito financiero, que se encuentra en la punta sur de la isla de Manhattan. También conocido como Lower Manhattan, este barrio es, junto con Midtown Manhattan, el que más rascacielos agrupa de la ciudad, que ya es decir en la llamada "ciudad de los rascacielos". Imaginad la cantidad de estos altísimos edificios juntos que encontramos aquí. Pero a lo que iba, empezamos bajándonos en Brooklyn Bridge-City Hall (líneas 4,5 y 6). Cruzamos el City Hall Park dejando al puente de Brooklyn a nuestras espaldas. Ya ajustaríamos cuentas pendientes con ese puente más tarde. Y mientras admirábamos el elegante ayuntamiento de la ciudad nos topamos con uno de los edificios más neogóticos de NYC: el Woolworth Builiding. Este es uno de los rascacielos más antiguos de Nueva York y uno de los edificios más altos de Estados Unidos. Su belleza neogótica merece una parada para observar bien sus ventanas y su puntiaguda torre.

Tras acabar el parque y llegar a Fulton Street, la cruzamos rumbo a la capilla de San Pablo, una pequeña iglesia episcopaliana que ahora se conoce como iglesia del milagro, por ser el único edificio de la zona que no sufrió daños el triste 11 de septiembre de 2001. Su cementerio anexo, rodeado de rascacielos, también guarda cierta curiosidad. Siguiendo un poco más hacia el sur en Broadway encontramos la bonita iglesia de la Trinidad, católica esta vez. Giramos en Wall Street, y caminando entre estresados ejecutivos llegamos al edificio de la famosa Bolsa de Nueva York, estilo templo romano. Las subidas y bajadas de este mercado de valores son clave para miles de inversores. Antiguamente se podía visitar, pero desde hace años, las nuevas medidas de seguridad han cancelado la entrada al turismo de forma indefinida. Por cierto, que el nombre de esta conocida calle se debe a la pared de madera que los colonos holandeses construyeron a mitad del siglo XVII en la por entonces Nueva Amsterdam para defenderse de los nativos americanos así como de los ingleses. Estas calles están llenas de los típicos puestos metálicos de perritos calientes, pero además, hay decenas de puestos y camioncitos de todo tipo de comida entre la que destacan la de Próximo Oriente (falafel, kebab, pan de pita) así como los zumos y batidos naturales de decenas de frutas.

Justo enfrente de la Bolsa se encuentra el Federal Hall, antiguo ayuntamiento de la ciudad y lugar donde se reunió el primer Congreso de los Estados Unidos de América. De hecho, en ese mismo lugar fue donde George Washington tomó juramento como primer presidente del país y lanzó su primer discurso a la nación. Allí, bajo la cúpula, pudimos ver una improvisada exposición sobre el papel de la presidencia de los Estados Unidos y algunas fotos curiosas de todos los presidentes del país. En las escalinatas de este edificio neoclásico se encuentra una gigantesca estatua de Washington que mira hacia la bolsa neoyorquina, al otro extremo de la calle. Volvimos a Broadway y continuando para el sur nos topamos con el famoso toro de la Bolsa, dorado y en posición agresiva. La historia de esta escultura es curiosa. En 1989, Arturo Di Modica gastó todos sus ahorros (360.000 dólares) en esculpir e instalar esta gran estatua enfrente de la Bolsa, para mostrar el optimismo y agresividad financiera especialmente en aquellos tiempos de crisis bursátil. Fue su regalo de navidad a los habitantes de Nueva York. La presión popular hizo que se trasladara a su actual emplazamiento, en pleno Broadway. La estatua sigue siendo de Di Modica aunque el ayuntamiento le cede ese espacio para exhibirla permanentemente. El tal señor se está forrando con los derechos de la estatua, que ya aparece en decenas de libros. El dichoso toro estaba vallado y con vigilancia policial por la aglomeración de turistas. De hecho, para hacerse una foto había que guardar una fila. Obviamente no iba a perder mi tiempo esperando para fotografiarme con un toro metálico, así que le hice una foto por detrás a sus enormes huevos y continuamos la visita.

Llegamos al parque más antiguo de la ciudad, el Bowling Green, donde antes los ingleses jugaban a los bolos fijamente observados por una estatua del rey Jorge que fue destruida durante la revolución. Siguiendo para el sur se encuentra el imponente Museo de los Indios Americanos, antigua aduana de la ciudad. Continuamos avanzando y tomamos el famoso ferry a Staten Island desde el moderno muelle. Es gratuito y desde el mismo se tienen unas vistas estupendas del sur de Manhattan y de la Estatua de la Libertad. Lástima que se vea un poco lejana. Pero a la vuelta, la imagen de la estatua frente a los rascacielos de Manhattan recordará a más de uno a varias películas. Al desembarcar nos acercamos un momento al Battery Park para ver la esfera metálica que sobrevivió al hundimiento de las Torres Gemelas.

Allí fue precisamente donde nos dirigimos, a la conocida como Zona Cero. Por el momento, las obras de reconstrucción del barrio siguen viento en popa, de hecho la mayoría de torres de oficinas nuevas ya están casi terminadas y la gran torre nueva conocida como One World Trade Center (que a punto estuvo de llamarse Freedom Tower) estará lista en un año, y ya casi está totalmente acristalada. En breve se convertirá en el edificio más alto de los Estados Unidos. En los huecos donde estaban las Torres Gemelas hay ahora dos gigantescas fuentes cuadradas por las que caen unas cascadas enormes hacia un gigantesco sumidero también cuadrado. Alrededor de ambas fuentes están escritos en metal los nombres de todas las víctimas de aquel terrible 11 de septiembre, así como las del atentado con coche bomba en un parking de las torres en el año 1993. Para poder entrar al memorial, tuvimos que hacer una pequeña cola con la que tomar entradas gratuitas y otra más larga para acceder, tras pasar diferentes controles de seguridad. El museo del memorial aún no está acabado y la gran estación de metro diseñada por Calatrava tampoco. Por eso, el trasiego de hormigoneras y obreros sigue siendo constante por la zona. Además del impresionante monumento a las víctimas, algo que me sorprendió fue la comercialización de un acto terrorista. Me parece algo bochornoso y repugnante. Que los tickets se tomen en un local dedicado a vender tazas con las torres humeantes o llaveros del 9/11 es, en mi opinión, execrable.

Continuamos de nuevo por Broadway asomándonos al McDonald’s donde los ejecutivos se toman su BigMac de la semana, que tiene a un pianista tocando y todo. Atravesando las calles no podía dejar de sonreír cuando veía alguna alcantarilla humeante. Es algo tan típico de esta ciudad, y que hemos visto tantas veces, que es inevitable que llame la atención. Ya era la tarde y llegaba el momento de realizar un ritual que todo turista en esta gran ciudad debe cumplir: atravesar a pie el mítico puente de Brooklyn. Así que volvimos al punto donde salimos por la mañana.

Inaugurado en 1883, este puente colgante es una de las grandes gemas arquitectónicas de la ciudad. No en vano, muchos neoyorquinos apuestan por él como auténtico símbolo de Nueva York. El puente conecta Lower Manhattan con el bonito barrio de Brooklyn Heights. Nos encaminamos a través de su pasarela peatonal central, admirando los enormes pilones de piedra que sujetan el cableado metálico en el que están suspendidos los tableros del puente. Atravesando el East River, cumplimos con el rito de paso obligado, admirando el estupendo panorama de la ciudad.

Brooklyn Heigths y Dumbo, a los pies del puente, son unos agradables barrios de calles empedradas y casas pegadas unas a otras con escaleritas de estilo inglés y holandés. Tiene mucho encanto y sin duda es un oasis de tranquilidad en este bullicio urbano. Hasta conserva varias calles con farolas a gas, guardando el estilo antiguo general, con aquellas llamitas. Como ya estaba anocheciendo, nos pusimos en la larga fila de Grimaldi’s, una de las mejores pizzerías de la ciudad. La reciente fama que ha bendecido al local hace que neoyorquinos y forasteros esperen hasta una hora para cenar aquí, en una ordenada fila en el exterior del antiguo edificio blanco a los pies del puente. Tras la espera, manteles de cuadros rojos y blancos nos esperaban en un bonito local de ladrillos y madera. Cada mesa cuenta con una estructura metálica en la que la pizza se coloca para disfrute de los comensales. Tras leer la escueta carta, elegimos una pizza grande básica a la que añadimos salchicha italiana. Las pizzas de Nueva York son muy típicas, ya que la enorme migración italiana a la ciudad convirtió este plato en una especialidad local. La manera de prepararlo cambió, utilizando hornos de carbón en vez de leña, y haciendo las pizzas básicas de tomate triturado, círculos de queso mozzarella y albahaca. A partir de aquí, se le suelen añadir uno o dos ingredientes. Deliciosa.

Estábamos agotados. En Nueva York se camina muchísimo y las distancias son enormes. Y no sólo las piernas sufren, sino que normalmente acabaremos con ligera tortícolis de tanto mirar hacia arriba. Pero vale la pena, sin ninguna duda. Nunca te cansas de mirar a todo lado, porque todo te recuerda a algo, hemos visto Nueva York tantas veces en pantallas, revistas o carteles que se tiene la constante sensación de ya haberlo visto todo.

Para volver a Manhattan, decidimos cruzar de nuevo el puente a pie, esta vez para disfrutar de la ciudad iluminada, así como de las cientos de bombillas grandes que cuelgan de los hilos de acero que sujetan el puente. En mitad del mismo, nos encontramos a una pareja que cenaba en una elegante mesa con mantel y vajilla, y que tenían una nevera portátil gigante que se habían llevado hasta allí. Los turistas les hacían fotos, sorprendidos. Y es que en Nueva York uno puede ver cualquier cosa.

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