dimarts, 5 de maig del 2015

Malta

Llegada al archipiélago maltés.

Malta, el segundo país más pequeño de la Unión Europea, es un archipiélago compuesto de tres islas principales y varios islotes, presididas por la principal isla, que también se llama Malta. Allí aterricé con la compañía Air Malta, por cierto, bastante eficiente, con asientos muy cómodos y un aceptable servicio a bordo. Al llegar al aeropuerto tomé uno de los buses, que tardó más de una hora para recorrer los escasos 12 kilómetros a los que se encontraba mi destino: la bahía Spinola. La estrechez de la mayoría de calles y carreteras del país así como a los problemas de tráfico que sufre la isla crean contínuos atascos, impidiendo una circulación a mayor velocidad.

Ese día fue tranquilo: conocí el barrio de Saint Julian´s con sus turísticas bahías de Spinola, Balluta y Exiles, caminando por el paseo marítimo, jalonado de altos edificios de apartamentos así como de todo tipo de locales donde comer. Esa tarde nos recorrimos todo el paseo marítimo hasta el barrio de Sliema, observando la belleza del Mediterráneo, pero sufriendo el fortísimo viento de aquel final de marzo. Llegamos hasta el centro comercial The Point, donde justo al lado hay una pasarela peatonal desde la cual disfrutar de una magnífica panorama de la capital maltesa, La Valletta. De hecho, las mejores fotos de la capital se toman desde aquí.  

El paseo siguió por la bahía de Sliema donde encontramos una de las mejores pastizzerias del país: Mr. Maxims. Estos pequeños locales son recurrentes en toda Malta y allí se vende, entre otros productos, uno de los símbolos culinarios de la isla: los pastizzis de hojaldre recién hecho rellenos de ricotta o de crema de guisantes, especialmente sabrosos en este local. Y a tan sólo treinta céntimos de euro cada uno.

Sliema es la más turística e internacional de Malta junto con St. Julian´s. En estos barrios se encuentran restaurantes de cocinas de todo el mundo. De hecho, esa noche cenamos en el delicioso restaurante From Tokio to Seoul, que ofrece platos coreanos y japoneses a precios más que aceptables y que usa ingredientes de gran calidad. Allí probé también una CISK, la cerveza maltesa.

Dingli, Mdina y Mosta

El día siguiente lo dedicamos a explorar la isla de Malta en coche, empezando por los acantilados de Dingli. Aquí va mi primera recomendación: para conocer las islas bien lo mejor es alquilar un coche, ya que el transporte público en el país, aunque bueno, es bastante lento y no permite aprovechar bien los días. Aunque he de reconocer que al principio lo pasé bastante mal, ya que nunca había conducido un coche con el volante a la izquierda ni en un país en el que se conduce al revés. Las rotondas me confundían especialmente, pero por suerte mis "copilotas" fueron de gran ayuda. 

Ese día estaba el cielo nublado y el viento era aún más fuerte. Por eso, los acantilados se veían melancólicos con el Mediterráneo muy bravo al fondo. Hay allí una pequeña y sencilla capilla dedicada a Santa Maria Magdalena que sólo se usa una vez al año. La masiva presencia de edificios religiosos por todo el país es una de las cosas que primero llaman la atención al visitante. Orgullosamente católico, el archipiélago maltés cuenta con tantas iglesias como días tiene el año.

Tras el ventoso paseo al borde de los acantilados fuimos a comer a un restaurante tradicional maltés que cocina con productos que ellos mismos cultivan o cuidan en sus granjas, como las diferentes verduras, los quesos, los caracoles o el conejo. Se trata de Diar Il-Bniet, situado en la calle principal de Dingli. Pedimos todo para compartir: un medio conejo con la receta tradicional, una alcachofa rellena de atún, caracoles preparados a la manera de Dingli y una tabla de entrantes malteses que incluían quesos locales y unas salsas naturales. Todo regado con un delicioso y fresco vino blanco local. El servicio es amabilísimo y además, el restaurante cuenta con una tienda de productos tradicionales preparados o cultivados en las granjas del propio restaurante.

Para el postre nos dirigimos a la bella ciudad de Mdina, totalmente amurallada, y cuyas impresionantes puertas de entrada son dignas de una película de cabellería. En una de sus murallas se encuentra la popular casa de té Fontanella, donde se sirven deliciosos y espesos chocolates calientes especiados. Yo pedí en chocolate al aroma de naranja siciliana y estaba simplemente delicioso. Además, Fontanella ofrece una larguísima carta de tartas de todo tipo. Compartimos tres pedazos diferentes: la tres chocolates, la de zanahoria y la de galleta Maria, siendo esta última la más buena.

Tras el dulce postre nos dimos un paseo por Mdina, considerada una de las ciudades más bellas del país. Desde sus murallas se puede ver casi toda la isla. De hecho su situación estratégica en una colina fue decisiva en su elección como primera capital. Mdina significa "ciudad" en árabe. Conocida como la ciudad silenciosa, sus calles empedradas están flanqueadas de gigantescos palacios e imponentes iglesias, presididas por la catredral de San Pablo, cuyo suelo me llamó la atención al estar totalmente cubierto de losas fúnebres de los diferentes obispos que gobernaron esta diócesis, algunos de los cuales llegaron a cardenales. Por sus calles descubrimos también la capilla de Santa Úrsula, una de las primeras iglesias de la isla, que en ese momento estaba llena de pequeñas maquetas narran dola Pasión de Cristo, una tradición muy arraigada en Malta que se repite cada Semana Santa.

De allí nos fuimos a Mosta, una ciudad famosa por su gigantesca iglesia, que cuena con una de las cúpulas más grandes de la cristiandad. Personalmente es mi iglesia favorita del archipiélago. Su estructura circular es maravillosa y crea un espacio amplísimo, de gran solemnidad para las celebraciones eucarísticas. Esta iglesia se hizo famosa durante los bombardeos nazis a la isla (en aquel entonces una posesión británica). Una bomba atravesó uno de los plafones de la cúpula cayendo en mitad de una misa. Podría haber terminado en masacre pero no explotó y los malteses lo atribuyeron a un milagro. La bomba se desactivó y desde entonces se expone en el museo de la iglesia. En la cúpula es visible el plafón reconstruído que la bomba atravesó, de un color ligeramente diferente al resto. En el exterior, la imponente cúpula se esconde tras una gigantesca portada neoclásica con dos campanarios. Un elemento común a las grandes iglesias maltesas, y que la de Mosta también tiene, es que siempre cuentan con dos relojes: uno que da la hora real y otro que está deliberadamente mal ajustado para dar una hora errónea. Esto se hacía tradicionalmente para despistar al diablo y evitar que se intentara colar a las misas.

La ruta de los templos megalíticos

Mi fiel obsesión de conocer los lugares declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO me llevó al día siguiente a visitar el Hipogeum de Hal-Saflieni, en Paola, un excelente cementerio prehistórico subterráneo. Sin embargo, las entradas estaban agotadas hasta mayo. Algo frustrado, decidí continuar mi ruta hacia los tres templos megalíticos de Tarxien. Situados al aire libre, los templos tienen todos la misma estructura: recámaras circulares que van disminuyendo de tamaños conforme nos internamos y que están conectadas por estrechos pasadizos. Construídos en piedra, se cree que se dedicaban a la veneración de los muertos. Aquí son interesantes algunos de los relieves en piedra que muestran figuras de animales domésticos esculpidos con gran calidad, así como los diseños en espiral de algunos altares.

En los alrededores de los templos hay restos de piedras redondas situadas a lo largo de los caminos. Esto llevó a los arqueólogos a concluír que las grandes piedras que forman la estructura de los templos se transportaron por encima de caminos de grandes piedras redondas que limitaban la fricción y facilitaban sobremanera el traslado de las mismas.

Continué la visita dirigiéndome hacia la costa, para visitar la famosa Blue Grotto, la entrada a una caverna marina a la cual ese día no iba ninguna barca debido al fuerte oleaje. Sin embargo, el paisaje mereció la pena. Mientras disfrutaba del mar me comí un delicioso pastel de espinacas y ricotta acompañado de una famosa Kinnie, el famoso refresco maltés, elaborado con naranja "chinotto", hierbas aromáticas y especias. Tiene un sabor agridulce que recuerda al sabor del Campari, aunque sin alcohol, siendo la bebida preferida de los malteses.

Tras esta tranquila, soleada y ventosa pausa, proseguí la ruta de los templos y me dirigí hacia el sitio arqueológico más importante de todos: los templos de Hagar Qin y Mnajdra en Qrendi. Este gran complejo situado en un paraje natural protegido es sin duda el mejor de todos los del archipiélago. Si solo queréis visitar uno, este es el que se debe elegir. La visita empieza en el moderno centro de bienvenida, con una película en 3D con efectos especiales incluídos, que sirve como introducción a la historia de estos templos. La visita continua en el moderno museo donde profundizar en los detalles de la construcción y usos de estos templos. Llama la atención una maqueta que permite proyectar luz artificial a modo de sol para ver como los rayos del astro rey iluminan los interiores de los templos durante los solsticios y equinocios. Esta elaborada construcción y previsión demuestran los avanzados conocimientos matemáticos y astronómicos de la antigua civilización megalítica que habitó el archipiélago maltés.

A continuación se visita el primer gran complejo de templos de Hagar Qin, cuyas ruinas se encuentran actualmente cubiertas por una gigantesca carpa para protegerlo de las inclemencias del tiempo. Sobresale uno de los grandes megalítos usados en la construcción, de más de 20 toneladas. Los expertos aún se pregutan por las maneras en las que pudo ser transportado y elevado. También es pertubador el agujero elíptico perfectamente excavado en otra de las rocas que forman las paredes de una de las antiguas salas de templo, por el que entraba la luz del sol durante el solsticio de verano y la proyectaba en la pared. Las vistas del mar desde el templo, situado en una colina, son bellísimas.

La visita sigue por un recto camino que baja 500 metros hasta el complejo de templos de Mnajdra, también cubiertos por una gran carpa. En ellos se pueden ver puertas perfectamente talladas así como una decoración en la roca a base de miles de puntos que se dicen servían para contar el pasar del tiempo. El templo está construído encima de una plataforma artificial de roca también contruída durante el período megalítico.

Tras la belleza de los templos y del paisaje mediterráneo de Qrendi, el día acabó en el pueblo pesquero de Marxaslokk, lugar tradicional al que ir los domingos para poder comprar pescado fresco a buen precio o degustarlo en sus restaurantes especializados. Allí pude admirar las típicas barcas maltesas de colores con los dos ojos de Isis, símbolo traído por los fenicios y que aún hoy los pescadores usan para protegerse de la mala suerte. Finalmente, nos fuimos a dormir pronto porque al día siguiente teníamos excursión a la segunda isla del país: Gozo. 

La capital de los Caballeros Templarios

Tras un fantástico día en Gozo, el final de mi visita a Malta lo dediqué a su gloriosa capital: La Valletta. Accedimos a la bella ciudad amurallada por la espectacular Triq Ir-Repubblika, la calle principal, donde lo primero que uno se encuentra es el nuevo y modernísimo edificio del Parlamento maltés, que estaba a punto de inaugurarse. Continuamos por la calle, jalonada de palacios, edificios de época y grandes instituciones como los tribunales de justicia o el bellísimo palacio del Gran Maestre de la Orden de los Caballeros Templarios, ahora sede de la presidencia de la República. Al ser día festivo estaba cerrado y no pude entrar a visitar sus solemnes estancias. Me conformé con admirar su fachada exterior, donde destacan las serie unidas de balcón tradicional maltés, que consiste en una estructura de madera cerrada que sobresale del muro, pintado de diferentes colores, en este caso en color verde.

Paramos un rato a descansar en la soleada terraza del Cafe Cordina, en la plaza de la biblioteca nacional, el lugar con más solera de Malta para tomarse un té o café acompañado de algún dulces: tienen una variedad enorme. A mi me encantó el budín maltés. Antes de irnos, entramos al interior del elegante café para ver los frescos que resumen la historia del país, destacando el último, que se pintó con motivo de la entrada de Malta en la Unión Europea y muestra una alegoría de ello. 

Seguimos paseando por las bellísimas y decadentes calles, llegando hasta la Concatedral de San Juan, muy fea por fuera pero bellísima por dentro. Sin embargo, la iglesia más impresionante de la ciudad fue reconstruída hace muy poco: se trata de la basílica de Nuestra Señora del Carmen, cuya cúpula, auténtico símbolo del skyline de la ciudad, se construyó durante los años sesenta del siglo XX. Otro de los edificios que más me gustaron de la isla es el albergue de Castilla. Este edificio barroco es toda una joya arquitectónica. Antiguamente alojaba a los caballeros de la Orden de Malta provenientes de los Reinos de Castilla y Portugal. Actualmente alberga las oficinas del Primer Ministro. Su imponente y simétrica fachada refleja autoridad y poder, combinado con la serenidad que le dan sus contraventanas de madera pintadas de verde oscuro.

Y claro, si había un albergue de Castilla, tendría que haber uno de Aragón. De hecho, la Orden de Malta la fundaron ocho nacionalidades que aportaban caballeros y dinero: Castilla, Inglaterra, Auvernia, Alemania, Aragón, Francia, Italia y Provenza. Estas ocho naciones se representan en las ocho puntas de la cruz símbolo de la orden. Obviamente, no podía irme de Malta sin ver el albergue de Aragón. Finalmente, y tras mucho buscarlo, llegamos hasta la plaza de la Independencia, donde está situado. El albergue es ahora la oficina del vice primer ministro del país. El edificio es señorial pero muy sencillo y austero por fuera. En este palacete se alojaban los caballeros de la Orden de Malta provenientes de los territorios de la Corona de Aragón cuando se les destinaba a la isla. Me hacía ilusión ver el lugar en el que muchos caballeros valencianos pasaron largas temporadas defendiendo este pequeño pedazo del Mediterráneo. En esta serena y arbolada plaza, justo enfrente, está de la catedral anglicana de la ciudad, de estilo neoclásico.

La visita acabó en los jardines de Barrakka, que cuentan con las mejores vistas de todo el país: desde allí se avistan las conocidas como tres ciudades: Birgu (Vittoriosa), Cospicua (Bormla) y Senglea (Lisla), pegadas una a la otra y ocupando tres pequeñas penínsulas que se adentran en la bahía. Sus fuertes, iglesias y casas construídas en la piedra color ocre tan típica de Malta ofrecen una bellísima estampa. Si tenéis tiempo, tomad un pequeño "aquataxi" que os llevará a ellas, cruzando las aguas del puerto. Nosotros no lo teníamos, así que nos conformamos con disfrutar de las magníficas vistas y de paso tener un poco de vértigo al acercarnos a ver el altísimo ascensor con el que se baja hasta la orilla.

Fiesta en PaceVille

Malta es muy conocida también por su fiesta. Dos noches de mi semana en Malta las pasé de fiesta en PaceVille, un barrio con locales de alcohol barato y música comercial cuyo núcleo concentra muchísimas discotecas y bares que, al menos cuando yo fuí, siempre estaban llenas. El ambiente es sobretodo de adolescentes de todo el mundo más borrachos de lo que toca, aunque por supuesto también hay gente normal. Pero no esperéis sofisticación, porque no la hay. Si hay algo que no me gustó fue que los locales están a tope de humo de cigarrillos, ya que nadie respeta la prohibición de fumar en el interior de los locales.

Alrededor de PaceVille hay también una multitud de bares donde tomarse entre amigos una de las famosas tablas de chupitos a precios de risa. Eso sí, cenad fuerte antes para que no os sienten mal. Además de la oferta internacional que señalaba al principio, hay muchísimos restaurantes de comida italiana o maltesa sin pretensiones, como el famoso The Avenue, con decenas de salas y un menú para todos los gustos. Recomiendo la pizza maltesa, con salchicha tradicional, berenjena siciliana, cebolla, mozzarella y queso de Gozo. El restaurante siempre está lleno. Por algo será.

Malta es un país curioso, que sorprende nada más llegar por su extraña lengua, un dialecto del árabe escrito con alfabeto latino y muchas influencias del siciliano y del inglés. Para los turistas es un destino perfecto, no sólo por sus razonables precios sino por la combinación de lugares históricos, gastronomía y fiesta que ofrece. Perfecto para pasar, al menos, una semana. Eso sí, alquilad coche. 

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