diumenge, 30 d’octubre del 2016

Taipei

En la capital provisional de la República de China

Tenía bastantes ganas de visitar Taipei, la ciudad china democrática y capitalista más grande del planeta. La capital de la República de China (o para Beijing, mejor decir Taiwán) es una ciudad china como cualquier otra pero que se ha desarrollado en las últimas décadas bajo un sistema de derechos fundamentales y libertad de mercado. En ese sentido, es bastante diferente a otras ciudades chinas en las que he podido estar como Shanghai, Beijing, Hefei o en cierto modo Singapur. 

La historia de Taiwán es más que curiosa. Diversos pueblos europeos instalaron colonias durante el siglo XVII. De hecho, los portugueses bautizarían a la isla como Formosa. En 1661, el general chino Zheng Cheng Gong, a las órdenes de la dinastía Ming, conquistó Taiwan que pasó a convertirse en una provincia del Imperio del Medio. Y así continuó durante la dinastía Qing. En 1895, tras la primera guerra Sino-Japonesa, el Tratado de Shimonoseki cede la isla al Japón a perpetuidad, que iniciará un proceso intensivo de modernización de la isla, imponiendo el japonés como lengua única y reprimiendo cualquier movimiento nacionalista taiwanés con el ejército imperial. La derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial hizo que Taiwán volviera a ser una provincia china, esta vez bajo la administración de la República de China. El Kuomitang, partido que dominaba la república, ocupó todas las instituciones provinciales y municipales de la isla con la colaboración del Ejército de los Estados Unidos.

La guerra civil divide a la China nacionalista de la comunista

En solo dos años, la República de China llevó a la quiebra el tesoro taiwanés, desbaratando el periodo de prosperidad económica que la isla disfrutó bajo gobierno japonés. El 28 de febrero de 1947, 30,000 ciudadanos taiwaneses fueron masacrados por el Ejército chino tras las masivas protestas en las que los taiwaneses solicitaban elecciones libres y un estatuto de autonomía que les blindara de la corrupción, mal gobierno y despotismo de los funcionarios y policías continentales del Kuomitang. Tras la masacre y las sucesivas persecuciones policiales, la isla se convirtió en una base segura para el Partido Nacionalista Chino, que estaba a punto de perder la guerra civil china frente al Partido Comunista de China de Mao Ze Dong. En 1949, tras la pérdida de la guerra, Chiang Kai Chek, líder del partido, y toda la plana mayor de la República de China, además de las elites cercanas al Kuomitang, se desplazan en masa a Taiwán como refugiados. Se calcula que tres millones de chinos llegaron a la isla ese año. Con ellos se trajeron el tesoro de la Ciudad Prohibida de Beijing, así como las reservas de oro y moneda extranjera del Banco Central. Desde ese momento, la República de China se organizó en Taiwán con la esperanza de poder retornar algún día al continente y restablecer el antiguo orden republicano y eliminar el comunismo.

El Museo Nacional del Palacio

Sabiendo esta historia, decidí que la primera mañana la dedicaría al mejor museo del país: el Museo Nacional del Palacio, que alberga la mayor colección de arte y artesanía china del mundo. Unas 700,000 piezas se guardan allí, aunque sólo 15,000 están expuestas al público. Los objetos vienen de todas las provincias chinas, aunque la mayoría son de la Ciudad Prohibida de Beijing.

Como yo tengo particular aversión a los museos grandes, ya que tras un par de horas me hastían, decidí alquilar una audio-guía para aprovechar mejor la visita. El aparato tiene una opción que te lleva a través de la historia del arte chino destacando y explicando las piezas más importantes del museo. Me impresionó muchísimo una pintura de batallas de barcos-dragón, de enorme realismo, así como la vasija de bronce con inscripciones chinas en el interior, una de las piezas maestras de la colección. La estatua de coral rojo del protector de los opositores también me encantó. Los jóvenes aspirantes a unirse al cuerpo de mandarines que gobernaba el Imperio desde la Ciudad Prohibida, tenían mucha fe en esta criatura espiritual cuando se encontraban preparando los exigentes exámenes de acceso. La colección de jarrones incluye unos especiales, jarrones dentro de jarrones que encajan de forma perfecta y se ven a través de aberturas, pero que no se pueden desmontar. La obsesión china por el jade se manifiesta en las largas colas que se forman para admirar las obras de arte hechas de este material, especialmente la realista hoja de col china de jadeíta, que fue votada por los visitantes como la mejor pieza del museo. La pieza fue parte del regalo de bodas a la consorte Wen Jing, una de las mujeres del emperador Qing Guang Xu. Es sin duda de fascinante realismo, sobretodo por como el escultor aprovechó las imperfecciones de la piedra original para transformarlas en los tallos, hojas y venas de la col. Finalmente, no os perdáis las tallas en miniatura realizadas en huesos de oliva. La más impresionante es la que representa, con todo lujo de detalles, un antiguo barco chino, con sus puertas correderas, pasajeros y todo. Hay una gigantesca lupa para admirar tamaña proeza técnica.

El Museo Nacional del Palacio tuvo su sede, originalmente, en la Ciudad Prohibida de Beijing. Tras la proclamación de la República de China y la expulsión del último emperador Qing, la Ciudad Prohibida se abrio al público y se empezaron a exhibir sus colecciones en 1925. Sin embargo, la invasión japonesa hizo que 8 años despues, Chiang Kai Shek ordenara la evacuación de las piezas a Shanghai para evitar que cayeran en manos japonesas. En 1936 se movieron a Nanjing. Finalmente, tras la derrota nacionalista en 1948, el Kuomitang evacuó casi toda la colección a Taipei. En 19 se inauguró el nuevo museo que alberga la colección. Su arquitectura evoca a la fachada de la Ciudad Prohibida de Beijing con colores más claros acordes con el clima subtropical de Taipei. Estaba llenos de banderas nacionales ya que al día siguiente se celebraba el Día de la República de China.

El Grand Hotel de Taipei

Tras esta obra del gobierno del Generalísimo Chiang Kai Shek, me dirigí a admirar otra, en la que en verdad estuvo detrás su mujer, Soong Mei-ling: el Grand Hotel Taipei. Situado en una colina a orillas del río Keelung, es uno de los edificios de arquitectura clásica china más altos del mundo. El proyecto tenía como objetivo poder acoger a jefes de Estado y de gobierno y otros invitados VIP que acudieran a la República de China, confinada en Taiwán. Taipei carecía de hoteles de cinco estrellas por aquel entonces y tenía que prepararse para, durante muchos años (aún hoy lo sigue siendo) ostentar la capitalidad provisional de la República de China. Los detalles fueron cuidados al máximo. Por ejemplo, cada uno de los ocho pisos dedicados a habitaciones lleva el nombre de una dinastía china.

El lobby es impresionante, sin duda una de las entradas más suntuosas que he visto nunca en un hotel. De hecho, en 1968 la revista Fortune lo puso entre los diez mejores hoteles del mundo. Tomé el ascensor hasta el último piso, donde se encuentra el bellísimo salón de gala, con una gigantesca lámpara con forma de dragón en el centro. Las vistas de la ciudad son impresionantes, aunque algo deslucidas aquel domingo lluvioso. El nuevo rascacielos Taipei 101 apenas se veía tapado por densas nubes grises. El hotel ha recibido a lo largo de su historia a parte de las personas más influyentes de las pasadas décadas y fue, sin duda, uno de los grandes emblemas de la ciudad hasta la apertura de los nuevos y más sofisticados hoteles de lujo que hoy se encuentran en Taipei.

El barrio de los templos

Tras el hotel tomé el metro para pasear y visitar dos de los templos más famosos de la ciudad, que se encuentran a un corto paseo de la parada de Yuanshan. Por un lado, el magnífico templo de Bao An, sobrecargado de elementos decorativos y de un colorido espectacular. Sus tejados contienen pequeñas estatuas tanto humanas como de animales, siendo todos coronados por preciosas y detalladas figuras de dragones. Este templo se realizó por inmigrantes chinos de la provincia de Fujian, en 1760 en honor al dios Baosheng Dadi o Santo Wu, reverenciado por sus aptitudes médicas. También hay unas salas dedicadas a Shengnong, dios de la agricultura. Su decoración recargada, el fuerte olor a incienso y la piedad de los visitantes hacen de la visita algo místico.

Al lado se encuentra el menos serio, en mi opinión, templo de Confucio. Lo primero que me chocó fueron los muñequitos de Confucio en diferentes poses, tipo comic, en la entrada. Es cierto que la zona central del templo tiene cierta solemnidad, máximo cuando entré, que había un grupo de devotos tocando instrumentos tradicionales chinos dando vueltas alrededor de la sala principal. Sin embargo, el resto de estancias parecen más un museo, en donde se explican la importancia de cada una de las seis disciplinas de la educación confuciana: la ritual, la música, el tiro con arco, la conducción de carros, la caligrafía y el cálculo. Las explicaciones se acompañaban con material de alta tecnología que incluía proyección de imáges e incluso videojuegos. De hecho, me pasé un rato jugando en un simulador de conducción de carros algo complicado que al final logré manejar. En cualquier caso, la visita fue muy ilustrativa para ampliar mis conocimientos sobre una persona fundamental para entender la filosofía y forma de ser de la sociedad china. Confucio nació en el seno de una familia noble, pero la muerte de su padre cuando tenía tres años le dejó en la pobreza. Aún así, pudo recibir una buena educación. Con esfuerzo, logró ser gestor de un granero y un rebaño. En sus ratos libres aprendió los ritos que seguía la nobleza. Leía todos los libros que encontraba en las oficinas gubernamentales en su determinación por ampliar sus conocimientos y su saber estar. Su filosofía era que cualquier persona a su alrededor era un maestro para él. De todo el mundo podía copiar las cosas buenas que realizaba y desechar las malas. Al mismo tiempo, fue elaborando su filosofía e ideas acerca de la educación o el buen gobierno. Cuando cumplió los 30 años, empezó a difundir sus enseñanzas, ganándose el respeto de muchos altos oficiales de la administración que gobernaba sus tierras. Su filosofía de respeto a la jerarquía, veneración a los mayores y la lealtad, entre otros principios, siguen siendo hoy fundamentales para entender cualquier sociedad china.

El mausoleo de Chiang Kai Sheck

El día siguiente, Fiesta Nacional de la República de China, amaneció gris y lluvioso. Las calles alrededor de mi hotel estaban cortadas al tráfico por el desfile militar. Policías, soldados, y trajeados con pinganillos abarrotaban cada esquina mientras coches negros con los cristales tintados iban y venían. Decidí visitar el impresionante memorial de Chiang Kai Sheck. Para llegar al monumento, fui paseando por los bulevares donde se encuentran los ministerios y edificios de la presidencia de la República, hasta llegar a la bella puerta de la Gran Centralidad y la Honradez Perfecta, que da paso a una enorme plaza con los bellos edificios de la Biblioteca Nacional y el Teatro Nacional a ambos lados, de arquitectura tradicional china y que recuerdan a los pabellones de la Ciudad Prohibida de Beijing. Al final de la plaza se encuentran este gran memorial, un mausoleo cuadrado altísimo en lo alto de unas escalinatas coronado por un techo tradicional chino de forma octogonal y tejas azul oscuro. No es casualidad que el número 8 es asociado en Asia a la abundacia y la buena fortuna. Los dos juegos de escaleras blancas que llevan a la entrada cuentan con 89 escalones: uno por cada año de vida del fundador de la República de China. La gran figura sentada de bronce, sonriente, representa a Chiang Kai Sheck y preside el principal salón del memorial con las palabras en chino Ética, Democracia y Ciencia grabadas. En la cúpula superior, el gran símbolo del Kuomitang. partido que fundó, preside el salón mientras que dos grandes banderas de la República de China flanquean las estatua.

Durante las horas de apertura al público, miembros de las fuerzas armadas custodian la estatua rígidos y en silencio con ceremoniosos cambios de guardia a cada hora. En los pisos inferiores hay varias exposiciones que explican la vida y políticas de Chiang Kai Sheck y la defensa a nivel internacional que hizo de la República China frente al comunismo de la República Popular de China. Es curioso pensar que su retrato estuvo colgado en la Ciudad Prohibida de Beijing en donde ahora hay un cuadro gigantesco de Mao. En cualquier caso, es cierto que su gobierno tuvo muchos aciertos y que Taiwan despegó económicamente durante los años 60. Pero tampoco se pueden olvidar los más de 140,000 muertes que su régimen asesinó durante su mandato, periodo conocido como el "Terror Blanco", cuando se asesinó, encarceló y torturó a cualquiera que representara una amenaza contra el Kuomitang.

El nuevo Taipei

Tras tanta historia y propaganda mezcladas me dirigí en el moderno metro de Taipei a visitar el altísimos rascacielos Taipei 101, de 101 pisos de altura y uno de los edificios más altos del mundo. Como hacía muy mal tiempo y estaba nublado decidí no subir. Eso sí, en el centro comercial que hay en los pisos inferiores almorcé en el delicioso Din Tai Fung, una sucursal de la famosa cadena taiwanesa de restaurantes de dumplings. Tras esperar 40 minutos a que me dieran mesa con su sistema electrónico, disfruté de tres tipos de estas deliciosidades al vapor con la salsa y cebollino que te dan para mojarlos. No pude resistirme a probar los de postre rellenos de chocolate y pasta de alubias rojas.

Tras un último paseo por las calles de Taipei, me dirigí a pasear por uno de las decenas de mercados nocturnos de la ciudad: el Ningxia, donde observé los diferentes puestos de comida callejera, decantandome por un calamar a la brasa, un zumo de lima recién exprimido y unos panecillos al horno con cebolleta en la masa. Una pesa que volviera a lloviznar y llevara maletas porque me hubiera gustado probar alguna cosa más de las que ofrecian los puestos.

Taipei es una ciudad china mucho más ordenada que Beijing o Shanghai, pero en ningún caso le gana a Singapur, que sin duda es la mejor ciudad china en términos de calidad de vida y orden que he visitado. Me falta experimentar Hong Kong, la gran urbe de cultura china que aún no he visitado. Lo que si me gustó de Taipei es ver como democracia, libertad de expresión y un capitalismo social son compatibles con la civilización china, lejos del autoritarismo de Singapur o de la dictadura del Partido Comunista en la República Popular de China. Las libertades se expanden en Taiwán y la protección de los derechos de las minorías mejoran cada vez más. Taipei es además una ciudad muy amigable, con precios normales y muchas cosas que hacer y descubrir. Espero volver para poder descubrir el resto del país pronto.

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