divendres, 23 de desembre del 2016

Freetown

Sierra Leona no es un país al que uno vaya por turismo. Al menos no en este momento. Hace menos de un año que se declaró al país totalmente libre de ébola y eso asusta a mucha gente. Sin embargo, por motivos laborales, pasé un mes y medio en el país de la costa oeste africana. Eso sí, no salí de la península de Freetown, que ya de por sí es un territorio muy grande y de lejos la parte más desarrollada del país. A pesar de su fama, Sierra Leona es probablemente uno de los destinos más seguros en África, como república democrática y pacífica, con altos niveles de libertad de expresión. De mayoría musulmana, la coexistencia religiosa con la minoría cristiana es ejemplar, con habituales matrimonios mixtos y rezos de diferentes cultos en todo evento público. Yo mismo fui por primera vez al rezo de los viernes en una mezquita de Freetown. 

Sierra Leona es uno de los países más calurosos y húmedos del planeta, con lo que la sensación de agobio es bastante insoportable en general excepto desde mitad de noviembre hasta mitad de enero. Estos son los mejores meses para visitar el país, secos y con temperaturas no tan altas, que es cuando tuve la suerte de ir. La llegada es a través del aeropuerto internacional de Lungi, situado justo al lado opuesto del puerto natural de Freetown. Para llegar a la ciudad hace falta atravesar la bahía con una lancha rápida cubierta, lo cual incrementa la sensación de aventura cuando se llega al país. El puerto para tomar la lancha es un pequeño muelle de madera en mitad de una bellísima playa tropical con palmeras mecidas por el viento. En el momento en que íbamos a tomar el barco estaba saliendo el sol. 

Hay varias cosas que visitar en la península de Freetown. En el número uno están las playas, probablemente de las mejores de África occidental. Mi favorita es la de Bureh, muy conocida por los aficionados al surf, ya que las olas son de las más sencillas para practicar este deporte. De hecho, allí hay una rústica escuela de surf donde poder alquilar tablas y contratar lecciones con profesores locales a precios muy asequibles. Fue la primera vez que hice surf. Al final de una larga tarde de apredizaje fui capaz de ponerme de pie en la tabla tres veces, minutos antes de que se empezara a poner el sol. Además del surf, la playa de por sí es bastante limpia, y su panorama montañoso bellísimo. Al amanecer, cientos de garzas blancas se posaban en diferentes franjas de arena, levantando el vuelo todas a la vez y creando un espectáculo digno de cualquier reportaje de National Geographic.

Siguiendo con playas, también me encantó River Number Two, una playa de aguas limpias, palmeras y montañas muy cercanas aunque demasiado concurrida a mi gusto los fines de semana, en especial por familias de libaneses, la comunidad extranjera más grande del país. Aquí se puede comer langosta recién pescada a la parrilla por un buen precio sentado en la playa. Para pasear, Lumley beach, en Freetown, recuerda salvando las distancias, a Copacabana, obviamente sin los grandes edificios. El atardecer es especialmente impresionante en este paseo marítimo. El único problema es que la playa no está especialmente limpia y las botellas y bolsas de plástico abundan. El gobierno está iniciando un plan de limpieza bastante estricto.

Freetown no es una capital bonita. Poco iluminada de noche y con gigantescos atascos durante el día, la capital de Sierra Leona cuenta con pocos puntos propiamente bonitos. Las calles de la ciudad suelen estar abarrotadas de mujeres vestidas con alegres colores cargando todo tipo de mercancías es sus cabezas. El símbolo de la ciudad es el famoso árbol de algodón, una Ceiba Pentandra de más de 500 años del tamaño de un edificio de cuatro plantas. A sus pies se fundó la ciudad en 1792 cuando un grupo de antiguos esclavos afroamericanos fueron liberados en estas tierras por los británicos, en agradecimiento a su lucha a favor de la Corona británica contra los independentistas estadounidenses. Alrededor de este árbol, que ya era enorme por aquel entonces, los antiguos esclavos cantaron, bailaron y rezaron en acción de gracias por su libertad. Justo al lado se encuentra el palacio de justicia, un edificio de estilo neoclásico colonial de colores blanco y amarillo. Al anochecer, miles de murciélagos dejan el árbol en masa, volando hacia las colinas cercanas.

Al lado del Palacio de Justicia se encuentra el Museo Nacional de Sierra Leona, pequeño pero con algunas piezas interesantes. Allí hay trajes usados por las diferentes etnias en sus ceremonias: desde el traje que usan las mujeres mayores en las ceremonias de entrada de las niñas a las sociedades secretas (donde se les extirpará el clítoris) hasta otras para alejar a los espíritus malignos, como la Matorma que usan la etnia Limba, ahora incluso usada en manifestaciones contra la corrupción. Las piezas del museo también incluyen máscaras, herramientas de cultivo y guerra además de antigüedades de la época colonial.

Finalmente, es bonito también dar una vuelta en coche por Tower Hill, una colina donde se agrupan varias de las casas de madera del siglo XIX que construyeron los Krio, la tribu a la que pertenece la mayoría de la élite del país, caracterizadas por sus escaleras exteriores techadas. Las vistas de la ciudad desde aquí son especialmente bellas.

Una de las excursiones obligadas es acercarse a Regent y ver algunas de las casas Krio que aún quedan en pie, así como la antigua comisaría de policía, en uno de sus cruces. Pero lo mejor de esta ciudad es el santuario de chimpancés de Tacugama, hogar de cerca de 100 chimpancés rescatados o confiscados a los que se les prepara para una futura liberación. Los que se encuentran en el estadio más avanzado del entrenamiento y re-adaptación viven en estado de semi-libertad, en gigantescas áreas selváticas valladas. A estos solo se les da de comer al mediodía, para que el resto del tiempo se esfuercen en buscar su sustento en las plantas y animales salvajes, con el fin de prepararlos para una liberación total. Es muy interesante ver a estos animales de cerca y atender a las explicaciones de los guías acerca de las relaciones sociales y protocolo de los chimpancés. Verlos tan de cerca impacta por lo sorprendentemente similares a los humanos que son. Los menos preparados para volver a la libertad, bien porque nacieron en cautividad o bien porque sufrieron maltratos, se encuentran en espacios algo más acotados donde tienen juguetes e instalaciones para divertirse. En una de las grandes áreas valladas un par de chimpancés jóvenes saltaban de un pilar a otro de forma impresionante. En Sierra Leona aún existe el grave problema de la caza furtiva, los occidentales que compran bebés chimpancé como mascota o incluso determinadas tribus que los cazan para comerse su carne. Este centro se esfuerza en poder proteger a los que hay en libertad y en tratar de reinsertar a los que han sufrido la cautividad. El territorio de Sierra Leona acoge una de las mayores poblaciones de chimpancés del mundo, un animal en alto riesgo de extinción.

Al sur de la península se encuentran las islas Banana, que a pesar de estar relativamente cerca (tres horas en coche más media hora en lancha) nos dará la sensación de estar alejadísimos de la civilización. Ocupadas primero por los portugueses y luego por los británicos, estas islas se usaron para combatir la creciente piratería de la región. Actualmente es habitada por un pequeño grupo de Krios que se mudaron aquí justo después de la independencia. Dublín, en el norte de la isla más grande, conserva aún algunas de las farolas que iluminaban sus calles en el siglo XVIII, todas rotas. Las calles de hecho están cubiertas de hierba y la mayoría de edificios están en ruinas, excepto algunas casas coloniales de madera, unos cañones y un par de iglesias. Llama la atención una campana de varios siglos de antigüedad que se trajo de Inglaterra y que ahora mismo están colgada de un árbol por haberse derrumbado el campanario de la iglesia de San Lucas. Nosotros nos quedamos a dormir en Dalton´s Banana Guest House que está al lado de la playa más bonita de las islas, aunque esté algo sucia con demasiadas botellas y bolsas de plástico. Las cabañas de cemento son simples en exceso, sin ningún tipo de comodidad, y los baños solo son aceptables para una noche. Sin embargo, la comida que sirven, aunque simple, está deliciosa, especialmente el pescado fresco ahumado por ellos mismos, que es exquisito. Lo mejor de este lugar es la gran terraza de madera cubierta con vistas al mar, perfecta para relajarse entre sus gigantes almohadones y leer o jugar a las cartas acariciados por la brisa marina mientras el sonido de las olas nos relaja combinado con el susurrar de las palmeras.

Para probar la gastronomía local, tres lugares son buenos: el primero es Jam Lodge, en Motor Main road, un hotel. Son extremadamente lentos en la cocina ya que todos los platos son caseros, por lo que armaos de paciencia (al menos una hora) desde que pedís hasta que os llegue a la mesa. Allí comeréis como si os hubiera invitado una familia local. Especialmente delicioso hacen el groundnut stew, uno de los platos estrella del país, un guiso que puede  o no llevar pollo y se hace a base de una salsa picante de cacahuetes. El segundo local es Balmaya Arts Restaurant, un agradable restaurante, además de una galería de arte del África Occidental, cerca de Congo Cross, que sirve agua de coco fría (dentro del coco) y una selección de platos locales. Por ejemplo, el arroz jollof, que lleva carne de res, de pollo, trozos de pescado, gambas y varias verduras en una sazón picante. La salsa de okra también es muy tradicional así como los guisos picantes con hojas de cassava. El plátano maduro guisado y frito también es habitual. Finalmente, The Deck by Radisson Blu sirve una combinación de platos tradicionales, como su abundante arroz jollof o su jugoso pollo peri-peri así como platos fusión como la lasagna de hojas de cassava picantes buenísima junto con una selección de platos italianos. Además de estos restaurantes, la mayoría de mejores lugares para comer en la ciudad son libaneses como The Hub (que también sirve un excelente sushi), Crown Xpress o Basha Bakery. Finalmente, un postre curioso es el helado casero de groundnut (cacahuete) que preparan en el Radisson Blu. Finalmente, la comunidad china creciente, sobretodo de expatriados, ha hecho que surjan restaurantes chinos especialmente al final de Lumley Beach, aunque el mejor de todos sea en que se encuentra en el interior de Hotel Bintumani, que sigue siendo el hotel más grande del país.

Para comprar souvenirs lo mejor es ir al mercado a dos calles abajo del Ministerio de Finanzas. Yo tuve la suerte que en nuestro hotel se celebró un festival de cultura de Sierra Leona que incluía varias casetas con productos típicos a la venta. Las telas de algodón de vivos colores son de lo más populares aunque las máscaras rituales, muchas veces utilizadas en las ceremonias para acceder a diferentes grupos secretos son preciosas, especialmente las de los Tenme. Sierra Leona es uno de los pocos países africanos en los que también las mujeres utilizan máscaras durante algunas ceremonias sagradas.

Sierra Leona es un país al que le quedan un par de años para recibir turismo. Pero los que tengáis la oportunidad de visitarlo, tratad de tomaros algún día libre para disfrutar de este país tan auténtico,  de sus impresionantes playas, de sus amables gentes, de su naturaleza y de la sensación de estar en un país limpio de las masas de visitantes que ya abarrotan gran parte del planeta.

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