dimecres, 19 de juliol del 2017

Annecy

Annecy es una apacible ciudad de provincias francesa en mitad de los Alpes, a los bordes de un lago cristalino, muy concurrida por familias de todo el mundo, jubilados o jóvenes amantes de la montaña. Llegué a través del aeropuerto de Ginebra, ya que frecuentes buses lo conectan con la ciudad en algo más de una hora.

La ciudad nunca fue capital de nada, y eso se nota en su pequeño tamaño y en la escasa monumentalidad de sus edificios. Aún así, guarda un gran encanto. Annecy es una ciudad de Saboya, que fue la última región que se incorporó a la república francesa en 1860, cuando Napoleón III la obtuvo como recompensa por la ayuda a los nacionalistas italianos a expulsar a los austriacos de los que iba a nacer como el reino de Italia.

Lo mejor para entender Annecy es dirigirse a la estupenda oficina de turismo que hay en Bonlieu, un moderno edificio de cemento y cristal construido en los años 80. Allí ofrecen información de todo tipo y vende tiquetes para diferentes actividades y espectáculos.  Recomiendo hacer la visita guiada a la ciudad que incluye entradas al Palais de l´Ile y al castillo todo por 6,50. Mi amable guía era originalmente de la ciudad por lo que la conocía de arriba a abajo. Empezamos la visita por el Paquier, que es una gran extensión de hierba frente al lago donde los actuales ciudadanos se relajan pero donde antes pastaban las vacas y colgaban a los reos.

Caminamos por el apacible muelle de Eustache pasando por el imponente ayuntamiento para meternos en la plaza de San Mauricio y continuar hasta la de San Francisco de Sales, donde se encuentra la iglesia homónima, también llamada de los italianos, donde aún se da misa en italiano cada semana. San Francisco de Sales es sin duda la personalidad más importante de la ciudad, ya que vivió largo tiempo aquí como obispo de Ginebra, justo cuando el calvinismo tomó la ciudad suiza. De hecho, Annecy fue una de las puntas de lanza de la primera Contrarreforma.

La visita seguía por el canal central al Palais de l´Ile, uno de los grandes símbolos de Annecy que fue su cárcel principal tanto durante la antigüedad hasta fechas tan recientes como la ocupación nazi y el régimen de Vichy. En mitad de lo que parece el gran canal central de la ciudad (que en realidad es un río natura, el Thiou) en una isla fortificada, la construcciónestá casi lista tras su restauración para ser reabierta por lo que no pude visitarla por dentro. Seguimos paseando por las callejuelas, muchas a los bordes de diferentes canales y con flores de todos los colores que decoraban rejas y balcones hasta llegar a una de las antiguas entradas de la ciudad, que estaba amurallada en el origen. La puerta de Santa Clara conserva un gran encanto, sobretodo por los relojes en ambos lados. Tomamos las estrechas y empinadas callejuelas que llevan hasta el castillo de Annecy, una estructura de defensa militar donde vivieron en origen los condes de Ginebra pero que luego fue residencia de miembros  secundarios de la casa real de Saboya. A pesar de su sobriedad el castillo guarda una gran belleza serena y dispone de unas vistas maravillosas del lago desde su parque. Dentro hay diversas salas de exposiciones de las que pude disfrutar, que también permiten visitar la antigua estructura del castillo. La exposición permanente muestra acuarios de la fauna y flora del lago, así como dioramas, cuadros y maquetas que explican la estructura geográfica, geológica y sociocultural del lago de Annecy.

En el resto del castillo, las salas, habitaciones y salones estaban ocupadas por una exposición dedicada al mundo del cine de animación de China. En Annecy cada año se celebra el Festival de Cine de Animación y este año China era el país invitado. La exposición contaba con performances, bocetos, maquetas de personajes, películas animadas, esculturas y cuadros de los mejores animadores chinos de todas las épocas. Una pasada de exposición.

Bajamos del castillo de nuevo hacia la calle mayor de la ciudad antigua, la de Santa Clara, donde entre todas las casas de estilo medieval destaca una mansión renacentista, construida a lo largo (y no a lo alto) siguiendo la moda italiana con grandes ventanales, en la que actualmente se encuentra una tienda de los caros muebles Roche Bobois. En esta lujosa mansión de un antiguo comerciante se alojaron las grandes personalidades de la ciudad, donde además fundaron un círculo de amigos de las artes y las ciencias, como el propio San Francisco de Sales.

La visita guiada acabó de vuelta a la modesta iglesia de San Mauricio. Esta modesta iglesia dominica fue financiada en origen por un importante cardenal que sin embargo murió sin acabarla. Los techos los pagó otro gran comerciante mientras que las capillas fueron sufragadas por algunos de los antiguos gremios de la ciudad, donde aprovechaban para reunirse. El elemento más destacable del templo es el fresco que marca el lugar donde fue enterrado Philibert de Monthoux, consejero de los Duques de Saboya y Borgoña. La tumba, en vez de ser esculpida, está realizada en un fresco, lo cual la dota de originalidad, y cuenta con una técnica de trampantojo que le otorga sensación de profundidad. Siguiendo las corrientes del siglo XV, marcado por la peste, la pintura presenta a la muerte sin disfraz, con el objetivo de recordar que ricos y pobres acabarán igual. La iglesia, como todas las de Annecy, está atravesada por un pequeño canal de agua subterráneo que permitía a los religiosos contar con agua corriente y poder pescar peces para las comidas. Esta iglesia originariamente formaba parte de un gran convento dominico que se instaló en la ciudad para alzar los ánimos de una población extremadamente pesimista tras la brutal crisis de la peste. Actualmente el espacio que ocupaba el antiguo convento es el elegante barrio art decó de los años 30, donde se encuentra la famosa confitería "Les Roseaux du Lac" donde venden los caros pero deliciosos "roseaux" unas barritas de chocolate de gran calidad rellenas de licores y café muy típicas de Annecy. Justo enfrente está la boulangerie "Rouge" donde comprar algunos de los bollos más tradicionales de la ciudad, y que me encantaron, como el "gateau de Savoie", que es un bizcocho muy suave o el brioche praliné, con un praliné casero y coloreado en rojo que se mete en la masa del brioche y se hornea a la vez. Los colores rojo y blanco recuerdan a los de la bandera de Saboya y el sabor de la masa me recordó al de la mona de Pascua valenciana.

Los martes por la mañana se instala un gran mercado en el centro de la ciudad, empezando por la plaza Santa Clara, donde bajan numerosos granjeros y campesinos de las montañas aledañas para vender desde huevos orgánicos a los quesos más tradicionales, carnes y fiambres de gran calidad, peces pescados en el lago, verduras y frutas de la región y especialidades como pasteles y panes. Respecto a los quesos, los dos locales son el "Tome des Bauges" y el famoso Reblonchon, ambos hechos con la leche de las vacas que pastan en las montañas locales y de los que me hinché durante mi corta estancia. La amabilidad de vendedores y compradores mezclada con los colores y deliciosos olores hicieron de mi compra del martes una experiencia inigualable.

Aquel día comí en Le Ramoneur Savoyard, un restaurante que lleva regentado por la familia Chevallay desde 1923 con una carta que ofrece varias especialidades de la región. Opté por el primer menú, el de la ciudad, donde elegí la rica ensalada savoyarde a como entrante. Como plato principal elegí los diots al vino tinto que son como unas longanizas caseras que están buenas pero tienen un sabor fuerte, quizá me hubiera gustado algo más vegetariano. La polenta con queso derretido que lo acompañaba estaba muy bien y recuerda la fuerte influencia italiana que aún tiene la Saboya. Finalmente, de postre pedí una tarta de melocotones locales. Acabé lleno y aunque el precio es algo elevado las raciones son generosas.

El último día en Annecy lo dediqué a conocer su bello lago. Opté por la Compagnie des bateaux du Lac d´Annecy, que ofrece un barco que hace el tour del lago parando en ciertos pueblecitos costeros y que permite bajarse y volver a subir una sola vez. El barco se toma en el muelle de Napoleón III y durante la travesía el conductor iba explicando los paisajes, la historia del lugar o las diversas formaciones geológicas que aparecían. Hice mi parada en Talloires, una bonita aldea de aires alpinos desde la cual parte un autobús gratuito al Col de la Forclaz, un mirador de montaña desde el que algunos se lanzan en parapente y otros como yo disfrutamos de la espectacular panorámica del lago. Recomiendo ir temprano y mirar bien los horarios ya que las frecuencias del autobús son malas y corréis el riesgo de quedaros tirados.

Tras las vistas volví a bajar y tomé el siguiente barco para disfrutar de los bellos paisajes lacustres, con sus aguas turquesa y los frondosos bosques de alrededor, así como el elegante chateau de Duignt, en una pequeña península, una mansión privada que domina la entrada a la parte menor del lago con gran elegancia. Deportistas practicaban por todo el lago desde wind-surf a kayak pasando por todos los deportes acuáticos. Decenas de parapentistas cubrían los cielos con sus alas de todos los colores.

Lo mejor de Annecy es su tranquilidad y paz, el escaso ruido de coches y que desde cada calle se ven las inmensas montañas que rodean la ciudad. Como dijo Paul Cézanne, Annecy es un excelente vestigio de los tiempos pasados. Pero a la vez, la ciudad está muy bien conectada por su estación con tren de alta velocidad y con un centro comercial en el mismo centro, la ciudad cuenta con todo lo que uno pueda necesitar pero sin el estrés de una gran ciudad. Me dejo por visitar el Imperial Casino, donde suelen reunirse los grupos locales del Front Nacional, así como la catedral de San Pedro por dentro, que me la dejo para una mejor ocasión.

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