dilluns, 18 d’octubre del 2021

Mónaco

Un micropaís en plena Costa Azul

Mónaco es el segundo país más pequeño del mundo tras Ciudad del Vaticano. De hecho, tiene menos kilómetros cuadrados que Central Park. Este principado en mitad de la Costa Azul francesa se convirtió en uno de los puntos de atracción de millonarios del mundo. Para mantenerlos seguros, Mónaco cuenta con amplia presencia policial (muchos de paisano) y un sofisticado sistema de cámaras de vigilancia. Debido a este poco espacio y unido a la altísima demanda, se han ido construyendo rascacielos a lo largo de las faldas de las montañas que rodean el país. Y cada vez más altos, porque el metro cuadrado está por las nubes (unos 45,000 euros, por lo que un estudio de 25 m2 cuesta algo más de un millón de euros). Asimismo, las empinadas escaleras para ir de una calle a otra son frecuentes. Eso sí, el gobierno del principado ha construido numerosos ascensores públicos así como escaleras automáticas para ahorrar parte de estas subidas y bajadas, así como corredores excavados y recubiertos de mármol muy agradables frente al calor del mediodía.

Mónaco es tan pequeño que se puede visitar lo más importante en menos de un día. Pero también tiene suficientes atractivos para quedarse unos días más e incluso hacer excursiones desde aquí a las playas cercanas o a pueblecitos con encanto como Èze. 

Las partes más interesantes para visitar desde el punto de vista turístico son el "Rocher", o Monaco Ville, que es el casco antiguo del país, así como la glamurosa ciudad de Monte-Carlo y su anexa zona de la playa de Larvotto.

Los Grimaldi

Desde que un miembro de los Grimaldi se colara en la fortaleza monegasca disfrazado de monje a finales del siglo XIII y la conquistara, esta familia ha gobernado este territorio casi ininterrumpidamente hasta hoy, excepto durante la revolución francesa. Actualmente se encuentra en el trono Alberto II, famoso por sus dos hijos extramatrimoniales reconocidos. Hijo de Rainiero III y Grace Kelly, Alberto, su mujer, sus hijos y sus hermanas son frecuentes en la prensa rosa por unas cosas u otras. En cada tienda y oficina del país podréis ver su retrato o el de la familia real al completo.

Siendo la familia Grimaldi originaria de Génova, aún hoy en el país se mantiene al monegasco (dialecto del ligur), cuyo estudio en las escuelas es obligatorio, además de usarse para rotular. Sin embargo, el idioma oficial del país es el francés.

Empezamos por tanto por Monaco Ville, no muy lejos de la estación del tren de los ferrocarriles franceses por la que llegan la mayoría de turistas al país. Podéis subir andando hasta la plaza del Palacio, tras atravesar algunos restos de las antiguas murallas, y admirar el pequeño Palais du Prince, cuyos aposentos oficiales normalmente se puede visitar. Sin embargo, debido al COVID-19 se encuentran cerrados hasta enero de 2022. Lo que sí que está abierto es la colección de coches del Príncipe Alberto, por si os gusta el mundo del automóvil. También podréis ver el cambio de guardia a las 11.50 de la mañana, aunque tampoco esperéis gran cosa. Como era verano, llevaban su uniforme blanco. Pero vaya, el cambio de guardia de la plaza ateniense de Syntagma le da mil vueltas. 

Unas calles más allá está la catedral neobizantina, con poco interés arquitectónico pero muy visitada por la tumba de Grace Kelly (o como la llaman aquí, Princesa Gracia), siempre llena de ramos de flores y centros. Los domingos, a las diez de la mañana, se celebra la misa mayor con cantos del coro infantil y juvenil. Pero es el Museo Oeanográfico, el edificio más bonito del principado (en mi opinión). Se trata de un espectacular palacio neoclásico de 1910 en cuyo interior acoge una de las mejores colecciones de acuarios del mundo. De hecho, en 1985 logró ser la primera institución que logró tener corales vivos en acuarios. Vale la pena también subir hasta la terraza superior, no sólo para saludar a las enormes tortugas (yo me las encontré apareándose, haciendo gemidos extraños) sino por las impresionantes vistas del país.

Callejead también por el centro y disfrutad de los jardines y sus acantilados. Comed alguna cosa típica de las panaderías del centro, como unos barbagiuan (una masa crujiente y frita rellena de acelgas y ricotta), el galapian (un dulce de cerezas y almendras), una pissaladière monegasque (una especie de coca de cebollas y tomates con anchoas y olivas negras) o un pan bagnat, o sándwich tradicional monegasco de aceite de oliva, jugo de tomate, hinojo y anchoas que se disuelven y se empapan en el pan fresco y crujiente en el transcurso de veinticuatro horas. Luego podéis ir bajando por la avenue de la Porte Neueve para admirar las vistas de los rascacielos y los megayates amarrados en el Port Hercule.

Monte-Carlo

Pero es Monte-Carlo el lugar más famoso del país. Esta pequeña población nació en 1866, por orden del Príncipe Carlos III, para sacar a su principado de la quiebra. Quería reinstalar el viejo casino de La Condamine en un majestuoso nuevo edificio que encargó a uno de los arquitectos más reputados de aquel momento, Charles Garnier (que también diseñó la ópera de París). Un busto de Carlos III sigue presidiendo el gran bulevar ajardinado que nos conduce al casino, donde para entrar hay que vestir más o menos decentemente. Sus suntuosos interiores acogen desde sufridas máquinas tragaperras hasta elegantes mesas de ruletas, póker, black-jack o bacarrá. 

De hecho, la place du Casino sigue siendo el corazón de Monte-Carlo, junto con sus jardines, donde se concentran los principales iconos, además del Casino de 1878, el Hotel de París y, enfrente, el mítico Café de París, donde no debéis dejar de probar un crêpe Suzette, postre inventado aquí para el Príncipe de Gales cuando frecuentaba el lugar. Recomiendo también salir un día de fiesta por el anexo Buddha Bar, situado en un palace frente a la famosa curva por donde pasa el Gran Prix de Fórmula 1, para ver a su curiosa fauna, y disfrutar de su música, iluminación y excelentes cócteles. En esa curva también se encuentra el Fairmont, otro hotel de lujo pero de diseño más contemporáneo que el hotel de París o el Hermitage. Os recomiendo pasear por el camino de las esculturas, entre el casino y el mar, para ver algunas estatuas de los escultores contemporáneos, como Botero o Valdés.

La arquitectura de Monte-Carlo combina señoriales edificios que recuerdan a los arronsidements parisinos más exclusivos junto con rascacielos garrulos de sesenteros y otros más contemporáneos de formas redondas y colores blancos. Aquí se concentran también las boutiques de lujo. Debido a la falta de espacio, se están rellenado decenas de metros cuadrados de mar con cemento y arena para poder construir un nuevo barrio residencia y comercial frente al Grimaldi Forum, o recinto ferial, muy bien aprovechado con sus varios pisos que permiten acoger importantes congresos internacionales. Monte-Carlo también cuenta con un relajante jardín japonés, regalo de la familia imperial. Enfrente se encuentra Villa Sauber, una de los pocos palacetes de la belle èpoque que siguen en pie en la ciudad, fundamentalmente debido a que ahora son de propiedad del país y acoge una sección del Museo Nacional de Mónaco. La bella fachada y agradables jardines justifican una visita, así como las interesantes exposiciones interiores que alberga. Cuando fuimos nosotros había una dedicada al mundo del cómic bastante buena.

La noche del viernes fuimos de fiesta al mítico Jimmy´z, el club nocturno más glamuroso del principado, frecuentado por gente adinerada vestida a la última. Abierto en la década de los años 70, el club es una parte del exclusivo complejo Montecarlo Sporting Club, en cuyo parking se apiñan Ferraris, Lamborghinis y Rolls Royce último modelo.

El club cuenta siempre con DJs excelentes que saben combinar todo tipo de música para mantener entretenido al público. Cuenta con varias pasarelas por encima de una laguna artificial con mesas y sillas y luego una zona centran con sillones dispuestos en modo anfiteatro para poder ver la pista de baile. Su sistema de luces y sonido es excelente. Preparad la billetera: la copa más barata cuesta 30 euros. Aquí se celebran las grandes fiestas de la Fórmula 1 y es frecuente toparse con alguna celebrity. Esa noche, Carla Bruni se sentó dos mesas más allá de la nuestra.

Finalmente, porque no dedicar un rato a relajarse y tomar el sol en alguna de las dos playas del país: la de Lavrotto o la privada del Monte-Carlo Beach Hotel. Aunque pública, lo cierto es que plage Lavrotto ofrece mejores servicios que muchas playas de hoteles que he visitado: cuenta con restaurantes a pie de playa, ascensores y vestuarios público así como baños y duchas. El agua está cristalina pero, eso sí, la playa no es de arena, sino de pequeñas piedrecitas.

Para alojarnos, nosotros nos quedamos en el Riviera Palace, un antiguo hotel de lujo, propiedad de la Compagnie des Wagons Lit, que se transformó en un hospital militar durante la Primera Guerra Mundial, para acabar siendo después un edificio de apartamentos. Situado en Beausoleil (un pueblo francés a tan solo tres calles y diez minutos andando del casino de Monte-Carlo), ofrece unas vistas espectaculares del principado.

Mónaco es un país curioso pero si no habéis ido nunca, tampoco vayáis a propósito: lo más sensato es dedicarle medio día dentro de una escapada global a la Costa Azul: Niza o Saint-Tropez de la dan mil vueltas, turísticamente hablando, al país del casino y los Grimaldi.

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