dimecres, 5 d’abril del 2023

Delhi

La capital de la India

Delhi es una de las ciudades que más tiempo ha estado habitada de forma ininterrumpida a lo largo de la historia. Hoy, con 28 millones de habitantes censados, es la segunda ciudad más habitada del mundo tras Tokio. Pero no tiene nada que ver con la capital japonesa: Delhi es una ciudad supercontaminada, caótica y muy ruidosa. Solo la curiosidad nos hará pasar unos días en ella. Por mi lado, también el hecho que fuimos a visitar a mi amiga Deborah, que ha sido destinada unos años allí por trabajo.

Para moverse por la ciudad recomiendo dos opciones: para distancia de menos de 20 minutos, optad por un auto-rickshaw: rápido, barato y divertido, se pueden pedir a través de la aplicación Uber para ahorrarnos negociaciones y precios inflados. Para trayectos más largos, Uber o taxi, aunque en los taxis os tocará negociaciones que a veces son un rollo. En cualquier caso, si sois dos o más, todo saldrá a precios de cualquier transporte público en Europa y os ahorrará líos, sudor y sobre todo, tiempo.

La islamización de Delhi

El mejor lugar para empezar un recorrido por la ciudad es adentrarse en sus restos arqueológicos más antiguos: el conjunto arqueológico del Qutb Minar. Aquí hay varias tumbas del Imperio Maurya, así como restos de templos jaimistas, budistas e hinduistas del siglo IV antes de Cristo usados para construir dos grandes mezquitas del siglo XIII, las más antiguas de la India septentrional,  construidas con materiales procedentes de una veintena de templos brahmánicos. Ambas también están en ruinas. Pero el protagonista de este parque es el gigantesco minarete, en muy buen estado. Se trata de una torre de arenisca roja de 72 metros de altura, cuya pared exterior, de estilo afgano, está bellamente ornamentada. También se mantiene bastante bien la magnífica Puerta de Alai Darwaza, obra maestra del arte indo musulmán construida en 1311. Sin duda, lugar perfecto para entender como una ciudad mayoritariamente hindú pasó a ser musulmana durante siglos. 

La islamización de Delhi se profundizó con la llegada de la dinastía Lodi, también afgana, que construyó tumbas como la de Shish Gumbad o la Bara Gumbad, impresionantes, y que pueden visitarse gratis en los jardines Lodi, lugar muy popular en el que hacen picnic las clases medias de la ciudad durante los fines de semana. El estilo de estas tumbas fue copiado siglos más tarde, y perfeccionado, al construir el Taj Mahal en Agra.

De la era Lodi vale la pena también visitar el baoli Agrasen Ki: los baoli eran depósitos de agua pero también lugares de encuentro social en cuyas hornacinas la gente se sentaba en verano para aliviar el calor y socializar refrescados por la brisa del agua almacenada. Nada más entrar, me pareció estar en un lugar mágico, como la guarida de un super héroe. Es del siglo XIV y cuenta con 103 peldaños.

El imperio Mogol

A los Lodi les sucedieron los mogoles en 1526, cuando Babur, descendiente de Gengis Khan, invadió el imperio Lodi y fundó la dinastía Mogol, que gobernaría casi todo el territorio de la India durante 300 años. Lo cierto es que primero instalaron su capital en Agra y no fue hasta el siglo XVII cuando el emperador Shah Jahan trasladó la corte a Delhi y construyó el Fuerte Rojo, nuevo centro administrativo, militar y palaciego del imperio durante muchas décadas. Su nombre se debe al color rojo de la piedra arenisca con que se construyeron sus espesas murallas. En su interior, los palacios se basan en prototipos islámicos, pero los pabellones muestran elementos arquitectónicos típicos de los edificios mogoles, en los que se puede observar la fusión de las tradiciones persas, timures e hindúes. Personalmente no entré, ya que Delhi tiene mucho que ofrecer y hay otros fuertes en el país mucho más impresionantes, como el de Fatehpur Sikri o el de Agra y que sí visitamos. Los fuertes actuaron como una suerte de "Ciudad Prohibida" de Beijing para el emperador mogol y su corte.

No muy lejos del Fuerte Rojo se encuentra Jama Masjid, otro de los iconos de la era Mogol en Delhi. Esta gran mezquita era a la que el emperador y su corte iban a rezar. Su patio es, como muchas cosas en este país, de película, tanto por sus proporciones como por su simetría. Puede acoger hasta 25,000 personas. Para alejarse de los remolinos de gente y tomar distancia de la ciudad, nada mejor que subir a uno de sus minaretes (el único abierto al público) para disfrutar de unas vistas de la Vieja Delhi. Eso sí, ni las estrechas escaleras de caracol para subir ni el pequeño espacio en su cima son aptos para claustrofóbicos o personas con miedo a las alturas.

Otro lugar clave en Delhi es la tumba de Humayun, construida en 1570. Esta sepultura tiene un significado cultural especial por ser la primera tumba-jardín edificada en el subcontinente indio. Es curioso porque esta tumba de un emperador encargada por su mujer para honrarle (historia contraria a del Taj Mahal, al que sirvió de fuente de inspiración arquitectónica 60 años después). De hecho, su cúpula principal es muy similar a la de la tumba de Agra. El complejo funerario incluye otras bellas tumbas también que vale la pena ver.

El imperio británico

En el siglo XIX, los británicos derrocaron al imperio Mogol y anexionaron la India al suyo, permitiendo a algunos rajás gobernar partes del mismo bajo el paraguas de la administración británica. El Fuerte Rojo pasó a ser una base militar británica hasta el 15 de agosto de 1947, cuando Nehru levantó la bandera india en la principal puerta del fuerte, ceremonia que se sigue celebrando cada día de la independencia del país.

En los alrededores del Fuerte Rojo y la Jama Masjid se congregaron comerciantes y profesionales liberales, atraídos por la riqueza y seguridad de la corte imperial, a la que proveían de bienes y servicios de gran calidad. Los más exitosos se construyeron "havelis" o bellas mansiones con un patio interior. Los británicos respetaron a dicha población, pero todo cambió con la independencia. Hoy en día, pasear por la Vieja Delhi es una experiencia única, pero muy dura: la basura aparece por cualquier lado por lo que ratas, monos, palomas y perros callejeros son frecuentes. La decadencia que vive un barrio que fue rico se debe a la independencia de la India, cuando la mayoría de población musulmana huyó a Pakistán, en el contexto de masacres y persecuciones. Si un tercio de los habitantes de Delhi eran musulmanes el 1947, tan solo quedaron un 6% en 1950. La Vieja Delhi, antigua corte del emperador musulmán, y barrio por tanto mayoritariamente islámico, perdió a casi todos sus habitantes y el nuevo gobierno indio repartió mansiones y apartamentos a refugiados hinduistas y sij que llegaron del Punjab, de donde la población musulmana, a su vez, los había perseguido y expulsado.

El barrio sigue siendo eminentemente comercial, pero las calidades de los productos han bajado en general, con poquísimas excepciones. Cada parte del mismo se dedica a productos específicos, como los libros, la comida, la ropa o las telas. La Vieja Delhi, otrora una ciudad mogol, pasó a ser mayoritariamente una ciudad punjabi, construyéndose incluso un  nuevo y enorme templo sij en Channdi Chowk, su avenida principal. Lo cierto es que la Vieja Delhi sigue sin recuperarse de este trauma poblacional. Y aunque la suciedad desaconseja probar sus puestos de comida callejera, estos son considerados de los mejores del mundo, con recetas seculares e ingredientes curiosos para cualquier occidental, además de olores y colores que estimularán nuestro apetito. Mi consejo es limitarse a sitios muy llenos, ya que garantizan que la comida está en buen estado, como el mítico Karim´s. Este feo local, en el que cocinan brochetas de carne a la brasa en plena calle, es un tesoro que pasa muchas veces desapercibido. Se trata de un negocio familiar en el que han cocinado recetas de la corte Mogol durante siglos. El local lo abrió uno de los miembros de la saga tras quedarse sin su trabajo como cocinero de la corte en pleno siglo XIX con la llegada de los británicos. Por eso, aún hoy, podemos disfrutar a precios de risa platos que comían los sultanes mogoles como las burrah (chuletas de cordero marinadas), de las mejores que me he comido nunca.

Y al ser la Vieja Delhi ahora mayoritariamente hinduista, si queremos adentrarnos en un barrio musulmán, hay que dirigirse a los alrededores del mausoleo del santón sufí Khwaja Nizamuddin Auliya, un asceta del siglo XIV que propagó la tolerancia entre credos. Vale la pena entrar en el mausoleo, apretujándose entre las masas de devotos que se amontonan para tocar la tumba del santo, tras atravesar estrechos pasillos llenos de tiendas de objetos religiosos y ofrendas que llevar al santo, como pétalos de rosa, incienso o arroz.

La Nueva Delhi

Los británicos establecieron la capital al principio en Calcuta, pero en 1911 la volvieron a mover a Delhi, iniciando un plan de ensanche para alojar a la administración colonial con el enorme bulevar Rajpath como eje vertebrador y que hoy conecta la Puerta de la India con el palacio presidencial. Este barrio está lleno de larguísimos y anchos bulevares arbolados, jalonados de edificios y chalets blancos.

Uno de los grandes símbolos de la era colonial es Connaught Place, un barrio de columnas palladianas con forma circular, que hace 50 años era el lugar más elegante de la ciudad. Ahora está en decadencia pero hay muchas cadenas internacionales de ropa así como de comida fast-food. 

En cualquier caso, en Nueva Delhi es donde mejor se puede comer de la ciudad, encabezando este ranking el Indian Accent, mejor restaurante del país según la revista mundial "Restaurant". Situado en el Lodhi Hotel, hace falta reservar con mucha antelación para conseguir mesa, dejando una señal importante de dinero que no es reembolsable si finalmente no se puede ir. El chef Manish Mehrotra fusiona de forma magistral recetas e ingredientes de todo el país con técnicas de la nouvelle cuisine. El menú degustación es cerrado (se puede optar por la versión vegetariana) y se empieza con unos pequeños naans de queso recién horneados acompañados de una sopa de espinacas y cardamomo, a la que le siguen platos cada uno mejor que el anterior, a los que se les puede modular el nivel de picante (personalmente me sentí muy cómodo y no me molestaron para nada las especias). La cena se cierra con un postre doble: primero un helado indio (mucho más denso) de halwa y calabaza con almendra amarga y se acaba con un flan de coco especiado y una pasta de dátiles entre una masa crujiente y dulce.

Otro lugar increíble para centrarse en la gastronomía del norte de la India es Bukhara. Situado en el hotel ITC Maurya, dispone de varios horno tandoori tradicionales en los que ver a los chefs amasar y hornear los naans. Pedimos paneer tikka (queso hindú a la brasa especiado) con dos kebabs: de cordero y de pollo, especiados, y que estaban exquisitos, y picaban a niveles que pude tolerar. En el norte de la India se come con las manos, así que enfundaros el delantal que os facilitan y al ataque.

La Delhi capital de la India independiente

La estela de Mahatma (alma grande) Gandhi, considerado padre de la India moderna, es muy visible en Nueva Delhi y hay muchos memoriales y museos dedicados a su figura. Nosotros optamos por el Museo Nacional de Gandhi, en el que aprender más de su vida, su filosofía de resistencia no-violenta, y observar elementos que le pertenecieron, así como obras de artistas que le dedicaron en vida, y sobre todo, tras su asesinato a tiros por un fanático hinduista, escandalizado por los rezos interreligiosos que promovía. En el museo se pueden ver también las gafas que llevaba el día que le asesinaron, su túnica manchada aún de sangre o cientos de sellos que se le dedicaron a lo largo y ancho del mundo por casi todos los servicios postales.

Para compras de recuerdos y objetos indios de calidad, a nosotros nos gustaron tres lugares. El primero es el Central Cottage Industries Emporium, una tienda gubernamental que pareciera una cueva del tesoro india. Cuenta con seis plantas llenas de artesanía proveniente de todo el país a precios fijos: de ropa a muebles pasando por decoración, inciensos, joyas o esculturas. El segundo es justo enfrente, una calle llena de puestecitos tibetanos donde encontrar muchos recuerdos y artesanía a buen precio, pero donde hay que ser buen negociante. Finalmente, el Khan Market, el lugar preferido de la élite india, donde encuentras tiendas de un gusto exquisito y precios no tan caros para los estándares occidentales, empezando por Fabindia (tienen una de ropa y otra de hogar) un lugar perfecto para comprar ropa india o recuerdos de altísima calidad.

También vale la pena pasearse por Shahpur Jat, un pequeño barrio cerca de las ruinas del antiguo fuerte Siri, que ahora se ha convertido en un conjunto de callejuelas bohemias donde los diseñadores indios más jóvenes se mudan para vivir, trabajar y exponer sus obras. Aquí podréis pasear y descubrir las últimas tendencias de la ropa india, saris, túnicas e incluso ropa para el hogar. Y todo de una enorme calidad, diseños únicos y precios asumibles para ser ropa de diseño.

Despediros de la Nueva Delhi en el templo Lotus, ejemplo bellísimo del expresionismo indio. Esta enorme Casa Bahai permite rezar a cualquier creyente de cualquier religión. Su estructura consiste en 27 pétalos de mármol y arcilla blanca colocados en forma de loto gigante.

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