dimecres, 31 de maig del 2023

Islas Azores

Las islas Azores 

Este archipiélago, situado en mitad del Atlántico norte, constituye un destino cada vez más frecuente por su belleza natural, pero también por su patrimonio cultural y su rica gastronomía. 

Nosotros fuimos en agosto, la mejor época para ir. Y aún así, refrescaba algunos días y todos las noches. Y nos cayeron lluvias de tanto en tanto. Pero en general, las temperaturas eran agradables: no suelen bajar de 15 grados ni subir por encima de los 25 durante todo el año. Consejo clave: alquilad coche siempre en cada isla. El transporte público es muy lento, con pocas frecuencias y no llega a casi ningún sitio turístico de interés.

Las Azores son territorios aún con una naturaleza muy virgen en varias zonas, ya que los humanos solo empezaron a instalarse en ellas desde 1427. Antes nadie vivió aquí, no hay civilizaciones pasadas. Por tanto, son islas enteramente de cultura y lengua portuguesa. Forman parte de las islas macaronésicas, junto a las Canarias y Cabo Verde, con las que comparten muchas cosas en común, principalmente el haber sido generadas por volcanes. En la isla de San Miguel, de hecho, aún se pueden ver fumarolas activas a las que la población da uso para cocinar, por ejemplo. Empecemos por esta isla.

Ponta Delgada: la capital de las Azores y de la isla de San Miguel

San Miguel fue la primera isla en ser poblada en las Azores y donde reside más gente en la actualidad,  siendo su aeropuerto el hub principal para acceder a las otras ocho islas. Aquí se instalaron primero presidiarios y familias pobres de las regiones portuguesas del Alentejo y el Algarve. Su capital, Ponta Delgada, poco a poco se convirtió en un puerto importante en las rutas de las Américas. De esa época, la ciudad conserva un bellísimo centro histórico de casas hechas con piedra volcánica y paredes pintadas de blanco impoluto. Las características aceras portuguesas "calçadas" dominan sus calles con bonitos ornamentos. Un buen lugar para empezar a descubrir la ciudad es en sus antiguas puertas aduaneras. Enfrente está la catedral de San Sebastián, que sirvió de ejemplo para el resto de iglesias de la isla. La catedral, sin embargo, es la única iglesia de la isla con mármol en su fachada, esculpido al estilo manuelino, regalo del Rey de Portugal.

Y es que las Azores es la región portuguesa con mayor número de católicos practicantes, pese a que muchas órdenes religiosas fueron expulsadas a lo largo de la historia, como los Jesuitas, que dejaron inacabada su gigantesca iglesia en Ponta Delgada cuando se les expulsó en 1759. Aún inacabada, su fachada es imponente: os recomiendo visitarla. Acercaos también al convento de la Esperanza, para ver a los locales hacer fila para pedir milagros a las monjas que custodian la imagen de Nuestro Señor Cristo de los Milagros. 

En el siglo XIX, la ciudad despegó económicamente gracias a que se empezaron a plantar naranjos, que crecían estupendamente con las temperaturas agradables y los fértiles suelos volcánicos. La exportación de esta fruta hizo muy ricas a varias familias de la ciudad, haciendo que estas construyeran los conocidos como "palacios naranjas". 

Entrado el siglo XX, estos ricachones empezaron también a decorar los jardines de sus palacios con plantas tropicales de todo el mundo, rivalizando por ver quién conseguía tal árbol indio, australiano, indonesio o chileno. Y esta fue su perdición: un hongo tropical importado acabó con todos los naranjos de San Miguel. Los "palacios naranjas" aún existen pero son casi todos edificios públicos que las familias tuvieron que ceder cuando sus fortunas se evaporaron. Ahora son institutos, museos, bibliotecas o facultades de la universidad local.

Los naranjos fueron substituidos por cultivos de piña y maracuyá, que por supuesto no eran tan rentables, aunque siguen siendo las principales exportaciones de la isla. De hecho, es común en las pastelerías encontrar deliciosos pasteles caseros de piña o, en los supermercados y bares, refrescos locales hechos con maracuyá. Hay puestos de piñas coladas artesanales por el centro de Ponta Delgada.

Para probar la gastronomía local en Ponta Delgada, recomiendo el café Royal, el más antiguo en operación de la ciudad. Sus lapas a la parrilla están deliciosas. Si queréis algo de un poco más de nivel y variedad, entonces acercaos a la nueva zona del puerto para comer en "O Marineiro", pero pedid rápido porque son muy lentos. Sus sopas y quesos locales están muy buenos, y el filete de atún con frijoles y ñame, también. 

Finalmente, subid a la ermita da Mãe de Deus para disfrutar de vistas de la ciudad y de la cadena de volcanes que crearon la isla de San Miguel. No hay mejor forma de despedirse de la ciudad.

Sete Cidades 

Más allá de Ponta Delgada, San Miguel ofrece rutas espectaculares. Si solo pudierais hacer una, no lo dudéis: la de Sete Cidades, un viejo cráter de un volcán ahora inundado por dos lagos gemelos. Aparcad en el pueblo "Sete Cidades", una preciosa población donde antes existían siete villas, arrasadas por el volcán. Allí hay una coqueta iglesia con un paseo bordeado de glicinias. También hay un horno  tradicional que vende un pan estupendo. Pactad con el taxi local que os recoja a una determinada hora al final de la ruta y os devuelva al coche. Cogedle el teléfono que son algo despistados. Llevad comida y agua para el camino por si acaso. 

Empezad la ruta señalizada, en la que os encontraréis restos del acueducto construido para llevar agua dulce a Ponta Delgada. Las vistas son increíbles a lo largo de la caminata que bordea los lagos por encima de las montañas. Sobre todo desde el mirador do Cerrado das Freiras. También os encontraréis con muchas vacas pastando. ¡En Azores hay más vacas que gente! De hecho la leche y la carne local son estupendas porque vienen de vacas criadas en libertad.

Uno de los mejores sitios para degustar los productos vacunos azorianos es en el restaurante de la Asociación Agrícola de San Miguel. Situado en un edificio contemporáneo a las afueras de Rabo de Peixe (el pueblo ahora tan de moda por la nueva serie de Netflix), cuenta con un menú corto de calidad y un servicio amable. Para la cena hay que reservar, pero para almorzar la única opción es esperar turno en la lista y sentarse en sala de espera o dar vueltas por las instalaciones hasta que nos asignen mesa. Pedid gambas al ajillo de entrante y el bife “à regional” de principal: muy tierno y servido con un pimiento picante por encima, un huevo frito y ajos enteros en una salsa de vino. Los postres caseros no están nada mal, así que reservad hueco.

Por cierto, julio y agosto son los meses de las fiestas patronales de los municipios de Azores. Sus iglesias se decoran con bombillitas de curiosos diseños luminosos y en algunos lugares podréis disfrutar de tradiciones muy curiosas. Por ejemplo, los mosaicos naturales en las calles, que elaboran los vecinos de Mosteiros, con flores, hojas y ramitas. En las plazas mayores, hay puestos callejeros que venden "malassadas", una especie de donuts caseros fritos con canela y un toque de naranja con su piel rallada dentro. Los meses de verano son también cuando muchos azorianos vuelven a visitar a la familia y a descansar a las islas, en casas donde tienen banderas de Estados Unidos y Canadá, mostrando orgullosos de donde viene el dinero que les permite tener una vida mejor.

Furnas

Otra excursión interesante en la isla de San Miguel es la población de Furnas. En el centro del municipio se encuentra el parque Terra Nostra, un enorme jardín botánico que fue los jardines de la mansión de un marqués local, luego comprada por Estados Unidos para ser sede de su consulado en las islas y que ahora es un hotel. Para los que no estamos alojados existe una entrada a 10€ que permite disfrutar de los bellos jardines con plantas de todo el mundo. En algunas partes da la sensación de estar en una de las escenas de Jurassic Park. La entrada incluye darse un baño en las aguas termales que surgen de la tierra, fruto de la aún presente actividad volcánica. Furnas se encuentra en mitad de un cráter y la continua actividad geotérmica hace que surjan aguas ferruginosas con minerales buenos para la piel.

Tras el baño os entrará hambre, la tensión baja mucho, por lo que mejor reponer fuerzas. Recomiendo que reservéis la comida unos días antes si queréis degustar la especialidad local: el "cozido de Furnas". Recomiendo el restaurante "O Miroma". Mencionad que queréis cozido en la reserva. Se trata de un conjunto de carne de pollo, ternera, cerdo, morcillas, chorizo, zanahorias, batata, repollo y ñame cocido durante 8 horas en las fumarolas volcánicas activas que quedan alrededor de Furnas. Tienen un sabor único, y se sirve acompañado de arroz y salsa verde casera, así como un "bolo levedo", el pan dulce tradicional de Furnas. Las raciones son enormes y sirve también otros platos tradicionales.

Tras reponer fuerzas, podéis hacer una pequeña ruta: la Grená, cerca del lago. En su base podréis ver las curiosas fumarolas donde se cuecen los cocidos. Luego, subiréis 600 metros de altura para disfrutar de las vistas del valle, así como de una impresionante cascada en lo alto. Me atreví incluso a tomar un baño en las aguas heladas del riachuelo, pero también está la opción de meterse en otro baño caliente natural calentado por la actividad geotérmica.

Vistas las principales opciones de San Miguel, cogimos un vuelo interno con Azores Airlines y volamos a la isla de Terceira.

Angra do Heroísmo, capital de la isla de Terceira.

Los que me conocéis sabéis que si pasaba por Azores era imposible que me perdiera Angra do Heroísmo, la capital de Terceira (la isla se llama así porque fue la tercera del archipiélago en ser poblada por los portugueses). Y es que Angra es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO

La ciudad se fundó en mitad de dos bahías, separadas por una pequeña península, gracias a las aguas profundas, pero resguardadas, donde pasarían cientos de naves y carabelas. Angra se organizó a partir del diseño de una malla reticulada, con ideas renacentistas, y en pocos años, adquirió el rango de ciudad: en 1534. Los urbanistas la consideran primera ciudad moderna del Atlántico, por ser la primera planificada a través de una plaza central de la que sale una malla cuadriculada. 

Angra se convirtió en puerto de escala obligada para la travesía del Atlántico, y lo fue durante siglos. Por aquí pasaban barcos cargados de oro y plata americanos, así como de especias de Oriente, lo que hizo necesario fortificar no solo el puerto, sino la isla de Terceira entera, con 40 fuertes en sus costas. El mismo Vasco da Gama hizo escala varias veces aquí en sus expediciones comerciales. En Angra, para proteger su puerto, se construyeron los imponentes fuertes de San Sebastián y San Juan Bautista, ejemplos incomparables de la arquitectura militar de la época, así como la de San Felipe, este último construido por orden del rey Felipe II de España y Portugal, una de las mayores fortalezas españolas jamás construidas.

Con la aparición de los barcos de vapor en el siglo XIX, Angra dejó de ser puerto clave y entró en decadencia. Aún así, la Reina María II la renombró como "Angra do Heroísmo" por ser una de las plazas fuertes del liberalismo, que le permitió ganar la Guerra Civil portuguesa. Un fortísimo terremoto en 1980 la acabó de destrozar. Por suerte, en 1983, la UNESCO la incluyó como Patrimonio de la Humanidad y empezó a ser objeto de obras de restauración que le han devuelto su antigua belleza, espoleada por el turismo que cada vez llega en mayor cantidad. 

Su posición de cruce de rutas hace que la estética de Angra sea de una mezcla de los pueblos portugueses y brasileños, un cruce único y muy original, donde la burguesía comerciante construyó varios palacetes, y la Iglesia católica varios conventos e iglesias. Muchas de ellas, como las iglesias de la Concepción, de la Misericordia o la propia catedral del Salvador son obras maestras del renacimiento portugués. Las ornamentadas iglesias son una muestra más de la enorme riqueza que pasaba por aquí. 

Entre sus principales puntos de interés, empezamos por la plaza vieja, presidida por uno de los ayuntamientos más elegantes de todo Portugal, inspirado en el de Oporto. Cuenta con unos regios salones de actos y de plenos que vale la pena visitar, así como vitrinas con fotos y objetos de exposiciones, donde aprender de tradiciones como la elección de las reinas de las fiestas de San Juan.

El convento de San Francisco, además de tener una iglesia bellísima, con un coro forrado de cerámica azul portuguesa, también están sepultado Paulo da Gama, hermano de Vasco, fallecido al regreso de su primer viaje a la India. Además, el resto del convento acoge el museo de la isla, con objetos de todas las épocas, con especial énfasis en objetos de familias burguesas del XIX.

Vale la pena pasear por el antiguo astillero, hoy reconvertido en una bucólica playa rodeada de altos muros blancos, donde también se puede pasar un agradable rato tumbado en la arena y disfrutando de un Atlántico menos frío de lo habitual. 

Pasead por las alegres calles Direita, Sao Joao y da Palha, así como el agradable largo do Colégio, vías donde se concentran la mayoría de comercios y restaurantes de la ciudad. Lo cierto es que Angra es mucho más colorida que Ponta Delgada, con sus casas pintadas de varios colores pastel. De hecho, la ciudad es considerada por ser la más festiva de todas las Azores. Es muy común escuchar música portuguesa tradicional en directo por sus plazas y restaurantes.

Y hablando de restaurantes, algunos interesantes son el "Beira Mar". Tanto la sopa de marisco servida en pan, como sobre todo la pasta vegetariana, están ambas muy ricas y a precios más que razonables. Además, su terraza al mar es muy agradable. Nosotros tuvimos la suerte que estaban celebrando en varias mesas y había un grupo de música tradicional azoriana cantando.

No os perdáis la pastelería "O Forno", donde aún hornean los "bolos D. Amélia", pastelitos elaborados en honor a la visita de la Reina Amélia en 1901 que contienen ingredientes de todas las partes del antiguo Imperio portugués: canela, clavo, nuez moscada, limón, uvas pasas y maíz.

Costas volcánicas

Además de la bellísima Angra do Heroísmo, Terceira ofrece un paisaje costero fascinante con sus piscinas naturales en mitad de rocas negras creadas por las diversas erupciones. Una de las más bonitas son las de los "Biscoitos". En sus alrededores hay una colina que vale la pena subir para disfrutar de bonitas vistas de los campos cercados por vallas de piedra donde se cultiva maíz, ñame o plátanos. 

No muy lejos está la "Casa de Pasto O Pedro". Las "casas de pasto" son restaurantes familiares modestos que sirven cocina tradicional casera. Sin duda, este es uno de los mejores, sin pretensiones, pero delicioso y a buen precio. Para comer rico y como si fuerais del pueblo. No encontraréis apenas turistas, pero está abarrotado de locales, y no por casualidad: sirve raciones enormes a buen precio y con mayor rapidez que en otros restaurantes de la isla. Pedimos unas gambas al ajillo de entrante que estaban excelentes, de las mejores que he comido en mi vida tanto en calidad como en sabor. Luego probé la morcilla local con piña, acompañada de ensalada, arroz y patatas fritas. Y de postre, tanto la tarta de chocolate como la de queso con maracuyá están buenísimas.

Otro buen restaurante no muy lejos pero algo más caro es el "Caneta" en Altares. Eso sí, son lentísimos. Para empezar, nos sentaron media hora después de nuestra reserva. De entrante pedimos la sopa del día, que era de puerros, muy rica. Para traernos los principales, tardaron una hora de reloj. De principal pedimos la "alcatra", plato por excelencia de Terceira: cocinado en una olla metálica al fuego de leña durante cuatro horas, se trata de un guiso de trozos de ternera con canela, cebolla, clavo, ajo, panceta, vino blanco, manteca de cerdo y laurel. Se come acompañado de massa sovada: el pan de maíz tradicional de Terceira, dulce (se amasa con leche). Estaba delicioso pero es un plato muy contundente que los locales solo comen en fiestas como el domingo de resurrección o durante las fiestas del Espíritu Santo. Mejor pedid uno para dos personas. También pedimos una carne de gran calidad preparada en un pincho, buenísima, cocinada en mantequilla. De postre: doce de vinagre, muy tradicional de la isla, una masa a base de leche, huevos, vinagre, hinojo y azúcar, muy contundente pero deliciosa y única. En definitiva: es un lugar muy tradicional, muy rico, servicio amable pero extremadamente lento. Venid con tiempo y con paciencia.

Para bajar toda esta comida, la isla ofrece muchas rutas chulas, como la de Serreta o el trilho Baías da Agualva, rutas costeras en este caso, donde disfrutar de antiguas grutas donde piratas escondieron sus tesoros robados.

En rutas de interior, la más impresionante es la de Lagoa do Negro, que cruza desde bosques alpinos hasta cráteres de volcanes llenos de vegetación jurásica, y en algunos tramos, con flores gigantes que parecen sacadas de otro planeta.

También vale la pena descubrir algunos de sus pueblecitos como Sao Sebastiao, con la iglesia más antigua de la isla. De estilo tardo gótico, es la única en las Azores con frescos medievales, muy interesantes y con detalles muy precisos.

A principios del siglo XX, los vecindarios de Terceira construyeron los"Impérios", altares al Espíritu Santo que compiten por toda la isla en colorido y diseño de su arquitectura y pinturas. El de Sao Sebastiao es especialmente bonito. 

Otra población interesante es Praia da Vitória, con una gran vida comercial. 

Tourada a corda

Terceira tiene una gran tradición taurina. De hecho, a la entrada de Angra hay una estatua gigante de metal con varios toros corriendo en una "tourada a corda". Esta celebración es plenamente callejera, donde los vecinos protegen sus casas con planchas de madera o metal para evitar que se les cuelen los animales. Cada toro es controlado por una cuerda controlada por seis personas expertas llamadas "pastores" que solo la tiran cuando el toro se pasa de las dos líneas fijadas a cada extremo de la calle en la que se celebra la fiesta (normalmente la calle mayor del municipio). En ningún caso se mata al toro ni tampoco se le puede herir: los locales se limitan a correr delante de él, valorándose a los que más se acercan al mismo. Los cuernos de los toros se cubren para minimizar cualquier posible accidente. La suelta del toro se acaba cuando suena un petardo. 

Finalmente, de camino al aeropuerto (al llegar o antes de irse) recomiendo el restaurante "Sabores do Atlântico". Pese a que el restaurante no está en la mejor situación posible, su corta carta ofrece excelentes productos del mar. Nosotros pedimos de entrante el queso regional con salsa de pimiento picante, así como unas almejas en salsa casera excelentes. Y luego seguimos con unos calamares asados espectaculares. Y todo servido bastante rápido (algo raro en Azores) y con amabilidad. Raciones grandes y precios razonables.

Faltan muchas más islas

En definitiva, las Azores son un sitio único, estupendo para pasar unos días de relax, sin estrés, y olvidarse de masas de gentes y de prisas. Los camareros se toman su tiempo, no hay atascos y es raro encontrarse con mucha gente. El silencio es frecuente, solo roto por los movimientos de la naturaleza causados por le viento o las olas del Atlántico.

Tengo que volver, primero para disfrutar del paisaje vitícola de la isla de Pico (el otro Patrimonio de la UNESCO que me queda pendiente en el archipiélago) pero también para ver los paisajes y degustar los sabores del resto de islas: Corvo, Graciosa, San Jorge, Fayal y Santa María. Los vuelos no son especialmente baratos aunque el turismo allí si, por lo que una cosa compensa a la otra. Aún no sé cuando, pero sé que volveré a este rinconcito perdido de la Lusofonía.

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