La capital de varios imperios
Viena me sorprendió: pese a ser una ciudad aferrada sus tradiciones, combina esta actitud con una gran apertura de miras a las vanguardias que han ido apareciendo en el mundo (y siguen haciéndolo) y las integra sin problemas.
Ante todo, reconozco que no le vi el encanto que pensé iba a tener y que si he encontrado en muchas otras ciudades europeas. Muchas de sus calles están desangeladas, sin árboles y con edificios sin ton ni son en materia de estética. Dicho lo cual, sigue siendo una ciudad imprescindible: hay mucho que hacer y la historia de la ciudad, capital de imperios centenarios, es única: por aquí han vivido y pasado líderes clave en la historia de la humanidad, los mejores músicos del clasicismo, científicos, filósofos, psicólogos, artistas... sin Viena no se puede entender Europa, ni gran parte de la historia mundial.
Centro histórico de Viena
Pero empecemos por el principio: Viena se fue desarrollando desde los primeros asentamientos celtas (Veldunia) y romanos (Vindobona). Para ver sus orígenes, nada mejor que asomarse a las ruinas romanas en Michaelerplatz, lo que se supone que fue un burdel donde acudían los soldados que defendían el "limes" o la frontera del Imperio Romano del Danubio.
Su papel como ciudad-frontera se mantuvo durante la Edad Media, cuando fue el último bastión de Occidente frente al Imperio Otomano, lo que la dotó de una simbolismo que dura hasta hoy. Fue capital del Sacro Imperio Románico Germánico y luego del Imperio Austrohúngaro, etapa que le otorgó la magnificencia actual de su centro histórico. La ciudad también ha desempeñado un papel fundamental como centro de la música europea y su nombre va asociado a grandes compositores, desde el clasicismo vienés hasta la música de principios del siglo XX.
Dedicad al menos un día (o si podéis, dos) a su centro histórico (el Innere Stadt), patrimonio de la humanidad según la UNESCO, lleno de monumentos arquitectónicos, principalmente palacios barrocos, y rodeado del conjunto de la Ringstrasse, que data de fines del siglo XIX, gran bulevar rodeados de majestuosos edificios públicos resultado de la demolición de sus murallas medievales.
Todo visita debe empezar en el palacio imperial o Hofburg, sede de la dinastía de los Habsburgo desde 1273 hasta 1918. Este complejo de edificios cuenta con algunos originales del siglo XIII (el patio de los Suizos), hasta muchos tan recientes como del siglo XIX. Pasear por este complejo mientras pasan los fiaker o coches de caballos traqueteando es trasladarse a la Viena imperial. Muchas estancias palaciegas están abiertas a visitantes, que albergan tanto las habitaciones imperiales como varios museos, una impresionante biblioteca, iglesias, una escuela de equitación centenaria e incluso las oficinas del presidente de la República de Austria. La fachada más impresionante de todas es la de la Michaelerplatz, por la que os recomiendo entrar, al igual que hacían los emperadores. Aunque tampoco hay que perderse la impresionante ala que ahora alberga la Casa de la Historia de Austria: en ella están el opulento balcón desde el que Hitler decretó en Anchluss, por el que anexionó Austria a la Gran Alemania como un länder más. Nunca más nadie ha dado discursos desde este balcón, por la gran carga negativa que arrastra desde entonces.Pese a que los museos y estancias deben ser magníficos, debido a que no tenía tiempo y a que no quería saturarme, opté por no entrar esta vez ya que decidí priorizar el palacio de Schönbrunn, que más adelante os explico. Lo que sí visité fue la iglesia de los Agustinos, donde se casaron la mayoría de Austrias, incluyendo a la archiduquesa María Luisa con el emperador Napoleón Bonaparte en 1810 o Francisco José I e Isabel de Baviera (Sisí) en 1854. Lo más bonito de la iglesia es el impresionante mausoleo a la memoria de la archiduquesa María Cristina de Austria, obra de Antonio Canova, que había estudiado en bachillerato y que no me esperaba encontrar.
Paseando por el centro se llegará a Graben, una de las plazas más emblemáticas del centro histórico, donde merece la pena admirar la Pestsäule, una columna de 1679 erigida para conmemorar el fin de una epidemia de peste. En esa misma plaza se encuentran los baños públicos más elegantes del mundo: los Adolf Loos, con paneles de caoba.
No muy lejos está la Stephansdom, la catedral de San Esteban, con su brillante tejado de azulejos de colores, su altísima torre o sus interiores espectaculares. Aquí se oficiaban todos los funerales reales. Volved a salir y buscad en una de las esquinas la tumba de Mozart, pegada a la pared de la catedral. El edificio está rodeado de un batiburrillo de casas medievales y barrocas que se entremezclan con cierta gracia con tiendas más o menos turísticas.En la parte izquierda, no muy lejos, se encuentra el Ankeruhr, un reloj mecánico art-nouveau en el que se concentran decenas de turistas al mediodía, cuando suenan varias melodías mientras personajes de la historia de la ciudad autómatas van desfilando delante de las elegantes esferas. Un poco más allá se encuentra el curioso barrio griego, con la Fleishchmarkt como calle principal, donde los comerciantes griegos se instalaron huyendo durante la guerra de independencia de Grecia del siglo XIX, y aún hoy sus descendientes mantienen viva la lengua y religión ortodoxa, con una bella iglesia muy concurrida los domingos.
Tartas y carnes
Además, el Innere Stadt está lleno de locales emblemáticos en los que probar la tradicional gastronomía vienesam muy contundente y calórica, aunque es verdad que su actual multiculturalismo hace que la oferta de platos de todo el mundo sea muy variada. Pero sí queréis sumergir vuestro paladar en las recetas más tradicionales, estas son mis sugerencias.
Empezad por donde se sirven las famosas tartas y dulces de la ciudad, empezando por la Sacher Torte, un empalagoso pastel de chocolate negro lleno de confitura de albaricoque. Las originales se las disputan, por un lado, el Café Sacher (dentro del elegante Hotel Sacher), donde Franz Sacher creó la receta original y donde hay que probarla. Por otro está Demel, elegante café donde Eduard Sacher, hijo del anterior, se llevó la receta de esta tarta en 1934. La pelea sigue por ver quién la hacer mejor. Pero yo recomiendo que en Demel probéis el Kaiserschmarrn, una especie de tortita recién hecha y destrozada servida con azúcar y ciruelas al vapor.
Además de estos locales históricos, también hay modernas tiendas de marcas austríacas históricas, como Manner, que desde 1890 llevan produciendo unos suaves barquillos rellenos de chocolate. Ahora la diversificación de sus productos es enorme: tienen barquillos rellenos de muchos más sabores como coco, limón y otros; además de cereales y hasta incluso licor de ese sabor.
Y tampoco os podéis perder la comida callejera más famosa: las käsekraienr, salchichas rellenas de queso servida en un pan. Las mejores están en el Bitzinger Würstelstand de Albertinaplatz, tal vez el puesto de comida rápida más elegante del mundo, en el que puedes acompañar tu bocata con una copa de champán.
Ringstrasse y la Viena que rompe con su pasado
Este bulevar que rodea el centro histórico es una transformación urbanística típica del XIX por la que murallas fueron sustituidas por arboladas avenidas y grandes edificios. Es maravilloso pasear por ella: desde edificio del parlamento, neoclásico, a los monumentales museos de arte y de historia natural, simétricamente perfectos. Sin dejarnos al neogótico ayuntamiento, o Rathaus, que me transportó de nuevo a mi querida Brujas. Y por supuesto, la Ópera, una de las más importantes del mundo, donde poder ver algunas de las óperas que Mozart compuso en Viena, como "Las bodas de Figaro" o "Don Giovanni".
Si seguís hacia la Karlspltaz, además de ver la mejor iglesia barroca de Viena, la impresionante Karlskirche, con su maravillosa cúpula y las columnas trajanas que la flanquean, también os adentraréis en el territorio del modernismo austríaco: en 1897, 19 artistas progresistas encabezados por Gustav Klimt abandonaron la corriente de la escuela clásica formando la Wiener Secession. Uno de ellos, arquitecto, construyó una sede para el nuevo movimiento, como centro de exposiciones, que sigue en pie y que es maravilloso: su icónica cúpula dorada es todo un símbolo de la ciudad. La propia parada de metro de Karlsplatz también es una preciosidad modernista. Y varias fachadas de edificios de viviendas que mandó construir la burguesía más cosmopolita, como la colorista de flores de la Majolika Haus, de Otto Wagner. También está cerca la enorme estatua y memorial al Ejército Rojo, que liberó a la ciudad del nazismo en 1945.En este barrio también está el Café Sperl, fundado en 1880 y decorado aún al estilo belle époque: ideal para sentarse en sus sillones tapizados y probar su Sperl Torte, una tarta de chocolate con leche, canela y vainilla sobre una base de masa de almendras casera, acompañada de un mélange (el café con leche vienés, media taza de café, media de crema hervida y por encima espuma de leche) mientras se lee el periódico como hacen el resto de vieneses. Hay tantos cafés en Viena que harían falta semanas para recorrerlos todos.
Para la arquitectura más contemporánea merece la pena pasear por Nussdorfer Strasse, barrio donde destaca la Fernwärme, una fábrica reconvertida en las oficinas de la compañía eléctrica, cuya chimenea ahora encabeza una curiosa esfera dorada y su fachada está llena de formas irregulares, orgánicas y de colores. El otro gran icono del barrio son las viviendas sociales construidas por Zaha Hadid sobre el acueducto del viejo trazado del tren urbano, que levitan sobre pilones negros junto al canal del Danubio: el Wohnbau Spittelauer, con ángulos maravillosos. Viena tiene una tradición de construcción de vivienda social que empezó en 1919, con la primera victoria electoral de un alcalde socialdemócrata, y que llega hasta hoy.
Finalmente, es en Donau City donde se están levantando las grandes obras del siglo XXI. Por ejemplo la torre DC, las más alta de Austria, del arquitecto Dominique Perrault, con sus cristales angulares espectaculares. Aquí se encuentra el Meliá Viena, que ofrece a sus clientes de The Level poder desayunar en el piso 57, con unas vistas únicas.Este barrio crece alrededor de las oficinas de las Naciones Unidas, siendo Viena una de las cuatro ciudades del mundo donde tienen sede agencias de esta organización internacional: la IAEA, UNIDO o la UNODC. Sus torres curvadas han quedado algo anticuadas, pero en los alrededores hay curiosidades como la iglesia Christus Hoffnung der Welt, que me recordó a un meteorito por fuera, pero que destila paz por dentro.
Palacio y jardines de Schönbrunn
¿Os apetece descansar de tanta ciudad y disfrutar de algo más natural? ¿Buscáis ver los mejores interiores barrocos del mundo? ¿Queréis sentir el mayor esplendor del imperio de los Habsburgo? Dirigíos a Schönbrunn, la residencia imperial de verano de la dinastía, en cuyos jardines se se instaló el primer parque zoológico del mundo en 1752. Se accede fácilmente en metro. Además, también ha sido reconocido patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
Los jardines de estilo francés son fastuosos y el pabellón de caza en lo alto de la colina, la Gloriette, perfecto para poder descansar y comer algo rápido admirando las vistas. Es un parque perfecto para pasar una mañana, y considero que es uno de los mejores complejos palaciegos del mundo. Aquí descansaba la realeza en verano o algunos fines de semana.
El palacio es una maravilla barroca de casi 1.500 habitaciones y salas por las que pasaron figuras como Napoleón, Mozart, Jrushchov o Kennedy, siendo la última morada del emperador Francisco José I hasta que le obligaron a abdicar. Al público solo están abiertas algo más de 40, pero bastan para hacerse una idea del estilo de vida de las diferentes generaciones Habsburgo. Desde la mesa de billar de la sala de espera a las audiencias con el emperador a la austera cama en al que dormía el trabajador Francisco José, pasando por el enorme tocador de Sisí o el salón de los espejos en el que Mozart tocó con seis años delante de la emperatriz María Teresa: se cuenta que tras acabar su actuación, el niño saltó a los brazos de la emperatriz para abrazarla y darle un besito. Los gabinetes chino e indio son espectaculares, por no hablar del comedor privado (en el que la audio guía explica varios menús que se servían al emperador) o la gran galería, lugar central en el que se celebraban bailes. Por cierto, esta galería fue el último lugar el en que tocó Mozart antes de morir, y nunca más se ha dejado a ningún músico más tocar allí en directo. Muy curioso ver las elegantes estufas de cerámica en cada habitación, que se llenaban de agua caliente, un sistema novedoso que ahorraba las incómodas chimeneas y olor a humo.Otro palacio que merece la pena es el Belvedre, construido para el príncipe Eugenio de Saboya. Además de su magnífico parque, vale la pena entrar para ver la colección de obras de Klimt, incluyendo su famoso cuadro "El beso".Me dejo tantísimas cosas por ver y experimentar en esta fascinante ciudad y sus 23 barrios que no sé ni por donde empezar. En cualquier caso, tocará volver para seguir disfrutando de todo lo que Viena tiene que ofrecer. ¿Qué es lo que me he perdido y pensáis que tendría que visitar sí o sí la próxima vez que vuelva?
IMPRESCINDIBLES
Comer
Tafelspitz o Snichtzel en Giechenbeisl.
Tarta Sacher en el Café Sacher.
Beber
Mélange en Café Sperl
Canciones
Vals del Danubio Azul de Johann Strauss.
Requiem de Mozart.
Comer
Tafelspitz o Snichtzel en Giechenbeisl.
Tarta Sacher en el Café Sacher.
Beber
Mélange en Café Sperl
Canciones
Vals del Danubio Azul de Johann Strauss.
Requiem de Mozart.
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