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dijous, 18 d’abril del 2019

Ciudad del Cabo

La capital legislativa de Sudáfrica

Una de las curiosidades de la República de Sudáfrica es que son tres las ciudades que comparten la capitalidad del país: Pretoria es sede del poder ejecutivo mientras que Bloemfontein acoge el poder judicial. Ciudad del Cabo acoge el poder legislativo, siendo la sede del Parlamento Nacional. Además, cuenta con varias de las sedes de las principales empresas del país y medios de comunicación. Y es la capital turística también. No es difícil adivinar las razones: un clima estupendo, una oferta cultural y gastronómica amplia así como numerosos paisajes únicos en el mundo a poca distancia de la ciudad, además de bellísimas playas y una naturaleza exuberante.

El hotel en el que nos alojamos, el Lagoon Beach Hotel, cuenta con amplias habitaciones y muy cómodas. Y aunque es verdad que las vistas desde la piscina del primer piso son muy bonitas, nos dimos cuenta que el hotel está lejos del centro. Lo primero que hicimos fue visitar The Old Biscuit Mill, una antigua fábrica de galletas ahora sede de la escuela de arte de la ciudad y con decenas de restaurantes y galerías en pleno Woodstock, antiguo polígono industrial reconvertido en zona alternativa de ocio y creación. Ese día se celebraba el festival de la ginebra y no queríamos dejar pasar la oportunidad de probar alguna de las mejores ginebras locales, que servían con pimienta, ramas de romero y otros aderezos. Tras disfrutar de la bebida y la moderna DJ, tomamos un taxi para visitar el Victoria and Albert Waterfront, la nueva zona de ocio, compras y hoteles que ha resultado de restaurar antiguos muelles y almacenes portuarios. Cenamos en un elegante restaurante de pescados y mariscos de uno de los muelles: el Harbour House Waterfront.

El cabo de Buena Esperanza

El primer día nos levantamos temprano para hacer una excursión al cabo de Buena Esperanza, declarado como Patrimonio de la Humanidad dentro del área protegida de la región floral de El Cabo. Cuenta con una de las zonas de biodiversidad vegetal más importantes de nuestro planeta, que abarca parques nacionales, reservas naturales, áreas silvestres, bosques y cuencas hidrográficas montañosas. Todos estos elementos contribuyen a un gran incremento del número de especies vegetales endémicas en un ecosistema de vegetación arbustiva esclerófica de hoja fina. En este punto se unen dos océanos: el Atlántico y el Índico, y al que llegan los fuertes y gélidos vientos del océano Antártico. De camino hacia el Parque Nacional paramos en una granja de avestruces que había en la carretera, para ver a estos curiosos animales que parecen sacados de otro planeta. Allí se vendía de todo: desde billeteras, zapatos y bolsos hechos con piel de avestruz hasta huevos de esta ave para cocinarlos o crema de hígado de avestruz enlatada.

La escalada por las rocas para disfrutar del cabo de Buena Esperanza es inolvidable y los paisajes espectaculares. Como europeo amante de la historia no pude dejar de imaginarme al navío comandado por Vasco da Gama atreviéndose a ir más allá de este cabo y subiendo hacia la ruta de la India. Las vistas de playa Dias son una pasada. Esta playa salvaje es accesible tras una caminata, pero nosotros nos limitamos a disfrutar de sus vistas desde lo alto ya que no teníamos tiempo para ello si queríamos completar toda la ruta que habíamos planeado. 

Volvimos por la carretera sorprendiéndonos de la cantidad de babuinos y como intentaban acercarse al coche sin ningún rubor. Pusimos rumbo a la famosa playa Boulder para observar sus famosos pingüinos africanos, por cierto, los únicos que viven fuera del Polo Sur. Se trata de una playa de arena rodeada de grandes rocas de granito donde habita una colonia de estas simpáticas aves. Gracias a pasarelas de madera podemos observar hasta los nidos con los huevos y los respectivos progenitores defendiéndolos a graznidos si otros pingüinos se acercan. El control de la pesca de sardinas y anchoas en las aguas cercanas ha permitido que la población de estas aves se recupere aunque sigue estando en peligro de extinción. Uno de los tramos de la playa es de acceso libre al nado y allí es posible bañarse al lado de los pingüinos más atrevidos que se salen de su santuario y curiosean a los humanos sin ningún miedo. Nosotros no nos bañamos porque a pesar de ser el verano austral las aguas estaban heladas por las corrientes del Polo Sur.

Seguimos remontando la península del Cabo a través de la impactante Chapmans Peak Drive (la carretera M6) bordeando el Atlántico por un lado y con grandes montañas al otro, parando a comer en la bella bahía Hout y específicamente en Fish on the Rocks, un local famoso por su fish and chips de pescado y marisco fresco, del día, y que se consideran como el favorito de África (o al menos así lo anuncian en grande en su cartel). Pedimos el combo que incluye un pescado empanado tiernísimo, unos calamares a la romana deliciosos y unos gambones a la parrilla con peri peri (picante africano) que son de los mejores que he probado en mi vida tanto por calidad como por textura y sabor. Un must de Ciudad del Cabo que recomiendo encarecidamente.

Finalmente, acabamos el día relajándonos en Clifton Beach, una de las mejores playas de la ciudad, de arena blanca, dividida en cuatro secciones por enormes bloques de granito. Eso sí, sin bañarnos: como he señalado antes, las aguas estaban heladas, especialmente para un mediterráneo como yo. En verano su temperatura está por debajo de los 10 grados. No es hasta el invierno cuando las corrientes aumentan estas temperaturas hasta los 20 grados haciendo posible el baño. De Clifton me gustaron mucho las casitas que se amontonan entre la carretera y la playa, cuyos estrechos pasajes y escaleras hay que cruzar para llegar hasta la costa. Estas casas originalmente se construyeron por la municipalidad para los soldados retornados de la Primera Guerra Mundial. Hoy en día son de las casas con el metro cuadrado más caro de Sudáfrica por la privilegiada situación geográfica y sus inigualables vistas.

Esa noche cenamos en uno de los locales de moda de la ciudad: Asoka, donde es recomendable reservar ya que el lugar está siempre lleno, y no por casualidad. Además del excelente ambiente y del rápido y amable servicio, la comida es deliciosa. Se sirven tapas que se agrupan en el menú bajo aquellas de la categoría "agua" (pescado/marisco), "aire" (aves), "fuego" (vacuno/cordero) y "tierra" (vegetales/quesos). Recomiendo especialmente el filete de avestruz, la polenta frita con trufa y los tacos de atún. Cuentan con una carta de vinos de todo el mundo a precios razonables, pero lo mejor es optar por uno de los Sudafricano, especialmente porque Ciudad del Cabo está rodeada por viñedos con fama mundial. Música en directo y ambiente impecable.

Escalada a Table Mountain

Al día siguiente, aprovechando el buen tiempo, decidimos hacer la escalada de Table Mountain, el icono de la ciudad. Y lo hicimos a través de la garganta de Platteklip, una de las rutas más largas pero que permite disfrutar mejor de los impresionantes paisajes y naturaleza. Por ejemplo, de la serpiente gigante que nos cruzamos en el camino. En el parque viven hasta seis tipos de serpientes, tres de los cuales altamente venenosas. Nos dio un buen susto.

En la cima las nubes nos atravesaban con su característica humedad que helaba los huesos. Por la cima pasaban aves de todos los colores y vivían unos simpáticos mamíferos, los damanes del Cabo, muy parecidos a las marmotas, que iban de aquí para allá con sus crías. Las vistas eran inigualables.

Como estábamos hambrientos, comimos en el restaurante de la cima, que para nuestra sorpresa fue bastante bueno y no excesivamente caro, con comidas caseras y una gran variedad de platos sanos para elegir, muchos de los cuales típicos de la gastronomía sudafricana.

La bajada la hicimos en el teleférico porque estábamos agotados. Está bien porque el suelo de la gran cabina va rotando, permitiendo a todo el mundo disfrutar de todas las vistas.

La cena la hicimos en un local popular de la ciudad para probar el bocadillo más mítico de Ciudad del Cabo: el Gatsby. Para ello fuimos a uno de los locales donde mejor lo preparan, el Golden Dish. Es un bollo de pan de medio metro con carne de pollo o res especiada con masala y a la brasa con patatas fritas, salsas, tomate, cebolla, lechuga y pepinillos. Imposible acabárselo.

Navegando a la isla Robben 

La isla Robben es otro de los patrimonios UNESCO cerca de la ciudad. Desde el Victoria and Albert Waterfront salen los ferrys cada pocas horas a la isla Robben, fue utilizada en diferentes épocas, entre los siglos XVIII y XX, como prisión, base militar y hospital para grupos catalogados como socialmente indeseables. Los edificios de la cárcel de alta seguridad para presos políticos, constituyen un testimonio de la opresión y el racismo que imperaban antes del triunfo de la democracia y la libertad.

Recomiendo reservar la visita al menos con un día con antelación puesto que los tours suelen ir llenos. Nosotros llegamos temprano ese día pero al no tener entradas compradas por Internet solo quedaban plazas para el último barco de las tres de la tarde. Mientras esperábamos fuimos a ver las tiendas de productos de diseño que se alojan en los antiguos tinglados portuarios y sobretodo el mercado de comida con puestos ofreciendo las gastronomías que se han cruzado en el país: desde las traídas por los inmigrantes portugueses, holandeses o británicos hasta las influencias asiáticas de indios y malasios junto con los ingredientes platos de sur del continente africano. Por cierto, un dulce que no os podéis perder en Ciudad del Cabo: la cremosa Milktaart. Al acabar nos paseamos por la plaza Nobel para ver las estatuas de los diferentes ganadores de Premios Nobel de la historia de Sudáfrica.

Se empieza en una pequeña exposición en el muelle y de ahí salen los barcos en un trayecto de unos 40 minutos que nos dejará en una isla en la que aún viven algo más de 400 personas. Tras llegar a la isla, nos recogió un autobús con un guía que va explicando algunos de los principales puntos de este anteriormente terrible lugar.

El pueblo, construido en el siglo XIX, cuenta con una pequeña iglesia anglicana, decenas de casas de todos los tamaños, un pequeño faro, restaurantes, el cementerio, la escuela, una sala de eventos y hasta un club de campo con pistas de tenis. El bus recorre algunos de los principales puntos, muchos de los cuales abandonados o destartalados. Destaca la mansión de la isla que acogió a personalidades como Hillary Clinton o Lady Di. Allí se pueden disfrutar de unas maravillosas vistas de Table Mountain.

Lo que empezó como una comunidad de leprosos, mutó en el siglo XX a una prisión de máxima seguridad. De hecho, tras la visita al antiguo pueblo empieza la parte dura de la visita, donde nos adentramos a la antigua cárcel explicada por un antiguo preso político, lo que la hace aún más significativa. Allí nos muestran las celdas comunes y las individuales, en una de las cuales pasó años encerrado Nelson Mandela, como muchos otros, por simplemente pedir el fin del régimen del Apartheid y una democracia efectiva. También visitamos la cantera del siglo XVII, que durante los años 60 fue explotada con mano de obra esclava a través de trabajos forzados a los que obligaban a los presos políticos bajo el riesgo de ser disparados si no se esforzaban lo suficiente. Una de las torturas a las que sometían a los presos era pasar largas horas al sol sin gafas de sol por lo que la mayoría de los antiguos prisioneros, incluido el propio Mandela, padecieron de cegueras parciales el resto de sus vidas. La cárcel se cerró en los años 90 con la liberación de los últimos presos políticos.

En cualquier caso, la prisión es uno de los mejores símbolos mundiales del triunfo de la libertad y la democracia sobre la opresión y por ello la UNESCO la catalogó como Patrimonio de la Humanidad.

Esa noche cenamos en uno de los restaurantes que más me ha gustado hasta el momento: el Macau. Decoración perfecta, personal súper amable y una carta deliciosa con especialidades chinas, japonesas y fusión con elementos portugueses. Los dumplings de espinacas y queso son únicos. Pedimos tres entrantes y dos principales y estaba todo buenísimo. También el vino que nos recomendó el camarero.

Descubriendo el centro de Ciudad del Cabo

La última mañana antes de poner rumbo al aeropuerto la dedicamos a descubrir el centro de la ciudad, con sus rascacielos y edificios de los años 20. Desayunamos en uno de los sitios con mejor café de la ciudad, Truth Coffee Roasting, y luego dedicamos la mañana a deambular por las concurridas calles del centro, arboladas y animadas, destacando la mítica Long Street, donde se concentran muchos de los bares y pubs de la ciudad. Muy interesante el arte urbano que aparece a cada paso. Contrasta este barrio con los enormes rascacielos acristalados de las grandes consultoras y bancos en De Waterkant o las casitas de colores del barrio musulmán de Bo-Kaap a los pies de la alta Signal Hill.

Por las calles y avenidas de la zona podréis leer la historia de cada una de ellas en lo referente al terrible periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial y como la leyes del Apartheid expulsaron a miles de personas de sus hogares para separar a los blancos europeos del resto en un modelo de sociedad injusto y felizmente fracasado.


Ciudad del Cabo es una ciudad maravillosa. No cabe duda de porque es uno de los destinos de vacaciones preferidos de la creciente clase media del continente africano. Y tampoco de porqué atrae a miles de estudiantes de inglés cada año y a turistas de todo el mundo. Me dejé tanto por ver: los excelentes viñedos y bodegas de los valles interiores, el monumento de estilo brutalista a la lengua Afrikaans, el Museo de Arte Contemporáneo de África Zeitz... sin duda volveré a Ciudad del Cabo algún día. Una de las mejores gastronomías que he probado, precios más que razonables y una oferta cultural y de ocio sin igual. Por no hablar de los impactantes paisajes.