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dijous, 17 de juny del 2021

La Gomera

La isla tranquila

Al llegar desde el mar, la Gomera parece una isla-fortaleza rodeada de altísimos muros de rocas, o al menos esa es la impresión que me dieron sus altos acantilados. La isla tiene su cima en el alto del Garajonay de casi un kilómetro y medio de alto, y de ahí baja al nivel del mar en menos de 5 kilómetros, por lo que las pendientes son enormes. Con esa geografía, os podéis imaginar las carreteras, con decenas de curvas y túneles, aunque en muy buen estado todas.

Lo primero que debéis saber, es que la Gomera no es un lugar de fiesta, ni de multitudes. La isla entera no cuenta con más de 20.000 habitantes. Tampoco es un destino de playa: hay algunas pocas playas de arena negra o de piedras, destacando la de Valle Gran Rey, pero no son gran cosa comparadas con el resto de las islas. Eso sí, es un lugar perfecto para relajarse, hacer senderismo, y disfrutar de los paisajes y productos locales. La Gomera es conocida también por ser la isla en la que veranea Merkel desde hace décadas.

Habitada desde hacía siglos por la población local, fue conquistada a mediados de siglo XV por los castellanos, que introdujeron la cultura europea y la religión cristiana sin grandes problemas, permitiendo la coexistencia de ambas culturas. Sin embargo, con la llegada de Peraza, un nuevo gobernador, se desató una masacre de gomeros que acabó con sus prácticas culturales y religiosas. En cualquier caso, y más allá de las paradas que hizo Cristóbal Colón en sus rutas hacia América, la Gomera permaneció bastante aislada del mundo hasta los años cincuenta del siglo XX, cuando la construcción de un pequeño puerto en San Sebastián hizo que llegaran ferrys frecuentes y con ellos, el turismo. Pese a que actualmente también cuenta con un bonito aeropuerto, la isla sigue siendo muy tranquila y en ella uno puede aislarse del bullicio durante varios días.

Llegada a La Gomera

A la Gomera se puede llegar tanto por avión (la mayoría de vuelos son a Tenerife Norte) como por ferry, siendo los más cortos y frecuentes los que salen desde Playa Los Cristianos, también en la isla de Tenerife. Nosotros llegamos en ferry a San Sebastián, la pequeña capital con aires coloniales que tiene la isla, y nos alojamos en lo alto del peñasco que preside la capital: en el pintoresco parador nacional. Situado en una antigua casona noble, es un lugar precioso y perfecto para descansar, por su piscina, jardines y salones. Tuvimos la mala suerte de que los días fueron muy ventosos por lo que no era agradable bañarse, aunque sí tumbarse al sol y pasear por sus jardines y patios. Quizá podrían poner colchones más cómodos, porque son algo blandos. Y mejorar la potencia de la ducha. Pero por lo demás, es un sitio estupendo.

Además, su restaurante es el mejor de la isla, aunque el servicio fue bastante lento al servir los platos.   Eso sí, muy elegante y con ingredientes de calidad. Pedimos platos gomeros con un toque de fusión: rejo de pulpo asado, un plato de cabrito asado y ensalada de queso de cabra canario. De postre, espuma de avellanas con dulce de palma. Y para beber, un vino gomero delicioso que no puedo dejar de recomendar: el Acebiñón.

Tras levantarnos y desayunar, el segundo día dimos una vuelta por las calles de San Sebastián, que no nos impresionaron demasiado. Me recordó mucho a los barrios periféricos de la capital de Cabo Verde. Así que cogimos el coche para adentrarnos en la isla y dirigirnos al que sería nuestro alojamiento los tres días siguientes: el aparthotel Los Telares, en el pueblo de Hermigua. 


Recorrimos las sinuosas carreteras de la isla, que se cruzan todas a mitad del parque nacional del Garajonay para ir de un lugar a otro. Es decir, siempre hay que subirlo y bajarlo, con todas sus curvas, que se compensan por la belleza de sus paisajes cambiantes. Antes de ir al hotel, aprovechamos para conocer más la isla, parando en el bellísimo pueblo de Agulo, de calles empedradas y casas blancas con puertas y ventanas de colores. Sus pequeñas huertas albergan todo tipo de cultivos destacando los famosos plátanos de canarias, pero también se ven piñas y, sobre todo, decenas de flores. Las vistas a los acantilados son también preciosas. 

Seguimos hasta el restaurante Roque Blanco, en lo alto de una montaña, ya que nos lo habían recomendado varias personas. Con unas vistas increíbles, este restaurante ofrece una barbacoa canaria a la leña con precios de escándalo. Pedimos almogrote de entrante. Se trata de un mojo con textura de paté, elaborado a base de queso añejo, típico de la isla, muy sabroso y ligeramente picante. Combina dos elementos básicos de la dieta local: queso curado de cabra y mojón picón. De primero optamos por un calentito potaje de berros con gofio de millo (hacía frío en lo alto de la montaña). Y como plato principal pedimos chuleta de ternera lechal y también un conejo, ambos a la brasa, sabrosísimos y acompañados de las deliciosas papas arrugadas con su mojo. Y todo a un precio de risa. No pudimos pedir postre.

De ahí ya nos fuimos a Hermigua a instalarnos en nuestra habitación, que contaba con preciosas vistas al valle, lleno de cultivos de plataneros y preciosas palmeras salpicando el paisaje. Los Telares cuenta con una piscina agradable, aunque hizo mucho frío para usarla. Lo mejor de este hotel es su restaurante, algo alejado de las habitaciones, al que fuimos dos veces a cenar, por ser la mejor opción en Hermigua. De su carta pedimos el queso asado tierno de cabra a la plancha con mojo rojo, mojo verde y miel de palma. También pedimos la crema de bubango casera (calabacín), acompañada de queso de cabra y un toque de aceite de oliva virgen extra, así como la crema de potaje de berros tradicional, una especialidad gomera acompañada de gofio de maíz. Como principales, entre las dos noches, pedimos el pollo a la cantonesa, que son deliciosos dados de contramuslos de pollo deshuesado con verduras a las 5 especias chinas y acompañado de arroz basmati. También el curry de flor de plátano ecológica con verduras de temporada al curry suave casero y arroz basmati. Y el exquisito atún gomero a la plancha con papas arrugadas, mojo y verduras de temporada. Nos faltó pedir postres, pero siempre nos quedamos llenos. En esta isla las raciones son muy contundentes, pedid siempre a compartir.

Hermigua es un pueblo alargado pero agradable de pasear. Es curiosa la pasión por las flores que tienen sus habitantes, ya que todas las casas tienen grandes macizos plantados así como macetas en los balcones. Uno de los pocos entretenimientos a media tarde es ir a tomar el café o té a la Dulcería Ibo-Alfaro Carmita, con pastas y dulces tradicionales así como la curiosa torta de cuajada.


El parque nacional del Garajonay

Nuestro tercer día en la Gomera lo dedicamos a descubrir otros dos lugares de la isla. Por la mañana fuimos al parque nacional del Garajonay, que como ya he dicho, ocupa todo el centro de la isla. Los que ya me conocéis no os sorprenderá saber que es uno de los patrimonios de la humanidad declarados por la UNESCO con los que cuenta España. Este parque natural posee un enorme bosque de laureles. que crecen fuertes gracias a la humedad emanada de sus numerosos manantiales y arroyos. Esta vegetación es única en el mundo, por ser uno de los últimos bosques de la Era Terciaria, que han desparecido por completo de casi todo el mundo debido a los cambios climáticos. El terreno del parque estaba envuelto en una húmeda niebla. Era muy curioso porque al subir en el coche las temperaturas bajan hasta los nueve grados, y vuelven a subir a los agradables 23 una vez bajas a la costa de la isla. Atravesar el mar de nubes supone una experiencia bellísima. 

El parque toma su nombre del alto de Garajonay, una montaña de kilómetro y medio de alto. La vegetación que lo cubre es llamada como monteverde canario, que cuenta con más de cincuenta especies arbóreas. Destaca también la abundancia de musgos y líquenes recubriendo los troncos de los árboles, así como la cobertura de helechos, indicadores de la elevada humedad ambiental. Abrazar árboles se convierte en una actividad comodísima, puesto que están mullidos y suaves gracias al espeso musgo que los recubre (sí, abracé un par de ellos). Asimismo, se observan numerosas flores endémicas de la isla. Pasear por las diferentes rutas disponibles es un placer relajante y una maravilla para los que os gusten la flora y la fauna (sobretodo las aves). Aunque eso sí: id suficientemente abrigados ya que las temperaturas son bajas y suele hacer un viento frío a esas alturas. Uno de los caminos más bellos es el del Raso de la Bruma, donde hay un pequeño aparcamiento gratuito para dejar el coche y hacer el espectacular sendero circular que nos dejará de vuelta al aparcamiento.

Valle Gran Rey

Tras el frío del Garajonay, continuamos por la carretera hacia el oeste y volvimos a bajar, recuperando el sol y las temperaturas templadas, para llegar al impresionante Valle Gran Rey, de paisaje desértico con palmeras y el mar. Nos relajamos en sus playas de arena negra y después comimos en uno de los restaurantes a pie de playa. Además del delicioso pescado fresco, también pedimos lapas, algo que yo no había probado nunca. Nos las prepararon a la sartén, cubiertas de mojo verde, y estaban buenísimas. Muy parecidas a las tellinas valencianas, pero más grandes.

Nos quedamos sin escuchar el afamado silbo gomero y sin ver el mirador de Abrantes (estaba muy nublado el día que estábamos cerca). Aunque la Gomera es un buen sitio si buscáis relajaros y hacer senderismo, lo cierto es que si también buscáis historia y patrimonio arquitectónico, esta no es la isla. Asimismo, olvidaos de fiestas o playas: para eso hay otras islas en las Canarias.