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diumenge, 8 de setembre del 2019

Jerusalén

Una ciudad en la encrucijada

Jerusalén es una de las ciudades más fascinantes que he visitado. Es una pena que se encuentre inmersa en un conflicto que dura décadas. Aun así, Jerusalén rebosa historia y sobre todo, vida. Es una ciudad que bulle reflejando el crisol de religiones, lenguas y tradiciones que siempre han convivido en la región. Jerusalén no solo ha sido una ciudad nuclear en la historia de la humanidad, sino que lo sigue siendo en la actualidad. Sin ir más lejos, hace unos meses Trump decidió aquí desplazar la embajada de los Estados Unidos en Israel desde Tel Aviv en un movimiento altamente polémico, ya que si bien los israelíes declaran que su capital es Jerusalén, lo mismo hacen los palestinos. El resto de países, para evitar desobedecer las resoluciones de la ONU que la declaran ciudad abierta, han situado sus embajadas en Tel Aviv y Ramallah respectivamente. El movimiento del presidente estadounidense es un nuevo hito histórico que lo cambia todo, de nuevo.

Ciudad Santa para las tres grandes religiones monoteístas del mundo, Judaísmo, Cristianismo e Islam, Jerusalén mantiene su casco histórico básicamente con la misma estructura desde hace 700 años, incluyendo edificios que tienen más de 2000 años, como el icónico Muro de las Lamentaciones. Jerusalén, al igual que Estambul, han sido ciudad bisagra y punto de encuentro global entre Occidente y Oriente, con la especificidad jerosolimitana de que además de producirse un encuentro cultural como en la ciudad turca, desde hace años el encuentro es también físico.

Situada en un valle, Jerusalén está rodeada de varias colinas: el monte Scopus, el monte de los Olivos, la colina del consejo del diablo y el Monte Sion. Os recomiendo que al llegar hagáis uno de los tours básicos que parten desde la puerta de Jaffa para poder tener una visión panorámica de la ciudad antigua, y así luego explorarla de forma más ordenada y entendiendo mejor la ciudad.

En cualquier caso, conviene saber que el casco antiguo está formado por cuatro barrios muy diferentes: el cristiano, el cristiano-armenio, el judío y el musulmán. Tanto el casco antiguo como las murallas son parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Ciudad judía

El barrio judío del centro histórico es la zona más limpia, ordenada y con más plantas. Y esto se debe en parte a que tuvo que reconstruirse de cero al ser destruida por las tropas jordanas en la guerra de la independencia de Israel de 1948. Aún así, existen ruinas de alto valor arqueológico, empezando por el Cardo Máximo, la antigua calle principal del Jerusalén romano y bizantino, que partía la ciudad en sus mitades norte y sur. Esta calle, antiguamente porticada, aparece en la representación del mapa de Jerusalén en un mosaico del siglo VI de la iglesia de Madaba, que visité en Jordania.

Otras ruinas que se observan son antiguos trozos de murallas de diferentes épocas de la ciudad. En cualquier caso, cabe tener en cuenta que si bien este barrio si formaba parte de la Jerusalén romana, el resto no, ya que la ciudad se extendía hacia el este, gran parte de la cual sigue hoy en día en ruinas en lo que se puede visitar como la antigua ciudad del Rey David.

Por supuesto, aquí encontraréis sinagogas de todo tipo, muchas construidas según el origen: para judíos turcos, sefardíes, bálticos… además de una variada oferta gastronómica kosher. Me llamó la atención que algunos locales aún mantenían a sus dueños palestinos, que servían sus especialidades y hablaban árabe.

El corazón del barrio judío es el impresionante Muro de las Lamentaciones, único resto del antiguo templo del Rey Salomón, destruido por el Emperador Nabucodonosor y reconstruido por el Rey Herodes. Este templo era el único lugar en el que los judíos pensaban podían conectar con la presencia divina. Fue finalmente destruido por los romanos en el año 68, siendo este muro de carga occidental lo único que quedó en pie. Los rabinos afirman que la presencia divina nunca dejó el lugar. Tras siglos de exilio, el muro volvió a ser lugar de peregrinación para el pueblo judío en tiempos del Imperio Otomano. Los judíos perdieron el acceso desde 1948 hasta 1967, debido al control del ejército jordano, acceso que recuperaron cuando tomaron el control tras su victoria en la Guerra de los Seis Días. Fue entonces cuando paracaidistas israelíes tomaron el control total de la ciudad antigua de Jerusalén y demolieron las casas anexas al muro para abrir la plaza actual donde se producen los rezos y bailes. La plaza se considera una sinagoga al aire libre, por lo que al acceder se ofrecen kippás temporales para los no judíos. La tradición de rezar y dejar un papelito enrollado con una petición sigue vigente y si acudís un viernes al caer el sol, veréis a miles de creyentes en sus mejores galas (hay que ver los diferentes sombreros que llevan) así como a grupos de jóvenes soldados israelís de ambos sexos que acuden al muro para rezar y bailar como celebración del fin de su servicio militar obligatorio de años.

En un pasaje cubierto en el lateral existe una zona llena de libros sagrados donde los más ortodoxos realizan sus cánticos. Este pasaje era por el que accedían los sacerdotes para acceder al Templo. Por cierto, me sorprendió la escasa seguridad que hay para acceder al Muro, aunque quizá si la hay pero no me di cuenta. En cualquier caso, el acceso es libre cualquier día y las 24 horas.

Más allá de la ciudad antigua, la Jerusalén judía se extiende por todo el oeste de la ciudad, con edificios impresionantes y barrios con encanto. Mi segundo día en al ciudad, cogí el moderno tranvía que recorre la calle Yafo y me paré en Mahane Yehuda, donde se encuentra su famoso mercado, en el que degustar todas las especialidades kosher que uno se pueda imaginar, desde los tradicionales hummus a las dulces halvas (que en los carteles presentan como platos judíos, lo que me hizo gracia). Frutas exuberantes, olivas de todo tipo, frutos secos, especias, aceites relucientes, panes recién horneados siguiendo recetas de todos los rincones de Europa y Próximo Oriente… imposible que no se nos abra el apetito. En uno de los callejones de Mahane Yehuda, que desemboca en una plazoleta arbolada se encuentra el destartalado Azura, un restaurante abierto en 1952 que sirve comida casera kosher sin pretensiones, pero con todo el sabor que puede ofrecer una comida hecha en casa. Opté por una berenjena rellena de carne picada ligeramente picante acompañada de arroz con vermicelli. Raciones generosas, precio justo y sabor sin igual.

Luego me volví caminando a lo largo de la histórica calle Yafo hasta llegar de nuevo a la puerta de Jaffa de Jerusalén. Desde allí, sin entrar al caso antiguo, pasee y disfruté del pijo barrio de Mamilla y su centro comercial al aire libre con sus bulevares, acabado el recorrido con un cóctel en el agradable jardín con piscina del suntuoso hotel Rey David, que mantiene toda la grandeza de la época colonial británica. Frente al hotel se encuentra la sede local de la YMCA (Youngs´ Men Christian Association), originaria de Londres, y que aquí cuenta con una residencia que es a la vez un cómodo hotel y cuya icónica torre-campanario llama la atención.

Ciudad cristiana

En la ciudad antigua, la parte cristiana acoge hospicios e iglesias de más de 20 ramas del Cristianismo pero todas giran alrededor de una calle, la vía Dolorosa, y de un edificio, la vetusta iglesia del Santo Sepulcro. Construida encima del Gólgota, donde Jesucristo fue crucificado, la iglesia es un conjunto de estancias destartaladas que, sin embargo, exuda santidad e invita al recogimiento. La decisión de situar la iglesia aquí la tomó Santa Helena, madre del emperador Constantino I, 300 años después de la crucifixión de Jesús. En su peregrinación a Tierra Santa, mandó demoler un templo dedicado a Júpiter y Venus en dicho lugar, pensando que se habían construido para humillar a los primeros cristianos. Tras la demolición, Santa Helena ordenó que se realizaran excavaciones, y estas extrajeron varios elementos: la tumba de José de Arimatea así como tres cruces. Cuando uno enfermo sanó al tocar una de las tres cruces, Santa Helena la declaró la Vera Cruz y ordenó construir allí la Iglesia del Santo Sepulcro. Cuando 300 años después, en el años 638, el califa Omar conquistó la ciudad, se le invitó a rezar allí, pero el líder lo rechazó temiendo que si lo hacía, sus soldados la convirtieran en mezquita. De poco la sirvió a la iglesia, que fue demolida en el año 1042 por orden del califa Hakim.

Pocos años después, el Imperio Bizantino subsidió a la comunidad cristiana de Jerusalén para reconstruirla parcialmente. Finalmente, unas décadas después, los Cruzados reconquistaban la ciudad y le daban la forma actual a la iglesia. La iglesia estaba casi en ruinas cuando en 1959 las diferentes ramas del Cristianismo se pusieron finalmente de acuerdo para rehabilitarla. La rivalidad entre los diferentes cristianos ha hecho que hasta el día de hoy las llaves de la iglesia las tenga una familia musulmana local que vive en un edificio anexo, y que se encarga de abrirla y cerrarla cada día. Lo hacen desde los tiempos de Saladino.

La iglesia cuenta con varias reliquias distribuidas en las últimas cinco paradas del Vía Crucis: la X, capilla donde se cree que se despojó a Jesús de su ropa, la XI, donde crucificaron a Jesús, la XII donde alzaron la cruz y murió Jesús, donde aún ver la roca partida por el terremoto que siguió a su fallecimiento. La estación XIII es donde se bajó su cuerpo y se le dió a la Virgen María. Contiene la roca donde se procedió a limpiar y ungir el cuerpo de Jesús. Aquí muchos devotos rezan con la cabeza apoya en la mencionada roca en el suelo, y la limpian constantemente con aceites y paños. La estación XI es la del Santo Sepulcro, situada entre dos capillas: una ortodoxa griega y otra copta, ambas bajo una gigantesca cúpula.

También se puede visitar la capilla de Santa Helena, donde una vez estuvo expuesta la Vera Cruz, la que poco a poco cientos de peregrinos fueron deshaciendo al querer llevarse un trocito de la reliquia más importante. En cualquier caso, la iglesia está abarrotada de cristianos de todo el mundo excepto de buena mañana (abre desde las 6am) y a la hora del cierre (alrededor de las 8pm). Entonces es cuando se puede visitar con total tranquilidad y si se es creyente, rezar sin ser molestado. La iglesia a esas horas está prácticamente vacía.

Las tiendas de souvenirs, mayoritariamente de motivos cristianos abarrotan el barrio. Pero hay una zona especialmente elegante. Se trata del complejo de Muristán, actual mercado de Aftimos, pero antiguo hospicio de la Orden de Malta, con calles porticadas, edificios simétricos y una bellísima fuente que nos trasladarán a los barrios nobles de La Valetta.

La calle nuclear para los cristianos es la Via Dolorosa, camino por el que cargó Jesús su cruz, y que finaliza en el interior de la Iglesia del Santo Sepulcro. Las nueve primeras estaciones del Via Crucis se encuentran a lo largo de esta calle y durante el día es frecuente ver a grupos de creyentes rezando en cada estación.

Más allá del casco viejo, la zona cristiana se extiende por todo el mítico Monte de los Olivos, desde donde por cierto se pueden disfrutar de las mejores vistas de la ciudad. Allí hay además numerosos lugares clave para todo cristiano: desde la iglesia de la tumba de la Virgen María (al fondo de una cavernosa iglesia picada en la roca con larguísimas escaleras), al huerto de Getsemaní o la iglesia del Pater Noster.

Casi a los pies del monte de encuentra el huerto de Getsemaní, lugar en el que aún hoy tres olivos enormes con más de 2000 años (el resto son menos antiguos. Esto quiere decir que para cualquier creyente estos árboles ya estaban allí la noche en la que Jesús oró previa a su crucifixión y fue arrestado.

En el Monte de los Olivos se encuentra también la iglesia Eléona, propiedad del Estado francés, nombrada así en honor a Santa Helena que hizo construir esta basílica. a la que se le añadió un convento de monjas. Esta iglesia de los Discípulos y de la Ascensión, alcanzó gran importancia en la era bizantina. Aquí existe una capilla en honor a los apóstoles en el lugar donde según el Evangelio de San Lucas, Jesús habría enseñado la oración del Padre Nuestro a sus discípulos.

Las invasiones persas y musulmana acabaron destruyendo la iglesia y cuando los Caballeros Cruzados recuperaron el control de Jerusalén en 1099, establecieron en el lugar un modesto oratorio, grabando el Padre Nuestro sobre una placa de mármol. El edificio volvió a caer en ruinas tras la toma de Jerusalén por Saladino. El edificio vuelva a renacer cuando en 1856 llegó a Tierra Santa la Princesa de la Tour d´Auvergne, mujer de gran fortuna que decidió construir de nuevo una iglesia en el mítico lugar, donde además, el Carmelo de Lisieux colaboró para fundar un convento que recibió el apoyo del Papa Pío IX. En 1873 se fundaba el Carmelo del Pater Noster como convento carmelita. Por cesión de la princesa, pasó a ser propiedad del Estado francés, y así sigue hasta día de hoy. De hecho la bandera francesa sigue ondeando en el edificio. La tumba de la princesa se encuentra en un mausoleo allí también. La historia del lugar termina con los trabajos de restauración del Gobierno francés en 1985, que junto con los carmelitas y los misioneros Padres Blancos ofrecen a los peregrinos un lugar de recogimiento con los, hasta hoy, 171 paneles de cerámica que llevan inscrita la oración del Padre Nuestro en idiomas y dialectos de todo el mundo, incluidos uno en portugués y otros en portugués de Brasil, así como uno en catalán, otro en valenciano y otro en mallorquín.

Otra curiosidad del monte de los olivos es la mezquita de la Ascensión, autorizada por Saladino, ya que el Islam reconoce a Jesús como profeta. Allí se encuentra un de las pisadas de Jesús en piedra. La otra se la llevaron a la mezquita de Al-Aqsa.

Finalmente, y saliendo de la puerta de Sion, se encuentra el cenácolo, o lugar de la última cena, que los templarios convirtieron en iglesia y luego los musulmanes transformaron en mezquita (aún se puede ver la que añadieron para rezar en dirección a La Meca). El Cristianismo sitúa en esta sala la cena del día de Pentecostés también. En cualquier caso, estaba vacía y pude disfrutarla con tranquilidad, subiendo también a su azotea desde la que hay un bonito panorama de la ciudad.

Además del barrio cristiano per se, existe el también cristiano barrio armenio, el más silencioso de los cuatro del casco viejo, que cuenta con su propia idiosincrasia. Los armenios fueron el primer pueblo que adoptó el cristianismo como religión oficial y por ello tienen la tradición de una presencia milenaria en la Ciudad Santa, cuya Iglesia Armenia es parte de los custodios de los Santos Lugares. De hecho, la desaparición del Reino de Armenia en el siglo IV hizo que Jerusalén pasara a ser la capital espiritual de este pueblo. Hoy viven algo menos de 2000 armenios, muy aislados, que cuentan con sus propias escuelas, biblioteca, seminario y edificios residenciales. Allí cené en una de las tabernas armenias, recordando mi viaje y los sabores de Armenia, sin duda uno de los países más fascinantes de la Tierra. Pedí el khaghoghi derev que es carne picada envuelta en hojas de parra cocinada al horno en cacerola de cerámica con vegetales y salsa de yogur especiada que se come con arroz. Al día siguiente, como era domingo, fui muy temprano a la catedral de San Jaime, construida por los georgianos pero que los armenios tomaron como propia en el siglo XII. Ese día se celebra una misa con nueve sacerdotes con la capucha ceremonial y los dos coros de veinte personas cada uno que cantan preciosas canciones milenarias en armenio. Diversos monaguillos dispersaban incienso mientras apenas cuatro personas y yo escuchábamos la celebración de pie (los cristianos de oriente no se sientan durante la misa).

Ciudad musulmana

Finalmente, Jerusalén es también la tercera ciudad santa del Islam (tras La Meca y Medina), puesto que además de paso del profeta Jesús y otros muchos de la Biblia que el Corán integra, los musulmanes creen que desde donde hoy se alza la Mezquita de la Roca el Profeta Mahoma ascendió a los cielos en un caballo alado. La influencia musulmana de la ciudad se siente constantemente. Para empezar, las murallas actuales de la ciudad vieja son del antiguo imperio otomano, y por tanto, musulmanas. Fueron construidas en el siglo XVI.

Como toda ciudad musulmana que se precie, en el barrio musulmán de Jerusalén (el más grande de los cuatro) encontraremos un zoco con calles para cada tipo de productos: la de los panaderos, la de los carniceros, la de los zapateros, los objetos de menaje, los hueveros, los sastres, los joyeros, las especias y por supuesto justo antes de llegar a la puerta de Damasco, los vendedores de frutas y verduras.

He optado por dividir esta entrada por religiones para simplificar mis experiencias visitando la Ciudad Santa, pero la visita lo mezcla todo, especialmente en el barrio antiguo. El momento más especial de cualquier visita a Jerusalén es durante la puesta de sol de cada viernes, cuando una sirena anuncia el inicio de Shabbat judío (y por tanto la mayoría de la ciudad occidental se paraliza mientras cientos de judíos acuden al Muro a rezar en sus mejores galas a lo largo de la noche). Poco después, desde los minaretes de las mezquitas se llama al último rezo del viernes, día santo del Islam. Unos minutos después, los cientos de campanarios cristianos llamarán a la última misa del viernes. Esa mezcla de sonidos, gentes y diferentes formas de rezar, conviviendo en un equilibrio precario, es única. Otro momento que me marcó fue, además de las bromas entre policías israelís que vigilan los accesos al Monte del Templo, los y musulmanes que acudían al rezo del viernes, fue ver como los que fumaban shisha sentados a lo largo de la calle Al-Wad, descansado tras otro día de ayuno, deseaban "Shabbat Shalom" a los judíos emperifollados que se apresuraban en su camino hacia el Muro, mientras estos a su vez les devolvían el saludo con un “Ramadán Kareem”. Un soplo de paz en una tierra rota por el conflicto. Y todo ello presidido por camisetas de recuerdos que pueblan la Via Dolorosa con el "Free Palestine" estampado.

Muy diferente al Muro de las Lamentaciones, que como he explicado tiene acceso libre los 365 al año y las 24 horas, el acceso al Monte del Templo - Cúpula de la Roca - Mezquita de Al Aqsa solo es libre para musulmanes. Para el resto, la policía israelí impone horarios muy estrictos y de pocas horas dos o tres días a la semana. Además, los no musulmanes tienen totalmente prohibido rezar en el Monte del Templo, a pesar de ser lugar sagrado no solo para musulmanes, sino también para cristianos y judíos. En cualquier caso, cualquier intento de rezo no musulmán detectado por los agentes israelíes se castiga con la inmediata expulsión del lugar. Es uno de los acuerdos a los que se llegó con Jordania con la firma de paz de 1994, clave en el mantenimiento de un paz precaria en la ciudad.

Quiero volver, no solo porque me queda pendiente visitar la explanada de las mezquitas con la mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca (al ser Ramadán, la policía de Israel solo dejaba acceder a los musulmanes) sino también lugares de gran interés como el Museo de Israel, el Yad Vashem (o Museo Memorial del Holocausto), la Knesset y decenas de iglesias extra muros como la de la Visitación o el convento de la Cruz. La única excursión que hice fue de medio día a Belén, pero hay muchas más que hacer, empezando por Ramallah o Jericó. Espero hacerlo muy pronto. Jerusalén es inolvidable. 

dissabte, 22 d’abril del 2017

El Cairo

A orillas del Nilo

Siempre había soñado con visitar Egipto. La república árabe, por su milenario pasado, me ha fascinado desde que era bien pequeño. Como sólo contaba con tres días, me conformé esta vez con disfrutar de la capital, y dejar para otra ocasión el resto de maravillas que guarda el país. 

Lo primero que me sorprendió fue el excelente aeropuerto del Cairo, moderno y con tiempos de espera muy cortos, a pesar de ser temporada alta. En esta primera estancia nos alojamos en el Cairo Marriott Hotel, originalmente Palacio Gezira, fundado por el gobernador Khedive Ismail para alojar los huéspedes ilustres que en 1869 viajaron a a El Cairo para la inauguración del Canal de Suez, incluyendo a la emperatriz Eugenia de Montijo, mujer de Napoleón III. Sus interiores, hoy restaurados, así como sus frondosos jardines, fueron diseñados por un equipo conjunto de alemanes y franceses. En 1903, el palacio, nacionalizado años antes, se transformó en hotel con el fin de poder reducir la enorme deuda que supuso su construcción.  Durante la Primera Guerra Mundial fue un hospital y en 1919 la familia siria Loftallah lo reabrió como hotel de nuevo. Durante décadas el palacio alojó fiestas y bodas de grandes personalidades, incluida al del Rey Farouk. En 1961, el hotel se nacionalizó dentro de las políticas socialistas de Nasser y en 1970 la cadena estadounidense Marriott tomó el control de la gestión del hotel, restaurándolo y dándole su actual aspecto. Los grandes salones, pasillos y comedores aún existen, así como numerosas escaleras monumentales de mármol, respetando el aspecto y estética original de los tiempos en los que se alojó la emperatriz Eugenia.

Desde la habitación disfrutamos de unas espléndidas vistas al Nilo, fuente de vida del país, adorado y respetado como dios por los antiguos egipcios. Es en las orillas del río que se encuentran los edificios más altos de la ciudad, mayoritariamente grandes hoteles. Esa noche nos dedicamos a pasear por los alrededores de la plaza Tahrir, famosa por ser el epicentro de la revolución que tumbó al dictador Hosni Mubarak. Me sorprendieron las avenidas y bulevares, muy similares a los de Madrid o Valencia pero en los años 80, con grandes edificios de apartamentos racionalistas, modernistas o eclécticos. Recorrimos algunos bares y terrazas, aunque pronto percibimos que la escena nocturna en El Cairo no concuerda con los veinte millones de habitantes de la ciudad. Muchos cariotas nos confirmaron que tras la revolución nada es igual.

Las pirámides de Giza

El primer día desayunamos en isla Gezira, donde está el Marriott. Y lo hicimos como egipcios: fuimos a un local estupendo, el Zooba, donde sirven ful (un puré de habas y garbanzos con limón, ajo y otras hierbas y especias) y taamia (que es el falafel egipcio) además de dos tipos de labna (una especie de crema de yogur): una con olivas y otra con pimiento asado. Tras tan contundente comienzo del día nos dirigimos al sur de la tranquila isla Roda, donde se encuentra el Nilómetro más famoso de todos. Esta estructura, compuesta de una columna con marcas, para prever las crecidas y sequías del río y poder mejor organizar las cosechas. Con la construcción de las presas de Asuán en el siglo XX, los Nilómetros dejaron de ser útiles.

Al lado de esta estructura está el museo de Umm Kulthum, una de las más importantes cantantes árabes. Allí se encuentran vestidos suyos, premios y condecoraciones que recibió alrededor del mundo así como vídeos con su música, conciertos y la historia de su vida. Fue muy cercana al presidente Nasser. Tanto la querían que su funeral, con honores de Estado, fue uno de los mayores de la historia: cuatro millones de personas. Aunque la cantante falleció en 1975,  Kulthum es aún hoy muy apreciada por árabes de diferentes países, tanto por su voz como por sus conmovedoras letras. A la salida, un pequeños parque flor Tras esta visita, nos fuimos hasta la vecina ciudad de Giza, donde se encuentra el valle más famoso de Egipto: el valle de las grandes pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos.

Lo primero que impresiona es ver que están en mitad del área metropolitana de El Cairo, rodeadas de edificios horribles. La más grande de las pirámides, la de Keops, se encuentraba abarrotada de turistas. Existe la posibilidad de entrar en sus pasadizos y cámara mortuoria pero nuestro guía nos dijo que no valía la pena ya que tanto las momias como los enseres de la tumba están todos en museos. Además, dentro de estas gigantescas tumbas apenas quedan jeroglíficos. Vista de cerca, a sus pies, impresiona muchísimo, sobretodo la gran puerta central, sellada con gigantescas rocas.

Nos desplazamos a continuación al mirador, alejado de las tres pirámides, desde donde se disfruta de una panorámica espectacular del valle. Además de las tres grandes pirámides, hay muchas otras pequeñas, algunas semi derruidas, construidas para las mujeres de los faraones. Todas las pirámides estaban recubiertas de reluciente mármol. El problema es que este material fue robado en diferentes épocas para construir palacios u otras tumbas en Egipto. Además, todas tenían pirámides  oro en las cúspides, que también fueron robadas a lo largo del tiempo. En la pirámide de Kefrén, hijo de Keops, aún se conserva el mármol de la cima. Allí también nos explicaron que las pirámides no fueron construidas por esclavos, sino por obreros libres, que recibían tres comidas diarias, una paga y un mes de vacaciones (que solía ser entre los actuales meses de julio y agosto). Las pruebas de los arqueólogos son los cientos de tumbas de los trabajadores de las pirámides que se han ido encontrando en el valle. Los esclavos no tenían derecho a funeral con lo que las tumbas son una prueba de que fueron trabajadores libres, fundamentalmente egipcios pobres atraídos por el empleo asegurado. Parece ser que las escenas de latigazos son una más de las tergiversaciones históricas que Hollywood nos ha "ofrecido". 

Tras las fotos pertinentes, fuimos a ver la Esfinge, que no es más que la cabeza de Kefrén con cuerpo de león, un modo de representar a los faraones uniendo su inteligencia propia y la fuerza del león. Las esfinges se usaron también como protección simbólica contra ladrones de tumbas y malos espíritus. La barba se encuentra en el Museo Británico, en Londres.

Disfrutamos de la impresionante puesta de sol en el Sahara con las pirámides y la esfinge de trasfondo y nos sentamos a ver el show de luces y sonido que se ofrece cada noche. Allí se explica la historia de las tres pirámides, datos curiosos, anécdotas... a través de diferentes recursos como el láser, las voces en off o la proyección de la cara de Kefrén en la esfinge para dar la impresión de que habla. La cúpula celestial y los centenares de estrellas se veían aún más bonitas a los pies de las milenarias pirámides, una de las siete maravillas del Mundo Antiguo y las únicas que quedan en pie. Es una lástima que este año no se represente la ópera Aída porque no puedo concebir mejor entorno para ello. En el show de luz y sonido, los egipcios insisten en que, cuando una sociedad tiene un objetivo claro, y lucha por él, lo alcanza, independientemente de lo complicado que sea. Y hace más de 4500 años, levantar estas estructuras piramidales era una obra que cualquiera hubiera considerado imposible, máxime sin contar con grúas, helicópteros, ni camiones. Pero aún así lo consiguieron porque ese era el gran objetivo social. 

La ciudad de los 1000 minaretes

El sábado nos lanzamos a descubrir el viejo Cairo o ciudad islámica, también considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El taxi nos dejó en la puerta de Nasser o Bab El Nasr, por la que cruzamos las antiguas murallas cariotas. Esta puerta amurallada fue construida en 1087 el Visir Al-Jamali, armenio de origen. Al cruzarla, el ambiente cambia por completo: los amplios bulevares de Zamalek o los alrededores de Tahrir se transforman en callejuelas curvadas con tiendas en los bajos y un ajetreo de gente por todo lado. Las panaderías perfuman el barrio con el aroma del pan recién horneado, amortiguando el olor a pescado de las pescaderías. Trozos de carne colgada compiten con las coloridas frutas y verduras así como tiendas de cacharros de todo tipo, desde shishas hasta ollas de bronce de todos los tamaños. Zapateros, costureros, peluqueros, peleteros, vendedores de alfombras. De tanto en tanto pasaba un afilador de cuchillos o un carro lleno de cestas de mimbre arrastrado por un burro. La llamada a la oración desde los minaretes cortaba por un segundo la algarabía, recordándonos que de tanto en tanto es bueno poner el pausa los asuntos mundanos y reflexionar sobre lo trascendental.

Entre tumbos llegamos a las puertas del complejo funerario del sultán mameluco Baybars II, de principios del siglo XIV, que incluye una mezquita, de confesión chíi en este caso, con la tumba del antiguo sultán rodeada de luces de neón verde en su interior.  La mezquita se encontraba en un estado lamentable, con palomas por todo lado. De hecho, al acceder a su patio central, decenas de palomas echaron a volar, huyendo de nosotros, creando un sonido único. En otra de las calles  nos sorprendió un gran edificio y nos metimos a curiosear: se trataba de la Wekalat Bazara, un caravasar donde se alojaron los grandes mercaderes del tabaco. Se construyó en el siglo XI y fue usado hasta el siglo XVII. El amable guardián nos ofreció un mini tour por las diversas estancias donde los mercaderes exponían sus productos, donde recibían a familiares y amigos y donde dormían, así como los retretes y baños. Las mujeres tenían sus propias habitaciones y entrada diferenciada. De hecho, aún persisten las ventas de madera desde las que podían abrir pequeños ventanucos para curiosear lo que pasaba en el patio central sin ser vistas. A través de unas escaleras de madera sueltas que no nos daban mucha confianza subimos a los terrados, sintiéndonos unos Aladdín de la vida, disfrutando de las vistas del viejo Cairo y sus numerosos minaretes (por algo se le llama a la ciudad como la de los 1000 minaretes). A lo lejos, la ciudadela de Saladino presidía la estampa, con sus cúpulas y minaretes, cual palacio del sultán de Agrabah.

Seguimos paseando mientras empezaban a aparecer tiendas de recuerdos kitch: la zona turística, la famosa calle Al Moez, donde realmente se siente que El Cairo fue la capital del mundo islámico en su época de esplendor del siglo XIV. Y de pronto nos topamos con el magnífico complejo del Sultán Al-Nasir Muhammad Ibn Qalawun, sultán de Egipto y Siria. La compra de una entrada permite el acceso a los siete sitios que conforman este complejo, empezando por el magnífico mausoleo del sultán, ricamente decorado, especialmente el bello mihrab y también su cúpula, bajo la cual se celebraron ceremonias de coronación de varios sultanes. A continuación nos dirigimos a la entrada a la antigua madrasa (o escuela islámica) que es un antiguo pórtico robado de una iglesia palestina. Aquí se enseñaban leyes, medicina, matemáticas y teología en sus dos amplias aulas. El patio central de mármol servía para que los estudiantes intercambiaran conocimientos. A su alrededor, además de las dos aulas, se encontraban las habitaciones de aquellos estudiantes que no tenían casa en El Cairo. El bonito mihrab de una de las dos aulas está hecho de madre perla. El siguiente edificio es el hospital, uno de los mejores de su época. Las fuentes de mármol y el resto de decoraciones se realizaron para que aquellos enfermos sin techo pudieran sobrellevar su desgracia de la mejor manera posible. Ropa, alojamiento, comida, medicina y tratamientos eran proveídos de forma gratuita a los más desfavorecidos. 

La mezquita y los baños públicos o hammam completan el complejo. La entrada también da acceso a la habitación superior del sabil (o fuente pública) de Abderhaman Katkuda, un oficial otomano que en el siglo XVIII restauró y construyó varios edificios en el viejo Cairo. Este edificio en concreto se compone de una fuente pública en la fachada, y una antigua escuela primaria en los interiores. La sala superior, además de sus decorados techos de madera, cuenta con una vista estupenda de la animada calle Al Moez. Muchos arquitectos consideran este sabil como un tesoro de la arquitectura otomana.

Finalmente, con la entrada también pudimos visitar el cercano palacio de Beshtak, construído en el siglo XIV por uno de los mamelucos (oficiales) del sultán, casado con una de las princesas. Este palacio constituye el mejor ejemplo de la arquitectura doméstica mameluca. En los exteriores se construyeron espacios para albergar tiendas, y así obtener las rentas de los alquileres. El palacio cuenta con un bonito patio de entrada, diferentes habitaciones, despensas fresquitas, caballerizas y balcones con bellas vistas. Pero sin duda lo más bonito es el salón de las fiestas, de techo de madera con formas geométricas bellísimo. Las ventanas de vitrales coloreados pero sobretodo la imponente fuente de mármol del centro le dan un ambiente majestuoso. Aquí se celebraron fiestas y recepciones, a las que solo podían asistir hombres. Las mujeres lo observaban todo desde lo alto, en balcones de madera con pequeñas ventanitas que podían abrir para curiosear y ver sin ser vistas. Cuando algún miembro de la fiesta estaba soltero, las familias lo indicaban a las mujeres solteras de las habitaciones superiores. Si a estas les gustaba el susodicho, podían lanzar su pañuelo al salón para indicar que daban la luz verde a organizar el matrimonio. 

Continuamos la visita por el famoso bazar de Khan El-Kalili, abarrotado de tiendas, demasiadas con recuerdos kitch en mi opinión. Atravesando estrechos pasajes llegamos al popular Café de Fishawi, que lleva abierto día y noche más de 200 años y donde renombrados escritores y poetas, incluido el Premio Nobel Naguib Mahfuz, han escrito parte de su obra. El café está lleno de grandes espejos, además de una decoración muy variada. Nos sentamos en el exterior para disfrutar de nuestro té a la menta y de una shisha mientras personajes de todo color atravesaban el pasillo callejero entre las mesas: adivinadoras del futuro, músicos tradicionales, prostitutas, niños mendigos, ancianas en silla de ruedas y vendedores de toda clase. Se hacía duro en ocasiones, sin duda el Café ha perdido un poco su carácter bohemio al transformarse en un imán para turistas. Aún así, este antiguo caravanserai del siglo XIV sigue teniendo una magia única.

Volvimos a Zamalek a comer, el barrio donde esta el Marriott, al norte de la isla Gezira. Esta es, sin duda, la zona más bonita de El Cairo, con sus amplios bulevares y calles arboladas, los diversos palacetes que albergan las diferentes embajadas y los restaurantes y cafés a la última que ofrecen recetas con ingredientes frescos. Muchos de los restaurantes que ofrecen comida egipcia casera y una decoración chic se encuentran en la avenida 26 de Julio. Elegimos uno de ellos, el Cairo Kitchen, donde empezamos con una tradicional sopa de lentejas y seguimos con mahchi (que son pimientos, berenjenas y calabacines rellenos de arroz cubiertos de salsa de tomate). Como plato principal pedimos koshary casero, tal vez el plato egipcio por excelencia, a base de arroz, lentejas, garbanzos, pasta, salsa de tomate, ajos y cebolla frita. También pedimos un plato de pollo al yogur y fattah (que es el pan egipcio frito y crujiente). Y para beber, la tradicional agua de rosas con menta. No nos lo pudimos acabar todo.

Paseamos por las bonitas calles de Zamalek, disfrutando de la calma y de la arquitectura. Esa noche cenamos en el Left Bank, situado en la punta norte de la isla, con bellas vistas al Nilo, donde disfrutar de comida internacional. Tras la cena tomamos algunas copas en las diferentes terrazas en lo alto de edificios acabando con una copa de fresco vino blanco egipcio en la del Ritz-Carlton, en la Corniche, que ofrece un DJ en directo con música house.

Del antiguo Egipto al Cairo otomano

Es verdad que son muchos los que insisten en que para ver piezas maestras del antiguo Egipto lo mejor es irse al Louvre, al Museo Británico o a Berlín. Sin embargo, el Museo Egipcio de El Cairo sigue siendo el mayor del mundo, tanto por cantidad de piezas como por la importancia de muchas de ellas. El museo se organiza por las diferentes épocas del antiguo Egipto: desde los tinitas hasta los romanos. Se inauguró en 1902 con el actual edificio, de estilo neoclásico.

El museo ofrece un recorrido a través de esculturas, tumbas, relieves, papiros, elementos arquitectónicos y objetos del día a día a través de miles de años de historia. Una de las salas más visitadas, que se paga a parte, es la de las momias de algunos faraones y sus mujeres, que da escalofríos. La sala estrella (y la más vigilada) es la de Tutankhamón, un faraón que apenas reinó unos años pero que actualmente debe su fama al hecho de que su tumba se descubrió intacta a principios de siglo XX. Su máscara funeraria principal así como dos de sus sarcófagos están expuestos aquí, relucientes, así como muchas de sus joyas, que deslumbran. Las medidas de seguridad en la sala se redoblan, ya que estamos hablando de objetos de oro y piedras preciosas. En cualquier caso, los admiradores del antiguo Egipto nos tiraremos horas en el museo: hay muchísimo que ver, y cosas muy curiosas, incluidas las momias de la época romana con la cara representada en mosaicos o los objetos del reinado de Akenatón, faraón que inauguró una religión monoteísta del sol, culto que duró poco, y casado con la famosa Nefertiti. Muchos de los objetos encontrados en el interior de las grandes pirámides de Giza están aquí también, incluyendo bellas camas a usar por los faraones cuando resucitaran.

La segunda vez que estuve en la ciudad pude visitar el Museo de la Civilización Egipcia, que resume de forma brillante la historia del país con vitrinas que cubren todos los periodos, desde la prehistoria hasta la era actual, con piezas de arte o de objetos de cada una. Y con las momias de casi todos los faraones del Imperio Nuevo en su sótano, esperando a ser trasladadas al nuevo gran museo en breve.

Para almorzar volvimos al Zooba, donde tomamos el desayuno nuestro primer día, ya que también sirven comidas. Además del koshary casero de rigor, pedimos el delicioso hígado de pollo, otra receta egipcia buenísima. Y de postre, qombela: un pudin de arroz, queso dulce konafa y basbousa (un dulce de sémola en almíbar) con pistachos.

Nuestra última visita antes del aeropuerto fue a la Ciudadela de Saladino o Salah Ad-Din, sultán de Egipto y Siria durante el siglo XII. Construida para defenderse de posibles ataques cruzados, la fortaleza domina las vistas de la ciudad. De hecho, desde sus terrazas se tienen unas vistas estupendas, incluso se pueden ver a lo lejos las pirámides de Giza. Entre sus gruesas murallas están los museos militar y de la policía respectivamente, pero la pieza maestra es la gran mezquita de Mohammed Ali, construida en lo más alto de la ciudadela en el siglo XIX por los otomanos. El alabastro de los interiores y del magnífico patio junto con el tipo de decoración me trasladó a Estambul y sus grandes mezquitas. Pero lo mejor fue despedirse del Cairo desde las terrazas de la ciudadela, escuchando el bullicio, a lo lejos, de la actual capital de la República árabe de Egipto, que por cierto, tiene uno de los peores tráficos que he visto en mi vida: los egipcios conducen fatal.

Sin duda que volveré a El Cairo. Me dejé por hacer numerosas excursiones: desde Menfis y sus mastabas hasta Alexandria o una visita al desierto de las ballenas. Y por supuesto, mi sueño de hacer el crucero del Nilo para descubrir los templos de Abu Simbel o Luxor.