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diumenge, 4 de desembre del 2011

90 horas en Georgia

Mi primer Thanksgiving, o día de Acción de Gracias, lo he pasado en el estado de Georgia, el vecino del norte de Florida, dónde vivo este año. Esta fiesta recuerda la ayuda que los nativos prestaron a los europeos que llegaron en el Mayflower al Nuevo Mundo, huyendo de la persecución religiosa en el Viejo Continente. Al año siguiente, como agradecimiento a la ayuda prestada, los recién llegados organizaron una cena para dar gracias a los indios. Por eso, cada 24 de noviembre las familias estadounidenses se reúnen alrededor de un enorme pavo que tarda horas y horas en el horno (el de la familia que me invitó tardó seis horas en hacerse). También asan a la parrilla un jamón enorme, preparan verduras, la típica gelatina de arandanos, salsa de setas y, al estar con sureños, los omnipresentes mac & cheese, una especie de fideos pequeños y acaracolados con tres tipos de quesos fundidos (uno de ellos con pinta bastante insana y grasienta, pero sabroso igualmente). Básicamente se reúnen familiares y amigos en las casas para pasar el día juntos, bebiendo algo y picando mientras el pavo se hornea y se preparan el resto de ingredientes. Cuando por fin está todo preparado y la gente satisfecha llega la hora de los postres: el típico pastel de calabaza caliente con una bola de helado de vainilla encima. Y algunos chupitos para digerir bien todo.

Las tradiciones siguen cuando miles de familias se dirigen minutos antes de medianoche a tiendas como BestBuy o Wal-Mart para la apertura del conocido como Black Friday, llamado así porque todas las tiendas cosiguen con estas rebajas pasar sus cuentas de color rojo a negro. Televisores de pantalla de plasma por 250 dólares vuelan, y miles de artículos, fundamentalmente de electrónica y perfumería están muy baratos. Fue curioso ver las larguísimas colas para entrar en las tiendas, los atascos de coches, y la cantidad de gente comprando a las dos de la mañana. Yo aproveché y compré una memoria SD para mi cámara a mitad de precio.

Tras este curioso ritual de consumismo yanqui, nos fuimos a dormir. Al día siguiente nos despertamos pronto para descubrir la capital no oficial del conocido como "Sur": Atlanta. En efecto, desde hace un par de décadas esta ciudad de Georgia crece como la espuma. Varias empresas multinacionales como UPS o Coca-Cola tienen su sede social aquí. Además, cuenta con el aeropuerto más grande del mundo y es sede también de Delta, una de las compañías aéreas más importantes de EE. UU., que ha convertido a Atlanta en el punto de conexión de miles de vuelos nacionales e internacionales. Por último, haber sido capaz de celebrar los Juegos Olímpicos de 1997 da la talla de la gran capacidad financiera y organizativa de la ciudad. Y no olvidemos que lleva años difundiendo una particular manera de ver el mundo y de contarnos lo que pasa a través de su canal más internacional: CNN. 

Empezamos a conocer Atlanta por la Stone Mountain, el bloque de granito más grande del mundo. La subimos y la bajamos, rodeados del agradable olor que desprenden los cientos de pinos que crecen en este parque natural. El día era magnífico, soleado, sin una nube y con cientos de personas paseando por allí. Desde la cima se podía observar toda la planicie central georgiana, profundamente boscosa, y sobretodo el skyline de Atlanta y las ciudades que la rodean, especialmente Marietta. Precioso. Esta enorme roca tiene además el perfil de diversos generales secesionistas de la época de la Guerra Civil estadounidense, a los que se recuerda en determinados espectáculos de luces y láseres que se celebran en verano. Los habitantes de esta ciudad no olvidaran nunca que el Ejército del norte, durante la Guerra Civil, quemaron la ciudad entera. Sigue existiendo el recuerdo a lo que fue la Confederación entre amplios sectores de la población, por extraño que parezca. 

Tras un primer contacto con la naturaleza, nos fuimos al centro de la ciudad, donde lo primero en la agenda era The World of Coca-Cola, tal vez una de las atracciones más populares de la ciudad. Por apenas 16 dólares podremos explorar la mayor colección de objetos de esta marca de refrescos: desde el primer coche a motor que distribuyó los botellines (por cierto en Buenos Aires), hasta la máquina distribuidora de Coca-Cola y Sprite instalada en la Estación Espacial Internacional, pasando por el mostrador de la farmacia dónde por primera vez se sirvió un vaso de Coke por sólo 5 centavos, con propiedades medicinales, especialmente contra el dolor de cabeza.

En esta exposición se explica como John Pemberton, un modesto farmacéutico de Atlanta, llegó a vender por pocos dólares su invento, y cómo otros farmacéuticos fueron los que consiguieron popularizar la famosa bebida, utilizando mediadas de marqueting innovadoras para aquel momento. La primera fue publicar cupones para probar un vaso de Coca-Cola gratis. Con ello, se aseguraron que miles de personas sabían el sabor del producto, y la mayoría lo volvieron a comprar. Pero sin duda, la mayor innovación de esta empresa fue su campaña navideña de los años treinta, dónde reformuló la imagen de Santa Claus, pasando de un viejecito mal vestido, encogido y enfermizo, a ser el risueño y barbudo gordinflón vestido de rojo que todos hoy conocemos: invento de los expertos de la empresa.

Otras de las curiosidades son los expedientes de la multinacional cuando decidió cambiar la receta original y pasar de Coca-Cola a Coke. Esto fue en 1985 y se debió a que miles de tests entre consumidores determinaron que la nueva receta gustaba más que la antigua y también que la Pepsi. Sin embargo, la compañía no contó con la nostalgia de millones de clientes que se movilizaron incluso judicialmente para que se comercializara de nuevo la receta original. Finalmente, la empresa decidió comercializarlas juntas: New Coke y Coca-Cola Classic. Pocos años después, New Coke despareció.

Lo siguiente que nos muestran es un ejemplo de una factoría moderna, con los robots funcionando en un proceso de fabricar Coca-Cola (en este caso a muy pequeña escala), donde podemos observar desde el lavado de botellas con agua hirviendo a presión, la mezcla del sirope con el água carbonatada, hasta su relleno del famoso líquido, su etiquetaje y el cierre de la chapa. Al final del proceso un sonriente empleado nos regalará uno de esos botellines recién fabricados etiquetados con el logo del museo.

También hay una película 4D con curiososos efectos especiales que hará las delicias de los más jóvenes, con cero interés educativo (eso es cierto) pero mostrándonos de una manera muy impresionante las maneras de distribuir la Coca-Cola por todo el mundo: desde los callejones estrechos de Saint-Tropez hasta las humeantes callejuelas de Beijing, pasando por las montañas nevadas de Noruega hasta las remotas islas Filipinas pasando por los caudalosos ríos africanos. El mensaje que la multinacional lanza es claro: por muchas culturas que existan algo nos une a los humanos: el placer de disfrutar de una Coca-Cola.

La colección de objetos artísticos realizados con latas, botellas y chapas de Coca-Cola, así como utilizando su logo, es también curiosa, en especial la colección de cartas enviadas por miles de consumidores asociando esta bebida a recuedos positivos de sus vidas o las joyas hechas con latas. También hay una gran sala de proyecciones para ver todos los anuncios que la compañía ha realizado en televisión y cine a lo largo de las últimas décadas.

Aunque sin duda, la parte que más éxito tiene es la zona de cata, con pilares dedicados a cada continente en el que decenas de dispensadores de refrescos ofrecen la oportunidad a los visitantes de probar refrescos que la compañía produce en diferentes países: desde la Fanta de piña de Grecia a la de kiwi y fresa de Tailanda, pasando por el refresco de manzana y zanahoria del Japón, el té de menta burbujeante de Djbuti, el Nestea ultrarrefrescante (efecto hielo) de China, muy diferente del suave Nestea Pêche blanche francés, o la Inka Kola del Perú. El final era una zona acristalada con vistas a Atlanta con decenas de dispensadores con todos los productos más tradicionales, desde la Coca-Cola de toda la vida pasando por todas sus variantes: ya sea Light, Zero, Cherry Coke, de vainilla, la que tenía limón o el curioso TAB. Y muchas más. Personalmente acabé con el estómago algo revuelto, tras la mezcla de cientos de refrescos, la mayoría gaseosos. Pero fue una curiosa experiencia.

La visita acaba por la gran tienda, dónde podremos comprar casi cualquier cosa relacionada con la popular marca. Lo que no son tan populares son los precios. Pero curiosear es gratis.

Tras tal bombardeo de publicidad corporativa deambulamos por el parque Olímpico, donde una preciosa fuente en el suelo forma los famosos cinco círculos símbolo de las Olimpiadas. Luego pusimos rumbos unas calle al sur para dirigirnos al hotel más alto del hemisferio occidental: el Peachtree Plaza. Cuenta con un restaurante giratorio y unos pisos más arriba, con un agradable lounge, también giratorio, donde nos tomamos algo mientras disfrutábamos de las increíbles vistas nocturnas de Atlanta y sus alrededores. La noche la terminamos en el Hard Rock Café Atlanta, dos calles más allá, tomando tomates verdes fritos como entrante, algo muy sureño.

Quedaba mucho por hacer en Atlanta: desde visitar el Acuario más grande del mundo hasta la Casa-Museo de Martin Luther King. Y por supuesto, hacer el tour por los estudios de CNN. Sin embargo, el tiempo apremiaba y tocaba volver a la Florida, haciendo parada de una noche en la colonial Savannah. Visto el interior de Georgia, tocaba ver algo de su bonita costa.

Y así, llegamos a la antigua capital de este Estado sureño. Alrededor del río homónimo, en mitad de un pantano y con calles llenas de robles centenarios cubiertos de musgo negro que cuelga de las ramas, esta ciudad es una gran colección de espléndidas mansiones colocaldas en perfecto orden. No en vano, es la primera ciudad planificada de EE. UU., con calles rectas, y plazas cada cinco avenidas. De hecho, sus 21 placitas son lugares frondosos con muchísimo encanto, cubiertos de los robustos árboles y siempre con alguna bonita estatua o fuente en el medio.

Y ya más hacia el puerto, las calles se estrechan y encontramos decenas de restaurantes de mariscos y pescados recién capturados en el Atlántico. Como por ejemplo en el tradicional, ruidosa y algo cara Shrimp Factory, un lugar dónde saborear las decenas de recetas típicas del lugar, como las excelentes gambas con carne de cangrejo y arroz de la Georgia. Y de postre nada mejor que ir a una de las decenas de tiendas de dulces artesanales de al lado para degustar una especie de galleta de nueces con chocolate y dulce de leche mientras se pasea admirando la preciosa arquitectura de la ciudad.

Ciertamente la neblina y los musgos cayendo de los árboles dan un aspecto tétrico durante la noche. Vale la pena acercarse al céntrico cementerio mientras se oyen las campanas de alguna cercana iglesia y los caballos trotan haciendo un ruido típico en los adoquines de las antiguas calles, arrastrando carros llenos de turistas a los que les explican los diferentes momentos históricos de la ciudad. Más curiosos aún son los coches fúnebres llenos de gente de pie en el maletero, lugar dónde normalmente van los ataúdes. No en vano, se cree que la ciudad está encantada. 

Al día siguiente, con la luz del sol, la ciudad cambia muchísimo, transmitiendo alegría. Pusimos rumbo a uno de los cafés más populares: The Goose Feathers, dónde los lugareños disfrutaban de su brunch dominical. Y lo mismo hicimos. Un buen croissant relleno, a la sureña, con los famosos huevos pochados, jamón dulce, queso cheddar fundido, salsa holandesa... delicioso. Un paseo diurno por las mansiones más relevantes de la ciudad, especialmente por la conocida como Ginger Bread, amarilla, de madera, con su porche y sus terrazas, nos trasladará a los primeros años de vida de los Estados Unidos. Fue la riqueza del algodón la que trajo el esplendor a Savannah, y los antiguos almacenes nos lo recuerdan.

Una de las grandes curiosidades de Savannah es que en uno de sus parques fue dónde se rodaron partes de la popular película Forrest Gump. Un último paseo por la calle mayor, Broughton Street, con sus decenas de tiendas y restaurantes, decorada de Navidad, con la cúpula dorada del ayuntamiento, fue la despedida de Georgia, poniendo rumbo de nuevo al Estado dónde tengo mi hogar estos meses: la Florida.  

diumenge, 20 de novembre del 2011

1000 places to see before you die. 2nd edition.

Todos los lugares del mundo merecen visita. Sin duda, en todo lugar hay algo destacable que visitar, probar o recorrer. Es común oir comentarios de "no se me ha perdido nada en..." o "en tal sitio no hay nada que ver". Cualquier nómada sabe de sobra que son generalizaciones falsas y hasta cierto punto despectivas pero que sobretodo muestran una ignorancia sonrojante para la persona que se atreve a decir tales estupideces.

Uno de los libros que desmontan estas actitudes tan simplistas ante el mundo es "1000 places to see before you die". En especial, la segunda edición, la cuál he tenido la enorme suerte de recibir en casa el mismo día de su lanzamiento, gracias a Amazon.com (ventajas de vivir en USA).

Si la primera edición de "1000 sitios que ver antes de morir" ya era una brújula interesante para cualquier loco que tuviera como propósito conocer cuantos más rincones de este planeta mejor, con esta segunda edición (de momento sólo disponible en inglés), la famosa periodista de viajes del New York Times, Patricia Schultz, ha remodelado su famosa "lista" vital para reordenar lugares, agrupando algunos de ellos, eliminado otros e incluyendo muchos más. Pero siempre manteniendo el espíritu de 1000 sitios. Ni uno más.

200 entradas totalmente nuevas hacen que el libro cubra una mayor variedad de lugares y se acerque más a esa lista perfecta que por desgracia, nunca se logrará. Además, 28 países que no aparecían en la pasada edición surgen en la segunda, dejando tranquilos a los millones de habitantes de esos lugares que cuando ojearon la primera edición se indignaron tras constatar que la periodista no consideraba ningún lugar de sus Estados como digno de aparecer en su famosa lista. Tal y como Schultz explica, en muchos casos se trataba simplemente que nunca había podido visitar dichos lugares, como le pasó con Ghana, Corea del Sur o Nicaragua. En otros casos, aún formaban parte de la extinta URSS cuando publicó su primer libro: Estonia, Ucrania, Eslovaquia...

Un aspecto interesante son las útiles reagrupaciones de antiguas entradas que ha realizado fusionándolas en una, cuando la autora ha considerado que todo se localizaba a pocos kilómetros y por tanto podían visitarse a la vez en un día o dos.

La lista incluye entradas que pueden ser ciudades (Buenos Aires), regiones (el Loira), pueblos (Lucca), monumentos clave (la Alhambra), restaurantes famosos (Joe's Stone Crab), hoteles singulares (el Taj Mahal Palace Hotel), barrios concretos (el Bund), eventos míticos (Mardi Gras de Nueva Orleans), museos (el de Arte Islámico en Doha), parques nacionales (las Blue Mountains), playas (las de Bali), islas (las Baleares), plazas (la Grand Place)... y mucho más.

Un libro por tanto, imprescindible en la mesilla de noche de cualquier viajero, sea nómada o sedentario. Desde luego, para los nómadas se convertirá en su nuevo libro de cabecera, en una guía fresca y agradable de qué lugares imprescindibles tiene que visitar, sin importar en el punto del globo en el que se encuentre. El único "pero" encontrado es que tal vez los precios de algunos restaurantes y hoteles sean algo elevados y escapen al poder adquisitivo de muchos jóvenes como yo, entusiasmados con seguir los pasos de esta periodista. Pero como el título bien señala, son lugares que hay que ver una vez en la vida. Así que ahorremos todos para empezar a tachar lugares de la lista. Ninguno os defraudará.

No puedo resistir finalizar esta entrada señalando que la señora Schultz salda una gran deuda con los valencianos al incluir a nuestro Cap i Casal en sus "1000 sitios...". Y además lo hace a bombo y platillo, afirmando que Valencia es la ciudad "mediana" más dinámica del mundo y destacando lugares como el modernista Mercat Central (el mercado de productos frescos más grande de Europa), nuestra vanguardista Ciutat de les Arts i les Ciències, la famosa paella que disfrutó Hemingway en La Pepica o tal vez una más actual en Ca' Sento. Por último, destaca el festival Eclèctic y por supuesto Les Falles, una de las fiestas más completas de nuestro mundo. Cualquier valenciano que lea esta entrada notará de inmediato el rigor que exhala el resto del libro, especialmente cuando la periodista demuestra su profesionalidad explicando claramente que es una paella, diferenciándola de los arroces que en USA (y en muchas otras partes por desgracia) aún se les sigue llamando con el nombre del plato más valenciano. Conejo, pollo, garrofó, bajoqueta y en ocasiones caracoles. Eso es todo lo que lleva la paella valenciana señores. El resto, como Schultz informa, son "arroces".  

diumenge, 6 de novembre del 2011

La costa tica del Pacífico: provincia de Puntarenas

Costa Rica tiene conexión con el mar Caribe y con el océano Pacífico. Y sin ninguna duda, los ticos prefieren las costas oceánicas por tener playas más naturales y por ser, en general, poblaciones de una cultura más cercana a la del Valle Central.

Sin duda, las playas y parques nacionales del Caribe tienen en muchos casos el adjetivo de paradisíacos, pero la cultura caribeña (muy diferente al resto del país) se nota como ajena para la mayoría de costarricenses. Además, los niveles de inseguridad son más altos en estas zonas. Del Caribe tico ya hablaré en otra entrada, cuando tenga la oportunidad de conocerlo personalmente. Por ahora centrémonos en lo que conocí: lugares de la provincia de Puntarenas

El primer lugar al que fuimos fue hacia el norte de esta alargada provincia costera, es decir, el sur de la península de Nicoya. Para llegar hasta aquí desde San José, la manera más rápida es coger el ferry de Puntarenas a Páquera, para ahorrarnos bordear en coche o bus el golfo de Nicoya, teniendo que recorrer cientos de kilómetros al norte, para después volver a bajar. Además, el ferry no suele ser caro y su ticket está incluido si vamos en bus. Durante el trayecto, además de las molestas gaviotas, no olvidéis dar un vistazo de vez en cuando al agua, pues grandes tortugas nadan siguiendo al barco de vez en cuando, y es muy bonito verlas.



En efecto, mi primer baño en el océano Pacífico, con 25 años, lo hice en las remotas playas de Santa Teresa y Malpaís, paraíso surfista, donde decenas de jóvenes occidentales y suramericanos acuden para instalarse y empezar una vida bohemia como instructores de surf, profesores de español, camareros, recepcionistas, o todo a la vez. Las carreteras sin asfaltar y los pocos autobuses que llegan aquí cada día, garantizan la tranquilidad de este lugar, máxime cuando la primera línea de playa no tiene apenas construcciones, o como mucho tal vez alguna cabaña que otra de un piso que en ningún caso rebasa la altura de las palmeras cocoteras.

Rabiosamente salvajes, estas playas ofrecen arena con troncos y hojas de palmera esparcidos por la arena, además de cangrejitos semi transparentes totalmente inofensivos. El océano es cristalino, con pececitos y sobretodo, fortísimas olas que nos empujarán para la costa en el mejor de los casos o hacia las profundidades, teniendo en este último caso que tener mucho cuidado con la, en ocasiones mortífera, resaca.

Es la tremenda fuerza de este oleaje lo que convierte a este lugar en perfecto para surfear en cualquier época. Y sentirlas en la propia piel, aunque sea como simple bañista, es una experiencia total, es sentir la fuerza de la naturaleza en uno mismo. Lo remoto y natural del lugar también han atraído a algún que otro hippy, convirtiendo el destino en un lugar donde tomar clases de yoga y relajarse al máximo. El destino es además número uno para parejas aventureras que quieran casarse, como ya demostraron la top brasileña Giselle Bundchen y su novio en 2009, o cientos de parejas de todo el mundo, surfistas muchas veces, que acuden a esta "meca" a casarse en la playa.

Todo esto hace al panorama gastronómico del lugar muy variado, gracias a la mezcla de jóvenes emprendedores aquí presentes. Desde comida libanesa y kosher, a sushi fresquísimo, platos vegetarianos, pizza y pastas excelentes ( hechas por italianos), y comida española. Y por supuesto, las sodas ticas, aquí especializadas, como no podía ser de otra manera, en "casados" de pescado y marisco fresco. Respecto a estas últimas, una de las mejores (aunque ligeramente más cara que el resto) es la Soda Piedra Mar, donde sirven generosas raciones de pescado y marisco cocinados a al tica. El pescado al ajillo y perejil, o las gambas a la parrilla son excelentes.

Otra recomendación que no puedo dejar de hacer es la pizzería Tomate, con un romántico patio ajardinado lleno de mesitas iluminadas por pequeñas velas. Las pizzas aquí son simplemente excelentes, totalmente equiparables a las que probé en Roma, Cagliari o Pisa.

Como curiosidad, pasé el 14 de septiembre, día nacional de Costa Rica, en estos pueblecitos surferos. Aquí fue donde vi como se celebraba el orgullo costarricense, viendo a cientos de niños ticos con sus faroles (construcciones caseras de las más diversas formas, aunque predominando las casitas, con una velita dentro), celebrando el día de la independencia, cantando a las 6 en punto de la tarde el himno de Costa Rica, y desfilando por la calle mayor con la banda y las majorettes, seguidos de la procesión de niños con sus faroles. Y por supuesto, miles de banderas nacionales en casas, negocios, farolas, coches... Mientras que en el resto de Centroamérica son desfiles militares lo que se celebra estos días, en Costa Rica son miles de niños los que desfilan orgullosos con sus uniformes escolares, mostrando así este país cual es el verdadero "ejército" en el que invierten sus fondos: en sus futuros ciudadanos y en su educación.
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El siguiente lugar al que fuimos, también al sur de la península de Nicoya, fue Montezuma. O Montefuma como es cada vez más conocida. En efecto, la proliferación de fumadores de marihuana que acuden a este pueblito es cada vez mayor. Más desarrollado que Santa Teresa, aún así Montezuma guarda ese espíritu surfero, hippy y de yoga de toda esta zona. La comida vegana y los locales basados en la cultura new age abundan. Tal vez la cercanía a Cabo Blanco (primer parque nacional del país) hiciera de Montezuma en los años 70 el destino para todo amante de la naturaleza y ecologista. Preciosas playas y miles de actividades relacionadas con la jungla nos esperan. Para alojarse, la opción económica mejor situada es El Pargo Feliz, un albergue situado en una preciosa casa de madera de dos pisos enfrente del mar. Pero estaba lleno, así que fuimos al Hotel La Aurora, también céntrico, barato y en buenas condiciones. 

A pesar de la proliferación de restaurantes de comida fusión abiertos por decenas de jóvenes chefs procedentes de todo el globo, al ser temporada baja la mayoría estaban cerrados, así que cenamos en una bonita soda construida con madera y vistas al bravo mar, donde probé la langosta por primera vez, aprovechando que aquí abundan y son baratas (15 euros dos langostas acompañadas de puré de patatas y verduritas al vapor). Es un manjar exquisito, pero no creo que merezca la pena gastarse las fortunas que cuestan en otros puntos del globo, como en los restaurantes madrileños por ejemplo.

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Tras tanto relax buen rollero, alternativo y verde, nos dirigimos a Puntarenas, capital homónima de la província, que por cierto ofrece un modelo turístico totalmente diferente al narrado arriba. En efecto Puntarenas es cero cosmopolita, totalmente de turismo tico y familiar, con playas mediocres y cientos de chiringuitos en su agradable paseo marítimo. El hecho de ser la playa más cercana a la capital la hace muy popular entre algunos josefinos. Pero se nota que es un lugar venido a menos, decadente, dónde solo se ven niños y jubilados, con ese encanto de los lugares que en algún día fueron populosos. Tras el desvío de los principiales cruceros al puerto Pez Vela Marina en Quepos, cientos de kilómetros al sur, el turismo no ha dejado de caer en Puntarenas.

Aún así, pasar unas horas en esta curiosa ciudad turística permitirá al visitante apreciar los gustos vacacionales de playa de la clase media del Valle Central. Pequeños y anticuados hoteles en primera línea de playa con piscinas se disponen en hilera frente a un paseo marítimo larguísimo con chiringuitos vintage  enormes. Una de las cosas que todo turista aquí debe hacer es tomarse un "Churchill", uno de los postres más raros que yo haya probado. Esta viscosa copaza parece sacada de una escena de Star Wars, debido a su color chillón rojo y morado. Básicamente consiste en hielo picado, helado de colita, helado de tutti-frutti (más de tutti que de frutti, sobretodo en lo referido a colorantes artificiales), mezclado con sirope y leche. Si así ya es empalagosamente dulce, olvidé decir que se corona de abundante leche condensada (que lo hace aún más pegajoso) y leche deshidratada en polvo (sí, sí, no os asustéis). Lo cierto es que está bastante bueno, pero es imposible describir a qué sabe. Sentir los tropezones de leche en polvo, seca, junto con la pegajosa leche condensada y el extraño sabor a colita no tiene precio. Como dicen desde Lonely Planet, de lo que estoy seguro es que su sabor no se parece en nada que exista en la naturaleza.

Además de este extraño helado, los puestos ofrecen otras comidas tan sabrosas como insanas véase los perritos calientes o las salchipapas (perritos calientes en lonchas, fritos, con patatas fritas y queso fundido por encima con ketchup y mahonesa). Y todo rodeado de cientos de alargadas mesas y típicas máquinas recreativas de otros tiempos. Nada que ver con los platos veganos de Montezuma.

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Cientos de kilómetros al sur de Puntarenas se encuentra el ParqueNacional Manuel Antonio, sin duda, una de las atracciones turísticas más importantes del país. Para bajar hasta allí por carretera, pasaremos por paisajes interminables de cultivos de palma, de las que se saca su famoso aceite.

Con su entrada en el pequeño pueblo de Manuel Antonio, este Parque Nacional es impresionante por la variedad de fauna tropical que observaremos prácticamente sin esforzarnos. De pequeños monos carablanca, saltarines y juguetones, a iguanas que intentar robar comida, cocodrilos inmutables en sus charcas, coatíes más atrevidos aún que las iguanas, loras (unas serpientes venenosísimas, atención en los senderos, ¡a nosotros se nos cruzó una!), perezosos colgados en sus árboles (cambiando de ramas de una forma exasperantemente lenta), mariposas enormes de vivos colores...

Llegar en temporada baja fue un gran acierto para poder disfrutar del parque sin los ríos de turistas que normalmente lo inundan. Su red de senderos es impresionante, y las vistas de la bahía desde la montaña, inolvidables. Pasear por medio de la jungla, escuchando sus sonidos es algo mágico, sobretodo a la caída del sol, cuando los congos (monos aulladores) empiezan a dar sus alaridos, como sacados de la película "King Kong" o "The Lost World". Las paradisíacas playas del parque merecen tumbarse en ellas y disfrutar de los salvajes paisajes, la arena impecable y las aguas turquesas. Cuidado con los robos de comida, mochilas o cámaras de fotos. Y no me refiero a las personas. Coatíes a la vista.

Dejando la a veces peligrosa fauna, y metiéndonos en la flora, en Manuel Antonio hay que tener también mucho cuidado con los manzanillos, árboles de fruta venenosa, parecida a la manzana, cuya sávia es tóxica. Son árboles preciosos, pero nada de probar su fruto.

Y tras un día de playas vírgenes, senderismo, flora y fauna, nada mejor que darse una buena ducha y explorar el panorama gastronómico del este cosmopolita lugar, lleno de grandes restaurantes con vistas al mar en la carretera que une Manuel Antonio con Quepos, dada la gran afluencia de turismo nacional e internacional que inunda estos lugares. Asimismo, hoteles de gran calidad abundan y algunos clubs destacan, convirtiéndo a Manuel Antonio en destino de fiestas para josefinos que quieran hacer una escapada de fin de semana.

Uno de los locales míticos es "El Avión", un restaurante enorme en una casona de madera sin paredes con vistas al mar en la que el bar está situado en el interior de un avión Fairchild C-123 del año 1954. Este artefacto tiene muchísima historia, ya que en 1980 fue comprado por el gobierno de USA para la contra nicaragüense. Sin embargo, nunca salió del hangar en el que se encontraba en San José, puesto que el avión hermano fue derribado por el ejército nicaragüense cerca de la frontera. El escándalo Irán-Contra saltó a la luz y el gobierno de EE.UU., junto con Oliver North tuvieron que frenar todas las operaciones. Así que el segundo avión con el que se pensaban pasar armas a los contras se quedó olvidado hasta que Ollie, dueño del local de Manuel Antonio, lo adquirió por 3000 dólares y ahora yace como si hubiera tenido que aterrizar forzosamente frente a la carretera.

Además de estas curiosidades, y un menú lleno de recortes de periódicos del momento en el que saltó el escándalo y en los que aparece el famoso avión, los platos aquí son exquisitos, y los cócteles también, como la deliciosa piña colada. Especialmente recomendable es la pasta, de sabor suave y siempre al dente, así como los platos de marisco. Un estupendo lugar para relajarse, disfrutar de la gastronomía, del sonido del mar y, porque no, de una buena conversación. 

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Me queda aún mucho por conocer de esta pequeña república centroamericana. Desde parques nacionales tan importantes como Monteverde, Tortuguero o Corcovado, a las playas de Guanacaste o las de Puerto Viejo. Habrá que volver a este paraíso natural. Pero a la próxima, en temporada seca.




diumenge, 16 d’octubre del 2011

El Valle Central y otros valles de Costa Rica


Sin ninguna duda, las laderas cubiertas de cafetales que rodean el populoso Valle Central guardan el corazón y alma de Costa Rica. Aquí es donde llegaron los primeros colonizadores y aquí es donde el café hizo rica a esta nación centroamericana. Explorar el núcleo tico no será solo ver aburridos pueblos de montaña con gente yendo al mercado o a la Iglesia, sino que podremos hacer excursiones a caudolosos ríos para hacer rafting, nos sorprenderemos admirando cráteres de volcanes de extraordinaria belleza o probaremos la gastronomía rural tica, sencilla pero muy sabrosa.

Y hablando de asuntos gastronómicos, lo mejor es tener la suerte de ir invitado por un amigo tico y comer con su familia. Personalmente tuve varias oportunidades, por suerte. Una de las comidas más deliciosas fue una barbarcoa en una finca porcina en las montañas de Puriscal dónde sirvieron un gran bol de ensaladilla rusa "a la tica", ya que en Costa Rica le añaden remolacha y una salsa a base de mayonesa y mostaza que le da un toque delicioso. El resto de la comida fue a base de "gallitos", es decir, tortillas pequeñas de maíz que cada uno se las rellena de lo que más le guste, con carne de cerdo o de res a la parrilla, por ejemplo, regadas con pico de gallo, una salsa natural a base de tomate picado con aceite, pimiento, cebolla, cilantro... y otras hortalizas y especias según el gusto de cada familia. Y de postre, me dieron a probar un chupito de guaro y otro de guaro arreglado. Este es el licor que se obtiene destilando de forma casera la caña de azúcar, y que luego se suele dejar macerar en ríos o en bañeras. El guaro arreglado es el mismo guaro mezclado con zumo de melocotón y crema de coco, para rebajar el fuerte sabor alcohólico y hacerlo más agradable al paladar. Su alta graduación lo convierte en un licor muy fuerte. Además, es ilegal producirlo, ya que en Costa Rica la producción de alcohol es monopolio nacional, y por desgracia, este tipo de alcohol no lo comercializan. Sólo en las familias ticas que lo produzcan o que lo hayan comprado "de contrabando" lo podréis probar.

Por cierto, si pasáis por Santiago de Puriscal, no olvideis haceros una foto en la fantasmagórica antigua iglesia, muy grande pero abandonada porque un terremoto la dejó a medio caer... y probad los famososos chicharrones, famosos en todo el país. Son unas partes del cerdo deliciosas que sólo venden ya cocinadas en las carnicerías de este pueblo por las mañanas. Además, las vistas diurnas y nocturnas del Valle Central desde las colinas del pueblo no tienen desperdicio.

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Una de las de las atracciones turísticas más visitadas del país son los grandes volcanes que rodean el Valle Central. Irazú, Barba, Turrialba o por ejemplo, el Parque Nacional del volcán Poás, que fue el que visitamos. Este es el lugar perfecto para todos los que quieran contemplar el interior del cráter de un volcán activo sin tener que hacer el esfuerzo de escalarlo. Y además a lo grande, puesto que tiene uno de los mayores cráteres del mundo. Verlo allí, humeante, con su caldera burbujeante de un color verde atómico es bastante impresionante. Y más, rodeado de tierras grises, muertas, fruto de lava reciente y cenizas que salen disparadas de su interior.

Tanto si vais en coche o en autobús, no olvideis probar las exquisiteces que se venden en los puestos de carretera de subida al volcán. Allí encontraréis quesos típicos, además de frutas y muchos tentempiés ticos. Si no habéis traído nada de casa, aprovisionaos aquí: la cafetería del Parque Nacional es demasiado simple.

Es recomendable ir lo más temprano posible, más que nada porque a partir de las 10 de la mañana se forma una capa de nubes que la mayoría de días impiden ver el cráter. Nosotros tuvimos la enorme suerte de admirarlo despejado. Si llegais con nubes, tened paciencia y tomad el sendero Botos, de media hora de paseo, por el interior de un bosque nuboso de plantas enanas pero que aún así cubren el sol, fruto del aire ácido (de hecho todo el Parque Nacional huele a pedo) y las temperaturas bajo cero a las que se llega aquí por las noches. El sendero es muy agradable y podremos ver todo tipo de especies animales (como los bonitos colibríes) y plantas increíbles, especialmente líquenes y musgos. Al final del sendero llegaremos al segundo cráter, inactivo hace siglos, en el que se ha formado la laguna Botos, un peculiar y enorme lago de agua fría de un color azul zafiro también único, fruto de los minerales volcánicos diluidos en el agua.

La entrada al parque son 10 dólares para extranjeros... o uno y medio para ticos (o para extranjeros como yo a los que los ticos que lo acompañna lo hacen pasar como nacional).

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Otra de las grandes atracciones del interior de Costa Rica son sus caudalosos ríos, especialmente en la zona de Turrialba, con los grandes como el Reventazón y el Pacuare, siendo especialmente indicados para practicar rafting. El primero es mucho más difícil que el segundo, lo que no quiere decir que el segundo sea fácil. Con rápidos de tipo V, el Reventazón atrae a aficionados a este deporte de todo el mundo. El Pacuare, por su lado, cuenta con muchos rápidos de nivel III y IV, pero lo que más atrae al turismo son sus paisajes, los más impresionantes de Centroamérica en cuanto a opciones de rafting se refiere. Combina espectaculares cañones cubiertos de selva tropical virgen con áreas más tranquilas por las que se pasa incluso al lado de una aldea indígena o construcciones abandonadas ya sea de ferrocarril o de la empresa eléctrica nacional. Los lugares dejan sin respiración, pareciendo sacados de Jurassic Park.

Jamás había practicado rafting, y la verdad es que al principio fue complicado aprender y coordinarnos los siete de la balsa (todos novatos). 

Pero poco a poco aprendimos y le fui perdiendo el miedo a esos rápidos. El rafting es un deporte cansadísimo, no sólo por el esfuerzo en los brazos al remar, sino también en las piernas, ya que son el único elemento con el que nos aseguramos a la barca a base de presionar los pies hacia los lados del bote para no caernos a las rapidísimas y llenas de enormes rocas aguas del río.  


La verdad es que es una actividad muy divertida, sobretodo cuando la barca entra en los rápidos y sube la adrenalina por saber que existe un riesgo de caerse y que la fuerte corriente te ahogue o te estrelle contra una roca. Por supuesto el hecho de usar chalecos y cascos limita mucho estas posibilidades de accidente. Durante todo el viaje sólo se cayó un holandés patoso que se asustó bastante.

A lo largo del Pacuare hay un tramo de rápidos casi al final en los que no hay rocas, por lo que el instructor nos animará a tirarnos al agua y vivir unos rápidos desde dentro. Por supuesto es algo voluntario y hay que seguir las indicaciones básicas: posición sentada en el agua (flotamos gracias al chaleco), piernas hacia delante, ojos bien abiertos y boca bien cerrada. Aunque a veces tendremos la desagradable sensación de morir ahogados, sólo la sensación de pérdida total de control y de la enorme fuerza del agua arrastrándonos hace que valga la pena tirarse y vivir la experiencia.

Para estas actividades recomiendo encarecidamente a la empresa "Ríos Tropicales" que os llevará en furgoneta hasta el mismo río, ofreciendoos antes una parada en la central con un buen buffet de desayuno tico, os proveerá con todo el material para hacer rafting con instructor incluído, y luego os recogerán en el último tramo del río para llevaros de nuevo a la cenral para ofreceros un buffet digno para comer. Además, en la central tienen duchas y cuartos para cambiarse, perfectos tras la gran mojada que nos daremos en los rápidos. Y todo por 90 dólares si somos extranjeros o 60 dólares si los ticos con los que vayáis os hacen pasar por uno de ellos.
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Además de las maravillas naturales y las actividades deportivas, lo cierto es que las ciudades alrededor de San José también merecen alguna visita, como por ejemplo la antigua capital costarricense: Cartago. Fue reconstruida en 1910 tras terremotos y erupciones volcánicas, con los que se perdieron todos los monumentos importantes. Situada en un precioso valle, esta ciudad se fundó por el gobernador español Juan Vázquez de Coronado.

Su importancia mayor reside en la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, el templo más sagrado de Costa Rica, de elegante estilo neobizantino y capillas de madera tallada. Allí se encuentra la "Negrita", una pequeña representación de la Virgen María que se encontró aquí en 1835 por una mujer, que se la intentó llevar varias veces a su casa, reapareciendo siempre al día siguiente en el lugar donde fue encontrada. De esta forma, el pueblo decidió cumplir la voluntad de la Virgen construyéndole una enorme basílica alrededor del lugar donde apareció la Virgen de los Ángeles, actualmente patrona de Costa Rica. Su milagrosos descubrimiento hace que, todos los 2 de agosto, miles de costarricenses peregrinen a pie los 22 kilómetros que separan San José de la basílica, siendo que muchos los penitentes que completan el último tramo de rodillas. Esto se hace como una promesa a la Virgen para dar gracias o pedir por algo. Me quedé a la misa allí y durante la misma pude ver a varios peregrinos que el resto del año también hacen a rodillas este último tramo de peregrinación. Tras bajar a ver la roca donde fue originalmente encontrada, me llamó la atenció la galería que hay bajo la basílica donde encontramos decenas de vitrinas repletas de objetos ofrecidos por peregrinos agradecidos a la "Negrita" por atender sus peticiones. Llaveros, joyas, maquetas de avión, títulos, premios, pequeñas estatuas... son los regalos que creyentes de todo el mundo le llevan.

Tras la visita a la basílica, nada mejor que pasear hacia el este y dar una vuelta por las ruinas de la "Parroquia", restos de una iglesia construida en 1575 como santuario al Apóstol Santiago. Aunque sólo quedan los muros, es agradable darse una vuelta por sus jardines.

Y para comer en Cartago, un buen sitio donde probar comida típica es la misma plaza de la Basílica, en la confortable soda del hotel Puerta del Sol, auténtica donde las haya, que lleva sirviendo "casados" desde 1957, además de otras especialidades como el ceviche tico.

Cogiendo un bus en Cartago se puede llegar al valle de Orosi, precioso también, en el que admirar la pequeña iglesia de San José, de paredes blancas y tejado de cañas y tejas, siendo la más antigua de Costa Rica, construida en 1743 (habían iglesias más antiguas, pero fueron destruidas por terremotos). Tuve la mala suerte de no poder entrar por ser lunes y estar cerrada. Poder pasear por el tranquilo Orosi otorga una sensación de tranquilidad y de encontrarnos en un lugar remoto, rodeados de imponentes montañas verdes en medio de un pequeño valle poco poblado.





Heredia es otra de las ciudades del Valle Central que vale la pena conocer. Una buena posibilidad es aprovechar tras la visita al Museo Nacional en San José, para dirigirse a la cercana estación de ferrocarril  y tomar el tren que en media hora nos dejará en Heredia.

La "ciudad de las flores" es un centro de alta tecnología (aquí se fabrican chips) además de poseer  call-centers de numerosas firmas internacionales y sobretodo, ser la sede de la Universidad Nacional o UNA. Esto le da un ambiente juvenil que se traduce en numerosos bares, cafeterías y restaurantes buenos, baratos y originales de comida internacional, destacando la japonesa, libanesa y vegetariana.

La subida del precio de café en el siglo XIX hizo que los grandes propietarios cafetaleros de la ciudad amasaran pequeñas fortunas surgiendo una aristocracia "del café" que construyó una ciudad refinada con paseos arbolados, elegantes plazas con bonitas iglesias, una catedral, y casitas achaparradas que recordaban al estilo virreinal español. Hoy en día se conserva mucho de esa elegancia, a pesar de que la municipalidad destruye algunos edificios históricos para aprovechar esos solares creando feos parkings o edificios de hormigón insulsos al estilo de San José.

El Parque Central guarda una elegancia notoria, con sus palmeras y su bonita fuente, presidida por la iglesia de la Inmaculada Concepción, que recuerda a una fortaleza. También rodean la plaza una antigua mansión que fue residencia del ex presidente González Flores, actualmente la Casa de la Cultura. Siempre en la plaza, la torre vigía del antiguo fortín español también tiene interés, siendo el actual símbolo de la ciudad.

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Por último, y más allá del Valle Central, la enorme llanura de San Carlos fue otro de los lugares que tuve la suerte de conocer. Especialmente La Fortuna, una pequeña aldea muy desarrollada en los últimos tiempos, gracias al gran interés turístico que genera el volcán Arenal desde que sufrió la terrible erupción de 1968. Turistas de todo el mundo llegan a ver este gran volcán en medio de una llanura para admirarlo escupir lava roja durante la noche y ver la columna de humo que sale de su cono durante el día. La gran cantidad de aguas termales que salen de las tierras de la falda del volcán han hecho que surjan como setas unos cuantos complejos hoteleros con trozos de selva, piscinas termales a diferentes temperaturas, preciosas vistas del volcán, cascadas, bares en piscina, toboganes, spas... y oportunidades para hacer actividades como montar a caballo o el popular canopy.

Yo fui al hotel Los Lagos, muy completo, con todas las actividades que he citado, además de tener un pequeño zoo con caimanes, tortugas, y sobretodo, un ranario "sin jaulas" con decenas de ranitas del tamaño de una uña y colores rojo, negro y amarillo, muy venenosas, además de un precioso mariposario en el que rodearnos de grandes mariposas alrededor nuestro, o de una zona con hormigas de diversos tipos, en el que podremos destapar los hormigueros (gracias a cristaleras) y ver a estos laboriosos insectos en acción. Por cierto, las hormigas centroamericanas son mucho más grandes que las europeas.

Las piscinas termales y sus divertidísimos toboganes, así como su bar en una de las piscinas termales son un placer de día y de noche. Además, tiene unos buenos cables de canopy llamado Los cañones. Son más de 15 y la actividad suele venir incluida en el paquete hotelero (con monitores). Era mi primera vez haciendo esto y he de decir que el canopy permite a uno sentirse como Tarzán, recorriendo las espesas selvas a través de altísimos cables, que en ocasiones cojen mucha velocidad y de los que hay que frenarse antes de llegar a la siguiente plataforma, a riesgo de empotrarnos contra el tronco en el que se encuentra la siguiente plataforma.

La llanura de San Carlos, además, es el mejor lugar para probar las bocas. Son el equivalente a nuestras tapas, pero normalmente en Costa Rica son pequeñas y suelen dejar con hambre. Sin embargo, en La Fortuna y los restaurantes en las carreteras que la rodean podremos comprobar que con pedir una boca nos llenaremos porque son muy grandes. Sobretodo hay que probar las de carne de res, por estar en zona tradicionalmente ganadera.

Al volver a San José de esta excursión al Arenal, sea en coche o en bus, recomiendo encarecidamente parar un rato a mitad camino en Zarcero, un pueblecito de montaña con clima fresco y paisajes perfectamente comparables a los de Suiza. Lo que atrae a miles de ticos aquí es el parque Francisco Alvarado, un jardín normal hasta que en la década de los 60, el jardinero Evangelisto Blanco decidió podar los cipreses y otros arbustos con formas extrañas, psicodélicas, especialmente el doble túnel de arcos surrealistas que parecen derretirse.

Además, Zarcero es el lugar de Costa Rica con los mejores puestos de carretera, llenos de productos ticos de gran calidad, de donde es especialmente delicioso el queso palmito, a mantenerse en frío, y realizado artesanalmente por granjeros, con un sabor delicado, una textura única, y que casa muy bien con tomate y albahaca. En estos puestos también son muy buenas las cajetas (dulces caseros), especialmente la de coco.

En definitiva, el Valle Central y sus alrededores constituyen un mundo por sí mismo donde los visitantes no se aburrirán, ya sea si buscan gastronomía, cultura, relax, formaciones naturales, flora, fauna o actividades de riesgo y excursionismo. De todo, para todos, y a precios razonables.

divendres, 30 de setembre del 2011

San José - Costa Rica

En la capital del pueblo tico

Tras seis meses de 2010 en Sudamérica, ya me tocaba explorar otra región del nuevo continente. Y septiembre de 2011 ha sido el momento de entrar a descubrir Centroamérica a través de su país más ejemplar: Costa Rica

La "Suiza Centroamericana" es así conocida no sólo por contar con paisajes verdes, brumosos y con vacas blancas y negras, sino también por su alto nivel educativo, su neutralidad histórica, por la abolición de su Ejército en 1948 y por su sistema público de Seguridad Social.

Desde el avión cuando uno llega aprecia enseguida que Costa Rica es un país pequeño, ya que de la costa al interior, en el trayecto de aterrizaje a la capital, San José, pasan pocos minutos. Y todo es verde como un brócoli gigante. El ecologismo militante de los costarricenses es también muy alto, siendo que el país tiene un 27% de su territorio protegido y que aspira a ser el primer Estado Carbono Neutral en 2012.

Lo cierto es que Costa Rica atrae a un gran número de turistas por sus variados y bien conservados Parques Nacionales, con más biodiversidad que Norteamérica, Europa y Australia juntos o con volcanes de infarto o ríos perfectos para el rafting. Otros acuden llamados por sus paradisíacas playas caribeñas con sus reservas de tortugas y otros muchos buscan las perfectas playas de surf  y el ambiente alterantivos de numerosos puntos de la costa del Pacífico. 

Sin embargo, nadie se para ni siquiera un día a descubrir su curiosa capital. San José sea quizá la capital centroamericana más fea, pero eso no significa que sea aburrida ni que no tenga partes bonitas o edificios a descubrir. Sin duda es el lugar donde ver al mayor número de ticos en su día a día.Vale la pena vivir aunque sea tres o cuatro días la normalidad de la capital del país más feliz del mundo.

Además, la cultura también está bastante presenta en la cada vez más animada capital. Pude comprobarlo haciendo la primera noche que llegué un circuito nocturno por las plazas y calles más históricas de "Chepe" (manera cariñosa en la que los costarricenses llaman a su capital). Un grupo de jóvenes llevan adelante una iniciativa llamada "Chepecletas", consistente en paseos nocturnos guiados, con la que buscan fomentar no sólo el uso de la bicicleta en la capital, sino también los paseos y, en especial, los paseos nocturnos. Esto es necesario ya que en los últimos años, y en parte por culpa de los medios de comunicación, la sensación de inseguridad en la hasta entonces tranquila Costa Rica ha aumentado. Lo que se persigue con estas actividades es que el ciudadanos recuperen la calle y los espacios públicos para su disfrute.

El caso es que empezamos el paseo por la arbolado Parque Nacional, bajo la estatua central, en la que están representadas las cuatro repúblicas centroamericanas, lideradas por Costa Rica, expulsando a William Walker, un norteamericano que el en siglo XIX pretendió conquistar para su país a las repúblicas recién nacidas. Su expulsión con éxito (con derrota de Nicaragua incluida) aún se celebra.

De allí fuimos bajando por la Avenida 3, una de las primeras del mundo en ser iluminadas eléctricamente, tras las de París. Esto da talla de la riqueza de los cafetaleros josefinos en épocas pasadas. Llegamos al Parque Morazán con su bonito Templo de la Música en el centro, una gran glorieta de hormigón de estilo neoclásico considerada por muchos con símbolo de la ciudad. En una de sus esquinas hay un parquecito presidido por la conocida como Edificio Metálico, un precioso edificio de dos plantas prefabricado en Bélgica que se trajo pieza por pieza desde allí, y que recuerda mucho a las construcciones art nouveau del hierro de Bruselas. Actualmente es una escuela.

Por cierto, que enfrente de la Casa Metálica se encuentra uno de los bares más históricos de la ciudad: el Morazán, ahora algo restaurado, pero que aún mantiene parte de sus azulejos españoles. Numerosas personalidades lo frecuentaron, la más popular de las cuales el Che Guevara en sus estancias por San José. Sus cócteles con o sin alcohol son enormes.

Y justo al lado se encuentra uno de los parques más bonitos y frondosos de la ciudad, el parque España, con una espectacular iluminación nocturna que realza a los enormes árboles selváticos que tapan el cielo aquí. El lugar está presidido por una estatua de Cristóbal Colón que sus descendientes regalaron al pueblo de Costa Rica en 2002, celebrando el V Aniversario de la llegada del navegante a las costas de "Tiquicia" (así llaman popularmente a Costa Rica sus habitantes).

Enfrente de este parque se halla un bonito y pequeño edificio colonial conocido como la Casa Amarilla, sede de la Cancillería costarricense, es decir, del Ministerio de Exteriores. Y por detrás se llega al elegante barrio Amón, con sus calles jalonadas de las antiguas mansiones victorianas de los cafetaleros o de modernísimos edificios residenciales. También hay varios ejemplos de art decó remarcables.

El paseo acabó con una cena ligera en Cambalache, un local muy bohemio del barrio donde se sirven unos pocos platos vegetarianos como la lasagna vegetal o el panini de zuchinni acompañados de la chicha, una bebida alcohólica casera que destilaban las tribus indígenas y que ahora es difícil encontrar. Recomiendo probar la de piña y canela.

Dicho esto, y a pesar de que con esta descripción pudiera parecer que las noches josefinas son muy tranquilas, lo cierto es que la otra cara nocturna de la ciudad es mucho más conocida: la festiva. San José cuenta con decenas de locales nocturnos para todos los gustos, rivalizando con Panamá City por ser la ciudad centroamericana con más vida nocturna.

Noctámbulos de todo pelaje encontrarán en la capital costarricense un local adaptado a sus necesidades. Los modernos empedernidos podrán acudir al sofisticado Steinvorth, abierto recientemente en la Calle 1 con Avenida Central. En un antiguo edificio un enorme espacio tipo loft a dos alturas nos ofrece exposiciones de arte por las tardes y pista de fiesta por las noches, con música de DJ remezclando canciones al gusto de los modernos más modernos.

Para tomarse algo y bailar muy poco, está en auge el Trece, en el paseo de los Estudiantes. Este local está decorado con elementos tan curiosos como teléfonos antiguos pegados al techo en forma de reloj o una reproducción gigante de la iglesia de la Merced de lego adosado a una de las paredes o ropa antigua tendida en otra pared. Suena música del momento y su público es parecido al del Steinvorth. Aunque los que busquen algo más latino también lo tendrán fácil. Hay muchos locales con música de ese tipo, aunque tal vez el más sofisticado este momento sea el Home, un lounge-club del centro comercial Via Lindora en el que incluso tocan bandas costarricenses en directo. Música latina y de moda en general con gente por encima de los 27 y alguna que otra modelo local suelta como Kimberly Zuñiga, la cual estava cuando yo fui.

Pero sin duda, el club por excelencia de la capital sea, tal vez, Vértigo, en el paseo Colón, por sus sesiones de música house y electro-dance y su público joven y bien vestido. No tuve la oportunidad de ir.

Mi segunda vez saliendo de copas por Chepe conocí Selvática, por un lado, donde se ponía música algo más comercial y copas excelentes, y se disfrutaba de vistas de la capital. Y por otro lado descubrí también Antik, enorme casona antigua y ahora discoteca con salas en las que perderse, una gran sala superior con terraza dedicada al reaggestón y otra grande en el sótano con las sesiones de electrónica y house más famosas de San José.

Sin embargo, la noche de San José es mucho más concida por ostentar la capitalidad de las fiestas LGTB centroamericanas. Rodeada de países donde la homosexualidad se castiga con años de prisión, Costa Rica se ha convertido en el país gay-friendly de la región, atrayéndo a este tipo de público de numerosos países. Así, San José cuenta con una variada oferta en este tipo de locales, destacando por encima de todos el Club Oh!, una enorme discoteca con lounge adyacente y música mayormente electrónica, con actuaciones de drag-queens. El Bochinche es la competencia directa al anterior, con música más bailable y un restaurante barato en su interior.

Lo más importante de la noche josefina son sus precios: muy bajos. Las copas no suelen superar los 3000 colones (alrededor de 4 euros) y en muchos locales las encontraremos incluso por 2 o 3 euros. Lo mejor es optar por las barras libres que organizan algunas discotecas. Por ejemplo, el Club Oh! ofrece una barra libre VIP los viernes por sólo 10 000 colones, es decir unos 13 euros. Esto implica todo lo que puedas beber de 21h. a 1h. de la mañana pidiéndolo en el lounge al que solo acceden los que llevan la pulserita VIP. En resumen: que por lo que cuesta una copa en Europa, aquí entras como VIP y te tomas las que quieras. Y nada de garrafón.

Estas descripciones pudieran dar la impresión de que para el turista, de día no hay nada que hacer aquí, pero se equivocan. San José es un ciudad con cosas que ver. Lo primero que debe hacerse es pasear por la bulliciosa y peatonal Avenida Central, auténtico corazón de la ciudad, dónde pulsar el día a día, en sus decenas de tiendas o cadenas de comida rápida y con sus vendedores ambulantes bloqueando el paso a los ejecutivos encorbatados con prisas.

Al llegar a la altura del Mercado Central, construido en 1880, no dudéis en meteros y hacer una pausa. A diferencia de los mercados europeos, aquí encontrareis carne, frutas, verduras y pescado, pero también tiendas de souvenirs, de ropa, de electrónica, heladerías y "sodas" que es como se llaman los locales donde comer algo barato y tradicional como los casados. De hecho, recomiendo comer en la Soda Tapia una de las más famosas y antiguas del país. Aunque ya había probado el plato tico por excelencia en Santiago de Puriscal, aquí es donde tradicionalmente lo toman los costarricenses. El casado es una especie de plato combinado que siempre lleva arroz blanco, frijoles (enteros o molidos), y luego varias cosas a elegir como verduras en escabeche o al vapor, nachos, ensalada, yuca frita o en salsa, chayote... etc. Y por último, el elemento central que suele ser o carne de res como la chuleta o de cerdo, o pollo o pescado empanizado o al ajillo... existen diversas elecciones y siempre depende de lo que tenga la soda disponible. Y para beber, normalmente existen menús que con el casado te viene un fresco, que consisten en frutas tropicales batidas (con agua o con leche): hay de piña, de papaya, de sandía, de melón, de mora.... o de cosas más exóticas como la guanabana o el tamarindo. En Costa Rica la comida nunca se acompaña con agua solamente, sino que una bebida dulce es obligatoria. Una gran curiosidad en las cartas costarricenses es que normalmente ofrecen horchata como un fresco más. Sin embargo, atención, ya que nada tiene que ver con la horchata de chufa valenciana. Aquí se hace con agua de arroz, clavo de olor y canela molida. Sabe bien, pero me quedo con la valenciana de jugo de chufa, agua y azúcar.

Acabada la comida, no os olvidéis del postre. Par esto, el mejor local del Mercado Central es la Sorbetera de Lolo Mora en el que la carta está pintada sobre un muro con dibujos y la posibilidad de elección es muy pequeña: o helado solo, o helado con granizado de cola y leche en polvo por encima, mezcla extraña a la que los ticos llaman Churchil. Sólo tienen un helado amarillo de un sabor no identificado pero delicioso similar a la crema. Y el granizado es hecho al instante, con un raspador de un bloque enorme de hielo. Y no dejéis de pedir una bolsita de barquillos caseros para acompañar vuestro helado o vuestro Churchil. Experimentaréis un sabor muy nuevo y extraño. 

Con la barriga llena, seguimos nuestro paseo viendo los edificios por alrededor de la Avenida Central, como los Correos de Costa Rica o el maravilloso Teatro Nacional, en la plaza de la Cultura. Su fachada neoclásica y sus increíbles interiores (dignos de cualquier gran ópera europea como la Garnier de París o la Scala de Milán) lo convierten en uno de los edificios más queridos por los josefinos. Vale la pena también dar una vuelta por el sur del Parque Nacional, recorriendo la pequeña calle 17 (peatonal) viendo la Asamblea Legislativa de Costa Rica, el contundente complejo de la Corte Suprema de Justicia o las montañas que rodean la ciudad desde los escalones de la plaza de la Democracia, frente al Museo Nacional. Este Museo, por cierto situado en el antiguo cuartel general del Ejército, ahora abolido, alberga objetos de todas las épocas históricas del país, mostrando de forma amena la historia de Costa Rica. Curiosas son las enormes esferas de piedra expuestas que aparecen soterradas en Turrialba, construidas por las tribus precolombinas. Es bonito también el mariposario de la entrada, por donde poder pasear rodeado de estos animales de colores. Y al atardecer, las vistas de la ciudad desde el patio central son preciosas. Ese fue, por cierto, el único museo de la capital al que fui, pero según tengo entendido, el resto de museos son también muy recomendables como el del Jade, el de Arte Moderno o el del Oro.  



Por último, no puedo dejarme el destartalado Parque Central, y su megaglorieta de cemento que recuerda a la arquitectura nazifascista. Enfrente está la Catedral Metropolitana, con las paredes inferiores forradas de azulejos españoles y su elegante decoración neorrenacentista. Una vuelta por el animado paseo de los Estudiantes hará que hayamos completado una visión básica de la vida en la capital tica. Ahora ya podemos empezar a planificar excursiones por el maravilloso Valle Central. Pero eso lo dejo para la próxima actualización.