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dimarts, 23 d’abril del 2013

Trip Advisor

Una de las páginas de viajeros que más está creciendo en público y en confianza actualmente es Trip Advisor. Y no por casualidad. Su modelo democrático, en el que cualquiera puede publicar una opinión sobre un hotel, restaurante o lugar, y darle nota, otorga fiabilidad. 

La publicidad, falsos reportajes y otros engaños están llenando Internet por lo que el modelo de Trip Advisor se hace más confiable y atractivo para todo viajero independiente. Un modelo dónde la puntuación, el ranking, las opiniones e incluso las fotografías salen del propio público.

Siempre que nos alojemos en un hotel, comamos en un restaurante o visitemos una atracción es muy recomendable que le demos nota y escribamos brevemente nuestra opinión en Trip Advisor. Tras un proceso de verificación, el equipo de esta web lo autorizará y publicará, para que todo futuro viajero esté más informado.

Además, los dueños de hoteles y restaurantes pueden decir que piensan acerca de las opiniones publicadas y dar su punto de vista, otorgando más información aún a los futuros visitantes y creando un diálogo abierto. 

En el tema de las fotografías, los dueños pueden publicar las fotos oficiales, mientras que los visitantes también publicamos fotos independientes, por lo que el futuro viajero puede comparar imágenes de forma veraz.

Según la puntuación final que demos a los lugares que visitemos, el restaurante u hotel se situará en una determinada posición en la ciudad o región en la que se ubica. De hecho, es muy útil antes de viajar a algún lugar, consultar el ranking de restaurantes y hoteles el Trip Advisor de dicho lugar, para elegir siempre los mejores lugares, que nunca tienen porqué ser los más caros.


Actualmente todo el que tenga un negocio en el mundo de la restauración o la hostelería no puede en ningún caso descuidar su presencia en Trip Advisor. Es clave que los dueños de estos negocios gestionen las opiniones y les den respuesta siempre, tanto si son negativas como si son positivas. En todo caso, deben ser honestos y si hay numerosas críticas negativas, ponerse manos a la obra para corregir dichos fallos.

En definitiva, Trip Advisor es una página imprescindible para todo nómada. Se trata de ofrecer vuestra sincera opinión y puntuaciones para ayudar a futuros viajeros o visitantes a tener la mejor de las experiencias posibles.

dilluns, 22 d’abril del 2013

Día de la Tierra 2013

Hoy, cómo todo 22 de abril, es el Día de la Tierra. Esta celebración la promovió el senador estadounidense Gaylord Nelson, para crear conciencia del problema de superpoblación del planeta, de la excesiva contaminación y la necesidad de conservar la biodiversidad. El senador Nelson organizó a cientos de universidades, escuelas y comunidades de todo tipo para manifestarse en Washington a favor de la creación de una agencia ambiental. La presión social tuvo éxito y el gobierno de los Estados Unidos creó en los setenta la EPA o "Environmental Protection Agency", la Agencia de Protección Medioambiental.

Ahora que vivo en Manila soy más consciente que nunca de los riesgos a los que lleva el crecimiento insostenible: ciudades inhumanas donde respirar es tragar humo tóxico, dónde todo es gris y dónde la naturaleza es anecdótica. Miles de personas se agolpan en insuficientes transportes públicos y centros comerciales, que por cierto consumen cantidades ingentes de energía sólo para mantenerse refrigerados.

Por eso, es necesario crear conciencia ambiental, y seguir recordando pequeños gestos que si todos vamos asumiendo podemos contribuir a grandes cambios, como llevar siempre bolsas de tela para evitar las criminales bolsas de plástico, reducir nuestro consumo de envases innecesarios o controlar nuestro gasto eléctrico.

Aquí os dejo una bella fotografía que tomé en el Parque Nacional de Khao Yai, la primera zona protegida de Tailandia, que tomé en mi reciente viaje al antiguo Siam. Se trata de la cascada de los elefantes, ya que por aquí suelen cruzar familias enteras de paquidermos en sus rutas en busca de comida. Yo no tuve la suerte de ver ningún elefante, pero el paisaje valió la pena.

Esta selva es además Patrimonio de la Humanidad, según la UNESCO. Y no es para menos. La variedad de flora y fauna es increíble. Se trata de una de las junglas subtropicales más grandes del continente asiático. Incluso tigres viven en estas tierras. Son lugares como este por los que vale la pena empezar una nueva era de crecimiento sostenible, en el que las sociedades humanas podamos progresar en armonía con los ciclos naturales que existen en la Tierra.

Qué paséis un buen Día de la Tierra.


dimarts, 16 d’abril del 2013

Bangkok

La primera sensación que tuve de Bangkok fue de ser una ciudad con muchos árboles. Casi todas las calles eran arboladas, lo que se agradece mucho. La capital de Tailandia es, además, una ciudad bastante limpia aunque su tráfico es siempre horrible. No obstante, numerosos puntos de la ciudad están conectados ya sea por su única y eficiente línea de metro o por sus tres rápidas líneas de Skytrain, con lo que no siempre nos veremos atrapados en los atascos eternos de sus calles y avenidas.

Llegamos en tren desde Ayutthaya a la gran estación de Hualamphong, de estilo europeo. Desde allí, llegamos en transporte público hasta la parada de Skytrain de Surasak, ya que en dicha calle se encontraba nuestro hostel: el Saphai Pae. Por cierto, uno de los mejores hostels de mi vida. Ocupa un edificio entero de cinco plantas y ofrece todo tipo de habitaciones, limpias, frescas, con camas grandes y cómodas a muy buen precio. Los baños comunes son cómodos, amplios, modernos y muy limpios. Pero lo mejor es el restaurante que hay en el interior, el Bangkok Dining, que ofrece una amplia variedad de tradicionales platos thai a precios razonables y todo de buena calidad Allí cenamos varias noches diversas delicias de la cocina tailandesa.

Una vez instalados nos fuimos a dar una vuelta por la cercana avenida Silom, uno de los núcleos de la marcha nocturna de la ciudad. La verdad es que Bangkok recuerda mucho al urbanismo de cualquier ciudad europea, con bajos comerciales y edificios de apartamentos no demasiado altos en general. Andando por esta avenida vimos desde fuera un curioso y colorido templo hindú. Nos encontramos también con el animado mercadillo nocturno de Patpong. Estas calles son famosas por ofrecer los shows que los turistas siempre buscan. En efecto, se trata de los típicos "ping-pong" shows dónde, además de ver a mujeres desnudas lanzando bolas de ping-pong desde sus vaginas, harán todo tipo de excentricidades como sacarse cuchillas realmente afiladas de su interior, sacarse pañuelos, fumar con su vagina, tocar trompetines soplándo por su vagina e incluso lanzar afilados dardos con sus vaginas que harán explotar globos que nosotros mismos sujetaremos. Todo eso mientras desfilan cientos de ellas completamente desnudas en las barras de las decenas de bares a pie de calle.

Tened cuidado con las estafas, ya que suelen haber buscadores que ofrecen entrar gratis a estos locales y cervezas a 2 o 3 dólares. Sin embargo, a nosotros nos pasó que al salir, varias chicas bloquearon la salida y el gerente nos informó que habían un coste de la entrada de 40 dólares. Obviamente, dicho coste no había sido señalado por el buscador que nos llevó hasta allí por lo que nos negamos en redondo a pagar dicha cifra. Tras varios minutos de discusión, amenazamos con llamar a la policía, con lo que todo se resolvió. Repito, tened cuidado, las estafas abundan.

El equivalente de estos espectáculos pero con hombres se encuentra en las calles cercanas de Soi Pratuchai. Además de estos espectáculos también hay varios bares de buena música en directo en estas calles. Sea como fuere, es un lugar muy curioso al que hay que ir una vez en la vida. Lo bueno es que está en un barrio central de Bangkok con mucha gente y bastante sensación de seguridad.

Al día siguiente nos levantamos temprano. Queríamos aprovechar para conocer el centro de la ciudad. Por eso, tomamos un ferry público al lado del puente Saphan Taksin y recorrimos el movido Mae Nam Chao Phraya, el gran río de la ciudad, siempre lleno de barcos con templos de todo tipo a ambos lados. Bajamos en la parada más cercana al Ko Ratanakosin, el área amurallada donde se concentra el Palacio Real, templos reales y diversos ministerios. Antes, pasamos por fuera del Wat Pho, el templo más antiguo y grande de Bangkok. Aquí se encuentra un gigantesco Buda reclinado que pudimos admirar desde fuera. Seguimos bajo el sol hasta llegar a la entrada del recinto real. Allí, tras vestirnos convenientemente con ropa larga que prestan, y tras pagar la cara entrada, accedimos al complejo de templos reales, muy bello, en el que destaca el Wat Phra Kaew, también conocido como el templo del Buda de jade, con paredes forradas de oro y joyas y suelos de mármol comodísimos (hay que descalzarse). En su interior se encuentra uno de los Budas más reverenciados de Tailandia. Fue secuestrado por fuerzas de Laos para volver posteriormente a Tailandia. 

Los murales interiores de esta capilla muestran la versión tailandesa de la historia épica hindú del Ramayana. Asimismo, en las columnas se narra la vida de Buda. El conjunto impresiona y da una sensación de gran serenidad. Aunque el calor del exterior y el gran número de turistas puede llegar a saturar. Es impresionante también una gigantesca maqueta a escala hecha de piedra de Angkor Watt que hay en una de las plazoletas de este conjunto de templos.

Dejando atrás la zona de templos llegamos al jardín frente al Gran Palacio, un curioso edificio que mezcla de elementos occidentales con tailandeses generando un resultado sorprendente. Normalmente sólo se usa para ceremonias de coronación, especialmente los salones anexos, esos sí, de total estilo tailandés. En estos salones del trono estaba prohibido hacer fotos pero yo pude llevarme una a escondidas que aquí os dejo.

Saturados de la realeza tailandesa, decidimos cerrar nuestra visita al complejo real con una fugaz visita al moderno museo del vestido, situado en otro de los bellos palacetes. A pesar de que la explicación sobre cómo se elabora la seda tailandesa es interesante, y de que numerosos vestidos usados por la Reina sorprenden, lo cierto es que el museo destila un excesivo tufo propagandístico hacia la actual esposa del monarca tailandés.

A las puertas de la blanca muralla que separa el complejo real de la ciudad tomamos un tuk tuk rumbo a la famosa Khao San Road. A toda velocidad y en ocasiones a contra dirección, sorteamos el caótico tráfico de Bangkok hasta llegar a esta calle, llena de mochileros de todo el mundo donde se puede curiosear en su mercadillo, sorprenderse con los centenares de hostels disponibles o comerse un buen Pad Thai recién hecho a precio de risa. Este plato, normalmente a base de arroz o de tallarines de harina de arroz se saltea en wok con diversas verduras y huevo. También suele llevar gambas o carne y se puede hacer picante a elección del consumidor. Lo mejor son los cacahuetes rallados que lleva por encima.

Como hacía demasiado calor, decidimos volver en taxi al hostel, atravesando las diversas avenidas de la ciudad, enormes y arboladas. Pasamos también por el barrio de los Budas, donde decenas de establecimientos venden figuras de Buda de todos los tamaños y materiales, siendo que las más grandotas están en las aceras.

El penúltimo día en Bangkok lo dedicamos a visitar el mercado de Cha Tu Chak, uno de los más grandes del mundo. Pasamos por el monumento a la Victoria, situado en una gigantesca rotonda que deja claro que Bangkok es una gran ciudad. Una vez en el mercado, nos zambullímos en un mar de zapatos, camisetas, estatuas, ambientadores de todo tipo, mascotas, comida, flores... es increíble la cantidad de productos disponibles que hay.

Posteriormente no dirigimos a la moderna zona alrededor de la avenida Siam, llena de luces, neones y modernos centros comerciales. Tras descansar un rato nos dirigimos al Hotel Lebua. En la última planta de la impresionante State Tower se encuentra el Tower Club, siendo el bar al aire libre más alto del mundo. Este lounge es muy famosos porque apareció el la película "Resacón en Bangkok". Lo cierto es que impresiona bastate. Lo preside todo su cúpula dorada, bellamente iluminada. El aire de esas alturas azota fuerte en determinados puntos del bar. Un bellísima vista de todo Bangkok rodea la fiesta mientras un elegante grupo de música ambiental tocaba canciones míticas y su vocalista las cantaba. Había una zona con mesas y otra para bailar, con la barra sirviendo elegantes cócteles. Una fuente en la mitad acaba de redondear la elegancia y buen gusto presentes en esta zona.

Mi último día en Bangkok lo dediqué al mercado flotante de Damnoem Saduak, uno de los más populares. Allí, tras dos horas en furgoneta desde Bangkok llegamos a un embarcadero. Subidos en una de esas barquitas llegamos hasta el mercado, donde centenares de puestos al borde del río nos ofrecían sus productos. Lo cierto es que nos decepcionó bastante en el sentido que estaba demasiado enfocado hacia turistas y había perdido parte de su encanto original. Nosotros buscábamos un mercado verdadero, de frutas y verduras, y no aquel esperpento lleno de souvenirs de todo tipo. Por supuesto, también habían frutas, verduras y comida cocinada en los barcos que estaba deliciosa. Aunque no era lo que me esperaba, tampoco estuvo mal. Probamos bastates comidas tradicionales entre barca y barca.

En el camino de vuelta a Bangkok paramos en el templo de Nakhon Pathom Phra Pathom Ched, impresionante, con un gran "chedi" (torre acampanada) que fue construída recubriendo el antiguo Chedi. Pudimos ver como los fieles donaban pequeñas cantidades para obtener barritas de incienso que ofrecer a Buda así como papelitos de oro que pegar a las estatuas.

Bangkok me pareció una ciudad en toda regla, con muchísimas cosas para divertirse. Tal vez turísticamente no tenga tanto como pensamos. De todas formas, lo que nos mató a nosotros fue el calor insoportable y pegajoso que nos quitaba las ganas de ver cosas. No creo que Bangkok deba ser un destino en sí mismo, y menos para los que tengan que tomar un vuelo transoceánico para visitarla.

Me gustaría volver a Tailandia, pero esta vez al norte, a Chiang Mae. Todo el mundo me ha dicho que es lo mejor del país sin duda.


dimecres, 10 d’abril del 2013

Khao Yai & Ayutthaya

Desde la frontera de Camboya, y tras dos autobuses, dos tuk-tuks y una moto a medianoche llegamos a nuestro primer destino en Tailandia: el Parque Nacional de Khao Yai, también Patrimonio de la Humanidad-UNESCO. Este fue el primer parque nacional protegido por el gobierno tailandés y es, además, el bosque monzónico más grande de Asia continental.

Se nota mucho el paso de un país a otro. Mientras que en Camboya casi todo estaba en inglés y los precios se marcaban en dólares, Tailandia tienen absolutamente todo escrito en thai (con su curioso alfabeto) y todo debe pagarse en baths. Es un país en el que abundan los Seven Eleven también. Una de las primeras cosas curiosas que probé en estas tiendas fue una hamburguesa de menta en mitad de dos círculos de arroz pegado con Fanta de arándanos para beber.

El caso es que nuestro alojamiento estaba a las puertas del parque. Un hostel buenísimo, por cierto: Green Leaf Guesthouse. Por un precio más que barato tuvimos una habitación para nosotros bastante confortable y con baño privado cuyo único "pero" es que las duchas no tienen calentador de agua. Pero cómo durante el día hace calor, no hay problema. Tal vez ducharse durante las frescas noches sea algo más complicado.

El caso es que, al día siguiente, tras un delicioso desayuno tailandés (sopa blanca de arroz con pollo y plato de frutas frescas) puse rumbo con un grupo de alemanes y estadounidenses al parque nacional más antiguo de Tailandia, con la excursión que el propio hostel organiza a buen precio y que dura todo el día.

Con al esperaza de ver elefantes, nos adentramos caminando por la jungla donde el guía thai nos mostró las guaridas de los escorpiones, mareando a uno de ellos para que pudiéramos verlo. Impresionaba por su color azul zafiro. Seguimos a través de los árboles hasta toparnos con una serpiente enroscada a una rama, color verde fosforito, que se camuflaba perfectamente entre las hojas. 

En uno de los cententarios árboles se podía hasta escalar, ya que era tan alto y grande que el interior del tronco era lo suficientemente amplio para que por dentro subieran hasta dos personas a la vez. Tras varias horas de ruta, parámos a comer unas verduras con tofu y arroz, algo picantes como toda la comida tailandesa.

Habían numerosos monos, unos más pequeños y atrevidos que se acercaban a pedir comida y los más impresionantes, los gibones, arborícolas, con larguísimos brazos y piernas cuyos saltos nos impresionaron notablemente.

Después, enfilamos hacia unas cataratas. La primera que vimos fue en la que se rodaron varias escenas de la famosa película "La Isla", con Leonardo Di Caprio. Tras una siesta en el bello paraje fuimos hacia la catarata de los elefantes, una altísima caída de agua por donde los elefantes suele cruzar, beber y refrescarse a la que se llega tras recorrer unas empinadísimas escaleras. Lamentablemente no vimos ningún elefante salvaje. Una pena. Aunque sólo por el paisaje valió la pena.
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Tras otra noche fresquita al día siguiente tomamos el tren en dirección a la antigua capital de Siam: Ayutthaya. Construía en la confluencia de los ríos Mae Nam Lopburi, Chao Phraya y Pa Sak, la ciudad se contruyó en la isla resultante de esta confluencia. Los ríos crearon una barrera natural ante las invasiones y además permitieron a la ciudad generar un comercio fluvial que llevó a su crecimiento incensante entre 1350 y 1767. Creció tanto que se convirtió en la capital del imperio tailandés. Pero en 1767 los birmanos saquearon la ciudad y esta perdió casi toda su riqueza y esplendor. De hecho, los tailandeses reubicaron su capital en Bangkok.

El caso es que tras llegar a la estación de tren nos dirigimos hacia el río para cruzarlo en un curioso bote y llegar a la antigua capital. Tras instalarnos en el hostel, nos dirigimos a almorzar en un restaurante a la orilla del río con vistas a un colorido templo budista. Se trataba del Baan Khun Phra. A pesar de la belleza del lugar y del delicioso zumo natural de citronela, lo cierto es que la comida era de mediocre calidad. No lo recomiendo.
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Tras comer, empezamos la visita con un tour en barca por los ríos y canales con el fin de visitar los templos que salpican las orillas de Ayutthaya. Empezamos la primera parada en el Wat Phanan Choeng, un complejo monástico budista cuyo elemento central es un gigantesco templo al que acuden miles de peregrinos desde Bangkok. Dedicado a los marineros chinos, un gigantesco Buda sentado de 19 metros inunda la estancia. Es tan grande que en su mano caben una docena de personas sentadas. Me impresionó bastante, de hecho es el Buda que más me impresionó de todo el viaje. 

De ahí continuamos por el río viendo la mezquita y la catedral de San Juan hasta llegar a otras ruinas, las de Wat Yai Chai Mongkon, con un "chedi" gigante (torre budista con forma de campana) y un Buda reclinado de 7 metros, cubierto con las típicas sedas naranjas de monje, al estilo de Ayutthaya. También tenía un claustro con cientos de Budas sentados, también vestidos, y varias torres centrales con Budas de piedra en su interior, en las que habitan decenas de murciélagos.

Con el atardecer, la última parada del bote fue en el Wat Chai Wattanaram, el templo más fotogénico de todos, con su "praang" (torre religiosa de estilo Khmer) central dominando la escena. Este templo se hizo por uno de los reyes de Ayutthaya tras la conquista de diversos territorios Khemer por parte de Siam, siguiendo el estilo del pueblo vecino. 

Sus ladrillos rojos deslumbran con la roja luz del atardecer y su equilibrio arquitectónico así como su estudiada posición a la orilla del río lo convierten en la estructura más impresionante de toda la ciudad. 

Mientras anochecía, el bote continuó el recorrido, mostrándonos casas particulares así como el bello Palacio Real. Finalmente, se metió por uno de los canales que atraviesan la isla central y pudimos apreciar el día a día de los habitantes de la ciudad: niños refrescándose en el canal, un señor duchándose, varios pescando o algunos disfrutando de una cerveza en las terrazas que hay a ambas orillas del canal. Finalmente volvimos al embarcadero original y justo estaba empezando el mercadillo nocturno de Hua Raw.

Allí se podía probar numerosos platos locales, como ranas asadas y diversas sopas más o menos picantes. La población musulmana de la ciudad también ofrecía varios puestos con comida halal. Aunque lo mejor eran los puestos de frutas, con sandías, zumos de naranja natural o fresas deliciosas. Probé unas brochetas de pollo satay con buena pinta y de postre compré una caja de Khanom Krok recién hechos, unos pastelitos al grill como con masa de tortita y rellenos de leche de coco y cebollino. Deliciosos. Tras una vuelta por las calles de Ayutthaya de noche y de ver algún templo moderno por fuera, nos fuimos a dormir.

Para desayunar, a la mañana siguiente fuimos al mercado matinal y allí probé unos buñuelos tailandeses muy ricos que ellos mojan en leche condensada. De ahí nos fuimos a ver los templos en el interior de la isla, especialmente el Wat Phra Si Sanphet, que nos decepcionaron por ser muy parecidos a los del exterior, pero en peor estado. Fue una lástima que fuera un jueves, ya que los fines de semana los monjes ofrecían en inglés una introducción a la metación. Los parques centrales de Ayutthaya tampoco nos gustaron mucho, de hecho estaban algo sucios y desangelados. Por eso, en poco tiempo pusimos rumbo a la estación de tren para tomar el siguiente a Bangkok.

Tras varias horas en el lento tren, viendo paisajes con Budas gigantes en montañas incluídos, llegamos a la gigantesca capital tailandesa, algo más ordenada, limpia y verde de lo que nos esperámos. Pero eso ya, es una historia para otro post.


dijous, 4 d’abril del 2013

Angkor, la joya de Camboya

Las dos noches que he pasado en Camboya han sido inolvidables. Y han sido en la pequeña ciudad de Siem Reap. 

No podía ser de otra manera. Camboya tiene aquí su joya más preciada: Angkor, el conjunto de templos hinduistas mas grande del mundo con Angkor Watt como pieza clave. Basta dar un vistazo a la bandera camboyana para entender la importancia que tiene para este país: allí se encuentra perfectamente dibujada la silueta de este magnífico templo.

Siem Reap, la ciudad anexa al conjunto de templos, es un hervidero de mochileros de todos los puntos de globo que acuden a contemplar esta maravilla arquitectónica. Su moderno aeropuerto conecta con decenas de ciudades de toda Asia, haciendo más fácil si cabe la llegada a Angkor.

Nosotros aterrizamos bien de noche en un baratísimo vuelo de Cebu Pacific Air desde Manila. Tras pagar los correspondientes 21 dólares del visado, que se expide al momento, nos subimos en el tuk-tuk de la casa de huéspedes en la que nos alojábamos. El amable conductor se presentó como Panda y nos esperaba con un cartel con mi nombre en grande. Los tuk-tuk camboyanos son amplios carricoches con capacidad de cuatro o cinco personas sentadas cómodamente tirados por una moto.

Recorrimos las   avenidas de Siem Reap, flanqueadas de enormes resorts llenos de chinos, japoneses y coreanos hasta llegar al centro de la ciudad donde se situaba nuestro alojamiento: MotherHome Guest House. Sólo me caben elogios hacia este hotelito. No sólo nos recogieron de forma gratuita, sino que además nos recibieron con una toalla húmeda deliciosamente perfumada y con una bebida de bienvenida de piña servida en un vaso metálico tradicional.

La habitación, limpia y bonita contaba con un baño perfectamente equipado. La relación calidad precio es de las mejores que nunca he tenido. Antes de domir pedimos a Panda estar listo a la cinco de la mañana. Queríamos ver amanecer en Angkor Watt.

En efecto, nos despertamos a la mañana siguiente y allí estaba Panda, listo y con nuestro desayuno empaquetado, cargado además con una neverita llena de botellas de agua (nos harían mucha falta después). Tras un breve recorriendo en el silencio de la noche llegamos a la entrada de Angkor, gestionada conjuntamente por el gobierno camboyano y la UNESCO. Tras pagar 20 dólares por cabeza nos emitieron un carnet con nuestra foto y todo, que hay que presentar a los guardas de los templos en todo momento.

Panda nos dejó en la primera parada: Angkor Watt, el templo más visitado de todos. Es el mejor conservado porque nunca fue abandonado a la jungla y pequeñas comunidades de monjes lo mantuvieron más o menos vivo tras su caída. Allí, legiones de turistas de todo el mundo abarrotaban la avenida principal que cruza el enorme lago artificial que rodea los templosa modo de foso. Con pequeñas linternas nos íbamos iluminando. A trancas y barrancas, cruzando las antiguas estancias sagradas nos adentramos hasta el corazón del complejo.

Angkor Watt es una réplica del universo en miniatura. La torre central es el mítico Monte Meru (en la mitología Khmer es el lugar donde habitan los dioses), con sus picos menores rodeándolo. Los patios y estancias que lo rodean son los continentes. El estanque interior simboliza los océanos. Y las serpientes de siete cabezas (la mítica Naga) que se encuentra en las escaleras y barandas a modo de gran pasamanos simbolizan el arco iris que los humanos tienen que buscar, como puente para llegar al monte de los dioses.

Mientras disfrutamos de nuestro desayuno con croissants (restos del pasado colonial francés), pan con mermerlada y bananas, la luz apareció iluminando el complejo de forma mágica. Tal vez las masas de turistas le quitaban un poco de encanto al asunto. El caso es que empezamos a recorrerlo todo, incapaces de parar de hacer fotos. 

Los pasillos que rodean las torres están bellamente decorados con bajorrelieves que narran diferentes historias y mitos del hinduismo. La más impactante es la de la creación del Océano de Leche, dónde demonios y dioses, sujetando los extremos de la serpiente Naga, hacen batir el océano con el fin de obtener el elexir de la inmortalidad.

Los patios interiores dan una sensación de paz interior increíble. Y las vistas del conjunto desde las torres que rodean a la torre central son inolvidables. No olvidéis pasear por la parte trasera, desde la que se toman las mejores fotos. Pero cuidado con las bandas de monos salvajes. Son muy agresivos. A mí me abrieron la bolsa para robarme un plátano en cuestión de segundos.

Tras tanta belleza volvimos con Panda que nos llevó hasta la siguiente parada de la ruta. Cruzamos una de las cinco puertas de la ciudad fortificada de Angkor Thom, construida en el siglo XIII y que llegó a alcanzar el millón de habitantes en una época en la que Londres apenas llegaba a los 50 000. Esta puerta estaba precedida por 54 estatuas de demonios a un lado y 54 estatuas de dioses a otro, cargando ambas filas a Naga, emulando la representación de la creación del mundo. Las casas, edificios públicos y palacios de la ciudad estaban construidos en madera, ya que la piedra estaba reservada a los dioses. Por eso, hoy día sólo podemos admirar los esqueletos de las estructuras religiosas que salpicaban la ciudad, así como sus murallas y puentes.

Una de las más impactantes es Bayon. Con 54 torres, este templo nos muestra el ego del rey Jayavarman VII, decoradas con 216 caras gigantes del rey sonriendo gélidamente. Impresiona sobremanera a pesar de que se encuentra bastante degradado. Una de las funciones de este templo era recordar la omnipresencia del rey.

A continuación nos dirigimos a Baphuon, un auténtico rompecabezas que ha llevado a los arqueólogos décadas de restaurat. Con forma piramidal, representa al mítico monte Meru, lugar de los dioses para los Khmer, y está construido en el centro exacto de la ciudad. Las vistas desde arriba son bellas y en la parte de detrás se puede admirar un gigantesco relieve de Buda tumbado.


Paseamos por el antiguo centro de la ciudad viendo pequeños templos aquí y allá y pasando mucho calor hasta llegar a la amplia Terraza de los Elefantes, donde aún se aprecian algunas estatuas de paquidermos. Esta terraza se usaba como gigantesco palco para las autoridades de la ciudad. Desde aquí se abre una gigantesca explanada donde se realizaban los desfiles militares del antiguo imperio Khmer. Por cierto, que por los caminos y carreteras de Angkor Thom existe la opción de desplazarse en elefante por 20 dólares por persona.

Tras una pausa para comer un delicioso curry verde en uno de los puestecitos populares  que abundan por todo el complejo nos dirigimos a la última parada: el templo de Ta Phrom. Este templo budista nos recuerda el poder de la jungla. Aquí podemos sentir lo que vieron los exploradores europeos cuando llegaron a esta ciudad perdida. Ta Phrom se ha dejado expresamente en un estado semi-salvaje, con torres derrumbadas y árboles centenarios que abrazan con sus fortísimos troncos y raíces las paredes y estancias del templo. El musgo cubre la mayoría de bajorrelieves. Es en este templo donde uno se siente más explorador que nunca. No en vano, aquí se rodaron numerosas escenas de la película Tomb Raider, protagonizada por Angelina Jolie.

El calor ya era insoportable, llevábamos más de ocho horas recorriendo templos (desde las cinco de la mañana) por lo que a la una de la tarde no podíamos más. Volvimos al hotel para una larga siesta. Nunca olvidaré Angkor y sin duda que volveré para explorar las decenas de templos que me dejo.

Por la tarde-noche nos dedicamos a explorar Siem Reap, con su río central cruzado por puentecitos, sus mercadillos nocturnos, su pequeño Palacio Real... En el centro del pueblo se encuentra la popular Pub Street, una calle donde se concentran todos los locales de fiesta y dónde siempre hay un ambiente divertido con extranjeros de todo lado mezclados con camboyanos de clase media. Queríamos cenar en uno de los restaurantes que emplean a jóvenes sin recursos y utlizan los beneficios para sufragarles una educación pero estaban todos cerrados por ser domingo así que pedimos consejo y nos recomendaron Angkor Famous situado en "The Alley", un local de comida tradicional Khmer sin pretensiones ni aire acondicionado, pero baratísimo. Allí probamos el delicioso Hammock, comida tradicional Khmer con leche de coco, especias y carne o pescado cocinado al vapor en hoja de banano. Yo lo pedí de gambas y estaba exquisito. Los cócteles están muy ricos y son los más baratos que nunca he pedido.

Antes de salir de fiesta nos dimos un masaje en una de las piscinas con peces "come piel muerta" que abundan por el centro. Por tres dólares tienes una hora de spa de peces y una cerveza. El truco es relajarse primero con los peces pequeños y luego pasar a los grandes. Al principio cuesta pero al final es una experiencia muy relajante.


Los locales de fiesta que conocimos fueron el mítico Angkor What?, de estilo mochilero, donde la gente escribe en las paredes y se dedica a hablar más que nada y enfrente el Temple Bar, una moderna discoteca con pista de baile, barras y música de todo el mundo.

Me gustaría muchísimo poder volver a Siem Reap. No sólo por la excelente relación calidad precio de todo y la amabilidad de sus gentes, sino por descubrir más a fondo las centenares de joyas arquitectónicas que se esconden en Angkor. De hecho, sólo he visto las principales. Me queda muchísimo por descubrir aún.