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dijous, 5 de novembre del 2015

París siete años después

Después de un intenso mes para instalarme en París vuelvo a escribir en un blog que, parece ser, dejará de ser tan nómada. Si todo sale bien, espero poder quedarme en esta ciudad un tiempo largo. Las más de 130 entradas recopiladas en el Índice son testigas de estos años de nomadismo que empezaron, precisamente, hace ahora siete años desde donde os escribo. La foto es del Château de la Muette, sede central de la OCDE, donde ahora trabajo. 

Han sido siete años fascinantes en los que París, Florianópolis, Madrid, Miami, Manila, Panamá, Abu Dhabi, Argel y Brujas se han ido sucediendo, con casas diferentes, personas diferentes, estilos de vida y trabajos diferentes. Ahora que lo pongo todo en perspectiva la verdad es que me arrepiento de muy poco. Sin todo ese trajín, sin esas personas y sin esas experiencias no sería quién soy ahora. La vida me pone de nuevo en el lugar donde me di cuenta que me gustaba viajar, y mucho: París. Un nomadismo que me gustaría reducir un poco. Voy a seguir viajando, eso sin duda. Es la gran pasión de mi vida. Sin embargo, quiero que la ciudad más bella del mundo se convierta en mi base de operaciones para poder echar raíces aquí a la vez que continúo descubriendo el mundo. Y tal vez, dentro de unos años, poder volver a vivir en algún país americano, plantarme en el mundo árabe, experimentar de nuevo el fascinante sudeste asiático o volver a mi querida Valencia.

Es verdad que aquí no tendré South Beach a dos pasos ni la suave brisa nocturna de Ocean Drive. Tampoco podré escaparme al archipiélago de San Blas de tanto en tanto ni bañarme en una piscina mientras observo el skyline de Ciudad de Panamá. Ni mucho menos podré ir a tomar el brunch al Peninsula como en Makati ni disfrutar ni de los bellos atarcederes de la bahía de Manila. Y ya puedo ir olvidandome del ambientazo de Madrid o de tomarme una caipirinha mientras suena bossa nova una tarde cualquiera en Copacabana o en Florianópolis. Tampoco cuento con el olor a jazmín y azahar que desprendían los jardines de mi barrio en Argel ni el mágico canto a la oración de sus mezquitas. Ni sonarán las 47 campanas del carillón del Belfort ni podré perderme en los canales de Brujas. El cielo azul y las paellas de Valencia solo las podré tener de tanto. Lo que está claro es que todo en esta vida no se puede tener.

Así que de momento, si lo consigo, espero quedarme una larga temporada en París. Y eso quiere decir mucho más de mis 10 meses habituales. De esa manera podré conocer a fondo esta fascinante ciudad, seguir visitando los miles de rincones que aún no conozco de Francia y de la Unión Europea, y visitar otras zonas que tengo pendientes como el Caúcaso, la India o el África subsahariana. Y todo os lo contaré por aquí, como siempre.

À bientôt!

divendres, 11 de setembre del 2015

Ribeira Sacra


Ribadavia

La otra región que visitamos durante mis días en Galicia fue la bellísima Ribeira Sacra. Empezamos viendo de lejos Ourense, cruzando dos de sus puentes: el espectacular y moderno ponte do Milenio y el bello Ponte Romano, que en realidad es un puente medieval construído donde había un antiguo puente romano. 

Empezamos visitando Ribadavia, capital de la región de Ribeiro, donde se producen algunos de los mejores vinos gallegos. Situado a los pies del río Avia, el centro histórico de Ribadavia es precioso, construído a base de enormes piedras de gris granito, tanto las casas como el empedrado de las calles. Me gustaron mucho los pequeños soportales en forma de arco donde refugiarse de la frecuente llovizna. El laberíntico centro incluye una de las juderías más grandes de la península, ocupando la parte entre la muralla sur y la plaza de la Magdalena. En esa plaza se encuentra la antigua iglesia de la Magdalena, del siglo XVIII, que actualmente se encuentra desacralizada. En ella había una curiosa exposición del antiguo teatro de marionetas que recorría los pueblos de Europa en el medievo. La antigua sinagoga ya no existe, por desgracia, ya que fue sustituída por una casa tras la expulsión de los judíos en 1492. En la plaza mayor se encuentra el Centro de Información Xudía, frente a la bella Casa Consistorial, de la que llama la atención su pequeña torre anexa con un campanario de hierro forjado, muestra del poder económico que tenía la sociedad civil local para poder costearse este tipo de construcción, frente a los campanarios religiosos.  De hecho, en la cercana plaza de García Boente se encuentra la antigua Casa da Inquisión. También en el centro se encuentran dos pequeñas iglesias románicas, como la de Santiago o las de San Xoán. En una de  Otro de los edificios remarcables son las ruinas del Castelo dos Condes de Ribadavia, del siglo XV. 

Es una lástima que nos perdiéramos la Festa da Istoria, una fiesta que se celebraba al fin de semana siguiente, donde todo el pueblo se viste con ropajes medievales y se organizan casetas con productos típicos y actividades de la época, además de representarse la entrada de los antiguos Condes.

El cañón del Sil

Pero el plato fuerte de esta zona serían las riberas del río Miño y su gran afluente: el Sil. Las verdes colinas y densos bosques que rodean el impresionante cañón del río Sil serían suficientes para justificar una visita. Pero es que, además, la zona está plagada de antiguos monasterios de gran valor histórico-artístico. El único problema de esta zona rural es que está bastante mal comunicada si necesitamos transporte público, por lo que lo mejor es alquilar un coche.

Nosotros empezamos la ruta en el antiguo monasterio benedictino de Santo Estevo, actualmente Parador Nacional. Aunque allí hubo un monasterio desde el siglo VI, el enorme edificio data del siglo XII. Además, cuenta con numerosos añadidos. De hecho, la fachada principal es barroca. Allí visitamos su bella iglesia y alguno de sus interiores, especialmente los tres claustros, donde destaca el claustro románico, de gran serenidad y belleza. Encima de este claustro se construyó un segundo piso posteriormente siguiendo el estilo gótico flamígero. El claustro renacentista, por su lado, es muchísimo más grande, y de hecho, es el que conforma la entrada principal. Dos de los lados se encuentran totalmente acristalados debido a las reformas y adecuación para ser parador.

Continuamos por la carretera OU-0508, recorriendo uno de los lados del cañón del Sil, hasta llegar al impresionante mirador de la columna desde donde se observa como el caudaloso Sil bordea una colina en el fondo de su cañón en el conocido como "encoro de Santo Estevo". Tras las preceptivas fotos seguimos hasta llegar al camping "Canon do Sil", que dispone de otro bellísimo mirador hecho con tablas de madera que sobresale de la montaña. Las fotos aquí también salen chulas. Finalmente, fuimos al mirador de Cabezoá, mucho mas moderno que los anteriores, y rodeado de castaños y robles.

Tras tanta belleza paisajística empezamos a descender el cañón por una pequeña carretera hasta llegar al las ruinas del monasterio de Santa Cristina, también románico. Parte de su antiguo claustro sigue en pie, rodeado de vegetación que ya recubre por completo la otra mitad. El lugar tiene una cierta magia ya que la frondosidad de la vegetación hace que solo se cuelen algunos rayos de sol creando un ambiente de cuento.

La pena es que por motivos de logística y tiempo nos dejámos mucho por ver. De hecho, yo recomendaría pasar al menos una noche para poder hacer alguna ruta de senderismo por la zona. La Ribeira Sacra es un lugar magnífico para desconectar unos días y relajarse en un entorno rural de ensueño.

divendres, 4 de setembre del 2015

Rías Baixas

Muñeiras y pulpo

Acabando este mes de agosto tuve la suerte de visitar por primer vez Galicia, gracias a la invitación de una amiga de allí. Y la llegada no pudo ser más "gallega": pasamos la primera noche en la plaza mayor de Mondariz viendo un pequeño festival de muñeiras, el baile tradicional gallego. El sonido de las gaitas y panderetas tocadas en directo llenaba la plaza mientras que grupos de bailarines de diferentes edades iban saliendo por turnos mostrando diferentes tipos de pasos de baile, alternados con grupos de cante folklórico en gallego. Todos llevaban diferentes trajes tradicionales, tanto ellas como ellos y recuerdo que algunas de las faldas creaban un efecto muy bello cuando las bailarinas daban vueltas sobre ellas mismas.

Tras la actuación fuimos a cenar a un restaurante muy conocido del pueblo de al lado, Mondariz-Balneario. Se trata de Casa Rivero, donde sirven raciones de tapas gallegas, como el delicioso "polbo à feira", el tradicional pulpo cortado con patatas y aliñado con aceite de oliva y pimentón. También pedimos chocos (otro molusco), una tosta de unas setas con queso de tetilla derretido y una tortilla pasisana, que llevaba guisantes y jamón entre otros ingredientes.

Durante la visita nos alojamos en una de las parroquias (en este caso me refiero a la división administrativa, no al edificio religioso) de Ponteareas, ciudad conocida por su festividad del Corpus, en la que cubren varias de sus calles de tapices florales. Me sorprendió la parte central del pueblo, que cuenta con decenas de altos edificios de siete u ocho pisos. Muchas de sus calles daban la sensación de estar en mitad de una gran ciudad. De hecho, ofrece una gran oferta gastronómica así como bastante ambiente para salir en fin de semana de marcha.

Cambados

El día siguiente lo dedicamos a realizar una ruta en coche por diferentes pueblos con encanto de las Rías Baixas. Las rías son brazos de mar que se adentran en la costa y que están sujetos a las mareas. La costa gallega cuenta con cientos de ellas, creando una costa profundamente irregular pero de una belleza sin igual, similar a otros paisajes de antiguos territorios celtas como la Bretaña francesa o Irlanda. Empezamos por Cambados, capital del Albariño, uno de los vinos gallegos más internacionales. Allí visitamos la bella praza de Fefiñáns y su sobrio Pazo que la preside, en forma de L, con balcones circulares y una pequeña torre del homenaje. Tras callejear y recorrer el melancólico paseo marítimo (estaba nublado), nos dirigimos a visitar las ruinas de la iglesia de Santa Mariña de Dozo, antigua iglesia principal del pueblo y actual cementerio. Abandonada en el siglo XIX, debido a un incendio que la destruyó en parte, actualmente solo se mantiene en pie parte del maltrecho campanario así como las paredes y los arcos nervados que antes sostenían el techo. Quedan también algunas esculturas que formaban parte de los arcos, como los doce apóstoles o algunos pecados capitales: en el centro de uno de los arcos veréis la pereza representada con un hombre que se está comiendo sus excrementos directamente salidos de sus partes traseras. Entre las tumbas que ahora abarrotan el jardín y el interior de la iglesia destaca la del segundo hijo del escritor Valle-Inclán, bebé muerto a los cuatro meses, cuya tumba se sitúa cerca del altar mayor.

La Toja y O Grove

Seguimos la ruta hacia el sur, cruzando el puente que nos llevó a la isla de La Toja, famosa por sus aguas termales y los jabones y productos de belleza que se elaboran con las sales que se filtran aquí. La isla, además de sus bellos bosques, cuenta con segundas residencias de lujo, hoteles, spas y un campo de golf. Dimos un paseo por los jardines que rodean la blanca Capilla de las Conchas, que se encuentra totalmente cubierta en el exterior por las conchas de las vieiras. El elegante paseo marítimo con balaustradas nos llevó hasta la tienda de recuerdos, donde compré un set de aromáticos jabones.

Cruzamos el puente de nuevo para volver a O Grove, famoso por su buen marisco. Allí aparcamos frente al restaurante Mariscador, y como vimos que estaba lleno de familias que hablaban gallego, decidimos comer allí. La mariscada estuvo buenísima, con vieiras, gambas, langostinos, navajas y cigalas a la parrilla. Además, pedimos un arroz con bogavante que a mi no me convenció, ya que lo encontré falto de sabor. Todo regado por un delicioso albariño local "Agro Vello" que me encantó.

Tras reposar la comida dando una vuelta por el paseo marítimo de O Grove, nos dirigimos hacia la playa de la Lanzada, la más grande de Galicia y una de las más bellas, que en ese momento estaba vacía debido a la llovizna que empezaba a caer. Tan solo algunos surfistas intentaban cazar alguna ola dentro del mar. Muy cerca, en mitad de un risco, se encuentra la sencilla capilla de Nuestra Señora de la Lanzada, muestra del románico tardío. En su sencillo interior destaca el retablo barroco y las miniaturas de barcos que cuelgan de sus techos, entre las que destaca la de un destructor. La ermita estaba rodeada de una fortaleza cuyos restos aún se observan.


Combarro

Seguimos hacia el sur pasando Sanxenxo y llegando hasta el bello pueblo de pescadores de Combarro, construído sobre la base de una roca y llena de pequeñas casitas de pescadores orientadas al mar, de apenas uno o dos pisos. Muchas cuentan aún con los hórreos, construcciones rectangulares elevadas del suelo donde antiguamente se almacenaba el maíz y otros alimentos para alejarlos de la humedad del suelo y de los roedores. Además, muchos cruceiros (columnas coronadas por un Cristo crucificado en un lado y una Virgen con el Niño en el otro) se sitúan en numerosos cruces de callejuelas y plazoletas. Combarro fue la localidad gallega que más me gustó de todas las que visité durante este viaje. Antes de irnos comprados a una señora mayor pedazos de la empanada de maíz con xoubas (sardinillas) casera que vendía en la entrada de uno de los restaurantes del pueblo.

Mondariz

Bajando ya hacia el sur, cruzamos el moderno y enorme puente de Rande que atraviesa la ría de Vigo. Habíamos tenido un día bastante movido con tantas visitas y caminatas, así que decidimos dedicar el final de ese viernes a relajarnos en el Palacio del Agua situado en el pueblo más pequeño de España (en metros cuadrados): Mondariz-Balneario, que se escindió de Mondariz en 1924.

En 1873, Don Sabino Enrique Peinador descubrió la fuente de Gándara, de la que brotaba agua de un manantial a 18 grados fuertemente mineralizada y ligeramente burbujeante. El descubrimiento llevó a construír una planta embotelladora cerca (de la que actualmente salen las botellas de agua Mondariz) y un bellísmo pabellón con varias cúpulas y altísimas columnas neoclásicas. Todo acorde con el lujo que envuelve este pueblo, donde en el antiguo elegante edficio del Gran Hotel se sitúan ahora apartamentos de lujo, y donde se contruyeron otros monumentales edificios que ahora sí, albergan hoteles de lujo y salones para celebrar bodas y congresos. De hecho, la fama del balneario de Mondariz empieza a finales del XIX, cuando parte de la nobleza local y la realeza española se dedicaban a pasar estancias aquí para disfrutar de las propiedades de las aguas termales. Una de las más famosas visitantes asíduas fue la Infanta Isabel de Borbón y Borbón, conocida como "la Chata",  de gran popularidad entre los madrileños, a la postre primogénita de la Reina Isabel II. Años después el balneario también fue frecuentado por el Rey Alfonso XIII así como por el dictador Miguel Primo de Rivera. Nosotros aprovechamos una oferta de visita nocturna al Palacio del Agua, que por 25 euros incluye el acceso durante dos horas a sus excelentes instalaciones así como una centa con entrante, primer plato, postre y bebida en la cafetería del hotel. Antes de entrar al balneario nos ofrecieron una botella de agua Mondariz de cortesía.

El Palacio del Agua cuenta con una enorme zona central de jacuzzis, corrientes de agua, camas de burbujas y diferentes chorros, todo presidido por una gran cascada que cae de tanto en tanto. Alrededor se encuentran otras habitaciones como las grandes saunas turcas, o en los pisos superiores, las saunas finlandesas aromatizadas, más pequeñas. También hay cubos de agua helada o una pequeña poza individual de agua muy fría. Pero lo que más nos gustó fue la pequeña piscina a cielo abierto del techo. De noche disfrutamos de la bella luna llena, el cielo estrellado y las vistas de diversas cúpulas neoclásicas que forman el pequeño "skyline" de Mondariz-Balneario.

Tras las dos horas de relax nos dirigimos a la agradable cafetería a tomarnos nuestro menú, donde destaca por ejemplo la pizza cinco quesos (entre los cuales destacan el queso de Tetilla o el San Simón), la pizza gallega (con lacón y grelos), o la de mariscos. Finalmente dimos un paseo por los elegantes jardines centrales del pueblo, donde destaca el quiosco del parque delante del antiguo Gran Hotel o el bellísimo pabellón que guarda la fuente de Gándara, de donde sale un agua mineral acídulo alcalina carbónico ferruginosa que tiene un fuerte olor y sabor a huevo podrido, pero que bebimos de forma abundante por sus propiedades para la salud. Me recordó mucho a un manantial similar de Aquisgrán.


Tui y Valença do Minho

Al día siguiente visitamos la última población de las Rías Baixas: Tui. Situada en la ribera del río Miño (que separa España y Portugal), Tui ofrece un casco histórico medieval bellísimo, de calles empedradas. Por ellas pasa el camino portugués de Santiago. De hecho, nos cruzamos con varios peregrinos. Sin embargo, como llovía tuvimos que acelerar del paso. Lo más remarcable fue la enorme catedral fortificada, de estructura románica pero portal gótico impresionante.

Como la lluvia arreciaba, tomamos el coche de nuevo y cruzamos el rio Miño por el puente metálico estrecho que tanto había visto antes en películas, documentales y reportajes. Este puente es tierra de nadie: salimos de España al entrar en el y entramos en Portugal al salir del mismo. Llegamos al primer municipio luso por el norte: Valença do Minho. La característica calzada portuguesa me transportó a mis meses en Brasil, ya que mi introducción a la cultura portuguesa fue a través de su mayor ex colonia. A pesar de que la lluvia seguía, subimos a la fortaleza de esta población, en cuya cima se encuentra varias calles con encanto, edificios de viviendas muy bellos, con azulejos en la fachada. También un par de iglesias blancas muy similares a aquellas que visité en el las diversas ciudades y pueblos de Minas Gerais. Viendolo todo de prisa y mojándonos decidimos comer un poco pronto en un local que tenía buena pinta, el Solar do Bacalhau. La carta ofrecía una correcta variedad de gastronomía portuguesa con algunos platos gallegos y brasileños. Nosotros pedímos todo para compartir: bacalhau à Sao Teotónio (con verduras y mahonesa, todo al horno), picanha de carne (con patatas fritas, arroz, frijoles, piña y farofa) y vino verde. Las raciones eran gigantes, como ocurre siempre en Portugal, y quedamos más que satisfechos. Aunque no pudimos evitar pedir de postre las deliciosas "natas": unas tartaletas portuguesas hojaldradas rellenas de crema.

Ese día, como llovía mucho y era domingo, decidimos acabarlo viendo una buena peli y cenando en casa de nuestra amiga. Además, al día siguiente madrugamos para llegar a tomar uno de los primeros ferrys desde Vigo rumbo a las bellísimas islas Cíes. Paramos antes un horno muy bueno en el que habían encargado el día de antes una empanada de atún para llevárnosla a la excursión.

Las islas Cíes

La ida en el ferry fue curiosa: aparte de que hacía algo de fresco, nos llamó mucho la atención la música reggeatonera, más propia de un barco a Mykonos que a las vírgenes Cíes. Después de 45 minutos atravesando la ría de Vigo, llegamos a la principal isla de las tres: Monteagudo. Allí se encuentra el embarcadero, por lo que suele haber mucha gente. Sin embargo, como llegamos bien temprano tuvimos la suerte de disfrutar de la Praia das Rodas, una de las mejores del mundo según The Guardian.

Tras un descanso, continuamos caminando por el sendero admirando el bello bosque de enormes pinos. Cruzamos la pequeña laguna hacia la isla do Faro, donde se encuentra el camping de las islas. Seguimos recorriendo los pequeños montes rumbo al faro situado en una pequeña montañita. Una vez allí, disfrutamos de las bellas vistas mientras nos tomábamos la empanada. Al bajar, nos desviamos ligeramente para visitar un modesto observatorio de aves desde el que ver algunas de las aves isleñas. Luego paramos en la playa de Nossa Senhora, más pequeña pero igualmente paradisíaca, aunque estaba llena de familias (curiosamente varias valencianas). Intenté meterme en las cristalinas aguas pero estaban heladas, así que preferí hacer una pequeña siesta al sol. Por cierto, la tercera isla, San Martiño, sólo es accesible de forma limitada en barcos privados.

Vigo

A la vuelta, decidimos pasar la tarde en Vigo y pasear por alguna de sus calles. A pesar de ser la ciudad más grande de Galícia, Vigo se visita principalmente por las islas Cíes. Nada más llegar al puerto, me gustó mucho la escultura a los nadadores, grande y original. Subiendo por la rúa Pescadería, donde diversos locales venden ostras en bancos de piedra, continuamos paseando por el Casco Vello, de calles limpias con locales curiosos. En la rúa dos Cesteiros, por ejemplo, encontraréis numerosas artesanías de mimbre, empezando claro está, por cestas para todos los gustos. En la praza da Porta do Sol destaca el "dinoseto", un seto en forma de dinosaurio que apareció un día en las calles de la ciudad sin que se sepa aún quién lo dejó allí.

Subimos por las enormes escalinatas del empinado Parque do Castro, auténtico pulmón verde de la ciudad. En la cima de este monte construyó Felipe IV una fortaleza para defender la ciudad de ataques extranjeros. En uno de los extremos de este agradable parque se encuentra los restos de los orígenes de la ciudad: un castro celta que tiene algunas de sus casas reconstruídas para mostrar el estilo de vida de aquella lejana época.

Tras un día de tanto movimiento volvimos a Ponteareas para cenar en un local pequeño pero muy agradable: el Eira Velha, donde servían tapas con ingredientes gallegos a precios más que razonables. Así acababa la visita a las Rías Baixas. Una lástima que me quedara sin visitar Pontevedra. Tendré que volver a las Rías Baixas para visitarla. En esta escapada a Galícia también visitamos varios puntos de la bellísima Ribeira Sacara, pero eso ya os lo cuento en la próxima entrada.

dimarts, 18 d’agost del 2015

La Granja de San Ildefonso

Una buena escapada para aprovechar de un día libre en Madrid es visitar el Palacio de la Granja de San Ildefonso, situado a una escasa hora de la capital de España en coche. La belleza de sus jardines, palacio y su transfondo histórico y piezas de arte de su interior lo hacen perfecto para todos lo públicos.

Pero si hay una fecha en la que se recomienda visitarlo es el  25 de agosto, festividad de San Luis, Patrón de La Granja, o el 25 de julio, festividad de Santiago, cuando durante la tarde se encienden durante unos minutos sus monumentales fuentes. El motivo por el que no suelen estar encendidas es porque funcionan con un ingenioso sistema de gravedad: una gigantesca balsa llamada "el mar" recoje el agua de la lluvia y de dos arroyos que caen de la sierra de Guadarrama. Situado en alto, "el mar" sirve un sistema de tuberías que conecta con decenas de surtidores: por ello, mantenerlas encendidas durante diferentes días (sobretodo en verano), llevaría al rápido agotamiento de la balsa que las abastece.

Estando en Madrid el día de Santiago, aprovechamos para visitar este Real Sitio y disfrutar de la apertura de las fuentes. Llegando a La Granja me sorprendió la belleza de la sierra, con sus altos y esbeltos pinos, muy diferentes a los mediterráneos. Llegamos a la entrada del recinto palaciego, donde nos reciben gigantescas sequoyas y nos dispusimos a visitar sus estancias. Este palacete de verano fue mandado construir por Felipe V, primer rey Borbón de España, tras ganar la guerra de Sucesión al candidato de la Casa de Austria, el Archiduque Carlos.

Como valenciano, la figura de Felipe V, nieto de Luis XIV, me provoca gran repulsa, por ser el rey que prohibió el uso oficial del catalán, impuso las leyes castellanas aboliendo los fueros valencianos y quemó una de las ciudades valencianas más importantes de aquel momento: Xàtiva. No obstante, dejé las nefastas consecuencias de su reinado en mi tierra de lado y en aquel momento me dispuse a disfrutar del bello legado arquitectónico que sus depresiones dejaron. Al asumir la corona española y dejar Francia, tuvo también por tanto que dejar la bella corte de Versalles, sus fastos y sus lujos. Y como lo echaba muchísimo de menos mandó construir La Granja, para poder gozar de un lugar parecido en España.

La visita empieza con una muestra de gigantescos tapices, muchos manufacturados en Flandes, donde se muestran imágenes mitológicas, religiosas o de exaltación a monarcas. La antigua Corte Real los llevaba de un lugar a otro para decorar casas o las tiendas de campaña donde dormían los antiguos reyes (en caso de batallas). Continuamos adentrandonos en las bellas estancias del palacio, empezando por la primera planta, recorriendo salones uno tras otro. Esculturas, cuadros, cortinajes, lámparas de araña y sobretodo la colección de relojes de Carlos IV. Pasamos por habitaciones, salones, despachos, comedores... muy similar a otros palacios de aquella época que ya había visitado como el de Versalles, el Palacio Real de Madrid o el de Brülh, al sur de Colonia.

Destacan la marca que dejó en el Palacio Isabel de Farnesio, segunda mujer de Felipe V y Reina de España. Debido a las depresiones y frecuente melancolía de Felipe V, que echaba de menos su natal Francia, Isabel tuvo gran influencia que utilizaba para colocar a sus hijos en los tronos de Europa. Además, se convirtió en una apasionada coleccionista de arte, hecho que se observa en los cuadros del Palacio de la Granja, que están marcados: los que tienen una flor de lis eran de ella, a diferencia de los que estan marcados con una aspa, que era del rey. Destacan los cuadros de Murillo, de los que era especialmente aficionada. Además, convenció a su marido de adquirir juntos la colección escultórica de la Reina Cristina de Suecia, que situó en las plantas bajas del palacio, donde destacan las estátuas a las ocho musas o la de los Dioscuros, los héroes gemelos de la mitología griega. En La Granja actualmente solo podemos disfrutar de las réplicas: las estátuas originales se encuentran actualmente en el Museo del Prado.

Tras disfrutar de la belleza y majestuosidad de las salas, salimos al pueblo de San Ildefonso a comer. Es fácil elegir sitio para comer ya que la oferta es amplia. Nosotros nos decidimos por compartir unas cuantas tapas, entre las cuales se contaban unos buenos judiones de la tierra preparados a la forma local. Después de saciarnos volvimos al palacio para pasear por sus jardines antes de que empezara el espectáculo de las fuentes. Recorrimos los bellos paseos arbolados mientras disfrutábamos de los bella vista de los parterres o las esculturas barrocas y las fuentes apagadas. Son inmensos. El elemento central, que es una serie de cascadas (en ese momento vacías de agua) son gigantescas y dan al conjunto una gran armonía.También me gustó muchísimo la enorme zona de las ocho calles y las ocho fuentes, situadas en diferentes plazas alrededor de una gran plaza central circular formada por varios arcos bajo los cuales se representa en cada uno a un dios de la mitología griega. 

Sin embargo, entre la comida y las empinadas cuestas, decidimos hacer un alto para echar una siesta tumbados en el césped. Y qué mejor que a orillas de la gran reserva de agua conocida como "el mar", donde los miembros de la Corte gustaban de pasearse en sus falúas. Cuando nos levantamos ya casi era la hora del inicio del encendido de fuentes, así que nos dirigimos a la primera:

Para saber la ruta de las fuentes que el personal va encendiendo, hay que seguir a uno de los miembros de seguridad de Patrimonio Nacional que va dirigiendo a las masas con una banderola de España. Había muchísima gente, el encanto de los jardines solitarios que habíamos disfrutado horas antes había desaparecido. Aún así, el espectáculo de las fuentes merece la pena. Me gustó mucho la fuente "carrera de caballos", en la que distintos personajes mitológicos y caballos son representados en esculturas que lanzan chorros muy bien pensados. Pero sin duda, las fuentes más graciosas son las que empapan a buena parte del desprevenido personal. Una de ellas es la del "canastillo", con forma circular, de la que al principio salen chorros de agua moderados que van creciendo en altura hasta llegar a regar de agua toda la superficie de la enorme plaza, fuera de la balsa dedicada al agua. Este efecto se consigue gracias a la fortísima presión del agua que baja desde "el mar" hasta aquí. Su encendido fue muy divertido ya que la plaza estaba a tope de gente. Como un amigo ya sabía lo que iba a pasar, nos situamos a una distancia prudencial y mientras la gente empezaba a decir "ohhhh" cuando la encendieron los gritos de admiración rápidamente se volvieron en sorpresa cuando los chorros de agua no paraban de crecer y empezaron a mojar toda la plaza, empapando por completo a las decenas de visitantes, muchos de los cuales salieron en estampida. Aún peor es la última fuente, la de "la fama", que al encontrarse más bajo que la de la "canastilla" aún tiene más presión y de la cual sale un chorro de agua más alto que el del "jet de l'eau" de Ginebra. Esa si que mojaba a base de bien, sobretodo cuando soplaba un poquito el viento. Sin embargo, uno de los encendidos más elegantes es el de la plaza central de las ocho calles, que ya habíamos visto apagada: sus ocho fuentes encendidas daban un aspecto muy señorial y armónico al lugar. 

Finalmente, visitamos la Colegiata o capilla real, donde descansan Felipe V e Isabel de Farnesio, uno de los pocos matrimonios reales españoles que prefirieron ser enterrados fuera del Real Monasterio del Escorial. Sin duda, esta visita palaciega y de jardines es obligatoria para todo el que se encuentre en Madrid en estas fechas: la historia y belleza del lugar y las agrdables temperaturas (mucho más fresquitas que las de la capital) convierten a esta excursión en la perfecta para un largo dia de verano. 

dissabte, 1 d’agost del 2015

Murcia

Murcia siempre ha sido una región en la que como viajero pocas veces he pensado. Más allá de saber que tienen una estupenda huerta alrededor de su capital, poco más conocía. Es por eso que cuando un amigo murciano me invitó a conocer su ciudad y región, no dudé en decirle que sí. 

Llegamos a Murcia bastante de noche pero eso no fue impedimento para poder parar en una de las muchas pastelerías-confiterías que hay repartidas por toda la ciudad y comprar el típico pastel de carne, un hojaldre redondo lleno de carne picada con huevo duro muy sabroso. Lo acompañamos con un tercio de Estrella de Levante, la cerveza que los murcianos llevan bebiendo desde 1963. 

Calblanque

Al día siguiente nos fuimos de excursión al parque regional de Calblanque, que según los lugareños cuenta con la mejor playa de la región. Este enclave no construído cuenta con una gran biodiversidad además de largas playas vírgenes de aguas cristalinas. Es por ello que durante días de gran afluencia (como fines de semana o festivos de julio y agosto) su acceso está regulado existiendo un máximo diario. Mejor ir pronto en todo caso. Es muy importante que llevéis todo lo que queráis comer o beber ya que en las playas no hay ningún establecimiento y ni siquiera duchas. Nosotros llevamos una neverita bien cargada. No olvidéis la sombrilla ya que apenas hay sombras (sólo en algunas pequeñas grutas frente al mar). Por último, si tenéis gafas de snorkel aprovechad para dar un vistazo a los alrededores de las zonas rocosas y ver la fauna marina. 

Tras unas cuantas horas de nadar y broncearnos, nos fuimos a conocer el curioso urbanismo de la Manga del mar Menor, una lengua de arena que divide el Mediterráneo de un pequeño mar de agua salada en la costa murciana, haciendo posible bañarse en dos tipos de agua dando un paseo de pocos minutos. Eso sí, el agua del mar Menor estaba muy caliente llegando a ser incluso desagradable. Es perfecta para niños porque además de su temperatura, las aguas del mar menor son extremadamente tranquilas, de hecho parece una piscina gigante. Por razones logísticas nos quedamos sin tiempo para descubrir Cartagena, razón por la que tendré que volver a la Región de Murcia tarde o temprano. Ese día acabó con una deliciosa barbacoa casera de embutidos, carnes y hortalizas murcianas que nos ofreció mi amigo.

El Museo Salzillo

La mañana siguiente la consagramos a la ciudad de Murcia, empezando por el interesante museo Salzillo, en pleno centro de la ciudad. Situado en la iglesia de Jesús, el museo surgió al acogerse allí los pasos realizados por el artista para la procesión de Viernes Santo. En la parte moderna del museo se exponen diferentes piezas relacionadas con dichas celebraciones, incluyendo obras del propio Francisco Salzillo, al que numerosos expertos consideran como el mejor escultor español, al menos del barroco. Destaca el gran belén napolitano, probablemente el mejor del mundo, hecho a partir de decenas de estatuas compradas a diversos coleccionistas. Me llamó la antención la riqueza de las estatuas que representan a los reyes magos y su corte, así como el bello mercado o el gran portal del nacimiento, con muchísimos ángeles alrededor. En las salas posteriores se expone también un belén realizado por el propio Salzillo, mucho mas austero que el anterior pero impresionante por igual, especialmente la parte del castillo del rey Herodes y la escena de la matanza de los inocentes.

Sin embargo, las piezas clave del museo son los diferentes pasos que el artista realizó para salir en procesión cada Viernes Santo y que impresionan a cualquiera. Las de mayor belleza son el San Juan, el Ángel que anuncia a Jesucristo su próxima muerte y sobretodo la escena de la Última Cena, con Jesús presidiéndola y sus 12 apóstoles sentados alrededor en bellas sillas. La mesa se decora con comida de verdad cada Viernes Santo. Destaca Judas Iscariote, el traidor, representado como pelirrojo, que en aquella época se asociaba al mal. Sin duda, un museo que vale la pena visitar.

Tapeo, cultura y arquitectura

Seguimos recorriendo el centro histórico de la ciudad haciendo un alto en el tradicional bar "Los Zagales" donde probé el "marinero" una tapa típica  murciana a base de una rosquilla con ensaladilla rusa por encima (en Murcia la hacen con pepinillos en vinagre picados) y todo presidido por una anchoa. El delicioso pisto con productos de la huerta murciana también estaba perfecto. 

Seguimos paseando viendo el Ayuntamiento de Murcia en la glorieta España, así como el río Segura y sus puentes, destacando los dos realizados por Calatrava, con su peculiar estilo geométrico y siempre blanco. De allí llegamos a la imponente catedral, que aunque estaba cerrada y no la pudimos visitar por dentro, admiramos la barroca fachada, una auténtica joya que actúa como retablo en la calle, prolongando el espacio sagrado a la misma plaza. Aunque aún hoy en día sigue siendo la catedral de la diócesis de Cartagena, se cambió la sede a Murcia ciudad por razones de seguridad, en especial debido a la piratería. Por cierto, su torre campanario es la segunda más alta de España después de la Giralda sevillana. Enfrente tiene la modernísima fachada de las oficinas del ayuntamiento realizada por Moneo, una especie de contrapunto como retablo contemporáneo. Y a un lado se encuentra el elegante palacio episcopal, que acaba de dar un aire majestuoso a la plaza.

Giramos a la izquierda y continuamos por la peatonal calle Trapería, donde hicimos un alto en el elegante Real Casino de Murcia, donde se ofrecen visitas con audioguía. El ecléctico edificio merece ser visitado y así lo hicimos. La entrada es una elegante escalinata con dos "peceras" a cada lado, que son salones acristalados con butacones donde los miembros del casino pueden conversar. El lobby, de estilo neonazarí, imita una de las estancias de la Alhambra de Granada y está decorado con más de 20,000 láminas de oro y la inscripción "Alá es grande" repetida en lengua árabe numerosas veces. Luego se visitan una sucesión de salas elegantes como la biblioteca, el salón de bailes (con sus cinco arañas de cristal Bacarat), la cafetería, la sala de billar, el salón pompeyano... por supuesto, hay muchas estancias que sólo están accesibles para socios.

Saliendo del casino llegamos a la popular plaza de Santo Domingo, donde además del centenario ficus que provee de sombra abundante, se encuentra la barroca iglesia de Santo Domingo, donde San Vicente Ferrer predicó: allí hay aún en su fachada una estátua del santo en modo de predicar. En esta plaza está además el primer Llaollao, una de las franquicias de helados más exitosas del mundo que empezó un murciano.

Tras los paseos y el calor, nos fuimos a comer invitados por los padres de nuestro amigo a la taberna la Ermita, donde se ofrecen un menú del día a buen precio con entrante, primer plato, segundo plato y postre. Preparan recetas tradicionales de forma innovadora y súmamente elegante, además de ser más que amables. Muy recomendable para toda visita a Murcia.

Archena

Tras descansar esa tórrida tarde y no hacer prácticamente nada, nos fuimos a pasar el resto del día al balneario de Archena, enclavado junto al río Segura y rodeado de palmeras, eucaliptos y limoneros. Ya los romanos edificaron unas termas aquí, debido a las aguas curativas que brotan de forma natural. En la Edad Media, el número de bañistas creció y fue la Orden de San Juan de Jerusalén quién se hizo cargo de su gestión. Actualemente se ha modernizado y cuenta con numerosas piscinas de diferentes temperaturas, jacuzzis, cascadas, chorros o ríos artificiales. Perfecto para una tarde de relax.

Llegamos muy tarde a la ciudad, más de las once de la noche, pero aún así, en la tradicional tasca el Palomo nos sirvieron la cena y fue allí donde probé el zarangollo (un revuelto de cebolla y calabacín) las chapinas de cordero (ganglios linfáticos rebozados) y la codorniz al ladrillo, entre otras delicias locales. El día siguiente, antes de abandonar la región, desayunamos en una de las confiterías Maite, donde probé otra especialidad local: el pastel de Cierva, que combina sabores dulce-salado relleno de pollo cocido. 

En definitiva, la Región de Murcia tiene mucho que ofrecer: una gastronomía espectacular, paisajes y playas preciosas, una gran oferta cultural y muchos pueblos con encanto (que no visité pero que espero hacer en el futuro). El único pero es el tremendo calor que hizo: mejor volver en primavera. Además, quedó pendiente probar los paparajotes!

dimarts, 14 de juliol del 2015

Bruselas básica

Bruselas, como capital flamenca, belga y europea, es una ciudad dinámica, con muchísimo movimiento tanto cultural como de personas. Sin embargo, en cuanto a belleza turística al uso, Bruselas es "complicada".  Si llegáis por tren desde el aeropuerto de Zaventem o desde alguna otra ciudad europea, el barrio de la Gare Central os decepcionará al principio (por no hablar si bajáis en Gare du Midi). Sin embargo, con un poco de orientación podréis descubrir las joyas que esconde Bruselas. 

Primero de todo hay que visitar al símbolo de la ciudad: el Manneken Pis, el famoso niño meando, situado en la rue de l'Étuve. Su contrapartida femenina, la Jeanneken Pis, está mucho más oculta, en el impasse de la Fidélité, donde también está el Delirium Café, mítico local donde probar alguna de las 2000 cervezas de todo el mundo que comercializan.

Antes de llegar al Manneken, en la misma rue de l'Étuve,  podréis ver uno de los murales que decoran la ciudad con motivo del mundo del cómic, en este caso de Tintin. Bruselas ha sido cuna de numerosos tebeos, no sólo Tintín, pero también de los Pitufos, Spirou, Lucky Luck... numerosas librerías y tiendas de recuerdos harán las delicias de los aficionados a la "bande- desinée" belga. 

Siguiendo por la rue du Midi llegaréis al imponente edificio de la Bolsa, cerrado al público. Desde fuera se pueden admirar sus frisos neoclásicos con estatuas de Rodin y alegorías que decoran sus frisos. Desde allí, continuad por las comerciales rue de Tabora girando a la izquierda por la rue du Marché aux Herbes. Cuando os crucéis con la rue des Harengs, volved a girar a la izquierda: acabaréis entrando a la Grand Place con las vistas más impresionantes, con el majestuoso ayuntamiento del siglo XV de cara. Sin duda, esta plaza es el corazón de la ciudad y el lugar más bello de todos, además de ser Patrimonio de la Humanidad UNESCO. Las bellas casas gremiales del siglo XVII también son bellísimas, como las de los panaderos, los engrasadores, los arqueros, los barqueros, los sastres o los carniceros. En esta última, decorada con un cisne, vivió Karl Marx durante una temporada. En uno de los lados de la plaza se encuentra la antigua mansión de los duques de Brabante, seis casas de 1698 bajo una única fachada reformada en 1882. Un gobernador quiso reformar la plaza entera unificando todas las fachadas bajo este estilo. De noche la plaza también bellísima gracias a su iluminación.
Adentraos por la rue des Bouchers para comer en Chez Léon, el local clásico de la ciudad donde probar los tradicionales mejillones con patatas fritas: los llevan sirviendo desde finales del XIX. Si vais con menores de 12 años, ellos disfrutarán de un menú gratis que está muy bien. 

Tras la comida, nada mejor que un paseo por las Galeries Royales Saint-Hubert, inauguradas por Leopoldo I en 1847 como las primeras galerías comerciales de Europa. En ese momento para pasear por sus arcadas neoclásicas acristaladas había que pagar una tasa, por la que los ciudadanos más pobres eran excluídos de este elegante lugar. Ahora se encuentran abiertas a todo el público y entre sus pilares de mármol hay muchas tiendas tentadoras de chocolates así como librerías o locales como Mokafé, donde según muchas guías preparan los mejores gofres de Bruselas, pero que yo no recomiendo por su lento y mal servicio en general.

Seguid por la rue de la Montagne hasta la gótica Catedral de Bruselas, con dos campanarios que recuerdan a los de Notre Dame de Paris. Luego remontad la rue de la Loi para ver el edificio del parlamento belga y cruzad el frondoso Parc de Bruxelles hasta llegar al bello Palacio Real que está abierto al público gratis en verano. En uno de los lados se encuentra la elegante y empedrada plaza real, presidida por la estatua de Godofredo de Bouillom a caballo, primer rey europeo de Jerusalén. Alrededor de esta plaza se amontonan museos de arte donde destaca el Museo Magritte, con la mayor colección de dibujos y pinturas de esta pionero del surrealismo. Bajando por Coudenberg se encuentra el Museo de los Instrumentos de Música, que destaca sobretodo por su arquitectura art-nouveau, diseñado por Victor Horta, originalmente para albergar unos grandes almacenes: los Old England. Sus espirales de hierro forjado y ventanas arqueadas son hipnóticas. Volved atrás para recorrer la rue de la Régence, presidida al final por el gigantesco Palais de Justice, uno de los edificios más grandes del mundo, con su cúpula dorada. Antes haced una parada en la place du Grand Sablon, donde se encuentra una de las mejores chocolaterías del país: Pierre Marcolini.

Una vez lleguéis al final, a la plaza de Poelaert, podréis admirar mejor la magnificiencia del palacio de justicia, además de las vistas desde uno de los lados de la plaza, para ver toda la parte antigua de la ciudad desde lo alto, ya que la plaza se sitúa sobre una colina. Desde allí, tomad el metro en la cercana parada de Louise y bajad en Schuman, para conocer el famoso barrio europeo. Allí podréis  ver los grandes edificios de las instituciones de la UE, empezando por el icónico Berlaymont, sede de la Comisión Europea, y siguiendo por el Justus Lipsius, sede del Consejo de la UE o el acristalado EEAS, sede de la diplomacia europea. En estos momentos se encuentra el obras la futura sede del Consejo Europeo, pero cuando esté acabada será curioso visitar con su huevo de cristal dentro de un cubo gigante acristalado. Al lado se encuentra también el bello Parc du Cinquantenaire y bajando por la rue Froissart llegareis hasta la place Jourdan, donde se encuentran las mejores patatas fritas belgas, símbolo de la cocina nacional. Haced la cola en la maison Antoine (el quiosco en mitad de la plaza) para disfrutar de vuestras "frites" servidas en cucurucho de papel y con la salsa a vuestra elección, aunque sólo con sal ya están buenísimas. De ahí, cruzando el Parc Léopold llegaréis hasta la sede del Parlamento Europeo (bueno, una de las sedes, la otra está en Estrasburgo). Hay visitas guiadas gratuitas al pleno y además, el Parlamentarium suele estar abierto todos los días, que es el informativo centro de visitantes. 
Si aún tenéis ganas de visitar cosas, dad un corto paseo de vuelta a la place Royale y allí tomad el tranvía 92 hasta parar en Janson para visitar el Museo Horta, situado en la casa donde residió este arquitecto universal y que se la diseñó él mismo siguiendo su estilo art-nouveau. La mayoría de los muebles también fueron diseñados por Horta. Especialmente bello es el comedor de la segunda planta, con sus mosaicos del suelo y los sinuosos vitrales. Luego se pueden recorrer todas las estancias de la casa, desde el despacho de Horta hasta su habitación o la de su hija, donde hay incluso un invernadero. La casa, junto con otras que el arquitecto diseñó en este barrio, están también incluídas en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

La visita a Bruselas puede acabar tomando el tranvía 51 en la cercana parada Horta hasta la parada Stade, que os dejará en la otra punta de la ciudad, en Laeken, donde ver y visitar otro de los símbolos de Bruselas: su famoso Atomium. Se trata de una estructura de 102 metros de alto de nueve esferas metálicas conectadas por tubos de acero con escaleras y ascensores, representando un átomo de hierro ampliado 165 millones de veces. Los niños disfrutarán también con otra atracción cercana: Mini Europe, una serie de maquetas a escala 1:25 muy bien hechas de decenas de monumentos de todo el continente, con trenes, luces y otros efectos especiales que gustarán a toda la familia. 

Finalmente, a un corto paseo de la Gare Central está la Fleur en Papier Doré, un pequeño café decorado con pequeñas artes y garabatos de numerosos artistas, ya que era el lugar de reunión de Magritte y sus colegas surrealistas. Aquí disponen de buena cerveza belga así como de platos baratos para una comida o cena rápida, como las albóndigas "boulettes" con salsa de tomate (no tan buenas como las albóndigas de Lieja), las endivias envueltas en jamón y cubiertas de salsa de queso "chicons au gratin" y el omnipresente acompañante: el "stoemp", un puré de patatas y verduras que se sirve con trocitos de jamón o de salchicha. 

Bruselas es una ciudad entretenida y variada, con miles de tiendas que curiosear o restaurantes y cafés que descubrir, además de una oferta cultural inagotable. Sin embargo, no es tan bella como París ni tan divertida como Barcelona. Aún así, la capital de la Unión Europea merece ser visitada. Además, sirve de base para realizar excursiones de un día a lugares tan interesantes como Brujas, Ostende, Amberes, Ypres, la mina de Blegny o el museo Hergé en Lovaina la Nueva. 

dijous, 9 de juliol del 2015

24 nuevos sitios Patrimonio de la Humanidad en 2015

Ayer el comité de patrimonio mundial de la UNESCO reunido en Bonn inscribió 24 bienes a la lista de Patrimonio de la Humanidad, además de poner tres en la lista de patrimonio en peligro y sacar uno de esa lista. 

De todos los inscritos no he visitado ninguno. Estuve a punto de visitar los jardines botánicos de Singapur pero acabé en Gardens by the Bay, con una arquitectura impresionante. Otro de los que estuve a punto de ir y me arrepiento mucho de no haberlo hecho son las cavas de la región francesa de Champaña. Y también he estado muchas veces al lado de los viñedos de la Borgoña sin nunca ir. En cualquier caso, espero poder visitarlos todos en un futuro. Sitios históricos como Susa, Éfeso o la zona del río Jordan en la que Juan Bautista bautizó a Jesús de Nazaret también han sido añadidos. Poco a poco la UNESCO reconoce más y más lugares que merecen esta categoría, haciendo que los diferentes gobiernos tengan que implicarse más en su protección si no quieren que caigan de la misma o si quieren obtener financiación del Fondo para la conservación del Patrimonio de la Humanidad. 

El año que viene el comité se reunirá en Estambul, estaremos atentos a los vaivenes de la lista. De momento, espero visitar muchos más sitios en estos doce meses.

dimarts, 30 de juny del 2015

Brujas

Brujas es sin duda una de las ciudades más bellas de Bélgica, y una de las más visitadas de Europa en relación a su tamaño: aproximadamente 4 millones de visitantes por año frente a sus 60,000 habitantes. Conocida como "la Venecia del Norte", muchos esperan encontrar una ciudad con canales en vez de calles. Craso error. Por supuesto que hay bellos canales, pero ni mucho menos en todas las calles. De hecho, se le llama así (desde hace siglos) debido a que Brujas era la ciudad contraparte de Venecia en el norte para redistribuir mercancías llegadas de la ruta de la Seda por el norte de Europa y enviar las mercancías de la Liga Hanseática a Venecia y desde allí, redistribuirlas por el sur de Europa y hacia Oriente. Numerosos comerciantes venecianos e italianos en general tenían lujosas residencias en Brujas, donde pasaban largas temporadas.

Un buen punto para empezar una visita a Brujas es bajo la estatua de Van Eyck, diplomático y pintor de referencia del primitivismo flamenco. En este lugar se situaba el antiguo puerto principal, donde llegaban mercancías de todo el norte de Europa para descargarse. Los barcos cargaban entonces mercancías hechas en Flandes, en el sur de Europa o incluso lugares más lejanos. Este gran canal que servía de puerto tiene al lado la casa donde se pagaban los impuestos, bellamente decorada, así como la casa de las justas, con un torreón, donde los más ricos ciudadanos organizaban duelos. Allí se encuentra aún la estatua del oso blanco, símbolo de Brujas, ya que se dice que antes de la fundación de la ciudad vivía un oso blanco en los alrededores de la ciénaga. Una plazoleta al lado, llamada Biskjaier, recuerda donde se localizaba la residencia de los vizcaínos, diferente a la del resto de españoles, que encontraban en la calle de los españoles, Spanjaardstraat.

Unos pasos siguiendo la calle Academistraat, alejándonos del antiguo puerto, encontraremos el lugar donde se fundó la primera Bolsa del mundo, en la taberna de la familia De Beurze. Al lado está el magnífico edificio donde se reunían y alojaban los genoveses, de estilo gótico tardío.

Siguiendo por la calle Vlamingstraat veremos muchas tiendas e incluso una de las casas más antiguas de la ciudad, con la fachada de madera. Si queréis hacer una parada, os recomiendo el salón de té "Prestige" donde podréis degustar bollería recién hecha, pasteles y quiches caseras con un personal muy amable. El lugar perfecto para hacer un brunch, aunque algo cursi, eso sí.

Siguiendo por esta calle llegaremos al corazón de la ciudad: el Markt, la plaza mayor, donde se encuentra el icónico Belfort, el enorme campanario civil con el que los ricos comerciantes mostraban su poderío ante los campanarios de las iglesias. Es un poco caro subir y casi siempre hay largas colas, pero vale la pena ascender sus 365 escalones para admirar la ciudad desde las alturas. Además,  a mitad de trayecto podremos ver el carrillón, sus engranajes y sus 47 campanas. Bajando de nuevo a la plaza veremos las coloridas casas de cada uno de los antiguos gremios de la ciudad. Si llegáis a mediodía escucharéis el himno de la Unión Europea tocado por el carrillón, aunque durante el día suenan diferentes canciones internacionales, al gusto del campanero.

Continuad por la peatonal Breidelstraat hasta llegar a Burg, la plaza del ayuntamiento, donde el imponente edificio municipal domina las vistas, gracias a las decenas de estatuas de los condes y condesas de Flandes. Especialmente remarcable es el salón gótico, situado en su primer piso, con su techo ricamente policromado. Saliendo a la plaza de nuevo, dad un vistazo  a la bellamente decorada capilla de la Santa Sangre, donde se encuentra una de las reliquias más curiosas de la Cristiandad: una botella que contiene sangre de Jesucristo. Finalmente, dirigíos al hotel Crowne Plaza de la esquina, donde podréis visitar los sótanos: allí están las bases de la antigua catedral, destruída tras la revolución francesa así como vitrinas con restos de objetos encontrados durante la construcción del hotel. Si luego bajáis por la pequeña callejuela Blide-Ezelstraat que atraviesa un puente del edificio municipal llegaréis hasta el mercado del pescado de mar (cubierto y organizado) y el de pescados de río, que en realidad es una plazoleta donde también se vendían las pieles curtidas. De allí, seguid por Dijver, pasando el histórico edificio del Colegio de Europa hasta llegar hasta el jardín Arenshoft que cuenta con un pequeño puentecito donde muchísimos jóvenes de la zona se dan su primer beso. Tmbién se encuentra allí la estátua de Joan Vives, el humanista valenciano que estudió y trabajó en Brujas parte de su vida. Si continuáis paseando, llegaréis hasta la iglesia de Nuestra Señora (Onze-Lieve-Vrouw) donde se encuentra la célebre Madonna de Miguel Ángel. Finalmente si seguís por le sur llegaréis hasta el bello Beguinage, rodeado de canales y pequeños prados (floridos en primavera) donde habitan patos y cisnes.

En todo este recorrido poned especial atención a las decenas de carruajes tirados por caballos que no cesan en sus recorridos por la ciudad, así como a los ciclistas, muchos de los cuáles serán estudiantes del Colegio de Europa con prisas para llegar a alguna clase o a la cantina antes que la cierren.

El recorrido en barca por los canales, aunque corto (menos de 30 minutos), es muy recomendable para tener una perspectiva diferente de la ciudad, Se pueden tomar por ejemplo desde el puente con el santo en Huide-vettersplein. Por cierto, esta zona de confluencia de varios canales es perfecta para una fotografía, gracias a las maravillosas vistas del Belfort junto con el gigantesco sauce llorón y las decenas de casas tradicionales que se amontonan alrededor de esta zona de agua. Finalmente, algo alejado de este circuito turístico, en el barrio de Santa Ana, se levanta una de las iglesias más raras de Brujas, construída en el siglo XV por la rica familia Adornes: la Jeruzalemkerk. Por fuera destaca su campanario acabado en madera con una esfera verde y medias lunas y estrellas doradas en las puntas. El interior es bastante macabro, recordando el Santo Sepulcro situado en Jerusalén, por lo que hay numerosas calaveras en piedra y una efigie del cadáver de Cristo en la capilla inferior. En mitad de todo está la tumba del patriarca de la familia, Anselm Adornes, en mármol negro, donde se dice que solo se encuentra su corazón, que fue lo único encontrado tras su asesinato en Escocia en 1483.

Si hablamos de museos, en Brujas hay muchos. Si sólo tuvierais tiempo o ganas de visitar uno, el  imprescindible es el Groeningemuseum, con once salas que acogen obras de los principales artistas locales de todas las épocas o que fueron compradas por notables locales, destacando las salas dedicadas al primitivismo flamenco donde admirar la "Virgen del canónigo van Der Paele", de Van Eyck (que me recordó muchísimo a "la Verge dels Consellers" de Lluís Dalmau), o el bien pintado desuello de"el rey Cambises y el juez" de Gerard David. También hay sendos lienzos surrealistas de Magritte y Delvaux. Mi cuadro favorito fue "el Juicio Final" de El Bosco, donde el autor despuntaba inicios de surrealismo ya en el siglo XV, y que me recordó a su otro magnífico cuadro "el Jardín de las Delicias".

Finalmente, os recomiendo alquilar bicicletas un día para recorrer los llanísimos campos que separan Brujas del mar, pedaleando a la orilla de los enormes canales bordeados de esbeltos árboles y visitando pueblecitos con encanto como Damme. Llegaréis hasta el mar a la pija Knokke, las bellas dunas de De Haan o el icónico Pier de hierro fundido de Blankenberge, donde celebré una de mis últimas fiestas como estudiante del Colegio de Europa.

Respecto a donde comer y beber, reservo los consejos para la próxima entrada, aunque como adelanto, no podéis dejar de probar dos cervezas locales; "Garre" y "Brugse Zot". Aviso que esta entrada es sólo un simple esbozo. Tras diez meses de vida en esta pequeña ciudad, podría pasarme horas escribiendo sobre Brujas. De todas formas, todo el centro histórico está catalogado como patrimonio de la humanidad UNESCO, así que simplemente callejear y perderse por sus bellas calles y canales bastará para disfrutar de un bello día.

dimarts, 23 de juny del 2015

Blegny Mine

Revisando la lista del patrimonio de la humanidad UNESCO en Bélgica, me dio cuenta que uno de los puntos más destacados son los cuatro sitios mineros mayores de Valonia, una región que vivió un gran desarrollo hace varias décadas gracias a la industria del carbón. La importancia socioeconómica que tuvo esta industria para Bélgica es incuestionable. Casi toda la fuente de energía que hizo posible la revolución industrial fue el carbón. De ahí mi interés por conocer la historia de la obtención de esta materia prima. Así que tomando el tren en Brujas llegamos hasta Lieja, la ciudad más grande de Vallonia. 

Lo primero que nos recibió fue la magnífica estación de Liège-Guillemins, diseñada por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava. Todo en ella me transportó a la Ciutat de les Arts i les Ciències de Valencia, tanto sus acristaladas estructuras de hormigón blanco como sus interiores futuristas. Preciosa. Tras varias fotos hicimos el intercambio de tren hasta llegar a Liège-Palais y allí tomamos el bus número 67 de la compañía pública TEC, en la estación situada en la cercana rue Léopold. Tras casi cincuenta minutos bajamos en una parada en mitad del campo cerca de Trembleur (indicad al conductor que os avise de cuando haya que bajar para visitar Blegny Mine).

Una vez allí, tras caminar un poco (la mina es perfectamente visible gracias a su alta torre) nos dirigmos a las taquillas para comprobar los diferentes horarios de las visitas (en francés o en holandés) aunque también hay audífonos en inglés y alemán. Sin embargo, es mucho mejor escuchar a los antiguos mineros, que son los que guían a través de la mina, ya que cuentan sus historias y experiencias personales.  Tras comprar dos billetes para la visita de la una de la tarde, nos fuimos a la cantina anexa a comer. Recomiendo encarecidamente que pidáis las boulets ligeoises, un plato típico de Lieja que son como albondigones caseros deliciosos. Además viene acompañado de patatas fritas caseras al estilo belga y ensalada, con lo que es suficiente. 

Tras la comida, nos dirigimos a la entrada donde nos recibió un amable minero jubilado llamado Antonio, nacido en Portugal, que hablaba francés con un clarísimo acento luso. Lo primero que hicimos fue ver un breve documental acerca de la importancia del carbón para la revolución industrial así como los procesos geológicos que llevan a su formación. Tras ello, Antonio nos acompañó al cuarto donde se cambiaban los antiguos mineros para ponernos un blusón y un casco, evitando así golpes o manchas en la mina. Ya pertrechados nos dirigimos al ascensor de dos pisos que nos introdujo a más de 100 metros bajo tierra a gran velocidad. Uno de los pasillos de la mina Blegny se abría ante nosotros, de forma semiovalada con las paredes sujetas con arcos metálicos y vigas de madera. Una estecha vía recorría el centro del pasillo, ahora seco pero que cuando la mina estaba en operación solía estar lleno de agua. De vez en cuando nos ibamos topando con vagones llenos de carbón o máquinas a motor diésel, ya en desuso.

Durante la visita, Antonio fue explicando el proceso de obtención del carbón. De vez en cuando activaba algunas máquinas o instrumental (como el extractor de humo o los taladros) para mostrar lo terrible de la situación de trabajo en la mina. De hecho, la sordera es una de las principales enfermedades que afecta a los mineros. Tras visitar el primer túnel, bajamos por una larguísima escalera hasta uno aún más profundo donde nos explicaron como los niños trabajaron en las minas hasta que el trabajo infantil se prohibió. Antonio nos contó su caso personal cuando comenzó a trabajar a los 14 años como minero en Portugal.

La visita acababa en la parte más alta de la mina, elevada, donde se seleccionaban los trozos de carbón, en una sala presidida por una Santa Bárbara, patrona de mineros, bomberos, marineros y demás oficios peligrosos. La visita acaba con un corto espectáculo audiovisual muy moderno que no hace demasiada gracia a los mineros. En palabras de Antonio: "no necesitamos el reconocimiento de nadie, nosotros ya sabemos lo que hemos sufrido".

Me fui de Lieja sin poder visitarla de forma apropiada ni comerme uno de sus típicos gofres, pues nos fue imposible encontrar uno. Sin embargo, espero volver pronto a Valonia y a esta ciudad puesto que son aún muchas las cosas que me quedan por descubrir allí. 

divendres, 5 de juny del 2015

Gozo

Toda visita al archipiélago maltés que se precie no puede ignorar pasar, al menos un día, en Gozo, la segunda isla del país. Una de las formas más rápidas de llegar es alquilando un coche para llegar a la terminal de ferries de Cirkewwa. De ahí, uno puede subir el coche al barco. Tras un corto trayecto se llega al puerto de Gozo.

Empezamos por Victoria, la capital de la isla, desde cuya ciudadela se puede atisbar la casi totalidad del territorio. La historia de Gozo está plagada de invasiones de todo tipo: corsarios, sarracenos... en numerosas épocas los locales fueron sometidos a la esclavitud. Es por ello que en 1565, tras un gran asedio, los caballeros de la Orden decidieron poner punto y final a la situación fortificando la Ciudadela para dar protección a la población. De hecho, hasta 1637 fue obligatorio por ley para todos los ciudadanos pasar la noche puertas adentro por su seguridad.

Con el Mediterráneo pacificado, la población empezó de nuevo a asentarse en los alrededores de la ciudadela y así nació Rabat, que en maltés, al igual que en árabe, significa "lugar fortificado". Lo cierto es que la imponente ciudadela, que domina parte del paisaje de la isla es digna de visitarse, especialmente su plaza de la catedral, toda de color de la arenisca de las rocas que forman el suelo y las construcciones circundantes, así como las empinadas escalinatas del templo religioso.

Nosotros, paseamos por sus murallas admirando los campos, montañas y el mar. Destacan las vistas de la imponente iglesia de Xewkija, y su enorme cúpula. Algo despistados, acabamos en nuestro recorrido por las murallas acabamos entrando por error en una zona en construcción con varios obreros mirandonos con cara de incredulidad. Por cierto, las callejuelas de la ciudad baja también tienen gran encanto.

Para almorzar nos dirigimos al pequeño pueblecito de Xlendi, situado en una cala rocosa, donde hay un restaurante muy popular: The Boat House. Además de las relajantes vistas, destaca su amplia carta con numerosos platos tradicionales malteses centrados en los productos del mar, empezando  por las pastas. Pedimos los raviolis rellenos de langosta, bastante sabrosos. Pero antes nos sirvieron unos pequeños entrantes de cortesía, con la típica mantequilla de ajo incluída. Como primer plato pedimos el tradicional queso de Gozo frito servido con una buena ensalada aliñada con chutney de mango. Me llamó mucho la atención la amabilidad del servicio así como la calidad y frescura de sus productos.


Una vez satisfechos, continuamos rumbo hacia uno de los puntos más turísticos de Gozo: la famosa ventana azul o "azure window", una bella formación natural rocosa en forma de arco situada en la bahía de Dwejra. Las combinación del luminoso sol Mediterráneo con el color de la roca y el azul intenso del mar es impagable. Aunque oficialmente está prohibido subirse debido al riesgo de caídas (y así se indica en numerosos carteles), nosotros hicimos caso omiso y nos adentramos un poquito en la cima del arco para disfrutar de las bellas vistas y hacernos algunas fotos. 

La visita acabó en las salinas de Qbajjar, mucho menos frecuentadas por el turismo que la ventana azul. De hecho, nosotros estuvimos totalmente solos, disfrutando de esta construcción de la época romana. Al subir la marea, una serie de canales colocan el agua en diferentes balsas de muy poca profundidad (menos de 20 centímetros) en las que el agua pasa el día y se va evaporando debido al calor del sol, quedando en el fondo los cristales de salmuera de los que se obtiene la sal. A esa hora de la tarde era impresionante admirar el fortísimo oleaje que sacudía con fuerza la rocosa costa y disfrutar del contraste tan bello entre estas salinas y el Mediterráneo. Debido a la erosión de siglos, el fondo de estas balsas artificiales es enormemente suave al tacto. Fue una experiencia muy relajante.


Gozo es más rural y natural que la isla de Malta. Un viaje al país quedará cojo si no conocéis esta isla, que incluso tiene un Ministerio entero dedicado a su gestión. Un último consejo, no os metáis en caminos no asfaltados aunque los GPS os lo digan.  Nosotros nos perdimos en varias ocasiones y en una casi derrapamos y acabamos en un barranco debido a la estrema estrechez de dichas vías. Lo mejor es no salirse de las carreteras asfaltadas. Así que desconectad el GPS y seguid las señales o preguntad a los locales. Os irá mejor.