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dijous, 21 d’abril del 2016

Beaune & Nuits-St-Georges

La Cote d'Or

Al sur de Dijon, una cadena de 60 km de suaves colinas de materiales extremadamente fértiles forman la conocida como Cote d'Or. Mayoritariamente cubiertas de cepas, aquí se producen algunos de los mejores vinos de Francia. En los pueblecitos que van de Dijon a Beaune se pueden encontrar bodegas y fincas productoras de vino donde hacer catas y comprar diferentes variedades a buen precio. Como estábamos tres días en Dijon, aprovechamos para dedicar un día a visitar esta zona, y especialmente su mayor ciudad: Beaune.

El Hotel-Dieu de Beaune

Beaune es muy accesible desde Dijon: hay trenes y autobuses con bastante frecuencia. Nosotros llegamos por tren. Desde la estación se llega rápido a una de las puertas de la muralla que rodea el casco antiguo. Lo primero de todo nos dispusimos a visitar la mayor atracción de la ciudad: el famoso Hotel-Dieu, el hospicio medieval más bonito de Francia. De estilo gótico, es muy conocido por sus preciosos tejados multicolores, tradicionales de la región, que en este edificio son espectaculares. El precio de la entrada incluye una audio-guía en la que se nos explica la historia de las diferentes estancias del hospicio. La colorida Grande Salle impresiona al ver como de bien se organizaba la atención de enfermos gracias al empeño de Guigone de Salins, tercera esposa de Nicolas Rolin, Canciller de Felipe el Bueno, Duque de Borgoña. De Salins quiso construir un hospicio en el que atender a enfermos y que estos se sintieran cómodos en estancias palaciegas. Allí no se discriminaba a nadie, pobres y ricos eran atendidos por igual. La única diferencia era que si se donaban tierras con viñedos en vida y como herencia (con cuya producción de vino se financiaba el mantenimiento del hospicio) se tenía derecho a estar en salas más pequeñas y, por tanto, con mayor privacidad. En la visita se recorren varias estancias. La farmacia del siglo XVIII está repleta de frascos que en su tiempo contuvieron todo tipo de sustancias usadas para fabricar remedios, como el polvo de cochinilla. También se pueden ver las cocinas, llenas de utensilios de época. Pero sin duda, lo que más impresiona es el patio de honor, con los tejados de colores, las gárgolas, el pozo y las tuberías en forma de dragón: una foto aquí es casi obligatoria. Aunque lo que más me impresionó de esta visita fue la sala San Luis, con el políptico del Juicio Final, obra del pinto flamenco Roger van der Weyden. 

El políptico del Juicio Final

En este políptico se representa con gran realismo los capítulos 24 y 25 del Evangelio de San Mateo. En el centro, Jesucristo observa la escena con calma, sentado sobre un Arco Iris que representa la alianza establecida entre Dios y la Humanidad en tiempos de Noé. Varios ángeles a su alrededor cargan los símbolos de la Pasión. Abajo, los muertos van saliendo de sus tumbas y acuden a la gran figura central: el Arcángel San Miguel, que con una balanza pesa las almas. Los escogidos para ir al paraíso se dirigen con calma hacia una especie de catedral dorada. Los condenados al infierno caminan entre gritos y lamentos hacia un rocoso infierno donde son torturados por los demonios. El realismo del horror grabado en los rostros de los condenados es fascinante. Ángeles trompeteros dan mayor magnificencia a la escena mientras que diferentes santos oran a ambos lados de Jesucristo.

Caracoles y vino

Tras tamaña muestra de historia y arte, nos dirigimos a comer a uno de los diferentes restaurantes disponibles para probar algunos de los platos tradicionales de la región. Empezamos como no podía ser de otra manera con el entrante más típico posible: los caracoles de Borgoña, muy grandes, que se cocinan con mantequilla, ajo y perejil. Como plato principal optamos por un clásico: el boeuf bourguignone, que es un guiso de cubos de carne de ternera marinada y cocinada en vino tino joven, champiñones, cebollas, zanahorias y bacon.


Tras comer fuimos al Marché aux Vins, que en superficie es una elegante tienda de vinos y productos típicos de la región, pero en cuyos sótanos se encuentra la cripta de la antigua iglesia de los Cordeliers, y donde ahora tienen sus bodegas, iluminadas con cirios. Bajo las calles de Beaune envejecen millones de botellas de vino en frescas y oscuras bodegas. El Marché aux Vins es tal vez una de las más conocidas. Por un precio aceptable nos dieron un catavinos metálico con el que descender a la antigua cripta e ir catando varios vinos.

Allí nos explicaron la clasificación de los vinos de Borgoña. En primer lugar se encuentran los vinos Grand Cru, producidos en los mejores viñedos de la Cote d'Or. Necesitan criarse unos siete años y solo llevan el nombre del pequeño viñedo del que son originarios. Hay pocos viñedos con esta categoría debido a la calidad del suelo y a las horas de exposición al sol necesarias para ser considerados Grand Cru. Luego llegan los Cru, también de muy alta calidad. Estos vinos provienen de viñedos específicos que no llegan a alcanzar los requisitos de Grand Cru pero que aún así son estupendos. Su crianza dura algo menos de cinco años. Después vienen los Village, vinos que pueden ser mezcla de los viñedos de un pueblo determinado o venir de un viñedo sin identificar. Finalmente, los AOC Bourgogne (con denominación de origen) que puede provenir o ser mezcla de cualquier parte de la región. Los AOC se pueden consumir hasta tres años después de la cosecha y suelen ser los que se hacen con las uvas que no se seleccionaron para las otras tres categorías. En la cata pude probar vinos de todas las categorías excepto los Grand Cru, algo caros para mi bolsillo en aquel momento. Algunos me gustaron y algunos siendo uno de mis favoritos uno tipo Village. Allí también pudimos degustar el licor de grosella negra, o creme de cassis, producto también originario de Borgoña. Tras el recorrido por las cavas se sube a la parte de arriba en la que se muestran varias obras de arte moderno, donde destacan obras menores de Picasso y Dalí, además de un par de enormes esculturas de Britto, el famoso artista brasileño afincado en Miami.


En mitad de los viñedos

Tras pasearnos de nuevo por las estrechas calles de Beaune tomamos el tren de vuelta a Dijon no sin antes para un rato a mitad de camino en el pueblecito de Nuits-St-Georges para visitar los famososo viñedos. Como aún estaba despuntando la primavera, las cepas se encontraban desnudas y sin hojas, aunque aún así es impresionante ver como las colinas están totalmente cubiertas por estos cultivos, bien ordenados. Nos paseamos también por su bonita calle principal, casi desierta en un domingo al anochecer. Beaune y sus alrededores son perfectos para todos los amantes del buen vino que quieran también explorar un poco del legado que la Edad Media europea nos dejó, que a diferencia de lo que muchos piensan, no fue una época tan oscura: un bello hospital dedicado a proveer sanidad gratuita o obras de arte que rozan la perfección así lo demuestran.

dimecres, 6 d’abril del 2016

Swidnica

Una ciudad de provincias polaca

Si estamos visitando Wroclaw, Swidnica es una excursión perfecta para unas horas o incluso un día entero. Se puede acceder fácilmente en tren o en mini-buses a esta pequeña ciudad de la Baja Silesia, que además de ser un ejemplo de típica ciudad de provincias polaca, alejada de las masas de turistas de otros lugares como Cracovia, acoge un ejemplo de convivencia entre religiones: su magnífica iglesia de la paz, la iglesia de madera más grande de Europa. Nosotros llegamos en tren a media mañana y empezamos la visita por la bonita plaza del Mercado, Rynek, muy similar a la de Wroclaw pero en versión mini y sin turistas. La belleza de los edificios junto a las cuatro fuentes que hay en cada esquina recuerdan la riqueza de los mercaderes que habitaron este punto crucial de las rutas comerciales de la Europa Central. Una de las estatuas, sentada en un banco, es la de Maria Kunic, la primera mujer que se dedicó oficialemente a la astronomía. Lo mejor es subirse a la torre del ayuntamiento, símbolo de la independencia y poder la ciudad. La historia de esta torre es graciosa. Construída en el siglo XVI, la torre aguantó, más o menos. Incluso sobrevivió a los bombardeos de la II Guerra Mundial. Sin embargo,  en 1967 diversas demoliciones en la plaza la acabaron arrastrando y tumbando. Por tanto, la que hay ahora es de nueva construcción. Subimos cómodamente en su ascensor y desde lo alto admiramos la ciudad mientras caía agua nieve. 

La iglesia de la paz

A continuación nos dirigimos hacia el auténtico tesoro de la ciudad: la iglesia de madera evangélica luterana. Esta iglesia, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es la iglesia protestante más grande de Polonia y la iglesia de entramado de madera más grande de Europa. Hasta 7,5000 personas caben en ella. Además de por su arquitectura magnífica, la iglesia es una muestra de la difícil convivencia entre diferentes confesiones en Europa. En nombre de Iglesia de la Paz viene por la Paz de Westfalia, de 1648, donde se puso fin a la Guerra de los Treinta Años. En este tratado de paz, los católicos emperadores Habsburgo admitieron el derecho de los evangélicos a practicar su fe en tres lugares de Silesia y uno era Swidnica. Las condiciones eran draconianas: las iglesias tenían que construirse fuera de las murallas de la ciudad, en materiales pobres: arena, madera, paja o arcilla. Además, tenía que hacerse en menos de un año, sin campanario y con una planta atípica.

En la recepción había una simpática abuelita que nos encendió las luces de la iglesia para admirarla. Es diferente a todo lo que he visto antes. Impresiona que con materiales tan pobres los arquitectos y artistas fueran capaces de realizar tamaña maravilla. Los frescos del templo con la Sagrada Trinidad representada son bellísimos y las tallas son grandiosas. El altar, el órgano... la grandiosidad barroca soprende por la excelencia de los acabados y el realismo de los detalles. Tuvimos la inmensa suerte de visitarla solos durante un buen rato. Aprovechad y sentaos en el medio en silencio para disfrutar de su magnificiencia y del fuerte olor a madera. Las misas luteranas se llevan celebrando aquí ininterrumpidamente desde 1657, en una muestra de convivencia religiosa, de lucha por la libertad y una excepción de tolerancia por parte de los católicos Habsburgo. El edificio, además, ha resistido al paso de los siglos gracias al ingenio de sus constructores, a pesar de la intención inicial de los que lo autorizaron de que no durara mucho.

Pierogi bonanza

Ese día comimos en un "bar de leche", antiguos restaurantes subsidiados por el Estado que originariamente surgieron durante el comunismo para alimentar a la clase trabajadora. Hoy en día siguen siendo muy baratos pero la comida es de muchísima más calidad y se han convertido en muy populares entre los jóvenes. Allí pude degustar unos deliciosos pierogi, que es el plato más representativo de la gastronomía polaca. Se trata de un tipo de pasta con forma semicircular que suelen estar rellenos de queso, carne, cebolla, diferentes tipos de carne... etc. Especialmente populares son los Ruskie Pierogi, rellenos de una especie de requesón con cebolla frita y patata hervida. También me encantaron los pierogi rellenos de setas y los de espinacas. Sin embargo, los más curiosos fueron los rellenos de cerezas... buenísimos!


Melancolía y viento helado

Tras la comida, dedicamos la tarde a pasear. El tiempo era gris, lluvioso y con viento frío y por tanto, las calles estaban desiertas. Aún así, la ciudad esconde diferentes joyas que vale la pena ver. Empezamos por la gigantesca catedral gótica, bastante impresionante, altísima. Su nave mide 25 metros de alto y el campanario algo más de 100 metros. Se encuentra en la plaza dedicada a Karol Wojtila, y por eso hay una enorme estatua de Juan Pablo II arrodillado en sus vestimentas papales.  En la calle Kotlarska acoge la bella iglesia barroca de San José, con techo estrellado, que se encaja perfectamente en el complejo urbano. Una solitaria anciana rezaba en la penumbra mientras nosotros observábamos el templo. 

Swindica es una ciudad que en su día fue rica y dinámica, y a la cual la salida de Alemania, primero, y las décadas de comunismo, después, dejaron dormida, muchos palacios abandonados y edificios de principios de siglo XX con la fachada ennegrecida. En invierno es perfecta para un paseo melancólico, algo triste, pero bello al fin y al cabo. Y además es toda una muestra de las historias entrecruzadas de Europa, con una imporatante herencia prusiana y alemana, una visible convivencia entre dos confesiones cristianas, el paso del comunismo soviético y la modernización que ha experimentado la actual Polonia tras entrar en la Unión Europea.