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dijous, 29 de desembre del 2016

Hiroshima & Miyajima

Hiroshima. La sola mención de esta ciudad japonesa nos lleva a pensar automáticamente en la bomba nuclear. Una explosión con forma de hongo se forma en nuestras cabezas. Cuando supe que iba a pasar una temporada en el país del sol naciente me puse como prioridad visitar Hiroshima. Quería visitar la zona cero, la primera ciudad en la que los estadounidenses lanzaron una bomba nuclear.

Aprovechando que tuve una reunión en Kobe y que justo ese miércoles empezaba un puente largo de vacaciones, me compré el West Rail Pass, que permite tomar de forma ilimitada todos los trenes de JR West incluidos los trenes bala o shinkansen de la línea San-yo. Dediqué un día y medio a Kobe y Himeji y otro a la isla de Naoshima. Pero el día que quiero contar en esta entrada es el que dediqué a Hiroshima y a la vecina isla de Miyajima.

Me levanté temprano en Okayama donde me estaba quedando y tomé el tren bala que en algo más de media hora me dejó en la moderna estación de Hiroshima. Era el puente de julio así que masas de turistas se dirigían hacia la estación del tranvía. Lo primero que me sorprendió es que Hiroshima no es para nada un lugar deprimente, a pesar de su durísimo pasado. La ciudad es muy próspera, cuenta con enormes rascacielos, calles arboladas y una población muy cosmopolita. Varias paradas después me bajaba del abarrotado tranvía en la parada Genbaku-domu-mae, justo al norte de la isla en mitad del río Hon-kawa, antiguo centro de la ciudad y hoy zona enteramente dedicada a la memoria de la s víctimas de la bomba atómica y de la paz.

6 de agosto de 1942: aquel día las puertas del infierno se abrieron en Hiroshima. La aviación estadounidense lanzaba la primera bomba atómica de la historia sobre población civil. Ante mi aparecía el recordatorio más visibile: la cúpula de la bomba atómica. Se trata de un edificio de 1915 que funcionó como pabellón de la promoción industrial hasta que la bomba le explotó justo encima. Todas las personas que se encontraban en su interior murieron al instante, pero al estar justo debajo de la explosión, el edificio se libró de la onda expansiva que arrasó el resto de la ciudad y fue de los pocos que quedó en pie. Se decidió mantener estas ruinas como símbolo de Hiroshima. A continuación, cruzando un puente, se abría ante mí la isla que alberga el conocido como parque conmemorativo de la paz. En el centro, una inmensa pradera tiene en su centro el alargado estanque de la paz que desemboca en el cenotafio, un arco de hormigón con los nombres de todas las víctimas confirmadas de la bomba. En ese estanque también se encuentra la llama de la paz, que arderá hasta que no queden más armas nucleares en el mundo.

En el extremo sur se encuentra el Museo conmemorativo de la paz. Como ya había muchísima fila, me puse también a esperar ya que no quería perderme la visita a este centro. Tenía muchísimo interés en entender mejor lo que allí pasó, sobretodo contado desde el lado japonés. Tras comprar la entrada empecé la visita al lugar, abarrotadísimo de turistas de todo el mundo. Aquí se exponen objetos rescatados tras la explosión de la bomba, como ropa hecha jirones, una fiambrera derretida, algunas fotografías terribles o el famoso reloj que se paró a las 8:15, la hora en la que la bomba explotó. El lugar es sobrecogedor, tanto por las fotografías como por la recreación de los minutos posteriores a la explosión, con el cielo negro, los restos de los edificios en llamas y los supervivientes con la piel derritiéndose y muriéndose de sed. Allí también se explican los cánceres que sufrieron los supervivientes y el estigma que arrastraron así como diversas curiosidades médicas. Por ejemplo, todas las partes de la piel desprotegidas o cubiertas por prendas oscuras sufrieron quemaduras de tercer grado en los supervivientes mientras que las partes cubiertas de prendas claras se libraron de los peores efectos. La última parte del museo se dedica a la iniciativa del gobernador de la prefectura de Hiroshima en sus esfuerzos internacionales por lograr un tratado que libre al mundo de esta mortífera arma de una vez por todas.

Seguí la visita al cercano pabellón nacional de la paz de Hiroshima en recuerdo a las víctimas de la bomba atómica, con su pasarela que desciende hacia un espacio frío que invita a la reflexión. Sus paredes circulares muestran fotos de como era la ciudad antes de su destrucción y en el centro hay una fuente con forma de reloj que representa el momento en el que cayó la bomba, las 8:15. Testimonios de los supervivientes y fotos de las víctimas acompañan el resto del complejo. Seguí paseando por el parque, acercándome al monumento a la paz de los niños, donde se representa a Sadako Sasaki, una niña que tenía dos años cuando lanzaron la bomba y que como resultado de su exposición a las radiaciones desarrolló leucemia a los 11 años. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, Sadako decidió hacer 1000 grullas de papel, ya que en Japón son el símbolo de la longevidad y la felicidad. Creyó que si alcanzaba ese objetivo, se recuperaría. Tristemente, Sadako murió antes de alcanzar su meta, pero sus compañeros de clase lo terminaron. La historia de esta niña desencadenó en todo el país una fiebre por las grullas de papel que aún sigue. Miles de guirnaldas con grullas cuelgan alrededor de este monumento, enviadas por escolares de Japón y de todo el mundo. Como hay tantísimas y se siguen recibiendo, de tanto en tanto el museo recicla varias miles y fabrica postales que se reparten con cada entrada a cada uno de los visitantes.

El parque también cuenta con un monumento a las víctimas coreanas de la bomba atómica, ya que fueron centenares los coreanos que se encontraban en Hiroshima como esclavos y murieron como consecuencia del ataque. Como hacía muchísimo calor, me dirigí hacia el lugar donde quería comerme un okonomiyaki, las tortitas de col china cubiertas de marisco y carne tan famosas de la ciudad. Son una especie de tortillas de huevo con cosas a la plancha. La versión local, las Hiroshima-yaki, llevan fideos como ingrediente principal. Muchos amigos me recomendaron Okonomi-mura, un lugar situado en tres plantas de un insulso edificio de los años 50, a los que se accede por un cutrísimo ascensor. 26 puestos que preparan la versión local del okonomiyaki presentan sus planchas calientes preparadas para cocinar nuestra orden al momento. Me senté en uno de los taburetes observando como la cocinera preparaba mi especialidad. Tras disfrutar del exquisito sabor de este plato, me dirigí de vuelta a la estación para tomar un tren local hacia la estación de Miyajima-guchi. Caminando unos minutos llegué a la estación del ferri de JR que me llevó hasta la bellísima isla de Miyajima, una excursión perfecta para combinar con la visita a Hiroshima. A medida que me acercaba vi la famosa puerta torii flotante, emblema de esta isla y uno de los lugares más bellos de Japón.

Miyajima está también catalogada como patrimonio de la UNESCO. El famoso torii color bermellón no es más que la entrada al santuario sintoísta de Itsukishima-jinja, construído a modo de muelle. Nada más llegar en ferri al puerto, atravesé Omotesando, la calle principal, donde se encuentran la mayoría de comercios y restaurantes de la isla, así como la pequeña comisaría de policía y la estafeta de correos. Paseando por el parque al lado del mar, se me acercaron varios de los famosos ciervos de la isla en busca de comida. Son bastante descarados y si os despistáis os robarán folletos y mapas de vuestros bolsillos para comérselos. En pocos minutos llegué a la entrada del antiguo santuario. Construido en el siglo VI, Itsukishima-jinja se hizo como un muelle ya que Miyajima era una isla enteramente sagrada. Para permitir la llegada de devotos, estos solo podían pisar el templo y llegar en barco directamente a él. Aún hoy en día no se permiten muertes ni nacimientos en la isla para conservar su carácter sagrado. La apariencia actual del santuario es de 1168, cuando fue reconstruido por el jefe del clan Heike. El templo está consagrado a las tres diosas hijas de Susano-o no Mikoto, dios sintoísta de los mares y las tormentas, hermano de la diosa Amaterasu, diosa del sol y protectora de la familia imperial.

En mitad del templo hay un bello escenario de no, uno de los estilos de teatro japonés, que incluye danzas. Mi visita al templo transcurrió durante la puesta de sol, con lo que pude admirar la belleza de las diferentes tonalidades del cielo en contraste con el fuerte rojo de los pilares y vallas del templo, el verde de las montañas y el azul del mar. Ver el sol desaparecer tras las montañas enmarcado por la bellísima puerta torii en mitad el agua es sobrecogedor. Lástima que las masas de turistas estropean un poco el momento zen.

Antes de dejar la isla volví a Omotesando a comer algunas ostras, la especialidad insular, que se preparan en parrillas exteriores y están deliciosas. También me zampé un par de bollos al vapor rellenos de anguila, muy populares también. Tras la puesta de sol las masas de turistas desaparecieron como por arte de magia y pude disfrutar de un momento de tranquilidad antes de tomar el ferri de vuelta.

Tendré que volver a Miyajima. Estoy seguro que vale la pena pasar la noche en un lugar tan mágico y de una belleza tan impactante. Me reconfortó mucho sobretodo tras la triste visita a Hiroshima. Me dejé muchos otros templos por visitar, así como el teleférico y los diversos senderos. Espero poder hacerlo en otoño, para disfrutar del follaje anaranjado, o en primavera, para ver los cerezos en flor. Mi visita fue en julio y pasé un calor agobiante, además de las masas ruidosas de turistas. No lo recomiendo en absoluto.

divendres, 23 de desembre del 2016

Freetown

Sierra Leona no es un país al que uno vaya por turismo. Al menos no en este momento. Hace menos de un año que se declaró al país totalmente libre de ébola y eso asusta a mucha gente. Sin embargo, por motivos laborales, pasé un mes y medio en el país de la costa oeste africana. Eso sí, no salí de la península de Freetown, que ya de por sí es un territorio muy grande y de lejos la parte más desarrollada del país. A pesar de su fama, Sierra Leona es probablemente uno de los destinos más seguros en África, como república democrática y pacífica, con altos niveles de libertad de expresión. De mayoría musulmana, la coexistencia religiosa con la minoría cristiana es ejemplar, con habituales matrimonios mixtos y rezos de diferentes cultos en todo evento público. Yo mismo fui por primera vez al rezo de los viernes en una mezquita de Freetown. 

Sierra Leona es uno de los países más calurosos y húmedos del planeta, con lo que la sensación de agobio es bastante insoportable en general excepto desde mitad de noviembre hasta mitad de enero. Estos son los mejores meses para visitar el país, secos y con temperaturas no tan altas, que es cuando tuve la suerte de ir. La llegada es a través del aeropuerto internacional de Lungi, situado justo al lado opuesto del puerto natural de Freetown. Para llegar a la ciudad hace falta atravesar la bahía con una lancha rápida cubierta, lo cual incrementa la sensación de aventura cuando se llega al país. El puerto para tomar la lancha es un pequeño muelle de madera en mitad de una bellísima playa tropical con palmeras mecidas por el viento. En el momento en que íbamos a tomar el barco estaba saliendo el sol. 

Hay varias cosas que visitar en la península de Freetown. En el número uno están las playas, probablemente de las mejores de África occidental. Mi favorita es la de Bureh, muy conocida por los aficionados al surf, ya que las olas son de las más sencillas para practicar este deporte. De hecho, allí hay una rústica escuela de surf donde poder alquilar tablas y contratar lecciones con profesores locales a precios muy asequibles. Fue la primera vez que hice surf. Al final de una larga tarde de apredizaje fui capaz de ponerme de pie en la tabla tres veces, minutos antes de que se empezara a poner el sol. Además del surf, la playa de por sí es bastante limpia, y su panorama montañoso bellísimo. Al amanecer, cientos de garzas blancas se posaban en diferentes franjas de arena, levantando el vuelo todas a la vez y creando un espectáculo digno de cualquier reportaje de National Geographic.

Siguiendo con playas, también me encantó River Number Two, una playa de aguas limpias, palmeras y montañas muy cercanas aunque demasiado concurrida a mi gusto los fines de semana, en especial por familias de libaneses, la comunidad extranjera más grande del país. Aquí se puede comer langosta recién pescada a la parrilla por un buen precio sentado en la playa. Para pasear, Lumley beach, en Freetown, recuerda salvando las distancias, a Copacabana, obviamente sin los grandes edificios. El atardecer es especialmente impresionante en este paseo marítimo. El único problema es que la playa no está especialmente limpia y las botellas y bolsas de plástico abundan. El gobierno está iniciando un plan de limpieza bastante estricto.

Freetown no es una capital bonita. Poco iluminada de noche y con gigantescos atascos durante el día, la capital de Sierra Leona cuenta con pocos puntos propiamente bonitos. Las calles de la ciudad suelen estar abarrotadas de mujeres vestidas con alegres colores cargando todo tipo de mercancías es sus cabezas. El símbolo de la ciudad es el famoso árbol de algodón, una Ceiba Pentandra de más de 500 años del tamaño de un edificio de cuatro plantas. A sus pies se fundó la ciudad en 1792 cuando un grupo de antiguos esclavos afroamericanos fueron liberados en estas tierras por los británicos, en agradecimiento a su lucha a favor de la Corona británica contra los independentistas estadounidenses. Alrededor de este árbol, que ya era enorme por aquel entonces, los antiguos esclavos cantaron, bailaron y rezaron en acción de gracias por su libertad. Justo al lado se encuentra el palacio de justicia, un edificio de estilo neoclásico colonial de colores blanco y amarillo. Al anochecer, miles de murciélagos dejan el árbol en masa, volando hacia las colinas cercanas.

Al lado del Palacio de Justicia se encuentra el Museo Nacional de Sierra Leona, pequeño pero con algunas piezas interesantes. Allí hay trajes usados por las diferentes etnias en sus ceremonias: desde el traje que usan las mujeres mayores en las ceremonias de entrada de las niñas a las sociedades secretas (donde se les extirpará el clítoris) hasta otras para alejar a los espíritus malignos, como la Matorma que usan la etnia Limba, ahora incluso usada en manifestaciones contra la corrupción. Las piezas del museo también incluyen máscaras, herramientas de cultivo y guerra además de antigüedades de la época colonial.

Finalmente, es bonito también dar una vuelta en coche por Tower Hill, una colina donde se agrupan varias de las casas de madera del siglo XIX que construyeron los Krio, la tribu a la que pertenece la mayoría de la élite del país, caracterizadas por sus escaleras exteriores techadas. Las vistas de la ciudad desde aquí son especialmente bellas.

Una de las excursiones obligadas es acercarse a Regent y ver algunas de las casas Krio que aún quedan en pie, así como la antigua comisaría de policía, en uno de sus cruces. Pero lo mejor de esta ciudad es el santuario de chimpancés de Tacugama, hogar de cerca de 100 chimpancés rescatados o confiscados a los que se les prepara para una futura liberación. Los que se encuentran en el estadio más avanzado del entrenamiento y re-adaptación viven en estado de semi-libertad, en gigantescas áreas selváticas valladas. A estos solo se les da de comer al mediodía, para que el resto del tiempo se esfuercen en buscar su sustento en las plantas y animales salvajes, con el fin de prepararlos para una liberación total. Es muy interesante ver a estos animales de cerca y atender a las explicaciones de los guías acerca de las relaciones sociales y protocolo de los chimpancés. Verlos tan de cerca impacta por lo sorprendentemente similares a los humanos que son. Los menos preparados para volver a la libertad, bien porque nacieron en cautividad o bien porque sufrieron maltratos, se encuentran en espacios algo más acotados donde tienen juguetes e instalaciones para divertirse. En una de las grandes áreas valladas un par de chimpancés jóvenes saltaban de un pilar a otro de forma impresionante. En Sierra Leona aún existe el grave problema de la caza furtiva, los occidentales que compran bebés chimpancé como mascota o incluso determinadas tribus que los cazan para comerse su carne. Este centro se esfuerza en poder proteger a los que hay en libertad y en tratar de reinsertar a los que han sufrido la cautividad. El territorio de Sierra Leona acoge una de las mayores poblaciones de chimpancés del mundo, un animal en alto riesgo de extinción.

Al sur de la península se encuentran las islas Banana, que a pesar de estar relativamente cerca (tres horas en coche más media hora en lancha) nos dará la sensación de estar alejadísimos de la civilización. Ocupadas primero por los portugueses y luego por los británicos, estas islas se usaron para combatir la creciente piratería de la región. Actualmente es habitada por un pequeño grupo de Krios que se mudaron aquí justo después de la independencia. Dublín, en el norte de la isla más grande, conserva aún algunas de las farolas que iluminaban sus calles en el siglo XVIII, todas rotas. Las calles de hecho están cubiertas de hierba y la mayoría de edificios están en ruinas, excepto algunas casas coloniales de madera, unos cañones y un par de iglesias. Llama la atención una campana de varios siglos de antigüedad que se trajo de Inglaterra y que ahora mismo están colgada de un árbol por haberse derrumbado el campanario de la iglesia de San Lucas. Nosotros nos quedamos a dormir en Dalton´s Banana Guest House que está al lado de la playa más bonita de las islas, aunque esté algo sucia con demasiadas botellas y bolsas de plástico. Las cabañas de cemento son simples en exceso, sin ningún tipo de comodidad, y los baños solo son aceptables para una noche. Sin embargo, la comida que sirven, aunque simple, está deliciosa, especialmente el pescado fresco ahumado por ellos mismos, que es exquisito. Lo mejor de este lugar es la gran terraza de madera cubierta con vistas al mar, perfecta para relajarse entre sus gigantes almohadones y leer o jugar a las cartas acariciados por la brisa marina mientras el sonido de las olas nos relaja combinado con el susurrar de las palmeras.

Para probar la gastronomía local, tres lugares son buenos: el primero es Jam Lodge, en Motor Main road, un hotel. Son extremadamente lentos en la cocina ya que todos los platos son caseros, por lo que armaos de paciencia (al menos una hora) desde que pedís hasta que os llegue a la mesa. Allí comeréis como si os hubiera invitado una familia local. Especialmente delicioso hacen el groundnut stew, uno de los platos estrella del país, un guiso que puede  o no llevar pollo y se hace a base de una salsa picante de cacahuetes. El segundo local es Balmaya Arts Restaurant, un agradable restaurante, además de una galería de arte del África Occidental, cerca de Congo Cross, que sirve agua de coco fría (dentro del coco) y una selección de platos locales. Por ejemplo, el arroz jollof, que lleva carne de res, de pollo, trozos de pescado, gambas y varias verduras en una sazón picante. La salsa de okra también es muy tradicional así como los guisos picantes con hojas de cassava. El plátano maduro guisado y frito también es habitual. Finalmente, The Deck by Radisson Blu sirve una combinación de platos tradicionales, como su abundante arroz jollof o su jugoso pollo peri-peri así como platos fusión como la lasagna de hojas de cassava picantes buenísima junto con una selección de platos italianos. Además de estos restaurantes, la mayoría de mejores lugares para comer en la ciudad son libaneses como The Hub (que también sirve un excelente sushi), Crown Xpress o Basha Bakery. Finalmente, un postre curioso es el helado casero de groundnut (cacahuete) que preparan en el Radisson Blu. Finalmente, la comunidad china creciente, sobretodo de expatriados, ha hecho que surjan restaurantes chinos especialmente al final de Lumley Beach, aunque el mejor de todos sea en que se encuentra en el interior de Hotel Bintumani, que sigue siendo el hotel más grande del país.

Para comprar souvenirs lo mejor es ir al mercado a dos calles abajo del Ministerio de Finanzas. Yo tuve la suerte que en nuestro hotel se celebró un festival de cultura de Sierra Leona que incluía varias casetas con productos típicos a la venta. Las telas de algodón de vivos colores son de lo más populares aunque las máscaras rituales, muchas veces utilizadas en las ceremonias para acceder a diferentes grupos secretos son preciosas, especialmente las de los Tenme. Sierra Leona es uno de los pocos países africanos en los que también las mujeres utilizan máscaras durante algunas ceremonias sagradas.

Sierra Leona es un país al que le quedan un par de años para recibir turismo. Pero los que tengáis la oportunidad de visitarlo, tratad de tomaros algún día libre para disfrutar de este país tan auténtico,  de sus impresionantes playas, de sus amables gentes, de su naturaleza y de la sensación de estar en un país limpio de las masas de visitantes que ya abarrotan gran parte del planeta.

diumenge, 11 de desembre del 2016

Cuenca

La ciudad de las casas colgadas

Siempre había tenido ganas de visitar Cuenca, una ciudad que he pasado de largo muchísimas veces, en mis múltiples idas y venidas entre Madrid Valencia. Así que, aprovechando la visita de un amigo panameño a Europa, decidimos parar en nuestro trayecto desde Valencia a la capital española, llegando en AVE a Cuenca. Praderas tapizadas de trigo de amarillo brillante nos recibieron. La estación, casi fantasma, está en mitad de la nada. Nos montamos en el bus urbano que conecta con la ciudad, bastante alejada. Paramos en la estación central de autobuses para dejar nuestro equipaje en las taquillas y nos dispusimos a subir hasta el centro histórico, la llamada ciudad histórica amurallada, toda ella declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Pasamos por el tranquilo parque de San Julián, dejando atrás el elegante Palacio de la Diputación hasta llegar al río Huécar, cruzarlo y penetrar la muralla de Cuenca por la empinada calle Alonso de Ojeda. Aunque hacía mucho calor, la belleza de las calles de la zona antigua de la ciudad compensaba el gran esfuerzo que suponen las enormes cuestas en verano. Subimos las escaleras de la calle Caballeros y siguiendo para arriba admiramos las coloridas fachadas de la calle Alfonso VIII hasta pasar los bonitos arcos y entrar a la bella Plaza Mayor, con la fachada de la Catedral de Santa María y San Julián presidiéndola, una de las primeras catedrales góticas de Castilla. Seguimos caminado por la calle Obispo Valero, bajando por la calle Canónigos hasta toparnos con la entrada al museo de arte abstracto que albergan las casas colgadas. Seguimos bajando para ver las bonitas fachadas de las mismas, auténtico símbolo de la ciudad, que presiden la increíble hoz del Huécar. Datan del siglo XV y hoy en día apenas quedan tres, que están restauradas.

Cruzamos el metálico puente de San Pablo, desde el cual se toman las mejores fotos de las casas colgadas. En este puente lo pasarán ligeramente mal aquellos que sufran de vértigo. Instalado en 1903, substituyó al antiguo puente de piedra, que se vino abajo en 1895. Seguimos paseando hasta el bonito parador de Cuenca, situado en el antiguo convento de San Pablo. La modernidad se fusiona con la historia de este antiguo edificio creando diferentes salas de gran belleza, en especial el antiguo claustro de estilo renacentista plateresco, ahora acristalado. 

Volvimos a cruzar el puente y remontamos hasta la torre Mangana, pasando el moderno Museo de la Ciencia. La susodicha torre parece más propia de la Toscana que de la meseta castellana. Está construida sobre el solar del antiguo alcázar árabe. Es aquí donde empezó la historia de Cuenca, ya que la fundaron los árabes como ciudad fortificada con fines defensivos durante el Califato de Córdoba. Una vez conquistada por el Reino de Castilla en el siglo XIII, Cuenca se convirtió en ciudad real y sede episcopal.

El Museo de Arte Abstracto Español

Como se acercaba la hora de comer, bajamos por el paseo del Huécar hasta la calle de los Tintes otra vez para comer en la Posada Tintes, recomendados por una amiga. Entre semana os intentarán colar el menú degustación pero no merece la pena. Preguntad por el menú del día, que por muy buen precio podréis degustar platos conquenses caseros como el ajoarriero que pedimos de entrante, una especie de puré cremoso a base de bacalao, patata, huevo, aceite y ajo que se come untando en pan. Después nos llegó una jugosa y tierna ternera asada y de postre un casero flan de huevo.

Remontamos de nuevo hasta llegar a las casas colgadas, pasando un terrible calor, típico de la meseta castellana en verano, hasta alcanzarlas. Actualmente albergan el Museo de Arte Abstracto Español. Agradecimos mucho el aire acondicionado. A través de las diferentes estancias de las antiguas casas, podremos admirar obras que recorren los principales artistas abstractos españoles. Este museo se fundó gracias a la iniciativa conjunta del pintor abstracto filipino Fernando Zóbel de Ayala, miembro de la poderosa familia Ayala y de Gustavo Torner, artiste conquense. A finales de los años 60 el museo abrió sus puertas exponiendo una docena de obras. En 1980, la Fundación Juan March se hizo cargo de los fondos y de la gestión del museo, que se amplió notablemente. Actualmente acoge desde esculturas, pinturas y grabados hasta creaciones audiovisuales y grabaciones abstractas, acogiendo la exposición permanente a más de treinta artistas españoles entre los que destacan Eduardo Chillida o Antoni Tàpies.

Dejamos Cuenca con muy buen sabor de boca. Me gustó mucho más de lo que esperaba y me gustaría volver, quizá en primavera o en otoño, ya que el calor de principios de julio se hizo un poco pesado. La ciudad combina gran belleza medieval con rincones muy cosmopolitas, como el interior de las casas colgadas, además de estar rodeada por un paraje natural de gran belleza, como las hoces de los ríos Júcar (para los valencianos Xúquer) y Huécar. Espero poder volver para entrar a la catedral y explorar sus alrededores, especialmente la Ciudad Encantada.

divendres, 2 de desembre del 2016

De cafés por... Tokyo

Sin duda, es un pecado que no haya publicado ya un "De restaurantes por... Tokyo". Pero es que la variedad de lugares buenos donde comer en la capital japonesa es tal, que me faltaron días para poder hacer una entrada en condiciones con sitios que destaquen entre el resto. Creo que en cualquier barrio tokyota es sencillo encontrar lugares con deliciosos platos de la variadísima gastronomía japonesa. En cambio, lo que si puedo hacer es detallar los cafés más raros en los que pasé algunas de mis tardes en Tokyo y que se deben visitar para entender un poco mejor la manera de ser de los japoneses. 

Café Peloringa

Encontramos este café de pura casualidad, caminando de Ebisu a Shibuya, en la calle pegada a las vías de la línea Yamanote. Traspasar su puerta es volver a los 80: muebles kitsch, música de videojuegos de la época, máquinas para jugar a los invasores del espacio, luces y espejos psicodélicos, complementos que podremos usar para sacarnos selfies (uno de los deportes nacionales de la juventud japonesa)... el dueño es un japonés de estética hippie que vive con su amable y anciana madre, lo cual hace todo aún más curioso y entrañable a la vez.

En el corto menú las cosas tienen nombres extraños, ya que el dueño se dice llegado del planeta Peloringa, de donde se ha traído los muebles y las extrañas gafas y otros complementos ofrecidos. Todo se sirve en platos y vasos muy retro. Recomiendo las tartas de queso o de queso con chocolate. Para beber nos pedimos un gin-tonic cada uno: solo el alcohol nos podía ayudar a meternos en el mundo sideral de aquella mini-familia nipona.

Mientras esperábamos las tartas y las copas nos probamos algunas de las curiosas gafas y jugamos al juego "Space-Invaders" que además hacía las veces de mesa. La música electrónica de videojuego del local hace que la experiencia sea redonda. 

Fukuro No Mise (Café de los búhos)

Había oído hablar mucho de estos cafés (hay varios en Tokyo) por lo que no pude resistirme visitar uno de ellos. Hay que pagar una entrada de alrededor 20 euros, que incluye estar allí alrededor de una hora, además de una desabrida bebida (café de máquina, té de sobre o un batido de polvos de chocolate o fresa). Uno no viene a este café a relajarse, sino a disfrazarse de Harry Potter con capa, bufanda y gafas (disponibles para los clientes) y poder sostener y acariciar a los diferentes búhos y lechuzas domésticas del local. Y sacarse las correspondientes fotos.

Uno llega y se apunta en la lista de espera, escogiendo uno de los diferentes turnos. En grupo, nos harán entrar al destartalado local y tras servirnos nuestra bebida, la dueña nos explicará las reglas a seguir. No hay que mezclar a las lechuzas y búhos pequeños con las grandes, ya que por reflejo salvaje las grandes tienden a cazar todo lo que vuele y podrían herir a las peques. También nos enseñan a como acariciarlas sin hacerles daño. Se pueden posar en el brazo, en el hombro o en la cabeza, al gusto del cliente. Hay muchas muy bonitas, alguno que asusta, pequeñitas, medianos y búhos enormes, sobretodo cuando despliegan sus alas.

Es una experiencia única y curiosa tener a un animal tan fascinante a pocos centímetros de tu cara, y poder observar su plumaje, pico y profundos ojos negros tan de cerca. Intentad no asustarlas o se os cagarán encima. Si las tenéis en la cabeza, mala suerte. Si las tenéis en el brazo, como sabiamente decidí yo, poneros la capa de Harry Potter nada más llegar y así os ahorráis mancharos la ropa. Consejo de mago.

maidreamin (Maid Café)

Los maid cafés son toda una experiencia también, muy bizarra y muy tokyota. Hay varios por toda la ciudad, aunque la mayoría se concentran en Akihabara. La cadena maidreamin es una buena elección ya que las camareras hablan inglés.

Nosotros fuimos a la surcursal Akihabara Electric Town-exit store. Todo decorado en colores pastel, cuando se abren las puertas del estrecho ascensor, uno tiene la impresión de entrar al cuarto de un niña cursi de diez años. Una "maid" nos recibe, vestida en el peculiar uniforme, de forma muy infantil. El menú está atiborrado de platos empalagosos, dignos, otra de vez, de una niñata cursi y consentida. La hamburguesa "osito" es una de las mejores opciones, aunque tienen unas copas de helado buenísimas, eso sí, con el azúcar de una semana allí concentrado.

Para pedir, hay que imitar el sonido de un gato y mover las manitas como tal. Solo así se acercará una de las "maids" a tomaros nota. Luego, cuando traen los platos, otro pequeño ritual ultracursi aparece, acabando haciendo el símbolo del corazón con las manos. Os lo harán repetir antes de entregaros los platos. Personajes de todo pelaje ocupan el local, desde jubilados faltos de atención, grupos de extranjeros, adolescentes locales vestidas de rosa o travestis con maquillajes, tacones y pelucas imposibles. Por algo más de dinero se puede uno hacer fotos con las maid o incluso marcarse algún play-back garrulo con ellas en el mini escenario del local. Nosotros decidimos no hacerlo, ya que era demasiado. No repetiría pero estoy contento de hacer tenido esta experiencia tan rara.

Starbucks

Sí, no me he vuelto loco. La icónica cadena de cafés presente en casi todo el mundo tiene también decenas de locales en Tokyo. Sin embargo, en el famoso cruce de Shibuya hay un Starbucks acristalado en el segundo piso de uno de los edificios que nos permitirá disfrutar de una vista única de los pasos de cebra, pudiendo ver como los millones de japoneses que cada día cruzan por aquí se preparan para pasar por todo lado una vez los semáforos de peatones se ponen en verde.


El menú es el mismo que en el Starbucks de vuestra ciudad, con algunos productos adaptados a Japón o de la estación correspondiente (a los japoneses les encanta celebrar las cuatro estaciones con comidas y bebidas diferentes). Por ejemplo, este otoño se estaba sirviendo una especie de chai-latte de melocotón con trozos de esa fruta que estaba muy bueno pero algo empalagoso. Coged vuestra orden y sentaos en la barra de madera alrededor del enorme ventanal que da al cruce de Shibuya. Es un espectáculo urbano único.

Nyafe Melange (Café de los gatos)

Los cafés de los gatos de Japón son famosos en el mundo entero. En Tokyo abundan. Personalmente fui a uno cerca de mi casa, en Ebisu. Se trata del Nyafe Melange, muy tranquilo y poco frecuentado por turistas. Se paga por tramos de media hora, bebida aparte. Entramos con cuidado, ya que algunos gatos son propensos a querer escaparse. Una vez dentro, más de una veintena de gatos nos esperaban, algunos paseándose o saltando de sofá en sofá y la mayoría durmiendo en las decenas de recovecos que tienen: cajas, cestas, estanterías, mullidos colchones y hasta mini-hamacas. Los cajones del local están llenos de juguetes para gatos, desde ratones falsos a pelotas y peines. Los gatos cuentan además con decenas de instalaciones para escalar o afilarse las uñas.

Cuando planeé esta visita, me imaginaba sentado en uno de los sofás, con un té humeante en una mano y uno de los gordos gatos en mi regazo, ronroneando plácidamente. Sin embargo, los gatos no son lechuzas. Son más listos, más malos y más egoístas. Básicamente la mayoría pasaron ampliamente de nosotros. Como si no existiéramos. Para ganarse la confianza de alguno de estos gatos hay que ser cliente frecuente, venir a menudo, y tener paciencia con alguno de los felinos que aquí viven.

Al finalizar la experiencia gatuna, en el exterior hay algunas estanterías con bonitos recuerdos para regalar a amigos y familiares amantes de los gatos. Todos conocemos a alguien con especial aprecio gatuno. A mí me llamó mucho la atención unos post-its de gatos muy serios que se podían guardar en una mini cajita de cartón plegable.

Dog Heart from Aquamarine (Café de los perros)

Para resarcirme del desprecio gatuno decidí probar uno de los cafés perrunos que hay en la capital japonesa. Y la verdad es que Dog Heart me encantó. Para ser honestos, este local se podría definir de muchas maneras pero no como un café. De hecho cuando fuimos solo tenían bebidas frías embotelladas y ninguna era café. El lugar es más una amplia sala acristalada en la cual los clientes se sientan en círculo y decenas de cachorros de varias razas inundan la habitación.

Lo mejor es que, a diferencia de los gatos, estos cachorritos están deseando cariño y compañía. De hecho, varios de ellos se me ponían en el regazo a dormitar o pidiendo caricias. De vez en cuando surgían pequeñas peleas y varios de los perros empezaban a revolcarse unos con otros pero sin ningún peligro. Hubo uno que se pasó un buen rato lamiéndome el brazo. En general muchos hacen sus cosas en unas esquinas en salas diferentes a la principal pero de tanto en tanto alguno se mea en mitad de la gran sala, corriendo la cuidadora a limpiar el estropicio.

La verdad es que fue una experiencia muy relajante, muy diferente a cualquier local que haya visitado antes. Es muy útil para desconectar un rato del bullicio japonés. Se paga por tiempo en el local, existiendo la posibilidad de sacar a uno de ellos un rato para pasear por el cercano parque de Yoyogi.

Nakajima no Ochaya en los jardines Hama-rikyu

Por último, no podría faltar la tradicional casa de té japonesa. Es cierto que en lugares rurales o en Kyoto suelen ser más auténticas, pero también en Tokyo hay varias buenas. Una de las más bonitas es la que está en un pabellón de madera en una isla en mitad del lago artificial de los jardines Hama-rikyu. Quitaos los zapatos antes de entrar al tatami y sentaos en el suelo, frente a una de las tradicionales mesas bajas, mirando hacia el lago. En menos de lo esperado os servirán la bandeja con el tradicional té matcha en su cuenco de cerámica acompañado de un delicioso dulce típico, que se debe comer antes de beber el té, según el ritual.

Antes y después de disfrutar de la mini-ceremonia del té, daos un paseo por estos hermosos jardines, que una vez fueron de la residencia de sogunes Tokugawa, gobernantesb de Japón en nombre del Emperador durante el periodo Edo. El lago artificial se provee de agua de la bahía de Tokyo a través de un ingenioso sistema de esclusas diseñado en el siglo XVII. Tras la Revolución Meiji, el jardín pasó a ser propiedad de la Familia Imperial, como una residencia más, donde iban los miembros de la realeza a cazar patos.

La mayoría de pabellones de madera fueron destruidos en los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial, así como numerosos árboles. En 1945, la Familia Imperial donó los jardines a la ciudad de Tokyo que lo reabrió en 1946, totalmente renovado. Este jardín es el perfecto ejemplo de la estética del periodo Edo. Los pinos negros y albaricoqueros japoneses que lo pueblan son tan perfectos, que uno diría que son bonsais gigantes. Los ultramodernos rascacielos que rodean el jardín dan ese contraste tan brusco entre tradiciones milenarias y futurismo tan habitual en el país del sol naciente. El lugar perfecto para acabar en paz un recorrido por los diferentes tipos de café de Tokyo.

Café Peloringa
Sucursal #1 en la Tierra
Sakuragaoka 3-7, Shibuya-ku
Metro Shibuya

Fukuro No Mise (Café de los búhos)
Chuo-ku, Tsukishima, 1 Chome-1-27-9
Metro Tsukishima


maidreamin (Maid Café)
Sucursal en Akihabara Electric Town-exit store
1-14-1 Sotokanda, Chiyoda-ku, Tokyo
Edificio Takarada-chuodori, piso 3.
Metro Akihabara

Starbucks
Sucursal Shibuya Tsutaya
Udagawacho 21-6 Shibuya-ku
Edificio Q Front
Metro Shibuya

Nyafe Melange (Café de los gatos)
Yubinbango 150-0013, Ebisu, Shibuya-ku
Edificio AsaHitoshi Ebisu, piso 3.
Metro Ebisu

Dog Heart from Aquamarine (Café de los perros)
1-45-2 Tomigaya, Shibuya-ku
Metro Yoyogi-Koen o Yoyogi-Hachiman

Nakajima no Ochaya en los jardines Hama-rikyu
1-1, Hama Rikyu-teien, Chuo-ku
Metro Shiodome o Tsukijishijo

dilluns, 28 de novembre del 2016

Sapporo & Otaru

Excursión a Hokkaido

Tenía mucha ganas de descubrir la gran prefectura de Hokkaido, la gran isla que forma el norte de Japón. Dos reuniones en Sapporo me hicieron aprovechar y quedarme el fin de semana para conocer algo más el Japón más relajado: Hokkaido representa el 20% del territorio nacional pero allí solo vive el 5% de la población. Las aglomeraciones y colas del resto del país son aquí inexistentes.

Hokkaido era un territorio habitado por las tribus ainu, un pueblo con su propia lengua y tradiciones que mantuvo relaciones comerciales con el clan japonés de los Matsumae, originalmente con el mandato del sogún de defender las fronteras japonesas del norte de los bárbaros. Fue con la restauración Meiji en 1868 cuando el gobierno japonés creó una Comisión de Desarrollo para colonizar Hokkaido y las islas del norte. El principal fin era evitar que los rusos se expandieran por la zona. Estas disputas con Rusia siguen aún hoy muy presentes y las pudimos ver en una exposición en la antigua sede del gobierno de la prefectura. La susodicha comisión empezó a fomentar la inmigración a la isla. Miles de japoneses con poco futuro, como los hijos segundones o la clase samurái, que se había quedado en gran parte desempleada, empezaron a establecerse en Hokkaido en un proceso similar a la conquista del Lejano Oeste en los Estados Unidos. Las costumbres de los ainu, como los tatuajes de las mujeres o los pendientes de los hombres, se fueron prohibiendo con diferentes leyes. Se les quitaron sus tierras y, a pesar de que se les otorgó la ciudadanía japonesa, la discriminación racial era palpable en la educación o el acceso a un trabajo o a una vivienda. La guerra Ruso-japonesa de 1905 fue la primera guerra que ganó Japón a una potencia occidental, lo que le permitió anexionarse varias islas que ya eran habitadas por 400,000 japoneses. Sin embargo, el fin de la II Guerra Mundial hizo que Rusia se las re-anexionara y aún siguen en disputa, que los japoneses llaman como "los territorios del norte".

El desarrollo de Hokkaido continuó y en 1972 Sapporo celebraba orgullosa los Juegos Olímpicos de Invierno, ocho años después de que Tokyo acogiera los de verano. En las últimas décadas el gobierno japonés revirtió la legislación que prohibía la lengua y cultura ainu en un proceso que culminaba en 2008 con la aprobación de una ley que reconocía la existencia de minorías nacionales en Japón, reconociendo la lengua, cultura y religión de los ainu, pueblo que ahora fomenta su idiosincrasia y sigue en la lucha por un mayor reconocimiento de su singularidad.

Llegada a Sapporo

El caso es que llegamos al modernísimo y enorme aeropuerto de Chitose, donde tomamos un bus que nos dejó en el puro centro de Sapporo, la animada capital de la isla, conocida mundialmente por su afamada cerveza. La ciudad está a la misma latitud que Marsella. Sin embargo, la proximidad a Siberia y los fríos vientos que llegan directamente del Polo Norte a través del océano Ártico hacen que las temperaturas sean muchísimo más bajas de lo habitual. Cuando llegamos hacía frío pero sin exagerar. El cielo estaba azul y el sol brillaba, y los árboles estaban de colores amarillos, anaranjados y rojos, dando un aspecto otoñal bellísimo a sus parques y calles.

Con casi dos millones de habitantes, Sapporo acoge cada vez a jóvenes profesionales huyendo de Tokyo y Osaka, buscando viviendas más asequibles y grandes así como mayor calidad de vida, sin sacrificar el hecho de vivir en una gran ciudad con todos los servicios necesarios. Empezamos la visita por el famoso edificio del reloj de Sapporo, construido en madera por los estadounidenses en 1870 y considerado como lugar de nacimiento de la ciudad, actualmente rodeado de modernos rascacielos. Sapporo fue una ciudad de nueva creación, de ahí la perfección cuadrada del damero de sus calles. Japón recibió el apoyo de urbanistas europeos y estadounidenses en su diseño, casi perfecto, con calles rectas y arboladas. Seguimos el paseo por Odori Koen, un amplísimo bulevar con un jardín en el medio, grandes fuentes y varias estatuas, que divide la ciudad en norte y sur y que acaba en la torre de TV de Sapporo, muy similar a la de Tokyo. La iluminación nocturna de la torre es digna de ver. Odori Koen es considerado como el epicentro de la ciudad y es aquí donde tienen lugar las grandes concentraciones festivas o reivindicativas. Seguimos paseando hasta llegar a la modernísima Kita Sanjo Dori, flanqueada de rascacielos de acero y cristal y de árboles iguales con sus hojas amarillas. Al fondo se alza otro edificio tradicional, la antigua sede del gobierno de Hokkaido, el Akarenga, símbolo de la ciudad. Realizado en estilo neobarroco con ladrillos rojos, el edificio contiene ahora exposiciones de todo tipo, desde fauna y flora pasando por la historia de la prefectura o la cultura de los ainu. Una de las exposiciones trataba de las relaciones entre Japón y Rusia respecto a las islas Chishima (o Kuriles para los rusos) que aún hoy se mantienen en disputa y de la que hablé en la introducción.

Seguimos la visita por la anima zona de Tanukikoji, llena de tiendas de todo tipo, ya sea las grandes cadenas internacionales pero también las boutiques más lujosas como Louis Vuitton, Gucci o Hermès. Sapporo es una ciudad tan cosmopolita como el que más. Los neones recuerdan mucho a la zona de Shibuya en Tokyo, especialmente la Tshukisamo Dori, en el cruce de Susukino, con sus gigantescos paneles con anuncios de todo tipo destacando el gigantesco de la cerveza Sapporo. El tranvía recorre estas calles, dando un aspecto único a esta ciudad de vientos helados. Nos tuvimos que meter en un Uniqlo para comprarnos bufandas y guantes porque el frío era insoportable. Estábamos rozando los cero grados y empezó a caer aguanieve. Decidimos comer algo caliente y así probar los típicos ramen de Sapporo. Entramos al Ramen Yokocho, que lleva sirviendo los ramen al estilo local desde 1952, a base de sopa de miso y que incorporan la deliciosa mantequilla de Hokkaido y maíz fresco. Hokkaido es el proveedor de Japón de leche y sus derivados gracias a las lustrosas vacas que pueblan los pastos de la isla. El ramen con mantequilla es perfecto para cargar energías y salir de nuevo a luchar contra los vientos glaciales que soplan aún más fuertes entre los modernos rascacielos de Sapporo.

Nos volvimos en el rápido y limpio metro a nuestro hotel, el Sapporo Nakajima Garden, de la cadena japonesa Mystays, situado frente al parque Nakajima, que cuenta con un gran lago rodeado de árboles que lucían verdes, amarillos, anaranjados y rojos. Eso combinado con los rascacielos nos dio la sensación de estar en el Central Park.

En el canal de Otaru

Al día siguiente, tempranito, nos fuimos a la modernísima estación de JR de Sapporo en uno de los tranvías de la ciudad para tomar el tren a Otaru, una romántica población costera, en el mar que separa a Japón de Rusia, famosa por su marisco y su decadente canal. El trayecto ofrecía un bello panorama de las montañas cubiertas de los colores del otoño así como las bravas aguas del norte del mar de Japón, donde algunos locales hacían surf. Llegamos a la estación de Otaru, que fue término del primer ferrocarril de Hokkaido. Las antiguas farolas de gas del siglo XIX dan un encanto al lugar nada más llegar. Otaru es una ciudad que rezuma historia de su época dorada, cuando se convirtió en el centro de la pesca del arenque. Recorrimos la calle mayor cuesta abajo hacia el famoso canal, donde los antiguos almacenes de pesca aún bordean la pintoresca zona. Pasear por aquí es una antigua delicia, disfrutando de la decadencia exterior de estos edificios pero de sus modernos y confortables interiores, donde diseñadores locales han sabido combinar lo antiguo y lo moderno rozando la perfección.

Seguimos la visita hasta el Nichigin-dori, un calle que se conocía como el pequeño Wall Street del norte, y acogía numerosas sucursales de bancos que daban fe de la importancia financiera de Otaru. El mayor edificio es el antiguo Banco de Japón, con ladrillos y búhos de piedra (en honor a la divinidad guardiana de los ainu). No dejéis de entrar para admirar el techo de piedra del interior de 10 metros de altura. Otro edificio destacable es el del hotel Vibrant Otaru, resultado de la remodelación de otro de los bancos otrora presentes en la calle. En su publicidad dicen que la antigua cámara acorazada se ha reconvertido en una de las habitaciones más populares. Seguimos el paseo por la turística Ironai Odori, llena de tiendas de recuerdos y restaurantes típicos, hasta llegar hasta la tienda de cajas de música de la ciudad, donde se exponen más de 25,000 cajas de música diferentes, todas a la venta. Desde las más clásicas con una bailarina que empieza a dar vueltas desde que abres la caja hasta las más originales con piezas de sushi o cualquier animal que os podáis imaginar. Una de las tiendas más originales que he visto en mi vida.

Tras el empacho de cajas de música nos metimos en LeTao, una estilosa tienda local especializada en dulces a base de suaves quesos elaborados con la famosa leche de Hokkaido. El edificio, con una torre del reloj, imita la arquitectura clásica del siglo XIX, en tonos rosa pastel y verde turquesa que recuerdan a Disneylandia. Los productos a la venta son deliciosos, desde el helado de tres quesos hasta sus tartas de queso helado con chocolate. Toda una perdición sobretodo porque el poquísimo azúcar que usan hacen aún más ricos estos originales postres. Para almorzar nos metimos en un sitio de la misma Ironai Odori a degustar algunas de las piezas pescadas en estas frías aguas. La baja temperatura garantiza que el marisco de aquí sepa mucho mejor, empezando por los diferentes tipos de cangrejos. Pedimos una mezcla de varias patas de cangrejos y algunas gambas. También pedí el típico bol de arroz con uni (el erizo de mar que en Otaru es especialmente rico), huevas de salmón y sushi de salmón, una combinación exquisita que adoran los locales y que llaman "padre e hijo". De postre, una rodaja del riquísimo melón de Hokkaido, renombrado en todo el país y que en Otaru se vende en cada esquina.

Seguimos la caminata hacia el sur de la ciudad, a lo largo del decadente canal, hasta llegar al edificio Nihon Yusen, antigua sede de esta empresa de transporte marítimo, que tenía como principal carga el arenque. Tras su colapso, el gobierno local restauró el magnífico edificio. Vale la pena entrar y observar con nostalgia los interiores, lugares que reflejan el espíritu industrioso de la revolución Meiji, que copió los diseños y la organización capitalista para hacer avanzar Japón. Las ventanillas de madera donde se atendían los pedidos, las lámparas de gas, las barandillas, los elegantes bancos... todo recuerda mucho a un antiguo banco inglés de la era victoriana. Frente a este suntuoso edificio hay un desangelado parque con una estatua de dos abuelos y su nieta con lustrosos zapatos. Si le dais cuerda por la parte de atrás sonará la lúgubre melodía de una caja de música. Entre el helado viento, los árboles sin hojas y que no había un alma alrededor nuestro, la escena era un poco de película de miedo japonesa. Decidimos apretar la marcha y volvernos hacia el centro, no sin antes meternos a visitar el museo de Otaru, situado en un almacén restaurado cerca del canal. Expone un poco de todo: desde la fauna y flora de Hokkaido, hasta piezas de cerámica ainu, pasando por la historia de la ciudad y el desarrollo comercial de la misma. La mejor parte sin duda es la reconstrucción a escala real de una de las calles de la ciudad a finales del siglo XIX, donde se puede ver una tienda de sake, otra de ultramarinos, una de sombreros y hasta una papelería y tienda de tabacos, además de diferentes elementos urbanos de la época.

Hokkaido y su impresionante comida

A pesar del frío que hacía, decidimos tomarnos un helado más antes de dejar Otaru. Nos metimos en un almacén de finales del XIX que ahora alberga el Kita-no-aisukurimu Yasan, un legendario establecimiento donde se sirven deliciosos helados caseros de calabaza, avellanas o chocolate negro pero también de natto (soja fermentada), alubias dulces, tofu, cangrejo, erizo de mar y hasta de tinta de calamar. Toda una experiencia deliciosa, en parte gracias a la excelente calidad de la leche local. Los japoneses nunca fallan en términos de comida. No me cansaré de decir que Japón es el auténtico paraíso de los foodies.

Tomamos el tren para volver a Sappporo y acabar el día cenando en un modernísmo restaurante en los bajos de uno de los rascacielos de la Kita Sanjo Dori, para probar el típico jingisukan, un plato que celebra al caudillo mongol Gengis Khan. Comerlo es todo un ritual: la mesa cuenta con una parrilla cóncava de estilo japonés en el centro donde, una vez caliente, se tira el combinado de vegetales del plato (repollo, brotes de soja, zanahoria, maíz y otros) con la salsa que lo acompaña. Después, se van asando y comiendo diferentes partes del cordero que se sirven al lado. La superficie cóncava se mantiene desde los tiempos en los que los soldados mongoles usaban sus cascos para cocinar encima la carne. Una vez asadas las diferentes piezas, se van comiendo no sin antes mojarlas en un huevo crudo batido. Un plato contundente y muy popular en la isla para pasar bien el invierno de Hokkaido acompañado por una buena jarra de cerveza Sapporo.

El lunes, entre reunión y reunión, almorzamos en el elegante Sapporo Grand Hotel, fundado en 1934 como primer gran hotel de estilo europeo de la ciudad. El restaurante ofrece menús de mediodía a muy buen precio usando ingredientes locales de la estación y presentados de una manera excelente, al estilo de la alta cocina japonesa o kaisekei. Por cierto, un buen souvenir puede comprarse en alguna de las boutiques que la chocolatera local, Royce, tiene en la ciudad. Recomiendo las patatas fritas de Hokkaido recubiertas de chocolate, toda una exquisitez.

Algún día volveré a Hokkaido tanto en febrero, para disfrutar del famoso festival de hielo de Sapporo, como en verano, para poder recorrerme los frondosos y salvajes bosques del norte de la isla y con algo de suerte avistar alguno de los osos pardos autóctonos. Espero poder contároslo aquí, como siempre.

dilluns, 14 de novembre del 2016

Kagoshima

"Nunca encontraremos entre los paganos otra raza igual a los japoneses. 
Son gente de excelentes costumbres, buenos, en general, y no maliciosos." 
San Francisco Javier, octubre de 1549.

La puerta de Japón al mundo

Kagoshima es la prefectura más meridional de la tierra firme japonesa, llena de volcanes, muchos en activo. La soleada y homónima capital, que a mi me recibió con fuertes lluvias, está presidida por el gigantesco volcán Sakurajima, justo al otro lado de la bahía. El volcán, que es también considerado deidad por el sintoísmo, está activo y escupe humo y cenizas con regularidad. De hecho, la previsión meteorológica de la ciudad siempre incluye un parte de la posible cantidad de ceniza que podría caer. 

Kagoshima es conocida también como la Nápoles de Japón, no sólo por su clima más cálido que el resto del país y sus fértiles tierras sino también por la calidez de sus habitantes, mucho más abiertos al mundo que el resto del país. Ya bajo el gobierno del clan Shimazu, que duró 700 años, Kagoshima comerció de forma constante con chinos y coreanos. En 1549 entraba el cristianismo al país de la mano de San Francisco Javier por esta cosmopolita ciudad. En la Exposición Universal de París de 1867, la ciudad, que en aquel entonces se llamaba Satsuma, acudió con un pabellón diferenciado del japonés. Precisamente en esos años se estaban produciendo una serie de eventos que cambiarían por completo la estructura política y social de Japón: la restauración Meiji. Hasta ese entonces, el país se había regido por un sistema muy parecido al feudalismo europeo donde los daimyos o señores gobernaban cada una de sus tierras sirviendo a los shogunes, o señores de la guerra, que tenían el poder real del país, ya que el emperador era una mera figura protocolaria. Japón vivía aislado del mundo bajo este régimen con la excepciones de algunos enclaves como Kagoshima. Sin embargo, la llegada de las cañoneras del Comodoro Perry, de la Armada de los Estados Unidos, puso en evidencia la debilidad del sistema y forzó al país a aceptar tratados comerciales muy desfavorables. Esto abrió los ojos a parte de la aristocracia que decidió renunciar a sus privilegios para poder así modernizar Japón lo que les enfrentó con la otra parte de la aristocracia que veía en esto una traición a sus antepasados y a las tradiciones. Los aristócratas progresistas se alinearon con el recién nombrado emperador Meiji y algunos samuráis cosmopolitas como los de Kagoshima, para derrotar a los samuráis conservadores que eran muy fuertes en Kyoto. La derrota de estos últimos provocó el traslado de la capital a Tokyo. Saigo Takamori, samurái de Kagoshima, tuvo un papel fundamental en apoyar la modernización de Japón y acabar con el sistema de samuráis que tanto le beneficiaba en pos del progreso de su nación. Su enorme estatua se alza en el centro de la ciudad. 

La ciudad de los Jesuitas y de los onsen

Además de por su papel clave en la restauración Meiji, Kagoshima es conocida en Japón por su marcada cultura de onsen y sentos, mucho más que en el resto del país. Las aguas termales son especialmente abundantes debido a la mayor presencia de volcanes alrededor de la ciudad, empezando por el enorme Sakurajima. Una de las primeras cosas que hice fue acercarme al paseo de la bahía para admirar el gigantesco volcán, que al otro lado de las aguas se alza amenazante pero que al mismo tiempo provee de fertilidad a las tierras y de aguas termales con múltiples propiedades. Allí mismo, en el paseo marítimo, hay un onsen de pies disponible al público que permite a los paseantes relajarse un rato en las aguas calientes termales que brotan directamente desde lo más profundo. Hay más de 50 onsen en la ciudad. Para elegir el que mejor os convenga, pedid el folleto explicativo en inglés, disponible en oficinas de turismo y hoteles. En él se clasifican los onsen por los servicios que proveen e incluso por si sus aguas son potables o no. Hasta en el moderno aeropuerto de Kagoshima hay un onsen de pies público a disposición de los viajeros.

El protocolo de un onsen japonés no es complicado pero sorprenderá al occidental: lo primero es desnudarse y entrar a la zona de la sauna seca con solo una mini toalla en la cabeza que usaremos para retirarnos el sudor de la cara. Tras la sauna, nos meteremos en la zona de baños sentándonos en uno de los taburetes con su correspondiente ducha. Allí nos enjabonaremos sentados (la mayoría de onsen y sentos proveen con gel, champú y acondicionador) y nos aclararemos. Muchos japoneses aprovechan para afeitarse y lavarse los dientes, ya que cada puesto de taburete y ducha cuenta también con un espejo. Tras la limpieza, nos meteremos en alguna de las diferentes bañeras (las hay comunes o individuales y a diferentes temperaturas o con diferentes propiedades, incluso las hay con jacuzzi). También hay con chorros de agua en la cabeza para relajarse. La visita al onsen acaba con un baño rápido a la bañera de agua fría. Se recomienda tomar líquido durante la experiencia, preferiblemente bebidas isotónicas si se tiene la tensión baja. 

Las aguas termales, procedentes de la actividad volcánica, tienen propiedades beneficiosas para la piel y otros órganos, tanto en salud como en belleza, y son muchos los japoneses que acuden a los onsen varias veces por semana. Yo escogí el Kagomma Onsen que, además de todo lo habitual, contaba con sal gorda natural en un gran cajón de madera para frotarse en la piel y luego quitársela en una de las bañeras termales. Se encuentra en el 3-28 del Yasui-cho y es usado por los habitantes del barrio de forma habitual, con lo que se garantiza una experiencia auténtica, alejada de los turísticos onsen de los hoteles.

Tras la relajación del onsen, me dirigí a cenar al animado Temmonkandori, el barrio de los restaurantes y bares, sitaudo alrededor de las galerías comerciales peatonales y cubiertas. Obviamente, escogí un restaurante de comida típica de la ciudad: el Kumasotei. La gastronomía de Kagoshima se conoce como Satsuma-ryori y en este restaurante la hacen especialmente bien. Sentado en un tatami pedí uno de los menús degustación. La cena empezó con el tsukidashi, o aperitivo que se suele servir en cualquier comida japonesa. En ese caso eran verduras en vinagre y un trozo del típico boniato morado de Kagoshima. La comida siguió con sashimi de kibinago, pescado en la bahía, que se moja en una salsa avinagrada de miso. La textura de estos pescaditos es tan suave que los locales les llaman "gotitas de océano". El siguiente plato eran dos trozos de satsuma-age, un pastel frito de pasta de pescado triturado (suelen ser sardinas, bonito y caballa) con algunos trozos de verduras. El plato principal era un cuenco de kurotuba tonkotsu, costillas de cerdo negro local estofadas en una salsa dulce de miso, vegetales, sochu (el licor local) y azúcar moreno. Por supuesto, el arroz preparado a la forma loca y la sopa de miso no faltan. De postre, una gelatina (algo que los japoneses aman) de la batata morada local.

Antes de volver a mi habitación me pasé para ver la catedral de San Francisco Javier, muy moderna, construida al lado de donde antes había una iglesia de piedra que fue destruida por los bombardeos norteamericanos de la II Guerra Mundial. Enfrente aún se mantiene la puerta de entrada en piedra junto a una estatua del fundador de los Jesuitas. Por Kagoshima entró el cristianismo a Japón, que tras unas décadas de expansión y tolerancia, fue luego prohibido por los shogunes que encerraron Japón durante siglos (hasta 1864) evitando cualquier contacto extranjero. 

Los samuráis progresistas

Al día siguiente, bien temprano, seguimos la visita por los jardines Sengan-en, construidos en 1658 por el 19 señor de Shimadzu en un punto estratégico que además le permitía controlar los barcos que salían y entraban de la bahía. Los jardines, siguiendo el estilo japonés, incluyen el paisaje como parte de la decoración. Y el paisaje allí era nada más y nada menos que la bahía con el impresionante volcán Sakurajima de fondo. Paseando por los jardines y viendo los setos recortados de diferentes formas, nos metimos en una de las casitas tradicionales donde sirven jambo-mochi, unos pastelitos de arroz glutinoso pinchados en un palo y asados a la barbacoa, mojados en una salsa dulce-salada de soja, que son la merienda típica local. Continuamos la visita de los jardines viendo por fuera el Shoko Shukeikan, la primera fábrica de Japón, construida por orden del 28 señor de Shimadzu, donde se fabricaron las primeras cañoneras y máquinas a vapor japonesas, en la década de 1850, antes incluso del inicio de la Restauración Meiji que expandió la revolución industrial por todo el país. Es otra muestra más del cosmopolitismo y apertura a la modernidad que caracterizó a las clases dirigentes de Kagoshima del siglo XIX.

La visita acaba con la villa para la que se construyeron estos impresionantes jardines, residencia de la familia Shimadzu, gobernantes de la región y pioneros de la modernización del país. Los tours son en japonés pero contaban con cartulinas donde estaban traducidas las explicaciones de la amable guía. La visita nos llevó a través de las diferentes estancias de la preciosa villa tradicional japonesa, empezando por los diversos dormitorios, de gran austeridad; el despacho del daimyo, desde el que impartía gobierno, con las dos espadas que llevaba cada samurái; el onsen privado donde se aseaba cada día, asistido por criados; o el baño. Sin embargo, la estancias que más impresiona es el comedor, con elegantes muebles de estilo occidental y la primera lámpara eléctrica que funcionó en Japón, colgada del techo y fabricada en Inglaterra. El último zar de Rusia, Nicolás II, pasó unos días en esta residencia como príncipe en su juventud. La villa cuenta con bellas terrazas que dan al jardín y un precioso patio interior con un estanque alrededor del cual se distribuyen las diferentes estancias. El tour acabó en la sala del té, mirando este patio, haciendo la ceremonia con un té matcha en un bol y un delicioso dulce tradicional hecho con una receta de más de 200 años. 

Ramen, kamikazes y una cena kaiseki

Tras la visita a la villa y jardines de los samuráis cosmopolitas nos volvimos de nuevo al centro de Kagoshima a comer los ramen típicos de la ciudad, que se hacen con una sopa de miso más espesa de lo normal junto al tradicional caldo de hueso de cerdo. Además, aquí llevan nabo rallado. 

De ahí nos dirigimos al sur, bajando la península de Satsuma, hacia Chiran, para visitar el museo de lo tokko (los pilotos que se suicidaban y que erróneamente llamamos kamikazes). Se encuentra en la antigua base aérea desde la que despegaron 1036 pilotos para cumplir su deber y estrellarse contra barcos estadounidenses. Ahí pudimos ver aviones, recuerdos y fotografías de los jovencísimos pilotos. En la audioguía en inglés se explican las desgarradoras historias de varios de ellos. Como nos dijeron nuestros anfitriones japoneses, en verdad ellos no murieron por Japón ni por el emperador: murieron por sus familias y por la convicción de que de esta manera les garantizarían un futuro mejor. Esta operación fue diseñada por un general que la planeó como recurso de último resorte. Y así fue. Sin embargo, Japón se rindió poco después de que los Estados Unidos lanzara la segunda bomba nuclear, en Nagasaki. Esto hizo al general enviar cartas de disculpa a las familias de los tokku para hacerse el harakiri a continuación, clavándose una katana en el vientre y subiéndola para arriba para desgarrarse todo el torso.

Tras una visita tan dura y triste, nos dirigimos hacia Ibusuki, una pequeña y tranquila población costera con un kilómetro de playa. Allí nos instalamos en el gigantesco Ibusuki Iwasaki Hotel, un resort con todas las habitaciones con balcón y vistas al mar. Tras cambiarnos nos dirigimos a una de las suites para disfrutar de una refinada cena kaiseki ofrecida por nuestros huéspedes. Este tipo de comida japonesa se compone de varios platos en pequeñas cantidades que suelen ser de ingredientes de temporada. En este caso abundaban las verduras y hortalizas otoñales con ingredientes y técnicas de la cocina de Kagoshima, además de diversos pescados, un plato con las deliciosas costillas de cerdo negro o carne de res que se fundía en la boca preparada en una piedra caliente. El helado de postre de Satsuma-mikan (las naranjas de esta península) estaba perfecto.

Arenas volcánicas y una destilería de sochu

Me levanté bien temprano para disfrutar de un bello amanecer y de las impresionantes vistas del mar desde mi balcón, para luego bajar a la playa y darme un baño de arena, razón por la cual miles de personas visitan esta zona. Allí, un trabajador del hotel me enterró con una pala en las arenas negras, a través de las cuales, calientes vapores de las aguas termales volcánicas subterráneas suben. No más de diez minutos es lo que se aguanta allí enterrados. Los japoneses creen que esta experiencia tiene propiedades medicinales. De allí me fui a una piscina termal al borde del mar para retirarme la arena y luego a relajarme en el onsen del hotel, situado en uno de los pisos más altos del edificio.

La visita acabó en un precioso mirador, en mitad de los campos y las palmeras, para ver el gran volcán de la región que se conoce como el monte Fuji del sur: el Kaimon-dake, con su impresionante y bella forma de cono. En ese mismo mirador, visitamos una fábrica de sochu, el licor local de Kagoshima que intenta rivalizar con el sake. El sochu es licor destilado mezcla de la batata local y de arroz algo más fuerte que el sake. Nosotros lo probamos en la cena kaiseki de la noche anterior. En la fábrica pudimos ver y oler varios de los tanques en los que se deja destilar el líquido. La visita acabó con una cata a varios de los tipos de sochu.

Despegamos del aeropuerto de Kagoshima esa soleada tarde tras haber podido conocer de la historia, cocina y paisajes de una de las regiones más interesantes y amigables de Japón, una verdadera puerta de entrada a este misterioso y fascinante país. Kagoshima es un destino turístico poco conocido pero perfecto para descubrir una gastronomía excelente y una historia fascinante con los japoneses más cosmopolitas del país.

diumenge, 30 d’octubre del 2016

Taipei

En la capital provisional de la República de China

Tenía bastantes ganas de visitar Taipei, la ciudad china democrática y capitalista más grande del planeta. La capital de la República de China (o para Beijing, mejor decir Taiwán) es una ciudad china como cualquier otra pero que se ha desarrollado en las últimas décadas bajo un sistema de derechos fundamentales y libertad de mercado. En ese sentido, es bastante diferente a otras ciudades chinas en las que he podido estar como Shanghai, Beijing, Hefei o en cierto modo Singapur. 

La historia de Taiwán es más que curiosa. Diversos pueblos europeos instalaron colonias durante el siglo XVII. De hecho, los portugueses bautizarían a la isla como Formosa. En 1661, el general chino Zheng Cheng Gong, a las órdenes de la dinastía Ming, conquistó Taiwan que pasó a convertirse en una provincia del Imperio del Medio. Y así continuó durante la dinastía Qing. En 1895, tras la primera guerra Sino-Japonesa, el Tratado de Shimonoseki cede la isla al Japón a perpetuidad, que iniciará un proceso intensivo de modernización de la isla, imponiendo el japonés como lengua única y reprimiendo cualquier movimiento nacionalista taiwanés con el ejército imperial. La derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial hizo que Taiwán volviera a ser una provincia china, esta vez bajo la administración de la República de China. El Kuomitang, partido que dominaba la república, ocupó todas las instituciones provinciales y municipales de la isla con la colaboración del Ejército de los Estados Unidos.

La guerra civil divide a la China nacionalista de la comunista

En solo dos años, la República de China llevó a la quiebra el tesoro taiwanés, desbaratando el periodo de prosperidad económica que la isla disfrutó bajo gobierno japonés. El 28 de febrero de 1947, 30,000 ciudadanos taiwaneses fueron masacrados por el Ejército chino tras las masivas protestas en las que los taiwaneses solicitaban elecciones libres y un estatuto de autonomía que les blindara de la corrupción, mal gobierno y despotismo de los funcionarios y policías continentales del Kuomitang. Tras la masacre y las sucesivas persecuciones policiales, la isla se convirtió en una base segura para el Partido Nacionalista Chino, que estaba a punto de perder la guerra civil china frente al Partido Comunista de China de Mao Ze Dong. En 1949, tras la pérdida de la guerra, Chiang Kai Chek, líder del partido, y toda la plana mayor de la República de China, además de las elites cercanas al Kuomitang, se desplazan en masa a Taiwán como refugiados. Se calcula que tres millones de chinos llegaron a la isla ese año. Con ellos se trajeron el tesoro de la Ciudad Prohibida de Beijing, así como las reservas de oro y moneda extranjera del Banco Central. Desde ese momento, la República de China se organizó en Taiwán con la esperanza de poder retornar algún día al continente y restablecer el antiguo orden republicano y eliminar el comunismo.

El Museo Nacional del Palacio

Sabiendo esta historia, decidí que la primera mañana la dedicaría al mejor museo del país: el Museo Nacional del Palacio, que alberga la mayor colección de arte y artesanía china del mundo. Unas 700,000 piezas se guardan allí, aunque sólo 15,000 están expuestas al público. Los objetos vienen de todas las provincias chinas, aunque la mayoría son de la Ciudad Prohibida de Beijing.

Como yo tengo particular aversión a los museos grandes, ya que tras un par de horas me hastían, decidí alquilar una audio-guía para aprovechar mejor la visita. El aparato tiene una opción que te lleva a través de la historia del arte chino destacando y explicando las piezas más importantes del museo. Me impresionó muchísimo una pintura de batallas de barcos-dragón, de enorme realismo, así como la vasija de bronce con inscripciones chinas en el interior, una de las piezas maestras de la colección. La estatua de coral rojo del protector de los opositores también me encantó. Los jóvenes aspirantes a unirse al cuerpo de mandarines que gobernaba el Imperio desde la Ciudad Prohibida, tenían mucha fe en esta criatura espiritual cuando se encontraban preparando los exigentes exámenes de acceso. La colección de jarrones incluye unos especiales, jarrones dentro de jarrones que encajan de forma perfecta y se ven a través de aberturas, pero que no se pueden desmontar. La obsesión china por el jade se manifiesta en las largas colas que se forman para admirar las obras de arte hechas de este material, especialmente la realista hoja de col china de jadeíta, que fue votada por los visitantes como la mejor pieza del museo. La pieza fue parte del regalo de bodas a la consorte Wen Jing, una de las mujeres del emperador Qing Guang Xu. Es sin duda de fascinante realismo, sobretodo por como el escultor aprovechó las imperfecciones de la piedra original para transformarlas en los tallos, hojas y venas de la col. Finalmente, no os perdáis las tallas en miniatura realizadas en huesos de oliva. La más impresionante es la que representa, con todo lujo de detalles, un antiguo barco chino, con sus puertas correderas, pasajeros y todo. Hay una gigantesca lupa para admirar tamaña proeza técnica.

El Museo Nacional del Palacio tuvo su sede, originalmente, en la Ciudad Prohibida de Beijing. Tras la proclamación de la República de China y la expulsión del último emperador Qing, la Ciudad Prohibida se abrio al público y se empezaron a exhibir sus colecciones en 1925. Sin embargo, la invasión japonesa hizo que 8 años despues, Chiang Kai Shek ordenara la evacuación de las piezas a Shanghai para evitar que cayeran en manos japonesas. En 1936 se movieron a Nanjing. Finalmente, tras la derrota nacionalista en 1948, el Kuomitang evacuó casi toda la colección a Taipei. En 19 se inauguró el nuevo museo que alberga la colección. Su arquitectura evoca a la fachada de la Ciudad Prohibida de Beijing con colores más claros acordes con el clima subtropical de Taipei. Estaba llenos de banderas nacionales ya que al día siguiente se celebraba el Día de la República de China.

El Grand Hotel de Taipei

Tras esta obra del gobierno del Generalísimo Chiang Kai Shek, me dirigí a admirar otra, en la que en verdad estuvo detrás su mujer, Soong Mei-ling: el Grand Hotel Taipei. Situado en una colina a orillas del río Keelung, es uno de los edificios de arquitectura clásica china más altos del mundo. El proyecto tenía como objetivo poder acoger a jefes de Estado y de gobierno y otros invitados VIP que acudieran a la República de China, confinada en Taiwán. Taipei carecía de hoteles de cinco estrellas por aquel entonces y tenía que prepararse para, durante muchos años (aún hoy lo sigue siendo) ostentar la capitalidad provisional de la República de China. Los detalles fueron cuidados al máximo. Por ejemplo, cada uno de los ocho pisos dedicados a habitaciones lleva el nombre de una dinastía china.

El lobby es impresionante, sin duda una de las entradas más suntuosas que he visto nunca en un hotel. De hecho, en 1968 la revista Fortune lo puso entre los diez mejores hoteles del mundo. Tomé el ascensor hasta el último piso, donde se encuentra el bellísimo salón de gala, con una gigantesca lámpara con forma de dragón en el centro. Las vistas de la ciudad son impresionantes, aunque algo deslucidas aquel domingo lluvioso. El nuevo rascacielos Taipei 101 apenas se veía tapado por densas nubes grises. El hotel ha recibido a lo largo de su historia a parte de las personas más influyentes de las pasadas décadas y fue, sin duda, uno de los grandes emblemas de la ciudad hasta la apertura de los nuevos y más sofisticados hoteles de lujo que hoy se encuentran en Taipei.

El barrio de los templos

Tras el hotel tomé el metro para pasear y visitar dos de los templos más famosos de la ciudad, que se encuentran a un corto paseo de la parada de Yuanshan. Por un lado, el magnífico templo de Bao An, sobrecargado de elementos decorativos y de un colorido espectacular. Sus tejados contienen pequeñas estatuas tanto humanas como de animales, siendo todos coronados por preciosas y detalladas figuras de dragones. Este templo se realizó por inmigrantes chinos de la provincia de Fujian, en 1760 en honor al dios Baosheng Dadi o Santo Wu, reverenciado por sus aptitudes médicas. También hay unas salas dedicadas a Shengnong, dios de la agricultura. Su decoración recargada, el fuerte olor a incienso y la piedad de los visitantes hacen de la visita algo místico.

Al lado se encuentra el menos serio, en mi opinión, templo de Confucio. Lo primero que me chocó fueron los muñequitos de Confucio en diferentes poses, tipo comic, en la entrada. Es cierto que la zona central del templo tiene cierta solemnidad, máximo cuando entré, que había un grupo de devotos tocando instrumentos tradicionales chinos dando vueltas alrededor de la sala principal. Sin embargo, el resto de estancias parecen más un museo, en donde se explican la importancia de cada una de las seis disciplinas de la educación confuciana: la ritual, la música, el tiro con arco, la conducción de carros, la caligrafía y el cálculo. Las explicaciones se acompañaban con material de alta tecnología que incluía proyección de imáges e incluso videojuegos. De hecho, me pasé un rato jugando en un simulador de conducción de carros algo complicado que al final logré manejar. En cualquier caso, la visita fue muy ilustrativa para ampliar mis conocimientos sobre una persona fundamental para entender la filosofía y forma de ser de la sociedad china. Confucio nació en el seno de una familia noble, pero la muerte de su padre cuando tenía tres años le dejó en la pobreza. Aún así, pudo recibir una buena educación. Con esfuerzo, logró ser gestor de un granero y un rebaño. En sus ratos libres aprendió los ritos que seguía la nobleza. Leía todos los libros que encontraba en las oficinas gubernamentales en su determinación por ampliar sus conocimientos y su saber estar. Su filosofía era que cualquier persona a su alrededor era un maestro para él. De todo el mundo podía copiar las cosas buenas que realizaba y desechar las malas. Al mismo tiempo, fue elaborando su filosofía e ideas acerca de la educación o el buen gobierno. Cuando cumplió los 30 años, empezó a difundir sus enseñanzas, ganándose el respeto de muchos altos oficiales de la administración que gobernaba sus tierras. Su filosofía de respeto a la jerarquía, veneración a los mayores y la lealtad, entre otros principios, siguen siendo hoy fundamentales para entender cualquier sociedad china.

El mausoleo de Chiang Kai Sheck

El día siguiente, Fiesta Nacional de la República de China, amaneció gris y lluvioso. Las calles alrededor de mi hotel estaban cortadas al tráfico por el desfile militar. Policías, soldados, y trajeados con pinganillos abarrotaban cada esquina mientras coches negros con los cristales tintados iban y venían. Decidí visitar el impresionante memorial de Chiang Kai Sheck. Para llegar al monumento, fui paseando por los bulevares donde se encuentran los ministerios y edificios de la presidencia de la República, hasta llegar a la bella puerta de la Gran Centralidad y la Honradez Perfecta, que da paso a una enorme plaza con los bellos edificios de la Biblioteca Nacional y el Teatro Nacional a ambos lados, de arquitectura tradicional china y que recuerdan a los pabellones de la Ciudad Prohibida de Beijing. Al final de la plaza se encuentran este gran memorial, un mausoleo cuadrado altísimo en lo alto de unas escalinatas coronado por un techo tradicional chino de forma octogonal y tejas azul oscuro. No es casualidad que el número 8 es asociado en Asia a la abundacia y la buena fortuna. Los dos juegos de escaleras blancas que llevan a la entrada cuentan con 89 escalones: uno por cada año de vida del fundador de la República de China. La gran figura sentada de bronce, sonriente, representa a Chiang Kai Sheck y preside el principal salón del memorial con las palabras en chino Ética, Democracia y Ciencia grabadas. En la cúpula superior, el gran símbolo del Kuomitang. partido que fundó, preside el salón mientras que dos grandes banderas de la República de China flanquean las estatua.

Durante las horas de apertura al público, miembros de las fuerzas armadas custodian la estatua rígidos y en silencio con ceremoniosos cambios de guardia a cada hora. En los pisos inferiores hay varias exposiciones que explican la vida y políticas de Chiang Kai Sheck y la defensa a nivel internacional que hizo de la República China frente al comunismo de la República Popular de China. Es curioso pensar que su retrato estuvo colgado en la Ciudad Prohibida de Beijing en donde ahora hay un cuadro gigantesco de Mao. En cualquier caso, es cierto que su gobierno tuvo muchos aciertos y que Taiwan despegó económicamente durante los años 60. Pero tampoco se pueden olvidar los más de 140,000 muertes que su régimen asesinó durante su mandato, periodo conocido como el "Terror Blanco", cuando se asesinó, encarceló y torturó a cualquiera que representara una amenaza contra el Kuomitang.

El nuevo Taipei

Tras tanta historia y propaganda mezcladas me dirigí en el moderno metro de Taipei a visitar el altísimos rascacielos Taipei 101, de 101 pisos de altura y uno de los edificios más altos del mundo. Como hacía muy mal tiempo y estaba nublado decidí no subir. Eso sí, en el centro comercial que hay en los pisos inferiores almorcé en el delicioso Din Tai Fung, una sucursal de la famosa cadena taiwanesa de restaurantes de dumplings. Tras esperar 40 minutos a que me dieran mesa con su sistema electrónico, disfruté de tres tipos de estas deliciosidades al vapor con la salsa y cebollino que te dan para mojarlos. No pude resistirme a probar los de postre rellenos de chocolate y pasta de alubias rojas.

Tras un último paseo por las calles de Taipei, me dirigí a pasear por uno de las decenas de mercados nocturnos de la ciudad: el Ningxia, donde observé los diferentes puestos de comida callejera, decantandome por un calamar a la brasa, un zumo de lima recién exprimido y unos panecillos al horno con cebolleta en la masa. Una pesa que volviera a lloviznar y llevara maletas porque me hubiera gustado probar alguna cosa más de las que ofrecian los puestos.

Taipei es una ciudad china mucho más ordenada que Beijing o Shanghai, pero en ningún caso le gana a Singapur, que sin duda es la mejor ciudad china en términos de calidad de vida y orden que he visitado. Me falta experimentar Hong Kong, la gran urbe de cultura china que aún no he visitado. Lo que si me gustó de Taipei es ver como democracia, libertad de expresión y un capitalismo social son compatibles con la civilización china, lejos del autoritarismo de Singapur o de la dictadura del Partido Comunista en la República Popular de China. Las libertades se expanden en Taiwán y la protección de los derechos de las minorías mejoran cada vez más. Taipei es además una ciudad muy amigable, con precios normales y muchas cosas que hacer y descubrir. Espero volver para poder descubrir el resto del país pronto.