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dimecres, 6 de desembre del 2017

Ciudad de México

Una metrópolis fascinante

La decisión de ir a Ciudad de México fue en un principio para visitar a algunos de mis amigos de Panamá que están ahora trabajando allí. Para nada me esperaba el espectáculo de ciudad que es la capital mexicana. Y lo que más me chocó: la enorme sensación de seguridad que tuve en todo momento. Eso y que a pesar de ser pleno agosto, hizo frío algunas noches.

Estuvimos hospedados en pleno Polanco, en el estupendo apartamento de mi amigo Rudy, que vive en una de las torres con nombre de pintor del exclusivo Plaza Carso, un complejo que incluye un gran centro comercial, cines, teatro y alguno de los mejores museos de la ciudad, que por supuesto visitamos.

La antigua Tenochtitlán

Pero antes de adentrarnos en la escena moderna de CDMX, lo primero que visitamos fue el corazón de la ciudad y también del país: el Zócalo. Cuenta leyenda que los aztecas, llegados desde el norte en el siglo XIII, eligieron instalar aquí su capital, Tenochtitlán, porque vieron la profecía que anunciaba el fin de su vida errática: un águila, apoyada en un cactus, devoraba una serpiente. Este sigue siendo, a día de hoy, el símbolo nacional mexicano, escudo del país y orgullosamente presente en su bandera. En el Zócalo, por aquel entonces una isla en mitad de unas marismas, los aztecas construyeron su Ciudad-Estado con canales, templos, plazas y palacios cuya isla central pasó a ser el centro del universo azteca. La ciudad alcanzó los 300,000 habitantes y todo el valle de México más de un millón y medio, constituyendo una de las zonas urbanas más densas de aquel entonces.

Con la llegada de los españoles en 1519, los aztecas quedaron relegados a ciudadanos de segunda del naciente imperio. Casi toda la herencia prehispánica fue destruida en este lugar, que sin embargo siguió siendo el corazón de la Nueva España, con la construcción de la imponente Catedral Metropolitana. Bajo las órdenes de Hernán Cortés, los principales canales empezaron a ser desecados para construirse elegantes bulevares y Ciudad de México se convirtió en la elegante capital de la Nueva España, no sin problemas e inundaciones. El siglo XVIII, con la construcción de un sistema de alcantarillado, se considera la Edad de Oro de la ciudad.

En el Zócalo aún se respira esta grandeza. De renovada fama por aparecer en las primeras escenas de la última película de James Bond Spectre, lo cierto es que sigue siendo el corazón de México. Se le llama popularmente zócalo porque aquí se iba a construir un monumento al centenario de la independencia en el siglo XIX. Sin embargo, solo el zócalo del mismo se construyó, que pasó a ser una de las plazas más grandes del mundo (220 metros por 240). El poder religioso del país está presente con la inmensa catedral, mezcla de estilos gótico, barroco, churrigueresco y neoclásico, fruto del largo periodo de tiempo que duró su construcción: 250 años. Sus cinco gigantescas naves crean un interior mastodóntico, siendo una de las iglesias mas grandes que he visitado en mi vida. Su altar abruma en detalles y riqueza, así como su bellísimo coro de sillares tallados. Aquí se coronaron Agustín de Iturbide y a Maximiliano de Habsburgo como emperadores de México.

En otro de los lados de la plaza se alza la fachada principal del Palacio Nacional, antiguo palacio virreinal y luego imperial, y actual sede de la presidencia de la república. Me queda pendiente, ya que por falta de tiempo no lo pude visitar. Los dos restantes lados están flanqueados por elegantes edificios porticados donde se encuentran desde las oficinas del gobierno municipal hasta joyerías y hoteles de lujo. La plaza rebosa de gente de todo pelaje destacando los concheros, grupos de personas emplumadas y vestidos con pieles de serpiente, conchas y huesos de distintos animales, representando las antiguas danzas aztecas, bailando en círculo y cantando en nahuatl, utilizando instrumentos tradicionales. Los edificios que dan a la plaza cuentan con numerosas terrazas populares en los edificios superiores donde tomarse una michelada o un margarita.

Seguimos paseando por las perfectamente rectas y empedradas calles del centro, herencia de la capital colonial española, donde sorprenden los altares espontáneos a la Santa Muerte, culto condenado por las diferentes iglesias cristianas, incluyendo la Católica. Un esqueleto tradicionalmente vestido y cubierto por telas blancas o de otros colores al que se le ponen velas y alimentos para solicitar protección, en una práctica muy asociada a comunidades marginadas y de bajo nivel económico. No por casualidad en estas calles se abarrotaban puestos de venta humildes que ofrecían desde comida hasta ropa junto con refrescos tradicionales, frutas y verduras o hasta juguetes. Todo un espectáculo de colores y olores para disfrutar de la tarde del domingo.

Volviendo a los aztecas, estos diseñaron su capital siguiendo una estructura de calles rectas, respetando también los ríos y construyendo canales para poder transportar materiales pesados. En los suburbios pantanosos plantaron muchas especies, sosteniendo el barro sobre el que crecían con sauces. La gran fertilidad de estas tierras daban tres o cuatro cosechas al año. La mayoría de estas zonas fueron desecadas para urbanizar y hoy solo queda la enorme zona de Xochimilco, al sur de la ciudad. Allí pasamos una nublada tarde, donde incluso nos llovió. Aún así disfrutamos del ambiente único de este lugar, que aquel día gris de entre semana estaba vacío, pero que normalmente está a tope de trajineras. En estas barcazas de colores con una larga mesa en la mitad cada una se reúnen grupos de amigos o familiares para celebrar, comer, beber, cantar y reír. Nosotros disfrutamos de la lluvia, el silencio, los rayos, el viento y los preciosos paisajes agrícolas que nos trasportaron a la época de la gran  Tenochtitlán. Un grupo de mariachis practicaba varias canciones tradicionales en el desierto puerto. Desembarcamos justo cuando anochecía y los mosquitos salían a picar con furia. Por suerte, el Uber que habíamos pedido nos sacó de aquella nube de insectos.

La ciudad perdida de Teotihuacán

Siguiendo la senda prehispánica, dedicamos una mañana entera a visitar Teotihuacán, una de las excavaciones arqueológicas más grandes de Centroamérica. Situada a 50 kilómetros de Ciudad de México, esta majestuosa ciudad en ruinas, con un perfecto urbanismo, testimonio de la sofisticación de la cultura que aquí vivió. Los expertos calculan que se construyó hace dos milenos y que cayó en el abandono en el siglo VIII, cuando las tensiones de una sociedad extremadamente segregada precipitaron la desaparición de esta civilización, de la que aún hoy en día se ignora su nombre. De hecho, su actual nombre, Teotihuacán, significa en nahuatl "la ciudad en la que los hombres se convierten en dioses", y así la bautizaron los aztecas, que cuando la descubrieron ya estaba en ruinas. Ellos siempre pensaron que estaba dedicada al dios del Sol, aspecto que se verificó en 1971 cuando el descubrimiento de un túnel en la mayor de las pirámides llevó a los arqueólogos a una recámara interior llena de objetos de culto al sol.

Precisamente, la mayor de las pirámides se conoce como Pirámide del Sol, de 70 metros de altura, que escalamos para disfrutar de las impresionantes vistas de la ciudad en ruinas. Esta es la tercera mayor pirámide del mundo, tras la de Keops y la de Cholula. En sus tiempos dorados, la pirámide estaba totalmente pintada de color rojo, restos que aún se pueden ver en alguno de sus lados. Desde su cima se atisba todo el valle en el que se asentaba esta ciudad.

El eje central de la antigua metrópolis es la conocida como Calzada de los Muertos, ya que los aztecas pensaron que las decenas de pirámides que la bordean eran tumbas de los diferentes reyes de este pueblo. De hecho, el lugar se convirtió en un punto importante de peregrinación de los soberanos aztecas, que creían que aquí todos los dioses se habían sacrificado para que el Sol pudiera hacer su recorrido.

Las mejores vistas de Teotihuacán son desde la Pirámide de la Luna, por la preciosa perspectiva de la Calzada de los Muertos así como de las imponentes vistas de la Pirámide del Sol. Como apenas hay sombras, recomiendo encarecidamente que llevéis gorras y agua, o en su defecto, compréis uno de los sombreros tradicionales de paja que venden en sus puestos. Por todo lugar hay vendedores ambulantes con una especie de juguete que al soplar imita el sonido de diferentes animales locales, como los leopardos o diferentes pájaros.

Finalmente, no dejéis de visitar alguno de los antiguos barrios residenciales de la ciudad en ruinas. Hay una mansión abierta al público, el conocido como palacio de Quetzlpapálotl, o mariposa emplumada, que fue residencia de una familia de la élite teotihuacana. Se accede a su interior por una escalinata custodiada por dos jaguares al patio porticado del edificio y luego a cada una de las cámaras interiores. Las columnas de piedra tiene preciosas representaciones de mariposas y plumas de quetzal talladas, que en origen estuvieron policromadas. Los muros interiores están decorados con frescos relativos a la veneración del agua destacando los caracoles marinos y los corazones humanos. Asimismo, otra de las salas tiene escenas que representan jaguares con penachos de plumas de quetzal. El pequeño museo arqueológico, justo en el lado contrario de la ciudad, al lado del pequeño jardín botánico, también merece la pena.

Polanco, Condesa y el Paseo de la Reforma

De vuelta a la gran ciudad, simplemente pasear por las calles de esta masiva urbe es suficiente para pasarlo bien. Desde el ordenado Paseo de la Reforma con el famoso Ángel de la Independencia dorado al frondoso bosque de Chapultepec. De la popular Alameda Central a las elegantes calles de Polanco o los agradables bulevares de Condesa, donde uno se acaba encontrado una réplica de la madrileña fuente de Cibeles, por ejemplo. Vale la pena también acercarse al campus de la Universidad Nacional Autónoma de México y ver el enorme mural de la "representación histórica de la cultura" que ocupa toda la fachada de la gran biblioteca, realizado por le artista mexicano Juan O´Gorman 

Tres fascinantes museos en CDMX

Respecto a los museos que visitamos, que fueron varios, destacaría tres: el primero es el popular Museo Frida Kahlo, situado en su casa familiar, pintada con el característico color azul. Siempre hay colas por lo que es imprescindible reservar con antelación por Internet con el día y hora a la que se vaya a visitar. Además de una interesante colección de obras de Frida (aunque muchas de las mejores obras están repartidas por todo el mundo), también podremos recorrer los jardines, la habitación en la que murió, la famosa cocina o el comedor donde recibieron a Trotski y su mujer, cuando huyeron de las purgas estalinistas. Frida es un ejemplo de artista comprometida políticamente, pero también de mujer revolucionaria respecto a la visión de la sociedad y ante todo, de lucha frente a la adversidad que supuso su accidente de tranvía y su discapacidad a través del arte. Tras la vista al museo, nada mejor que darse un paseo por Coyoacán, decubrir su animada plaza y parroquia y tomarse un tradicional café de olla o chocolate caliente en el humilde pero popular Café El Jarocho y acompañarlo de su variedad de panes salados y dulces recién horneados.

Los otros dos museos que visitamos están en Polanco y forman parte del complejo Plaza Carso donde nos alojaban nuestros amigos. Por un lado, el funcional Museo JUMEX, de la famosa compañía zumera mexicana, que esos días tenía una exposición temporal de Andy Warhol "Estrella Oscura", donde se mostraba una variada colección de obras del artista, desde las famosas pinturas de productos de consumo y las series serigráficas de retratos de estrellas de cine o políticos, todo contextualizado en una época de promesas utópicas y su lado oscuro de cultura mediática y consumo de posguerra.

El otro museo que disfrutamos, tanto por fuera como por dentro, es el impresionante Museo Soumaya, que alberga gran parte de la colección de arte del hombre más rico del mundo: Carlos Slim. Solo por el edificio ya vale la pena acercarse: obra de Fernando Romero, asesorado por Frank Gehry, cuenta con una fachada asimétrica envuelta en un armazón de piezas hexagonales de aluminio plateado con una única abertura: la puerta de entrada. Dividido en seis plantas a las que se accede por una enorme rampa espiral blanca, uno tiene la impresión de estar en otro planeta.

La colección, de acceso gratuito, muestra 3000 años de historia de arte europeo y americano a través de 70,000 obras de arte, con algunas piezas asiáticas que suelen estar en exposiciones temporales. Desde impresionantes murales de Diego Rivera al pensador de Rodin. De hecho, tiene la mayor colección del escultor francés fuera de Francia. También hay cuadros de Botticelli, Tintoretto, del Veronés, del Greco, de José de Ribera, Murillo, Zurbarán, Van Dyck, Rubens, Fragonard, Monet, Pissarro, Renoir, Degas, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Chirico, Dalí, Miró... y por supuesto muchísimos autores mexicanos y objetos de arte que van desde oro prehispánico a relicarios del siglo XVIII. La colección es amplísima y no se hace nada pesada. Me llamó la atención la colección personal del artista libanés exiliado Gibran Kahlil Gibran, autor del famoso libro "El Profeta". Incluso habían cuadros de Sorolla.

Todos los bailes mexicanos en una noche

El broche de oro de nuestra estancia fue una noche en el Palacio de Bellas Artes para disfrutar del Ballet Folclórico de Amalia Hernádez, que lleva décadas representando diversos bailes tradicionales mexicanos de todas sus regiones: desde mariachis a los carnavales del litoral pasando por todo un elenco de músicas y danzas con todo el color de la indumentaria tradicional del país. El público disfrutó especialmente cuando sonaba "La Cucaracha". Personalmente me gustó mucho.

Además de cultura, museos y antigüedades, uno visita la Ciudad de México por su deliciosa y variadísima gastronomía que he decidido tratar en otra entrada para no hacer esta demasiado larga. Ciudad de México cuenta también con una oferta de fiesta nocturna enorme, casi todos los días de la semana, donde destacaré Saint, en Polanco, a donde fuimos el viernes y donde el ambiente era estupendo, con gente de todo tipo. 

Me quedan tantas cosas pendientes en Ciudad de México que no sé ni por donde empezar. Lo cierto es que al inicio de mi lista cuando vuelva estará el interior del Palacio Nacional y los frescos de Diego Rivera. También me gustaría visitar el Museo Nacional de Antropología así como el cercano Castillo de Chapultepec o tomar un tequila en la plaza Garibaldi. También quiero descubrir más a fondo el Palacio de Bellas Artes, del que solo pude ver algunas de sus salas cuando fui a la representación.