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dimecres, 31 de desembre del 2014

2015: todo un enigma

2014 ha sido un año curioso, bastante complicado, de muchísimos cambios. Lo empecé en Valencia, mi ciudad natal (algo muy raro para mi estos últimos años). De ahí volví a Panamá donde estaba trabajando. En pocos meses acabó mi vida allí y como todos los años se volvía a romper mi rutina y me tocaba despedirme de los amigos con los había pasado tan buenos momentos. Volví a Valencia y aproveché las vacaciones de Semana Santa para conocer Milán y Bérgamo, dos bellas ciudades lombardas. También volví diez días a mi querida caótica Manila. En mayo me mudé a Argel por trabajo y además de conocer la capital argelina, pude visitar ciudades y restos arquitectónicos de varios puntos de la costa. Asimismo, hice una pausa vacacional de una semana en Grecia, visitando Atenas, Mykonos y Delos. Impresionante país, sin duda. Una beca finalmente concedida por la Unión Europea interrumpió mi estancia en Argelia y me mudé a la pequeña ciudad belga de Brujas tras pasar unos días en La Canyada. Desde allí he podido descubrir Ostende, Amberes y los campos de Flandes donde se decidió la suerte de la I Guerra Mundial, además de seguir explorando Bruselas y haber repetido visita a Aquisgrán y Colonia. También visité los bellos palacios barrocos de Brühl. En una escala en Barcelona, pude entrar por fin a la mítica Pedrera así como admirar el arte del Museu Nacional d'Art de Catalunya.

De nuevo os escribo desde Valencia cuando apenas le quedan unas horas a 2014. Lo cierto es que 2015 se presenta más enigmático que nunca. A estas alturas, no tengo la más remota idea de donde estaré el 1 de julio de 2015. Es verdad que más o menos los primeros meses están planeados. En unos días vuelvo a Brujas para vivir allí seis meses más. El segundo fin de semana de enero descubriré Riga, la capital letona, en mi primera incursión báltica. Después tengo sendos viaje de estudios a Londres y a Ginebra. Ya he estado en ambas pero me quedaron muchas cosas por descubrir. Semana Santa la pasaré muy probablemente en el Mediterráneo, pero el destino concreto está por confirmar. A partir de ahí, todo es un misterio. 

He de reconocer que en el punto de mira tengo dos destinos: los Balcanes Occidentales (destacando Montenegro, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Serbia) así como el Cáucaso (Georgia principalmente), ya que he hecho buenas amistades de allí. También me gustaría mucho pasar unos meses en algún país arabófono para cimentar mis conocimientos básicos adquiridos este año. Pero la gran pregunta es: ¿dónde seguirá mi carrera laboral? Me encantaría poder disfrutar de una cierta estabilidad. Un mínimo de tres años sin mudarme de nuevo. ¿Pido mucho?

De momento voy a disfrutar de todo lo que me espera y ya veremos donde me lleva la vida. Tal vez mi mayor deseo para 2015 sea un poquito de estabilidad geográfica. La foto que os dejo es de un paisaje otoñal de los jardines de Brühl: un camino. ¿Hay camino o se hace camino al andar? 

Feliz año para todos los nómadas.

diumenge, 28 de desembre del 2014

Casa Milà " La Pedrera " - Barcelona

Han sido muchas las veces que he estado en Barcelona, pero nunca había visitado la famosa Casa Milà por dentro. Esta vez, aprovechando una escala larga entre avión y tren, decidí conocer esta magnífica obra de la arquitectura, clasificada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1984 junto con otras obras de Gaudí como el Parc Güell o la Sagrada Família.

La Casa Milà fue una gran innovación para su época. Inaugurada a principios del siglo XX, fue un encargo a Antoni Gaudí (el arquitecto más cotizado por aquel entonces) hecho por el matrimonio burgués Milà Segimón. Querían tener su amplio apartamento en el bulevar barcelonés más de moda en aquella época: el passeig de Gràcia. El resto de apartamentos de lujo los alquilarían para poder vivir de rentas toda la vida. Gaudí diseñó el edificio a sus 54 años, por lo que se considera una de sus obras cumbre. La fachada, por ejemplo, con sus sinuosas curvas, se adapta perfectamente a los chaflanes del cuadrado Eixample barcelonés. Cuando se empezó a construir, los catalanes la apodaron "La Pedrera" de forma despectiva (en catalán significa "La Cantera"), por la gran cantidad de piedra y robustez que mostraba. Sin embargo, gracias a la sólida fachada, el arquitecto logró que fuera esta la que sostuviera el edificio junto con gruesas columnas interiores, dejando libre la posibilidad de que los apartamentos no tuvieran ninguna pared de carga. Esto permitía que cada unidad fuera personalizada por sus habitantes, cambiando la distribución de las habitaciones y permitiendo la creación de amplísimos salones, siguiendo el deseo de los Milà. 

Lo primero que me sorprendió fue el alto precio de la entrada: 16 euros y esto que era tarifa estudiante. Sin embargo, tras la visita, he de decir que merece y mucho la pena. 

Se entra por uno de los dos patios interiores. Gaudí los diseñó circulares, respetando las formas de la naturaleza y evitando aristas, decorando las paredes con pinturas imitando los pétalos de flores. En el patio interior principal destaca una bella escalinata cubierta y decorada con algunas palmeras, que llevaba directamente al apartamento del primer piso: el de la familia Milà. De allí, se sube directamente en ascensor hasta el terrado. Sólo por disfrutar de este mágico lugar vale la pena pagar la entrada. A pesar de ser diciembre, la mañana era soleada y las temperaturas agradables. Las vistas de Barcelona son espectaculares desde este terrado tan inusual. Gaudí rechazaba la concepción de esta área como algo residual, donde acumular chimeneas, antenas y demás elementos de uso, como pasaba en el resto de edificios. Por eso se volcó en darle un valor estético, reagrupando las chimeneas o las salidas de las escaleras y dándoles un remate artístico, usando en muchos casos su característico trencadís (una técnica de mosaicos de cerámica rescatada por Calatrava para el siglo XXI) o incluso botellas de cava. Los desniveles y curvas ofrecen diferentes perspectivas de la ciudad. De hecho, numerosos artistas pasaban horas en este mágico lugar, hipnotizados por el equilibrio creado por Gaudí. Personalmente me llamaron la atención los dos únicos arcos, que enmarcan los dos grandes  templos expiatorios de Barcelona: por un lado el Tibidabo y por el otro el gran templo inacabado y obsesión de Gaudí: la Sagrada Família. 

Tras pasear por el terrado se baja al desván del edificio. El arquitecto catalán se inspiró en el esqueleto de una ballena para realizarlo, con 270 arcos de tamaño decreciente, cuya curva empieza desde el suelo. En el pasado servía para albergar los servicios de lavandería del edificio, así como para almacenar trastos y productos de limpieza. El desván fue diseñado además con la función de aislar térmicamente el edificio, técnica que ahora se usa en casi todas las obras que buscan ser más sostenibles. Actualmente se encuentra instalado el llamado Espai Gaudí donde encontrar maquetas de sus obras cumbre, planos, fotografías, reproducciones de los muebles que diseñó así como elementos de la naturaleza en los que se inspiró para sus creaciones. Es muy impactante una de sus maquetas expuestas, en la que dibujando el plano de un edificio sobre una plancha de madera, le enganchaba cadenas metálicas en diferentes puntos y poniéndolo boca abajo encima de un espejo, las cadenas caían y creaban los volúmenes del edificio, permitiéndo a Gaudí estudiar su viabilidad. Esta simulación de volúmenes se hace actualmente con programas informáticos.

La visita continúa por el apartamento modelo del cuarto piso. La mayoría de apartamentos de La Pedrera siguen estando habitados por lo que siempre ruegan hacer el mínimo ruido posible. Este apartamento recrea la casa y estilo de vida de una familia de la burguesía barcelonesa a principios de siglo XX. Totalmente amueblada, veremos varios elementos diseñados por el propio Gaudí, como pomos de puertas (adaptados a la forma de la mano) o los cielos rasos, entre los que destaca uno que imita las formas del fondo del mar, con las líneas en la arena que dejan las olas. Podremos pasear por la cocina, el cuarto de los niños, la alcoba matrimonial, la biblioteca, el comedor o los baños, de gran luminosidad y comodidad comparable a la de hoy en día.

La visita continúa por el antiguo apartamento de los Milà, ahora sin ninguna pared interior, reconvertido en sala de exposiciones temporales, donde se exponen obras de artistas de todo el mundo que cambian de temporada y donde podremos admirar las gruesas y estilizadas columnas que sostienen el edificio. Finalmente, acabaremos en la tienda donde comprar todo tipo de recuerdos.

Al salir había una visita de empresa. El grupo se había repartido entre los diferentes balcones de la fachada principal para hacerse la foto navideña corporativa. Un fotógrafo subido en una plataforma les daba las indicaciones. La fachada estaba decorada con verde y lazos rojos, creando una especie de árbol navideño gigante. En lo más alto de la fachada hay varios rosetones esculpidos en piedra donde se encuentra el siguiente mensaje: "Ave Gratia M plena, Dominicus tecum". Con sus 54 años, Gaudí se había convertido en un ferviente católico, dejando atrás su juventud anticlerical.

Paseando por el elegante passeig de Gràcia os encontraréis muchos otros ejemplos de edificios modernistas de diferentes arquitectos. De hecho, casi enfrente de la Pedrera se encuentra la original Casa Batlló, también de Gaudí.

Sólo por la Casa Milà merece la pena visitar Barcelona. La Pedrera no sólo es una de las obras cumbres de modernismo mundial, sino que es un ejemplo de como la arquitectura puede adaptarse a las necesidades y formas humanas sin perder en ningún momento su valor estético, su originalidad o la elegancia. Gaudí demuestra como hasta el más pequeño detalle, como pomos o colgadores pueden ser originales y estar en armonía con el conjunto de la obra, aunque se trate de algo tan común como un bloque de viviendas.


dimecres, 3 de desembre del 2014

Brühl: Castillo de Augustusburg y Pabellón Falkenlust



Una escapada barata y fácil desde Bélgica es visitar la parte oeste del länder de Renania del Norte - Westfalia, especialmente las ciudades de Aquisgrán (Aachen en alemán) y Colonia. Ambas cuentan con unas impresionantes catedrales que son Patrimonio de la Humanidad UNESCO.



Rumbo a Aachen

Aproveché para visitar a dos amigos en Aachen y tomé el tren en Brujas con dirección a Veviers, descendiendo en una de las últimas paradas: el pequeño pueblo de Welkenraedt, donde hay siempre un tren esperando para hacer el corto trayecto que nos deja en Aachen. Nada más llegar, fuimos directamente a cenar algo típicamente alemán: una especie de pizza alemana de masa fina hojaldrada con bechamel, bacon y queso además de un delicioso pastel de cebolla. Siguiendo la tradición otoñal de la zona, pedimos federweisser para beber, un vino espumoso refrescante y en constante fermentación. Tras la cena, dimos un paseo nocturno por el centro de Aachen y los alrededores de su bella catedral, que ya había tenido la oportunidad de visitar unos años antes.

¿Por qué Brühl?

Al día siguiente madrugamos para tomar el tren a Colonia y allí hacer el intercambio hacia nuestro destino final: Brühl. En esta pequeña ciudad se encuentra un Patrimonio de la Humanidad UNESCO: el conjunto del palacio (castillo) de Augustusburg y sus jardines junto con el magnífico pabellón Falkenlust, construídos por Clemens August de Baviera, Príncipe Elector de Colonia.

La estación de tren nos deja literalmente frente al castillo, por lo que no hay pérdida posible. La entrada combinada incluye una visita guiada al palacio, pero siempre en alemán, por lo que si no entendéis la lengua de Goethe, lo mejor es tomar prestada una audioguía

El palacio fue construído sobre los restos de una antigua fortaleza medieval. Muchos elementos fueron usados, como las gruesas paredes del antiguo castillo, que se pueden apreciar en algunas de las estancias. Por suerte, los bombardeos de la II Guerra Mundial apenas le afectaron. Es tan bello que el mismo Napoleón dijo que si tuviera ruedas, se lo hubiera llevado a Francia.

El rococó alemán primitivo

Empezamos la visita por algunos de los salones invernales del bello palacio, donde destacan las bellas estufas de porcelana china. Los salones de audiencias, donde las personalidades esperaban hasta ser recibidas por el Príncipe, están bellamente decorados con frescos, muebles de gran calidad y cuadros excelentes.

Una de las mejores partes del palacio es la gran escalinata de la entrada, donde se recibía a cubierto a los invitados ilustres que llegaban en sus carruajes. La profusión de decoración chinesca se debe al gusto de la época por la estética oriental que se extendió por toda Europa. De hecho, son muy similares a las que encontramos en el rococó Palacio del Marqués de Dos Aguas, en Valencia. El exotismo de estas decoraciones denotaba también riqueza y sofisticación. De hecho, en la propia entrada hay una gran fuente de porcelana con un dragón chino. La gran escalinata impresiona por su profusión de detalles, y sobretodo, por la presencia de decoraciones paganas o civiles, teniendo en cuenta que el señor de la casa era cinco veces Arzobispo. La riqueza de pilares y paredes, sin embargo, es fingida, ya que están realizados en materiales baratos (que incluye la cáscara de huevo) para fingir mármol. Sólo hay mármol real en las baldosas de los escalones. También es cierto que se utilizó polvo de piedras preciosas para decorar estas paredes, por lo que tan baratas no fueron. Llaman mucho la atención las grandes figuras de parejas de hombre y mujer en cada pilar que sostiene el techo. Todas son diferentes y muestran diferentes estados de ánimo de modo muy realista. Levantando la cabeza, nos encontraremos un fresco que finge de manera perfecta la forma de una cúpula, a pesar de que el techo sobre el que está pintado es plano. Allí se observa a la Magnificiencia ordenando a la Abundancia repartir fondos para que las diferentes artes puedan crear. La gran lámpara de hierro forjado que cuelga en la mitad es una joya rococó en sí misma. La última vez que se encendieron sus velas fue cuando el Presidente de la extinta República Federal Alemana recibía a otros jefes de Estado en este palacio. En los lados están los grandes salones de la guardia (con frescos alegóricos recordando las grandezas de Baviera y la familia del Príncipe Clemens) así como el gran comedor, donde se realizaban grandes banquetes públicos, de más de treinta platos (hay un pequeño balcón donde se situaban los invitados a observar a los aristócratas comiendo).

La visita sigue por la bella sala de audiencias del Príncipe, decorada con cuadros y frescos de halcones y garzas, mostrando la importancia de la cetrería como afición distinguida. La habitación curiosamente es uno de los pocos lugares de palacio donde encontramos cuadros de temática religiosa, ya que antes de dormir y al levantarse, el Príncipe-Arzobispo necesitaba acordarse de las normas religiosas y de la humildad requerida. La habitación de al lado, gabinete de trabajo del Príncipe, tiene el techo decorado con dibujos graciosos de monos practicando la caza, tocando instrumentos o pintando. El objetivo era crear un ambiente desenfadado que permitiera a los consejeros tener conversaciones relajadas con su Príncipe.

Una de las salas más impresionantes es el elegante comedor privado, con dos bellas fuentes en las que se mantenían frescas las bebidas a la vez que el ambiente era más agradable gracias al sonido del agua fluyendo. El salón de los tapices, realizado con grandes bordados realizados en Bruselas, me recordó a algunos de los salones del Palacio Real de Madrid.

La visita continua por las estancias dedicadas al verano, mucho más frescas. Las bellas vistas del jardín muestran la alargadísima fuente y los tapices vegetales realizados con parterres. Especialmente original es el comedor veraniego, con las paredes alicatadas de cerámica holandesa, que dan gran sensación de frescura. La gigantesca lámpara central hecha de cristal de Murano imita las formas del hielo, dando una sensación visual de frío.

Grandes jardines y un palacete de caza

Tras salas de belleza y exhuberancia rococó, nos dimos un largo paseo al aire libre por los enormes jardines del palacio, primero los ordenados jardines franceses y luego por el enorme bosque jardín de tipo inglés. Finalmente llegamos al bellísimo pabellón Falkenlust, un auténtico palacete en mitad de un bosque, bastante alejado del palacio principal. Aquí es donde el Príncipe-Arzobispo se refugiaba para una vida más terrenal, organizando fiestas privadas, jugando a las cartas o practicando su pasatiempo favorito: la cetrería. Su alcoba privada aquí no deja lugar a dudas: las imagenes religiosas del palacio principal desaparecen para dejar lugar a otras más mundanas, como la de Venus y el dios Cupido (Amor) jugando de forma algo indiscreta. El palacete dispone de elegantes salas adaptadas a la cotidianeidad y alejadas de la pompa principesca, como el salón de los espejos, con un gran retrato del Príncipe en bata-pijama; el sencillo salón del té, decorado con motivos chinescos; el elegante salón de baile, con sus cortinajes o la sala de jugar a las cartas. Especialmente bonita es la escalinata, decorada con los rectángulos blancos y azules simbolizando la bandera de Baviera, realizados en cerámica. 

Muy cerca, en uno de los claros, se encuentra la capilla de Nuestra Señora de Egipto de planta circular y decorada con rocallas marinas, que estaba cerrada. A través de las ventanas pudimos admirar su decoración interior. El uso de conchas y caracolas de verdad en su decoración la hacen más bella si cabe, especialmente rodeada de árboles amarillos, con sus hojas cayendo, ofreciendo el perfecto espectáculo otoñal.

Volviendo a Bélgica

Tras la visita paramos en Colonia para saludar a la catedral (que ya visité hace cinco años) y comer un surtido de wurst (longanizas), especialmente las típicas bratwurst fritas (blancas) y el mítico currywurst, que no comía desde mi visita a Berlín hará seis años. Los deliciosos panes alemanes también merecen una mención.

La buena conexión ferroviaria del oeste alemán con Bélgica y todas las bellezas para visitar convierten la región de Renania del Norte - Westfalia en perfecta para una escapada de fin de semana. Y desde luego, los palacios y jardines de Brühl bien mercen una visita. No dudéis en escaparos por allí un fin de semana de otoño o primavera.