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dijous, 10 de març del 2011

Segovia

Lo primero que hay que saber si se quiere ir a Segovia es el modo de llegar. Y es importante, yo me lo he aprendido y bien. Si vais desde Madrid, un consejo: optad por el autobús. No optéis por el tren. Es verdad que en media hora te plantas en la estación Segovia-Av.Guiamar. Pero luego, se tarda otra media hora más para  llegar al centro de esta pequeña ciudad castellano-leonesa. La estación, situada en medio de la nada, no cuenta con taxis, y los autobuses sólo salen hasta que se llenan, por lo que hay que esperar bastante. Por el contrario, si se opta por el bus desde Madrid, aunque tarda una hora en llegar, la estación de autobuses está en pleno centro, a sólo diez minutos del famoso acueducto romano.

Y es esta estructura (el acueducto) la principal atracción de Segovia. Sin duda, una enorme obra maestra de la ingeniería. Después de un buen número de siglos sigue en pie y sin cemento. Impresiona ver como los magníficos arcos fueron construidos para llevar agua de la sierra a la ciudad. Y por supuesto, es una foto obligada.



Pero ni mucho menos se acaba aquí todo lo que esta pequeña ciudad nos puede ofrecer. De hecho, subiendo las escaleras a la parte izquierda del acueducto nos adentraremos en el antiguo barrio noble de la villa, enmurallado. Antiguos palacios color terracota nos esperan, con placitas que aparecen al girar la esquina donde de vez en cuando nos toparemos con iglesias románicas de muros enladrillados.

Una de estas plazas, tal vez la que guarda más encanto, es la de San Martín, con sus desniveles y su preciosa iglesia. Pero la plaza más importante es, claro está, la Mayor, desde la que apreciar la suntuosidad de los arbotantes de la parte trasera de la gran catedral. Dedicada a Nuestra Señora de la Asunción y a San Frutos, este templo es conocido por ser la última gran catedral gótica construida en el mundo, erigida en el XVI, cuando en el resto de Europa la corriente renacentista ya era común. Por eso, y a pesar de tener todos los elementos góticos, la catedral es muy luminosa y amplia, profusa en decoración del último gótico castellano (el flamígero). Además, se descubren ciertos detalles decorativos del primer renacimiento plateresco que llegó a la región. En cualquier caso, nos encontramos ante un templo magnífico, conocido en algunos círculos como la Dama de las Catedrales.



Tras explorar la gran construcción gótica y pasear por su soleado claustro, bajamos por la calle Real, flanqueada de antiguos palacios nobles, y nos dirigimos al Mesón de Cándido para la comida, el restaurante más famoso (y más turístico) de Segovia, donde probar el famoso cochinillo asado. Sinceramente, este tipo de carne, a pesar de ofrecer un sabor delicioso, tiene una textura pastosa que no la hace nada apetecible, especialmente la capita de grasa que recubre los trozos. Es curiosa la corteza, crujiente y sabrosa, pero excesivamente pesada. Y además, el hecho de que lleven al medio del salón al cochinillo asado en la fuente de cerámica, y lo despedacen delante de tus narices, aún hace más complicada la ingestión del plato segoviano por excelencia.

Pero no hay que limitar la gastronomía de la villa a este plato. Muchos otros la distinguen y para hacerles el honor pedimos también setas a la segoviana (plato de sabor delicioso pero de textura excesivamente viscosa) y una tabla de quesos de la región, excelentes por cierto. Y de postre, el famosísimo ponche segoviano, un delicioso pastel ligeramente alcoholizado a base de yema, bizcocho y almendra.

Tras esta comilona, y un reparador sueñecito en el césped del pequeño parque delantero de la catedral, continuamos hacia el Alcázar, sin duda la gran sorpresa que Segovia guarda para sus visitantes. Un enorme castillo del que, todos dicen, se inspiró Walt Disney para crear el de su logo. Allí vivió Isabel la Católica. A pesar de que el edificio original se perdió en un incendio, y que el actual edificio es una restauración del siglo XVIII, sigue siendo impresionante, tanto por los interiores como por los paisajes que se disfrutan desde el gran torreón central. A un lado, el barrio viejo color terracota con la catedral destacando. Al otro, las llanuras amarillas castellanas con algunos pequeños pueblos y sobretodo la inusual iglesia templaria de la Vera Cruz, que queda pendiente para una próxima visita. De los interiores del Alcázar destaca el salón del trono, otra reproducción que nos transporta a los tiempos de Isabel y Fernando, con el emblema de este matrimonio inscrito en las telas del baldaquín "Tanto Monta, Monta Tanto".



Al finalizar la visita, vuelta de nuevo a la plaza mayor, y parada en Limón y Menta, la confitería donde probar el mejor ponche segoviano. Mucho mejor que el de Casa Cándido, por cierto. Tras la merienda, hicimos una corta incursión a la Iglesia de San Miguel, en una de las calles que salen de la plaza mayor. A pesar de su humildad exterior, esta iglesia tiene una riqueza interior que hay que ver, especialmente sabiendo que fue aquí donde se coronó a la reina Isabel I de Castilla.

Segovia es, en defintiva, una ciudad cargada de historia, cuyas iglesias y palacetes deslumbran, con un castillo de cuento y con el que tal vez sea el acueducto mejor conservado del antiguo Imperio Romano. Una excursión perfecta para un soleado día de finales de invierno.