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dilluns, 27 de juny del 2022

Hamburgo

La ciudad libre y hanseática de Hamburgo

Como tenía a mi amiga Marta viviendo en Hamburgo, aproveché para visitarla y de paso conocer esta parte del norte de Alemania y visitar algunos de los patrimonios de la humanidad reconocidos por la UNESCO que hay por allí.

Lo primero que me sorprendió de la ciudad hanseática fue su excelente sistema de transporte público, incluyendo el del aeropuerto, donde tomé el metro hasta el elegante barrio de Winterhude, donde Marta vivía frente a un precioso canal: el Alster. Su agradable barrio cuenta, además, con el gigantesco Stadpark, donde además de moderno planetario (situado en un depósito de agua restaurado), ofrece un biergarten al lado de un lado lleno de patos y cisnes. Pese a ser mayo hacía bastante fresco, pero aún así, disfrutamos de la terraza tomando cerveza alemana, currywurst y pretzels. Pasear por sus arbolados bulevares y ver sus preciosas mansiones o a la gente navegar en piragüas o lanchas es un verdadero placer.

Más tarde fuimos al barrio portugués, situado frente al río Elba, donde se apelotonan decenas de tabernas que ofrecen platos de la gastronomía lusa. Y acabamos saliendo de fiesta por la mítica avenida Reeperbahn, donde actuaron los Beatles antes de saltar a la fama. Y donde aún se celebran cientos de despedidas de soltero/a de toda Europa.

Al día siguiente nos dedicamos a ver la parte más turística de la ciudad. Tomamos de nuevo el metro, por cierto, inaugurado en 1912 y el segundo más antiguo de Alemania tras el de Berlín. Las entradas art-deco de muchas de sus paradas son preciosas. Y llegamos a Landungsbrücken, donde se encuentran los muelles peatonalizados del enorme puerto de la ciudad. Imitamos a los locales y nos comimos un fischbrötchen, el desayuno tradicional de la ciudad. Se trata de un bocadillo de pescado o marisco acompañado de cebolla, pepinillos, remolacha y salsa de rábano. Opté por el más tradicional: el de arenque. 

Saciados, tomamos el bote 62, que recorre los principales puntos del puerto, el tercero de Europa tras Rotterdam y Amberes. Situado a 100 km de mar Báltico, la inmensidad de este río permite que entren barcos gigantescos y da la sensación de estar al lado del océano, también en parte por la gran  cantidad de grúas que cargan y descargan contenedores en los buques. Ese día había hasta un enorme crucero amarrado.

El paisaje también nos permite disfrutar de preciosos edificios contemporáneos que bordean el río, así como de la famosa "playa" de Hamburgo: Blankenese, donde se amontonan las mansiones de la élite local. Hamburgo es la ciudad con el mayor número de millonarios de Europa. Por cierto, Merkel se ha mudado a esta playa para su jubilación.

El centro de Hamburgo

Seguimos la visita en la plaza mayor de la ciudad, frente al enorme Rathaus, que es a la vez el ayuntamiento y la sede del gobierno regional, ya que Hamburgo, como ciudad libre, no forma parte de ningún Länder y envía a senadores propios al Bundestag. Su alcalde también es su presidente, y ejerce a la vez competencias municipales y federales, como la educación o la sanidad. Solo existen otras dos ciudades-estado en Alemania: Berlín y Bremen.

El Rathaus es un precioso edificio de 1897, ya que el original se quemó en 1842. Es habitual ver bodas allí, algo que no sorprenderá a nadie. Lo que sí nos sorprendió fue otra tradición: justo en ese momento había en la plaza un grupo de amigos llevando a cabo un ritual local: si cumples 30 años y sigues soltero, tus amigos lanzarán cientos de tapones de botella al suelo de la plaza mayor y te harán recogerlos con una mini escoba. Además, todo paseante podrá contribuir a esparcir los tapones, algo que hacían los niños con mucho empeño. 

Seguimos paseando y llegamos a San Pedro, situada en una mínima colina y que se mantiene como la iglesia más antigua de la ciudad, construida con una mezcla de ladrillos rojos y quemados (es decir, negros). Otra de las iglesias que nos topamos fue la de San Nicolás, de la que solo quedan unos restos así como el alto campanario al que se puede acceder en ascensor. Esta iglesia se mantiene destruida como memorial a las víctimas tanto del nazismo como de los bombardeos aliados que arrasaron Hamburgo. En este caso fue la aviación inglesa, que dejó esta torre en pie (y muchas otras torres) como guías para su bombardeos. Pero la iglesia que más me gustó fue la de San Miguel: una preciosidad del barroco alemán de techos blancos y decoraciones en oro, así como un impresionante órgano.

Paramos a comer en Hofbrüa: una cadena de comida bávara muy famosa. Sirven cantidades enormes: pedimos un codillo gigante y jugoso acompañado de sauerkraut y knödel, una especie de masas de patata al vapor. También pedimos kasespatzle: pasta alemana con queso emmental fundido y cebolla seca. Rico pero llena muchísimo. Éramos dos pero con toda esta comida podría haber comido una tercera persona.

Seguimos paseando hasta llegar a una zona con numerosos canales: el área de Speicherstadt y el barrio de Kontorhaus. Curioso que Hamburgo tiene 2252 puentes: más que  Londres, Ámsterdam y Venecia juntas. Llegamos a los edificios para almacenes portuarios del área de Speicherstadt. Estos se fueron construyendo progresivamente desde 1885 hasta 1927 en los terrenos de un grupo de islas angostas del río Elba y, después de las destrucciones ocasionadas por la Segunda Guerra Mundial, se reconstruyeron parcialmente en el periodo 1949–1967. 

Con sus quince enormes almacenes y seis edificios anexos bordeados por una red de canales cortos, Speicherstadt es uno de los conjuntos históricos de depósitos portuarios más vastos del mundo. Por ello, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En sus aledaños se halla el barrio de Kontorhaus, que ocupa una superficie de más de cinco hectáreas donde se hallan, además del notable edificio de arquitectura modernista denominado Chilehaus (Casa de Chile), seis vastos conjuntos de oficinas construidas entre 1920 y 1940 para albergar las sedes de empresas dedicadas a actividades portuarias y mercantiles. Estos dos barrios ilustran a la perfección las repercusiones del rápido desarrollo del comercio internacional a finales del siglo XIX y principios del XX. Chilehaus es un impresionante ejemplo del impresionismo del ladrillo.

En uno de estos almacenes se encuentra Miniatur Wunderland, el mayor complejo de maquetas de trenes del mundo, en la que me tiré más de cuatro horas de visita. Me encantaron todas las maquetas y la posibilidad de interactuar con ellas. Aunque, en este sentido, quizá haga falta algo más de organización para hacer la visita más fluida. Por ejemplo, en Suiza, hay una pequeña fábrica de chocolates Lindt que va soltando pastillas de chocolate de verdad y había una niña acaparándolas durante un buen rato...

De todas las maquetas, la que más me gustó fue la de Río de Janeiro con sus tranvías, teleféricos, diferentes barrios y hasta el Sambódromo en miniatura que me hipnotizó. Por no hablar del aeropuerto de Hamburgo, que es tal cual, incluso con aviones despegando y aterrizando. Las maquetas de Roma y Mónaco también me tuvieron cautivado muchísimo rato.

Tal vez la más chapucera era la maqueta de Estados Unidos: personalmente pienso que haría falta rehacerla mejor. Pero en cualquier caso, el hecho de que se haga de día y de noche en todas las maquetas, y los cientos de detalles presentes, hacen de esta visita algo obligado si se pasa por Hamburgo.

Al final de este barrio industrial se encuentra el que tal vez sea el símbolo de la ciudad: la Filarmónica de Hamburgo. Esta enorme mole con una base de ladrillo rojo, y una estructura de cientos de cristales hechos de forma individualizada y a prueba de granizo es una auténtica proeza y belleza arquitectónica. Odiada y amada por igual por los locales, cuenta con una de las mejores acústicas del mundo. Esta vez me limité a subir a la terraza, de acceso gratuito, para disfrutar de sus vistas y ver un poco mejor su arquitectura por dentro.

La zona nueva de Alemania, también en los alrededores del río Elba y sus canales, cuenta con enormes edificios de oficinas y residenciales. Hamburgo es una gran capital de los medios de comunicación alemanes, con canales de televisión regionales como la NDR, la editorial Gruner + Jahr y las redacciones de los periódicos Der Spiegel y Die Zeit.

Muy cerca del ayuntamiento se encuentra el Binnenalster, un precioso lago artificial con un chorro de agua rodeado de bellos edificios y donde habían grupos de escolares practicando la vela en pequeños barquitos. Otro agradable lugar para dar un paseo es el florido Blumenpak, especialmente por su jardín japonés con la torre de telecomunicaciones al fondo. Me sentí de vuelta en Tokyo. Aunque lo mejor de este jardín es el parque de juegos para niños con presas, excavadoras y pistolas de agua. Impresionante. Ahora entiendo como consiguen tener tantos buenos ingenieros en Alemania.

Lüneburg

Otro atractivo de Hamburgo son las excursiones de un día que se pueden hacer. Lüneburg está a tan solo un tren de algo menos de cuarenta minutos del centro de la ciudad. Esta ciudad medieval cuya economía creció por su madera, minería y sal, es ahora un lugar muy visitado por no haber sido a penas destruida por los bombardeos aliados. Es, por tanto, un buen ejemplo de ciudad alemana medieval situada a orillas de uno de los afluentes del Elba. 

Sus icónicas casitas de ladrillos con los diseños ovalados de sus ventanas son preciosas. Su ayuntamiento, curiosamente, tiene una fachada barroca que se le añadió en 1720. Además, se mantiene una grúa medieval aún operativa en su pequeño puerto fluvial. También hay varios ejemplos de arquitectura industrial del XIX, como la antigua fábrica situada al lado del río. También cuenta con preciosos ejemplos modernistas, como su torre del agua de 1907.

Lüneburg tiene la segunda proporción de bares por metro cuadrado y por residentes en Europa después de Madrid, por lo que se puede aprovechar para degustar la gastronomía de la Baja Sajonia en su cervecería más antigua: Krone. La camarera que nos atendió fue amabilísima. Pedimos unos entrantes: 6 frikadellen con mostaza y una tapa de arenque ahumado en salsa de yogur, cebolla y manzana. De principales optamos por un plato de fiambres de la región (incluyendo la famosa salchicha cruda) y por otro un plato de labskaus: una pasta de carne en salazón, patatas, remolacha y cebolla, acompañada de rodajas de remolacha en conserva y un filete de arenque marinado. Y de postre, un buen apfelstrudel en salsa de vainilla.

Por cierto, Lüneburg también es famosa por haber sido aquí donde se sucidió el jerarca nazi Himmler.


La ciudad hanseática de Lübeck

Otro de los destinos para una excursión de día desde Hamburgo, y a menos de 45 minutos en tren es Lübeck, la antigua capital y ciudad reina de la Liga Hanseática.

Lübeck fue fundada en el siglo XII y hasta el siglo XVI fue la principal metrópoli comercial de la Europa Septentrional. Actualmente sigue siendo un importante centro de comercio marítimo, sobre todo con los países nórdicos. Pese a los daños sufridos durante la Segunda Guerra Mundial, se ha conservado la estructura de la ciudad antigua con sus mansiones señoriales de los siglos XV y XVI, sus iglesias, sus depósitos de sal y sus monumentos públicos como la famosa puerta fortificada de Holstentor, construida en ladrillo.

De hecho, nada más llegar a la estación de tren, me dirigí a la oficina de turismo frente al Holstentor. Allí me dieron un mapa muy útil con un recorrido para ver lo más bonito del centro histórico de la ciudad, patrimonio de la humanidad por la UNESCO desde 1987. 

Empecé el recorrido por la entrada de Holsten, el símbolo de la ciudad: se trata de una puerta medieval de ladrillos rojos y torres gemelas por la que me adentré centro. Seguí luego a la derecha, recorriendo el margen del canal hasta llegar a la imponente catedral, de tres naves, una de las catedrales en ladrillo más grandes de Europa. Los diferentes barrios de la ciudad me recordaron muchísimo a Brujas.

Continué por el barrio de Santa Ana, donde vi la antigua sinagoga y seguí hacia el norte, para ver la casa de Günter Grass y luego la de Willy Brand, que ahora ocupa su fundación. Brandt, canciller socialdemócrata de la República Federal Alemana entre 1969 y 1974. Militante socialista desde 1930, tuvo que exiliarse a Noruega con la llegada de los nazis al poder. Allí se nacionalizó y trabajó como periodista, cubriendo la guerra civil española. Tras el fin de la II Guerra Mundial volvió a Alemania donde ganó la alcaldía de Berlín occidental en 1957, por lo que vivió la crisis que supuso la construcción del muro. Después fue ministro de exteriores hasta llegar a canciller. Su conocida "Ostpolitik" de acercamiento a la RDA comunista y el resto de países del este le catapultó a la historia y contribuyó a que, en 1971, recibiera el premio Nobel de la paz por su lucha por una Europa unificada y su mejora de las relaciones con la RDA, Polonia y la URSS. Por todo ello, visitar la casa em pareció muy interesante: documentos, libros, vídeos y objetos personales se exponen siguiendo la línea temporal de su vida para entender mejor a Brandt.

Siguiendo hacia el norte llegué al precioso hospital del Espíritu Santo, una de las primeras instituciones benéficas de Europa, fundada en el siglo XIII, donde se cuidaba de enfermos y mayores en la Edad Media. Su fachada es inolvidable. Seguí paseando hasta llegar al bonito Burgtor (otra de las entradas a la ciudad) y disfruté de las bonitas vistas desde el puente de enfrente. Aún quedan trozos de las murallas que antaño rodearon Lübeck.

Como las casas de la ciudad no suelen superar los tres pisos, los impresionantes campanarios de las iglesias despuntan, destacando el de la iglesia de San Jacobo. Bajando hacia la plaza mayor se llega hasta la casa de otro Premio Nobel de la ciudad, Thomas Mann. Al lado se encuentra la preciosa iglesia de Santa María, que sirvió de ejemplo arquitectónico a muchas iglesias de las ciudades de la Liga Hanseática.

Llegué al ayuntamiento de Lübeck, buen ejemplo de mezcla de estilos arquitectónicos con elementos góticos, renacentistas y barrocos, que se mezclan de forma mágica. La plaza estaba llena de puestos de comida de todo el mundo. Sin embargo, no podía dejar de probar el café Niedergger, un local histórico de la ciudad por sus deliciosos mazapanes, que compré. Además, me quedé para probar su famosa Nusstorte: pastel de nuez de mazapán Niederegger cubierto de crema fina de avellanas y una jugosa capa de mazapán. Y antes pedí una Ofenkartoffel (o patata seleccionada asada con salsa de cebollino) acompañada de ensalada y salmón. 

Tras la comida, subí al segundo piso donde se explica la historia del fabricante a través de carteles, objetos y vídeos. Lo más curioso son las 12 estatuas a tamaño real de personas remarcables en la historia de la ciudad hechas enteramente de mazapán.

Finalmente, llegué a la imponente iglesia románica de San Pedro, ahora desacralizada, que es un centro de convenciones y exhibiciones. Su interior, blanco impoluto, alberga exposiciones temporales. También encontramos una tienda de recuerdos y un restaurante. Pero lo más impresionante es el estupendo mirador de su torre, que ofrece una de las vistas más bonitas de la ciudad, y al que accedí por ascensor previo pago. Las vistas fueron la mejor despedida de esta ciudad, que me brindó un precioso día soleado para recorrerla.

dilluns, 20 de juny del 2022

La comarca de la Vera y el valle del Jerte

La Extremadura más verde

Extremadura, junto con Cantabria, era una de las dos Comunidades Autónomas españolas que me quedaban por visitar. Y decidí descubrirla a través de una de sus zonas más bellas: las comarcas de la Vera y del valle del Jerte. Regadas por afluentes que caen de sus montañas hacia ambos ríos que discurren por sendos valles, estas comarcas son verdes y generosas en la producción de frutas y hortalizas. Desde los famosos espárragos y el 80% del tabaco español surge de la comarca de la Vera. Y por supuesto, el famoso pimentón de la Vera. Del valle del Jerte vienen más de la mitad de las cerezas del país, y sin duda, las más famosas. Productos de calidad de una tierra excepcional.

Por tanto, las comarcas son perfectas para hacer rutas, disfrutar de una gastronomía deliciosa y descubrir patrimonio histórico destacable. Y todo a unas horas en coche de Madrid, perfecto para una excursión de fin de semana.

La Vera

Al llegar el viernes, nos instalamos en Jarandilla de la Vera, en el hotel Don Juan de Austria, una buena base para descubrir la Vera y el Jerte. El hotel cuenta con un spa estupendo para las frías tardes de invierno o principios de primavera. Y pese a que las camas son muy cómodas, las habitaciones son algo pequeñas, especialmente los baños. El de nuestra habitación, además, no tenía pared, sino una enorme cristalera que hacía complicada la privacidad. Tenedlo en cuenta.

El restaurante del hotel también es bueno. Como llegamos tarde y queríamos aprovechar el spa del hotel, cenamos allí y no está mal. Pedimos torta del casar con pimentón de la Vera, ensalada de perdiz en escabeche y otras delicatessen. El desayuno bastante completo, con cosas para todos los gustos y muchos alimentos y productos de proximidad salados, como el queso fresco de cabra o la cachuela (un untable de hígado de cerdo frito en manteca de cerdo con ajo, pimentón, comino y laurel), así como los dulces de la zona: perrunillas o pestiños. Y respecto al spa, lo único malo es que son muy estrictos con los tiempos en cada parte del mismo y no hay privacidad puesto que hay varias personas a la vez usando cada una de las estaciones del mismo: piscina de agua fría con chorros, jacuzzi, sauna turca, sauna finlandesa y, finalmente, duchas aromaterápicas y bifásicas (de chorros calientes y fríos alternativamente).

La gran atracción turística de la Vera es el monasterio de Yuste, un humilde complejo monástico donde se alojó Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico tras abdicar la Corona en su hijo Felipe II en 1557. Se encuentra en Cuacos de Yuste, una población a pocos minutos en coche de Jarandilla. Allí, justo antes de llegar al monasterio, encontramos un monumento presidido por Carlos I y donde le acompañan personajes clave de su reinado, como Cortés, Pizarro, Bartolomé de las Casas o la Malinche.

Pese a que los monjes jerónimos siguen residiendo allí (solo que en este caso son todos polacos), se pueden visitar la mayoría de sus instalaciones, incluyendo los preciosos patios gótico y plateresco respectivamente. El plateresco tuvo tres pisos (algo insólito) pero ahora solo tiene dos porque se hundía y tuvieron que quitarle peso. La iglesia también vale la pena, sobre todo por el escudo imperial que corona el altar. De hecho, el bello altar se hizo tras la muerte de Carlos I. Lo encargó su hijo, Felipe II, a Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial.

Y por supuesto, hay que pasearse por las humildes estancias reales, con la habitación, sala de estar y despacho del emperador abdicado. Uno se imagina al ex emperador leyendo correspondencia desde su butaca especial para sostener su pierna con gota situada hacia el jardín para disfrutar de las vistas de los jardines, por cierto también deliciosos, especialmente el agradable estanque donde Carlos I pescaba. 

Tras visitar el monasterio, nos adentramos por la pintoresca carretera que lleva a Garganta de la Olla, atravesando bellísimos paisajes boscosos. No muy lejos está el Villa Xarahiz Restaurant, con una carta llena de sorprendentes y originales recetas con productos de la Vera. Para beber pedimos la cerveza de cerezas "Cerex", hecha en Extremadura. Empezamos con una alcachofa confitada con hígado de bacalao y alioli negro muy rica, siguiendo con una original ensalada de queso fresco y peras infusionadas en oloroso con lascas de foie y nuez de macadamia, que nos dejó algo más indiferentes.

De principal pedimos cabrito verato asado a la mantequilla con salsa agridulce de frambuesas y pimentón, que estaba bueno pero no sorprendente. También pluma ibérica de bellota con revolconas y torta del Casar, que le fallaba el hecho de tener mucha grasa la pluma. Lo mejor de todo fue el solomillo de venado con foie en hojaldre con setas y trigueros en salsa de membrillo. Delicioso. Y de postres: las peras especiadas al azafrán con crema de naranja y el sorbete de frutos rojos de la Vera al vermut artesano. Muchísimo mejor el primero.

Finalmente, y de vuelta a Jarandilla de la Vera, además, hay que visitar su precioso parador nacional. Se trata de un palacio-castillo del siglo XV en el que residió varios meses Carlos I mientras construían sus habitaciones en el monasterio de Yuste. Su patio es bellísimo, y su sala de estar con el agradable balcón, impresionante. Además, su restaurante es un excelente lugar para probar los ingredientes y recetas de la zona. Nosotros cenamos allí la segunda noche, empezando con unos bocados de pimiento y espuma de torta del Casar cortesía del parador. De primero pedimos una casera sopa de judías verdes con pan de Guijo y crujiente ibérico. Y de segundo, yo pedí presa ibérica 100% raza autóctona con pastel de patata y manzana. Y de postre, unos deliciosos repápalos con leche, canela y anís. Para beber pedimos vino tinto de Extremadura. Lugar espectacular tanto por la comida, el ambiente y el amabilísimo y super eficiente servicio.

Valle del Jerte

Y si la Vera nos ofrece una gran gastronomía y monumentos históricos clave, el valle del Jerte nos conquistó por sus paisajes. Un mar de flores blancas nos esperaba al bajar en coche de la sierra de Tormantos. En abril los encontraréis en flor, todas blancas o rosáceas pálidas, siendo polinizadas por abejas para convertirse así en jugosas cerezas en mayo. Nosotros aún vimos algún que otro árbol pelado, cosas del cambio climático.


Optamos por hacer una de las rutas más bonitas: la de las cascadas de la garganta de las Nogaleas, de no más de dos horas, recorriendo senderos alrededor de varias caudalosas cascadas, provenientes de las nieves que aún permanecían en las cimas de las montañas (pese a ser ya abril) que regaban generosamente este bonito valle, cuyas laderas han sido casi todas transformadas en bancales para cultivar cerezos.

Tras la ruta, en el pueblo de Jerte disfrutamos de una alegre feria de productos artesanales de la zona, con quesos, embutidos y mermeladas (muchas de cereza, claro). Su plaza de la Constitución, con casas de piedra y balcones de madera, y una fuente en un lado, es también muy representativa de la arquitectura de la región.

Almorzamos en el restaurante "La Cabaña del Jerte" que pese a tener un servicio algo lento (entendible, porque el restaurante estaba a tope), sirve algunos platos especialmente deliciosos, por lo que vale la pena ser pacientes. El gazpacho de cereza está espectacular. 100% recomendable y probablemente uno de los mejores que he probado en mi vida. El zorongollo extremeño también nos gustó, mientras que la trucha de las gargantas en escabeche no nos hizo tanta gracia. En cambio, los huevos rotos con picadillo del Jerte estaban buenísimos. Otro consejo: evitad los postres.

En definitiva, esta verde zona de Extremadura es un lugar perfecto para descansar un fin de semana o incluso para pasar varios días: rutas, comida e historia os esperan. En mi caso, una agradable sorpresa descubrir Extremadura por una de sus zonas más verdes y bellas.