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dilluns, 22 d’agost del 2011

La Manila más curiosa

Más allá de las los paseos en calesa por las calles coloniales de Intramuros, de disfrutar de la puesta de sol en Roxas Boulevard o de las compras de perlas a buen precio en Greenhills, la capital filipina ofrece muchas actividades curiosas para los pocos turístas que deciden adentrarse en el laberinto ruidoso y húmedo de sus calles.

Una de las atracciones turísticas más sorprendentes es el Cementerio Chino. Situado al norte de Chinatown, y fácilmente accesible desde la estación de metro de Padre Abad, encontramos este lugar mezcla de las influencias china y mexicana en Manila. Aquí es donde los ciudadanos chinos con dinero son enterrados, la mayoría en mausoleos que parecen pequeñas (o grandes) residencias veraniegas. La mayoría tienen agua corriente (muchos caliente y fría), baños y algunos incluso aire acondicionado, cocinas... los más ricos tisponen también de enormes lámparas araña de cristal, sofás... Si buscáis una visitad guiada, preguntad a los guardas, ya que ellos conocen a los vecinos del barrio que nos explicarán la historia de las tumbas más ostentosas por un precio razonable. Los días 1 y 2 de noviembre (Todos los Santos y el día de Difuntos), cientos de familias "chinoy" acuden a las tumbas de sus seres queridos para ofrecer flores y comida a sus ancestros, así como para reunirse y comer ellos mismos allí.


El mejor momento para vistarlo es horas antes del cierre (a las 19pm), cuando el sol empieza a ponerse y ya no queda apenas gente por las calles de este pequeño barrio fantasma. Los perros vagabundos añaden misterio y tenebrosidad al paseo. En algunas tumbas viven incluso familias sin recursos que tienden la ropa en los balcones de estas residencias fantasmagóricas. Hay para todos los gustos, desde adosados repetitivos e iguales de dos pisos hasta auténticas mansiones tipo "Ocean Drive". Y todas con sus tumbas en medio de los salones...


Para reponernos de la extraña visita y tomar algo, Manila cuenta con uno de los bares más extraños del mundo: el Hobbit House. Se encuentra en Malate, un barrio de bares más baratos y cutres que los de Makati. Entrar por su puerta redonda es adentarse en un local estilo "La Comarca" del Señor de los Anillos. Sus camareros son todos filipinos con enanismo. Algunos clientes encuentran esto gracioso, otros toman fotos sin parar y algunos lo encuentran desagradable. Además, cuenta con cantantes de blues en directo todas las tardes y noches.

Su carta ofrece una larguísima lista de cervezas de importación de todos los rincones del mundo. Tal vez el único problema es que, si bien en la carta los precios parecen razonables, luego la carga de los impuestos y sobretodo, del carísimo servicio, suben la cuenta a cantidades exageradas que hacen plantearse a muchos clientes si realmente merece la pena tomarse algo en este local de gente menuda. Que cada cual decida.

Si lo que nos apetece es un plan más cultural, lo mejor es dirigirse a Makati y pasar la tarde en el Ayala Museum. Arte, historia y artesanía filipina son la especialidad de este moderno museo. Empezando por la cuarta planta, encontramos cerámica, telas y lo mejor, joyas y oro filipino. La tercera planta contiene una muestra no muy grande de cuadros de los pintores filipinos más famosos como Luna y Amorsolo.

Por último, el segundo piso contiene una interesantísima muestra de más de 50 dioramas muy bien hechos que muestran los momentos clave de la historia filipina, desde la prehistoria más lejana hasta llegar a la revolución pacífica "EDSA" y la reconquista de la democracia en 1986 con la primera mujer presidenta de Filipinas: Corazón "Cory" Aquino. También hay algunas maquetas de barcos antiguos que pasaron por las águas del país archipelágico por excelencia.

En la planta baja existe una zona habilitada para exposiciones temporales. Actualmente está ocupada por una copia del Gernika gigante rodeada de varios cuadros y estatuas de 50 artistas filipinos y 50 españoles que reinterpretan en esas obras al cuadro más famoso de Picasso.

Y para todos los que puedan levantarse un sábado por la mañana (algo difícil por lo movida que es la noche en la capital filipina), el plan más recomendable es dirigirse al Salcedo Food Market. Se trata de una iniciativa vecinal que cuajó y ahora se ha consolidado como el paraíso de los amantes de la buena comida. En este pequeño parque rodeado de imponentes rascacielos residenciales encontramos platos preparados en casa de todos los rincones de Filipinas, pero también de todos los rincones del mundo: desde galettes bretonas a moussaka griega. Sin embargo, ya que estamos aqui, qué mejor que darse una vuelta por las islas sin salir de Makati (gastronómicamente hablando, claro). Desde el picante Bicol exprés, al jugoso lechón Cebú. También podemos decantarnos por el plato nacional: el adobo de pollo. O diriginos al puesto de Negros y degustar un sabroso pollo inasal (a la parrilla) o una deliciosa longanissa. Buscad el fresco queso de carabao. Las lumpiangs (frescas o fritas) caseras están de muerte. Y de postre, nada mejor que comprar una bandejita de alguna de las decenas de frutas tropicales peladas y troceadas que venden en los fragantes puestos de frutas y verduras.



Disponeos a curiosear primero por las diferentes casetas, disfrutando de los olores y colores de los diferentes manjares. Cuando os decidáis, id con vuestro plato a las mesitas del centro, mezclaos con el vecindario y preparaos para el festival gastronómico que viviréis esa mañana.

Dejando de lado los ultramodernos rascacielos de Makati, un lugar histórico de la ciudad es el decandente Manila Hotel, en pleno centro, que sin embargo guarda la grandeza que tuvo, no una vez, sino dos. En el momento de su inauguración (a principios de siglo) y posteriormente, durante el gobierno de Ferdinand Marcos, ya que su mujer, la famosísima Imelda, se dedicó a renovarlo y ponerlo de nuevo a tono en los años setenta atrayendo así a famosos como los Beatles o al presidente Kennedy.

Su hall es espectacular, con decenas de grandes lámparas de coral que cubren los altísimos techos. Sus cafeterías destilan elegancia aunque tomarse algo en ellas supondrá siempre un precio muy elevado para la media de la ciudad.

Pero la principal razón de acudir a este hotel es por la pequeña curiosidad que os recomiendo: vestios bien, dirijíos tranquilamente a la recepción, y pedid visitar la suite McArthur. Las amables filipinas os acompañarán a la enorme suite, más grande que muchos apartamentos que he visto. Es interesante ver el lugar que fue residencia durante cuatro años de uno de los generales más controvertidos de los EE.UU. Sin duda, fue él quien gobernó Filipinas durante los años cuarenta, más allá de que nominalmente hubiera un presidente filipino en el poder.

Recorrer la habitación, su despacho, el deslumbrante comedor con sus medallas enmarcadas o la cómoda sala de estar, es como volver atrás a los duros años de la posguerra, cuando Manila estaba destruida y éste general planeaba bombardear China con armas nucleares desde estas lujosas estancias.

Cementerio de Chinatown
Rizal Avenue extension Aurora Boulevard – LRT-1: Abad Santos

Hobbit House
1212, M H. Del Pilar St. - LRT-1: United Nations Avenue

Ayala Museum
Greenbelt 5 - Ayala Avenue – MRT-:Ayala

Salcedo Food Market
Jaime Velazquez Park - Salcedo Village - Taxi

Manila Hotel
1, Rizal Park - Taxi

dimarts, 9 d’agost del 2011

Ibiza

Eivissa, la grande de las Pitiusas, es uno de los lugares a los que me gusta volver. Ya es la tercera vez, y sin duda habrán muchas más ocasiones. Cuidado, porque si vais una vez, volveréis seguro: es un lugar que enamora.

Eso sí, personalmente recomiendo acudir los meses de junio o septiembre. La temperatura ya es cálida sin sofocar, hay mucho ambiente sin ser masivo y toda la oferta cultural, turística y festiva de la ciudad funciona a pleno rendimiento como en julio y agosto, pero a precios ligeramente inferiores. A pesar de todo, esta vez fui al finales de julio, pero debido a la situación de la pandemia, y a que por primera vez no hay temporada de discotecas, la isla estaba mucho más tranquila que de costumbre.

Como mi primera vez fue hace mucho y mi tercera vez ha sido una visita corta de dos días, matendré la narración que hice de mi segunda visita, con certeza la más especial. El caso es que aterrizamos el primer día por la tarde, cuando al sol le quedaban apenas unas horas de lucir, y con temperaturas muy agradables. Tras instalarnos en el hotel Don Quijote, en plena playa de Ses Figueretes, nos dirigímos al puerto para cenar algo y dar el primer paseo por la isla.

Quise volver a pasear por Sa Penya, el barrio a los pies de Dalt Vila. Es uno de los más animados de la ciudad. De noche, cientos de bares y terrazas se llenan de noctámbulos al acecho de una copa y también de un buen descuento para la mejor fiesta de la noche en una de las grandes discotecas. Con un poco de suerte, y haciendo amigos, incluso se podrá entrar gratis a algunas de las míticas fiestas, como la "Matinée" de Space o la "Troya" en Amnesia. El público LGTBI disfrutará especialmente de la pléyade de bares y terrazas a lo largo del carrer de la Mare de Déu.

Una de las cosas que más me gusta hacer en Ibiza es remontar Dalt Vila a través del Portal de Ses Taules con su larga rampa de piedra, entrando en la pequeña plaza de armas. Y observar, desde la tranquilidad y el silencio de la plaza de la Catedral, la agitada noche de los barrios de abajo, o más allá las luces de Pacha o la autopista a Sant Antoni. Caminar un poco más hacia las murallas y sentarse en silencio en su borde para respirar el aire limpio del mar con un suave olor a los pinos de la isla. Dejar que la brisa mediterránea, templada, agradable, nos acaricie la piel y disfrutar con el suave sonido de las olas admirando los yates y barcos varados en las aguas cercanas, pequeñitos en la lejanía, con sus lucecitas, donde se celebran algunas fiestas privadas. El lugar más romántico de la isla en una noche de junio de entre semana es, sin duda, la desierta plaza de España de noche, con unas vistas del mar y la isla impresionantes, una brisa perfecta y un profundo olor a pino que surge del parque de arriba.

Dalt Vila es uno de los oasis de silencio, tranquilidad y soledad que Eivissa ofrece, y que a la vez permite asomarse a las grandes fiestas que están teniendo lugar en el valle. A pesar de ser una antigua fortaleza, actualmente se encuentra plenamente integrada en la vida normla de la ciudad, con residencias, pequeños restaurantes, hornos, ultramarinos. Tal vez sigue mantiendo su función de fortaleza, pero esta vez frente a la fiesta, las masas y los ruidos de los otros barrios de la ciudad. El remanso de paz y el ambiente de pueblo que mantiene ferozmente Dalt Vila es impresionante. Su mezcla de arquitectura románica (con la catedral como máximo exponente), gótica (en palacetes e iglesias dispersas) y renacentista (sobretodo en las murallas) ofrece callejones con encanto sin igual.

Tras la noche de callejeo, al día siguiente tocaba playa. Con uno de los autobuses que salen de la céntrica avenida Isidor Macabich, y haciendo intercambio en la parada central de buses de Sant Antoni, nos dirigimos a la cala Gracioneta, pequeña y preciosa, aunque con un pequeño (gran) problema: siempre está a tope de gente. Su fácil acceso por transporte público, así como su cercanía a algunos hoteles (que por suerte no se ven desde la cala) hacen que sea un lugar muy frecuentado. Este fue el pequeño "castigo" por habernos dejado nuestros respectivos permisos de conducir en Madrid. A media tarde, cansados de sol y playa, volvimos a Ibiza capital.

Cuando ya el sol está tan bajo que no apetece estar en la playa, pero aún está lo suficientemente alto como para tener que esperar para cenar, lo mejor es darse una vuelta por Sa Penya, para curiosear en sus cientos de tiendas, especialmente las de ropa ibicenca o en las tiendas oficiales de las discotecas. Y entre tienda y tienda nada mejor que refrescarse en Gelato Ibiza, donde disfrutar de los mejores helados de la isla. La heladería se sitúa en Vara de Rey, el paseo arbolado por anatomasia de la ciudad, que une la ciudad antigua con el nuevo Eixample.

Tras esta pequeña vuelta, volvimos al hotel para una rápida cena y ducha, nos cambiamos y nos dirigimos de nuevo a Sa Penya, tomandonos como primera copa un espumoso cava en el Pura Vida, que cuenta con una agradable terraza en la bonita plaza del Parc. Tras comprobar si el dueño era o no tico, remontamos por las callejuelas de Sa Penya hasta llegar de nuevo un bar-terraza donde nos habíamos tomado unas copas el día anterior y nos habíamos hecho amigos de la italiana que lleva las relaciones públicas del local. Así que nos tomamos un chupito de hierbas ibicencas cortesía de la casa, y seguimos nuestro camino a la búsqueda de nuevos lugares. Recalamos por fin en Blue, que cuenta con una anímadisima terraza a los pies de Dalt Vila donde conocimos a unos holandeses. Nos contaron que, al día siguiente, iban a la fiesta de la Troya.

Al día siguiente, de nuevo en Sa Penya, desayunamos en el Croissant Show, justo enfrente del Mercat. Se trata de un lugar pintoresco y animado donde tomar el pulso a la animada mañana ibicenca. Por cierto, el Croissant Show es un local perfecto para los nostálgicos de la bollería francesa. Aquí la hacen exactamente igual que en las boulangeries parisinas. Tal cual. Además del preceptivo croissant, y del sano zumo de naranja natural, opté por tomarme, además, una baguette crujiente y calentita con terrine de canard y pepinillos. Un gran desayuno. Justo enfrente se encuentra el mercado público de la ciudad, cobijado en un edificio neoclásico que imita un antiguo templo griego y donde encontraréis desde paradas de frutas y verduras frescas hasta artesanía, flores e incluso puestos especializados en la mítica sal de Ibiza. Y hablando de sal, ese día pusimos rumbo a platja Ses Salines, una playa alargada y muy animada detrás de las curiosas salinas de Ibiza, una infraestructura enorme construída en tiempo de los romanos para extraer sal del mar y comerciar con ella. Tras pasar el dia disfrutando de las cristalinas aguas, viendo los yates y a gogós y RRPP de las diferentes discotecas repartiendo descuentos para las fiestas de la noche, volvimos al hotel a cenar y descansar un rato.

Ya de noche, de nuevo rumbo a Sa Penya para tomarnos las primeras copas en la terraza de nuestra amiga italiana. Esta terraza, además de tener un precio aceptable, y de invitarnos a chupitos, está situado en un lugar precioso, en medio de calles empedradas, empinadas y estrechas y rodeado de casas blanquísimas. Tuvimos la gran suerte de que pasaron por allí la Troya (la drag-queen más famosa de Ibiza) con toda su corte de gogós. Y resultó que la mayoría eran amigos de nuestra colega la italiana del bar. Así que tras los saludos y las fotos, nos pusieron una pulserita de entrada gratis a la fiesta más famosa de Amnesia, que se celebra todos los miércoles. Y eso que normalmente cuesta 40 euros entrar. Un ratito más de copeo y enseguida taxi a Amnesia, situada a mitad de la autopista que une Ibiza con Sant Antoni.

He de decir que me encantó esta discoteca. Con sus dos salas gigantes, podemos elegir dos tipos de música. En una, cientos de bailarinas y con un tipazo de infarto danzan en el segundo piso con movimientos que hipnotizan mientras que en la pista de bajo cientos de personas se mueven al ritmo de la mejor música house. En la otra sala, los y las miembros de la corte de la Troya rodean la enorme pista situados en sus podiums, moviendose con sus extraños bailes, mientras que de vez en cuando la misma Troya sale a su propio escenario para dar sus charlas raras y cantar su canción. La música suele ser más electro-dance con algunas canciones del momento remixeadas. Lo mejor de esta sala son los enormes chorros de aire frio con humo que salen a toda presión durante los momentos de "subidón" de las canciones.

La mañana siguiente, cansados, la consagramos a la piscina del hotel. Situada en el terrado, se podían apreciar las vistas de toda la ciudad de Ibiza. La verdad es que lo único bonito es Dalt Vila, el resto de barrios de la capital pitiusa dejan bastante que desear.

El sol y piscina de la mañana dieron paso a una tarde de turismo por Dalt Vila. Remontando sus estrechas calles entramos en el Museu Puget, para curiosear fotos de la Ibiza de los años 50. Vale la pena entrar también por estar situado en un antiguo palacio, el de Can Comasema. Después, coronamos el barrio en el impresionante mirador donde admirar el puerto. Entramos en la robusta catedral de Santa Maria de Mitjavila, gótica, sorprediéndonos la gran losa de marmol en una de las paredes, dedicada a los caídos "por Dios y por España" siendo que el primero es un familiar del ex ministro de Asuntos Exteriores Abel Matutes, también conocido por ser uno de los "caciques" de la isla.

Bajamos y cogimos un bus rumbo a Sant Antoni, para ver una de las puestas de sol más famosas: la que se da en el paseo marítimo donde está situado el mundialmente conocido Café del Mar. Un consejo básico: compraos vuestra bebida favorita en uno de los supermercados del centro de Sant Antoni, sentaos en las rocas de delante del Café del Mar y preparaos para disfrutar de la misma increíble puesta de sol que los que están pagando cinco veces más por vuestra bebida en la terraza del famoso café. Y además, estareis escuchando la misma música (las inigualables remezclas del café). Eso es lo que hicimos. Cuando el sol se fue, nosotros, paseando por el paseo marítimo con la luz crespuscular, fuimos captados por un simpártico RRPP italiano (como no) para cenar en un restaurante con espectáculo enfrente del mar, con una jarra de sangría gratis invitación de la casa. No nos arrepentimos, ya que la carta de comida italiana o pollo con curry era sencilla pero a buen precio, y además, la terraza, con piscina y todo, era muy agradable, enfrente de la bahía, con la suave brisa del mar refrescándola. Para acabar de mejorarlo, tuvimos el espectáculo, que al principio consistió en un soso grupo de chicas de la discoteca Edén que apenas bailaron. Pero luego, un grupo de acróbatas nos impresionó mientras una tragafuegos hacia un número espectacular. Además, un amable señor iba con una shisha ofreciéndola a los asistentes para que la probaran.

Volvimos a Ibiza ciudad para las fiestas de Sant Joan ya que ponían fuegos artificiales, hoguera grande y DJ en la playa de Ses Figueretes, enfrente de nuestro hotel. Llegamos justo a tiempo, con las luces de colores creadas por la pólvora iluminando la noche más corta del año, el DJ pinchando a tope y la gran foguera de trozos de madera que se empezaban a consumir por enormes lenguas de fuego.

Tras un ratito allí, rápidamente nos fuimos al puerto, rumbo a la discoteca más más famosa de la isla, y tal vez del mundo: Pacha. Y por supuesto, elegimos ir el jueves por tener lugar la fiesta más conocida: F*** me I'm Famous by David Guetta feat. Cathy. He de decir que es un espectáculo que hay que ver al menos una vez en al vida. El DJ número uno a nivel mundial es además muy cercano al público, y lo da todo en sus sesiones. Se emociona como el que más y, si tenéis la suerte de estar cerca de la cabina, le podremos saludar chocándole la mano personalmente. El equipo de luces y de sonido es increíble, las decenas de gogós bailando o columpiándose crean un ambiente de fiesta total. Además, de vez en cuando aparece Cathy, la guapísima mujer de David, para animar aún más la fiesta lanzando globos, abanicos y bailando. Los famosos robots de Pacha, que se mezclan a bailar con el público, con sus miles de lucecitas, sus movimientos y su lanzamiento de láser, llamas o chorros de aire helado completan el show. Y por supuesto, los éxitos del DJ francés remezclados en directo por él mismo, suenan en un alarde de excelencia musical. 

Problemas: las copas a 25 euros, las cientos de personas que abarrotan la fiesta haciendo imposible moverse o el local, mucho menos impresionante que Amnesia, por ejemplo. Pero bueno, Pacha Ibiza siempre será Pacha Ibiza.

Tras acabar la fiesta, con el sol asomando por arriba de Dalt Vila, nos fuimos a dormir un rato. Cuando nos levantamos, decidimos celebrar Sant Joan comiendo en uno de los restaurantes más antiguos y populares de la capital pitiusa: precisamente el bar Sant Joan. Barato y de la mejor calidad que se pueda encontrar en Ibiza, con comida tradiciona de la isla. Un poco oscuro, alicatado y con puertas de madera, este local es una auténtica tasca tradicional, limpia pero siempre abarrotada. Hay que estar dispuesto a compartir mesa con desconocidos, ya que los sitios son muy limitados. Una sepia a la plancha con ensalada mediterránea y limonada recién exprimida fueron mis elecciones. Asimismo, pedimos para el centro algunos calamares y un cuenco de all i oli casero. Y de postre, un trozo de greixonera, el típico pudín ibicenco, muy jugoso y con un sueve toque de canela, hecho a base de ensaimadas revenidas.

Tras una comida sana y por cierto, barata, andamos un rato, atravesando el puerto hasta llegar a la platja Talamanca. Con forma de media luna, es una playa aceptable, por ser muy accesible y estar poco urbanizada. Con esta agradable tarde en la playa pusimos punto y final a nuestros cinco dias en la "isla bonita". Espero volver lo más pronto posible.

dilluns, 1 d’agost del 2011

De restaurantes por Manila.

 Manila es actualmente un conglomerado de 17 ciudades unificadas por decreto en época de la dictadura de Marcos, treinta años atrás. Por eso, Metro Manila, con sus 12 millones de habitantes, es una metrópolis en la que encontrar todo tipo de comida, aunque obviamente siempre es más fácil encontrar restaurantes chinos, thai o japoneses, que restaurantes franceses o brasileños. Además, los filipinos están orgullosos de su gastronomía nacional por lo que la gran mayoría de restaurantes de la ciudad (sin contar con los cientos de locales de comida rápida) están especializados en la cocina pinoy.

Los platos nacionales, siempre con la base de los ingredientes, sabores y gustos locales, han recibido grandes influencias de los españoles (primeros colonizadores) y chinos (fuerte inmigración durante toda la historia). Pero también de los norteamericanos (segundos colonizadores) después. Esta interesante mezcla ha dado lugar a que la mesa filipina sea muy variada tanto en maneras de preparación como en texturas y sabores.

En esta entrada intentaré comentar mis incursiones por algunos restaurantes emblemáticos de la capital donde apreciar las cocinas nacional e internacional. Por cierto, a precios siempre muy bajos para la mayoría de occidentales. Comer bien en un restaurante decente a la carta nunca suele superar los 20 euros (1,400 pesos) con todo incluido, algo impensable en Europa. Si pedimos menú el precio bajará bastante y si lo que escogemos es cenar, tal vez paguemos un poco más. Lo que tiene que quedar claro es que será raro superar los 25 euros por persona incluyendo bebidas, incluso en los lugares más pijos.

Empezaremos por Intramuros, el barrio amurallado donde originalmente vivieron los colonizadores españoles, separados de la población indígena, en las típicas mansiones coloniales, en cuyas cocinas se gestó la gastronomía criolla tan bien reflejada en Barbara's. Este restaurante, enfrente de la preciosa iglesia de San Agustín (una de los primeros templos católicos construidos en Extremo Oriente) está situado en una auténtica mansión hispanofilipina y nos ofrece un estupendo buffet colonial a mediodía, tal y como lo hacían varios siglos atrás los españoles ultramarinos.

Todos aquellos que deseen desatar durante unas horas al colonizador que llevan dentro, se sentirán en su salsa cortando los crujientes trozos de lechón asado con cubiertos de plata en una mesa con mantel y servilletas de tela. La limonada de kalamansi (la pequeñísima lima filipina) es servida con hielo en elegantes jarras con apliques de plata y bebida en copas de cristal. Además, el comedor está situado en el segundo piso de un partio cuyo suelo es de madera, está iluminado por un gran candelabro de plata. Aunque sin duda, lo que nos traslada a siglos pasados es la banda de músicos en directo que toca instrumentos tan españoles como la guitarra. Sus ritmos hispanos y sus canciones en español antiguo dan el toque de gracia a este local tan especial, por cierto, a precios medios.

Algo más caro encontramos el excelente buffet del Spiral, el restaurante del lujoso Sofitel Plaza Manila. Además de una enorme variedad de platos internacionales con especial énfasis en las cocinas china, japonesa y mediterránea, el buffet es un lugar excelente donde conocer los platos nacionales filipinos. Su calidad es indiscutible y el refinado ambiente, insuperable. De hecho, numerosos críticos lo han calificado como el mejor buffet de toda Asia.

Además de trozos de pescados locales que los cocineros nos asarán a la parilla al momento delante de nuestros ojos, uno de los platos que alcanzan la perfección aquí es, precisamente, el postre más filipino que existe: el halo-halo. Los pinoys consiguen resumir en un vaso su idiosincrasia nacional. Trozos de frutas en almíbar, maíz dulce, garbanzos, alubias y gominolas mezcladas con hielo picado y todo ello regado con almíbar y leche de coco, coronado por un poco de helado de ube (una fruta filipina de color morado) y un trozo de leche-flán (el flan español al estilo filipino).

En efecto, los españoles les trajimos el flan, los chinos el gusto por usar el maíz, los garbanzos y las alubias en los postres, los norteamericanos le metieron gominolas y los filipinos lo enfriaron todo para aminorar las temperaturas tropicales de la capital, le añadieron algunas de sus frutas y su helado favorito (el de ube) y lo endulzaron todo con almíbar y leche de coco. He aquí una nación resumida en un postre.

En el buffet del Spiral, los ingredientes de este postre son de la mejor calidad y están elegantemente separados para que cada cual se construya su halo-halo al gusto. No hay forma mejor de acabar una excelente comida.

Si lo que se quiere es probar la cocina filipina casera del siglo pasado, entonces hay que dirigirse a uno de los restaurantes más curiosos y románticos de la ciudad: La Cocina de Tita Moning. Situado en una casona del barrio de San Miguel, este restaurante solo es accesible mediante reserva en la cual elegiremos uno de los catorce menús propuestos. Para llegar hay que pasar el control de seguridad del Palacio de Malacañang, ya que la casona está situada en el barrio presidencial. Cuando lleguemos, nos servirán un té frío con "lemongrass" acompañado de unas tostas de queso de bola (típico filipino) derretido.

Luego haremos el tour por la antigua casa de Tita Moning, Doña Ramona Legarda, esposa de Don Alejandro Legarda, un renombrado doctor filipino. Los nietos de esta señora, cuando murieron sus abuelos, decidieron poner la casona y el servicio a trabajar como un restaurante que sirviera exactamente los platos que los señores de la casa solían comer desde el siglo pasado. Por eso, primero visitaremos la antigua biblioteca del doctor (con numerosos tomos médicos en castellano), la sala de observaciones (donde hay un esqueleto real) o las habitaciones y salones, con decoración de la época y cuadros de artistas filipinos de gran valor. Tras la ruta, nos sentarán en elegantes mesas servidas tal y como hacían los señores de la casa en sus decenas de fiestas, y se nos servirá el menú escogido, que seguramente se sirvió en innumerables ocasiones.

Mi cena empezó con el servicio de pan, mantequilla y "salsa monja", un condimento que las monjas hacían para acompañar las comidas y darles un toque más sabroso, a base de ajos y cebollas. Luego seguimos con una ensalada de remolacha rostizada con lechugas y queso de cabra de Davao tostados con nueces caramelizadas. Luego vino la Sopa de Oro, una deliciosa sopa con base de calabaza. Seguimos con la especialidad de Tita Moning: el filete de cerdo lentamente asado en filete acompañado de crujientes cortezas con una deliciosa salsa y batata endulzada.

También nos sirvieron una pequeña "paella valenciana", buena pero nada valenciana, y ubod fresco salteado, que es una verdura típica filipina. Todo regado con agua de pandan, que es algo muy filipino, un sabor muy fuerte pero curioso que ya pasó de moda ponerlo en el agua (como si se hacía antes) y sólo se usa para ciertos refrescos y postres.

De postre, empezamos con bananas de Saba caramelizadas con salsa de Vermouth caliente, seguimos con un plato de frutas de temporada y acabamos con el delicioso pudding de pan y mantequilla de Tita Moning, acompañado de una taza de chocolate nativo espeso y caliente.

Todo el servicio de la mesa, que tiene un centro de pétalos de rosas con velas y una estátua de cristal de Murano que compró Tita Moning en un viaje a Italia en 1920. La porcelana, copas y cubiertos que usaremos forman parte de la colección que los Legarda hicieron durante sus innumerables viajes. Cada mesa tiene un objeto decorativo diferente, todos de gran valor. Es una experiencia sin igual, con un buen servicio y un ambiente de ensueño. Perfecto para cenas románticas o para recordar la Manila más elegante.

Otro lugar donde probar la cocina mestiza o hispanofilipina es el Don Quixote, el restaurante del Casino Español. Hasta hace unas décadas era el lugar donde los españoles residentes en la capital se asociaban para poner en marcha actividades culturales, deportivas, gastronómícas, asistenciales, festivas... etc. Por supuesto, no podía faltar en el Casino un buen restaurante en el que los socios pudieran comer o cenar de vez en cuando así como celebrar sus reuniones, fiestas o eventos acompañados de buena comida.

El Don Quixote está decorado al estilo de la típica taberna castellana. Las especialidades filipinas e hispanas al estilo filipino se mezclan en la carta. Pero que nadie crea que la paella "a la valenciana" va a saber igual que en l'Albufera de Valencia: aquí la hacen en recipientes diferentes y mezclan pollo con marisco. Sin embargo, la sopa de ajo que preparan es la mejor de toda Manila, con sus trocitos de chorizo incluidos. Uno de los mejores platos mestizos servidos aquí es el sug po langostino con aligui. Se trata de langostinos ya pelados preparados en una deliciosa salsa con huevas de cangrejo.

Si se hecha de menos el cordero lechal a la brasa, los calamares a la romana o una buena copa de Rioja, este es el lugar donde matar la morriña, a muy buen precio. Son muy recomendables los tres menús del mediodía, que cambian cada día, por menos de 10 euros. Además, los camareros hablan español.

Pero no todo es comida filipina o criolla en Manila. Como ciudad cosmopolita, también dispone de excelentes restaurantes de comida internacional. Uno de los mejores es sin duda Ziggurat, cerca de Makati Avenue, entre las callejuelas Tigris y Eúfrates (estos letreros, invento del propietario). Este restaurante semi oculto se ha convertido en el actual destino de peregrinación de todos los fanáticos de las comidas musulmanas del mundo residentes en Manila.

Su carta es larguísima (de hecho, una de las más largas que jamás haya visto), casi como leer un periódico. Sección a sección descubriremos comidas de las que jamás habíamos oído hablar como un delicioso arroz de Afganistán o un conjunto de salsas etíopes con nombres impronunciables. Los amantes de la comida persa quedarán satisfechos con sus kababs y los de la marroquí quedarán fascinados por su variedad de tajines.

Eso sí, hay que tener en mente varias opciones y ser paciente, ya que en este restaurante muchas veces faltan ingredientes por lo que cada noche hay platos que no estarán disponibles. Por lo demás, venid con hambre, quitaos los zapatos y sentaos en las alfombras de uno de los rincones con mesas bajas y preparaos para disfrutar de un viaje gastronómico a lo largo de los dominios de la religión de Mahoma.

Aunque si lo que buscais es algo más moderno y occidental, no os movais de Makati Avenue y entrad en el chic Society Lounge, que se autodefine como un "french fashion modern food restaurant".

Situado en una de las mejores avenidas de la ciudad, este restaurante ofrece vistas al Ayala Triangle, uno de los parques más modernos de Filipinas, rodeado de los más altos rascacielos del país, sedes de las principales firmas internacionales.

El interior, con decorado muy contemporáneo, no es excesivamente grande. Pero la música en directo por las noches es excelente, toda latina, con canciones hispanas, francesas y lo mejor: música brasileña. Cuando el grupo no está tocando y cantando esto, es un DJ en directo el encargado de amenizar las veladas.

Ya entrando el tema comida, la sencilla carta nos ofrece comida basada en la nouvelle cuisine con toques muy filipinos. El magret de pato está preparado con una salsa dulce de mango muy jugosa. Y las patatas dauphinoises que lo acompañan están presentadas muy a la francesa, cortadas en láminas, apiladas y con el delicioso queso roquefort fundido cohesionándolas.

Sin embargo, no os dejéis fascinar por algunos nombres de la carta. La tempura de cocodrilo por ejemplo, por muy exótica que parezca, es uno de lo platos menos sabrosos, y por tanto menos recomendables. Sin embargo, la "tartine" de queso de cabra con confitura de cebolla es simplemente deliciosa.

El grave problema del Society es su nefasta relación calidad precio. Para los precios de Manila, la factura de este restaurante es demasiado alta y no está para nada relacionada con la calidad de los platos, que es bastante media.

Por último, no me gustaría cerrar esta entrada sin comentar la enorme variedad de cadenas de comida rápida que inundan la capital filipina. Comer en estos locales suele costar entre euro y medio y cinco euros (100 a 300 pesos) y la mayoría ofrecen menús con bebida y acompañmientos que son suficientes para saciarnos. De entre la enorme variedad destacaría dos cadenas: por un lado, el Mang Inasal, que ofrece comida típica de la isla de Negros de buena calidad y a buen preciom, como las sabrosas brochetas de cerdo o el jugoso pollo a la parrilla. Todo acompañado de arroz ilimitado. Por otro lado, ChowKing ofrece comida "chinoy" a precios populares, como pollo a la naranja o lumpiangs Shanghai de buena calidad y sabor delicioso. El siaopao de asado está a muy buen precio y os encantará. Especialmente recomendable también es su halo-halo, aunque por supuesto, no supera al del Spiral.

Ya sea mordiendo una crujiente lumpiang al son de la música mestiza en Barbara's, disfrutando del mejor halo-halo de la ciudad en Spiral. degustando los sabores de Afganistán o Etiopía en Ziggurat, volviendo a principios del siglo XX en La Cocina de Tita Moning o brindando con rosé francés en el Society Lounge, lo cierto es que Manila tiene una oferta gastronómica para satisfacer al paladar medio. El único problema es el exceso de locales de fast food y la necesidad de más restaurantes con personalidad, alejados de los repetitivos locales de los malls.


Barbara's
Comida colonial hispanofilipina.
General Luna St. / Plaza San Luis. LRT 1: Central.

Ziggurat
Comida islámico-hindú.
Makati Avenue with Durban St. MRT 3: Guadalupe + taxi.

Spiral
Comida filipina e internacional.
Sofitel Plaza Manila – CCP Complex Roxas Boulevard. LRT 1: Vito Cruz + taxi.

La Cocina de Tita Moning
Comida filipina de principios del siglo XX
San Rafael St. / Near Malacañang Palace : taxi

Don Quixote
Comida hispano-filipina.
Casino Español – 855, Teodoro M. Kalaw St. LRT 1: United Nations Avenue.

Society Lounge
Comida fusión francesa-filipina
Atrium Building: Makati Avenue with Paseo de Roxas. Taxi.