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dimarts, 31 de maig del 2016

Sheki

Llegada en tren

Los andenes estaban mla iluminados y sólo un tren, de color verde oscuro y aspecto recio, esperaba a salir. El tren, manufacturado en la época soviética, era atendido por azafatas que parecían más bien funcionarias del registro civil. Algo malhumoradas nos repartieron a todos los camarotes bolsas con sábanas limpias que tenían los emblemas de la compañia nacional de ferrocarriles azerí. Así empezaba mi excursión al frondoso interior de Azerbayán, mi primera vez en las sierras del Caúcaso. Los vagones eran básicamente estrechos pasillos con varios compartimentos en los que cabían cuatro personas en cada uno, en cuatro literas más o menos cómodas. En los extremos de cada vagón habían sendos servicios mucho más limpios de lo esperado pero bastante malolientes e incómodos. A pesar de estar estrictamente prohibido fumar, numerosos pasajeros desobedecían tal prohibición y pagaban a las azafatas-burócratas el equivalente a 4 cuatro euros de multa. Aún hay mucho por hacer en el Caúcaso en la lucha contra el tabaquismo.

La suave cadencia del tren al avanzar por las vías mecía mi sueño, solo interrumpido cuando el tren frenaba más o menos bruscamente. De repente, a las siete de la mañana, mis amigas me despertaron instándome a prepararme. Llegábamos a la estación de Sheki. Medio vestido, a trompicones, con frío y despistado, "aterricé" en la solitaria estación, donde solo habían un par de taxistas. El lugar estaba algo alejado del centro de la ciudad. El taxista nos llevó sin pedírselo a un sitio bastante cutre donde se servían desayunos bastante simples: ensalada azerí, panes de todo tipo y huevos fritos en sartencitas individuales. Resumiendo, una llegada a Sheki nada triunfal. Sin embargo, el espectáculo de la neblina cubriendo los bosques y las primeras cimas caucásicas suplieron cualquier incomodidad. Un gran cartel con la efigie de Heydar Aliyev presidía una de las plazas de la ciudad.

El Palacio de los Khan 

Tras el desayuno nos dispusimos a caminar por la ciudad, más grande de los que me esperaba. Remontamos la calle paralela al riachuelo que cruza la urbe. En mitad de montañas cubiertas por frondosos bosques verdes, Sheki se sitúa en un cruce de antiguas rutas comerciales entre Europa y Asia. Además, fue un importante punto de manufactura de la seda. Eso la hizo grande e influyente. Aún quedan testimonios de dicha época de esplendor, empezando por el bellísimo palacio de los Khan, situado en el interior de la antigua fortaleza de Nukha.

Esta fue nuestra primera visita. Realizado en el siglo XVIII, este palacio muestra un conjuntos de salas bellamente decoradas, testimonio de la refinada vida que los dirigentes de la zona llevaban. La antigua residencia de verano, restaurada, es la única estructura en buen estado que queda del antiguo complejo de palacios y edificios gubernamentales. La fachada exterior rebosa azulejos y algunos espejos. La visita solo puede hacerse guiada, y comprende tres salas en el primer piso y tres salas en el segundo. El primer piso tiene en la sala central una apacible fuente interior que permitía debates entre miembros del gobierno y visitantes guardando cierta privacidad ya que las conversaciones no se podían escuchar desde el exterior debido al sonido del agua. El techo está cubierto por enormes espejos que acentúan la sensación de amplitud. Otra de las salas más bellas es la del gabinete del rey, donde preciosos frescos muestran representaciones de animales y plantas relacionadas con la monarquía o el arte de gobernar. Por ejemplo, las granadas simbolizan el poder real. O los dragones escupiendo flores por la boca, símbolo del balance que un rey debe observar entre la fuerza y la clemencia. Impresionantes imágenes de batallas con cientos de hombres enfrentan grandes cristaleras de colores realizadas en cristal de Murano. Sin duda, un edificio con decoraciones muy diferentes a todo lo que hayáis visto antes. 

Mientras esperábamos a la guía (que por cierto fue demasiado rápida y sin poner mucha pasión en su trabajo) me compré un gorro típico turco. Quería uno azerí pero, en opinión de mis dos amigas, no me quedaba tan bien. 

Probando el piti y la halva

Tras la visita, como el hambre apretaba, nos dirigimos a almorzar algo pronto: engullimos un contundente piti. Se trata de un guisote campestre de carne de cordero deshuesada, garbanzos, patatas, tomates y azafrán que se come en dos partes. El piti se cocina en  potes de barro y es muy típico en Sheki. Lo primero que debemos hacer es cortar trozos de pan y ponerlos en nuestro plato sopero. A continuación, salpimentar con sumac, unas bayas desecadas de color rojo que dan un sabor muy especial. Una vez hecho esto, rociamos todo con el caldo del piti, quedándonos una sopa humeante que hizo las veces de entrante. Y vaya que entró bien, perfecta para contrarrestar el fresquito de aquella mañana en mitad de las montañas. Cuando nos la acabamos, volcamos el resto del piti al plato, salpimentando todo de nuevo con sumac, y devorándolo. Nos lo comimos en un restaurante con vistas llamado Gagarin, en honor al primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin, todo un héroe de la antigua URSS. Identificaréis el restaurante porque hay un cohete dibujado. Este restaurante sirve uno de los mejores pitis de Sheki, según los entendidos en gastronomía de Baku.

Satisfechos, mis amigas me acompañaron para instalarme en la casa donde me quedaría esa noche. Me alojaban un amable matrimonio de azerís jubilados, que tenían sus gallinas y su huerto. Allí, por algo menos de 10 euros tenía una habitación cómoda para mi solo y el desayuno incluido. Mi curiosidad era como me iba a comunicar con ellos una vez mis amigas partieran de vuelta a Baku. En cualquier caso, dejé allí mi mochila y proseguimos la visita.

Nos dirigimos al antiguo caravansar, donde los comerciantes que iban y venían de los diferentes lugares de la ruta de la seda paraban a descansar e intercambiar bienes. Ahora es un hotel modesto, que aún conserva la antigua distribución, en forma de claustro, con las habitaciones semi soterradas. En una de las antiguas tabernas se puede ahora celebrar una especie de ritual del té sentando en cómodos almohadones en el suelo alrededor de una mesa baja. En el verde jardín, los comerciantes solían dejar sus camellos y caballos.

Bajando la empinada calle junto al riachuelo que habíamos remontado antes encontramos el local comercial más famoso de la ciudad: Elihmed Shirinyyet, donde desde hace décadas una familia elabora cientos de halvas cada día. Redondas y enormes, las halvas de Sheki se preparan con nueces, otros frutos secos, mantequilla, azúcar y especias. Está decorada por arriba con líneas de color rojo hechas con azafrán y para acabar le tiran por encima un pastoso sirope muy rico. Sólo se elaboran en esta ciudad azerí, por lo que no sólo hay que probarlas, sino que deberéis comprar un par de cajas para llevar y regalar a amigos o familia a la vuelta. Hicimos cola más de media hora: la gente llegaba sin parar llevándose cajas y cajas de halva de Sheki. También vendían una especie de churros más fritos de lo común y cubiertos de una crema que nos gustaron.

Un vetusto hammam 

Como ya no había mucho más que hacer decidí visitar el antiguo hammam conocido como Abduxaliq. Ya había estado en un baño turco durante mi visita a Estambul, por lo que me apetecía repetir. Estos antiguos baños públicos del siglo XVIII siguen abiertos y ofrecen los típicos servicios de un hammam turco aunque bastante anticuado. Las dos grandes salas (fría y caliente) contaban con sendas cúpulas. La sauna, minúscula, estaba llena de tuberías del siglo XIX. Allí, en mitad de la gran sala caliente, el masajista deshizo todos mis nudos musculares "a la turca", es decir a lo bestia. Pero vaya, se me quedó la espalda como nueva. Al final, cómo no, me ofrecieron un té negro. Varios de los que ya habían tomado su sauna se arremolinaban a mi alrededor mientras insistían en hablarme en ruso. Yo era un extranjero. Y para ellos, cualquier extranjero tiene forzosamente que hablar ruso, ya que aún lo ven como la "lingua franca". Obviamente yo mostraba mi desconocimiento y sólo llegaba a entender palabras como Real Madrid o Barcelona. Les encanta la Liga española, como a la mitad del planeta. 

Acabé el día cenando a las siete con un suizo y una suiza que se quedaban en la casa de al lado y que conocí por casualidad (eramos de los pocos extranjeros en Sheki). Fuimos a un restaurante de comida tradicional donde pedimos vino azerí (al principio no nos gustó pero cuando respiró estaba más rico). De entrantes disfrutamos de las dolmas, que son hojas de col y de parra rellenas de una mezcla de arroz y carne de cordero picada con menta fresca, hinojo y canela, cocinadas al vapor y servidas en un pote de barro. De plato principal tomamos carne de cordero en barbacoa. Nos quedamos un rato de sobremesa hablando un poco de todo. Volvimos a la casa donde se alojaban, en la que también se estaban quedando un británico y una estadounidense. Hablamos con ellos otro buen rato alrededor del enésimo té negro del día, y luego yo me retiré hacia la casa donde dormiría esa noche.

Al día siguiente, tras un frugal desayuno a base de panes, mantequilla, huevos y hierbas, y escuchar pacientemente a mi huésped hablar en azerí, me dirigí caminando tranquilamente hasta la estación de autobuses. Aunque más que autobuses, lo que abunda en el Caúcaso son las marshrutkas, o minibuses donde meten el máximo posible de gente por precios irrisorios para desplazarse entre ciudades. A pesar de la incomodidad, he de subrayar la amabilidad de los locales en indicarme los cambios de minibus. El último tramo hacia la frontera con Georgia lo hice en un taxi compartido. Este paso, cerca de Balakan, esta muy poco transitado, por lo que se me hizo muy fácil cruzar la frontera a pie. Noté muchísimo el contraste entre la modernidad de los controles fronterizos azerís y las construcciones más rústicas en Georgia. Cruzar el puente sobre aquel bravo río con la bandera de Georgia esperándome al final fue toda una experiencia. Casi como si estuviera volviendo a Europa. Llegaba el momento, en efecto, de visitar el país más proeuropeo de la región.


dimecres, 25 de maig del 2016

Gobustán

Una de las excursiones más fáciles de hacer desde Baku si disponéis de coche es a la árida región del Gobustán, al sur de la ciudad. Yo tuve la suerte que mis amigos me llevaron un día a visitar el parque nacional, donde se encuentra museo dedicado a los restos arqueológicos prehistóricos presentes en una montaña de la región, llena de grutas, que fueron habitadas por tribus cazadoras que dejaron más de 6000 grabados en la roca, la mayoría representando animales o personas realizando diferentes actividades. Toda la zona es considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Tras recorrer parte de la costa del Caspio al sur de Baku llegamos a una gran planicie, de clima seco pero con algún árbol aquí y allá. Nos internamos en el parque nacional empezando la visita en las nuevas instalaciones museísticas donde se explican los restos que vamos a visitar, la forma de vida de las tribus que realizaron estos dibujos prehistóricos, y sus posibles significados. Me gustó el gran rigor del museo, ya que proponía hasta cuatro posibles significados a diferentes dibujos, contraponiendo teorías de diversos historiadores, antropólogos y arqueólogos. Por ejemplo, uno de los grabados más curiosos muestra canoas o barcos con personas remando. Para algunos expertos, estas representaciones muestran la importancia de la pesca en la economía local así como el transporte por vía marítima. Otros académicos enfatizan el significado espiritual de estos petroglifos incidiendo en la representación de creencias religiosas asociadas al culto al sol, en la que el alma de los muertos se llevaría al otro mundo gracias a barcos solares.

Tras el museo, montamos en el coche de nuevo para empinar hacia la meseta donde miles de petroglifos muestran la evolución del arte rupestre a lo largo de 40.000 anos. Los grabados son además una muestra de como esta región tuvo un clima mucho más húmedo en la antigüedad y donde vivía muchísima fauna y flora. Curiosas son las representaciones de delfines, animales que no existen en el Caspio pero si en el Mediterráneo, situado a cientos de kilómetros de esta región. Me impactó el tamano y variedad de las representaciones, muchas de las cuales se conservan en muy buen estado. Algunas se encuentran ocultas en grutas naturales mientras que otras se ven a simple vista. En panorama del valle y el mar desde la meseta era también hermoso. Además de los grabados, existen en las rocas del suelo algo más de 400 boles excavados que podrían haber sido usados para recolectar agua de lluvia, guardar pigmentos, cocinar o incluso recoger sangre de animales sacrificados en rituales religiosos. Algunos historiadores incluso apuntan a que puedan simbolizar el cosmos y las constelaciones o conmemoren a los muertos.

Tras visitar la escarpada zona, llena de turistas locales, pensamos ir a visitar los volcanes de barro. Si embargo, el complicado acceso a la zona, que requiere de vehículos todoterreno, hizo que finalmente no pudiera visitarla. Una lástima. Espero poder volver alguna día a Azerbaiyán para visitar esa región cercaba a Gobustán y apreciar tan curioso fenómeno geológico.

En cualquier caso, el hambre apretaba, así que nos dirigimos a un simpático restaurante en la costa, muy rocosa. La zona al aire libre estaba llena de familias y grupos de amigos. El restaurante no disponía de carta: de plato principal está el pescado del día a la parrilla. De entrantes, el camarero llegó con una bandeja gigante llena de diferentes opciones de las cuáles uno iba seleccionando. Nosotros cogimos la berenjena ahumada a la barbacoa, la tradicional ensalada de pepinos, tomates y hierbas aromáticas, varias salsas tradicionales para el pescado (mi favorita fue la de ciruela agria), panes de diversos tipos, patatas fritas y unos pimientos al vinagre.

Mientras disfrutábamos del banquete al sol, con el sonido del mar de fondo, en una montaña había escrito en grandes letras en blanco (y en azerí por supuesto) "No olvidéis Karabaj". O eso me dijeron. El susodicho mensaje fue la excusa perfecta para obtener el punto de vista local acerca de este conflicto que amenaza con enquistarse en la región. Las montañas de Karabaj, una región de Azerbaiyán mayoritariamente habitada por armenios, declaró su voluntad de autodeterminarse tras el colapso de la URSS. En un momento de debilidad azerí y falta de liderazgo nacional, el nuevo Ejército armenio decidió invadir la región para apoyar a la mayoría de habitantes de Karabaj en sus ansias independentistas. Los azeríes fueron expulsados de la región y finalmente esta proclamó su independencia siendo reconocida únicamente por Armenia. Matanzas de armenios en otras regiones de Azerbaiyán, especialmente en Bakú, atizaron el conflicto. La guerra de Nagorno-Karabaj acabó con un alto el fuego en 1994. Para ese entonces, el Ejército armenio, además de asegurar el control de Karabaj, y por tanto garantizar a la nueva república su independencia de facto, ocupó otras regiones azeríes de alrededor, especialmente las que separan Karabaj de Armenia. Argumentan que la ocupación se hacen con el fin de garantizar la seguridad  de Nagorno-Karabaj y que no se retirarán hasta que se alcance un acuerdo de paz justo con Azerbaiyán. En 2016 nuevos enfrentamientos causaron algo más de 200 muertos entre ambos ejércitos. Rusia apoya a Armenia en este conflicto aunque también media con Azerbaiyán. Los muertos y las heridas siguen muy abiertas en tanto miles de refugiados azerís no pueden regresar a sus casas en Karabaj ni visitar las tumbas de sus antepasados.

De postre y como cierre de la conversación, el omnipresente té negro, bebida nacional. En un solo día recorrí gran parte de la historia de esta parte del mundo: de la prehistoria hasta el conflicto actual con Armenia. Curioso es que el nombre de Azerbaiyán viene del farsi, y significa Tierra del Fuego Sagrado, en clara referencia a los gigantescos depósitos de gas y petróleo que se acumulan bajo sus tierras y aguas. Es por eso que nuestra siguiente visita antes de volver a Baku eran los inmensos campos de petróleo, famosos por aparecer en la película The World is Not Enough de James Bond. Las torres de perforación ofrecían un hipnótico panorama con su movimiento candente y pausado en la extracción petrolera.

Acabamos el día paseando por el inmenso paseo marítimo de Baku. Cuando cayó la noche, nos dirigimos a la pequeña estación central de ferrocarriles. Esa noche tomábamos el tren-cama nocturno a Sheki.

dijous, 19 de maig del 2016

Baku

Lujo hasta en el aeropuerto

Aterricé en Baku tras una hora de vuelo desde Tiflis en uno de los aviones de Azerbaijan Airlines. Los asientos, enormes y cómodos. La revista que ofrecen, impresa en un papel couché de gran calidad, casi acartulinado, que muestra grandes fotos de Ilham Aliyev, hijo del anterior presidente Heydar Aliyev.

El nuevo aeropuerto de Baku es de los más lujosos que he visitado. Uno se siente en una boutique de Louis Vuitton o de Gucci con esos suelos en diferentes tonos color crema, impolutos y brillantes, esos revestimientos de madera en forma de rombos o las preciosas paredes de forma oval. Mis amigos me recogieron en coche a pesar de ser ya altas horas de la madrugada: la hospitalidad azerí, y caucásica en general, es casi infinita, como pronto iba a descubrir durante las siguientes dos semanas.

Tras una noche reparadora, mi visita a la capital del país empezó. Mis amigos vivian en un barrio algo alejado del centro, así que tomamos el metro, obra del periodo soviético. Sus estaciones son amplias, limpias y bien iluminadas. Allí, el personal uniformado se sienta pacientemente frente a las escaleras mecánicas o da permiso de salida a los convoyes. Los trenes son recios y parecen como nuevos, a pesar de ser de finales de los 60. Circulan a gran velocidad a través de los túneles. Bajamos en la estación 28 de Mayo, cerca de la antigua estación de ferrocarriles, ahora reconvertida en un centro comercial con un KFC presidiendo el resto de tiendas. Nos apresuramos hacia la calle Nizami, centro peatonal de compras donde se encuentra la ópera de Azerbayán, en el antiguo Teatro Mailov, bellísimo ejemplo del estilo oriental del art-nouveau. Cuentan que la soprano rusa Nezhdanova fue invitada a cantar al casino de Baku a principios de siglo XX, época en la que el petróleo azerí atraía a multimillonarios de todo el mundo. Fascinados por la voz de la cantante, varios de ellos la invitaron a volver, pero ésta dijo que ella solo volvería para cantar en una ópera de verdad. Una apuesta entre millonarios para ver si uno podría construír el edificio en menos de un año hizo el resto.

Huskies, pan y especias

Siguiendo el paseo, llegamos hasta la plaza de las fuentes, donde familias y jóvenes se reúnen para pasear y charlar. Las estátuas de los principales escritores azeríes nos observaban desde el Museo de la Literatura, mientras varios jóvenes paseaban a sus huskies. Se han puesto de moda ahora en Baku, nadie sabe bien porqué. Estoy seguro de que a los chuchos no les hace ninguna gracia vivir en esta cálido país con esos pelos. El caso es que atravesamos las murallas del antiguo Baku y nos dirigimos al restaurante Sherli Tandir, construído en casetas de madera pegadas a las históricas murallas del siglo XII. Nada más entrar, un horno tandir encendido nos recibió. Estos hornos de barro, cilíndricos y en el caso de este restaurante, bastante grandes, se usan desde hace siglos para cocinar con carbón vegetal, especialmente los diferentes panes tradicionales de la región, como el fino lavash. 

Nos sentamos en una de las mesas. Sin cruzar una palabra nos sirvieron una cesta con varios panes recién horneados y una ensalada tradicional de tomates, pepinos y hierbas, que se comen frescas, algo que nunca había visto antes. Albahaca, estragón, menta, eneldo, cebollino o ajedrea me ofrecieron sus estupendos sabores. Como plato principal pedimos shashlik, que es carne de cordero cocinada en pinchos a la barbacoa. Y de beber, algo muy curioso, la feijoa, un jugo de una baya muy popular en Colombia y curiosamente, también en Azerbaiyán. En este primer acercamiento a la gastronomía caucásica me soprendió la frescura, calidad y sabor de sus ingredientes, algo que se repetiría durante el resto del viaje.

La ciudad amurallada

Tras el almuerzo, seguimos remontando las callejuelas de la antigua ciudad, jalonadas de edificios recientemente restaurados, con bellos balcones de madera, hasta llegar a la cima de la pequeña colina que forma el barrio viejo y donde se encuentra el palacio de los antiguos gobernantes de la región. En la ciudad vieja aún quedan muchos caravansares (donde los comerciantes de la ruta de la seda podían descansar y dejar sus camellos) así como hammams. Lástima que no me dio tiempo a visitar ninguno. Por este barrio han pasado decenas de pueblos y culturas: la zoroástrica, los sasánidas, los árabes, los persas, los shirvani, los otomanos y por supuesto los rusos. Actualmente los azerís se sienten especialmente cercanos a los antiguos otomanos, es decir, los actuales turcos. El palacio que visitaba fue construído por los Shahs de Shirvan en el siglo XV. Su austera entrada nos lleva a salón de recepción seguido del salón del trono. Las zonas residenciales son muy sobrias y contrastan con la belleza de la mezquita de Key Kubad, que forma parte del complejo. Otra parte del palacio son las tumbas de los Shahs y su s familias, construídas en un suntuoso panteón. También se pueden ver los restos de los antiguos baños aunque mi parte favorita fue la del tribunal, un recinto circular presidido por una cúpula y rodeado de un patio porticado cuadrangular. Aquí se juzgaba a los criminales, que asomaban la cabeza por un agujero del suelo con el resto de cuerpo de pie en el sótano que servía de cárcel. Si el tribunal los declaraba culpables, allí mismo se les cortaba la cabeza. 

Lo nuevo y lo viejo

Saliendo a las terrazas del antiguo palacio hay una perspectiva perfecta de las Flame Towers, tres enormes rascacielos de cristal encaramados en una montaña y con forma de llamas gigantescas. Estas torres son el nuevo símbolo de la ciudad. De noche se iluminan de forma espectacular, ya sea fingiendo los colores y movimiento del fuego o con la bandera de Azerbaiyán. Por cierto, interesante el significado de la misma: el color azul simboliza la modernización, el progreso y la democracia; el rojo y la media luna los orígenes túrquicos de los azeríes y el verde su pertenencia a la civilización islámica. Y hablando de símbolos, saliendo del recinto amurallado nos topamos con el antiguo icono de Baku: la torre de la Virgen. Esta se encontraba originalmente a los bordes del Caspio. Sin embargo la bajada de los niveles del mar la sitúan ahora algo más al interior. De carácter defensivo, aquí se solían proteger mujeres y niños en caso de ataque a la ciudad. El nombre de la torre viene de la leyenda de que un rey se enamoró de una joven y quiso casarse con ella. Este le dijo que lo haría si construía una alta torre. En cuando el rey la acabó, la joven se subió arriba del todo y se suicidó, para evitar el matrimonio. Sobra decir que el casco antiguo, la torre y el palacio son conjuntamente parte del Patrimonio de la Humanidad reconocido por la UNESCO.

Mi segundo día empezó con un casero desayuno azerí protagonizado por una deliciosa tortilla de hierbas frescas acompañada de los distintos panes. Es curioso que cualquier tipo de pan (chorek) se considera sagrado. De hecho, al principio no entendía porque mi amiga tenía una bolsa de plástico con pan colgando en lo alto, detrás de la puerta de la cocina. Resulta que aquí el pan no puede tocar el suelo, ni mezclarse con el resto de la basura. Es más, no se debe tirar a la basura sino darse a algún animal.

El té, negro

Para beber, un buen desayuno no puede olvidar un humeante té negro servido en unos vasos en forma de pera (armudi). El té negro es la bebida nacional del país y se toma a todas horas. De hecho, varias tardes las pasamos descansando en teterías como el Café Arabesque. El ritual vespertino del té es curioso: mientras se va sorbiendo este, se van tomando cucharaditas de mermelada o almíbar a la vez, o directamente se pone uno el terrón de azúcar en la boca y lo va deshaciendo a medida que se sorbe el té. Todo se sirve acompañado de bandejas con frutos secos (nueces, avellanas, orejones, pasas...) y pequeñas fuentes con frutas almibaradas. Fumar shisha, a pesar de no ser una tradición local, se está convirtiendo en cada vez más frecuente, sobretodo entre los jóvenes profesionales. Nosotros pedimos la de pomelo, en la que un gigantesco pomelo se clava justo debajo de los terrones de tabaco, dando un aroma especial al humo.

Obras faraónicas

Me encantó el buen clima de la ciudad y como miles de personas toman sus calles por las tardes y noches para pasear, sentarse en un banco o recorrer el bellísimo paseo marítimo, presidido por una de las banderas más grandes del mundo. También allí se encuentra el moderno escenario construido para alojar el Festival de la canción Eurovisión 2012. Mientras dábamos una vuelta, decenas de operarios se apresuraban para instalar vallas y gradas y dejar todo listo para el nuevo circuito urbano de Fórmula 1 con el que Baku acoge en Gran Premio de Europa en junio (relevando a mi ciudad natal, Valencia). Un moderno centro comercial, agradables cafeterías y otros muchos edificios completan el paseo, lleno de palmeras y arbustos impecablemente cortados, así como una gran colección central de cactus. Tal vez los edificios más curiosos sean el Museo de la Alfombra, que tiene él mismo la forma de una alfombra gigante enrollada, o la pequeña Venecia, una atracción soviética en la que los habitantes de la ciudad podían tomar góndolas motorizadas y recorrer dos canales en los que hay decoración que imita la arquitectura veneciana. Los azeríes tiene ese gusto de nuevos ricos de querer copiar partes de ciudades europeas. De hecho, al lado de la parte exterior de las murallas, en la calle Boyuk Qala, hay un parque que mezcla elementos italianos con una fuente copiada de las de la plaza parisina de la Concordia. Esta curiosa mezcla les ha quedado sorprendentemente bien. El skyline de la ciudad, además de por las Flame Towers, está presidido por una gigantesca antena de televisión, al igual en las otras dos capitales caucásicas.

Pero sin duda, lo que más me impresionó fue el futurista Centro Cultural Heydar Aliyev, obra de Zaha Hadid. Concebido como el nuevo gran contenedor cultural de la ciudad, el recinto alberga una mezcla de exposiciones permanentes y temporales. Cada parte del edificio es digna de admiración. Me impactó como la arquitecta ha creado paredes sin esquinas, como las líneas rectas son minoría ante la dictadura de las curvas... paredes que suavemente se convierten en suelos en una transición sin igual. La blancura espectacular es perfecta para los días soleados y el cielo azul brillante a orillas del Caspio. En su interior hay tres exposiciones permanentes: una algo propagandística, dedicada al fundador del nuevo Azerbaiyán, Heydar Aliyev, antiguo general al mando del oscuro KGB y primer ministro de la URSS durante los corruptos años de Brezhnev. Aquí se glosa la vida y obras del padre del actual presidente y todo lo que hizo por el país, tanto durante la etapa soviética como a partir de la declaración de independencia. No hay ninguna crítica, ningún elemento cuestionado, ningún debate. Ni corrupción, ni fraudes electorales, ni falta de libertad de expresión ni tampoco los presos políticos. Nada de eso se lee en la exhibición que carece, por tanto, de rigor histórico. Una exposición algo más interesante es la de arte y cultura azerí, donde se muestran joyas, vestidos, instrumentos musicales, alfombras y otros elementos ligados a las tradiciones nacionales. Finalmente, la exposición Mini-Azerbaijan, muestra una colección de maquetas de los principales edificios del país, donde además de los históricos como la Torre de la Virgen, también se muestran muchísimas de las grandes obras faraónicas realizadas por los Aliyev. En cualquier caso, es bastante interesante.  

Tras esta impresionante visita fuimos a comer a un modesto pero delicioso restaurante iraní donde disfruté de un perfecto arroz pilaf con azafrán y del tradicional kebab iraní (carne picada presentada a lo largo) acompañado de una ensalada de cebolla y perejil. De beber, ayran (yogur líquido aguado) con gas, siguiendo la moda iraní. Si pasáis por Baku, el restuarante se llama Grand Father Iran Yemekleri y se encuentra en el numero 2 de la calle Zivarbay Ahmadbayov.

Sorprendente Baku

Baku es una ciudad de calles peatonales arboladas y edificos art-nouveau de los años 20, pero también de mega avenidas de ocho carriles con rascacielos del siglo XXI. Una ciudad donde en algunos barrios os despertará un gallo y en otros los bólidos de Fórmula 1 atravesando sus modernos bulevares. Es una ciudad de grandes contrastes que vale la pena conocer, una ciudad que mejora a pesar de la rampante corrupción, gracias a la lluvia de divisas que traen el petróleo y el gas. De gente acogedora y gastronomía fresca y sana.

Además, es una buena base para realizar excursiones a Gobustán o a los cercanos campos de petróleo. También podéis ir algo más lejos y descubrir las montañas del país, empezando por la mítica villa de Sheki. En cualquier caos, la capital azerí no deja indiferente a nadie. Ni siquiera al grotesco Donald Trump, que ha dejado plantada allí una de sus torres, justo enfrente del bellísimo centro de Zaha Hadid. Pues no sabe.