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dimecres, 8 de setembre del 2021

Guimaraes

"Aquí nasceu Portugal"

Si por algo es conocida Guimarães es por ser la cuna de la nación portuguesa. Al menos eso es lo que se afirmó en el romanticismo decimonónico y lo que plasmó en un gran cartel sobre su antigua muralla la dictadura salazarista del siglo XX. Lo que sí es cierto es que Guimarães fue la primera capital del Reino de Portugal tras independizarse del Reino de León en el siglo XII. Su primer rey, Alfonso I, se instaló en el castillo guimaraense y desde aquí empezó a expandir sus territorios hacia el sur. De hecho, el primer escudo de Portugal documentado es el esculpido en las piedras del castillo de la ciudad, que aún hoy se puede admirar. También hay una gran estatua de este rey a los pies del castillo.

Por ello, y por la buena conservación de edificios de varios estilos arquitectónicos, Guimarães entró en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, y se la considera como ejemplo excepcional de transformación de una población medieval en ciudad moderna. La ciudad ha conservado con autenticidad y en buen estado una serie muy variada de edificios ilustrativos de la evolución específica de la arquitectura portuguesa entre los siglos XV y XIX, caracterizada por el uso sistemático de materiales y técnicas de construcción tradicionales.

De hecho, vale la pena perderse por las callejuelas de la ciudad para admirar las apelotonadas casitas, muchas de madera de la época medieval y las más ricas de piedra. Los comerciantes de la ciudad, a medida que prosperaron, fueron comprando las casas de enfrente para ampliar las suyas, y construyendo puentes entre las mismas, que aún hoy siguen en pie.

Visitando Guimarães 

A la ciudad se puede llegar en coche, autobús o tren, siendo esta última la opción más económica y cómoda, sobre todo si se pretende hacer una excursión de un día desde Porto, como fue mi caso. Se puede empezar el recorrido por su corazón medieval: el Largo da Oliveira, donde están el ayuntamiento, la colegiata y el olivo, símbolo de la ciudad.

En esos días se estaban celebrando las Festas Gualterianas, aunque algo descafeinadas por la crisis de la COVID-19. Aún así, otra de sus plazas, el Largo do Toural acogía varias reproducciones a escala de los monumentos más importantes de la ciudad hechos en cartón piedra que me recordaron a unas fallas primitivas (eso sí, aquí no los queman). También había grupos de tunos y tunas bailando y cantando canciones populares, algo tradicional en las ciudades universitarias portuguesas del norte del país. 

Por cierto, estas fiestas se celebran en honor a San Gualter, santo que introdujo la orden franciscana en Portugal precisamente a través de Guimarães. En este sentido, recomiendo que visitéis la impresionante iglesia de San Francisco, con sus techos de madera bellamente pintados, su altar cubierto por cerámica manuelina del XVIII, y las decoraciones en oro hechas gracias a las riquezas de las colonias portuguesas en América, África y Asia. En una de las capillas se puede observar un árbol genealógico tridimensional del Jesucristo, algo muy común en las grandes iglesias portuguesas, usado para vincular a Jesús con la estirpe del Rey David.

Otra de las curiosidades que veréis en las iglesias antiguas de la ciudad son cajas metálicas con números asociados a los nombres de cada iglesia. Antiguamente aquí había una cuerda que se podía tirar tantas veces como el número del templo asociado, y servía para avisar a los bomberos de un fuego en cualquiera de las parroquias.

Zona templaria

No es casualidad que Portugal pasara de ser un pequeño reino periférico europeo a convertirse en cuna de grandes exploradores marinos y metrópolis de un imperio colonial global que controlaba media Sudamérica, grandes partes de África y varios puertos asiáticos. El empuje explorador vino con el acogimiento de la Orden de los Caballeros Templarios en tierras portuguesas, tras haber sido expropiados e incluso quemados en media Europa, especialmente en Francia, por orden del Papa Clemente V. Portugal los acogió bajo la condición de denominarse Orden de Cristo, y los templarios agradecieron esto brindando parte de su gran fortuna a la Casa Real portuguesa y sus proyectos exploradores.

La herencia templaria se observa especialmente en la zona del castillo, especialmente en la capilla de San Miguel, donde el mito señala que se celebró el bautizo del primer rey de Portugal, y donde se encuentran decenas de tumbas de caballeros templarios. 

Asimismo, en esta zona se encuentra el edificio más señorial de Guimarães: el Paço dos Duques, de estilo borgoñón, y originalmente residencia de los Duques de Bragança, que a partir de 1640, se convirtieron en la cuarta (y última) dinastía real en Portugal (reinando de 1640 a 1910). Tras el traslado de la familia a Lisboa, el palacio entró en decadencia varios siglos hasta que en 1933 el dictador Salazar reformó el edificio convirtiéndolo en residencia oficial de verano de la presidencia de la República. Los reconstruidos techos de madera representan cascos de carabelas portuguesas en honor a los descubrimientos. Las salas se redecoraron con antigüedades medievales en ese afán salazarista de posicionar la Edad Media como auténtico periodo de esplendor portugués.


Los dulces de la ciudad

Guimarães es también conocida por su repostería milenaria. El monasterio de Santa Clara de la ciudad generó numerosas recetas, en parte debido a la tradición de los prometidos de ofrecer una docena huevos a la santa para tener buen tiempo en la boda. Con tantos huevos, las monjas clarisas empezaron a experimentar y crear postres deliciosos, entre los que destacan las tortas de Guimarães (crujientes y mega dulces), el touchinho-do-céu (diferente al castellano, aquí se parece más a un pastel) o las douradinhas de Guimarães (rellenas de cabello de ángel). En monasterio es ahora la sede del ayuntamiento pero aún así, numerosas pastelerías de los alrededores mantienen la tradición de hornear estos dulces, especialmente los de la rua de Santa Maria. 

dimecres, 1 de setembre del 2021

Valladolid

Una ciudad inesperada

Valladolid no es que tenga mala prensa. Es que no tiene ninguna en absoluto. Y ello pese a la importancia histórica de esta pequeña ciudad: aquí se casaron los Reyes Católicos, aquí se abrió la tercera universidad de la península y aquí se reunió Carlos I con Magallanes, puesto que el Emperador eligió a Valladolid como su capital imperial. Aquí nació Torquemada, luego nombrado Inquisidor General de Castilla por el Papa Sixto VI.

También nació aquí Felipe II (y fue bautizado), aunque luego fue él quien se llevó la capital a Madrid. Felipe III la volvió a traer a Valladolid temporalmente, animado por su valido, el Duque de Lerma, que realizó una de las mayores operaciones de especulación urbanística de la historia europea. Tras dicha corruptela, Felipe III volvió a llevarse la capitalidad a Madrid, esta vez para siempre, engrosando de nuevo los bolsillo de Lerma y dejando a Valladolid como una perdida ciudad de provincias. No fue hasta finales del siglo XX cuando la ciudad pudo volver a ser capital de algo: la de la nueva autonomía de Castilla y León, aunque solo fuera de facto (sus vecinos leoneses no consintieron consagrar su capitalidad en el Estatuto). 

Hoy en día, Valladolid, pese a su pequeño tamaño, muestra su dinamismo, no sólo por sus conexiones aéreas con varias ciudades europeas o su tren de alta velocidad a menos de una hora de Madrid, sino también por su reconocida universidad que llena la ciudad de estudiantes de toda Europa.

Fui a Valladolid a la boda de una amiga y aproveché para descubrir la ciudad llevándome una grata sorpresa: por eso os cuento aquí lo que conocí de la ciudad del Pisuerga: que cuenta con ejemplos arquitectónicos únicos, que ofrece el espectacular Museo Nacional de Escultura y que se come de maravilla. Entre otras cosas. Dedicar un fin de semana a esta ciudad puede ser una buena idea. Os propongo una ruta posible para descubrir la cuidad.


Ejemplos únicos de arquitectura medieval, renacentista, barroca y modernista.

Empecemos por la Plaza Mayor, ejemplo del resto de plazas mayores castellanas y americanas. Tras un incendio que arrasó gran parte del centro de la ciudad, se decidió reconstruir esta plaza siguiendo los valores de la época renacentista, unificando alturas y estilos de los edificios y dando a la plaza un tamaño armonioso, además de soportales, para proteger a los comerciantes y ciudadanos del sol y de la lluvia. Tras esta plaza, otras más famosas como la de Salamanca o la de Madrid se inspiraron en esta para construirse. En esta misma plaza Torquemada presidió juicios a más de 100.000 personas y aquí condenó a más de 2.000 de las mismas a la hoguera, que se realizaban a 10 minutos de la misma, en la ahora conocida como Plaza de Zorrilla.

En las calles al oeste de la Plaza Mayor, especialmente la calle Correos, se encuentran los mejores bares y restaurantes para probar las especialidades de la zona o tapear, como las carnes de la famosa parrilla de San Lorenzo o las croquetas de El Corcho.

A unos pocos minutos caminando hacia el este, en la calle Regalado, se encuentra una de las entradas a la Galería Gutiérrez, una típica galería comercial del siglo XIX inspirada en los pasajes cubiertos que se construyeron en París en aquel entonces. Nuestro país tuvo muchos pasajes como este pero actualmente el de Valladolid es uno de los pocos que queda en pie. Un sitio ideal para tomar algo y sentir como era aquel Valladolid de 1880.

Muy cerca nos toparemos con la catedral de la ciudad, bastante sosa si la comparamos con otras catedrales castellanas como la de Burgos o Salamanca, pero que aún así vale la pena conocer, especialmente por su historia: los planos los diseñó Juan de Herrera y proyectaban la iglesia más grande de la cristiandad. Sin embargo, los acuíferos situados bajo la mitad del terreno así como el impacto del terremoto de Lisboa que llegó a sentirse aquí derrumbando una de las dos torres hizo que sólo se construyera la mitad del proyecto, dejando en la otra mitad la antigua colegiata medieval en semi ruinas. 

Por eso, no es la catedral el templo más querido por los vallisoletanos sino la iglesia de Santa Maria La Antigua, del siglo XIV con una torre románica única, muy rara de ver en estas tierras y que nos recuerda al románico catalán de los Pirineos. No en balde fue financiada por condes catalanes. Al lado de la misma se encuentra la fachada barroca de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid. Pero cuidado, supersticiosos: no contéis los leones en pilares alrededor del edificio, ya que según dicen los vallisoletanos, quién lo haga tendrá mala suerte en los estudios. Un poco más hacia el oeste se encuentra el Colegio de Santa Cruz, actual sede del rectorado de la universidad, y cuya importancia radica en ser el primer edificio renacentista de la península ibérica. Bellísimo en fachada e interiores también.

Otra bellísima iglesia es la de San Pablo, ejemplo clave del gótico isabelino, con su impresionante portada. La iglesia preside la plaza del mismo nombre y está situada al lado del Palacio de Pimentel, donde nació Felipe II. En este palacio, ahora sede de la Diputación Provincial de Valladolid, aún se ve una de las verjas de una ventada atada con cables metálicos ya que fue partida para poder sacar al bebé Felipe II para bautizarlo en San Pablo y no en San Marcos, que es la parroquia que le hubiera tocado si hubiera salido por la puerta del palacio, situada en otra calle. Su padre, el Emperador Carlos I, de ninguna manera quería que su primogénito fuera bautizado en una iglesia tan humilde como la de San Marcos, teniendo la espectacular San Pablo al lado. Así que usó dicho truco para salirse con la suya.

Frente a la iglesia de San Pablo también se encuentra el Palacio Real de Felipe III, este ya más señorial que el de Pimentel. En este palacio también se alojó varios días Napoléon cuando vino a España a restablecer a su hermano José I durante la Guerra de Independencia.

La historia se respira en las calles

Valladolid, sede de la Chancillería castellana que se ocupaba de juzgar los asuntos del Tajo para arriba, atrajo a decenas de profesionales liberales con buenos sueldos, que se hacían construir palacetes por la zona de la iglesia de San Martín. Hoy en día quedan pocos, ya que de la mayoría solo se ha mantenido el arco de piedra original y algunos escudos, siendo construidos edificios horrorosos en su lugar, sobre todo durante la etapa del desarrollismo franquista. Muy cerca de esta iglesia se encuentra el actual Teatro Calderón, antiguo palacio donde Carlos I alojó a su amante Germana de Foix, que luego acabaría como Virreina de Valencia.

Ciudad de museos clave

El Museo Nacional de Escultura es la elección que debéis hacer si solo queréis visitar uno de los museos de la ciudad en vuestra escapada. Cuenta con piezas únicas de la historia escultórica de nuestro país. Aunque está repartido en tres sedes, es su sede principal, el Colegio de San Gregorio, una joya del gótico flamígero castellano, muy de moda en los tiempos de la Reina Isabel I. Por fuera, una maravillosa portada de lo que fue la Facultad de Teología donde a través de varias alegorías se recordaba a los estudiantes la importancia del esfuerzo y el estudio para alcanzar la plenitud. Además, el edificio cuenta con un patio de película que nos transportará en el tiempo a principios del siglo XVI. 

Entre su colección de esculturas encontraréis obras maestras de Berruguete o de Juní, destacando los trozos del altar de la iglesia de San Benito (con una escultura del santo cuya expresividad os sorprenderá), así como una María Magdalena penitente inolvidable.

En una de las sedes anexas del museo exponen un enorme belén napolitano, en el que observar la riqueza y expresividad de las figuritas, que muestran la vida corriente del Nápoles dieciochesco, donde los que deberían ser protagonistas de la representación (la Sagrada Familia), apenas se distinguen entre el maremágnum de personajes del gigantesco belén. 

Al lado del museo también se encuentra la casa-museo de José Zorrilla, célebre autor de la obra de teatro Don Juan Tenorio. En este lugar nació y pasó su infancia pero no vivió su adultez ni escribió sus obras. Sin embargo, aquí se trajeron sus muebles y enseres desde la casa madrileña donde vivió su vida adulta, por lo que se puede disfrutar de un mix de la vida del escritor en castellano más famoso del siglo XX. Las visitas son guiadas y les ponen mucha pasión, así que las recomiendo encarecidamente, no sólo por conocer mejor a este personaje de la literatura en castellano sino también por profundizar en las costumbres burguesas de la época. 

Recoletos y Campo Grande

Para quedarme, opté por el Melià Recoletos: situado en el paseo más burgués de la ciudad, y jalonado de edificios modernistas. Pese a ser de cuatro estrellas, ofrece elementos de un cinco estrellas. Habitaciones amplias y cómodas, amabilísimo servicio y elegante hall, recepción y escaleras. Y lo mejor: su situación. Un bulevar ajardinado, a cinco minutos de la estación del AVE y a diez de la Plaza Mayor de la ciudad. Además, podéis pasear por el agradable jardín de Campo Grande situado enfrente, donde frondosas arboledas y cuidadas rosaledas os permitirán un fresco respiro de la ciudad. También os encontraréis con amigables pavos reales (que se acercan a la gente mucho más que en otros lugares que he visitado), así como con los patos del estanque principal, donde los lugareños acuden a darles de comer. Finalmente, todo el este de la ciudad está bordeado por el caudaloso río Pisuerga, y aprovechando que pasa por Valladolid, por que no dar un paseo por su ribera.

Me dejé muchas cosas que me hubiera apetecido visitar, incluyendo las casas de Colón y Cervantes o el museo agustino-filipino, con piezas curiosas del arte del Pacífico que se traían los misioneros. Lo dejo para la próxima visita.