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dissabte, 14 d’octubre del 2023

Toronto

La antigua York

La mayor ciudad de Canadá, y por tanto de la provincia más habitada del país (Ontario) es asimismo una de las ciudades más cosmopolitas del mundo. Esta región, aunque colonizada a principios del siglo XVIII por los franceses, no fue hasta cien años después cuando empezó a poblarse masivamente de europeos. Hasta ese momento, la Confederación Iroquesa gobernaba estas tierras. Los ingleses arrebataron la zona a los franceses en 1763 y bautizaron a la ciudad como York. 

Para descubrir los lugares en los que estaba la antigua York, nada mejor que pasear por los distritos de St. Lawrence Market y el Distillery District. Renovados con estilo, son lugares perfectos para ir de compras o descubrir la gastronomía de la ciudad. Un edificio icónico es el Flatiron building, de cinco pisos, con un bonito tejado de cobre inclinado. Justo detrás hay un parque con una fuente en la que varias estatuas de perros "salivan" tirando chorros de agua hacia el hueso que la preside. Kitch pero graciosa.

El mercado de Saint Lawrence, de más de doscientos años y con más de 120 puestos de alimentación, muestra la variada herencia europea de la ciudad, con tiendas de quesos locales como el cheddar ahumado con sirope de arce, carnes, panaderías con bollería ucraniana, pasta italiana recién hecha, frutas, pasteis de natas, souvlaki griego, verduras, y pescados. Nosotros optamos por unos platos de pescado en el puesto Buster's Sea Cove. El mercado ofrece una agradable y soleada terraza donde degustar las especialidades que se cogen de cada puesto.

La nueva Toronto

Tras ser arrasada por los estadounidenses en 1812, el alcalde Mackenzie rebautizó la ciudad en 1834 con el nombre de los iroqueses, Toronto, que significa "lugar de encuentro". 100 años después, la ciudad vivió una época de gran crecimiento por el descubrimiento de oro, plata y uranio en el norte de Ontario. Aún se puede respirar parte de esa época dorada en los salones del Fairmont Royal York, el gran hotel de la Canadian Pacific Railway. 

Tras la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro Pearson introdujo el primer sistema de migración por puntos del mundo en Canadá, atrayendo a millones de migrantes y refugiados, muchos de los cuales se instalaron en la pujante Toronto, ahora cuarta ciudad más grande de Norteamérica, que sigue creciendo, con rascacielos es construcción por todas partes. Es una ciudad muy nueva, y eso se nota en el dinamismo y empuje de su población.

Italianos, chinos y portugueses llegaron tras la guerra, haciendo que las necesidades de alojamiento crecieran. Una solución aún común es mantener las bonitas fachadas de ladrillo rojo originales y construir un gran rascacielos detrás. En los años 60, indios y árabes llegaron masivamente por lo que más y más edificios fueron apareciendo, hasta llegar a la actualidad, donde el mayor influjo proviene de los países latinoamericanos. Fijaos y veréis antiguas estructuras y edificios con rascacielos incrustados. Es algo muy típico de la ciudad que más rápido crece en Norteamérica.

Toronto es una ciudad con una oferta cultural sin fin y gastronomías de todo el mundo. Nosotros disfrutamos de una izakaya (Yuugi) con platos calcados a los que se podrían encontrar en Tokio: deliciosos pimientos shishito en salsa dashi, yasai itame (verduritas salteadas con soja de ajo y chile), sushi de wagyu o shushi de salmón braseado con mariscos en sirope de arce (toque local).

Otro lugar interesante donde disfrutar de la variedad de la población local es el Chef´s Hall, con decenas de puestecitos que ofrecen comidas de todo el mundo: desde pizza de Detroit a biryani o tortillas mexicanas recién hechas a un brigadeiro con bubble tea. 

Artic Bites es una tienda de helado casero hecho al momento en tabla congelada con ingredientes frescos: el de tarta de fresa está excelente, así como el de taro. Pero si buscáis dulces japoneses, Neo Coffe Bar, además de servir excelentes tipos de té verde y macha, sirve dulces nipones recién hechos.

Además, los torontonianos son una de las poblaciones más tolerantes y acogedoras del planeta. De hecho, en 2003, fue la primera ciudad norteamericana en legalizar los matrimonios del mismo sexo. También cuenta con la librería LGTBIQ+ más antigua del mundo: Glad Day Bookstore, que abrió sus puertas en 1970 desafiando la censura y promoviendo un lugar de encuentro y reflexiones.

Moverse en la jungla de cristal

Nada más llegar a la ciudad, lo primero que uno debe visitar es el conocido como Entertainment District, presidido por la altísima torre CN, que tiene más de 50 años. Esta maravilla de la ingeniería, icono de la ciudad, merece ser subida. Con 553 metros de alto, es la estructura más alta del hemisferio occidental (y la sexta del mundo). Ahorraos las colas comprando la entrada por Internet, porque aún así tardaréis mucho en subir. Eso sí, aseguraos que es un día claro, o no veréis nada. Las vistas infinitas de rascacielos son impresionantes. Incluso podéis sentaros encima de un cristal reforzado que hace las veces de suelo y ver a las personas como hormigas, solo si no tenéis mucho vértigo, claro.

Básicamente, Yonge Street (una de las calles más largas del mundo) divide la ciudad entre este y oeste, y el E/W de cada calle nos indicará donde estamos. Lo mejor es quedarse cerca de Downtown, para aprovechar el gran número de conexiones de metro y autobús de la zona. Además, una parte importante de la oferta cultural y de ocio de la ciudad está aquí.

Recomiendo recorrer esta calle y ver algunos de los edificios más importantes de Toronto, como el Elgin & Winter Garden Theatre, el último teatro eduardiano de dos pisos operando en el mundo; el City Hall (el antiguo, que parece una especie de Hogwarts) y el nuevo, que realizó un arquitecto finlandés y que es amado y odiado a partes iguales (son dos torres gemelas cóncavas con un platillo volante central y rampas que salen del mismo). Enfrente del nuevo ayuntamiento nos topamos con la enorme plaza tomada por miles de indios que celebraban su Día Nacional con danzas en escenarios, puestos de comida, música y un gran desfile.

También recomiendo el Brookfield Place, donde los amantes del hockey sobre hielo podrán visitar el museo anexo o disfrutar de un café canadiense en la sucursal más famosa de Tim Hortons. Además, esta calle está cubierta por impresionantes arcadas realizadas por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava.

Planes veraniegos

En un día soleado, nada mejor que pasear por el Harbourfront Center, muy agradable donde, si hace calor, lo mejor es tomar un ferry o water taxi (precios similares) para llegar a las islas de Toronto, un remanso de paz en el que no siempre se puede bañar uno por la presencia de bacteria e-coli en las aguas del lago Ontario, sobre todo tras días lluviosos. Aún así, tumbarse en la arena es agradable, siendo una de las más populares Centre Island, con baños y duchas públicos, puestos de comida, praderas de hierba y playas para todos los gustos: desde las más cercanas al puerto, orientadas a familias, hasta las que tienen instalaciones deportivas, las nudistas o las frecuentadas por personas LGTBI en Hanlan´s Point, algo mas alejadas. Para volver a Toronto por las tardes se forman colas ya que el ferry de vuelta es gratuito.

Cataratas del Niágara

En un corto recorrido en tren podéis plantaros de Toronto en la maravillosa península del Niágara. Pese a los lugares bonitos que se pueden visitar allí, como por ejemplo, la población de Niagara-on-the-Lake (primera capital de Canadá), la falta de tiempo nos hizo priorizar la visita estrella: las famosas cataratas, unas de las más bellas del planeta.

Aunque la ciudad anexa es feísima, cara y sin alma, sus cataratas compensan todo lo demás: observar el constante torrente y como crea una bella cortina de agua que impacta en el lecho del río elevando gigantescas columnas de rocío helado es impresionante. No son las cataratas más altas del planeta ni de lejos, pero sí las que descargan más volumen de agua: 8,500 bañeras de agua al segundo. Y esto porque, en realidad, lo que vemos en un lago tan grande como el Erie desaguando al lago Ontario.

Siempre desde el lado canadiense, es maravilloso pasear por el Niagara Parkway, viendo el lado estadounidense. En efecto, el río Niágara es la frontera natural entre Canadá y los Estados Unidos, entre Ontario y el estado de Nueva York. Hay varias cataratas: las Bridal Veil y American Falls, menos impresionantes; y las Horseshoe, las majestuosas y más fotografiadas, que se abaten sobre la nubosa Maid of the Mist, a donde los barcos turísticos intentan adentrarse todo lo que pueden, entre los gritos de los turistas, que acabamos empapados. Desde el lado canadiense salen barcos cada 15 minutos con el "Hornblower Niagara Cruises". Sus recorridos por bajo de las cascadas duran unos 20 minutos. Vale la pena comprar el ticket online para ahorraros algo de cola. Esta es la única atracción que, en mi opinión, merece la pena. Además os darán un chubasquero para protegeros. Las otras entradas, como la que os permitirá acceder a un túnel detrás de las cascadas "Journey behind the falls", no merecen la pena, ni por el precio, ni por las enormes colas que hay que hacer.

Desde tierra, el mejor lugar para disfrutar de las cataratas es desde Table Rock (gratis) o si preferís una experiencia más privada, desde lo alto del "The Tower Hotel", anticuado pero con habitaciones correctas, de las que si elegís las de la fea torre, disfrutaréis de las mejores vistas de las cataratas todo el día y sin gente, cómodamente desde vuestra habitación. Dormir con el susurro de las mismas es fantástico. De noche las cataratas se iluminan de colores cambiantes, y en verano, hay fuegos artificiales durante cinco minutos a las diez de la noche. Verlos desde lo alto de nuestra habitación fue inigualable. Y ver el amanecer, también.

Y como dije, la ciudad no es más que un vulgar conjunto de casinos anticuados, hoteles muy feos arquitectónicamente, trampas para turistas y cadenas comerciales con precios inflados (desayunar en un sitio tan malo como IHOP cuesta unos 35$ por persona... por ejemplo). El centro de este esperpento el Clifton Hill, una calle empinada que se ilumina por las noches como una mini Las Vegas de mala calidad.

Me quedé con ganas de visitar la zona vitivinícola de la península: debido al microclima creado y al suelo de caliza y arcilla, se dan condiciones similares a las de la región de Borgoña en Francia, lo que permite crear vinos de gran calidad. Eso sí, en las tiendas de la fea Clifton Hill pudimos comprar el famoso y caro "vino de hielo", elaborado con uvas que se dejan en el arbusto semanas más allá de la vendimia, haciendo que aumente la concentración de azúcar en ellas. En las primeras heladas de diciembre (o enero) se recogen a mano estas uvas congeladas, se prensan, y se dejan envejecer en barrica un año, siendo vinos muy dulces y con alta graduación alcohólica. Las botellas son caras porque se necesitan diez veces más uvas que un vino normal para rellenar una, además del laborioso proceso de producción y recogida a mano de la uva. Pero valen la pena: el sabor es potente, nos encantó, sobre todo mientras disfrutábamos de los fuegos artificiales con las cataratas de fondo.


IMPRESCINDIBLES

Comer

Halibut, una especie de lenguado, en Buster's Sea Cove.

Beber

Café en el Tim Hortons del Hockey Hall of Fame.

Vino de hielo mientras se disfrutan de las cataratas del Niágara.

Canción

Stay de Justin Bieber y The Kid Laroi.