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dimecres, 31 de maig del 2023

Islas Azores

Las islas Azores 

Este archipiélago, situado en mitad del Atlántico norte, constituye un destino cada vez más frecuente por su belleza natural, pero también por su patrimonio cultural y su rica gastronomía. 

Nosotros fuimos en agosto, la mejor época para ir. Y aún así, refrescaba algunos días y todos las noches. Y nos cayeron lluvias de tanto en tanto. Pero en general, las temperaturas eran agradables: no suelen bajar de 15 grados ni subir por encima de los 25 durante todo el año. Consejo clave: alquilad coche siempre en cada isla. El transporte público es muy lento, con pocas frecuencias y no llega a casi ningún sitio turístico de interés.

Las Azores son territorios aún con una naturaleza muy virgen en varias zonas, ya que los humanos solo empezaron a instalarse en ellas desde 1427. Antes nadie vivió aquí, no hay civilizaciones pasadas. Por tanto, son islas enteramente de cultura y lengua portuguesa. Forman parte de las islas macaronésicas, junto a las Canarias y Cabo Verde, con las que comparten muchas cosas en común, principalmente el haber sido generadas por volcanes. En la isla de San Miguel, de hecho, aún se pueden ver fumarolas activas a las que la población da uso para cocinar, por ejemplo. Empecemos por esta isla.

Ponta Delgada: la capital de las Azores y de la isla de San Miguel

San Miguel fue la primera isla en ser poblada en las Azores y donde reside más gente en la actualidad,  siendo su aeropuerto el hub principal para acceder a las otras ocho islas. Aquí se instalaron primero presidiarios y familias pobres de las regiones portuguesas del Alentejo y el Algarve. Su capital, Ponta Delgada, poco a poco se convirtió en un puerto importante en las rutas de las Américas. De esa época, la ciudad conserva un bellísimo centro histórico de casas hechas con piedra volcánica y paredes pintadas de blanco impoluto. Las características aceras portuguesas "calçadas" dominan sus calles con bonitos ornamentos. Un buen lugar para empezar a descubrir la ciudad es en sus antiguas puertas aduaneras. Enfrente está la catedral de San Sebastián, que sirvió de ejemplo para el resto de iglesias de la isla. La catedral, sin embargo, es la única iglesia de la isla con mármol en su fachada, esculpido al estilo manuelino, regalo del Rey de Portugal.

Y es que las Azores es la región portuguesa con mayor número de católicos practicantes, pese a que muchas órdenes religiosas fueron expulsadas a lo largo de la historia, como los Jesuitas, que dejaron inacabada su gigantesca iglesia en Ponta Delgada cuando se les expulsó en 1759. Aún inacabada, su fachada es imponente: os recomiendo visitarla. Acercaos también al convento de la Esperanza, para ver a los locales hacer fila para pedir milagros a las monjas que custodian la imagen de Nuestro Señor Cristo de los Milagros. 

En el siglo XIX, la ciudad despegó económicamente gracias a que se empezaron a plantar naranjos, que crecían estupendamente con las temperaturas agradables y los fértiles suelos volcánicos. La exportación de esta fruta hizo muy ricas a varias familias de la ciudad, haciendo que estas construyeran los conocidos como "palacios naranjas". 

Entrado el siglo XX, estos ricachones empezaron también a decorar los jardines de sus palacios con plantas tropicales de todo el mundo, rivalizando por ver quién conseguía tal árbol indio, australiano, indonesio o chileno. Y esta fue su perdición: un hongo tropical importado acabó con todos los naranjos de San Miguel. Los "palacios naranjas" aún existen pero son casi todos edificios públicos que las familias tuvieron que ceder cuando sus fortunas se evaporaron. Ahora son institutos, museos, bibliotecas o facultades de la universidad local.

Los naranjos fueron substituidos por cultivos de piña y maracuyá, que por supuesto no eran tan rentables, aunque siguen siendo las principales exportaciones de la isla. De hecho, es común en las pastelerías encontrar deliciosos pasteles caseros de piña o, en los supermercados y bares, refrescos locales hechos con maracuyá. Hay puestos de piñas coladas artesanales por el centro de Ponta Delgada.

Para probar la gastronomía local en Ponta Delgada, recomiendo el café Royal, el más antiguo en operación de la ciudad. Sus lapas a la parrilla están deliciosas. Si queréis algo de un poco más de nivel y variedad, entonces acercaos a la nueva zona del puerto para comer en "O Marineiro", pero pedid rápido porque son muy lentos. Sus sopas y quesos locales están muy buenos, y el filete de atún con frijoles y ñame, también. 

Finalmente, subid a la ermita da Mãe de Deus para disfrutar de vistas de la ciudad y de la cadena de volcanes que crearon la isla de San Miguel. No hay mejor forma de despedirse de la ciudad.

Sete Cidades 

Más allá de Ponta Delgada, San Miguel ofrece rutas espectaculares. Si solo pudierais hacer una, no lo dudéis: la de Sete Cidades, un viejo cráter de un volcán ahora inundado por dos lagos gemelos. Aparcad en el pueblo "Sete Cidades", una preciosa población donde antes existían siete villas, arrasadas por el volcán. Allí hay una coqueta iglesia con un paseo bordeado de glicinias. También hay un horno  tradicional que vende un pan estupendo. Pactad con el taxi local que os recoja a una determinada hora al final de la ruta y os devuelva al coche. Cogedle el teléfono que son algo despistados. Llevad comida y agua para el camino por si acaso. 

Empezad la ruta señalizada, en la que os encontraréis restos del acueducto construido para llevar agua dulce a Ponta Delgada. Las vistas son increíbles a lo largo de la caminata que bordea los lagos por encima de las montañas. Sobre todo desde el mirador do Cerrado das Freiras. También os encontraréis con muchas vacas pastando. ¡En Azores hay más vacas que gente! De hecho la leche y la carne local son estupendas porque vienen de vacas criadas en libertad.

Uno de los mejores sitios para degustar los productos vacunos azorianos es en el restaurante de la Asociación Agrícola de San Miguel. Situado en un edificio contemporáneo a las afueras de Rabo de Peixe (el pueblo ahora tan de moda por la nueva serie de Netflix), cuenta con un menú corto de calidad y un servicio amable. Para la cena hay que reservar, pero para almorzar la única opción es esperar turno en la lista y sentarse en sala de espera o dar vueltas por las instalaciones hasta que nos asignen mesa. Pedid gambas al ajillo de entrante y el bife “à regional” de principal: muy tierno y servido con un pimiento picante por encima, un huevo frito y ajos enteros en una salsa de vino. Los postres caseros no están nada mal, así que reservad hueco.

Por cierto, julio y agosto son los meses de las fiestas patronales de los municipios de Azores. Sus iglesias se decoran con bombillitas de curiosos diseños luminosos y en algunos lugares podréis disfrutar de tradiciones muy curiosas. Por ejemplo, los mosaicos naturales en las calles, que elaboran los vecinos de Mosteiros, con flores, hojas y ramitas. En las plazas mayores, hay puestos callejeros que venden "malassadas", una especie de donuts caseros fritos con canela y un toque de naranja con su piel rallada dentro. Los meses de verano son también cuando muchos azorianos vuelven a visitar a la familia y a descansar a las islas, en casas donde tienen banderas de Estados Unidos y Canadá, mostrando orgullosos de donde viene el dinero que les permite tener una vida mejor.

Furnas

Otra excursión interesante en la isla de San Miguel es la población de Furnas. En el centro del municipio se encuentra el parque Terra Nostra, un enorme jardín botánico que fue los jardines de la mansión de un marqués local, luego comprada por Estados Unidos para ser sede de su consulado en las islas y que ahora es un hotel. Para los que no estamos alojados existe una entrada a 10€ que permite disfrutar de los bellos jardines con plantas de todo el mundo. En algunas partes da la sensación de estar en una de las escenas de Jurassic Park. La entrada incluye darse un baño en las aguas termales que surgen de la tierra, fruto de la aún presente actividad volcánica. Furnas se encuentra en mitad de un cráter y la continua actividad geotérmica hace que surjan aguas ferruginosas con minerales buenos para la piel.

Tras el baño os entrará hambre, la tensión baja mucho, por lo que mejor reponer fuerzas. Recomiendo que reservéis la comida unos días antes si queréis degustar la especialidad local: el "cozido de Furnas". Recomiendo el restaurante "O Miroma". Mencionad que queréis cozido en la reserva. Se trata de un conjunto de carne de pollo, ternera, cerdo, morcillas, chorizo, zanahorias, batata, repollo y ñame cocido durante 8 horas en las fumarolas volcánicas activas que quedan alrededor de Furnas. Tienen un sabor único, y se sirve acompañado de arroz y salsa verde casera, así como un "bolo levedo", el pan dulce tradicional de Furnas. Las raciones son enormes y sirve también otros platos tradicionales.

Tras reponer fuerzas, podéis hacer una pequeña ruta: la Grená, cerca del lago. En su base podréis ver las curiosas fumarolas donde se cuecen los cocidos. Luego, subiréis 600 metros de altura para disfrutar de las vistas del valle, así como de una impresionante cascada en lo alto. Me atreví incluso a tomar un baño en las aguas heladas del riachuelo, pero también está la opción de meterse en otro baño caliente natural calentado por la actividad geotérmica.

Vistas las principales opciones de San Miguel, cogimos un vuelo interno con Azores Airlines y volamos a la isla de Terceira.

Angra do Heroísmo, capital de la isla de Terceira.

Los que me conocéis sabéis que si pasaba por Azores era imposible que me perdiera Angra do Heroísmo, la capital de Terceira (la isla se llama así porque fue la tercera del archipiélago en ser poblada por los portugueses). Y es que Angra es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO

La ciudad se fundó en mitad de dos bahías, separadas por una pequeña península, gracias a las aguas profundas, pero resguardadas, donde pasarían cientos de naves y carabelas. Angra se organizó a partir del diseño de una malla reticulada, con ideas renacentistas, y en pocos años, adquirió el rango de ciudad: en 1534. Los urbanistas la consideran primera ciudad moderna del Atlántico, por ser la primera planificada a través de una plaza central de la que sale una malla cuadriculada. 

Angra se convirtió en puerto de escala obligada para la travesía del Atlántico, y lo fue durante siglos. Por aquí pasaban barcos cargados de oro y plata americanos, así como de especias de Oriente, lo que hizo necesario fortificar no solo el puerto, sino la isla de Terceira entera, con 40 fuertes en sus costas. El mismo Vasco da Gama hizo escala varias veces aquí en sus expediciones comerciales. En Angra, para proteger su puerto, se construyeron los imponentes fuertes de San Sebastián y San Juan Bautista, ejemplos incomparables de la arquitectura militar de la época, así como la de San Felipe, este último construido por orden del rey Felipe II de España y Portugal, una de las mayores fortalezas españolas jamás construidas.

Con la aparición de los barcos de vapor en el siglo XIX, Angra dejó de ser puerto clave y entró en decadencia. Aún así, la Reina María II la renombró como "Angra do Heroísmo" por ser una de las plazas fuertes del liberalismo, que le permitió ganar la Guerra Civil portuguesa. Un fortísimo terremoto en 1980 la acabó de destrozar. Por suerte, en 1983, la UNESCO la incluyó como Patrimonio de la Humanidad y empezó a ser objeto de obras de restauración que le han devuelto su antigua belleza, espoleada por el turismo que cada vez llega en mayor cantidad. 

Su posición de cruce de rutas hace que la estética de Angra sea de una mezcla de los pueblos portugueses y brasileños, un cruce único y muy original, donde la burguesía comerciante construyó varios palacetes, y la Iglesia católica varios conventos e iglesias. Muchas de ellas, como las iglesias de la Concepción, de la Misericordia o la propia catedral del Salvador son obras maestras del renacimiento portugués. Las ornamentadas iglesias son una muestra más de la enorme riqueza que pasaba por aquí. 

Entre sus principales puntos de interés, empezamos por la plaza vieja, presidida por uno de los ayuntamientos más elegantes de todo Portugal, inspirado en el de Oporto. Cuenta con unos regios salones de actos y de plenos que vale la pena visitar, así como vitrinas con fotos y objetos de exposiciones, donde aprender de tradiciones como la elección de las reinas de las fiestas de San Juan.

El convento de San Francisco, además de tener una iglesia bellísima, con un coro forrado de cerámica azul portuguesa, también están sepultado Paulo da Gama, hermano de Vasco, fallecido al regreso de su primer viaje a la India. Además, el resto del convento acoge el museo de la isla, con objetos de todas las épocas, con especial énfasis en objetos de familias burguesas del XIX.

Vale la pena pasear por el antiguo astillero, hoy reconvertido en una bucólica playa rodeada de altos muros blancos, donde también se puede pasar un agradable rato tumbado en la arena y disfrutando de un Atlántico menos frío de lo habitual. 

Pasead por las alegres calles Direita, Sao Joao y da Palha, así como el agradable largo do Colégio, vías donde se concentran la mayoría de comercios y restaurantes de la ciudad. Lo cierto es que Angra es mucho más colorida que Ponta Delgada, con sus casas pintadas de varios colores pastel. De hecho, la ciudad es considerada por ser la más festiva de todas las Azores. Es muy común escuchar música portuguesa tradicional en directo por sus plazas y restaurantes.

Y hablando de restaurantes, algunos interesantes son el "Beira Mar". Tanto la sopa de marisco servida en pan, como sobre todo la pasta vegetariana, están ambas muy ricas y a precios más que razonables. Además, su terraza al mar es muy agradable. Nosotros tuvimos la suerte que estaban celebrando en varias mesas y había un grupo de música tradicional azoriana cantando.

No os perdáis la pastelería "O Forno", donde aún hornean los "bolos D. Amélia", pastelitos elaborados en honor a la visita de la Reina Amélia en 1901 que contienen ingredientes de todas las partes del antiguo Imperio portugués: canela, clavo, nuez moscada, limón, uvas pasas y maíz.

Costas volcánicas

Además de la bellísima Angra do Heroísmo, Terceira ofrece un paisaje costero fascinante con sus piscinas naturales en mitad de rocas negras creadas por las diversas erupciones. Una de las más bonitas son las de los "Biscoitos". En sus alrededores hay una colina que vale la pena subir para disfrutar de bonitas vistas de los campos cercados por vallas de piedra donde se cultiva maíz, ñame o plátanos. 

No muy lejos está la "Casa de Pasto O Pedro". Las "casas de pasto" son restaurantes familiares modestos que sirven cocina tradicional casera. Sin duda, este es uno de los mejores, sin pretensiones, pero delicioso y a buen precio. Para comer rico y como si fuerais del pueblo. No encontraréis apenas turistas, pero está abarrotado de locales, y no por casualidad: sirve raciones enormes a buen precio y con mayor rapidez que en otros restaurantes de la isla. Pedimos unas gambas al ajillo de entrante que estaban excelentes, de las mejores que he comido en mi vida tanto en calidad como en sabor. Luego probé la morcilla local con piña, acompañada de ensalada, arroz y patatas fritas. Y de postre, tanto la tarta de chocolate como la de queso con maracuyá están buenísimas.

Otro buen restaurante no muy lejos pero algo más caro es el "Caneta" en Altares. Eso sí, son lentísimos. Para empezar, nos sentaron media hora después de nuestra reserva. De entrante pedimos la sopa del día, que era de puerros, muy rica. Para traernos los principales, tardaron una hora de reloj. De principal pedimos la "alcatra", plato por excelencia de Terceira: cocinado en una olla metálica al fuego de leña durante cuatro horas, se trata de un guiso de trozos de ternera con canela, cebolla, clavo, ajo, panceta, vino blanco, manteca de cerdo y laurel. Se come acompañado de massa sovada: el pan de maíz tradicional de Terceira, dulce (se amasa con leche). Estaba delicioso pero es un plato muy contundente que los locales solo comen en fiestas como el domingo de resurrección o durante las fiestas del Espíritu Santo. Mejor pedid uno para dos personas. También pedimos una carne de gran calidad preparada en un pincho, buenísima, cocinada en mantequilla. De postre: doce de vinagre, muy tradicional de la isla, una masa a base de leche, huevos, vinagre, hinojo y azúcar, muy contundente pero deliciosa y única. En definitiva: es un lugar muy tradicional, muy rico, servicio amable pero extremadamente lento. Venid con tiempo y con paciencia.

Para bajar toda esta comida, la isla ofrece muchas rutas chulas, como la de Serreta o el trilho Baías da Agualva, rutas costeras en este caso, donde disfrutar de antiguas grutas donde piratas escondieron sus tesoros robados.

En rutas de interior, la más impresionante es la de Lagoa do Negro, que cruza desde bosques alpinos hasta cráteres de volcanes llenos de vegetación jurásica, y en algunos tramos, con flores gigantes que parecen sacadas de otro planeta.

También vale la pena descubrir algunos de sus pueblecitos como Sao Sebastiao, con la iglesia más antigua de la isla. De estilo tardo gótico, es la única en las Azores con frescos medievales, muy interesantes y con detalles muy precisos.

A principios del siglo XX, los vecindarios de Terceira construyeron los"Impérios", altares al Espíritu Santo que compiten por toda la isla en colorido y diseño de su arquitectura y pinturas. El de Sao Sebastiao es especialmente bonito. 

Otra población interesante es Praia da Vitória, con una gran vida comercial. 

Tourada a corda

Terceira tiene una gran tradición taurina. De hecho, a la entrada de Angra hay una estatua gigante de metal con varios toros corriendo en una "tourada a corda". Esta celebración es plenamente callejera, donde los vecinos protegen sus casas con planchas de madera o metal para evitar que se les cuelen los animales. Cada toro es controlado por una cuerda controlada por seis personas expertas llamadas "pastores" que solo la tiran cuando el toro se pasa de las dos líneas fijadas a cada extremo de la calle en la que se celebra la fiesta (normalmente la calle mayor del municipio). En ningún caso se mata al toro ni tampoco se le puede herir: los locales se limitan a correr delante de él, valorándose a los que más se acercan al mismo. Los cuernos de los toros se cubren para minimizar cualquier posible accidente. La suelta del toro se acaba cuando suena un petardo. 

Finalmente, de camino al aeropuerto (al llegar o antes de irse) recomiendo el restaurante "Sabores do Atlântico". Pese a que el restaurante no está en la mejor situación posible, su corta carta ofrece excelentes productos del mar. Nosotros pedimos de entrante el queso regional con salsa de pimiento picante, así como unas almejas en salsa casera excelentes. Y luego seguimos con unos calamares asados espectaculares. Y todo servido bastante rápido (algo raro en Azores) y con amabilidad. Raciones grandes y precios razonables.

Faltan muchas más islas

En definitiva, las Azores son un sitio único, estupendo para pasar unos días de relax, sin estrés, y olvidarse de masas de gentes y de prisas. Los camareros se toman su tiempo, no hay atascos y es raro encontrarse con mucha gente. El silencio es frecuente, solo roto por los movimientos de la naturaleza causados por le viento o las olas del Atlántico.

Tengo que volver, primero para disfrutar del paisaje vitícola de la isla de Pico (el otro Patrimonio de la UNESCO que me queda pendiente en el archipiélago) pero también para ver los paisajes y degustar los sabores del resto de islas: Corvo, Graciosa, San Jorge, Fayal y Santa María. Los vuelos no son especialmente baratos aunque el turismo allí si, por lo que una cosa compensa a la otra. Aún no sé cuando, pero sé que volveré a este rinconcito perdido de la Lusofonía.

diumenge, 21 de maig del 2023

Samaná y Punta Cana

La península de Samaná

Peleada por varias potencias, a Samaná llegaron más de 5,000 esclavos libertos desde Estados Unidos, en 1830, invitados por Haití para establecerse aquí, junto a colonos franceses, indemnizados por la expropiación de sus latifundios haitianos. También colonos españoles llegaron en 1861, cuanto la República Dominicana volvió a integrarse al Reino de España durante unos años. Por tanto, la península constituye un universo en sí mismo bastante diferente al resto del país, con una mezcla de culturas y etnias que hace a sus habitantes únicos.

Tradicionalmente aislada por no contar con buenas carreteras, Samaná ofrece las mejores playas del país que además siguen aún libres del modelo de turismo masivo de otras zonas como Bávaro o Punta Cana. Ahora está masificándose poco a poco debido a la nueva carretera que ha acortado el viaje desde Santo Domingo de cinco horas a solo dos, pero la falta de grandes resorts mantiene aún preservada la autenticidad de la península. En temporada alta, de enero a marzo, la zona se llena de turistas que buscan ver el paso de las ballenas jorobadas en su ruta migratoria para aparearse en la bahía de Samaná. En el resto de meses el precio de los alojamientos cae y los restaurantes y excursiones suelen estar medio vacíos, pese a que suele hacer buen tiempo durante gran parte del año. Por eso es la opción preferida por los turistas expertos, que huyen de los paquetes masivos de otras zonas.

Santa Bárbara de Samaná

Capital provincial y ciudad aletargada, cuenta con un agradable malecón y su puente característico que une uno de los islotes de su bahía para que los peatones disfrutemos de un agradable paseo, preferentemente durante la bella puesta de sol.

A lo largo del paseo marítimo, se encuentran desde bares cutres y ruidosas mini-discotecas, hasta restaurantes elegantes que podríamos ver en Ibiza o cualquier isla griega. Para desayunar hay bastantes lugares agradables frente a la bahía donde degustar un buen mangú tres golpes, que consiste en mangú (plátanos verdes luego de ser hervidos en agua con sal machacados con un poco de mantequilla, que lleva por encima cebolla sofrita en aceite y vinagre) acompañado de salami dominicano, huevos fritos y queso dominicano frito. Las cenas también son estupendas: el malecón también es un buen sitio para probar el lambí, un caracol marino típico del Caribe que se prepara aquí al coco o guisado, pero personalmente no me gustó su textura, demasiado cartilaginosa. En cualquier caso, un buen lugar para cenar es el restaurante Santa Bahía, con decoración estupenda y platos internacionales.

Es una ciudad útil como base para descubrir la península por estar en el centro de la misma y contar con tiendas y servicios que cubrirán la mayoría de nuestras necesidades. Nosotros alquilamos un agradable casa con jardín al lado del paseo marítimo bastante tranquila.

Parque Nacional de los Haitises y Cayo Levantado

Una excursión popular de un día desde Santa Bárbara de Samaná es ir en barco a explorar el Parque Nacional de los Haitises, con sus pequeñas islas cubiertas de jungla y sus tupidos manglares con ríos de agua transparente. Las excursiones incluyen visitas guiadas a cuevas con pictogramas taínos, mucho menos impresionantes que en otros lugares como las cuevas de El Pomier, aunque igualmente interesantes. Eso sí, las cuevas son espectaculares como elementos naturales.

Si sois hábiles, podréis conseguir la excursión por unos 3,000 pesos dominicanos, incluyendo barco, guía por el parque, refrescos y agua durante la travesía; y comida luego en Cayo Levantado. El único problema es que suelen volverse muy pronto, alrededor de las 15:30, por lo que no da mucho tiempo a disfrutar de la playa de Cayo Levantado, que por cierto, tampoco nos gustó demasiado: estaba a reventar de gente con música a toda pastilla y griterío de niños y adultos.

La comida fue pasable, pero tampoco hay otras opciones en el cayo. Se sirve en un restaurante de playa en mesas comunales tipo pequeño buffet. Mi consejo es que prioricéis las playas de Las Galeras y Las Terrenas, mucho mejores, y evitéis Cayo Levantado si es posible.

Playa Rincón

Una de las mejores playas en las que he estado en mi vida: tres kilómetros de fina arena blanca con agua transparente a temperatura ideal con un tupido palmeral como telón de fondo donde tumbarse en su suave arena a descansar a la sombre si nos cansamos del sol tropical. La mayoría de historiadores coinciden que aquí desembarcó Colón por primera vez. El lugar es, simplemente, inolvidable, y debería ser la prioridad de cualquier viaje a República Dominicana. 

Es suficientemente grande como para poder tener la sensación de estar casi solos, excepto en uno de los extremos donde está Caño Frío, un impresionante río de agua dulce color esmeralda ideal para quitarse la sal marina tras un día de playa. A los residentes y visitantes les encanta refrescarse aquí, antes o después de disfrutar de pescado y langosta fresca cocinados a leña en fogones cercanos por múltiples vendedores de comida. Al nuestro le agregaron una excelente salsa de coco fresca que hicieron delante nuestro. Por cierto, de las mejores comidas que disfrutamos en República Dominicana, y a precio de risa.

En definitiva, una playa perfecta donde hubiera pasado no un día, sino varios.

Punta Cana y Bávaro

Error de bulto pero que no podía evitar: tras los días de estrés por el trabajo y de recorrerme la península de Samaná el fin de semana, decidí acabar el viaje en un resort todo incluido de Punta Cana. Me sorprendieron las grandes autopistas que hay alrededor, la cantidad de cadenas internacionales, tanto de hoteles como de restaurantes, y lo diferente que es del resto del país. En muchos sentidos me recordó a partes de la Florida más aburrida, prefabricada y homogénea.

Eso sí, me quedé en uno "Only Adults" de Meliá The Level que es "wellness inclusive" con gimnasio, yoga, meditación y un estupendo Yhi Spa con circuitos de agua relajantes. Y comida detox aunque no tan sana como me hubiera esperado. Pero en cualquier caso, una jaula dorada que podría haber estado perfectamente en cualquier otro país del mundo. La desconexión del resort respecto al país real es total.

La playa de Punta Cana me decepcionó mucho, especialmente tras la maravilla de Playa Rincón. Nunca se me ocurriría cruzar el océano Atlántico para esto, honestamente. Reitero: si vais a República Dominicana, priorizad Samaná para disfrutar del Caribe más impresionante y más real, con sus paisajes, playas, sabores y sobre todo, su gente. No os arrepentiréis.  

dimecres, 17 de maig del 2023

Santo Domingo

La capital de la República Dominicana

La isla Española, así nombrada por Cristóbal Colón (primer territorio americano donde puso pie) se llamaba antes Haití por los taínos, que significa "isla de montañas altas" en su lengua. Partida en dos países actualmente, Santo Domingo es la capital de uno de ellos: la República Dominicana. Haití es solo la otra mitad, que es donde los castellanos primero intentaron fundar una ciudad en Villa La Navidad. Tras fracasar, fundaron La Isabela, que tampoco salió bien. Fue entonces cuando Bartolomé Colón (hermano de Cristóbal) fundó La Nueva Isabela en uno de los márgenes del río Ozama. Años después, Nicolás de Ovando trasladaría el centro de la ciudad al otro margen, fundando finalmente Santo Domingo.

La ciudad fue ocupada por Francis Drake, William Penn y Dominique Toussaint L´Ouverture, hasta que finalmente pudo proclamarse como capital de la República Dominicana en 1844 bajo el liderazgo de Juan Pablo Duarte.

Es muy importante tener en cuenta precisamente que la identidad dominicana no va contra los españoles sino contra los haitianos fundamentalmente. Siempre han visto como invasores a ingleses y haitianos, y de estos últimos fueron de los que se independizaron y así celebran su fiesta nacional. Es curiosos que esto también ha llevado a un racismo predominante, exacerbado durante la dictadura de Trujillo, por el que pese a que más del 60% de la población tiene rasgos genéticos negros, solo el 8% de auto-identifica como afrodescendiente: ser negro es ser haitiano, y esto es algo muy negativo aún entre la población dominicana.

La Zona Colonial

Nosotros nos quedamos en el corazón de Santo Domingo, la llamada Zona Colonia, una parrilla de calles rectas con plazas arboladas aquí y allá donde se encuentran las edificaciones más antiguas del continente americano. Y lo hicimos en el pequeño hotel "Villa Colonial", una casa art déco del año 1920, restaurada y habilitada manteniendo sus extraordinarios pisos de época con un agradable jardín tropical interior.

Vale la pena alojarse aquí, ya que es el único lugar de momento considerado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en República Dominicana. Estas once cuadras de calles adoquinadas ofrecen tiendas sin igual en el país, restaurantes con encanto y varios monumentos que vale la pena explorar. 

Por un lado tenéis la agradable calle Arzobispo Portes, jalonada de palacetes, antiguas iglesias y plazas arboladas. Por otro, la animada calle del Conde, peatonal pero muy decadente, aunque llena de restaurantes y tiendas turísticas. En uno de sus extremos se encuentra la puerta del Conde, donde los dominicanos iniciaron la rebelión contras las fuerzas haitianas, alzando la primera bandera dominicana. 

En el otro extremo se encuentra la Catedral Primada de América, cuya primera piedra fue colocada por Diego Colón, hijo de Cristóbal (sí, enchufó a toda la familia a gobernar La Española). Se trata de la primera catedral en América y aún cuenta con el escudo del emperador Carlos V en su fachada. Está en pleno parque Colón, con una estatua de Cristóbal en medio, y varias terrazas de restaurantes caros. También se encuentra aquí el primer ayuntamiento del continente. Al lado, en el convento de la Orden de los Predicadores, de los dominicos, fue donde Fray Bartolomé de las Casas describió y denunció las atrocidades cometidas contras los indígenas. No muy lejos están la iglesia de la Altagracia y sobre todo, las ruinas del hospital San Nicolás de Bari, primero en América, destruido en 1911 por un huracán. Un poco más arriba se encuentra la gran plaza de España, antiguo recinto militar, con el elegante Alcázar de Colón en una de sus esquinas. 

En uno de los laterales se encuentra el Museo de las Casas Reales, antiguo primer tribunal de justicia de América. En frente hay un reloj de sol, construido para que los funcionarios pudieran consultar la hora dando una mirada desde sus ventanas.

Si recorremos la calle de las Damas os encontraréis, primero con el Panteón Nacional, antigua iglesia de los Jesuitas que ahora es lugar de homenaje para las personas más ilustres del país. Siempre hay un soldado armado vestido de gala apostado en la entrada. Luego veréis la Casa de Francia, desde la que Hernán Cortés planeó su conquista del Imperio Azteca. Y luego la antigua mansión de los Ovando, única que tenía el privilegio de contar con una capilla privada y que ahora es un elegante hotel de cinco estrellas. Finalmente, si seguís hacia abajo (primera calle del continente) llegamos a la fortaleza Ozama, construcción militar colonial más antigua del Nuevo Mundo, que controlaba el acceso del rio Ozama desde el mar Caribe.

No hay nada mejor que dar un agradable paseo por la Zona Colonial descubriendo sus edificios con una agradable brisa marina tropical acariciando la piel mientras veis a hombres jugando al dominó y estridentes notas de bachata y merengue suenan desde los colmados (tiendas de comestibles) o colmadones (donde además de vender comestibles, también preparan tapas y se sirve alcohol, un nuevo concepto que surgió en la crisis de los años 2000). El que busque souvenirs no tardará en encontrar alguna tienda en la que incluso comprar alguna joya con larimar, una piedra semipreciosa típica de la República Dominicana. O ámbar, aunque cuidado con las falsificaciones. También le podrán preparar una botella de "Mama Juana", una mezcla de ron y vino tinto infusionado con miel, hierbas y una madera afrodisíaca. Esta receta es la mezcla del té afrodisiaco de los taínos con el alcohol que trajeron los europeos.

Por supuesto, la Zona Colonial está llena de restaurantes interesantes, como "TIME", de comida vegetariana con una agradable terraza en parque Billini y magníficos cócteles, donde degustar sobres de queso criollo, raviolis de remolacha, crema de calabaza y naranja o arepa de choclo. Pero si queréis probar la gastronomía dominicana, nada mejor que ir a "Jalao", en parque Colón, donde probar el maravilloso ceviche "morir soñando" o las catibías de queso (empanadas hechas de yuca). Al lado, "La Marchanta" sirve una ensalada de aguacate espectacular, además del típico mofongo, un plato hecho de plátanos macho fritos, machacados en salsa de ajo y trozos de cerdo fritos servido en un pilón (mortero de madera). Si viene con gambas encima, le llaman camarofongo. Muy contundente, mejor reservadlo para el almuerzo. Y para beber, "Morir soñando" una bebida de zumo de naranja o limón natural con leche evaporada (o leche Ideal). 

Por supuesto, el que busque algo más económico y rápido, pero no por ello menos delicioso, puede ir a cualquiera de los llamados "comedores", pequeños locales de comida preparada donde montar vuestros platos y comer abundantemente por poco dinero recetas dominicanas como moro de guandules, pollo guisado, mondongo, berenjenas asadas, tostones fritos, asopao, yuca con mojo de ajo, puerco guisado, plátano hervido encebollado, picalonga o chuleta ahumada. Uno muy rico es "D Comer Colonial" al final de la calle Arzobispo Portes.

El barrio de al lado, Gazcue, antigua zona cara, es ahora un barrio normal aunque agradable presidido por el imponente Palacio Nacional, construido con mármol rosado de Samaná en estilo neoclásico. Su paseo marítimo, o malecón, también es muy agradable para un paseo nocturno.

Cuevas del Pomier

No muy lejos de Santo Domingo, en el municipio de San Cristóbal, se encuentran las cuevas del Pomier, un conjunto de 57 cuevas (sólo cinco abiertas) con más de 600 pinturas taínas, siendo el mayor conjunto descubierto hasta ahora en el Caribe. 

Nada más entrar en la primera veréis a Macocael, guardián de las cuevas, esculpido en la roca, ejemplo clave de petroglifo taíno. Luego, en las diferente estancias, dibujados con carbón y grasa de manatí, hay representaciones de pájaros, peces y otros animales, así como figuras humanas y posibles deidades, como gran muestra de pictogramas taínos. Llama la atención uno que muestra un coito, elemento sagrado para los taínos. Las cuevas eran lugares donde, además de refugiarse de atacantes y huracanes, también las usaban como lugares sagrados donde retirarse a meditar en silencio durante horas.

De estas cuevas, además de la bajada enorme de temperatura respecto al exterior, lo que también nos chocó fue la presencia masiva de murciélagos, muchos de los cuales se podían ver incluso cargando con sus bebés. Cuidado con sus excrementos.

Como estuve por trabajo, apenas tuve tiempo de ver cosas, por lo que no entré en ningún museo y además me faltó ver el Faro a Colón o asistir a un partido de béisbol, además de muchos restaurantes, pero seguro que más tarde o más temprano regresaré a la ciudad colonial más antigua de las Américas.