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dilluns, 13 de març del 2023

Rajastán

Rajastán, la India que todos tenemos en mente.

La India es ese país que todo viajero tiene en mente pero que es muy difícil abordar. No es un país cómodo, la comida es complicada en muchos aspectos y moverse por el mismo también. También hay que saber cuando visitar cada una de sus partes, ya que su clima puede ir desde el muy cálido y húmedo de muchos de sus Estados a partir de marzo y al frío extremo de la zona del Himalaya o los monzones interminables del sur en la época de este fenómeno. En definitiva, no es un viaje para principiantes.

Pero si hay un lugar por el que se puede empezar es Rajastán, el Estado indio en el que se encuentran algunas de las ciudades con más encanto del país. Tierra de marajás, fortalezas y palacios. De desiertos y junglas. Ninguna visita a la India será del todo completa sin asomarse algunos días por aquí, donde veremos elefantes transportando a personas, encantadores de serpientes y fábricas tradicionales de coloridos saris. Este estado ha sido gobernando por príncipes hindús desde hace mil años, dividido en pequeños sultanatos, por lo que la influencia islámica es menor que en Delhi o Agra, por ejemplo. Pudieron mantener sus reinos siendo vasallos del Imperio Mogol, primero, y luego del Británico, hasta que la nueva República India les quitó el poco poder que les quedaba y Rajastán pasó a ser un estado más de la federación. Su actual capital, Jaipur, es además una de las tres puntas del conocido como triángulo dorado, el recorrido que hará todo principiante: Delhi, Agra y Jaipur. Nosotros, además, nos escapamos un par de noches a Udaipur, otra ciudad del Rajastán  maravillosa.

Jaipur, la ciudad rosa.

En Rajastán, cada ciudad principal tiene un color, y su capital tiene asignado el rosa. Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Jaipur es una de las primeras ciudades indias construidas de forma planificada: en 1727 la fundó el Marajá Sawai Jai Singh II, siguiendo reglas del urbanismo y la arquitectura védica. Las calles de su centro fortificado están bordeadas por una línea continua de comercios con columnatas que se cruzan en el centro, creando grandes plazas públicas llamadas chaupars. Los mercados, puestos, residencias y templos construidos a lo largo de las calles principales presentan fachadas uniformes. La planificación urbana de la ciudad muestra un intercambio de ideas surgidas de las antiguas culturas hindú y mogol con las occidentales modernas. Diseñada para ser una capital mercante, la ciudad ha mantenido hasta el día de hoy sus tradiciones comerciales, artesanales y cooperativas. Originalmente estaba pensada para tener nueve bloques: uno para los palacios y los otros ocho para comerciantes, todo rodeado de murallas y con siete puertas de acceso fortificadas.


Sus fachadas de color rosa salmó se pintaron en 1876 para dar la bienvenida al Príncipe de Gales, Alberto Eduardo, que luego se convertiría en Eduardo VII, Emperador de la India. Hoy en día sigue siendo el único color permitido en las fachadas del centro de la ciudad.

Del centro de la ciudad, vale la pena visitar el palacio, aún parcialmente habitado por la familia real de Jaipur, que ahora se limita a cumplir funciones ceremoniales. Las diferentes partes del palacio fueron construidas en épocas diferentes por lo que vale la pena aprovechar que la mayoría de las estancias están abiertas al público, incluyendo una enorme armería, las antiguas salas de audiencias de mármol (que algunas se alquilan para bodas) y el salón del trono. El patio de las puertas de las cuatro estaciones es espectacular. Dentro del antiguo bloque palaciego también vale la pena entrar al Hawa Mahal o palacio de los vientos, un gran mirador para las damas de la corte construido en forma de edificio de cinco alturas con la fachada en la calle principal, desde donde estas disfrutaban de la vida común de la ciudad o de los desfiles a través de celosías para no ser vistas desde fuera. La bella fachada es considerada símbolo de la ciudad.

Finalmente, el tercer gran atractivo de este bloque de la ciudad es el Jantar Mantar, un observatorio astronómico construido a principios del siglo XVIII, que cuenta con una veintena de instrumentos en obra de albañilería muy innovadores en su tiempo, tanto en el plano arquitectónico como técnico. Permitieron observaciones astronómicas a simple vista y refleja las concepciones cosmológicas y los conocimientos astronómicos de los sabios a finales de la era mogol. Por estas características únicas, la UNESCO lo declaró como sitio Patrimonio de la Humanidad. Aún se puede observar las mediciones que se hacen con el movimiento del sol para calcular horas, días, meses, años y la posición del resto de planetas del sistema solar. También era usado para calcular el horóscopo de cada nacido.

Paraíso para compradores negociantes

Los bloques comerciales de la ciudad son probablemente uno de los mejores lugares de la India para hacer compras de cientos de cosas típicas. Cada gremio tiene sus zonas asignadas, incluyendo el callejón del té con vendedores a granel de varios tipos de esta infusión. En Maniharon Ka Rasta se encuentran los fabricantes de las bellas pulseras rajputas, hechas de resina a la brasa tras ponerles colorantes. Antes de sentaros a ver el género y negociar precios, pasead y ved, evitando las pulseras más finas, que acabarán rompiéndose en pocos días. Las mejores son las pulseras con mucho grosor. En Rajastán también se elaboran las telas con diseños estampados de forma tradicional usando moldes de madera y tintes que incluso podréis hacer en algunos locales. El estado también es famoso por sus zapatos de piel y sus joyas, con barrios de esas tiendas donde encontrar auténticas gangas.

El centro ofrece además mucho que probar. No muy lejos del Hawa Mahal se encuentra el puesto "Pandit Kulfi" donde no hay que perderse su especialidad: el típico y denso helado indio que puede ser de muchos sabores pero que este puesto solo lo venden con una receta a base de azafrán, pistachos y almendras. Y para comer, una pausa del ajetreo en la agradable terraza del Hotel Sweet Dream, que tiene un restaurante vegetariano tradicional hindú con opción a que los platos apenas piquen, lo que es de agradecer. De hecho, se puede elegir el nivel de picante del 1 al 6. Fue la primera vez en el viaje que pude rebañar las salsas con el naam. Por cierto, los makania lassi (de azafrán, servidos con hebras frescas) están espectaculares como bebida. Y si os apetece un postre o una merienda, en uno de los bulevares principales de la ciudad vieja está el LMB Hotel, en cuya planta baja hay una enorme pastelería con todos los dulces tradicionales de Jaipur: desde los kaju gunjia forrados en láminas de plata (que se come) hasta el famoso paneer ghewar, un pan dulce duro lleno de agujeros que se come con una natilla de sabor a azafrán, pistacho y cardamomo.


La nueva Jaipur

Más allá de las zonas comerciales del centro, se encuentran de las zonas ajardinadas del ensanche del siglo XIX, con el Albert Hall Museum en el centro, cuya primera piedra puso el propio Eduardo VII en su visita como Príncipe de Gales. El edificio es bonito y alberga una curiosa colección de antigüedades de todo el mundo (incluyendo una momia). Pero a los que estamos acostumbrados a la enorme calidad de los museos europeos no nos impresionó nada, así que solo lo recomiendo si tenéis tiempo de sobra. Aunque, hay que decir, que los locales lo consideran una de las grandes joyas de la ciudad. No muy lejos está el cine art-déco Raj Mandir, donde disfrutar de películas de Bollywood en un entorno abigarradamente decorado.

El ensanche decimonónico también cuenta con agradables locales donde comer, como Niro´s. Se trata de uno de los primeros restaurantes "multicocina" del país (y que ahora son muy populares), inaugurado en 1949. Sirven buena comida india de norte y sur (ambas pican), además de platos chinos y occidentales. Todo delicioso y servido con buenos ingredientes. Otro de los lugares que no hay que perderse es el Jaipur Modern Kitchen, un restaurante de diseño donde sirven platos fusión de todas las gastronomías asiáticas con la francesa, italiana y peruana, usando ingredientes orgánicos y muy saludables. La quinoa es protagonista de muchos de sus platos. Mientras esperamos que llegue nuestra comida, vale la pena dar un vistazo a la tienda de ropa y productos del hogar que tienen anexa, de extremado buen gusto pero precios elevados (especialmente en relación al coste general de otras tiendas en el país). Un lugar perfecto para descansar de la contundente gastronomía india con sus saludables y no picantes platos. Finalmente, dentro del lujoso complejo del Narain Niwas Palace Hotel, donde se han grabado muchas películas de Bollywood, hay un restaurante magníficos: el DOJO, en el que probar platos fusión indios-italianos-japoneses espectaculares.

Fuera del centro y el ensanche no recomiendo pasear por la ciudad ya que el tráfico es insoportable, las calles suelen estar sucias y embarradas, con vacas, perros y ratas deambulando sin control. Pero, respecto al alojamiento, es mejor hacerlo fuera del centro si se va en grupo, para ahorrarnos los ruidos y el tráfico cuando nos retiremos a descansar. Nosotros optamos por el Alsisar Haveli. Los haveli son antiguas mansiones de nobles y muchas de ellas han sido restauradas como hoteles, tras la democratización del país y la perdida de poder de las castas superiores. Este hotel cuenta con un comedor de desayunos majestuoso, personal vestido de uniforme tradicional y una relajada piscina donde descansar del caos de Jaipur. Además, las habitaciones son maravillosas: muy amplias, con techos altos y camas cómodas y señoriales, con la decoración original de ventanas y molduras restaurada.


El impresionante fuerte de Amber

Desde la ciudad también vale la pena hacer una excursión a la ciudad vecina de Amber, especialmente por su impresionante fuerte color miel, que forma parte de un grupo de fuertes declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La arquitectura ecléctica del mismo es un testimonio perfecto del poder de los Estados rajputas que florecieron en esta región, en el que mezclaron su arquitectura tradicional hindú con elementos persas e islámicos que trajeron los mogoles que gobernaban el imperio desde Agra o Delhi. Cuando uno se acerca desde el caudaloso río que cruza el valle parece sumergirse en un escenario de "Juego de Tronos", con un fuerte gigantesco en lo alto de una montaña y el resto de montañas de alrededor rodeadas por una impresionante y larga muralla. En mitad del río, frente al fuerte, una isla artificial perfectamente cuadrada alberga un jardín de especias, azafrán incluido, que además de abastecer las cocinas del fuerte, servía para perfumarlo los días de viento.

Dentro destacan las salas de audiencias, públicas y privadas, donde los Rajás recibían las peticiones de sus súbditos y despachaban con sus consejeros; así como las diferentes estancias, tanto del Rajá y su esposa, como de las concubinas y del funcionariado y los soldados. Los sistemas de canalización del agua, de refrigeración de las estancias con cascadas o de algunos precursores de los jacuzzis son impresionantes. Los coloridos y diseños de las diferentes estancias son tan bonitos que se usan como escenario de reportajes fotográficos para bodas. De hecho, nosotros nos encontramos con una pareja de novios y su equipo fotográfico detrás. 

De la visita, destaca el Salón de la Victoria, forrado de pequeños espejos que, por las noches, cuando la estancia se iluminaba con velas, generaba un efecto mágico perfecto usado durante las veladas de la corte. Además, una de las estancias más curiosas son las zenana, donde vivían las concubinas en pequeños apartamentos, diseñado todo de tal manera que el marajá podía visitarlas a través de pasillos discretos sin que nadie le viera entrar ni salir.

En los alrededores del fuerte también pueden verse encantadores de serpientes tocando su instrumento tradicional con una cobra saliendo de una cesta, moviéndose al ritmo de la música. Asimismo, filas de elefantes suben y bajan las empinadas rampas al fuerte, con turistas cargados en pequeños cubículos, al modo de los antiguos Rajás, pero que nosotros preferimos no usar por recomendación de grupos de protección a animales.

En la carretera de vuelta de Amber a Jaipur vale la pena pararse frente al Jal Mahal, un espectacular palacio usado como pabellón de caza y construido en mitad del caudaloso río al que solo se podía acceder en barca y que hoy está abandonado.


Udaipur, la ciudad blanca.

Otra joya de Rajastán es Udaipur, la ciudad blanca. Tras dormir en un compartimento privado de un tren nocturno indio (toda una experiencia), llegamos a esta apacible población a orillas de un lago artificial, el Pichola, inundado por los gobernantes del reino de Mewar durante el siglo XVI, tras desviar un río cercano. La ciudad se fundó en 1559 por el Rajá Udai Singh II, que empezó a construir las primeras partes del actual palacio, imponente, y de un 1 kilómetro de largo, siendo uno de los más largos del mundo. 

Los Mewar consiguieron resistir el poder del Imperio Mogol mejor que el resto de reinos rajputas (por estar más alejados) y hasta hoy gozan de gran influencia en los antiguos territorios del reino. De hecho, han sido y son los grandes impulsores de la transformación de Udaipur como meca turística nacional e internacional. De hecho, aunque su palacio sigue siendo parcialmente su residencia, la mayoría de sus edificios (en realidad es un conjunto de once palacios pero que se mantuvieron estéticamente unificados) fueron reconvertido en varios hoteles de lujo mientras que las estancias más antiguas se abrieron al turismo. Vale muchísimo la pena visitarlo, tanto por su arquitectura y sus patios ajardinados en los pisos superiores, como por sus preciosos frescos y la colección de objetos antiguos, que incluye uno de los parchís más antiguos del mundo, juego inventado en la India como "pachisi" y que llegó a la península ibérica gracias a los árabes. El sol bigotudo, símbolo de los Mewar, es omnipresente en todas las estancias.

Desde el palacio, tomad un barco que os lleve hasta la isla de Jagmandir, que alberga un antiguo palacete de caza ahora reconvertido en hotel. Sus jardines son el lugar perfecto para relajarse, observando de lejos la blancura de Udaipur y disfrutando del sonido de los pájaros y el viento. Ofrece un spa abierto a los no huéspedes con unos jardines privados de película.

El lago y las vistas del imponente palacio convierte a Udaipur en uno de los lugares más románticos de la India. Al menos así la describió uno de los primeros oficiales ingleses enviados a gobernar este subcontinente. Nosotros nos alojamos en el precioso Jagat Niwas Palace, con una terraza con vistas hipnotizantes al lago. Su restaurante ofrece rincones con vistas inolvidables donde descalzarse los pies y subirles a sus acolchados rincones para degustar sus deliciosos platos, que se ofrecen con la opción real de que no piquen. 

Udaipur es una ciudad donde sí se puede pasear de una forma más o menos agradable, ya que sus callejones tortuosos hacen mucho más complicado el tráfico de otras urbes del país. Esas callejas esconden muchas sorpresas, como el templo hindú Jagdish, con una escalinata flanqueada de elefantes y sus miniaturas en mármol que pueblan sus fachadas. Además, permite asistir a ceremonias religiosas con cantos interesantes. Tampoco os perdáis en Gangour Ghat, una zona habilitada para baños sagrados con un templete hindú al lado y palomas alimentadas por los devotos. 

Udaipur apenas tiene vida nocturna, pero se puede pasar una agradable velada en el Dharohar at Bagore Ki Haveli, el patio de un antiguo palacete de nobles que ahora ofrece espectáculos tradicionales del Rajastán, con bailes de las diferentes antiguas ciudades-estado, mayoritariamente realizados por mujeres que usan fuego y grandes jarrones de agua, así como pequeñas obras de teatro de contenido religioso y shows de marionetas que cuentan cuentos de la región.

Respecto a la comida, es fácil encontrar sitios puesto que la ciudad es muy turística. Pero si se quiere descansar de la picante cocina del Rajastán, se puede optar por el café Edelweiss, con opciones europeas para un desayuno o un almuerzo; o por Little Prince, con su oferta de platos de Oriente Próximo y su terraza a los pies del lago. 

También es muy recomendable hacer yoga alguna mañana en Prakash Yoga, con una monitora estupenda que os introducirá en los principios de esta sana práctica en un templete a orillas del lago, desde donde recomiendo hacer la sesión de la salida del sol (id abrigados que suele hacer fresco) o el de la puesta de sol, donde la temperatura es algo más elevada. Y nada mejor que despedirse de la ciudad desde la azotea del The Nem Tree, un acogedor hotel desde el que también se hace yoga y se disfrutan unas maravillosas vistas del palacio.

Rajastán es espectacular, pero me queda muchísimo por ver. Los fuertes en las selvas llenas de tigres, la ciudad desértica de Jaisalamer, la ciudad azul de Jodhpur, el humedal de Keoladeo con sus aves exóticas o el oasis sagrado de Pushkar y su famoso mercado de camellos. Volveré a este colorido estado indio para seguir descubriendo su apasionante historia, bella arquitectura y fascinantes tradiciones.