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dimecres, 25 de maig del 2011

Úbeda y Baeza

Olivos y más olivos. La provincia de Jaén produce el 30% del aceite de oliva mundial y eso se nota. Se observa en las colinas y valles con líneas infinitas de estos árboles tan mediterráneos perfectamente colocados. Se escucha cuando la brisa mueve con suavidad las pequeñas hojas de los olivos. Se huele tras poner el pie en estas tierras, cuando el penetrante aroma a aceitunas nos llenará los pulmones. Se siente cuando nos sometemos a un tratamiento de olivoterapia, con el resbaladizo aceite dermatológico surcando nuestra piel en un relajante masaje. Se saborea cuando probamos un pedazo de pan con un chorrito del espeso y aromático aceite autóctono.

En efecto, todo gira alrededor de las olivas y su preciado líquido en este lugar. De hecho, la estructura constructiva más común son los cortijos: casas enormes donde señoritos y jornaleros vivían, y que estaban totalmente diseñadas para las labores de la oliva y el aceite. Personalmente, tuve la oportunidad en este viaje de alojarme con mi familia en un antiguo cortijo conocido como Hotel Spa Hacienda La Laguna.

La gastronomía local gira también alrededor del producto estrella de la zona: desde comida tradicional como las cremosas espinacas esparragadas a la jienense hasta platos nouvelle cuisine como el helado de aceite con reducción de tomate en barquillo de chocolate. Además, el aceite puro virgen de gran calidad siempre está en las mesas, para degustarlo con pan y sal. Asimismo, las mejores olivas son entrantes obligados en toda comida jienense, aderezadas con ajo. Los panecillos con pequeñas olivas desecadas integradas en la masa son también excelentes.

La gran suerte de alojarse en La Laguna es que el hotel está anexo a la Escuela de Hostelería más prestigiosa de Andalucía. El restaurante La Campana dispone de una excelente oferta gastronómica realizada por los estudiantes, fusionando las tradiciones de los fogones de la zona con las nuevas tendencias mundiales. Los platos especialidad de la Escuela y que hay que probar son el sabroso paté de perdiz o el suculento bacalao estilo Baeza.

La Laguna cuenta también con un interesante Museo del Olivo y del Aceite, donde entenderemos el proceso y las utilidades de este líquido.Y la tienda de recuerdos de la salida es imprescindible, donde podemos avituallarnos con todo tipo de aceites, olivas, souvenirs relacionados o productos de cosmética a base de aceite. Lo mejor: el aceite para masajes e hidratación así como el aceite para los labios.  

Y por supuesto, su Spa, pequeño pero completo, está muy bien. Para los que nos alejamos en La Laguna cuenta con un 30% de descuento en todos sus tratamientos así como en sus circuitos. El más interesante (y que nos hicimos mi hermano y yo) es el de olivoterapia. Primero te exfolian el cuerpo entero con una masa de huesos de oliva triturados.Tras unos minutos de reposo, A continuación, con una ducha gigante relajante nos retiramos todo el producto y volvemos para que nuestra piel sea completamente hidratada con una crema a base de aceite. Tras este nuevo masaje, seremos envueltos en un film de plástico con una manta por encima para sudar, durante media hora, con gafitas de hielo encima de los ojos que refrescan y relajan. Nos despertarán de esta siestecita cuando menos lo esperemos: y lo haremos con una piel suavísima.

Este alojamiento, estratégicamente situado al norte de Jaén, tiene cerca a ciudades históricas patrimonio de la UNESCO: una de ellas, Úbeda, es una ciudad magnífica. El renacimiento plateresco brilla con todo esplendor en los palacios e iglesias de la ciudad. El hecho de que Francisco de los Cobos, secretario del Emperador Carlos V, fuera natural de la ciudad, fue lo que llevó el esplendor a estas tierras. Financiando las grandes obras de Andrés de Valdevira, este noble dio a la ciudad grandes construcciones.

La plaza Vázquez de Molina, por ejemplo, presidida por la imponente Sacra Capilla del Salvador, es una de las más bonitas. A un lado, se sitúa el antiguo palacio del Deán de Capilla, transformado ahora en Parador Nacional. La capilla es, precisamente, el monumento más visitado de la ciudad, siendo su arquitectura renacentista de una gran belleza y con todos los elementos al servicio de la exaltación de la resurrección del alma y la vida eterna. Allí está enterrado de lo Cobos, la persona que más hizo por la gloria local.

Otros edificios destacados son el Concejo, la iglesia de San Pablo o la catedral. Sus plazas y calles merecen la pena por sí mismas. Y además, hay que pararse a admirar las vistas desde el mirador que nos muestra, como no, los famosos cerros de Úbeda. Aquí los tenéis, con mi hermana en el mirador.
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La otra ciudad hermana y parado obligatoria es Baeza: visitarla es sumergirse en la historia, para seguir las huellas de personas tan importantes como Antonio Machado. Allí, el conocido poeta fue profesor de francés en el precioso instituto de educación secundaria, antigua sede de la universidad de la ciudad. Sentarse en los antiguos pupitres frente a la mesa desde la que el autor impartía sus lecciones es retroceder varias décadas atrás, a esa España de la belle époque. Gracias al circuito teatralizado que ofrece la oficina de turismo municipal, pude conocer de forma divertida la historia de la ciudad a través de actores que interpretaban al propio Machado, pero también de un caballero de la ciudad, un soldado sarraceno, un alguacil o un monje de la Inquisición. Si sois un grupo, recomiendo encarecidamente contratar esta actividad llamada "Contaban en Baeza – Noches de Teatro". No os arrepentiréis de esta puesta en escena por las calles y monumentos de la ciudad con carreras, discursos, sustos y batallas.

La entrada a la ciudad se hace por la famosa Fuente de los Leones en la plaza del Pópulo. Situada sobre un manantial natural, esta fuente está coronada por una antigua estatua romana representando a una diosa rodeada por cuatro estatuas de leones también romanos. Una maravilla.

Sé debido a mi afición por los callejones soy hasta cierto punto, pesado con este tema, pero lo cierto es que Baeza cuenta con callejas estupendas. Tanto, que allí se rodaron numerosas escenas del famoso largometraje "Alatriste", especialmente en aquellas que bordean la catedral de la Natividad de Nuestra Señora. Este edificio, imponente y sólido por fuera, es sin embargo blanco y luminoso en el interior, dando una sensación de livianiedad única. Al salir, la fuente de Santa María, situada en medio de la plaza, es uno de los símbolos de la ciudad, dada su belleza y originalidad, formada por un gran frontón triangular sostenido por atlantes. Enfrente, el antio seminario, además de su fachada elegante, destacan sus antiguos "graffitis" rojos a los cuáles tenían derecho los antiguos estudiantes, y que muchos aprovechaban para burlarse de sus vecinos de Úbeda. Siempre ha existido una rivalidad entre ambas ciudades.

El palacio de Jabalquinto es tal vez, uno de los grandes ejemplos del plateresco español. Curiosas son, desde luego, las figuritas de la portada esculpidas en posturas más que eróticas. Fueron todo un escándalo para la época. Pero eso es lo que pretendría en noble Juan Alfonso de Benavides: mostrar el amor y pasión que reinaban en ese palacio entre él y su esposa.

Justo enfrente del palacio se encuentra la iglesia de la Santa Cruz, una de las pocas (sino la única) iglesia románica de Andalucía, antigua propiedad de los Templarios. Oscura e intimista, este templo llama a la reflexión y meditación. Su interior estaba antaño recubierto de preciosos frescos que ilustraban al pueblo con la historia sagrada y la vida de los santos. Sin embargo, la humedad los ha deteriorado tanto que solo quedan partes de tres frescos y algunos trozos de otros. Especialmente impresionantes son el de San Sebastián o el de la Virgen amamantando al niño.

En definitiva, si os animáis a pasar un fin de semana largo por allí, os espera una arquitectura destacada, una gastronomía sana y jugosa y unos paisajes infinitos. 

La via é un viahe!

Hotel Spa Hacienda La Laguna

dimarts, 10 de maig del 2011

En las dos grandes ciudades de Euskadi

Tenía yo bastantes ganas de conocer las tierras vascas. Mucha gente me había hablado de la belleza de Donostia, de los pintorescos pueblos gipuzkoanos o del lavado de cara de Bilbo. Así que, siguiendo la ruta que nos había llevado a La Rioja, seguimos hacia el norte rumbo a las costas de Euskadi. 

Lo primero que visitamos fue Bilbao, una ciudad en general agradable, pero que no tenía demasiado encanto. Sin embargo, las grandes reformas acometidas alrededor del Nervión, sobretodo con la mega infraestructura del Museo Guggenheim, han cambiado de arriba a abajo la imagen de esta ciudad por completo. Grandes rascacielos se han levantado, nuevos puentes se han tendido y una moderna red de tranvía se ha implantado.

Hablando de puentes, es interesante el que diseñó Calatrava. Muy caracterísitico de su estilo, este puente blanco y de forma armónica es, sin embargo, resbaladizo y peligroso, por lo que el Ayuntamiento se ha visto obligado a instalar una moqueta permanente que oculta el suelo transparente original. Polémicas aparte, lo cierto es que el puente ofrece una obra del prestigioso arquitecto valenciano a la ciudad, modernizando la ría y dando un toque de brillante blanco al gris plomizo que aún predomina en el entorno.


Pasear por la ría es un modo agradable de tener el primer contacto con la ciudad, hasta llegar al edificio que hoy en día representa a Bilbao como su símbolo indiscutible: el impresionante museo que diseñó Frank Gehry. Teniendo muy en cuenta el entorno en el que lo construyó, a través de la piedra y el titanio, el arquitecto canadiense conjugó ambos materiales creando un edificio con una sensación de liviandad y agilidad envidiables. El Guggenheim nos recuerda a uno de esos barcos que se construían en los astilleros que antes existían a lo largo de la ría. Merece la pena entrar simplemente por disfrutar del impresionante hall, alto y luminoso. Además, la fundación cuyo nombre lleva el museo, va rotando obras de arte de su colección por el mismo, con lo que esta infraestructura ofrece exposiciones de arte de una enorme calidad a nivel internacional. Perderse unas horas por estas exposiciones, con guía (son gratis) o sin ellas, es todo un reto para la imaginación. Nosotros intentábamos exprimir los significados de las diferentes obras o montajes, intentando descifrar cual era el mensaje que el artista deseaba lanzar. 

Por fuera, el Guggenheim nos proporcionará un estupendo escenario para fotografiarnos. Además, cuenta con algunas obras de arte externas como la araña gigante de metal que representa la maternidad (con sus huevos en el centro) o a Puppy, el enorme perro de flores y plantas a la entrada del museo que se hizo famoso por aparecer en El mundo nunca es suficiente, una de las películas de la saga 007.

Pero Bilbao no es sólo su museo. La zonas de Abando y el Ensanche, así como el parque doña Casilda son lugares estupendos para dar una vuelta. Y sobretodo, el casco viejo con las Siete Calles originales en las que se fundó la ciudad son ideales para tomar unos pintxos y sacar alguna que otra fotografía simpática.

El fin del día bilbaíno acabamos presenciando, primero, un paso de Semana Santa en una iglesia cercana al teatro de la ciudad, con la gente encapuchada y todo. Y segundo, conociendo y teniendo una breve charla con Txema Oleaga, candidato del PSE-PSOE a la alcaldía de la ciudad.

Bilbo me sorprendió y me dejó con la sensación de ser una ciudad muy agradable para vivir. Sin embargo, fue Donosti la que se llevó la palma. La capital gipuzkoana es bella. Muy bella. San Sebastián es una ciudad moderna y cosmopolita pero a la vez en perfecta armonía con la naturaleza y con su historia. Por un lado, la ciudad vive en consonancia con el Cantábrico, volcada a él, ya sea en sus playas como Ondarreta o la famosísima playa de La Concha. Pero también sus dos montes, el Igueldo y el Urgull, se insertan con naturalidad y gracia en medio de las calles y barrios donostiarras.



De hecho, estos montes son una de las principales atracciones de la ciudad. El Igueldo suele subirse con el antiguo funicular, estética de la belle-époque. Desde arriba se aprecian las mejores vistas de Donosti. Además, el parque de atracciones, anticuado pero con el encanto de lo antiguo, es muy curioso de visitar. Al otro lado de la Concha, el Urgull se alza con un gran Cristo coronándolo. En este caso, lo más típico es subirlo andando, a través del estupendo bosquecito que cubre este monte. Desde arriba, la pequeña fortaleza es perfecta para observar el mar y meditar desde sus almenas y cañones. Y desde abajo, bordear el monte Urgull a través del paseo Nuevo, es toda una experiencia por la que podemos acabar remojados sin nos despistamos y nos atrapa una de las olas que rompen contra el dique. 

Pero bajando a la tierra de nuevo, tenemos otra actividad muy típica: caminar por el paseo de la Concha. Y hacerlo durante una tranquila noche de finales de primavera, con una temperatura muy suave, una ligera brisa, el rumor de las olas y sobretodo, la preciosa isla de Santa Clara iluminada, no tiene precio. Pero también de día, con un cielo azul y un sol que no molesta, para admirar la belleza de la pequeña bahía, pero también los señoriales edificios que se asoman al paseo, según se dice, de los más caros de España. Uno de ellos, en uno de los extremos, es el antiguo palacete en el que veraneó la regente Maria Cristina y también su hijo Alfonso XIII.

Y es que los edificios donostiarras son muy burgueses. Destilan clase y elegancia. Los que bordean la Alameda o el puente de Zurriola tienen mucho estilo, como el hotel y el teatro Maria Cristina. Es interesante como la ciudad ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos insertando en este ambiente decimonónico un edificio de lo más innovador: el cúbico Kursaal, en el que cada año se celebra el internacionalmente conocido Festival de Cine de San Sebastián.

También el centro histórico es bonito y muy recomendable para ir de pintxos. Muchos son los bares en los que encontraremos muestras que nos harán la boca água. Los famosísimos pintxos de esta ciudad, grandes, suculentos y con estilo, se encuentran expuestos en las barras de los locales. Solo queda elegir el que más nos guste y zampárnoslo. Seguramente nos quedaremos con hambre y caigamos en la tentación de coger otro diferente (por eso de probarlos)... y así podemos estar repitiendo varias veces, siempre que nuestra cartera nos lo permita, ya que baratos no son. Y no olvidemos pedir también un vasito de txacolí, el dulce vino vasco, para no quedarnos con la boca seca, claro.

Además de los sofisticados pintxos, también está bien picar algún que otro platito de productos del Cantábrico. En La Mejíllonera, en la calle del Puerto, encontraremos mejillones ya listos para comer a muy buen precio. Con diversas salsas para elegir, tal vez los mejillones "vinagreta" sean los más ricos. Y la sidra del local también es excelente. Para acabar la comida de bar en bar, nada mejor que tomarse un helado artesano paseando por el Boulevard, cerca del reloj, lugar común de quedada de los jóvenes donostiarras.  


Y no puedo cerrar esta entrada sin hablar del gran símbolo de San Sebastián: el Peine de los Vientos, del genial Chillida. Una muestra más de como lo más contemporáneo (las estatuas) junto con los más antiguo (las rocas y el mar) se insertan con armonía en esta bella ciudad vasca, tal vez la más bella no de Euskadi, sino de toda la península.