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dimarts, 3 de juny del 2025

Túnez

El corazón de Túnez

En mi primera vez en este país magrebí nos quedamos en un resort de la agradable franja de arena de Monastir, lo que permite no solo descansar sino también descubrir la zona central del país incluyendo las ciudades de Monastir y Susa así como la inolvidable Kariouan y el imponente anfiteatro del El Jem.

Tras la revolución democrática y algunos atentados terroristas, el turismo en Túnez cayó en picado, y más aún fuera de la capital. Pero las joyas que guarda la que fue la segunda provincia más rica del Imperio Romano tras la propia península itálica valen mucho la pena.

Monastir, ciudad de Bourghiba

El primer día en Túnez desayuné lablabi, que es pan seco en el fondo de un cuenco al que se le vierte un caldo caliente de verduras con garbanzos que absorbe el pan y al que luego se le hecha picante harissa, comino, ajo, aceite de oliva, zumo de limón y un huevo escalfado. Nutritivo para empezar bien la jornada.

Luego cogimos un taxi hasta el palacio presidencial de verano que se hizo construir el primer presidente de la república tunecina, ya que Monastir era su ciudad natal. Habib Bourghiba es considerado padre del Túnez independiente y gobernó el país de 1957 a 1987. Además de lograr la independencia de Francia, el presidente es reconocido por haber prohibido la poligamia, legalizar el divorcio e incluir a las niñas en un sistema educativo igualitario. También restringió el velo en los espacios públicos y limitó la influencia de la religión en el gobierno, desplegando una educación y sanidad públicas. Fundó la universidad de Túnez y grandes puertos internacionales. Además de defender la causa palestina, fue el primer líder árabe en proponer el reconocimiento de Israel.

Para un politólogo y amante también de la decoración, visitar las estancias de este edificio era algo obligatorio. Aún hay todo tipo de elementos usados por Bourghiba: desde la limusina Mercedes que le regaló la RFA hasta una moderna ducha hidromasaje. La estancia del Consejo de Ministros es especialmente bonita y todo está como era en los años 60. El palacete es una maravilla de la arquitectura de esa época, aunque se abandonó tras el golpe de Estado de Ben Alí, y casi todos sus jardines se vendieron para hacer viviendas.

Seguimos los pasos de Bourghiba hasta el centro de la ciudad, donde se construyó un gran mausoleo de mármol italiano en el que está enterrado junto a su familia. Su tumba sigue siendo lugar de peregrinación para todo el que defiende un Túnez secular y reformista. Como está situada en el cementerio, nos encontramos con un funeral en el que cientos de hombres de la ciudad venían con coches, motos y bicicletas para hacer fila y dar el pésame a los varones de la familia.

Luego nos adentramos en la curiosa kashba, ciudad medieval de la que aún queda gran parte de las murallas, tras ver la fortaleza o rábida, con su faro, que se encendía para avisar al resto de rábidas que poblaron las costas tunecinas en la Edad Media en caso de ataque naval. El comercio por dentro estaba prácticamente muerto por ser Ramadán, con la gente cansada por no poder comer ni beber y los restaurantes cerrados. Sin embargo, al caer el sol, la ciudad se convertía en una fiesta, con puestos de comida por doquier y todo el comercio abierto hasta medianoche, con las calles en las que no cabía un alfiler y música sonando desde cada esquina. Acompañamos el paseo nocturno con un cono de papel con chichis, un frito mezcla de churro y buñuelo, con forma de rueda que se disfrutan mojándolos en miel.

Por cierto, el ferrocarril que une Monastir con Susa funciona muy bien, es cómodo y tremendamente barato. Lo usamos unos días que estuvimos la mañana en Monastir, para luego pasar la tarde en la gran Susa.

Susa y su medina para la humanidad

La tercera ciudad más grande de Túnez, entre la capital y Sfax, es Susa, un importante puerto comercial y militar de tiempos de los aglabíes y que jugó un papel clave en el dispositivo de defensa de las costas. De hecho, su rábida es de las más grandes que hay, con elementos arquitecturales romanos reutilizados en su construcción (las columnas se identifican perfectamente). En ella, igual que en la de Monastir y otras poblaciones costeras, vivían monjes islámicos guerreros dedicados a proteger la costa musulmana. De hecho, en estas habitaciones surgió el concepto de Yihad o Guerra Santa. Desde su torreón se encendían hogueras si se veía a barcos normandos en el horizonte, para avisar a las rábidas de al lado y que estas hicieran lo propio. Os recomiendo subiros para poder ver Susa desde arriba y entender mejor la estructura de la ciudad.

Además del sistema defensivo, la medina de Susa es un ejemplo característico de las ciudades construidas en los primeros siglos del Islam. Por ello, fue reconocida como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Sus calles mantienen rincones de hace mil años, especialmente su zoco cubierto, similar al de Estambul pero en versión pequeña, donde se vendían alimentos típicos de Ramadán, sobre todo dulces. Además de la mencionada rábida, ha conservado la kashba, las murallas, la medina con la Gran Mezquita y la mezquita de Bu Ftata. La Gran Mezquita fortificada es parte del sistema defensivo de la ciudad, algo nada raro en la época, donde por ejemplo, la catedral de Palma de Mallorca también se construyó con elementos de un castillo o fuerte.

Y si subís hasta la parte alta de la ciudad podréis visitar el antiguo castillo o kashba, en cuyas salas se aloja el actual museo arqueológico de la ciudad, con joyas como un mosaico de Neptuno, un bellísimo baptisterio hecho en mosaicos del siglo V o los de las tumbas romanas en sus catacumbas. Aunque el mejor sin duda es la Medusa en mitad  de una enorme composición simétrica que fue el hall de uno de los baños públicos que tenía la ciudad.

Tras la caída del sol, Susa se transformaba aún más que Monastir, con un bullicio mayor. Aparecían puestos de brik tunecino recién hecho, que es una pasta filo frita rellena de pasta de patata, atún, alcaparras, perejil y huevo. Los cafés estaban abarrotados de jóvenes que jugaban a las cartas, tocaban música tradicional y fumaban shisha, con hombres y mujeres bailando y muchos grupos de mujeres con o sin velo, mezcladas entre ellas, unas vestidas más a la occidental y otras más orientales. Túnez en estado puro. 


Excursión a Keruán y El Jem

Uno de los días alquilamos un coche para descubrir dos patrimonios UNESCO más cercanos a Monastir: Keruán o Kariouan y el anfiteatro de El Jem.

Empezamos yendo a la primera ciudad árabe del Magreb, fundada por los Omeyas en el 670, y sin ninguna duda, mi lugar favorito del viaje. Su medina de calles blancas y azules, con sus bellas casas y mezquitas, y especialmente su Gran Mezquita, la convierten en una auténtica joya. Esta ciudad de nueva planta surgió como campamento militar (Kariouan significa campamento militar en árabe, de una deformación del persa) para conquistar la costa que controlaban entonces los bizantinos, por un lado, e islamizar a los bereberes que vivían en las montañas, por otro. Su mezquita, la más antigua de África, resplandeció como cuarto lugar más sagrado del Islam (tras La Meca, Medina y Jerusalén), y el Emirato aglabí de Kariouan surgió como uno de los más ricos del califato. 

Bien situada en el interior, al abrigo de ataques normandos, castellano-aragoneses o bizantinos, se servía del puerto y ribat de Susa, además de los otros ribat como los de Monastir o Mehdia para defender su costa y evitar cualquier invasor.

La joya de la ciudad es su mencionada Gran Mezquita, con una sala de oración de tejado plano sujeto por un bosque de columnas (muchas reutilizadas de yacimientos romanos cercanos) y arcos. Cuenta con dos cúpulas y bajo una de ellas se encuentra el mihrab, recubierto de cerámica destellante de Bagdad, que indica la dirección sagrada a La Meca. Esta mezquita sirvió de ejemplo a las que luego se construyeron por todo el norte de África y en Al-Ándalus. El púlpito o "minbar" de madera tallada con arabescos es el más antiguo de todo el mundo musulmán. Cuenta la leyenda que el general Oqba Ibn Nafi Al-Fihri ordenó construir la fuente de la mezquita en el preciso lugar por aparecer allí una copa de oro que había perdido en La Meca unos años antes. De ahí aún brota agua que se considera que sale de la misma fuente que el zamzam o agua bendita de La Meca.

En el sobrio patio se encuentra también el minarete más antiguo del continente, cuya construcción siguió los planos de faros romanos. Ese día, de los últimos del Ramadán, muchas familias acudían a rezar vestidas en trajes típicos, destacando los bellos caftanes de los hombres y niños, muchos de un color rojo terciopelo preciosos.

Salimos de la mezquita y nos perdimos por los bellísimos callejones de la ciudad, donde parece que el tiempo se ha parado en época otomana. Nos topamos de hecho con la antigua mansión del gobernador otomano, que ahora alberga una gran tienda de alfombras en la que se puede ver a artesanas haciéndolas con los llamados nudos de "Gördes", que usan tanto decoraciones orientales como con símbolos bereberes. Los ornamentados techos y paredes son impresionantes. 

Seguimos paseando viendo otras mezquitas como la de las tres puertas o la del barbero, en la que se arremolinaban grandes grupos de personas. Es un lugar importante de peregrinación por estar aquí enterrado un discípulo del Profeta, con tres pelos de la barba de Mahoma en su boca. Este lugar, cuarto sagrado del Islam como he explicado, es común hacer circuncisiones. De hecho, nos dimos cuenta al poco que se estaban realizando varias. No pudimos verlo de la impresión y nos alejamos mientras escuchábamos lloros de niños mezclados con mujeres cantando con sus lenguas celebrando este ritual.

Tras ese experiencia algo traumática, nos adentramos en sus mercados, con calles dedicadas a cada tipo de comercio, siendo las carnicerías también traumáticas, con cabezas de vaca colgando entre otras cosas. Por suerte, no muy lejos estaban los pasteleros, y pudimos comprar y degustar makrouds recién hechos, que son pastelillos de sémola rellenos de pasta de dátil y fritos, luego bañados en miel perfumada con azahar. Se considera que los pasteleros de Kariouan hacen los mejores del mundo desde hace siglos.

No os vayáis sin ver los imponentes estanques de los aglabíes, sistema hidráulico del siglo IX que parece haber sido hecho por extraterrestres o sacado del universo "Star Wars". Llevan mil años asegurando el agua a esta bella ciudad que no os podéis perder. Si hubiera sabido que era tan interesante y agradable nos hubiéramos quedado al menos una noche aquí.

Salimos en coche rumbo a El Jem, a una hora de allí. En estos paisajes se entiende que Túnez fuera la segunda provincia romana más rica: la abundancia de cosechas, su posición central en el Mediterráneo con puertos comerciales y sobre todo las rentas del aceite de oliva permitieron construir aquí suntuosas infraestructuras públicas. Por eso fuimos a El Jem, para ver el mayor ejemplo de ello: su imponente anfiteatro de tres pisos, que tenía capacidad de albergar a 35.000 asistentes.

Es impresionante verlo en mitad de este pequeño pueblo: el anfiteatro del siglo III es casi tan grande como el de Roma y se mantiene en buen estado sobre todo en su lado sur. De hecho, aquí se rodó la mítica película Gladiator.

Pese a ser Ramadán, tuvimos suerte de encontrar un agradable restaurante enfrente del coliseo, que nos sirvió deliciosa comida casera discretamente: el dueño y cocinero hablaba castellano perfecto y nos estuvo contando anécdotas de todo tipo, como el hecho de que el turismo europeo decaía mientras cada vez más alojaba a grupos de turistas chinos. Por cierto, nos sirvió un exquisito pollo al bulgur con salsa de tomate, cúrcuma y verduras.

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Me faltan muchas cosas maravillosas por ver en Túnez: por un lado, la relajante isla de Djerba y las excursiones que pueden hacerse desde ella como Tataouine y otros paisajes en los que se rodó Star Wars, así como la industrial ciudad de Sfax. Por otro lado, su capital con su medina, las ruinas de Cartago y de Kerkouan; la bohemia Sidi Bou Said; las ruinas de Dougga y el parque nacional de Ichkeul. Volveré seguro.