Cercar en aquest blog

diumenge, 23 de novembre del 2025

Lima

La capital gastronómica de Sudamérica

Lima es una ciudad gigante con mucho por hacer, ver y, sobre todo, comer. Si por algo se viene a la capital del Perú es por su variada y deliciosa gastronomía, para todos los gustos y bolsillos. De lo que pude ver, mi primer consejo es que os quedéis en Miraflores: es el barrio más agradable para pasear, con más tiendas y restaurantes, y relativamente cerca del resto de lugares a los que os apetecerá ir.

Y para empezar una visita a la capital peruana, nada mejor que mezclar historia y gastronomía en el lugar con los restos más antiguos de la ciudad: la Huaca Pucllana, que además cuenta con su restaurante con vistas a las ruinas. El lugar es un enorme centro ceremonial de adobe de siete pisos en forma piramidal construido por la cultura Lima en el año 400. Luego fue usado por la cultura Wari que enterró aquí a sus momias. Lo mejor es disfrutar de las impresionantes vistas de estas ruinas desde el restaurante del complejo, que sirve platos clásicos de la gastronomía peruana como el cebiche a la limeña o el filete de paiche amazónico en salsa de ají negro con majado de yuca y coco. Personalmente me encantó el dulcísimo suspiro de limeña de postre. Y todo acompañado de un buen pisco sour.

Y si sólo pudierais visitar un museo, no hay duda: el Museo Larco, en la parte oeste de Lima. Es perfecto para comprender mejor aún el pasado precolombino de la ciudad y el país. Se encuentra en la elegante mansión del siglo XVIII que alojaba al Virrey del Perú, ahora llena de exposiciones de artefactos encontrados por el coleccionista Rafael Larco. Las exposiciones, perfectamente presentadas y explicadas, incluyen desde maravillosas piezas de cerámicas de varias culturas como la Lima, la Wari o la Quechua; hasta alucinantes objetos de metal, telas o figuras de madera. La parte más curiosa es la colección de figuras eróticas, donde aprender de esta parte tan importante de la cosmovisión de las culturas precolombinas. 

La Lima colonial

Vistas las partes precolombinas de la ciudad, el gran tesoro de Lima es su parte colonial, para la que recomiendo un circuito guiado a pie que facilita comprender aspectos básicos de dicho periodo y arquitectura. Lima, la “Ciudad de los Reyes”, fue la urbe y capital más importante de los dominios españoles en América del Sur. Fundada por Francisco de Pizarro en el siglo XVI, muchos de los edificios originales se perdieron debido a los graves daños sufridos por varios terremotos y la mayoría de los que se ven hoy en casco histórico son del siglo XVIII. Aún así, la ciudad mantiene numerosas joyas arquitectónicas, como el convento de San Francisco, el más grande de esta parte del mundo en su género. Lo que hace especial a todos estos edificios limeños es que son creaciones única resultados de la colaboración de artesanos y artistas locales con arquitectos y maestros de obras del Viejo Continente. Una mezcla única del barroco católico europeo y los estilos y mitos del antiguo imperio de los Incas.

El centro colonial de Lima está al sur del río Rímac y es un damero de calles rectas cuyo corazón se encuentra en la impresionante plaza de Armas, jalonada por el grandioso palacio de Gobierno (aquí vive quien ostente la presidencia del Perú), la catedral metropolitana, el palacio arzobispal, la sede del gobierno municipal y unos paseos porticados estupendos. Vale la pena ver el cambio de guardia presidencial cada mediodía, pero también hay que disfrutar de la mágica iluminación de la plaza por las noches. Acercaos también al parque de la muralla, donde antes se alzaba la barrera colonial de protección de la ciudad, para ver como los barrios más humildes construidos en las colinas cercanas fueron pintados de colores por un alcalde para que las vistas fueran más agradables.

En Lima hay tantas iglesias, que uno se agota. Por eso, si solo queréis entrar en una, entonces no hay duda: el monasterio de San Francisco. Este edificio amarillo contiene tantos tesoros que vale la pena dedicarle una hora guiada: desde la bella pintura que vincula a San Francisco con el mismo Jesús a través de un árbol genealógico, hasta la impresionante cúpula morisca geométrica en madera y motivos islámicos de la escalinata principal o la biblioteca de película que guarda más de 25,000 libros, muchos incunables traídos de Europa. El agradable patio con sus pinturas en los pasillos y su cerámica es también fabuloso, por no hablar de las 13 pinturas del refectorio, que salieron del taller de Zurbarán. Aunque lo más curioso de la visita son sus enormes catacumbas, llenas de más de 70,000 esqueletos que, por alguna razón que se me escapa, han sido recolocados en formas decorativas que me chocaron sobremanera. 

Si os apetece alguna iglesia más, recomiendo la de Santo Domingo, sobre todo por ser lugar de reposo de los tres santos peruanos con más devotos: San Juan Macías, Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres (el primer santo negro de las Américas). Los encontraréis en el altar lateral al altaR mayor del templo. Otra iglesia bonita, al menos la fachada, es la de la Merced: su estilo churrigueresco es precioso, y el hecho de que fue en ese solar donde se celebró la primera misa de la ciudad la convierten en un lugar curioso.

Para casonas del centro, la mejor es el palacio Torre Tagle, con su pórtico barroco, sus balcones de celosía arabesca y sus elegantes estancias. Ahora es sede de la Cancillería del país. La Casa Oquendo,  en azul oscuro, es también bonita para ver desde fuera. Fue la más alta de la ciudad durante décadas.

La Lima republicana

El 28 de julio de 1821, el general San Martín proclamó la independencia efectiva del Perú en Lima efectiva el tres años después, cuando el ejército criollo venció al imperial en la batalla de Ayacucho. Para entender esta época, pasead desde la plaza de Armas hasta la plaza San Marín por el Jirón de la Unión, un paseo peatonal venido a menos pero que hasta mediados del siglo XX fue el lugar donde ver y ser visto, favorito por las elites aristocráticas, primero y republicanas, después. Los limeños aún dicen “vamos a jironiar” cuando se refieren a pasear en general o ir de tiendas. Llegaréis hasta la, aún elegante pero muy decadente, plaza de San Martín, llena de edificios señoriales, con una enorme estatua del libertador en el centro y el icónico Gran Hotel Bolívar en uno de los lados. Vale la pena curiosear en los centenarios comercios, especialmente en la Pastelería San Martín, donde aún preparan cada día enormes turrones de doña Pepa que se agotan en un abrir y cerrar de ojos, considerado el mejor de la ciudad. Este dulce tradicional limeño que se suele comer en octubre está hecho de cilindros de harinas infusionados en frutas y especias pegadas con miel.

Un almuerzo típico de la época sería en La Botica, una taberna criolla donde pedir un piqueo, como una porción de pejerrey enrollado (un pescado parecido al boquerón) al limón y aceite de oliva; y de principal, pallares (unas alubias grandes y tiernas) con lomo saltado. Y para una cena con bailes típicos peruanos (tanto de la época anterior a la llegada de los castellanos como de las épocas colonial y republicana) antes escoged Casa Tambo, donde además de los bailes interesantes que harán en mitad del salón mientras cenáis, servirán deliciosos platos de toda la geografía del país.

La Lima de hoy

Después de El Cairo, Lima es la segunda mayor ciudad del mundo construida en un desierto. Sus problema de agua son gravísimos, especialmente con su crecimiento sin pausa de población y barrios informales. El gran contraste son Miraflores y San Isidro, elegantes barrios ajardinados que compiten por atraer los mejores lugares de la ciudad con Barranco, otro de los barrios de moda, al que no tuve la suerte de ir: a la próxima no fallaré. Personalmente dormí todas las noches que pasé en la ciudad en San Isidro, centro bancario y de embajadas; y barrio rico, muy tranquilo por las noches. Por cierto, os recomiendo visitar el Centro Cultural de España en Lima, un innovador centro de arte contemporáneo donde artistas de Perú y España exponen obras en exposiciones temporales interesantísimas en la vanguardia de la ciudad.

En San Isidro se encuentra el lugar donde nació la cocina novoandina: Astrid y Gastón. Gastón Acurio, hijo de un senador peruano, fue a Madrid en los años 80 a estudiar derecho. Sin embargo, su pasión era la cocina, que estudiaba en secreto, hasta que tres años después decidió marcharse a París para aprender en Le Cordon Bleu. Allí conoció no solo las técnicas de la nouvelle cuisine, sino también a la que sería su mujer: la chef alemana Astrid Gutsche. Se casaron y volvieron a Lima donde fundaron su restaurante, que empezó sirviendo alta cocina francesa. Poco a poco fueron introduciendo ingredientes peruanos hasta crear la actualmente popularísima cocina novoandina, consiguiendo que el restaurante se convirtiera en uno de los mejores del mundo. Astrid y Gastón ya no es tan caro ni está tan alto en los rankings como hace unos años, pero sigue siendo estupendo para una noche de comida deliciosa entre amigos. Nosotros tuvimos la suerte de degustar cuy a la pekinesa en crepe de maíz morado, tiradito de lenguado bachiche en leche de tigre de albahaca y tortellinis de lúcuma en salsa meunier de conchas al capuchino, Y de postre chocolate tibio con uchucuta por un lado y el homenaje a la lúcuma con algarrobina, anís y aroma de palo santo. La sede del restaurante, la casa Moreyra, es en sí misma un destino, con su agradable tienda de recuerdos de excelente gusto, su capilla privada, los salones con recuerdos de la pareja de chefs o la bonita fachada con el gran balcón. Además, enfrente está una de las sedes de Tanta, un popular bistró también de Gastón Acurio, donde probar los clásicos de la gastronomía peruana con raciones potentes y un ambiente más relajado, sin necesidad de reservas. Su ceviche a la limeña, estofado de la abuela o ají de gallina son excelentes. 

En San Isidro también está Matsuei, restaurante que fundó el famoso Nobu pero que ahora tiene otros dueños que siguen manteniendo el espíritu original a un precio más razonable. Perfecto para disfrutar de la comida Nikkei, que es resultado de la fusión de las técnicas japonesas con los ingredientes peruanos. En Matsuei tienen platos innovadores como el tiradito fusión, el sushi crocante de erizo de mar o el udon carbonara con conchas.

Y no me podía dejar la comida Chifa: una nueva gastronomía surgida de la fusión de elementos, ingredientes y técnicas de la cocina cantonesa con los peruanos. Hay muchas chifas informales en la capital peruana, pero si queréis una chic, entonces nada mejor que Shi-Nuá. Allí tienen cochinillo crocante con pure de pera asiática y chutney de castañas, wantanes, chicha morada... todo servido con estilo e ingredientes de primera.

A Miraflores fui un par de veces, y es donde me hubiera quedado si hubiera podido elegir: además de su maravilloso paseo marítimo, este barrio cuenta con tiendas, restaurantes y parques agradables, como el parque del amor, parte del paseo marítimo. Lo presido una gran estatua de una pareja y sus bancos están cubiertos de mosaicos y frases románticas de autores latinoamericanos. Si seguís caminando llegaréis al LarcoMar, un agradable centro comercial con vistas increíbles a las playas de la ciudad y al océano Pacífico.

Pese a todo lo que os cuento, Lima no me enamoró: su tráfico insoportable y su cielo gris plomizo no ayudaron. En Lima pueden pasar meses sin que se vea el sol. Pero aún así, la amabilidad de sus gentes, su increíble comida y su interesante historia la hacen ineludible para cualquier viajero. Además, es la puerta de entrada para otras maravillas, empezando por el Machu Picchu. Dedicadle tres días con sus dos noches: no os arrepentiréis. 

IMPRESCINDIBLES


Comer

Menú degustación novoandino en Astrid & Gastón.

Cebiche a la limeña en Tanta.

Platos chifa gourment en Shi-Nuá.

Platos nikkei en Matsuei.

Turrón de doña Pepa en la Pastelería San Martín.

Beber

Pisco Sour en el restaurante de la Huaca Pucllana.

Escuchar

La flor de la canela de Chabuca Granda.

Leer

Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa

diumenge, 16 de novembre del 2025

El Salvador

 

El "Pulgarcito" de América

Aterricé en el país más pequeño del continente americano (sin contar las islas): El Salvador. Ellos mismos se llaman el "pulgarcito" de América de hecho. Una temperatura agradable me recibió al salir del aeropuerto Monseñor Óscar Romero, quedando pronto congelado al subir al coche que me recogió y llevó al centro de San Salvador y me puse al día de la situación política del país centroamericano. Luego fui a comer al mítico "Donde Mikel" un restaurante fundado por un vasco, primero en Guatemala y ahora con sucursal aquí también, que sirve deliciosas croquetas, pescado y gambones a la plancha cocinados en aceite de oliva andaluz de excelente calidad y ajo picado. Cocina simple pero con ingredientes de gran calidad. Pero en vez de contaros mi viaje paso a paso lo que haré será insertar todo lo que hice a la vez que recorremos la historia de esta pequeña república.

Sitio arqueológico de la Joya del Cerén y de San Andrés

Antes de la llegada europea, el territorio de El Salvador estuvo habitado por pueblo pipiles, lencas y mayas. Y para entender mejor a estas gentes, hay que visitar el único patrimonio de la humanidad reconocido por la UNESCO en el país: la Joya de Cerén. Estas ruinas mayas aportan un testimonio excepcional sobre la vida cotidiana de los agricultores mesoamericanos de esa época. 

Más allá de los sitios religiosos y políticos mayas que se pueden visitar en México, Guatemala o Honduras (como cuando visité Copán), lo que hace única a la Joya de Cerén es que aquí se puede ver el día a día de la gente normal de la civilización maya, y no de sus élites. Las casas tenían el dormitorio separado de la cocina en dos estructuras diferentes; y también contaban con una tercera estructura que era el granero. Y contaban con sus propios huertos para obtener vegetales y tubérculos. Esta comunidad agrícola es el equivalente maya a las ciudades romanas de Pompeya y Herculano, ya que fue repentinamente sepultada por una erupción del volcán Laguna Caldera hace 1400 años. Gracias a su perfecto estado de conservación, ahora comprendemos la vida de estas gentes.

En la estructura central de la aldea aún se puede ver la sala central con dos bancos donde se reunían los más mayores de la aldea para tomar decisiones. Y además, varias casas contaban con una cuarta estructura que eran los temazcales, saunas mayas con una estructura de cúpula y una pequeña entrada, y dentro un agujero donde se ponía madera con hierbas que se prendía y cuyo fuego calentaba una parte donde ponían agua líquida que se convertía en vapor. Esto demuestra que los mayas ya conocían los efectos terapéuticos de las saunas.

He de reconocer que los franceses han hecho muy buen trabajo en cooperación con los salvadoreños para mejorar la conservación de este lugar con grandes cubiertas para la lluvia así como la construcción de un  museo anexo se pueden ver algunas piezas interesantes de vajilla decorada que usaban.

No muy lejos de la aldea se encuentran las ruinas de San Andrés, el centro político-religioso del que dependía la aldea, ya que los mayas vivían en ciudades-estado (como los griegos), que compartían lengua y religión pero que basaban sus relaciones en alianzas militares y comerciales entre ellas. 

De camino entre un sitio y el otro paramos en La Querencia, un restaurante de carretera típico centroamericano con deliciosos y sabrosos platos salvadoreños, así como bebidas caseras como su horchata hecha con semilla de morro tostada y varias especias como la nuez moscada, canela o vainilla, a diferencia de la valenciana (de chufa) o la mexicana (de arroz).

Llegamos a San Andrés cuyas ruinas incluyen plazas, pirámides y templos, aunque siete metros de cenizas cubren la mayor parte de las pirámides, que solo tienen desenterradas sus cimas, ya que la actividad arqueológica se paralizó con la Segunda Guerra Mundial, cuando los arqueólogos estadounidenses que estaban en ello se quedaron sin fondos. Las cenizas no son feas, y que su fertilidad ha hecho que crezca una frondosa selva encima de ellas, excepto en las partes taladas por los arqueólogos donde se extienden un tupido césped de color verde brillante.

En la galería anexa a estas ruinas hay algunas de las piezas interesantes que se encontraron en las excavaciones, como una interesante figurita ceremonial que estaba rodeada de conchas marinas.

Para ver el gran volcán que sepultó estas poblaciones recomiendo acercarse al parque nacional El Boquerón. Es una excursión bonita desde la capital y basta subir en coche hasta la entrada del parquen en lo alto del volcán, y luego realizar un agradable paseo hasta el borde de su caldera, en una senda bien indicada y con escalones, no especialmente difícil, y miradores muy agradables. La naturaleza frondosa y con flores de colores es también preciosa, y las vistas de la caldera del volcán dormido en el centro, impresionante. 

Los siglos del Imperio español y la independencia

El caso es que los mayas colapsaron como civilización y décadas después los castellanos llegaron a esta parte del continente en el siglo XVI, pasando a ser parte del Virreinato de Nueva España y siendo gobernados desde la ciudad de la Antigua, en Guatemala, dentro del Imperio Español. De aquí han heredado la lengua castellana así como el catolicismo, que sigue siendo la religión mayoritaria pese al avance de las iglesias evangélicas que llegan desde Estados Unidos. Yendo en carretera pude ver una procesión de varios coches decorados con globos llevando el que la encabezaba a una Virgen y seguido de otros tantos con niños subidos en los capós o techos (algo peligrosísimo) o en las partes traseras de las pick-up.

Ya en 1821 El Salvador declaró su independencia de España, siendo parte de la República Centroamericana, aunque luego se convirtió en una república independiente en 1841. En el Palacio Nacional de San Salvador, que acogió durante décadas a los tres poderes de la República, aún se puede visitar el antiguo parlamento, la sede del tribunal supremo y el despacho del presidente de la República, en cada una de las alas del restaurado palacio. Por cierto, restauración algo kitch que no me gustó por recordarme más a la mansión de un narco que a un edificio decimonónico con solera. Aún así lo recomiendo mucho ya que las visitas guiadas son gratuitas. Las tres instituciones se desplazaron a otros edificios en 1972.

No muy lejos del Palacio Nacional hay varias pupuserias, feas la mayoría de ellas, pero deliciosas todas. Yo me acerque paseando a la Pupusería San José, en una calle muy desagradable pero con buen sabor. Y las probé primero de maíz. Las pupusas son símbolo nacional del país, de origen pipil y muy nutritivas. Recién hechas están deliciosas.

Un final de siglo XX violento y un nuevo futuro

El Salvador vivió un siglo XX de varias dictaduras y grandes desigualdades sociales. Y lo peor fue que en 1980 estalló una guerra civil entre el gobierno y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que duró hasta 1992, dejando más de 75,000 muertos. Este conflicto se puede enmarcar dentro de la Guerra Fría, ya que enfrente a un gobierno de derechas frente a guerrilleros izquierdistas. Tras los acuerdos de paz de 1992, El Salvador avanzó en democracia, pero las grandes desigualdades sociales llenaron al país de maras y pandilleros que se organizaban para controlar el mercado de la droga y extorsionaban a barrios enteros y comerciantes cobrando a cambio de no robarles (o matarles). Llegó a ser el país más peligroso del mundo, con tasas de asesinatos por encima de países en guerra como Irak. Sin embargo, la victoria del presidente Bukele hace unos años acabó de raíz con la violencia e inseguridad lanzando un estado de excepción y realizando detenciones masivas que suspenden el proceso debido y ciertos derechos humanos. Además, convirtió a El Salvador en el primer país que hizo Bitcoin moneda de curso legal con resultados muy controvertidos. También rompió relaciones con Taiwán, reconociendo a la RDC como única China. A cambio, Xi JingPing le regaló el Estadio Nacional y la Biblioteca Nacional, un símbolo de renovación cultural y tecnológica con miles de libros, zonas interactivas y espacios para leer, trabajar o relajarse abiertos las 24 horas.

Su diseño ultramoderno en la plaza central de la capital contrasta con el resto de edificios. Pero lo cierto es que ha dado vida y seguridad a una zona antes deprimida y busca acercar la lectura o el ocio sano (videojuegos, juegos de mesa...) para acabar con la anterior cultura de pandillas, alcohol y drogas. Por eso siempre está abierta, día y noche.

Para entender el panorama artístico del país vale laS pena visitar la galería de arte y taller "El Árbol de Dios" del ya fallecido artista Fernando Llort, que ahora gestiona su amable hijo y al que es fácil encontrarse por allí. Se le considera el gran artista nacional del país y vale la pena descubrir su obra de estilo naif que mezcla cristianismo, simbolismo indígena, amor por la naturaleza y búsqueda de armonía social, transmitiendo paz, ternura, unidad y esperanza después de décadas de violencia. Se pueden adquirir originales de algunas obras así como facsímiles u objetos decorados con diseños que ahora copian artistas en el taller. Para los inversores en arte, es una oportunidad ya que los precios siguen siendo accesibles para un artista que podría revalorizarse en cualquier momento.

Finalmente, y del lado gastronómico, no me quise ir sin volver a comer pupusas, esta vez de arroz, en el Pupusódromo de Olocuilta, de camino al aeropuerto. Se rellenan de loroco, frijoles molidos, queso, pollo, carne... o de todo a la vez. Deliciosas. Aquí, además de la gran concentración de pupuserías, también se pueden ver las dos enormes planchas metálicas en las que se cocinaron las pupusas más grandes del mundo.

En fin, si vuelvo a El Salvador será ya para conocer su costa, según dicen excelente para surfear, y también sus pueblos coloridos como Suchitoto.

IMPRESCINDIBLES


Comer

Pupusas de arroz o maíz en El Pupusódromo de Olocuilta. 

Beber

Horchata salvadoreña en La Querencia.


Comprar

Obras de arte de Fernando Llort en El Árbol de Dios.

Escuchar

El carnaval de San Miguel de Paquito Palaviccini.

Ver

Salvador de Oliver Stone.

dimecres, 29 d’octubre del 2025

Potosí, Sucre y Uyuni

Chuquisaca y Potosí

Además de La Paz, tuve la enorme suerte de pasar casi tres semanas en dos de los departamentos más interesantes de Bolivia: Chuquisaca, un departamento cuya capital, Sucre, es también la capital constitucional del país y una de sus ciudades más bellas; y Potosí, en pleno altiplano, también cargado de historia, con paisajes espectaculares y dos puntos clave en cualquier visita al país: la ciudad minera de Potosí (que llegó a ser la más habitada del mundo en el siglo XVII) y el icónico salar de Uyuni.

Para llegar hasta aquí tenéis básicamente dos aeropuertos: el de Sucre y el de Uyuni, ambos conectados con vuelos a La Paz y Santa Cruz de la Sierra, aunque el de Sucre casi siempre requiere de escala en Cochabamba para llegar a ambas. Los traslados internos los recomiendo hacer con un coche alquilado con chófer: Bolivia es el país con mayor siniestralidad en carretera del mundo, por lo que mejor dejarlo todo en manos de profesionales. Y siempre circular de día, ya que las carreteras de estas zonas no están iluminadas.

Aterrizaje en la ciudad blanca

La ciudad más bella de Bolivia, y su actual capital constitucional (aunque solo sea sede del poder judicial) es Sucre, una de las primeras ciudades americanas que proclamó su independencia de España, y fue la primera capital de Bolivia hasta que en 1898 perdió la sede del poder ejecutivo y legislativo en favor de La Paz. Nada más llegar me sorprendió por su vitalidad y buena energía y el blanco refulgente de sus casas.

Se fundó en 1538 por Pedro Anzures por orden de Pizarro como Ciudad de la Plata de la Nueva Toledo. Tras la independencia de España, la ciudad se rebautizó como Chuquisaca, nombre quechua que finalmente se volvió a cambiar en 1839 cuando se le bautizó en honor al militar venezolano y líder de la independencia sudamericana, Mariscal Antonio José de Sucre, que además fue el segundo presidente de Bolivia.

No le llaman la ciudad blanca por casualidad: cada año, por ley, las paredes del centro histórico deben repintarse de un blanco reluciente, que generan un bellísimo contraste con el rojo intenso de sus tejas. Cuenta con numerosas iglesias bien conservadas de esa época como las de San Lázaro, San Francisco y Santo Domingo o el impresionante oratorio de San Felipe Neri, que ilustran la mezcla de las tradiciones arquitectónicos locales con los estilos importados de Europa.

Nos instalamos en el bello parador Santa María la Real, antigua sede del poder judicial de esta parte del imperio español, ya que antes de ser hotel este palacete acogió la Real Audiencia de Charcas. Este edificio se ha reconvertido en un elegante establecimiento donde desayunar en un salón en el que antes juzgaban casos de todo tipo.

Y empezamos la visita por la bellísima y bien cuidada plaza 25 de Mayo, en la que se encuentra el único edificio al que sí o sí se debe entrar: la Casa de la Libertad. Aunque fue sede de la antigua Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, y antes capilla de un convento jesuita, aquí se reunió el primer parlamento boliviano que declaró su independencia de España. En la elegante sala hay enormes cuadros de los héroes y heroínas de la independencia así como el acta de independencia del Alto Perú, que luego se rebautizó como Bolivia en homenaje al héroe independentista. Y eso que Bolívar nunca quiso dicho honor. De hecho, él propuso que la nueva república se llamara Azurduy, en honor a Juana Azurduy de Padilla, gran heroína y madre de la patria, que comandó a miles de hombres y a la que se nombró Mariscala de la República a título póstumo por el gobierno boliviano.

En otra de las salas cuelgan los retratos de todos los presidentes de Bolivia, incluyendo el de Evo Morales o del eterno candidato a la reelección Jorge "Tuto" Quiroga. Visitad el edificio con una de las guías que, voluntariamente, lo explican todo súper bien.

También es interesante cruzar al cercano antiguo Palacio del Gobierno Nacional, ahora sede del poder provincial de Chuquisaca, pero que guarda gran esplendor y cuyas vistas de la plaza desde su estructura metálica son preciosas

Otro tejado al que recomiendo subir es al de San Felipe Neri, no sólo por las vistas, sino también por la propia belleza de este antiguo convento ahora colegio privado. Haced la visita guiada también.

Y hablando de comida, en Sucre hay que probar el saice, guiso típico a base de carne picada, arvejas, papa y zanahoria en ají colorado y comino, con tomate y cebolla natural por encima. Y luego beber un expreso de cacao amazónico, uno de los mejores del mundo, que preparan en la "Chocolatería Para Ti". Allí también se pueden comprar bombones y tabletas de chocolate de todos los sabores: desde picante ají y crujiente quinoa a sabroso coco, curiosa sal de Uyuni o el de hojas de coca.

Y es que Sucre tienen un panorama gastronómico increíble: no os podéis ir sin disfrutar de un menú degustación en el "Proyecto Nativa", un restaurante minimalista en el que usan todo tipo de ingredientes bolivianos preparados de forma innovadora y que por ello ya aparece en la lisa Latam 50 Best de la revista Restaurant. Y si no tuvieran mesa, otra alternativa es el "Restaurant El Solar", con un menú de ocho pasos también basado en ingredientes bolivianos exquisito. Ambos restaurantes se basan en el aprendizaje de sus chefs del concepto y técnicas de Gustu, el mejor restaurante de Bolivia que visité en La Paz.

Rumbo a Potosí

Tras unos días en Sucre, tomamos la carretera que lleva a Potosí y pasamos por unos espectaculares valles altoandinos de película antes de llegar a la ciudad más alta del mundo a 4100 metros de altura. Aquí se concentraron más habitantes que París o Londres: 160.000 personas en el siglo XVIII. De su montaña, Cerro Rico, salió gran parte de la plata que financió las guerras del Imperio español. La mayoría de las minas de abandonaron en el siglo dejando en declive a la ciudad. Sin embargo, los restos de su acaudalado pasado aún se aprecian en la arquitectura.

La primera vez que llegué se celebraba el día de la bandera, y la ciudad lucía engalanada con cientos de banderas rojas, verdes y amarillas en sus balcones mientras los escolares de todos los barrios desfilaban por la plaza 10 de noviembre agitando cientos de banderitas. Me subí al antiguo campanario de la iglesia jesuita (ahora abandonada) para tener una vistas de la ciudad y del cerro que la creó.

Tras estas vistas fuimos a la Casa de la Moneda, centro donde se acuñaban los reales de a ocho, de plata, que circulaban no sólo por el Imperio español sino por todo el mundo, ya que se convirtió en la primera moneda de uso global. Dentro, además de ver los ingenios que acuñaban moneda, también hay un museo de minerales donde ver plata, oro pero también una bolivianita gigante. En otras salas hay objetos de plata elaborados para la élite local, como un bolso con hilo de plata. También hay preciosos cuadros barrocos, destacando el que representa al Cerro Rico como una Virgen que bendice al emperador Carlos V y al papa Pablo III con sus ríos de plata. De aquí viene la expresión "valer más que un Potosí".

Pero fuera de bromas, toda la riqueza de Potosí se extrajo al coste de más de ocho millones de vidas: muertos entre esclavos africanos y mitayos indígenas, ambos forzados a extraer el mineral a toda costa. Los lujos de unos pocos se pagaron con las vidas de millones. Por eso al Cerro Rico también le llaman la "Montaña Comehombres". La Cooperación Española a través de la AECID recuperó el arte de la platería en una Escuela-Taller donde comprar anillos, collares y broches de plata potosina realizados con gran destreza por los artesanos locales. Pero difícil reparación hay a una tierra que ha sufrido tanto.

Si hablamos de gastronomía, en Potosí hay que probar la kalapurca, una sopa de maíz molido espesa y a veces picante, con trozos de res, papa, ají colorado y hierbas andinas. Se sirve hirviendo con una piedra volcánica caliente en el medio que mantiene la cocción y le da su sabor ahumado inconfundible. Aunque el lugar más querido por los potosinos para ello es la mítica "Doña Mecha", yo la disfruté en "El Tenedor de Plata", donde el ambiente es más tranquilo, así como en el "Restaurante Tambo Señorial", con un ambiente más familiar y una kalapurka casera mucho menos picante.

Si queréis un buen café (y hojear o comprar libros interesantes), no os podéis perder "Cronopios Café Librería", en el propio Mercado Central, también interesante de recorrer. Y el monasterio de Santa Teresa merece una visita guiada: era aquí donde la nobleza española encerraba a sus segundas hijas como monjas, haciendo suculentas donaciones que aún se ven en la rica arquitectura y arte de este monasterio donde aún viven cinco monjas de clausura pero que organiza visitas guiadas por voluntarias dos veces al día. De sus salas me llamó la atención una plancha para fabricar ostias consagradas, una Virgen del Carmen vestida de generala del Ejército boliviano y la rica iglesia, aún en funcionamiento, cubierta de pan de oro. No olvidéis comprar los dulces de las monjas antes de iros: los de coco están buenísimos.

Os podéis alojar en el Hostal Virreyes, un cómodo hotel de tres estrellas con habitaciones cómodas y desayuno correcto no muy lejos de la plaza principal. Me quedó por visitar el famoso cerro y adentrarme en su interior, pero no tenía las energías para ello, honestamente. Por el contrario, pude ver las llamas que pastan en las zonas al sur del gran cerro.

Finalmente, pusimos rumbo por carretera hacia el mítico salar de Uyuni.

Uyuni

El salar más grande y alto del mundo se encuentra en Bolivia: son los restos de un antiguo mar salado prehistórico que se secó. Tras cuatro horas en coche por carreteras que recorren paisajes únicos llenos de llamas, desiertos, verdes valles y montañas bellísimas llegamos a la feísima ciudad de Uyuni, que parece una ciudad perdida en un desierto con algunos restaurantes en sus dos calles principales y poco más.

Lo primero que visitamos fue su famoso cementerio de trenes con más de cien locomotoras y vagones abandonadas hace más de 80 años. La sequedad extrema del altiplano ha frenado la corrosión y conservan su estructura pese a más de un siglo de abandono. En algunas locomotoras saqueadas por sus metales se han puesto ahora columpios lo que dan al entorno un ambiente aún más surrealista. Entre el ambiente desértico, el cielo azul y los trenes oxidados, viví un momento postapocalíptico aunque luego también se me ocurrió que el lugar es perfecto para organizar un festival de música electrónica.

Después seguimos hacia la auténtica joya del lugar: el famoso salar de 12,000 metros cuadrados. Obviamente solo pudimos ver una pequeña parte: importante ir con guía porque dentro no hay señales y el paisaje plano y blanco ha hecho que muchos se pierdan por allí. Hace 40,000 años aquí había un mar pero un cambio climático en la región produjo una drástica pérdida de humedad y el agua se evaporó quedando al descubierto una capa de casi 20 metros de sal y minerales. De hecho, aquí se encuentran el 70% de las reservas mundiales de litio. En diciembre y enero, época de lluvias, todo se cubre con una fina película de agua que crea el famoso efecto espejo, donde se confunden tierra y cielo. El resto del año, el salar es un desierto blanco de sal, aunque siempre hay algunas zonas encharcadas donde disfrutar de una bella puesta de sol y los reflejos alucinantes que tan bien quedan en redes sociales. 

Nosotros acabamos ahí la mágica visita, pero la empezamos en los "ojos" de Uyuni: una salmuera que brota a presión de los restos del mar subterráneo que aún queda bajo la costra blanca del salar. Los que tengan problemas de piel y huesos pueden remojarlos en estas aguas terapéuticas. Luego seguimos a la zona donde no entran coches y aún se ven las bellas formaciones hexagonales de sal en el suelo. Seguimos hacia la mítica plaza de las banderas, donde traté de encontrar la valenciana sin éxito (aunque sí habían europeas, españolas, aragonesa y hasta una balear). También fuimos al abandonado hotel de sal original, ahora comedor y tienda de recuerdos, pero bastante feo, así como al monumento desde el que salió una de las carreras del rally Dakar hace unos años. Pero lo más espectacular fue la puesta de sol en las zonas encharcadas. El paisaje se presta a fotos espectaculares y muchos de los guías las toman de maravilla. 

Salimos del salar antes del anochecer para evitar perdernos y paramos en el Hotel Palacio de Sal para ver sus columnas y muebles hechos de bloques de sal. Espero poder quedarme en él alguna vez que vuelva y tenga más tiempo porque es precioso.

Acabamos el día cenando en Uyuni, en otro hotel de sal pero no tan bonito: el Casa de Sal, donde disfruté de unos deliciosos filetes de llama. Volveré a Uyuni para recorrer más partes del salar, como la isla de los pescadores, donde gigantescos cactus alcanzan los 10 metros de altitud con troncos más gruesos que los de muchos árboles.

Toda esta zona de Bolivia es mágica y perfecta para hacer en cinco/seis días, empezando en Sucre y terminando en Uyuni.

IMPRESCINDIBLES


Comer

Kalapurka en El Tenedor de Plata o en el Restaurante Tambo Señorial.

Menú de ocho pasos con ingredientes bolivianos en Nativa o en El Solar.

Beber

Expreso de chocolate en Chocolates Para Ti.

Comprar

Accesorios de plata en la Escuela Municipal de Platería de Potosí.

Leer

Raza de Bronce de Alcides Arguedas.

Escuchar

El Minero de Savia Andina.

Ver

Quantum of Solace de Marc Forster.

dimecres, 3 de setembre del 2025

Egipto

Regreso a Egipto

En abril de 2017, como escapada de unos días en mi rutinaria vida en Kuwait, fuimos a descubrir El Cairo y, con dicha visita, las fascinantes pirámides y el antiguo Museo Egipcio de la ciudad, en plena plaza Tahrir. Un sueño hecho realidad, pero muy a medias. Es verdad que descubrí otras cosas que no me esperaba, como el mercado de Khan El Khalil o la ciudadela de Saladino, así como la agradable isla de Zamalek. Todo os lo conté en su momento. Pero no fui a los templos, ni hice el crucero por el Nilo ni vi Abu Simbel o Alejandría. Por eso, cuando surgió la oportunidad de hacer todo eso con un grupo tan divertido como el que juntan desde el club de viajes Amarula, no pude resistirme, y 8 años después, en abril de 2025, volví a aterrizar en El Cairo, dispuesto, esta vez, a recorrerme Egipto de punta a punta. 

Alejandría más allá del faro y la biblioteca

Y lo primero que hice fue llegar un par de días ante para visitar Alejandría, no incluida en mi viaje en grupo, pero a la que tenía muchísimas ganas. La ciudad fundada por Alejandro Magno, capturada por Julio César para los romanos, y que vio el amor de este con Cleopatra VII (la última) así como el de esta con Marco Antonio, fue una de las ciudades clave hace 2000 años, conocida por su faro sin igual y su biblioteca que atraía a las mejores mentes. Del faro solo quedan los cimientos, cubiertos por el fuerte otomano Qutabey. Y la biblioteca, atacada por romanos, cristianos y musulmanes, acabó perdiéndose, hasta que en el año 2002 se inauguró su versión contemporánea, diseñada como un gran cilindro de piedra, acero y cristal, con una fachada de granito que tiene inscripciones con caracteres de más de cien lenguas humanas. Su magnífica sala de lectura tiene once niveles con un sistema de iluminación natural indirecta que quita el hipo. También cuenta con un planetario, dos exposiciones permanentes y un centro de recuperación de manuscritos. Es una parada obligatoria en cualquier visita a la ciudad, especialmente si podéis hacerlo por la tarde y luego ver la puesta de sol desde su tranquilo jardín de olivos que da a la bahía. Pero más allá de estos dos elementos míticos, la segunda ciudad de Egipto es fascinante: sus ruinas romanas y precristianas junto con sus vetustos edificios burgueses centenarios y su concurrida Corniche dan un aspecto más occidental y algo menos caótico que El Cairo, con muchos menos turistas. Así que coged el Talgo que une ambas ciudades y quedaos una o dos noches para descubrir sus tesoros: desde las catacumbas de la era romana, que combinan influencias romanas, griegas y egipcias; a la columna de Pompeyo (una columna gigante de granito rojo de Asuán más de 26 metros, único gran resto en pie del monumental santuario a Serapis); y, si os encantan los sitios patrimonio de la humanidad como a mí, Abu Mena, ciudad santa paleocristiana edificada sobre la tumba del mártir Menas de Alejandría, muerto en el año 296 d.C. Se conservan restos de la iglesia, el baptisterio, las basílicas, los edificios públicos, las calles, los monasterios, las viviendas y los talleres. Abu Mena está a algo más de una hora de la ciudad por lo que recomiendo contratar un conductor para ahorrar tiempo. Justo al lado se ha construido un complejo religioso contemporáneo y centro de peregrinación copta donde rezar a santos más contemporáneos allí enterrados o comprar baratijas religiosas en sus mercaditos.

Paseando por la Corniche mientras anochecía y me daba la brisa mediterránea en la cara recordaba a Cádiz, La Habana o incluso Rio de Janeiro: aires de una ciudad que fue muy cosmopolita pero que está muy venida a menos. Tras su primera gloria inicial como ciudad griega y luego romana, cayó en decadencia tras perder importancia comercial frente a las rutas atlánticas y pacíficas. Los gobiernos bizantinos y árabes no ayudaron tampoco. Sin embargo, con la llegada de los otomanos pero sobre todo, bajo el mandato británico desde finales del XIX hasta 1952, la ciudad se llenó de consulados, millonarios y espías. Este renacimiento de Alejandría, en la que las aristocracias locales se mezclaban con empresarios turcos y griegos, funcionarios británicos y franceses, y espías e intelectuales de todos los países, generaron una vibrante sociedad que saltaba de café en café. Aún se puede respirar esa gloria pasada en lugares con el Café Trianon, un gran café de estilo centroeuropeo donde sirven tanto dulces clásicos como platos sencillos egipcios o internacionales. Disfruté una sharkasiyya, un exquisito guiso de pollo con salsa de nueces acompañado de arroz.

También surgieron grandes hoteles frente al mar donde se mezclaba gente de todos los orígenes. Yo me quedé en el Windsor Palace, un gran hotel venido a menos que aún tiene en operación los dos primeros ascensores de la ciudad. Sus habitaciones de techos altos y su terraza de desayuno con fabulosas vistas de la bahía son imbatibles, así como la gran amabilidad que su servicio aún no ha olvidado. Las antiguas mansiones que puebla el centro de la ciudad, ahora semiabandonadas, tienen otros usos, como el antiguo consulado de Estados Unidos, que alberga el Museo Nacional de Alejandría, con una selección buenísima de piezas originales que van desde el Imperio antiguo hasta la era decimonónica. Y las calles con tranvías aún operando y elegantes farolas me transmitieron una nostalgia bonita. Vale la pena disfrutar de la magia alejandrina aunque sea por unos días.

Vuelta a El Cairo y las pirámides para llegar al Mar Rojo

Tras volver a explorar El Cairo, descubrir un nuevo museo y entrar por fin a las pirámides (os lo cuento todo en la entrada El Cairo), nos fuimos en bus al Mar Rojo, en concreto a un resort de Hurghada. Este pueblo de pescadores se transformó hace 35 años en uno de los principales destinos turísticos de Egipto: sus aguas cristalinas, snorkel y buceo de primer nivel, sol garantizado todo el año y posibilidad de hacer excursiones de un día a Luxor lo hacían perfecto. La permisividad del gobierno con el alcohol hicieron el resto y los complejos hoteleros surgieron como setas.

El Mar Rojo, que ya conocía de mis días en Jordania, es muy interesante por tener una salinidad más alta de lo normal. Y las temperaturas en sus costas oscilan todo el año entre 21 y 30 grados: la eterna primavera-verano. Un día salimos en yate para hacer snorkel y ver alguna de las más de mil especies de peces que aquí viven (muchas endémicas) y más de 200 tipos de corales, con arrecifes que llevan vivos miles de años. Y acabamos pasando la tarde en la agradable isla Paraíso.

Luxor

Tras unos días en el mar, volvimos al bus para cruzar el desierto del Sáhara (desierto cálido más grande del mundo) hasta Luxor, donde nos embarcamos en nuestra dahabiya (clásica y elegante embarcación de crucero por el Nilo) que esperaba amarrada en el río más largo del mundo, el Nilo. Sus aguas generan gran abundancia en mitad de un contexto de aridez total y fue la principal razón por la que apareció aquí una civilización milenaria que sigue fascinando a la humanidad. 

Salimos a descubrir Luxor, la antigua y legendaria Tebas, ciudad del dios Amón, y capital de Egipto en los largos siglos de los imperios Medio y Nuevo. Tras instalarnos en nuestros camarotes fuimos a la joya que es el templo de Luxor, donde se resume la continuidad religiosa, política y cultural de esta civilización durante más de 3000 años. A diferencia de otros templos, este es el único dedicado al faraón, en general, como divinidad viva. Y aunque cada uno específicamente dejó su huella, ninguno lo hizo tan profusamente como el propagandista (y longevo) Ramsés II: llenó el templo de colosos (como hizo en el resto del país) y también insertó un relieve de su falsa victoria del Qadesh contra los hititas, así como dos enormes obeliscos contando sus gestas. Por cierto, solo queda uno ya que el otro se lo llevaron los franceses en el XIX, como regalo del gobernador Mohamed Ali, y que sigue en la plaza de la Concordia de París. Fisgar y comprender el templo entero llevaría días y acompañamiento de doctores universitarios, pero si os fijáis podéis ver algunos cartuchos en los que Alejandro Magno se hizo representar por escrito como enviado del dios Amón. En época romana, las paredes del templo fueron cubiertas por frescos con sus dioses (aún se ve un pedazo de este fresco) y pusieron una estatua de Augusto en el centro. Los últimos sacerdotes egipcios enterraron veinte estatuas de sus dioses discretamente que no se redescubrieron hasta 1989. Tras los romanos, los cristianos construyeron una iglesia encima, de la que aún queda el campanario y luego el Islam construyó una mezquita con su minarete encima, que aún sigue en operación. El resto del templo quedó enterrado y olvidado hasta que en el siglo XIX, la egiptología que desató Napoleón y el descubrimiento de la piedra Rosetta, atrajeron a arqueólogos que empezaron a desenterrar y estudiar de nuevo el templo.

Al día siguiente madrugamos para subir en los famosos globos que ofrecen una enorme panorámica de los valles de los Reyes y Reinas, el Nilo, el desierto y los templos de Luxor. Nunca había subido en globo y hacerlo con la gran panorámica de la antigua capital de los faraones a mis pies no tenía precio. Me impresionó mucho el cambio brusco y sin transición entre las tierras fértiles y negras de la ribera del Nilo, cada una con su cultivo, y el desierto árido y beige.

Y de ahí al templo de la primera mujer gran líder de la humanidad: Hatshepsut. Llegó al poder como regente viuda pero rápidamente ejerció como un auténtico faraón hasta el punto de usar barba postiza. Su templo tienen imágenes suyas con rasgos femeninos y la barba con la peculiaridad de estar excavado en la roca. Fue una gran gobernante que amplió rutas comerciales y consiguió producir mirra en Egipto, pero aún así su hijastro, Tutmosis III, nunca le perdonó que le impidiera gobernar hasta que tuvo 25 años. Por eso picó el nombre de su madrastra de casi todos los cartuchos de Egipto (incluyendo en su templo) y se representó cubriendo las imágenes originales de ella.

Tras este original templo fuimos al valle del los Reyes, donde se enterraron todos los faraones del Imperio Nuevo (incluyendo a Hatshepsut). La montaña del valle tiene forma de pirámide, estaba en un lugar remoto y la piedra caliza lo hacían fácil de excavar: todas estas razones llevaron a escoger este lugar como necrópolis real. Una de las tumbas que más me impresionó fue la de Ramsés IV, con una serie de jeroglíficos que explicaban el camino del mundo de los vivos a los muertos, con pruebas y oraciones para ayudar al muerto a pasar la prueba. Además, en sus cámaras se almacenaban los utensilios del faraón para que los pudiera usar en la otra vida. En esta tumba, 1500 años después, vivieron también monjes cristianos que dibujaron sus retratos así como inscripciones en griego. 500 años después sus caras fueron picadas por un muftí musulmán. En cualquier caso, la impecable conservación de estas pinturas es gracias a la enorme sequedad del ambiente en este punto de la tierra, que garantiza una conservación óptima de pinturas que estén al abrigo del sol. De ahí que los colores brillen y sean tan claros.

De todas las tumbas del valle de los Reyes, la más famosa (que no la más bonita) es la de Tut Ankh Amón (de hecho, cobran extra si se quiere entrar a ver). Este faraón apenas fue relevante en la milenaria historia de Egipto, más allá de ser el hijo del hereje Ankh Et Atón y su mujer Nefertiti, y morir a los 19 años. En su corto reinado, el sacerdotazgo restableció, con su autorización, el culto a Amón-Ra y el resto del panteón egipcio tras la era de monoteísmo de su padre y el dios único Atón. La tumba originalmente pensada para albergar a un prior de Tebas, fue cedida por la repentina muerte del faraón joven y es tan famosa por ser la única que se encontró intacta por los egiptólogos. De hecho, fue Howard Carter en 1922 el que la encontró, reavivando leyendas que se hicieron más y más populares tras la muerte de varios de los que entraron en ella. Es el único faraón que mantiene su descanso eterno donde se supone que debe de estar: en su tumba y por respeto a ese ser humano, no fotografié su momia allí expuesta. Tras el gran apagón de El Cairo y las misteriosas muertes de los que sacaron elementos de su tumba, se decidió dejar a su momia allí y no trasladar a Londres los lujosos sarcófagos y otros tesoros que aún hoy siguen en el museo de El Cairo.

Acabamos el día en el principal complejo religioso del antiguo Egipto: Karnak, situado al final de una gran calle pavimentada de procesiones que lo une al de Luxor. Dicha avenida está jalonada de esfinges que se convierten en carneros (una representación del dios Amón-Ra) al llegar a Karnak. De hecho, este complejo está dedicado al propio Amón-Ra, su mujer Mut y su hijo Jonsu. La sala hipóstila cuenta con 120 columnas de veinte metros de alto cada una que impresionan: no me explico como personas sin grúas ni electricidad pudieron levantar esa barbaridad y os lo puedo contar pero no se puede entender si uno no está allí. De hecho, si solo podéis ver un templo en todo el viaje que sea Karnak: y no os olvidéis de dar siete vueltas en el sentido del reloj a la estatua del escarabajo, símbolo del ciclo solar eterno: millones de peregrinos han pasado por aquí en cientos de años para pedir un deseo.

Templos, templos y más templos

Tras un día de tantos templos y tumbas, embarcamos y salimos al anochecer hacia Edfu, ascendiendo Nilo arriba, disfrutando de la tranquilidad del cielo tachonado de estrellas y los perfiles oscuros de las palmeras que bordean el Nilo, con el sonido de tanto en tanto de la locomotora de los trenes que van arriba y abajo uniendo El Cairo con Asuán. Amanecimos cruzando las esclusas de la primera presa del Nilo, construida por los británicos en 1905 y desembarcamos para ver el colorido templo de Esna, dedicado a Jnum, dios carnero de las aguas primordiales: aquí se peregrinaba para pedir buenas crecidas del Nilo. Este templo es muy tardío, construido cuando Egipto ya era una provincia romana, en tiempos del emperador Claudio. Quedó enterrado en barros de crecidas del Nilo durante siglos y ahora solo se conserva la sala hipóstila de 24 columnas que mantienen su colorido. Sus muros están repletos de textos astronómicos en egipcio y griego, incluyendo calendarios sagrados y rituales de purificación. En su techo tiene representados los doce signos del horóscopo, incluyendo un decimotercero "el portador de la serpiente", en el que parece también creían.

Por la tarde fuimos al enorme templo de Horus (dios de la realeza, el cielo y la protección) en Edfu, montados en carros ligeros a caballo desde el barco. Es uno de los que conserva mejor su estructura total, con casi todos los muros, portadas y techos (aunque casi nada de colores): esto es clave para entender la arquitectura del Egipcio ptolemaico. Paseando por sus cámaras me sentí como en una película del Egipto antiguo. La energía aquí es particularmente fuerte, puesto que está construido donde creían que Horus venció a Seth, dios del caos, vengando así la muerte de su padre Osiris. En su cámara más sagrada, el mammisi, o sala del nacimiento divino, se celebraba el nacimiento simbólico de Horus: aún se conserva el naos de granito negro donde se colocaba la estatua sagrada de Horus, representado como un halcón coronado como faraón, además de una barca ceremonial enfrente. 

Y acabamos en el templo de Kom Ombo, un inusual templo doble, con dos puertas iguales, así como salas, patios y santuarios duplicados para honrar a dos dioses: Sobek y Horus El Viejo. En una de las paredes aún se ve la representación de instrumentos quirúrgicos y un pozo medidor del nivel del Nilo usado para calcular impuestos: cuanto más lleno, más se cobraban. Sobek, representado como un cocodrilo, era un dios muy popular, asociado a la vida, la vegetación y la fertilidad. Creían que de su sudor surgió el Nilo y también creían que los cocodrilos desovaban justo donde iba a llegar cada crecida del Nilo cada año. Al lado del templo podéis visitar el Museo del Cocodrilo, donde se exponen algunas de las más de trescientas momias de cocodrilos que se han encontrado en este templo. Estas momias eran ofrendas que los sacerdotes embalsamaban, momificaban y enterraban en tumbas con jarras llenas de comida.

Nubia

Tras los tres templos seguimos remontando el rumbo a Asuán, aprovechando para tomar el sol tropical en cubierta. Llegamos a Nubia de noche, donde nos recibió una banda de música local vestida en sus galabiyas, cantando en lengua nobiin, que mantienen desde hace siglos y con una de sus danzas tribales. Nos plantamos todos una galabiya con diferentes estampados para unirnos a los bailes. Nos quedamos en un hotel decorado a la manera nubia, muy colorido, en la cima de una colina con vistas increíbles al Nilo, especialmente su magnífica infinity pool. Por cierto, para comer nos sirvieron un guiso de pollo con salsa nubia cocinado en recipientes de barrio exquisito. Y el Umm Ali que hacen de postre está para chuparse los dedos: es un pudín servido caliente a base de hojaldre desmenuzado que se mezcla con leche caliente, azúcar, frutos secos, pasascoco rallado.

Al día siguiente nos dirigimos en bote al templo de Philae, último gran templo egipcio, construido en época romana, y de los últimos en acoger rituales egipcios hasta el año 700 de nuestra era, cuando esta religión desapareció, siendo sustituida por el cristianismo. De hecho, algunas cámaras tiene altares coptos con la cruz tallada así como sagrarios picados en sus muros. Hay también bellas columnatas comisionadas por el gran emperador Trajano así como bellas cámaras dedicadas a Isis, diosa de la maternidad y del amor, esposa de Osiris y madre de Horus. Paseando por estas románticas ruinas, en mitad de una isla en en Nilo y rodeadas de bellas palmeras, me estremecí pensando que justo allí se extinguió una cosmovisión que acompañó a una parte de la humanidad durante 4000 años y la nostalgia de saber que justo allí se realizaron los últimos ritos de esta religión, y civilización tan importante, que se apagó para siempre.

Luego bajamos de nuevo al Nilo para hacer kayak mientras paseamos por un pueblo nubio de casas de colores, niños de 8 años conduciendo motos y caravanas de camellos cargados de productos atravesando la calle principal. De la nostalgia a la realidad viva y alegre de esta curiosa zona de Egipto.

Acabamos la visita al día siguiente viendo el último amanecer en la tierra de Amón-Ra desde lo alto. Tras el desayuno nos esperaba la cereza en el pastel y tras tres horas de aburrida carretera recta llegamos a Abu Simbel, un complejo de dos templos tallados en roca y situados en la antigua frontera del Imperio egipcio, actual frontera entre la República Árabe de Egipto y la República de Sudán. 

Este complejo fue construido por Ramsés II hace mas de 2300 años para conmemorar su "victoria" en la batalla del Qadesh e impresionar a sus enemigos del sur. Es un templo dedicado a Ra-Horajti, Ptah, Amón... y sobre todo a él mismo. La impresionante e icónica fachada son cuatro colosos del propio faraón de 20 metros (uno semi-destrozado por un terremoto). Ramsés II, cuya momia habíamos visto en el Museo de la Civilización Egipcia de El Cairo, vivió más de 80 años, por lo que tuvo mucho tiempo para llenar Egipto de colosos con su imagen, como ya vimos en Luxor. Al entrar en la primer cámara se observa una fila de columnas a ambos lados del propio Ramsés II representado como Osiris, dios de la resurrección, con la que Ramsés se ponía por encima del tiempo. En sus paredes se ve una representación gigante del faraón derrotando él solo a un ejército hitita, en uno de los primeros ejercicios documentados de propaganda que existe, ya que se sabe que tras dicha batalla, Ramsés II firmó un tratado internacional de paz con el dirigente hitita, en el que ambos pactaron no luchar pero contar a cada pueblo que habían ganado respectivamente. Si avanzamos a la segunda sala, veremos representaciones del faraón interactuando con diversos dioses como un igual. Y ya en el santuario se encuentran los tres dioses patrones del templo sentados junto al propio Ramsés II, divinizado. En este lugar ocurre algo mágico los días 22 de octubre y febrero: los rayos del sol entran desde la lejana entrada del templo e iluminan todas las estatuas del santuario excepto la de Ptah, dios de la oscuridad. Es todo una locura para los que amamos el arte y tenemos interés en esta fascinante civilización, además de un ejemplo de comunicación política para impresionar a propios y recién llegados que cruzaban la frontera para entrar en el territorio faraónico.

Al lado, Ramsés II construyó otro templo también tallado en roca pero más pequeño dedicado a Nefertari, su mujer favorita. Es uno de los pocos templos egipcios dedicados a una reina consorte. Y el único en el que las estatuas de Ramsés son del mismo tamaño que las de su mujer, acto de amor y respeto inmenso. Este templo está dedicado a Hathor, diosa de la música y la alegría.

Lo más impresionante es que estos dos templos fueron reubicados, piedra a piedra, en los años 60 del siglo XX, por la UNESCO, y el apoyo de decenas de países, para salvarlo de quedar sumergido bajo las aguas del nuevo lago que iba a aparecer tras la construcción de la nueva presa de Asuán. La ingeniería y el grado de cooperación internacional que se puso en marcha no tienen precedentes. Por cierto, en ese lago artificial crecen hoy unos peces jugosos que se sirven en los restaurantes alrededor de Abu Simbel.

No tengo palabras para describir todo lo que descubrí y como este viaje me sirvió para entender mucho mejor las complejidades de una civilización que me marcó tanto de pequeño y que me seguirá fasciando por siempre. Volveré a Egipto porque aún me queda mucho por descubrir: desde el oasis de Siwa hasta el monasterio de Santa Catalina en la península del Sinaí, por no hablar del canal de Suez, el nuevo gran museo que está a punto de inaugurarse en el El Cairo, otras pirámides como la de Saqqara o el desierto de las ballenas. ¡Y muchas gracias al equipo Amarula por la estupenda organización!


IMPRESCINDIBLES

Comer

Sharkasiyya en el Café Trianon (Alejandría).

Umm Ali en cualquier sitio que lo hagan bien y sirvan caliente.

Libro

Tú no matarás de Julia Navarro.

Películas

Ágora de Alejandro Amenábar.

Muerte en el Nilo de Kenneth Branagh.

Canción

Alexandrie de Georges Moustaki.

Lالعرافة والعطور الساحرة de Omar Khairat.