Regreso a Egipto
En abril de 2017, como escapada de unos días en mi rutinaria vida en Kuwait, fuimos a descubrir El Cairo y, con dicha visita, las fascinantes pirámides y el antiguo Museo Egipcio de la ciudad, en plena plaza Tahrir. Un sueño hecho realidad, pero muy a medias. Es verdad que descubrí otras cosas que no me esperaba, como el mercado de Khan El Khalil o la ciudadela de Saladino, así como la agradable isla de Zamalek. Todo os lo conté en su momento. Pero no fui a los templos, ni hice el crucero por el Nilo ni vi Abu Simbel o Alejandría. Por eso, cuando surgió la oportunidad de hacer todo eso con un grupo tan divertido como el que juntan desde el club de viajes Amarula, no pude resistirme, y 8 años después, en abril de 2025, volví a aterrizar en El Cairo, dispuesto, esta vez, a recorrerme Egipto de punta a punta.
Alejandría más allá del faro y la biblioteca
Y lo primero que hice fue llegar un par de días ante para visitar Alejandría, no incluida en mi viaje en grupo, pero a la que tenía muchísimas ganas. La ciudad fundada por Alejandro Magno, capturada por Julio César para los romanos, y que vio el amor de este con Cleopatra VII (la última) así como el de esta con Marco Antonio, fue una de las ciudades clave hace 2000 años, conocida por su faro sin igual y su biblioteca que atraía a las mejores mentes. Del faro solo quedan los cimientos, cubiertos por el fuerte otomano Qutabey. Y la biblioteca, atacada por romanos, cristianos y musulmanes, acabó perdiéndose, hasta que en el año 2002 se inauguró su versión contemporánea, diseñada como un gran cilindro de piedra, acero y cristal, con una fachada de granito que tiene inscripciones con caracteres de más de cien lenguas humanas. Su magnífica sala de lectura tiene once niveles con un sistema de iluminación natural indirecta que quita el hipo. También cuenta con un planetario, dos exposiciones permanentes y un centro de recuperación de manuscritos. Es una parada obligatoria en cualquier visita a la ciudad, especialmente si podéis hacerlo por la tarde y luego ver la puesta de sol desde su tranquilo jardín de olivos que da a la bahía. Pero más allá de estos dos elementos míticos, la segunda ciudad de Egipto es fascinante: sus ruinas romanas y precristianas junto con sus vetustos edificios burgueses centenarios y su concurrida Corniche dan un aspecto más occidental y algo menos caótico que El Cairo, con muchos menos turistas. Así que coged el Talgo que une ambas ciudades y quedaos una o dos noches para descubrir sus tesoros: desde las catacumbas de la era romana, que combinan influencias romanas, griegas y egipcias; a la columna de Pompeyo (una columna gigante de granito rojo de Asuán más de 26 metros, único gran resto en pie del monumental santuario a Serapis); y, si os encantan los sitios patrimonio de la humanidad como a mí, Abu Mena, ciudad santa paleocristiana edificada sobre la tumba del mártir Menas de Alejandría, muerto en el año 296 d.C. Se conservan restos de la iglesia, el baptisterio, las basílicas, los edificios públicos, las calles, los monasterios, las viviendas y los talleres. Abu Mena está a algo más de una hora de la ciudad por lo que recomiendo contratar un conductor para ahorrar tiempo. Justo al lado se ha construido un complejo religioso contemporáneo y centro de peregrinación copta donde rezar a santos más contemporáneos allí enterrados o comprar baratijas religiosas en sus mercaditos.Paseando por la Corniche mientras anochecía y me daba la brisa mediterránea en la cara recordaba a Cádiz, La Habana o incluso Rio de Janeiro: aires de una ciudad que fue muy cosmopolita pero que está muy venida a menos. Tras su primera gloria inicial como ciudad griega y luego romana, cayó en decadencia tras perder importancia comercial frente a las rutas atlánticas y pacíficas. Los gobiernos bizantinos y árabes no ayudaron tampoco. Sin embargo, con la llegada de los otomanos pero sobre todo, bajo el mandato británico desde finales del XIX hasta 1952, la ciudad se llenó de consulados, millonarios y espías. Este renacimiento de Alejandría, en la que las aristocracias locales se mezclaban con empresarios turcos y griegos, funcionarios británicos y franceses, y espías e intelectuales de todos los países, generaron una vibrante sociedad que saltaba de café en café. Aún se puede respirar esa gloria pasada en lugares con el Café Trianon, un gran café de estilo centroeuropeo donde sirven tanto dulces clásicos como platos sencillos egipcios o internacionales. Disfruté una sharkasiyya, un exquisito guiso de pollo con salsa de nueces acompañado de arroz.
Tras volver a explorar El Cairo, descubrir un nuevo museo y entrar por fin a las pirámides (os lo cuento todo en la entrada El Cairo), nos fuimos en bus al Mar Rojo, en concreto a un resort de Hurghada. Este pueblo de pescadores se transformó hace 35 años en uno de los principales destinos turísticos de Egipto: sus aguas cristalinas, snorkel y buceo de primer nivel, sol garantizado todo el año y posibilidad de hacer excursiones de un día a Luxor lo hacían perfecto. La permisividad del gobierno con el alcohol hicieron el resto y los complejos hoteleros surgieron como setas.
El Mar Rojo, que ya conocía de mis días en Jordania, es muy interesante por tener una salinidad más alta de lo normal. Y las temperaturas en sus costas oscilan todo el año entre 21 y 30 grados: la eterna primavera-verano. Un día salimos en yate para hacer snorkel y ver alguna de las más de mil especies de peces que aquí viven (muchas endémicas) y más de 200 tipos de corales, con arrecifes que llevan vivos miles de años. Y acabamos pasando la tarde en la agradable isla Paraíso.Luxor
Tras unos días en el mar, volvimos al bus para cruzar el desierto del Sáhara (desierto cálido más grande del mundo) hasta Luxor, donde nos embarcamos en nuestra dahabiya (clásica y elegante embarcación de crucero por el Nilo) que esperaba amarrada en el río más largo del mundo, el Nilo. Sus aguas generan gran abundancia en mitad de un contexto de aridez total y fue la principal razón por la que apareció aquí una civilización milenaria que sigue fascinando a la humanidad.
Salimos a descubrir Luxor, la antigua y legendaria Tebas, ciudad del dios Amón, y capital de Egipto en los largos siglos de los imperios Medio y Nuevo. Tras instalarnos en nuestros camarotes fuimos a la joya que es el templo de Luxor, donde se resume la continuidad religiosa, política y cultural de esta civilización durante más de 3000 años. A diferencia de otros templos, este es el único dedicado al faraón, en general, como divinidad viva. Y aunque cada uno específicamente dejó su huella, ninguno lo hizo tan profusamente como el propagandista (y longevo) Ramsés II: llenó el templo de colosos (como hizo en el resto del país) y también insertó un relieve de su falsa victoria del Qadesh contra los hititas, así como dos enormes obeliscos contando sus gestas. Por cierto, solo queda uno ya que el otro se lo llevaron los franceses en el XIX, como regalo del gobernador Mohamed Ali, y que sigue en la plaza de la Concordia de París. Fisgar y comprender el templo entero llevaría días y acompañamiento de doctores universitarios, pero si os fijáis podéis ver algunos cartuchos en los que Alejandro Magno se hizo representar por escrito como enviado del dios Amón. En época romana, las paredes del templo fueron cubiertas por frescos con sus dioses (aún se ve un pedazo de este fresco) y pusieron una estatua de Augusto en el centro. Los últimos sacerdotes egipcios enterraron veinte estatuas de sus dioses discretamente que no se redescubrieron hasta 1989. Tras los romanos, los cristianos construyeron una iglesia encima, de la que aún queda el campanario y luego el Islam construyó una mezquita con su minarete encima, que aún sigue en operación. El resto del templo quedó enterrado y olvidado hasta que en el siglo XIX, la egiptología que desató Napoleón y el descubrimiento de la piedra Rosetta, atrajeron a arqueólogos que empezaron a desenterrar y estudiar de nuevo el templo.
Al día siguiente madrugamos para subir en los famosos globos que ofrecen una enorme panorámica de los valles de los Reyes y Reinas, el Nilo, el desierto y los templos de Luxor. Nunca había subido en globo y hacerlo con la gran panorámica de la antigua capital de los faraones a mis pies no tenía precio. Me impresionó mucho el cambio brusco y sin transición entre las tierras fértiles y negras de la ribera del Nilo, cada una con su cultivo, y el desierto árido y beige.Y de ahí al templo de la primera mujer gran líder de la humanidad: Hatshepsut. Llegó al poder como regente viuda pero rápidamente ejerció como un auténtico faraón hasta el punto de usar barba postiza. Su templo tienen imágenes suyas con rasgos femeninos y la barba con la peculiaridad de estar excavado en la roca. Fue una gran gobernante que amplió rutas comerciales y consiguió producir mirra en Egipto, pero aún así su hijastro, Tutmosis III, nunca le perdonó que le impidiera gobernar hasta que tuvo 25 años. Por eso picó el nombre de su madrastra de casi todos los cartuchos de Egipto (incluyendo en su templo) y se representó cubriendo las imágenes originales de ella.
Tras este original templo fuimos al valle del los Reyes, donde se enterraron todos los faraones del Imperio Nuevo (incluyendo a Hatshepsut). La montaña del valle tiene forma de pirámide, estaba en un lugar remoto y la piedra caliza lo hacían fácil de excavar: todas estas razones llevaron a escoger este lugar como necrópolis real. Una de las tumbas que más me impresionó fue la de Ramsés IV, con una serie de jeroglíficos que explicaban el camino del mundo de los vivos a los muertos, con pruebas y oraciones para ayudar al muerto a pasar la prueba. Además, en sus cámaras se almacenaban los utensilios del faraón para que los pudiera usar en la otra vida. En esta tumba, 1500 años después, vivieron también monjes cristianos que dibujaron sus retratos así como inscripciones en griego. 500 años después sus caras fueron picadas por un muftí musulmán. En cualquier caso, la impecable conservación de estas pinturas es gracias a la enorme sequedad del ambiente en este punto de la tierra, que garantiza una conservación óptima de pinturas que estén al abrigo del sol. De ahí que los colores brillen y sean tan claros.
De todas las tumbas del valle de los Reyes, la más famosa (que no la más bonita) es la de Tut Ankh Amón (de hecho, cobran extra si se quiere entrar a ver). Este faraón apenas fue relevante en la milenaria historia de Egipto, más allá de ser el hijo del hereje Ankh Et Atón y su mujer Nefertiti, y morir a los 19 años. En su corto reinado, el sacerdotazgo restableció, con su autorización, el culto a Amón-Ra y el resto del panteón egipcio tras la era de monoteísmo de su padre y el dios único Atón. La tumba originalmente pensada para albergar a un prior de Tebas, fue cedida por la repentina muerte del faraón joven y es tan famosa por ser la única que se encontró intacta por los egiptólogos. De hecho, fue Howard Carter en 1922 el que la encontró, reavivando leyendas que se hicieron más y más populares tras la muerte de varios de los que entraron en ella. Es el único faraón que mantiene su descanso eterno donde se supone que debe de estar: en su tumba y por respeto a ese ser humano, no fotografié su momia allí expuesta. Tras el gran apagón de El Cairo y las misteriosas muertes de los que sacaron elementos de su tumba, se decidió dejar a su momia allí y no trasladar a Londres los lujosos sarcófagos y otros tesoros que aún hoy siguen en el museo de El Cairo.Acabamos el día en el principal complejo religioso del antiguo Egipto: Karnak, situado al final de una gran calle pavimentada de procesiones que lo une al de Luxor. Dicha avenida está jalonada de esfinges que se convierten en carneros (una representación del dios Amón-Ra) al llegar a Karnak. De hecho, este complejo está dedicado al propio Amón-Ra, su mujer Mut y su hijo Jonsu. La sala hipóstila cuenta con 120 columnas de veinte metros de alto cada una que impresionan: no me explico como personas sin grúas ni electricidad pudieron levantar esa barbaridad y os lo puedo contar pero no se puede entender si uno no está allí. De hecho, si solo podéis ver un templo en todo el viaje que sea Karnak: y no os olvidéis de dar siete vueltas en el sentido del reloj a la estatua del escarabajo, símbolo del ciclo solar eterno: millones de peregrinos han pasado por aquí en cientos de años para pedir un deseo.Templos, templos y más templos
Tras un día de tantos templos y tumbas, embarcamos y salimos al anochecer hacia Edfu, ascendiendo Nilo arriba, disfrutando de la tranquilidad del cielo tachonado de estrellas y los perfiles oscuros de las palmeras que bordean el Nilo, con el sonido de tanto en tanto de la locomotora de los trenes que van arriba y abajo uniendo El Cairo con Asuán. Amanecimos cruzando las esclusas de la primera presa del Nilo, construida por los británicos en 1905 y desembarcamos para ver el colorido templo de Esna, dedicado a Jnum, dios carnero de las aguas primordiales: aquí se peregrinaba para pedir buenas crecidas del Nilo. Este templo es muy tardío, construido cuando Egipto ya era una provincia romana, en tiempos del emperador Claudio. Quedó enterrado en barros de crecidas del Nilo durante siglos y ahora solo se conserva la sala hipóstila de 24 columnas que mantienen su colorido. Sus muros están repletos de textos astronómicos en egipcio y griego, incluyendo calendarios sagrados y rituales de purificación. En su techo tiene representados los doce signos del horóscopo, incluyendo un decimotercero "el portador de la serpiente", en el que parece también creían.
Y acabamos en el templo de Kom Ombo, un inusual templo doble, con dos puertas iguales, así como salas, patios y santuarios duplicados para honrar a dos dioses: Sobek y Horus El Viejo. En una de las paredes aún se ve la representación de instrumentos quirúrgicos y un pozo medidor del nivel del Nilo usado para calcular impuestos: cuanto más lleno, más se cobraban. Sobek, representado como un cocodrilo, era un dios muy popular, asociado a la vida, la vegetación y la fertilidad. Creían que de su sudor surgió el Nilo y también creían que los cocodrilos desovaban justo donde iba a llegar cada crecida del Nilo cada año. Al lado del templo podéis visitar el Museo del Cocodrilo, donde se exponen algunas de las más de trescientas momias de cocodrilos que se han encontrado en este templo. Estas momias eran ofrendas que los sacerdotes embalsamaban, momificaban y enterraban en tumbas con jarras llenas de comida.
Nubia
Tras los tres templos seguimos remontando el rumbo a Asuán, aprovechando para tomar el sol tropical en cubierta. Llegamos a Nubia de noche, donde nos recibió una banda de música local vestida en sus galabiyas, cantando en lengua nobiin, que mantienen desde hace siglos y con una de sus danzas tribales. Nos plantamos todos una galabiya con diferentes estampados para unirnos a los bailes. Nos quedamos en un hotel decorado a la manera nubia, muy colorido, en la cima de una colina con vistas increíbles al Nilo, especialmente su magnífica infinity pool. Por cierto, para comer nos sirvieron un guiso de pollo con salsa nubia cocinado en recipientes de barrio exquisito. Y el Umm Ali que hacen de postre está para chuparse los dedos: es un pudín servido caliente a base de hojaldre desmenuzado que se mezcla con leche caliente, azúcar, frutos secos, pasas y coco rallado.
Al día siguiente nos dirigimos en bote al templo de Philae, último gran templo egipcio, construido en época romana, y de los últimos en acoger rituales egipcios hasta el año 700 de nuestra era, cuando esta religión desapareció, siendo sustituida por el cristianismo. De hecho, algunas cámaras tiene altares coptos con la cruz tallada así como sagrarios picados en sus muros. Hay también bellas columnatas comisionadas por el gran emperador Trajano así como bellas cámaras dedicadas a Isis, diosa de la maternidad y del amor, esposa de Osiris y madre de Horus. Paseando por estas románticas ruinas, en mitad de una isla en en Nilo y rodeadas de bellas palmeras, me estremecí pensando que justo allí se extinguió una cosmovisión que acompañó a una parte de la humanidad durante 4000 años y la nostalgia de saber que justo allí se realizaron los últimos ritos de esta religión, y civilización tan importante, que se apagó para siempre.
Luego bajamos de nuevo al Nilo para hacer kayak mientras paseamos por un pueblo nubio de casas de colores, niños de 8 años conduciendo motos y caravanas de camellos cargados de productos atravesando la calle principal. De la nostalgia a la realidad viva y alegre de esta curiosa zona de Egipto.Acabamos la visita al día siguiente viendo el último amanecer en la tierra de Amón-Ra desde lo alto. Tras el desayuno nos esperaba la cereza en el pastel y tras tres horas de aburrida carretera recta llegamos a Abu Simbel, un complejo de dos templos tallados en roca y situados en la antigua frontera del Imperio egipcio, actual frontera entre la República Árabe de Egipto y la República de Sudán.
Este complejo fue construido por Ramsés II hace mas de 2300 años para conmemorar su "victoria" en la batalla del Qadesh e impresionar a sus enemigos del sur. Es un templo dedicado a Ra-Horajti, Ptah, Amón... y sobre todo a él mismo. La impresionante e icónica fachada son cuatro colosos del propio faraón de 20 metros (uno semi-destrozado por un terremoto). Ramsés II, cuya momia habíamos visto en el Museo de la Civilización Egipcia de El Cairo, vivió más de 80 años, por lo que tuvo mucho tiempo para llenar Egipto de colosos con su imagen, como ya vimos en Luxor. Al entrar en la primer cámara se observa una fila de columnas a ambos lados del propio Ramsés II representado como Osiris, dios de la resurrección, con la que Ramsés se ponía por encima del tiempo. En sus paredes se ve una representación gigante del faraón derrotando él solo a un ejército hitita, en uno de los primeros ejercicios documentados de propaganda que existe, ya que se sabe que tras dicha batalla, Ramsés II firmó un tratado internacional de paz con el dirigente hitita, en el que ambos pactaron no luchar pero contar a cada pueblo que habían ganado respectivamente. Si avanzamos a la segunda sala, veremos representaciones del faraón interactuando con diversos dioses como un igual. Y ya en el santuario se encuentran los tres dioses patrones del templo sentados junto al propio Ramsés II, divinizado. En este lugar ocurre algo mágico los días 22 de octubre y febrero: los rayos del sol entran desde la lejana entrada del templo e iluminan todas las estatuas del santuario excepto la de Ptah, dios de la oscuridad. Es todo una locura para los que amamos el arte y tenemos interés en esta fascinante civilización, además de un ejemplo de comunicación política para impresionar a propios y recién llegados que cruzaban la frontera para entrar en el territorio faraónico.
Lo más impresionante es que estos dos templos fueron reubicados, piedra a piedra, en los años 60 del siglo XX, por la UNESCO, y el apoyo de decenas de países, para salvarlo de quedar sumergido bajo las aguas del nuevo lago que iba a aparecer tras la construcción de la nueva presa de Asuán. La ingeniería y el grado de cooperación internacional que se puso en marcha no tienen precedentes. Por cierto, en ese lago artificial crecen hoy unos peces jugosos que se sirven en los restaurantes alrededor de Abu Simbel.
No tengo palabras para describir todo lo que descubrí y como este viaje me sirvió para entender mucho mejor las complejidades de una civilización que me marcó tanto de pequeño y que me seguirá fasciando por siempre. Volveré a Egipto porque aún me queda mucho por descubrir: desde el oasis de Siwa hasta el monasterio de Santa Catalina en la península del Sinaí, por no hablar del canal de Suez, el nuevo gran museo que está a punto de inaugurarse en el El Cairo, otras pirámides como la de Saqqara o el desierto de las ballenas. ¡Y muchas gracias al equipo Amarula por la estupenda organización!
IMPRESCINDIBLES
ComerSharkasiyya en el Café Trianon (Alejandría).
Umm Ali en cualquier sitio que lo hagan bien y sirvan caliente.
Libro
Sharkasiyya en el Café Trianon (Alejandría).
Umm Ali en cualquier sitio que lo hagan bien y sirvan caliente.
Libro
Tú no matarás de Julia Navarro.
Películas
Ágora de Alejandro Almodóvar.
Muerte en el Nilo de Kenneth Branagh.
Canción
Alexandrie de Georges Moustaki.
Lالعرافة والعطور الساحرة de Omar Khairat.