Cercar en aquest blog

diumenge, 21 d’abril del 2024

Viena

La capital de varios imperios

Viena me sorprendió: pese a ser una ciudad aferrada sus tradiciones, combina esta actitud con una gran apertura de miras a las vanguardias que han ido apareciendo en el mundo (y siguen haciéndolo) y las integra sin problemas. 

Ante todo, reconozco que no le vi el encanto que pensé iba a tener y que si he encontrado en muchas otras ciudades europeas. Muchas de sus calles están desangeladas, sin árboles y con edificios sin ton ni son en materia de estética. Dicho lo cual, sigue siendo una ciudad imprescindible: hay mucho que hacer y la historia de la ciudad, capital de imperios centenarios, es única: por aquí han vivido y pasado líderes clave en la historia de la humanidad, los mejores músicos del clasicismo, científicos, filósofos, psicólogos, artistas... sin Viena no se puede entender Europa, ni gran parte de la historia mundial.

Centro histórico de Viena

Pero empecemos por el principio: Viena se fue desarrollando desde los primeros asentamientos celtas (Veldunia) y romanos (Vindobona). Para ver sus orígenes, nada mejor que asomarse a las ruinas romanas en Michaelerplatz, lo que se supone que fue un burdel donde acudían los soldados que defendían el "limes" o la frontera del Imperio Romano del Danubio. 

Su papel como ciudad-frontera se mantuvo durante la Edad Media, cuando fue el último bastión de Occidente frente al Imperio Otomano, lo que la dotó de una simbolismo que dura hasta hoy. Fue capital del Sacro Imperio Románico Germánico y luego del Imperio Austrohúngaro, etapa que le otorgó la magnificencia actual de su centro histórico. La ciudad también ha desempeñado un papel fundamental como centro de la música europea y su nombre va asociado a grandes compositores, desde el clasicismo vienés hasta la música de principios del siglo XX. 

Dedicad al menos un día (o si podéis, dos) a su centro histórico (el Innere Stadt), patrimonio de la humanidad según la UNESCO, lleno de monumentos arquitectónicos, principalmente palacios barrocos, y rodeado del conjunto de la Ringstrasse, que data de fines del siglo XIX, gran bulevar rodeados de majestuosos edificios públicos resultado de la demolición de sus murallas medievales.

Todo visita debe empezar en el palacio imperial o Hofburg, sede de la dinastía de los Habsburgo desde 1273 hasta 1918. Este complejo de edificios cuenta con algunos originales del siglo XIII (el patio de los Suizos), hasta muchos tan recientes como del siglo XIX. Pasear por este complejo mientras pasan los fiaker o coches de caballos traqueteando es trasladarse a la Viena imperial. Muchas estancias palaciegas están abiertas a visitantes, que albergan tanto las habitaciones imperiales como varios museos, una impresionante biblioteca, iglesias, una escuela de equitación centenaria e incluso las oficinas del presidente de la República de Austria. La fachada más impresionante de todas es la de la Michaelerplatz, por la que os recomiendo entrar, al igual que hacían los emperadores. Aunque tampoco hay que perderse la impresionante ala que ahora alberga la Casa de la Historia de Austria: en ella están el opulento balcón desde el que Hitler decretó en Anchluss, por el que anexionó Austria a la Gran Alemania como un länder más. Nunca más nadie ha dado discursos desde este balcón, por la gran carga negativa que arrastra desde entonces.

Pese a que los museos y estancias deben ser magníficos, debido a que no tenía tiempo y a que no quería saturarme, opté por no entrar esta vez ya que decidí priorizar el palacio de Schönbrunn, que más adelante os explico. Lo que sí visité fue la iglesia de los Agustinos, donde se casaron la mayoría de Austrias, incluyendo a la archiduquesa María Luisa con el emperador Napoleón Bonaparte en 1810 o Francisco José I e Isabel de Baviera (Sisí) en 1854. Lo más bonito de la iglesia es el impresionante mausoleo a la memoria de la archiduquesa María Cristina de Austria, obra de Antonio Canova, que había estudiado en bachillerato y que no me esperaba encontrar. 

Paseando por el centro se llegará a Graben, una de las plazas más emblemáticas del centro histórico, donde merece la pena admirar la Pestsäule, una columna de 1679 erigida para conmemorar el fin de una epidemia de peste. En esa misma plaza se encuentran los baños públicos más elegantes del mundo: los Adolf Loos, con paneles de caoba.

No muy lejos está la Stephansdom, la catedral de San Esteban, con su brillante tejado de azulejos de colores, su altísima torre o sus interiores espectaculares. Aquí se oficiaban todos los funerales reales. Volved a salir y buscad en una de las esquinas la tumba de Mozart, pegada a la pared de la catedral. El edificio está rodeado de un batiburrillo de casas medievales y barrocas que se entremezclan con cierta gracia con tiendas más o menos turísticas.

En la parte izquierda, no muy lejos, se encuentra el Ankeruhr, un reloj mecánico art-nouveau en el que se concentran decenas de turistas al mediodía, cuando suenan varias melodías mientras personajes de la historia de la ciudad autómatas van desfilando delante de las elegantes esferas. Un poco más allá se encuentra el curioso barrio griego, con la Fleishchmarkt como calle principal, donde los comerciantes griegos se instalaron huyendo durante la guerra de independencia de Grecia del siglo XIX, y aún hoy sus descendientes mantienen viva la lengua y religión ortodoxa, con una bella iglesia muy concurrida los domingos.

Tartas y carnes

Además, el Innere Stadt está lleno de locales emblemáticos en los que probar la tradicional gastronomía vienesam muy contundente y calórica, aunque es verdad que su actual multiculturalismo hace que la oferta de platos de todo el mundo sea muy variada. Pero sí queréis sumergir vuestro paladar en las recetas más tradicionales, estas son mis sugerencias.

Empezad por donde se sirven las famosas tartas y dulces de la ciudad, empezando por la Sacher Torte, un empalagoso pastel de chocolate negro lleno de confitura de albaricoque. Las originales se las disputan, por un lado, el Café Sacher (dentro del elegante Hotel Sacher), donde Franz Sacher creó la receta original y donde hay que probarla. Por otro está Demel, elegante café donde Eduard Sacher, hijo del anterior, se llevó la receta de esta tarta en 1934. La pelea sigue por ver quién la hacer mejor. Pero yo recomiendo que en Demel probéis el Kaiserschmarrn, una especie de tortita recién hecha y destrozada servida con azúcar y ciruelas al vapor.

Para una buena comida, acudid al Griechenbeisl, considerado el restaurante más antiguo de la ciudad: fundado en 1447, fue frecuentado por los músicos más famosos del clasicismo, como Beethoven, Brahms, Schubert o Strauss. Sus salas abovedadas, paneles de madera y el jardín delantero lo hacen un lugar muy pintoresco, donde además, sus camareros uniformados os atenderán de maravilla. De precios muy razonables, la carta incluye todos los clásicos vieneses. A mi me fascinó el Tafelspitz, un plato de buey hervido con verduras, vino y especias y servido con una guarnición de patatas asadas, semmelkren (ensalada de pan con rábano picante) y dillfisolen (crema de judías con eneldo). Pero también podéis pedir Snichtzel, escalope de ternera crujiente, que se sirve con limón para exprimir por encima y acompañado de una ensalada de patatas al ajo.

Además de estos locales históricos, también hay modernas tiendas de marcas austríacas históricas, como Manner, que desde 1890 llevan produciendo unos suaves barquillos rellenos de chocolate. Ahora la diversificación de sus productos es enorme: tienen barquillos rellenos de muchos más sabores como coco, limón y otros; además de cereales y hasta incluso licor de ese sabor. 

Y tampoco os podéis perder la comida callejera más famosa: las käsekraienr, salchichas rellenas de queso servida en un pan. Las mejores están en el Bitzinger Würstelstand de Albertinaplatz, tal vez el puesto de comida rápida más elegante del mundo, en el que puedes acompañar tu bocata con una copa de champán.

Ringstrasse y la Viena que rompe con su pasado

Este bulevar que rodea el centro histórico es una transformación urbanística típica del XIX por la que murallas fueron sustituidas por arboladas avenidas y grandes edificios. Es maravilloso pasear por ella: desde edificio del parlamento, neoclásico, a los monumentales museos de arte y de historia natural, simétricamente perfectos. Sin dejarnos al neogótico ayuntamiento, o Rathaus, que me transportó de nuevo a mi querida Brujas. Y por supuesto, la Ópera, una de las más importantes del mundo, donde poder ver algunas de las óperas que Mozart compuso en Viena, como "Las bodas de Figaro" o "Don Giovanni". 

Si seguís hacia la Karlspltaz, además de ver la mejor iglesia barroca de Viena, la impresionante Karlskirche, con su maravillosa cúpula y las columnas trajanas que la flanquean, también os adentraréis en el territorio del modernismo austríaco: en 1897, 19 artistas progresistas encabezados por Gustav Klimt abandonaron la corriente de la escuela clásica formando la Wiener Secession. Uno de ellos, arquitecto, construyó una sede para el nuevo movimiento, como centro de exposiciones, que sigue en pie y que es maravilloso: su icónica cúpula dorada es todo un símbolo de la ciudad. La propia parada de metro de Karlsplatz también es una preciosidad modernista. Y varias fachadas de edificios de viviendas que mandó construir la burguesía más cosmopolita, como la colorista de flores de la Majolika Haus, de Otto Wagner. También está cerca la enorme estatua y memorial al Ejército Rojo, que liberó a la ciudad del nazismo en 1945.

En este barrio también está el Café Sperl, fundado en 1880 y decorado aún al estilo belle époque: ideal para sentarse en sus sillones tapizados y probar su Sperl Torte, una tarta de chocolate con leche, canela y vainilla sobre una base  de masa de almendras casera, acompañada de un mélange (el café con leche vienés, media taza de café, media de crema hervida y por encima espuma de leche) mientras se lee el periódico como hacen el resto de vieneses. Hay tantos cafés en Viena que harían falta semanas para recorrerlos todos.

Para la arquitectura más contemporánea merece la pena pasear por Nussdorfer Strasse, barrio donde destaca la Fernwärme, una fábrica reconvertida en las oficinas de la compañía eléctrica, cuya chimenea ahora encabeza una curiosa esfera dorada y su fachada está llena de formas irregulares, orgánicas y de colores. El otro gran icono del barrio son las viviendas sociales construidas por Zaha Hadid sobre el acueducto del viejo trazado del tren urbano, que levitan sobre pilones negros junto al canal del Danubio: el Wohnbau Spittelauer, con ángulos maravillosos. Viena tiene una tradición de construcción de vivienda social que empezó en 1919, con la primera victoria electoral de un alcalde socialdemócrata, y que llega hasta hoy.

Finalmente, es en Donau City donde se están levantando las grandes obras del siglo XXI. Por ejemplo la torre DC, las más alta de Austria, del arquitecto Dominique Perrault, con sus cristales angulares espectaculares. Aquí se encuentra el Meliá Viena, que ofrece a sus clientes de The Level poder desayunar en el piso 57, con unas vistas únicas.

Este barrio crece alrededor de las oficinas de las Naciones Unidas, siendo Viena una de las cuatro ciudades del mundo donde tienen sede agencias de esta organización internacional: la IAEA, UNIDO o la UNODC. Sus torres curvadas han quedado algo anticuadas, pero en los alrededores hay curiosidades como la iglesia Christus Hoffnung der Welt, que me recordó a un meteorito por fuera, pero que destila paz por dentro.

Palacio y jardines de Schönbrunn

¿Os apetece descansar de tanta ciudad y disfrutar de algo más natural? ¿Buscáis ver los mejores interiores barrocos del mundo? ¿Queréis sentir el mayor esplendor del imperio de los Habsburgo? Dirigíos a Schönbrunn, la residencia imperial de verano de la dinastía, en cuyos  jardines se se instaló el primer parque zoológico del mundo en 1752. Se accede fácilmente en metro. Además, también ha sido reconocido patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

Los jardines de estilo francés son fastuosos  y el pabellón de caza en lo alto de la colina, la Gloriette, perfecto para poder descansar y comer algo rápido admirando las vistas. Es un parque perfecto para pasar una mañana, y considero que es uno de los mejores complejos palaciegos del mundo. Aquí descansaba la realeza en verano o algunos fines de semana. 

El palacio es una maravilla barroca de casi 1.500 habitaciones y salas por las que pasaron figuras como Napoleón, Mozart, Jrushchov o Kennedy, siendo la última morada del emperador Francisco José I hasta que le obligaron a abdicar. Al público solo están abiertas algo más de 40, pero bastan para hacerse una idea del estilo de vida de las diferentes generaciones Habsburgo. Desde la mesa de billar de la sala de espera a las audiencias con el emperador a la austera cama en al que dormía el trabajador Francisco José, pasando por el enorme tocador de Sisí o el salón de los espejos en el que Mozart tocó con seis años delante de la emperatriz María Teresa: se cuenta que tras acabar su actuación, el niño saltó a los brazos de la emperatriz para abrazarla y darle un besito. Los gabinetes chino e indio son espectaculares, por no hablar del comedor privado (en el que la audio guía explica varios menús que se servían al emperador) o la gran galería, lugar central en el que se celebraban bailes. Por cierto, esta galería fue el último lugar el en que tocó Mozart antes de morir, y nunca más se ha dejado a ningún músico más tocar allí en directo. Muy curioso ver las elegantes estufas de cerámica en cada habitación, que se llenaban de agua caliente, un sistema novedoso que ahorraba las incómodas chimeneas y olor a humo.

Otro palacio que merece la pena es el Belvedre, construido para el príncipe Eugenio de Saboya. Además de su magnífico parque, vale la pena entrar para ver la colección de obras de Klimt, incluyendo su famoso cuadro "El beso".

Me dejo tantísimas cosas por ver y experimentar en esta fascinante ciudad y sus 23 barrios que no sé ni por donde empezar. En cualquier caso, tocará volver para seguir disfrutando de todo lo que Viena tiene que ofrecer. ¿Qué es lo que me he perdido y pensáis que tendría que visitar sí o sí la próxima vez que vuelva?

IMPRESCINDIBLES

Comer

Tafelspitz o Snichtzel en Giechenbeisl.

Tarta Sacher en el Café Sacher.

Beber

Mélange en Café Sperl

Canciones

Vals del Danubio Azul de Johann Strauss.

Requiem de Mozart.

diumenge, 14 d’abril del 2024

Hoi An, My Son y Da Nang

Hoi An: núcleo del comercio vietnamita en los siglos XVI y XVII

El centro de Viet Nam cuenta con muchísimas maravillas a las que vale la pena dedicarles varios días: y la joya de todo es el apacible puerto comercial de Hoi An, que atrajo durante siglos a comerciantes portugueses, holandeses, árabes, chinos, franceses y japoneses, que convivían apaciblemente durante meses con los vietnamitas, intercambiando mercancías de todo el mundo. Faifoo le llamaban en Europa: sus almacenes rebosaban de seda, papel, porcelana, especias, nácar y muebles lacados. Comerciantes chinos y japoneses llegaban en primavera aprovechando los vientos del monzón y allí se establecían hasta final del verano, cuando los vientos cambiaban y regresaban a casa. Es entonces cuando también llegaban comerciantes de Europa y las península arábiga e índica. Allí se establecían todos esos cuatro meses en casas más o menos opulentas en primera línea del mar, donde también tenían sus almacenes.

Hoi An, que en vietnamita y chino significa lugar de encuentro pacífico, refleja el poder del comercio para unir a los seres humanos y evitar las guerras. Los chinos fueron la comunidad más importante y de hecho, agrupándose por regiones de origen, construyeron bellos salones donde se congregaban para charlar, negociar, celebrar eventos o rezar a sus diferentes deidades.

No por casualidad, Hoi An fue la primera ciudad en la que entró el cristianismo a Viet Nam. Y sigue siendo la más habituada al trato con extranjeros de todas las poblaciones del país. Y aquí fue también donde se crearon las reglas para dejar de escribir el vietnamita en caracteres chinos y hacerlo en latinos, como ocurre hasta hoy.

Pero, en el siglo XIX, el río Thu Bon se encenagó, y los comerciantes se marcharon a Da Nang, que construyó un nuevo puerto. Aún así, y tras la invasión francesa, estos, enamorados de la belleza de la decadente ciudad, la convirtieron en una capital administrativa secundaria. Y la suerte quiso que tampoco sufriera los bombardeos de las guerras indochinas gracias a la colaboración de las diferentes partes implicadas. Por eso, a finales de siglo XX, Hoi An empezó a atraer a un elevado número de visitantes, tras ser declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, que implicó la protección de 800 edificios. La principal razón de ello es que constituye un ejemplo más o menos intacto de ciudad asiática medieval dedicada al comercio Y aunque mantiene un cierto encanto, la concentración de turistas es cada vez peor. Aún así, sigue siendo la ciudad más pintoresca de Viet Nam y los instagramers se vuelven locos con las oportunidades se sacar fotones en cada esquina.

Para llegar hasta aquí, nosotros volamos de HaNoi hasta DaNang y luego tomamos un Grab (aplicación de transporte parecida a Uber que funciona fenomenal) hasta Hoi An. 

Joyas que descubrir en las callejuelas de la ciudad

Hay muchísimos que ver aquí: desde los halls de las comunidades chinas, los diferentes templos, las casas históricas de los mercaderes o la variedad de restaurantes y las especialidades hacen que la ciudad se disfrute por el paladar. Por no hablar de las oportunidades de comprar ropa a medida de alta calidad si se sabe donde ir.

Consejo: comprad en la oficina de turismo una entrada combinada para cinco de los dieciocho lugares históricos abiertos al público. Nosotros optamos por el puente japonés, la casa de los Tan Ky y dos Salas de Congregación: la de Fujian y la de Hainan y la capilla de la familia Tran. Se pueden elegir sobre la marcha, así que no os agobiéis por eso.

Empezad por el corazón de la ciudad es la plaza del mercado, donde está el pozo Ba Le, famoso por ser donde sacan el agua para preparar el Cao Lau, especialidad de la ciudad que más adelante os explico. Dentro y fuera del mercado hay interesantes puestos de comida y souvenirs de todo tipo, destacando el puesto específico de palo santo que merece mucho la pena en una de las esquinas.

Caminad hasta el puente que la comunidad japonesa construyó para conectar su barrio con el de los comerciantes chinos: es el símbolo de la ciudad. Una pena que en nuestra visita estuviera en restauración. Aún así, pudimos ver partes del mismo entre andamios: todo un símbolo de la convivencia pacífica y el progreso que implica el comercio.

Seguid hacia la casa de la familia Tan Ky, en la que han vivido ya siete generaciones de comerciantes vietnamitas. Es otro gran ejemplo de esta ciudad fusión de culturas, con techos de estilo japonés y cuadros de nácar con poesía china. Se mantienen los muebles que aún hoy usan, y hasta el altar familiar. Pero lo mejor es el bucólico patio lleno de naturaleza, con decoraciones en la piedra que imitan las hojas de parra, de clara influencia sur europea. La parte trasera se alquilaba como almacén a los comerciantes extranjeros, y aún se pueden ver las poleas con las que subían y bajaban mercancías.

Otro punto que me encantó fue la Sala de la Congregación China de Fujian, donde socializaban los comerciantes de esta región china que residían en Hoi An. Además de las salas de reuniones y bellos patios, cuenta con un templo dedicado a Thien Hau, deidad muy popular en dicha provincia y diosa del mar china, representada en un bello mural donde aparece con un farolillo atravesando un mar tormentoso en busca de un barco que se va a pique.

Uno de los lugares más mágicos de la ciudad y con apenas turistas es la capilla de la familia Tran, encargada por un mandarín de la corte vietnamita que ejerció de embajador en China en 1802. A partir de ahí, varias generaciones de esta familia son veneradas aquí, cada uno con su caja de madera, que se abre en sus aniversarios de muerte respectivos para quemar incienso y ofrecerles comida. Parte de las habitaciones de la casa son ahora salas de antigüedades estando la mayoría a la venta.

Por la noche es obligatorio pasear por la ribera del río Thu Bon, bordeado del mercado nocturno de comida y souvenirs, y con las icónicas barquitas en las que se suben los turistas a dejar las velitas en el agua tras pedir un deseo. Y sí, lo hicimos: es una experiencia chula y salen fotones de ahí.

Sastres sin igual y comida única

Hoi An y sus habitantes mantienen su espíritu comercial de siglos por lo que, además de las omnipresentes tiendas de souvenirs de mejor o peor gusto, aquí hay excelentes sastres pero también muchos timadores. Para evitar sustos, directos a Mister Xé, un sastre entrado en años pero que sigue haciendo su trabajo con cariño y perfección, rodeado de sus simpáticas aunque a veces algo atrevidas asistentas. Primero elegiréis si queréis haceros trajes, americanas, pantalones, camisas o todo a la vez, luego elegiréis las telas y diseños. Y finalmente os tomará las medidas (muchas medidas). Podéis llevarle fotos de trajes que os gusten: os los calcará. También para mujeres. Dadle unas 48 horas de margen porque es muy perfeccionista y seguramente os hará ir varias veces a pruebas para retocaros lo que hayáis pedido hasta que os quede como un guante.

Para comida, Hoi An es uno de los grandes destinos del país, porque mantiene platos tradicionales que se siguen preparando con técnicas de hace cientos de años. Paseando por calles secundarias veréis la pasta fresca secándose al sol en grandes platos con la que luego preparan el Cao Lau, un plato del siglo XVII que antaño solo se podían permitir las clases pudientes, y que se servía en los primeros pisos de las tiendas (a diferencia de la comida callejera). Está hechos con fideos de tipo soba traídos por los japoneses en sopa con hierbas aromáticas, lonchas de cerdo y crujientes crackers de arroz banh da. Ahora lo podéis probar el locales como Miss Ly, donde lo hacen estupendamente. Otra especialidad de la ciudad es el Banh Bao, raviolis de arroz al vapor rellenos de gambas, cerdo picado y setas, con cebollino y chalotas picadas por encima. El mejor lugar para disfrutarlos es el restaurante White Rose. Otro buen buen restaurante para disfrutar de platos del centro de Viet Nam es el Morning Glory, en una antigua tienda reconvertida.

El mercado nocturno también es perfecto para disfrutar de especialidades locales: tienen hasta ranas y palomas asadas al carbón. Personalmente opté por limitarme a disfrutar del croar que hacen al anochecer las ranas que pueblan los parques de la ciudad. Comprad cualquier otro tipo de carnes o verduras y sentaos en las sillitas que dan al río para disfrutar sin prisas de estos bocados.

Para los amantes del café: el de sal de que sirve en The Espresso Station es delicioso, y su tranquilo jardín perfecto para alejarse un rato del bullicio de las callejuelas.

Respecto al alojamiento, Hoi An tiene una variedad enorme de precios para todos los bolsillos. Nosotros optamos por el hotel Almanity, con una gran piscina interior y unos tranquilos jardines que sirven para aislarse del bullicio por unas horas, pese a estar muy céntrico. Su desayuno es súper variado y tienen bicicletas que se pueden usar de forma gratuita por los huéspedes, muy cómodas para recorrer la ciudad. Además, también las usamos para visitar la playa más cercana de la ciudad, donde el hotel tiene un convenio con el club Esco Beach en el que poder pasar un rato tumbado tomando algo al lado del mar. Tras recorrer unos bonito arrozales llegamos a la playa de Cua Dai.

My Son

No hay que dejar de dedicar medio día a visitar esta maravilla de la cultura cham, el antiguo corazón del reino Champa y ahora sitio arqueológico no habitado más grande del Sudeste asiático. Esta civilización única floreció en el litoral del actual Viet Nam entre los siglos IV y XIII, estrechamente vinculada al hinduismo. Vestigio de esa civilización es el conjunto de imponentes torres-santuarios erigidas en el sitio espectacular donde estuvo emplazada la ciudad que fue capital política y religiosa del Reino de Champa durante la casi totalidad de ese periodo.

Mi consejo es que vayáis o muy temprano o ya muy tarde: así no solo os ahorraréis el tremendo calor sino sobre todo las masas de turistas que abarrotan el entorno. La gracia del sitio es verlo con la mayor solitud posible. Por eso, en vez de uniros a los ruidosos grupos que van en los paquetes turísticos que se venden on-line, mejor pactar un precio con un conductor porque no es mucho más caro.

El caso es que el reino Champa tomó tanto la religión hinduista como el sánscrito como lengua sagrada, copiando el arte del subcontinente indio: a mi me recordó mucho a mi viaje a India de enero de 2023. Este reino fue finalmente engullido por Viet Nam en el siglo XVII. Aún así, los chams siguen siendo una minoría étnica importante, con casi 150.000 persona, usando sus técnicas centenarias de alfarería y de seda.

Llegaréis a la mitad de un frondoso valle de la jungla donde se hallan las ruinas de la antaño ciudad sagrada, centro intelectual y religioso de esta civilización perdida, y tumba de sus monarcas. Los franceses lo redescubrieron en el siglo XIX pero los bombardeos estadounidenses de la guerra de Viet Nam redujeron muchos templos a cascotes ya que aquí se ocultó una parte importante del Viet Cong. Aún se pueden ver enormes agujeros causados por obuses o templos hechos picadillo.

Por suerte, los franceses habían trasladado muchas de las esculturas encontradas a museos de las ciudades, por lo que no se vieron afectadas por estos bombardeos. Aún así, quedaron varias lingas aquí y allá, que son las representaciones sagradas de Shiva, dios fundados y protector de las dinastías de este reino, con forma de falo, donde se hacían rituales de agua sagrada. Muchos bajorrelieves se mantienen y se aprecia la gran fineza de los artesanos que los hicieron, así como estatuas de elefantes o deidades: sus cúspides estaban recubiertas de oro. Los trabajos de restauración prosiguen gracias al apoyo de las cooperaciones de Italia, Japón y la India.

En el museo de la entrada se conservan también estatuas de interés aunque lo más curioso es ver los espectáculos de danza que realizan locales de la etnia cham a cada media hora representando bailes y rituales de la era Champa en honor a Shiva. Y en sus tiendas de souvenirs venden unas galletitas de coco locales que están riquísimas.

Da Nang: el Viet Nam que viene

Tras visitar My Son, y antes de tomar el tren a Huè en Da Nang, pasamos unas horas descubriendo su paseo marítimo, su famoso puente del dragón (del que sale fuego cada noche a las 21h) y los rascacielos que crecen sin para tanto en las riberas del río Han como en la bahía, gracias al boom del sector digital que vive la ciudad.

No teníamos ningún plan específico y nuestro conductor nos llevó a comer al restaurante Lang Cá, frente al mar, que tenía decenas de tanques de agua con todos los peces y crustáceos que se pueden obtener en estas latitudes, para elegir los que quisiéramos y que los cocinaran al instante.

Finalmente, acabamos en un puesto de helados frente al restaurante probando el postre por antonomasia de la ciudad: helado fresco de aguacate con otra bola de helado artesanal de coco y todo cubierto con copos tostados y crujientes de coco: delicioso.

Pienso que si hubiera sabido como es Da Nang le hubiera dedicado un día más, por lo que si podéis, os recomiendo pasar algo más de tiempo aquí, en el futuro de este país.

IMPRESCINDIBLES

Comer

Cao Lau en el restaurante Miss Ly.

Helado de aguacate y coco en cualquier heladería de Da Nang.

Comprar

Trajes y camisas de seda a medida en Mister Xé.

dimecres, 3 d’abril del 2024

Tortuguero

La ruta hasta el Caribe costarricense

Un mono aúlla a lo lejos mientras diversos tipos de aves nocturnas graznan y ululan... y de repente cae un chaparrón tropical. Al parar, ranas de ojos rojos empiezan a croar emitiendo un sonido desconocido para mí. Y mientras me quedo dormido con la brisa del mar que se cuela por mi ventana en una agradable noche tropical del Caribe tico.

Esta experiencia maravillosa es una de las tantas que ofrece el Parque Nacional Tortuguero, una de las zonas que más tardaron en colonizar los europeos, pese a que Cristóbal Colón llegó a Costa Rica por aquí en 1502. Las tribus de los miskitos o cabécar siguieron viviendo por aquí hasta que la construcción del ferrocarril en 1871 atrajo a miles de antiguos esclavos africanos en Jamaica en busca de trabajo en las plantaciones de la multinacional estadounidense United Fruit Company.

Ahora Tortuguero es un destino muy popular en Costa Rica, país conocido por ser destino internacional para los amantes de la naturaleza: el 28% de su territorio está protegido, y en este viven el 5% de las especies animales del planeta. Uno de los mejores sitios para ver animales es precisamente este parque nacional. Para llegar hasta allí, lo primero es recorrer la carretera 32 atravesando el parque nacional Braulio Carrillo, a través del mayor túnel del país: el Zurquí. En este recorrido se pasa del clima primaveral del valle central a un clima fresco del bosque nuboso donde casi siempre llueve. Podréis disfrutar de vegetación que recuerda a Parque Jurásico y ver cascadas preciosas. Además, cruzaréis el río Sucio, lleno de sulfuro del volcán Irazú que le dan a sus aguas un color marrón.

Si vais en uno de los tours organizados que salen a diario de San José, parareis a desayunar en un local a orillas del río Blanco, donde os darán tiempo para recorrer un sendero donde ver perezosos y tucanes. La última parte del recorrido por tierra se hace a través de las plantaciones de banano que siguen teniendo Del Monte o Chiquita (aunque cada vez más la sustituyen por piña o aceite de palma). Aquí tienen almacenes, pequeños aeródromos para fumigar y sobre todo las icónicas líneas metálicas de cables en las que cargar los pesadísimos racimos de bananos y trasladarlos de las plantas a los almacenes donde se empaqueta. Las históricas huelgas de estos trabajadores a mediados de siglo XX, que tantos sacrificios les supusieron, fueron clave para conseguir los actuales derechos laborales consagrados en la normativa costarricense.

Finalmente, según el nivel de las aguas, os llevarán a un embarcadero u otro (en mi caso fue a La Pavona) y os subiréis en una lancha rápida que os dejará en vuestro alojamiento tras un recorrido de más de hora y media a través de las lagunas Penitencia y Tortuguero en la que disfrutaréis de unas vistas sin igual.

El pequeño Amazonas tico

Pese al nombre, que no engañen las apariencias: además de las tortugas, aquí la gran atracción es la observación de aves de brillantes plumajes. De hecho, se le conoce como el pequeño Amazonas de Costa Rica, con sus canales cubiertos de nenúfares y su frondosa jungla a ambos lados del recorrido.

Esta es la parte más húmeda de Costa Rica, y se descubre básicamente en barca, a través de los canales creados muchos en 1974 para conectar lagunas y ríos y facilitar la navegación interior entre estas poblaciones y Puerto Limón. Así podían cargar más fácilmente las maderas nobles, principal negocio de la zona hasta que Costa Rica lo convirtió en parque nacional. Fue entonces cuando el ecoturismo se convirtió en la principal fuente de ingresos y mantener el entorno pasó a ser una prioridad.

La mayoría de turistas llegan para ver desovar o nacer a cuatro de las ocho especies de tortugas marinas que existen en el mundo, pero yo no fui en época de desove, porque pese a ello, Tortuguero es increíble para ver perezosos, cocodrilos, monos aulladores, monos araña, pequeñas ranas, enormes iguanas verdes, basiliscos y, por supuesto, más de trescientos tipos de aves.

Me quedé en el Laguna Lodge, un hotel en mitad de la selva con casitas rodeando algunas piscinas y una zona central de restaurante y salón de estar, además de su propio embarcadero. Es un resort cómodo pero algo anticuado, que tenía a un lado un agitado mar Caribe y al otro el canal principal de Tortuguero, lleno de caimanes y cocodrilos. La parte del Caribe tiene corrientes tan fuertes que uno no puede bañarse. Lo más curioso de esta playa es que de julio a octubre se pueden ver a las tortugas desovar o incluso nacer: eso sí, siempre de noche, en la que durante dos horas se puede ver esta maravilla acompañado de voluntarios que vigilan que nadie haga tonterías ni interrumpa los procesos de las tortugas.

Tras la cena, el pack que compré ofrecía un pequeño tour nocturno por los alrededores del hotel en el que pudimos ver huellas de jaguares y de ocelotes (a los animales en sí es muy difícil verlos), pero si vimos varias ranas de ojos rojos, incluso un par apareándose. También oropéndolas Montezuma (grandes aves con sus nidos gigantes en los árboles), arañotas venenosas o gekkos, presentes en el mobiliario del hotel.

Al día siguiente, antes de desayunar, hicimos el recorrido principal que ofrecía mi paquete. Se hace muy temprano, y como la noche había sido lluviosa, justo cuando salía el sol era el mejor momento para ver fauna, puesto que todos los animales salen a esa hora. Tocó levantarse a las cinco de la mañana para montarse en la lancha y ver centenares de especies de aves guiados por un biólogo: Costa Rica acoge al 10% de aves que existen en el mundo, ya sea de forma permanente o temporal durante sus migraciones.

La población de Tortuguero

Otra de las excursiones era ir en barca hasta la población de Tortuguero, una bulliciosa aldea de raíces afrocaribeñas con una playa famosa por las miles de tortugas que llegan a ella en temporada. Importante llevar efectivo ya que pocos lugares aceptan tarjeta y es difícil encontrar cajeros.

El pueblo está lleno de antiguas máquinas e instrumentos usados en el pasado para extraer maderas y cazar, principal actividad económica de sus habitantes hasta que el ecoturismo dio una vuelta completa a su manera de relacionarse con la naturaleza. También hay una planta de tratamiento en la que transforman la basura orgánica en fertilizantes, el plástico usado en nuevas botellas y hacen otro tanto con el vidrio. 

Mientras se pasea por el mismo, comprad una pipa para que os la abran y beberos su nutritiva agua: se trata de un coco joven y tierno de color verde con menos pulpa y más agua de coco en comparación con el coco maduro. El sonido del calipso que se escapa de alguna ventana os acompañará mientras sorbéis la pipa.

IMPRESCINDIBLES

Beber

Agua de pipa recién abierta en las calles de Tortuguero.

Canción

Tortuguero Tribute (Calipso) de Ricardo Fonseca.


Libro

Mamita Yunai - Carlos Luis Fallas.


diumenge, 24 de març del 2024

Laos

Un país adormilado

Laos es muy diferente al modernizado Vietnam del que aterrizábamos: da la sensación de ser un país a cámara lenta donde todo discurre sin prisas. Monjes envueltos en túnicas azafrán rezan o van despacito de un lugar a otro, mientras el resto vende en los mercados, limpia la calle o vuelve de las tareas del campo. Esa quietud se acaba de romper con la inauguración del tren de alta velocidad que conecta Kumming con Vientiane, atravesando como una bala y con gran estruendo los puentes y túneles construidos al efecto, llenando de grandes grupos de turistas chinos las antaño adormiladas calles de Luang Prabang.

Opté por esta ciudad por ser uno de los tres lugares declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO en Laos. Solo íbamos a dedicar dos noches a Laos y esta ciudad era el lugar más fácil para hacerlo.

Seamos prácticos: para visitar Luang Prabang, lo primero es ir a la web oficial de su ministerio de exteriores, pedir un visado y pagarlo online: no suelen tardar más de dos o tres días en aceptar. Luego lo imprimís para cuando lleguéis al país. Lo segundo es reservar un vuelo desde Bangkok, Ha Noi o directamente desde la capital, Vientiane.

Ciudad de Luang Prabang

En un vuelo de Lao Airlines aterrizamos en esta ciudad ejemplo excepcional de la fusión de la arquitectura tradicional con las estructuras urbanas creadas por las autoridades coloniales europeas en los siglos XIX y XX. Su extraordinario paisaje urbano, muy bien conservado, ilustra una etapa clave de la mezcla de dos tradiciones culturales diferentes. Su conjunto de 33 monasterios junto con villas coloniales de la época de Indochina crea un entorno espectacular a los bordes del río Mekong, y cuyo centro histórico forma una pequeña isla con el río Khan por el otro lado, mantiene parte de la antigua grandeza que le dio ser capital real aunque ahora con la calma de no ser más que una pequeña ciudad en un pequeño país sin acceso al mar.

La antigua "Ciudad del Oro" estuvo en disputa entre mongoles, jemeres y el pueblo de Yunnai hasta que en 1353 el rey Fa Ngum, apoyado militarmente por los jemeres, fundó el reino de La Xang (un millón de elefantes) estableciendo aquí su capital y el budismo theravada como religión oficial. Casi doscientos años después, este pequeño reino selló su alianza bicentenaria con los jemeres aceptando a Pha Bang, una famosa imagen de Buda, que aún custodian. Tan importante fue este hecho que la capital de La Xang se renombró como Luang (Real) Prabang (nombre del Buda donado, Pha Bang). La ciudad fue saqueada en 1887 por mercenarios chinos, por lo que su debilitada monarquía acabó aceptando la protección francesa ese mismo año: un comisario llegó de París y la ciudad se llenó de franceses.

La ciudad se mantuvo como el gran feudo monárquico de Laos, evitando los bombardeos estadounidenses de las guerras de Indochina. En 1975, el Pathet Lao (organización hermana del Viet Cong), se hizo con el poder y abolió la monarquía. Además,  en 1980 colectivizó de la economía: los aristócratas, burgueses e intelectuales abandonaron la ciudad, que quedó prácticamente en ruinas. Sin embargo, en 1989, el régimen readmitió la empresa privada y muchas de las casonas se transformaron en tiendas y hoteles. La ciudad consiguió el reconocimiento de la UNESCO como patrimonio de la humanidad en 1995, consolidando su recuperación que sigue hasta hoy.

Recorred la calle Sakkaline para ver mansiones, templos y casas de comerciantes recuperadas, en un agradable conjunto al que se le suma el mercado nocturno que se monta al caer el sol (perfecto para comprar toda clase de souvenirs de varias calidades, así como menaje del hogar bonito o decoración). La recuperación  de la ciudad se observa, además de en las calles principales, en el Palacio Real, bastante humilde y bastante reciente: de 1904. El salón de audiencias así como el salón del trono son algo más impresionantes, siendo el resto de estancias amplias pero humildes. La propia colección de coches reales da muestra del poco poder económico de esta monarquía, con poquitos vehículos y casi todos donados por franceses y estadounidenses. Aún se puede ver el escudo real con los tres elefantes en palacio, antes oficial del país y el que lucía en la bandera.

También es interesante subir hasta el TAEC, o centro de artes y etnología, situado en la antigua mansión del juez francés, donde además de exhibirse artesanías de diferentes pueblos del país, cuenta con una agradable tienda en la que comprar productos de altísima calidad y cuyos beneficios van en gran parte a las mujeres que los elaboraron.

Muy recomendable subir a la colina de Phu Si, en mitad de la ciudad, para tener un panorama de la misma, los ríos que la envuelven y la selva que la rodea; y disfrutar de una puesta de sol preciosa si no fuera por el griterío que se forma con los cientos de grupos de turistas chinos que abarrotan el lugar. En la subida o bajada (hay varios recorridos) podréis ver pequeños santuarios, destacando el Wat Siphoutthabat, que custodia una huella de Buda.

La capital religiosa del budismo laosiano

Luang Prabang es la capital espiritual del país. De hecho, el Wat Mai Suwaunnaphumahan, es el monasterio donde se encuentra la sede del jefe del budismo laosiano y uno de los pocos templos que se salvó del saqueo chino de 1887. Increíbles sus fachadas forradas en pan de oro, con detalles elevados a la perfección.

Es interesante ver como el partido único controla el budismo y se asegura que sea enseñado siguiendo los principios del marxismo. Además, la formación de los monjes incluye cursos de adoctrinamiento en las líneas del partido. En Luang Prabang es tradición que todo ciudadano hombre pase, al menos algunas semanas de su vida, como monje. Por eso hay tantos monasterios y por eso la ciudadanía es tan consciente de las necesarias aportaciones económicas para que puedan llevar a cabo su formación y retiro espiritual, escojan el periodo vital que escojan. 

Una de las tradiciones más bonitas es el Tak Bat, o la llamada de los monjes a las almas, es un ritual que se produce cada día al amanecer, cuando los monjes salen de sus monasterios envueltos en sus túnicas azafrán y descalzos para recoger las bolitas de arroz glutinoso que les ofrecen los devotos, sentados en fila en las paredes de los templos, esperando a los monjes en un estado de meditación. El lugar de mayor concentración es al final de la calle Sakkarin, donde incluso las autoridades cortan el tráfico durante varias horas para facilitar esta práctica silenciosa. Pese a que los grupos de turistas están estropeando esta experiencia mística, aún guarda cierto misterio. Si queréis asistir, además de levantaros muy temprano, debéis observar la práctica desde el otro lado de la acera, en silencio, sin parlotear. Y si queréis tomar fotos, de lejos y sin ruidos ni flash.

Si hubiera que destacar un par de monasterios de los tantos que pueblan la localidad, sin duda el primero sería Wat Xieng Thong, el monasterio más antiguo más bello de la ciudad. El precioso templo central con el mosaico del árbol de la vida budista o el mosaico de una estupa que representa actividades cotidianas son maravillosos. Varias estupas, cada cual más bonita que la otra, y en otro de los templos se guarda el carruaje ceremonial que cargaba las urnas con las cenizas de la realeza laosiana en desfiles públicos, con una gran Naga representada a la cabeza. Estas serpientes de múltiples cabezas son animales sagrados medio humanos que protegen a Buda en la mitología theravada. Otro monasterio al que se puede dar un vistazo es el Wat Ho Pha Bang para ver el famoso Buda dorado que da nombre a la ciudad.

Crucero por el Mekong hasta las cuevas Pak Ou

Otra práctica religiosa importante es peregrinar hacia las cuevas sagradas de Pak Ou, río arriba. Si queréis emular las peregrinaciones anuales que hacían los habitantes de la ciudad, encabezados por la antigua familia real, tomad una de las excursiones diarias que salen desde la ciudad en cómodos cruceros que os llevarán a través del Mekong hasta donde este río se encuentra con el río Ou, donde están las dos famosas cuevas en un peñasco de piedra caliza. Tras subir unos escalones empinados os encontraréis con la primera cueva, lleva a rebosar de estatuillas de Buda de todas las formas y tamaños que han ido dejando los fieles.

La segunda cueva, algo más elevada y que requiere subir muchos más escalones durante un rato, es mucho más grande y oscura, por lo que suele requerir linterna para poder observarse bien, La cueva se mete hasta 50 metros dentro de la roca y cuenta con Budas mucho más grandes. Si tenéis suerte de evitar grandes masas de gente, el lugar es perfecto para disfrutar de un poco de misticismo.

A la vuelta río abajo muchos tours paran en Ban Xang Hay, pueblecito en el que elaboran el famoso lòw-lów, o güisque laosiano de arroz. Allí os enseñarán en directo como lo destilan a través de un proceso en el que se hierve y fermenta el arroz, y te lo ponen directamente en una botella para poder llevártelo. Ofrecen degustaciones de varios tipos y vale la pena llevarse alguna botella de recuerdo ya que está bueno.

Comida laosiana

Finalmente, acabo esta entrada hablando de la comida. Y aunque es cierto que Laos no ofrece las gastronomías tan complejas de sus vecinos chinos, tailandeses o vietnamitas; en su defensa hay que decir que gran parte de los platos thai tienen origen aquí, como por ejemplo el som dam, la omnipresente ensalada de papaya verde a tiras con ajo, jugo de lima, salsa de pescado y gambas secas. Además, Laos sigue comiendo al ritmo de sus estaciones, por lo que encontraréis especialidades y frutas diferentes según el mes de visita. Nosotros como fuimos en enero, pudimos degustar kòw mow, un arroz que se mezcla con coco y se seca, quedando crujiente. Lo veréis en muchas de las calles, secándose al sol para luego poder degustarlo como un snack o como acompañante de las sopas.

También secan piel de búfalo, pescados, algas del Mekong, frutas... es una técnica muy común para almacenar comida en el país. Luego se vende así en el mercado de la alimentación de la ciudad, donde también se pueden encontrar las típicas berenjenas minúsculas del país o sus famosas salsas de pescados fermentados. Pero lo mejor del mercado diurno son las mini tortitas de coco hechas con harina de arroz: recién hechas son tremendamente adictivas.

Si solo pudierais ir a un restaurante en Luang Prabang, no habría duda: Tamarind. Ofrecen sets de exploradores con muestras de varios platos típicos. A mi me encantó el Koy Pa, pescado preparado con hierbas aromáticas picadas, aunque mi plato favorito fue el Oua Shi Kai, brochetas de pollo en citronela que se mojan en salsa de cacahuete: increíbles. También el Láhp, el plato por excelencia, una ensalada algo picante hecha de carne picada de ternera, cerdo, pato, pescado o pollo. Casi todos los principales llevan fideos de arroz o bien arroz glutinoso, aunque las baguettes de pan, sobre todo a la hora del desayuno, también son frecuentes (herencia colonial francesa). El Mok phaa o pescado al vapor en hojas de banano también está bueno.

Sus postres también son excelentes: desde el arroz púrpura glutinoso en leche de coco a la calabaza al vapor con natillas de coco o los crujientes churros de harina de arroz y coco que también venden recién hechos en el mercado diurno.

Luang Prabang tiene mucho más que ofrecer, como excursiones a unas cascadas maravillosas, trekking o otros restaurantes y locales de copas que me dejé por explorar. Y por supuesto, Laos tiene mucho más que ofrecer, desde templos perdidos en la jungla, aldeas de etnias encantadoras o su curiosa capital. Espero poder volver algún día a este plácido pero amable país.


IMPRESCINDIBLES

Comer

Oua Shi Kai y Láhp en Tamarind.

Beber

Lòw-lów en Ban Xang Hay.

Canción

Bor Luem Sunya de Alexandra Bounxouei

dilluns, 4 de març del 2024

Moldavia (y Transnistria)

El país menos visitado del mundo

Moldavia es, después de Kiribati, el país con menos turistas de 2023. Y ello no sorprende, ya que es un país mal conectado con el resto del planeta, sin patrimonios de la humanidad UNESCO y con una promoción turística prácticamente nula.

Aún así, el país merece ser descubierto: cuenta con cómodos hoteles a precios decentes, comida deliciosa, vinos de primera. paisajes preciosos y una historia interesante, con mucha arquitectura y estatuas de la época soviética, sobre todo en la rebelde provincia de Transnistria. 

Tuve la suerte de ir por trabajo y luego quedarme un par de días para descubrir algunos de sus tesoros por lo que comparto algunas ideas para los que os animéis a descubrirlo. Lo ideal sería dedicar unos días a su capital, un par a alguna zona rural y viñedo y otro día más a visitar Transnistria.

Chisinau, estampas de una típica capital soviética

Para entender mejor la historia de este desconocido país, lo mejor es empezar visitando el Museo Nacional de Historia, donde a través de paneles explicativos, maquetas y artefactos históricos, se narra su historia desde los primeros poblados fortificados dacios y carpetanos; pasando por la era del imperio romano (por eso aquí se habla una lengua latina, el rumano) y llegando al siglo XV, cuando el rey Esteban el Grande consiguió librarse de los dominios de Hungría, Polonia y el imperio otomano. Su reinado de 47 años es todo un símbolo en la historia moldava, que lo señala como etapa dorada hasta el punto que el actual escudo del país (una vaca bajo una estrella) sigue siendo el de este rey.

Poco les duró la independencia ya que en 1538 los otomanos retomaron el control hasta que en 1812 les cedieron estas tierras al imperio ruso. De hecho, en la gran plaza de la Asamblea Nacional (antiguo Soviet Supremo de la República Socialista de Moldavia), aún se alza el decimonónico arco del triunfo que conmemora la victoria rusa sobre los turcos. En esa época, el imperio empezó el proceso de rusificación del Moldavia, cambiándole el nombre por Besarabia y eliminando el uso del rumano de la administración o la religión. Varias partes de Moldavia pasaron a ser del reino de Rumanía mientras que otras se iban asimilando al imperio ruso. Pese a todo, la intelectualidad moldava redescubría el rumano a lo largo del XIX y el romanticismo lo volvía a situar como lengua de periódicos, narrativa y poesía.

La Segunda Guerra Mundial fue terrible para Moldavia: 300.000 moldavos murieron esos años. Pero a la vez, en 1940, se creó por primera vez en siglos, una entidad semi-autónoma moldava: la república socialista soviética de Moldavia, que pasaba a formar parte de la URSS. A los bombardeos nazis (primero) y soviéticos (después, para expulsar a los nazis) sobre Chisinau, se unió los efectos devastadores de un terremoto que casi alcanzó el 8 en la escala de Richter. 

La capital quedó totalmente destruida, por lo que se reconstruyó siguiendo las pautas de una típica ciudad soviética ideal, con una enorme avenida central que la atravesaba entera, perfecta para los trolebuses eléctricos, con enormes torres de viviendas grises a ambos lados. Poco ha cambiado la estética de la ciudad y recorrer dicha avenida es todo un viaje al pasado: se trata del bulevar Esteban el Grande. Los altísimos bloques de viviendas son especialmente espectaculares en la llamada "puerta de Chisinau" con dos bloques simétricos que parecen abrazar al visitante. Las farolas, semáforos, gran parte del mobiliario urbano y hasta los murales de realismo socialista siguen casi todos intactos. También imponentes edificios públicos como el teatro nacional o recintos deportivos, incluyendo numerosas piscinas al aire libre: Chisinau era de las ciudades de la URSS con mejores temperaturas, de hecho, un piso aquí era muy fácilmente intercambiable por otro en el centro de Moscú (algo que ya no ocurre, por supuesto).

Además, el acceso de Breznev al poder en Moscú hizo que sobre Moldavia cayeran inversiones millonarias, ya que este había sido secretario general del Partido Comunista de Moldavia la década anterior. Chisinau se llenó de expertos en todas las materias de toda la zona de influencia comunista en el mundo. La ciudad, aunque decadente, sigue siendo agradable para pasear en muchas de sus zonas centrales.

Los rusos intentaron difundir la idea de que los moldavos hablaban una lengua distinta a los rumanos para evitar cualquier potencial deseo de reunificación. Es más, se promovió la escritura del moldavo (rumano) en alfabeto cirílico y no latino. Esto se acabó en 1989, cuando las autoridades, presionadas por la calle, recuperaron el alfabeto latino para el rumano en Moldavia. Dos años después, Moldavia declaraba su independencia con la bandera rumana y el escudo de Esteban el Grande en medio. Aún se puede ver esa primera bandera firmada por los miembros del parlamento en el museo nacional.

La independencia trajo una doble transición: hacia una democracia que aún sigue siendo imperfecta; y hacia un nuevo sistema económico, el capitalismo, que convirtió al país en el más pobre de Europa. Culturalmente, el ateísmo oficial soviético se sustituyó por una vuelta de la religión: el 80% de los moldavos hoy en día se consideran religiosos. De hecho, el número de iglesias en el país se ha multiplicado por diez desde 1991. El país sigue dividido entre la mayoría que anhela entrar en la Unión Europea y una minoría importante nostálgica de la era soviética y que prefiere alinearse con la Rusia de Putin.

En este mar de iglesias nuevas y antiguas de la capital, os recomiendo una: la iglesia de madera de Hiriseni, dedicada a la dormición de la Virgen María, ya que es espectacular. Es de piezas de madera perfectamente ensambladas sin uno solo clavo ¡cómo si se tratara de un gran juguete! Su belleza armoniosa en medio de un bello parque la hacían aún más bonita, sobre todo en otoño. 

Para comer, nada mejor que la famosa cadena La Placinte, donde sirven una selección de especialidades nacionales, todas perfectamente servidas. Además de los típicos pasteles nacionales, recomiendo la Mamaliga, una especie de polenta de maíz amarillo que se come con queso cottage, crema agria, verduras al vapor y una proteína, como las salchichas caseras. El queso fresco de oveja con pimientos a la brasa y especias también está delicioso.

No olvidéis pasaros por la mítica tienda de Bucuria al lado de la plaza central, donde comprar cualquiera de los bombones que ofrece esta marca de chocolates que empezó como empresa chocolatera estatal en 1946, y que aún hoy es la más querida por los moldavos.

La Moldavia rural

Desde Chisinau, adentrarse en las zonas rurales del país no es difícil: las carreteras están en buen estado y no haría falta quedarse a dormir fuera de la ciudad si no os apetece moveros de hotel. Aunque en las ciudades de provincias como Orhei hay hoteles muy cómodos a buenísimos precios.

Yo os propongo replicar lo que yo visité: podéis salir de Chisinau para visitar la región de Calarasi, en la que además los viñedos y de bonitos bosques en tonos otoñales podréis ver monasterios mezcla de estilo clásico y barroco con elementos tradicionales moldavos (como el de Frumosa con sus cúpulas azules). Además, la región está llena de pozos de todo tipo ya que es una de las grandes costumbres del país. Desde los más tradicionales de madera y piedra pasando por los soviéticos con vallas y techos metálicos; hasta los más contemporáneos: algunos con forma de taza de té. Lo mejor es que en todos puedes beber agua fresca de gran calidad. Y la ola de religiosidad que vivió en país tras el comunismo ha hecho que en muchos pozos se hayan construido cruces.

Es interesante ver la arquitectura soviética de los edificios públicos en las poblaciones, sobre todo los antiguos colmados públicos (supermercados de la era comunista) ahora abandonados, muchos con mosaicos del realismo socialista. Eso sí, ni una estatua de Lenin: todas fueron substituidas por las del rey Esteban el Grande.

Moldavia es conocida también por contar con algunos de los mejores vinos del mundo. De hecho, tienen el récord Guinness del mundo por la bodega más grande: la Milestii Mici. No olvidéis visitar este u otras bodegas.

Tras visitar Calarasi, dirigíos a comer a La Badis, un precioso restaurante en un edificio tradicional donde probar los platos más característicos del país. Empezad con una zeama o o sopa de pollo con fideos con crema agria por encima. Seguid con un poco de placinte (los pasteles típicos del país): el de manzana está buenísimo pero en otoño hace uno de calabaza aún mejor. Aunque tengan azúcar se suelen comer como entrantes. La berenjena a la brasa picada con nueces y trozos de granada también está espectacular. De principal opté por pato a la brasa en salsa de cerezas acompañado de una pera al horno. Y para beber, uno de los mejores vinos que he disfrutado: Alb de Purcari.

De este restaurante a Chisinau apenas os quedará algo menos de una hora, por lo que es perfecto para acabar una excursión mañanera a la Moldavia rural.

Transnistria: el país que no existe

Finalmente, una excursión que recomiendo es a uno de los lugares más curiosos en Moldavia: su famosa provincia rebelde, autoproclamada país independiente desde 1990. Ellos se llaman a sí mimos república moldava de Pridnestrovia (es decir, de antes del Dniester, el río que les separa del resto de Moldavia) algo que ya indica que su punto de referencia es Moscú y no Chisinau.

Pridnestrovia es también conocida como el país que no existe, ya que solo otras dos repúblicas los reconocen: Abjasia  y Osetia del Sur (estados, por cierto, que tampoco reconoce nadie). El caso es que sus habitantes, deseosos de seguir en la URSS, y viendo que el resto de moldavos luchaba por unirse a Rumanía o proclamarse república independiente, decidieron constituirse en herederos de la república socialista soviética de Moldavia, manteniendo incluso su bandera y escudo de armas, para no salirse de la URSS.

Sin embargo, la URSS se disolvió y este pequeño territorio inició una guerra de dos años con el gobierno de Chisinau que finalmente ganó gracias al apoyo de Rusia. Desde entonces, quedó en tierra de nadie, apoyado por unas 2.000 tropas rusas que "mantienen la paz".

Pese a que cualquier embajada occidental desaconseja visitar la provincia (o país, según a quién preguntes), muchas empresas ofrecen tours de un día. Es más, uno puede ir incluso por libre en transporte público. Moldavia no tienen frontera con Transnistria puesto que no reconoce su independencia. Y el autoproclamado gobierno De Pridnestrovia os dejará pasar dándoos un visado provisional que parece un ticket de parking sin tocar vuestro pasaporte, para evitaros problemas luego al salir de Moldavia.

Como no tenía mucho tiempo, opté por un tour en el que un chofer te recoge, te lleva y te enseña alguna de las principales atracciones turísticas. El que me asignaron, además, está casado con una transnistria, por lo que conocía el lugar al dedillo.

Lo interesante de esta excursión es que se viaja en el tiempo, a cómo era la Unión Soviética. Por un lado, no se encuentra mucha diferencia con el resto de Moldavia. Por otro, carteles propagandísticos o bustos de Lenin que ya se han retirado en el resto del país siguen estando aquí tal y como se instalaron en los años 40 del siglo XX. En muchos edificios aún se ven marcas de bala de la guerra que libraron con el ejército moldavo.

En plena Tiraspol, la capital, se encuentra la base militar rusa que los protege. De hecho, al pasar la frontera veréis un tanque ruso apostado en la misma. Hoy en día la mayoría de habitantes son partidarios de unirse definitivamente a Rusia: banderas rusas ondean en la mayoría de lugares y librerías y tiendas de souvenirs venden imanes con la imagen de Putin, Stalin, Breznev o Lenin.

Lo primero que hicimos fue visitar uno de los supermercados del "Sheriff Group" que pueblan esta provincia, propiedad del oligarca local, que además posee gasolineras, un canal de televisión y otros muchos negocios que incluyen un famoso club de fútbol. Allí te cambian euros a rublos priednostravianos. Los billetes no se diferencian mucho de otros (aunque son más pequeños de lo normal, eso sí). Lo curioso son las monedas: ¡están hechas de plástico! Las emite su propio banco central desde 1994. Tras cambiar dinero, curioseé por los pasillos del establecimiento, viendo que están bastante bien surtidos, y aproveché para comprar a precio muy competitivo el coñac Tiraspol, uno de los mejores del mundo y que se fabrica de la misma manera desde que se abrió la fábrica en tiempos de la URSS. También probé el caviar por primera vez: aunque caro, es algo más permisible que en Occidente, ya que en estos supermercados tienen piscinas con esturiones que crían para sacarles caviar que venden fresco en potes de todos los tamaños guardados en neveritas, empezando por uno minúsculo de 20 euros.

La plaza mayor de la capital provincial (o nacional según ellos) es muy parecida a la de Chisinau pero algo más pequeña, y cuenta con el típico edificio del antiguo soviet provincial y ahora considerado parlamento nacional, sólo que este mantienen toda la simbología original, incluyendo estrellas rojas o la hoz y el martillo, además de un elegante y enorme estatua de Lenin enfrente. En los jardines hay un tanque ruso de la Segunda Guerra Mundial con la inscripción "Za Rodinu" (Por la Madre Patria), así como un enorme memorial a los soldados locales muertos en todas las guerras que han luchado junto a Rusia. Aunque la estatua más grande es al generalísimo ruso Suvorov, fundador de Tiraspol en 1792. También han puesto una estatua enorme de la emperatriz rusa Catalina la Grande.

Los aficionados al realismo soviético o al brutalismo arquitectónico disfrutarán con muchos de los edificios y murales que adornan la pequeña capital. Y los amantes de la nostalgia comunista también: desde los vetustos trolebuses Ikarus, que siguen conectando las ciudades del país con cables de los que toman la electricidad, a viejas cantinas de trabajadores que mantienen carteles propagandísticos o bustos de Lenin, con sus suelos de granito blanco y negro; y los menús que se servían a los obreros, completos y a precios populares.

El guía me llevó a la conocida como "cafetería URSS", que se mantiene tal cual, y en donde me comí una sopa de pollo con fideos, un plato de guiso de habichuelas con carne picada y queso, ensalada de remolacha y todo acompañado de una infusión de frutas por solo tres euros.

Y pese a la omnipresente imaginería comunista, lo cierto es que la oleada de religiosidad que vimos en Moldavia también ha llegado aquí: la Iglesia Ortodoxa Rusa ha construido numerosas iglesias nuevas, además de restaurado otras tantas, que lucen con todo su esplendor. Me resultó muy curioso como a frescos de la Virgen los cubrían de joyas de oro donadas por los fieles. Pero aún me sorprendió más la nueva iglesia, casi en la frontera, dedica al zar Nicolás II, fusilado él y su familia real por orden directa de Lenin y canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el año 2000. Las contradicciones de este lugar son espectaculares.

Lo último que vimos en Transnistria fue la fortaleza de Tighina, un castillo del siglo XV que tomaron los otomanos y que finalmente volvieron a tomar los rusos hasta el día de hoy. El castillo no es especialmente bonito, pero tiene una arquitectura curiosa y además, desde sus murallas hay unas vistas muy interesantes del país... y de la base militar rusa. También contiene un curioso museo de armas y otro de instrumentos de tortura.

Dejamos Transnistria devolviendo nuestros permisos en papel (no los olvidéis) y sin ningún sello en el pasaporte. Como si hubiéramos visitado un país que no existe.

IMPRESCINDIBLES

Comer

Cualquier placinte de "La Placinte".

Un menú de la era soviética en la Cantina URSS (Столовка СССР) en Bender (Transnistria).

Beber

Vino blanco Alb de Purcari.

Coñac Tiraspol.

Canción

Trenuleţul de Zdob şi Zdub & Advahov Brothers.