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dijous, 2 de febrer del 2017

Lomé y Abiyán

Lomé

Por motivos laborales, pasé siete días pasé entre las capitales de Togo y Costa de Marfil, dos calurosos y húmedos países costeros de África del Oeste.

Por un lado, estuve en Lomé, una capital extremedamente llana, como mi natal Valencia. Sus bulevares principales están bien asfaltados, a diferencia de las calles secundarias, arenosas o pedregosas, dependiendo de lo lejos que estén de la larga franja costera de la ciudad. Sus calles rectas llaman la atención por el orden general que imprimen a esta calmada ciudad.

La mayoría de los puntos de interés se sitúan alrededor de la Plaza de la Independencia, con los rascacielos de varios ministerios y organismos internacionales como la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental (CEEAO). Estos edificios acristalados de los años 70 muestran cierta decadencia amable que en cualquier caso destaca frente a las bajas construcciones del resto de la ciudad. El edificio más alto de la ciudad es el Radisson Blu Hotel 2 Février 1947, fecha en la que un general que gobernaba Togo nacionalizó las minas de fosfatos. Sus interiores son muy elegantes y equivalentes a cualquier hotel de lujo de una capital occidental. Está situado en la propia Plaza de la Independencia, frente al deteriorado Palacio de Congresos de la ciudad. En mitad de la plaza se encuentra el monumento que celebra la independencia togolesa de los franceses en abril de 1960, con una silueta humana alzando los brazos en señal de victoria esculpida en la roca con una estatua femenina levantando un bol en el medio. 

Una de las comidas tradicionales que probé fue el fufú de ñame, una raíz que se tiene que moler hasta que adquiere una consistencia parecida a la de la plastelina. De color blanco, lo sirven acompañado de una salsa de tomate ligeramente picante y pescado o cabra. Lo primero es lavarse las manos con la jarra de agua que te sirven, el jabón y un balde. Luego, se sirve el ñame en un plato y el pescado con la salsa de tomate en otro. Con las manos se coge un trozo de ñame haciendo una bola y mojándolo con la salsa. Luego se toma un trozo del pescado y se come. No me atreví a probar la cabra, que era la otra opción.

Muchas de las rotondas de la ciudad están decoradas con diferentes estatuas, llamando la atención la del monumento a la paz, con una paloma gigante que se ilumina con centenas de bombillas cada noche. Por otro lado, mi hotel, un modesto Ibis, tenía un bellísimo jardín y piscina en primera línea de playa y ofrecía un panorama bastante paradisíaco.

Abiyán

Tras cuatro días en la capital togolesa, me dirigí al aeropuerto para dejar el país. Por cierto, el aeropuerto de Lomé es muy moderno y funcional, mejor de muchos de los que he visto en Europa. En un corto vuelo de Air Cote d´Ivoire llegué a Abiyán, la auténtica capital y hub del África del Oeste, una gran ciudad cuyo centro es Le Plateau. Este el barrio financiero donde se encuentran las sedes de las principales empresas nacionales y extranjeras. Las gigantescas autopistas de la capital están flanqueadas de centros comerciales, hipermercados y grandes tiendas como Carrefour o Fnac. Una gran ciudad en toda regla. Por cierto, no tuve que cambiar de moneda ya que, al igual que los europeos logramos con el euro, ocho países de la CEEAO comparten moneda común: el franco del África del Oeste.

Los rascacielos del Plateau son todos de los años 70 y 80, cuando se produjo el conocido como milagro marfileño. Son edificios modernos de estilo brutalista, donde dominan las líneas rectas y uno de los materiales domina las fachadas (sea cemento o cristal). Habían torres de cristales morados, otras de cristales amarillos, otras de puro cemento y sin duda, la que más llama la atención es la Pirámide, un rascacielos de cemento puro con forma triangular que recuerda a una colmena y que por desgracia se encuentra actualmente abandonado, con árboles que crecen en muchos de sus balcones. Uno de los edificios alberga también la Delegación de la Unión Europe en Costa de Marfil, con cientos de banderas europeas en mástiles delante del edificio. Me hubiera gustado visitar mejor el barrio, especialmente la moderna catedral de San Pablo, pero justo esos días se estaban produciendo motines de sectores descontentos del ejército, que protestaban por por impagos de sueldo y ascensos injustos, así que me quedé en la habitación del hotel para evitar riesgos. Una de las noches llegué a oír tiros desde mi habitación y todo.

El Grand-Bassam

El sábado lo dediqué a visitar el Grand-Bassam, que fue capital colonial fracesa de Costa de Marfil durante tres años y que ahora es considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es todo un ejemplo urbanístico de ciudad de finales del XIX con barrios especializados en comercio, administración, vivienda para europeos y vivienda para africanos. La capital se ensanchó a partir del antiguo puesto de pescadores de N´zima. Sin embargo, tuvo que abandonarse por un brote de fiebre amarilla y ya nunca se volvió a instalar aquí. Sin embargo, las diferencias entre el Antiguo Bassam (barrio francés) y Nuevo Bassam (barrio africano), separados por una laguna y conectados por un puente, aún persisten. La ciudad es un testimonio urbanístico de las complejas relaciones sociales entre europeos y africanos. Decenas de edificios coloniales abandonados le dan un encanto especial, alternándose con tiendas de recuerdos de muy buen gusto y excelentes galerías de arte, como la Maison des Artistes.

Hay un edificio que se conserva en excelente estado: se trata del antiguo mercado, de estilo art-decó, que es ahora un salón de eventos y congresos que se usa sobretodo para bodas. Nos encantó también un edificio amarillo que una vez albergó un hotel, ahora totalmente abandonado, en cuyo bajo un comerciante expone excelentes telas africanas hechas a mano. El edificio más importante del barrio es el antiguo palacio del gobernador, ahora dedicado al museo del traje, donde se muestran diferentes tipos de vestimentas típicas del país, destacando las del rey del Grand Bassam, poder tribal paralelo al gobierno de Costa de Marfil que sigue existiendo aún hoy en día. Allí se muestran las vestimentas típicas de este rey así como su corona. Siempre aparece acompañado de su hermana en todos los actos públicos, mientras que su esposa nunca sale a la luz.

En el museo también se muestran una serie de maquetas de poblados de las diferentes tribus de Costa de Marfil. El amable guía nos fue explicando las costumbres polígamas de la mayoría de ellas, excepto de una en la que las mujeres eran las que tenían el poder real. Además del contenido del museo, también nos fue explicando las diferentes estancias del palacio, como el moderno cuarto de baño o las escaleras secretas, escondidas en una falsa contraventana, que servían para que el gobernador se ocultara en pequeñas estancias secretas situadas entre los muros, en caso de revueltas.

Acabamos la visita en uno de los modestos restaurantes de la playa, donde no se recomienda el baño por las fortísimas corrientes. Disfrutamos de las fuertes olas sentados mientras comíamos unos gambones del Atlántico acompañados del plátanos maduros fritos. El panorama era de lo más variopinto: jóvenes montadas a caballo mientras otras cargaban sobre sus cabezas, en un ejercicio único de equilibrismo, botellas llenas de coco rallado y tostado que sabe a gloria.

Me quedé sin visitar la iglesia más grande del mundo, la Basílica de Nuestra Señora de la Paz, pero es que se encuentra en Yamusukro, a tres horas en coche de Abiyán, y me venía muy justo. Sobretodo con los motines en marcha no quería alejarme mucho del aeropuerto internacional.

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