Eivissa, la grande de las Pitiusas, es uno de los lugares a los que me gusta volver. Ya es la tercera vez, y sin duda habrán muchas más ocasiones. Cuidado, porque si vais una vez, volveréis seguro: es un lugar que enamora.
Eso sí, personalmente recomiendo acudir los meses de junio o septiembre. La temperatura ya es cálida sin sofocar, hay mucho ambiente sin ser masivo y toda la oferta cultural, turística y festiva de la ciudad funciona a pleno rendimiento como en julio y agosto, pero a precios ligeramente inferiores. A pesar de todo, esta vez fui al finales de julio, pero debido a la situación de la pandemia, y a que por primera vez no hay temporada de discotecas, la isla estaba mucho más tranquila que de costumbre.
Como mi primera vez fue hace mucho y mi tercera vez ha sido una visita corta de dos días, matendré la narración que hice de mi segunda visita, con certeza la más especial. El caso es que aterrizamos el primer día por la tarde, cuando al sol le quedaban apenas unas horas de lucir, y con temperaturas muy agradables. Tras instalarnos en el hotel Don Quijote, en plena playa de Ses Figueretes, nos dirigímos al puerto para cenar algo y dar el primer paseo por la isla.
Quise volver a pasear por Sa Penya, el barrio a los pies de Dalt Vila. Es uno de los más animados de la ciudad. De noche, cientos de bares y terrazas se llenan de noctámbulos al acecho de una copa y también de un buen descuento para la mejor fiesta de la noche en una de las grandes discotecas. Con un poco de suerte, y haciendo amigos, incluso se podrá entrar gratis a algunas de las míticas fiestas, como la "Matinée" de Space o la "Troya" en Amnesia. El público LGTBI disfrutará especialmente de la pléyade de bares y terrazas a lo largo del carrer de la Mare de Déu.

Dalt Vila es uno de los oasis de silencio, tranquilidad y soledad que Eivissa ofrece, y que a la vez permite asomarse a las grandes fiestas que están teniendo lugar en el valle. A pesar de ser una antigua fortaleza, actualmente se encuentra plenamente integrada en la vida normla de la ciudad, con residencias, pequeños restaurantes, hornos, ultramarinos. Tal vez sigue mantiendo su función de fortaleza, pero esta vez frente a la fiesta, las masas y los ruidos de los otros barrios de la ciudad. El remanso de paz y el ambiente de pueblo que mantiene ferozmente Dalt Vila es impresionante. Su mezcla de arquitectura románica (con la catedral como máximo exponente), gótica (en palacetes e iglesias dispersas) y renacentista (sobretodo en las murallas) ofrece callejones con encanto sin igual.

Cuando ya el sol está tan bajo que no apetece estar en la playa, pero aún está lo suficientemente alto como para tener que esperar para cenar, lo mejor es darse una vuelta por Sa Penya, para curiosear en sus cientos de tiendas, especialmente las de ropa ibicenca o en las tiendas oficiales de las discotecas. Y entre tienda y tienda nada mejor que refrescarse en Gelato Ibiza, donde disfrutar de los mejores helados de la isla. La heladería se sitúa en Vara de Rey, el paseo arbolado por anatomasia de la ciudad, que une la ciudad antigua con el nuevo Eixample.
Tras esta pequeña vuelta, volvimos al hotel para una rápida cena y ducha, nos cambiamos y nos dirigimos de nuevo a Sa Penya, tomandonos como primera copa un espumoso cava en el Pura Vida, que cuenta con una agradable terraza en la bonita plaza del Parc. Tras comprobar si el dueño era o no tico, remontamos por las callejuelas de Sa Penya hasta llegar de nuevo un bar-terraza donde nos habíamos tomado unas copas el día anterior y nos habíamos hecho amigos de la italiana que lleva las relaciones públicas del local. Así que nos tomamos un chupito de hierbas ibicencas cortesía de la casa, y seguimos nuestro camino a la búsqueda de nuevos lugares. Recalamos por fin en Blue, que cuenta con una anímadisima terraza a los pies de Dalt Vila donde conocimos a unos holandeses. Nos contaron que, al día siguiente, iban a la fiesta de la Troya.

Ya de noche, de nuevo rumbo a Sa Penya para tomarnos las primeras copas en la terraza de nuestra amiga italiana. Esta terraza, además de tener un precio aceptable, y de invitarnos a chupitos, está situado en un lugar precioso, en medio de calles empedradas, empinadas y estrechas y rodeado de casas blanquísimas. Tuvimos la gran suerte de que pasaron por allí la Troya (la drag-queen más famosa de Ibiza) con toda su corte de gogós. Y resultó que la mayoría eran amigos de nuestra colega la italiana del bar. Así que tras los saludos y las fotos, nos pusieron una pulserita de entrada gratis a la fiesta más famosa de Amnesia, que se celebra todos los miércoles. Y eso que normalmente cuesta 40 euros entrar. Un ratito más de copeo y enseguida taxi a Amnesia, situada a mitad de la autopista que une Ibiza con Sant Antoni.
He de decir que me encantó esta discoteca. Con sus dos salas gigantes, podemos elegir dos tipos de música. En una, cientos de bailarinas y con un tipazo de infarto danzan en el segundo piso con movimientos que hipnotizan mientras que en la pista de bajo cientos de personas se mueven al ritmo de la mejor música house. En la otra sala, los y las miembros de la corte de la Troya rodean la enorme pista situados en sus podiums, moviendose con sus extraños bailes, mientras que de vez en cuando la misma Troya sale a su propio escenario para dar sus charlas raras y cantar su canción. La música suele ser más electro-dance con algunas canciones del momento remixeadas. Lo mejor de esta sala son los enormes chorros de aire frio con humo que salen a toda presión durante los momentos de "subidón" de las canciones.
La mañana siguiente, cansados, la consagramos a la piscina del hotel. Situada en el terrado, se podían apreciar las vistas de toda la ciudad de Ibiza. La verdad es que lo único bonito es Dalt Vila, el resto de barrios de la capital pitiusa dejan bastante que desear.
El sol y piscina de la mañana dieron paso a una tarde de turismo por Dalt Vila. Remontando sus estrechas calles entramos en el Museu Puget, para curiosear fotos de la Ibiza de los años 50. Vale la pena entrar también por estar situado en un antiguo palacio, el de Can Comasema. Después, coronamos el barrio en el impresionante mirador donde admirar el puerto. Entramos en la robusta catedral de Santa Maria de Mitjavila, gótica, sorprediéndonos la gran losa de marmol en una de las paredes, dedicada a los caídos "por Dios y por España" siendo que el primero es un familiar del ex ministro de Asuntos Exteriores Abel Matutes, también conocido por ser uno de los "caciques" de la isla.
Bajamos y cogimos un bus rumbo a Sant Antoni, para ver una de las puestas de sol más famosas: la que se da en el paseo marítimo donde está situado el mundialmente conocido Café del Mar. Un consejo básico: compraos vuestra bebida favorita en uno de los supermercados del centro de Sant Antoni, sentaos en las rocas de delante del Café del Mar y preparaos para disfrutar de la misma increíble puesta de sol que los que están pagando cinco veces más por vuestra bebida en la terraza del famoso café. Y además, estareis escuchando la misma música (las inigualables remezclas del café). Eso es lo que hicimos. Cuando el sol se fue, nosotros, paseando por el paseo marítimo con la luz crespuscular, fuimos captados por un simpártico RRPP italiano (como no) para cenar en un restaurante con espectáculo enfrente del mar, con una jarra de sangría gratis invitación de la casa. No nos arrepentimos, ya que la carta de comida italiana o pollo con curry era sencilla pero a buen precio, y además, la terraza, con piscina y todo, era muy agradable, enfrente de la bahía, con la suave brisa del mar refrescándola. Para acabar de mejorarlo, tuvimos el espectáculo, que al principio consistió en un soso grupo de chicas de la discoteca Edén que apenas bailaron. Pero luego, un grupo de acróbatas nos impresionó mientras una tragafuegos hacia un número espectacular. Además, un amable señor iba con una shisha ofreciéndola a los asistentes para que la probaran.
Volvimos a Ibiza ciudad para las fiestas de Sant Joan ya que ponían fuegos artificiales, hoguera grande y DJ en la playa de Ses Figueretes, enfrente de nuestro hotel. Llegamos justo a tiempo, con las luces de colores creadas por la pólvora iluminando la noche más corta del año, el DJ pinchando a tope y la gran foguera de trozos de madera que se empezaban a consumir por enormes lenguas de fuego.

Problemas: las copas a 25 euros, las cientos de personas que abarrotan la fiesta haciendo imposible moverse o el local, mucho menos impresionante que Amnesia, por ejemplo. Pero bueno, Pacha Ibiza siempre será Pacha Ibiza.
Tras acabar la fiesta, con el sol asomando por arriba de Dalt Vila, nos fuimos a dormir un rato. Cuando nos levantamos, decidimos celebrar Sant Joan comiendo en uno de los restaurantes más antiguos y populares de la capital pitiusa: precisamente el bar Sant Joan. Barato y de la mejor calidad que se pueda encontrar en Ibiza, con comida tradiciona de la isla. Un poco oscuro, alicatado y con puertas de madera, este local es una auténtica tasca tradicional, limpia pero siempre abarrotada. Hay que estar dispuesto a compartir mesa con desconocidos, ya que los sitios son muy limitados. Una sepia a la plancha con ensalada mediterránea y limonada recién exprimida fueron mis elecciones. Asimismo, pedimos para el centro algunos calamares y un cuenco de all i oli casero. Y de postre, un trozo de greixonera, el típico pudín ibicenco, muy jugoso y con un sueve toque de canela, hecho a base de ensaimadas revenidas.
Tras una comida sana y por cierto, barata, andamos un rato, atravesando el puerto hasta llegar a la platja Talamanca. Con forma de media luna, es una playa aceptable, por ser muy accesible y estar poco urbanizada. Con esta agradable tarde en la playa pusimos punto y final a nuestros cinco dias en la "isla bonita". Espero volver lo más pronto posible.
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