La última frontera de Filipinas. Así se presenta esta provincia, sin duda una de las más remotas del país. Esta isla y sus islitas pequeñas forman en conjunto la forma de un paraguas cerrado. Así la llamaron los exploradores españoles y así se quedó para los filipinos: de "paraguas" a Palawan.
Nuestra ruta empezó por el extremo norte: la isla de Busuanga. Aterrizamos en el YKR Airport con un avión de hélices de la mítica Cebu Pacific Airlines, la low cost filipina por excelencia. Y de allí, una horita en furgoneta hasta Corón, capital de la isla, que por lo demás es muy rural. Esta pequeña población tiene algunos atractivos turísticos interesantes. Nada más llegar subimos al monte Tapyas, una colina verde con escaleras interminables y muy empinadas. Pero vale la pena el esfuerzo,:las vistas desde arriba son impresionantes. El pequeño pueblo de Corón a los pies de la montaña y a la vez, pegado al mar, conforma un conjunto paisajístico de cuadro. Las miles de islas que salpican el resto del océano junto con el cielo y algunas nubes alargadas lo rematan. También nos sorprendimos de ver las altas hierbas de las laderas mecerse al compás de viento emulando una gran alfombra verde. Tras esta pequeña excursión, la furgoneta que alquilamos nos llevó a las Makini Hot Springs, unas pequeñas cataratas de agua muy caliente (40 grados) que salen directamente de la tierra, tras haber pasado al lado de lava volcánica en activo. Era la primera vez que veíamos este fenómeno natural, y a todos nos sorprendió mucho la altísima temperatura de estas aguas naturales tan calientes como una bañera. Según los filipinos, estos manantiales tienen algunas propiedades termales positivas. Sin embargo, también avisan de que las personas con tensión baja (como yo) no permanezcan mucho tiempo bañándose, ya que la alta temperatura hace que la tensión baje aún más. Así que a los 15 minutos nos salimos, era demasiado caliente.
Volvimos al hotel, un pequeño resort situado cerca del puerto, cuyas habitaciones estaban construidas encima del mar. Y decidimos cenar en el pequeño restaurante del hotel, que ofrecía un pequeño menú de comida japonesa.
Al día siguiente contratamos una excursión a la isla Corón, que es la que se encuentra enfrente del pueblo, a 20 minutos en bangka (el tradicional barco filipino, estrechos en el medio y con dos largos maderos estabilizadores a los lados). Así que, con los tres tripulantes y nosotros siete, pusimos rumbo hacia la isla donde se rodaron algunas de las escenas de la película King Kong. Una isla altísima con escarpadas rocas cubiertas de selva que dan directamente al mar. Estos territorios son considerados dominio ancestral de los Tagbanua, antigua tribu pescadora que ahora también se encarga de gestionar los accesos a estas zonas naturales vigilando el impacto turístico en algunas zonas vulnerables y cobrando un pequeño impuesto de 100 pesos (un euro y medio) a cada visitante que desea entrar en alguna de las zonas protegidas de la isla.
Empezamos parando en Siete Pecados, un parque marino perfecto para hacer snorkel. Se trata de un santuario protegido donde ver corales de colores, negros erizos de mar con pinchos amenazantes y sobretodo miles de peces de colores, grandes, algunos pequeños y que siempre nadan en grandes grupos, otros muy grandes con largas bocas que asustan un poco... y las aguas, cristalinas.
Tras observar las profundidades, seguimos rodeando la isla y llegamos a una pequeñísima playa en la que habían unas escaleritas que trepaban por la roca atravesando la selva. Tras una subida no muy larga, admirando los paisajes de mar e islas, llegamos a un lago interior: el Kayangan. Formado en el antiguo cráter del volcán que formó la isla, este lago ahora acumula agua dulce. Bañarse en él impresiona por la altura de sus paredes y el paisaje selvático que lo rodea. Bucear en el fondo de este lago es como admirar un paisaje lunar.
Para descansar de todas estas actividades desembarcamos luego en Banol Beach, una corta playa de arena blanca en la que tumbarse en silencio, darse un baño y relajarse con el sonido de las olas o del vibrar de las palmeras al viento. Aquí fue donde comimos, en una de las cabañas que los nativos han construido para los visitantes. Los marineros que contratamos en nuestro barco sacaron los bártulos y nos prepararon una excelente barbacoa a fuego de leña con carne de cerdo y pollo en la misma playa. Además, llevaban arroz blanco (imprescindible en Filipinas), ensalada de pepino, tomate y una fruta filipina que no logré descifrar, y una salsa avinagrada a base de hortalizas que picaba un poco. Delicioso. Y de postre, un racimo de plátanos pequeñitos pero muy sabrosos.
Lo gracioso de esta playa es el monito que vive con los nativos. Estaba atado con una cuerda que se mueve por un largo palo por la que va caminando. Recomiendo no acercarse mucho, ya que le encanta saltar encima de los turistas para asustarlos.
Tras la comida y una pequeña siesta reparadora al sol, pusimos rumbo a la siguiente parada: una zona de mar al lado de la isla en la que encontramos el pecio más accesible, que se puede ver sin necesidad de equipo de buceo. Se trata del Lusong, un barco de guerra japonés hundido por la fuerza aérea norteamericana el 24 de septiembre de 1944, en las postrímerias de la II Guerra Mundial. En estas aguas se hundieron más de una docena de barcos de guerra nipones, y este se puede observar con un simple equipo de snorkel básico: buenas gafas de buceo, aletas y un tubo. Impresiona bastante verlo, ahora cubierto de corales y con peces de diferentes colores habitando en su alrededor. Varios intentamos sumergirnos lo suficiente para nada cerca ,pero los nueve metros de profundidad a los que se encuentra se notan, y la presión en los oídos para los que nunca hemos buceado es insoportable. Sólo dos que tenían experiencia consiguieron sumergirse y nadar en el barco mismo.
La última parada de la excursión, y ya un poco cansados de tanto ejercicio, sol y barco, era los lagos gemelos o Twin Lagoon. Aquí el barco se acercó a la isla, a la roca, cerca de un pequeño agujero en la misma, donde tuvimos que bucear un poco entre las rocas para acceder al interior. Una secreta entrada de mar, enorme, rodeada por las altas paredes selváticas de la isla, fue lo que encontramos.
Tras un día tan activo conociendo paisajes paradisíacos, desembarcamos de nuevo en Corón, y tras ducharnos fuimos a comer al Bistro Coron, un pequeño local con especialidades de toda Europa y Asia, aunque muy centrado en la comida francesa. Recomendable también por sus platos de pescado. El preparado al ajo y hiebas está muy bien.
A la mañana siguiente navegamos 8 horas en dirección sur hacia la isla principal de Palawan. Sólo sale un barco cada dos dias, cuesta alrededor de 38 euros y dura demasiado. Pero es el único medio que comunica Corón con El Nido. Esta última se trata de una pequeña población que cada vez es más famosa por sus increíbles playas y sus paisajes de infarto. Además, en 2010 sus playas fueron calificadas como las segundas mejores del mundo, según el diario británico The Guardian. Podéis leer más de mis viajes a El Nido aquí.
A mitad paramos unas horas en el famoso río subterráneo de Savang, patrimonio de la humanidad-UNESCO, y según los locales, una de las 8 maravillas naturales del mundo moderno. Se accede a ellas a través de una bangka que nos llevó hasta la reserva natural: una selva con lagartos filipinos gigantes y monos sueltos. Y luego hay que esperar un rato hasta que toque el turno de tu grupo para entrar en una pequeña barcaza con un guía que va explicando a qué se parecen las rocas que van apareciendo durante el trayecto.
El río atraviesa unas grutas enormes, sobretodo la parte conocida como "la catedral" con techos de unas alturas increíbles y formaciones naturales que nos recordarán a la sagrada família o al rostro de Jesucristo. También hay berenjenas, bananas, champiñones, y muchas otras rocas a las que muchas veces, y por mucho que se empeñe el simpático guía, es imposibles verles el parecido.
Impresionantes son también los cientos de murciélagos dormitando en el techo a los que veremos solo cuando apunten el foco de nuestra barca hacia arriba. Y los miles de pájaros que entran y salen del río. Las decenas de goteras nos mojarán de vez en cuando y tal vez la mejor anécdota es cuando aparezca la roca más famosa del recorrido: Sharon "Stone", una figura natural muy similar a la espalda, culo y piernas de una mujer.
Los filipinos están particularmente orgullosos de esta atracción natural, tal y como lo prueban los cientos de turistas nacionales que abarrotan la cola de las barcas. Sin embargo, hace unos años, un río subterráneo descubierto en México le quitó el honor a Savang de ser el más largo del mundo.
Llegamos a Puerto anocheciendo. Buscamos un hotel barato y encontramos uno con un cuarto donde cabíamos los siete (cuatro chicas y tres chicos). Aquel cuarto parecía un campamento. Salimos a dar una vuelta por la ciudad y de paso comer algo. Y sinceramente, a parte de paseo marítimo, que tampoco era gran cosa, Puerto Princesa es una capital provincial más, sin mucho que ver. Tal vez nos faltaron los museos, pero no teníamos mucho tiempo. El sábado por la mañana cogíamos el vuelo de vuelta a Manila
Por tanto, me queda por ver el sur de Palawan, mucho más rural y sin carreteras, y explorar mejor Puerto Princesa. Y también bucear. Pero eso será ya dentro de muchos años. Prometo contaroslo.