Una escapada barata y fácil desde Bélgica es visitar la parte oeste del länder de Renania del Norte - Westfalia, especialmente las ciudades de Aquisgrán (Aachen en alemán) y Colonia. Ambas cuentan con unas impresionantes catedrales que son
Patrimonio de la Humanidad UNESCO.
Rumbo a Aachen
Aproveché para visitar a dos amigos en Aachen y tomé el tren en Brujas con dirección a Veviers, descendiendo en una de las últimas paradas: el pequeño pueblo de Welkenraedt, donde hay siempre un tren esperando para hacer el corto trayecto que nos deja en Aachen. Nada más llegar, fuimos directamente a cenar algo típicamente alemán: una especie de pizza alemana de masa fina hojaldrada con bechamel, bacon y queso además de un delicioso pastel de cebolla. Siguiendo la tradición otoñal de la zona, pedimos federweisser para beber, un vino espumoso refrescante y en constante fermentación. Tras la cena, dimos un paseo nocturno por el centro de Aachen y los alrededores de su bella catedral, que ya había tenido la oportunidad de visitar unos años antes.
¿Por qué Brühl?
Al día siguiente madrugamos para tomar el tren a Colonia y allí hacer el intercambio hacia nuestro destino final: Brühl. En esta pequeña ciudad se encuentra un Patrimonio de la Humanidad UNESCO: el conjunto del palacio (castillo) de Augustusburg y sus jardines junto con el magnífico pabellón Falkenlust, construídos por Clemens August de Baviera, Príncipe Elector de Colonia.
La estación de tren nos deja literalmente frente al castillo, por lo que no hay pérdida posible. La entrada combinada incluye una visita guiada al palacio, pero siempre en alemán, por lo que si no entendéis la lengua de Goethe, lo mejor es tomar prestada una audioguía
El palacio fue construído sobre los restos de una antigua fortaleza medieval. Muchos elementos fueron usados, como las gruesas paredes del antiguo castillo, que se pueden apreciar en algunas de las estancias. Por suerte, los bombardeos de la II Guerra Mundial apenas le afectaron. Es tan bello que el mismo Napoleón dijo que si tuviera ruedas, se lo hubiera llevado a Francia.
El rococó alemán primitivo
Empezamos la visita por algunos de los salones invernales del bello palacio, donde destacan las bellas estufas de porcelana china. Los salones de audiencias, donde las personalidades esperaban hasta ser recibidas por el Príncipe, están bellamente decorados con frescos, muebles de gran calidad y cuadros excelentes.
Una de las mejores partes del palacio es la gran escalinata de la entrada, donde se recibía a cubierto a los invitados ilustres que llegaban en sus carruajes. La profusión de decoración chinesca se debe al gusto de la época por la estética oriental que se extendió por toda Europa. De hecho, son muy similares a las que encontramos en el rococó Palacio del Marqués de Dos Aguas, en Valencia. El exotismo de estas decoraciones denotaba también riqueza y sofisticación. De hecho, en la propia entrada hay una gran fuente de porcelana con un dragón chino. La gran escalinata impresiona por su profusión de detalles, y sobretodo, por la presencia de decoraciones paganas o civiles, teniendo en cuenta que el señor de la casa era cinco veces Arzobispo. La riqueza de pilares y paredes, sin embargo, es fingida, ya que están realizados en materiales baratos (que incluye la cáscara de huevo) para fingir mármol. Sólo hay mármol real en las baldosas de los escalones. También es cierto que se utilizó polvo de piedras preciosas para decorar estas paredes, por lo que tan baratas no fueron. Llaman mucho la atención las grandes figuras de parejas de hombre y mujer en cada pilar que sostiene el techo. Todas son diferentes y muestran diferentes estados de ánimo de modo muy realista. Levantando la cabeza, nos encontraremos un fresco que finge de manera perfecta la forma de una cúpula, a pesar de que el techo sobre el que está pintado es plano. Allí se observa a la Magnificiencia ordenando a la Abundancia repartir fondos para que las diferentes artes puedan crear. La gran lámpara de hierro forjado que cuelga en la mitad es una joya rococó en sí misma. La última vez que se encendieron sus velas fue cuando el Presidente de la extinta República Federal Alemana recibía a otros jefes de Estado en este palacio. En los lados están los grandes salones de la guardia (con frescos alegóricos recordando las grandezas de Baviera y la familia del Príncipe Clemens) así como el gran comedor, donde se realizaban grandes banquetes públicos, de más de treinta platos (hay un pequeño balcón donde se situaban los invitados a observar a los aristócratas comiendo).
La visita sigue por la bella sala de audiencias del Príncipe, decorada con cuadros y frescos de halcones y garzas, mostrando la importancia de la cetrería como afición distinguida. La habitación curiosamente es uno de los pocos lugares de palacio donde encontramos cuadros de temática religiosa, ya que antes de dormir y al levantarse, el Príncipe-Arzobispo necesitaba acordarse de las normas religiosas y de la humildad requerida. La habitación de al lado, gabinete de trabajo del Príncipe, tiene el techo decorado con dibujos graciosos de monos practicando la caza, tocando instrumentos o pintando. El objetivo era crear un ambiente desenfadado que permitiera a los consejeros tener conversaciones relajadas con su Príncipe.
Una de las salas más impresionantes es el elegante comedor privado, con dos bellas fuentes en las que se mantenían frescas las bebidas a la vez que el ambiente era más agradable gracias al sonido del agua fluyendo. El salón de los tapices, realizado con grandes bordados realizados en Bruselas, me recordó a algunos de los salones del Palacio Real de Madrid.
La visita continua por las estancias dedicadas al verano, mucho más frescas. Las bellas vistas del jardín muestran la alargadísima fuente y los tapices vegetales realizados con parterres. Especialmente original es el comedor veraniego, con las paredes alicatadas de cerámica holandesa, que dan gran sensación de frescura. La gigantesca lámpara central hecha de cristal de Murano imita las formas del hielo, dando una sensación visual de frío.
Grandes jardines y un palacete de caza
Tras salas de belleza y exhuberancia rococó, nos dimos un largo paseo al aire libre por los enormes jardines del palacio, primero los ordenados jardines franceses y luego por el enorme bosque jardín de tipo inglés. Finalmente llegamos al bellísimo pabellón Falkenlust, un auténtico palacete en mitad de un bosque, bastante alejado del palacio principal. Aquí es donde el Príncipe-Arzobispo se refugiaba para una vida más terrenal, organizando fiestas privadas, jugando a las cartas o practicando su pasatiempo favorito: la cetrería. Su alcoba privada aquí no deja lugar a dudas: las imagenes religiosas del palacio principal desaparecen para dejar lugar a otras más mundanas, como la de Venus y el dios Cupido (Amor) jugando de forma algo indiscreta. El palacete dispone de elegantes salas adaptadas a la cotidianeidad y alejadas de la pompa principesca, como el salón de los espejos, con un gran retrato del Príncipe en bata-pijama; el sencillo salón del té, decorado con motivos chinescos; el elegante salón de baile, con sus cortinajes o la sala de jugar a las cartas. Especialmente bonita es la escalinata, decorada con los rectángulos blancos y azules simbolizando la bandera de Baviera, realizados en cerámica.
Muy cerca, en uno de los claros, se encuentra la capilla de Nuestra Señora de Egipto de planta circular y decorada con rocallas marinas, que estaba cerrada. A través de las ventanas pudimos admirar su decoración interior. El uso de conchas y caracolas de verdad en su decoración la hacen más bella si cabe, especialmente rodeada de árboles amarillos, con sus hojas cayendo, ofreciendo el perfecto espectáculo otoñal.
Volviendo a Bélgica
Tras la visita paramos en Colonia para saludar a la catedral (que ya visité hace cinco años) y comer un surtido de wurst (longanizas), especialmente las típicas bratwurst fritas (blancas) y el mítico currywurst, que no comía desde mi visita a Berlín hará seis años. Los deliciosos panes alemanes también merecen una mención.
La buena conexión ferroviaria del oeste alemán con Bélgica y todas las bellezas para visitar convierten la región de Renania del Norte - Westfalia en perfecta para una escapada de fin de semana. Y desde luego, los palacios y jardines de Brühl bien mercen una visita. No dudéis en escaparos por allí un fin de semana de otoño o primavera.