Desde la frontera de Camboya, y tras dos autobuses, dos tuk-tuks y una moto a medianoche llegamos a nuestro primer destino en Tailandia: el Parque Nacional de Khao Yai, también Patrimonio de la Humanidad-UNESCO. Este fue el primer parque nacional protegido por el gobierno tailandés y es, además, el bosque monzónico más grande de Asia continental.
Se nota mucho el paso de un país a otro. Mientras que en Camboya casi todo estaba en inglés y los precios se marcaban en dólares, Tailandia tienen absolutamente todo escrito en thai (con su curioso alfabeto) y todo debe pagarse en baths. Es un país en el que abundan los
Seven Eleven también. Una de las primeras cosas curiosas que probé en estas tiendas fue una hamburguesa de menta en mitad de dos círculos de arroz pegado con Fanta de arándanos para beber.
El caso es que nuestro alojamiento estaba a las puertas del parque. Un hostel buenísimo, por cierto:
Green Leaf Guesthouse. Por un precio más que barato tuvimos una habitación para nosotros bastante confortable y con baño privado cuyo único "pero" es que las duchas no tienen calentador de agua. Pero cómo durante el día hace calor, no hay problema. Tal vez ducharse durante las frescas noches sea algo más complicado.
El caso es que, al día siguiente, tras un delicioso desayuno tailandés (sopa blanca de arroz con pollo y plato de frutas frescas) puse rumbo con un grupo de alemanes y estadounidenses al parque nacional más antiguo de Tailandia, con la excursión que el propio hostel organiza a buen precio y que dura todo el día.
Con al esperaza de ver elefantes, nos adentramos caminando por la jungla donde el guía thai nos mostró las guaridas de los escorpiones, mareando a uno de ellos para que pudiéramos verlo. Impresionaba por su color azul zafiro. Seguimos a través de los árboles hasta toparnos con una serpiente enroscada a una rama, color verde fosforito, que se camuflaba perfectamente entre las hojas.
En uno de los cententarios árboles se podía hasta escalar, ya que era tan alto y grande que el interior del tronco era lo suficientemente amplio para que por dentro subieran hasta dos personas a la vez. Tras varias horas de ruta, parámos a comer unas verduras con tofu y arroz, algo picantes como toda la comida tailandesa.
Habían numerosos monos, unos más pequeños y atrevidos que se acercaban a pedir comida y los más impresionantes, los gibones, arborícolas, con larguísimos brazos y piernas cuyos saltos nos impresionaron notablemente.
Después, enfilamos hacia unas cataratas. La primera que vimos fue en la que se rodaron varias escenas de la famosa película "La Isla", con Leonardo Di Caprio. Tras una siesta en el bello paraje fuimos hacia la catarata de los elefantes, una altísima caída de agua por donde los elefantes suele cruzar, beber y refrescarse a la que se llega tras recorrer unas empinadísimas escaleras. Lamentablemente no vimos ningún elefante salvaje. Una pena. Aunque sólo por el paisaje valió la pena.
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Tras otra noche fresquita al día siguiente tomamos el tren en dirección a la antigua capital de Siam: Ayutthaya. Construía en la confluencia de los ríos
Mae Nam Lopburi,
Chao Phraya y
Pa Sak, la ciudad se contruyó en la isla resultante de esta confluencia. Los ríos crearon una barrera natural ante las invasiones y además permitieron a la ciudad generar un comercio fluvial que llevó a su crecimiento incensante entre 1350 y 1767. Creció tanto que se convirtió en la capital del imperio tailandés. Pero en 1767 los birmanos saquearon la ciudad y esta perdió casi toda su riqueza y esplendor. De hecho, los tailandeses reubicaron su capital en Bangkok.
El caso es que tras llegar a la estación de tren nos dirigimos hacia el río para cruzarlo en un curioso bote y llegar a la antigua capital. Tras instalarnos en el hostel, nos dirigimos a almorzar en un restaurante a la orilla del río con vistas a un colorido templo budista. Se trataba del Baan Khun Phra. A pesar de la belleza del lugar y del delicioso zumo natural de citronela, lo cierto es que la comida era de mediocre calidad. No lo recomiendo.
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Tras comer, empezamos la visita con un tour en barca por los ríos y canales con el fin de visitar los templos que salpican las orillas de Ayutthaya. Empezamos la primera parada en el Wat Phanan Choeng, un complejo monástico budista cuyo elemento central es un gigantesco templo al que acuden miles de peregrinos desde Bangkok. Dedicado a los marineros chinos, un gigantesco Buda sentado de 19 metros inunda la estancia. Es tan grande que en su mano caben una docena de personas sentadas. Me impresionó bastante, de hecho es el Buda que más me impresionó de todo el viaje.
De ahí continuamos por el río viendo la mezquita y la catedral de San Juan hasta llegar a otras ruinas, las de
Wat Yai Chai Mongkon, con un "chedi" gigante (torre budista con forma de campana) y un Buda reclinado de 7 metros, cubierto con las típicas sedas naranjas de monje, al estilo de Ayutthaya. También tenía un claustro con cientos de Budas sentados, también vestidos, y varias torres centrales con Budas de piedra en su interior, en las que habitan decenas de murciélagos.
Con el atardecer, la última parada del bote fue en el Wat Chai Wattanaram, el templo más fotogénico de todos, con su "praang" (torre religiosa de estilo Khmer) central dominando la escena. Este templo se hizo por uno de los reyes de Ayutthaya tras la conquista de diversos territorios Khemer por parte de Siam, siguiendo el estilo del pueblo vecino.
Sus ladrillos rojos deslumbran con la roja luz del atardecer y su equilibrio arquitectónico así como su estudiada posición a la orilla del río lo convierten en la estructura más impresionante de toda la ciudad.
Mientras anochecía, el bote continuó el recorrido, mostrándonos casas particulares así como el bello Palacio Real. Finalmente, se metió por uno de los canales que atraviesan la isla central y pudimos apreciar el día a día de los habitantes de la ciudad: niños refrescándose en el canal, un señor duchándose, varios pescando o algunos disfrutando de una cerveza en las terrazas que hay a ambas orillas del canal. Finalmente volvimos al embarcadero original y justo estaba empezando el mercadillo nocturno de
Hua Raw.
Allí se podía probar numerosos platos locales, como ranas asadas y diversas sopas más o menos picantes. La población musulmana de la ciudad también ofrecía varios puestos con comida halal. Aunque lo mejor eran los puestos de frutas, con sandías, zumos de naranja natural o fresas deliciosas. Probé unas brochetas de pollo satay con buena pinta y de postre compré una caja de Khanom Krok recién hechos, unos pastelitos al grill como con masa de tortita y rellenos de leche de coco y cebollino. Deliciosos. Tras una vuelta por las calles de Ayutthaya de noche y de ver algún templo moderno por fuera, nos fuimos a dormir.
Para desayunar, a la mañana siguiente fuimos al mercado matinal y allí probé unos buñuelos tailandeses muy ricos que ellos mojan en leche condensada. De ahí nos fuimos a ver los templos en el interior de la isla, especialmente el
Wat Phra Si Sanphet, que nos decepcionaron por ser muy parecidos a los del exterior, pero en peor estado. Fue una lástima que fuera un jueves, ya que los fines de semana los monjes ofrecían en inglés una introducción a la metación. Los parques centrales de Ayutthaya tampoco nos gustaron mucho, de hecho estaban algo sucios y desangelados. Por eso, en poco tiempo pusimos rumbo a la estación de tren para tomar el siguiente a Bangkok.
Tras varias horas en el lento tren, viendo paisajes con Budas gigantes en montañas incluídos, llegamos a la gigantesca capital tailandesa, algo más ordenada, limpia y verde de lo que nos esperámos. Pero eso ya, es una historia para otro post.