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diumenge, 20 de desembre del 2020

Río de Janeiro

A cidade maravilhosa

París es la ciudad de la luz, Roma la ciudad eterna y Nueva York la ciudad que nunca duerme. También existe la ciudad de los canales de Venecia o la ciudad prohibida en Beijing. Pero solo hay una ciudad maravillosa: Río. No es casualidad que sea mi segunda ciudad favorita. Si en París surgió la "joie de vivre", es en Río donde esta se ha perfeccionado, con una explosión de colores, sabores, paisajes, sonidos, naturaleza, gentes, arquitectura... Sus enormes montañas junto al gigantesco océano, así como las mayores playas urbanas del mundo al lado de selvas tropicales en medio de una ciudad con rascacielos. Muchos de sus barrios cuentan con largas calles flanqueadas de gigantescos árboles. Y sus Carnavales son la fiesta más exuberante que jamás vi. 

De hecho, mi primera vez en Río fue en febrero de 2010, justo cuando empezaban los días de carnaval. La ciudad se inundaba de gente de todo el mundo y fiestas callejeras se celebraban todo el día en todos los barrios de la ciudad. Una de las noches conseguimos entradas de última hora para entrar a las gradas del Sambódromo y ver el alucinante espectáculo que son las escuelas de samba desfilando delante del jurado y el resto del público compitiendo en canción, letra, bailes y atrezzo para ganar. Finalmente, cuando toda la locura pasó, tuve tiempo de hacer algo de turismo y visitar el centro de la ciudad, subir al Pan de Azúcar y conmoverme con la inolvidable puesta de sol en Ipanema desde las rocas de Arpoador. Tras esos diez días en la segunda mejor ciudad del mundo visité también Búzios y Paraty antes de irme a Florianópolis, donde viviría seis meses.

Mi segunda vez en Río fue un viaje becado por la Alianza de las Civilizaciones de las Naciones Unidas, que me seleccionó como representante de España en el encuentro de jóvenes. Así que volví a la Ciudad Maravillosa desde Florianópolis. Esa vez me alojaron en un alegre hostel del decadente pero bello barrio de Catete y descubrí nuevos barrios de Río donde tuve actividades, encuentros y reuniones. Recuerdo el paseo que organizamos para el resto de delegaciones en Saara, un alegre barrio lleno de tiendas económica de ropa y textiles donde conviven comerciantes cristianos, judíos y musulmanes libaneses, sirios y palestinos en su mayoría. Sus modestos pero deliciosos restaurantes sirven comida de la región de gran calidad. Yo disfruté mucho el "Cedro do Líbano", local casi centenario con quibes, kaftas, hummus y cordero cocinado a la perfección. También visité el Museu de Arte Moderna, precioso ejemplo de brutalismo postmoderno rodeado de un bello e impresionante jardín del paisajista Burle Marx. En ese edificio tuvimos muchas de las reuniones, además de uno de los divertidos cócteles nocturnos. Allí fue cuando conocí al ex ministro Moratinos o al ex presidente portugués Sampaio. Finalmente, al estar alojado en Catete, pude pasear por el elegante parque do Catete, con su estanque y cisnes, antiguo jardín del Museu da República, el palacio donde vivieron los presidentes de la República do Brasil desde 1896 a 1954 cuando el último presidente que vivió en él, Getúlio Vargas, se suicidó en su dormitorio. Ni pude visitar el precioso edificio hace diez años (estaba de reformas) ni lo pude visitar este 2020: estaba cerrado a visitas debido a la pandemia. Así que me tuve que conformar en ambas ocasiones en admirar sus elegantes fachadas y los cóndores de bronce de sus aleros.


Río diez años después

Esta tercera vez ha sido cuando he podido ver la ciudad en época normal, incluso algo más tranquila de lo habitual debido a la pandemia. Aún así, Río bullía en gente y tráfico. En esta entrada os propongo un recorrido por esta fascinante ciudad siguiendo el curso de su historia.

Lo mejor es empezar por la bellísima bahía de Guanabara, que el portugués De Lemos confundió con un río (de ahí el nombre de la ciudad) y donde se encontró a principios del siglo XVI con el pueblo tamoio. Tras luchas entre portugueses, tamoios y franceses, los lusos consiguieron imponerse y construyeron una fortaleza. El Pan de Azúcar, enorme peñasco de granito, es sin duda el gran símbolo de la ciudad, al que vale la pena subir para admirar las vistas tanto desde su cima como desde el teleférico que te sube hasta arriba. En sus alrededores, vale la pena pasearse por Praia Vermelha (playa roja, por su arena, diferente al resto de playas de arena blanca de la ciudad) así como por la tranquila Urca, barrio residencial de clase media-alta, cuyo bello y discreto espigón, que bordea el Pan de Azúcar, veremos a las familias y amigos disfrutar de las vistas de la bahía, tomar algo o incluso hacerse una barbacoa. Recomiendo el popular restaurante "Garota da Urca", por sus vistas y su delicioso arroz con sepia, brócoli y huevo, acompañado de un zumo de piña y hierbabuena fresca.


La pequeña colonia iba creciendo alrededor de la costa. Con la invasión de Napoleón de Portugal, la familia real, incluyendo al regente Don Juan VI y su corte de más de 15.000 personas trasladaron la capital del país a Río, cambiando la suerte de esta ciudad para siempre. Pocos años después, en 1811, se inauguraba el muelle del Valongo (Cais do Valongo), complejo por el que entraron más de 500.000 africanos vendidos como mano de obra esclava. Vale la pena visitar las ruinas, ahora declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO, para entender los orígenes del crecimiento de la ciudad y el país, basados en el sufrimiento y cosificación de miles y miles de personas. En los alrededores también se encuentra la "Pedra da Sal", una enorme roca de granito con escalones tallados donde la gente se sienta para ver los círculos informales de samba que se forman algunas noches y donde también se vende comida callejera.

Con una corte europea gobernando desde la colonia, Río se convirtió en una gran ciudad. Vale la pena acercarse al centro de la ciudad, de calles empedradas, y visitar el Real Gabinete Portugués de Lectura, estilo neogótico construido para albergar los más de 350,000 libros que se trajo la corte portuguesa y servir como elegante biblioteca para su consulta. El centro está plagado también de bellas iglesias barrocas que nos transportarán a Portugal, como la impresionante de Nossa Senhora da Candelária, cuya cúpula se construyó con piedra caliza traída de Lisboa o cuyos frescos representan la historia del capitán de barco que se salvó de un naufragio y financió esta iglesia en agradecimiento a la Virgen. También podéis visitar el Espacio Cultural de la Marina para admirar algunos de los buques en los que escapó la familia real portuguesa de la invasión napoleónica. Un poco más al sur, al norte de Leblon, se encuentra el bellísimo Jardín Botánico, construido por Juan VI con más de 5.000 tipos de plantas y árboles. El jardín botánico más bonitos que he visitado: visita obligada.

Aunque la mayoría de atracciones de la ciudad se sitúan en lo que se conoce como "Zona Sur", también vale la pena acercarse a la norte para visitar, por ejemplo, la Quinta da Boa Vista, residencia de la familia imperial y ahora un bello y gigantesco parque donde hacer picnic o echarse una siesta. Por desgracia, el Museo Nacional (antigua mansión imperial) se quemó hace unos años. Para comer, no os perdáis en curioso CADEG (Mercado Municipal de Río de Janeiro). No es estéticamente bonito, pero entre puesto y puesto de comida se han ido instalando restaurantes de gran nivel gastronómico, ya que disponen de los mejores productos frescos para abastecerse. Podréis curiosear entre las estupendas fruterías y probar alguna pieza curiosa como los mangos "carlotinhas", especialmente dulces y jugosos, que solo se pueden comprar de noviembre a febrero. Respecto a donde comer, yo probé el "Costelao", local famoso por su carne a la brasa. Sirven cantidades enormes, los platos son suficientes para dos personas. A quién le gusten las costillas disfrutará como un enano. Las sirven ya ya deshuesadas y se pueden elegir tres acompañamientos. El que más me gustó fue la original farofa de huevo, que aún no había probado.


De capital colonial a capital imperial

Esa transformación del Brasil colonial en un Imperio, tras la proclamación de independencia de Pedro II, también puede verse en Río, sobretodo en barrios como Santa Teresa. En esta colina, donde originalmente sólo había un convento carmelita, empezaron a construirse caserones y mansiones de la élite del nuevo imperio, aprovechando la agradable brisa y las bellas vistas a la ciudad. En sus calles empedradas también se instaló un tranvía (el "bondinho") para conectar el alto barrio con el centro, situado en la costa. Ahora solo circula una línea, que sale a los pies del rascacielos de la Petrobras y, cruzando los blancos arcos de Lapa, se empina hacia la cima de Santa Teresa parando en las diferentes plazuelas del barrio. Lo mejor es parar en el Largo de Guimaraes, donde ver comercios decimonónicos y curiosear en las tiendas de los artistas bohemios que ahora abarrotan el barrio, que tras su decadencia en el siglo XX ha visto muchas como muchas de sus bellas mansiones son restauradas por actores, artistas famosos o incluso cadenas hoteleras. Santa Teresa ya no es el barrio de clase alta que fue, pero aún se puede saborear su brillo perdido. Un ejemplo de las nuevas iniciativas artísticas es la original "escadaria Selarón", unas empinadas escaleras cuyos peldaños cubrió un artista chileno con coloridos mosaicos, dedicando cada escalón a un tema o región de Brasil.

En Santa Teresa también recomiendo encarecidamente subir a la cima y comer en el restaurante Aprazível. Sus excelentes vistas, el precioso lugar, el impecable servicio y las temperaturas frescas y brisa que da estar en la cima de Santa Teresa se pagan. Si vuestro presupuesto no es tan generoso, os recomiendo que vayáis a disfrutar del ambiente para desayunar o tomar café o algún postre. O cócteles y un aperitivo. Yo fui a comer y la verdad que me gustó tanto el entrante (panes de queso rellenos de longaniza minera), como plato "moquequinho do Río" (un guisote de pescado típico de Salvador adaptado al gusto carioca). También probé su arroz de langostino con azafrán. De cóctel pedí una caipirinha con maracuyá y carambola (fruta estrella). Una pena que no me dio tiempo a degustar alguno de sus postres.

Ese rastro de la sociedad imperial de Pedro II también se puede ver en el centro, en locales como la Confeitaria Colombo. Una de las cafeterías más antiguas del mundo operando, deslumbra sus altísimos techos, sus vidrieras de colores, sus gigantescos espejos y el mármol que lo decora todo. Aunque tuve que hacer 15 minutos de cola, luego al sentarse el servicio es rápido y eficiente. Pedí unas gambas al catupiry, una receta con una salsa de requesón fundido brasileño. Las acompañé de arroz y de “patatas paja”, muy ligeras. En la Colombio no puedes perderte el postre, así que pedí tartaleta de maracuyá, súper dulce. Tal vez demasiado. El entorno es muy elegante y cómodo, casi tal y como estaba en su fundación, cuando servía de salón público para que las élites políticas, económicas e intelectuales del nuevo imperio tuvieran sus tertulias alrededor de buenos cafés y dulces. 

Los esfuerzos de la ilustrada familia imperial por mejorar el país, encabezados por la necesaria abolición de la esclavitud, culminaron primero con la Lei do Ventre Livre de 1871, que liberaba de la esclavitud a todo hijo o hija de esclavos, y al que le siguió la Lei Áurea de 1888, promulgada por la princesa imperial Isabel I, que abolía cualquier forma de esclavitud del Imperio. A los grandes terratenientes cafetaleros no les hizo ninguna gracia, así que financiaron un golpe de Estado un año después, por el que los principales mariscales del ejército imperial proclamaron la República en 1889. Si hay un lugar donde sentirse en ese Río que fue capital de la República de Brasil, lo mejor es pasear por Catete y Glória. La construcción del Palacio de Catete, nueva sede del poder ejecutivo, donde se instaló la presidencia de la república y la residencia oficial del presidente, impulsó estos dos barrios como nuevos lugares de moda para vivir. Los elegantes bulevares y parques de aquella época, así como los edificios con clase, se encuentran actualmente en decadencia, que se observa no solo en las descuidadas fachadas o insulsos comercios, sino también en que muchas de las bellas farolas republicanas están ahora con los cristales rotos o incluso torcidas. La decisión del presidente Kubitschek de cumplir con el artículo de la Constitución republicana de 1891 que llamaba a la construcción de una nueva capital, hizo que Río entero cayera en decadencia a partir de 1960. Donde más se notó fue en Catete y Glória, que vieron como centenares de funcionarios vaciaban edificios que ya no serían ministerios, diplomáticos se mudaban de sus mansiones tropicales a las futuristas embajadas de Brasilia y los tres grandes poderes de la República abandonaban sus palacios cariocas para instalarse en la nueva capital diseñada por Nyemeyer a cientos de kilómetros. Aún así, es interesante pasearse por plazas como el Largo de Machado o calles como Rua Marquês de Abrantes y curiosear las mansiones que albergaban las antiguas embajadas o los palacios ahora muy degradados. Aún quedan reminiscencias de ese pasado cosmopolita de esos barrios, como la elegante churrascaria Majórica, fundada por inmigrantes originarios de Mallorca o la Casa da Suíça, antigua embajada y ahora reputado restaurante de comida helvética. Más allá de la decadencia, es cierto que nuevos emprendedores están recuperando casonas del barrio como el ejemplo de Villa 25, un moderno hostel y restaurante situado en una antigua casa de estilo republicano ahora renovada, donde ofrece muy buen ambiente y buena comida. Allí pedimos croquetas de gambas y mandioca de entrante, arroz de rabo de vaca, y, como principal, mariscada con un arroz cremoso. Todo muy bien hecho y en un ambiente estupendo al fresco.


El Río playero y jet-settero
 

Finalmente, hay que pasearse por el Río playero, el que todos conocemos por las películas. El Río que atrajo y atrae a la jet set mundial como destino urbano de playa número uno. Hay que empezar por Flamengo, el primer gran distrito vacacional, con sus paseos flanqueados de árboles, grandes restaurantes pasados de moda, bares históricos y sus parques y paseo marítimo con elegantes balaustradas de mármol que dan a una bonita playa ahora demasiado contaminada como para bañarse en sus aguas. Tras la apertura del túnel a Copacabana en 1904, Flamengo perdió su brillo y "Copa" pasó a ser el patio de recreo de los más ricos.

Copacabana es, tal vez, la playa más bonita de Río, y la que todos conocemos por las postales. Su forma de media luna y su paseo marítimo con calzada portuguesa siguen siendo un símbolo de Río. La apertura del túnel que atraviesa el Pan de Azúcar, pero sobretodo la construcción del neoclásico Copacabana Palace en 1923, convirtió a este barrio en el retiro tropical de ricos y famosos. Fue la joya de Río durante cincuenta años, y eso se puede ver en la maravillosa colección de rascacielos art-déco y sus arbolados bulevares. Sin embargo, a partir de los años 60 cayó en decadencia con la construcción del nuevo paseo marítimo en la sureña playa de Ipanema. Ahora las playas de Copacabana son frecuentadas por los pescadores alrededor del fuerte, travestis (sobretodo en el puesto 2), los habitantes de las favelas de las montañas cercanas, algunos turistas despistados y sobretodo jubilados nostálgicos de la época de gloria de este barrio, que se concentran en los puestos 5 y 6. También hay muchos jugadores de fútbol y voley. 

Pese a ese ambiente decadente, las vistas siguen siendo preciosas, y en los bares (botecos) de Copacabana se siguen encontrando joyas culinarias a precios mucho más bajos que en la sureña Ipanema. Un buen ejemplo es Braseiro. Manteniendo su estética cincuentera, sigue especializados en galetos (gallos jóvenes) cuya carne es más tierna de lo habitual. Los tienen asándose en directo y los sirven con abundante arroz con brócoli, patatas fritas caseras y deliciosa ensalada con vinagreta casera. El servicio, uniformado, es el mejor que he visto en Río (pese a ser este un boteco). Uno se puede sentar en la cómoda barra o comer en alguna de sus mesas de la calle. Una ración da para dos de sobra. Excelente, sin más. 

Otra joya es el Bar do David: aunque a primera vista el lugar no parezca especial, su comida sí lo es. Tanto, que sus tapas han ido ganando premios a las mejores de Río año a año. Lo que empezó como con un bar en la favela de al lado, bajó a Copacabana hace un año para abrir este segundo bar. Normalmente David, el dueño, suele estar en el bar, y es súper amable. Os hará recomendaciones según vuestros gustos. Nosotros pedimos la “Dubai carioca” (una croquetas de sardinas con salsa de alcaparras), la “estrela de David” (costillas de cerdo con jalea de piña, sabrosísimas) y “saudosa Maioca” (unas tiernas bolitas de harina de maíz rellenas de queso fundido y carne seca espectaculares). A la próxima volveré y probaré más tapas.

Finalmente, al lado del Bar do David, destaca el histórico Cervantes, local de bocadillos que abre las 24 horas, muy popular entre los noctámbulos. Su bocata más sabroso es "sandes especial", que lleva carne tipo filé mignon, piña en almíbar y foie. Una combinación ganadora. También me gustó mucho el de “tender” con queso fundido y piña. El tender es carne de cerdo cocida y especiada deliciosa, que los brasileños suelen comer por Navidad.

En 1931 hay un gran hito para la ciudad que no podemos dejar de visitar: el Cristo Redentor. Otro de los grandes símbolos de la ciudad, la estatua art-déco más grande del mundo, simbolizando a Jesucristo abrazando a la ciudad, y formando una cruz con su propio cuerpo. Se ve desde casi todos los barrios de Río. Desde arriba, sus terrazas ofrecen una panorámica inolvidable de la ciudad. Se puede subir en el tren cremallera que sale desde la rua Laranjeiras o tomando un taxi hasta la cima. Pero las mejores vistas son desde el tren. Por fin, esta tercera visita a Río pude visitarlo. Una pasada.

Más allá de el auge de Copacabana, el centro de Río también experimentó un gran crecimiento, que aún hoy se puede ver en las avenidas Getúlio Vargas o Río Branco, donde decenas de rascacielos se alzaron a partir de los años 60, así como otras estructuras brutalistas como la catedral metropolitana de San Sebastián. Vale la pena visitarla: por fuera, su estructura de hormigón armado se inspira en las antiguas pirámides de las culturas de la América Central. A mí me recuerda a una nave espacial. Por dentro es aún más impresionante: los cuatro grandes vitrales que proyectan la cruz griega del techo hasta el suelo representan los cuatro atributos de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Su campanario brutalista anexo es feo pero muy interesante desde el punto de vista arquitectónico. El cercano rascacielos que hace las veces de sede de la compañía Petrobás es asimismo impresionante.

Río se expande al sur

La construcción del paseo marítimo en Ipanema atrajo a constructores que alzaron nuevas torres de apartamentos con jardines y piscinas comunitarias, así como nuevos hoteles. La canción de Antonio Carlos Jobim y Vinícius de Moraes "A garota de Ipanema" no hizo más que exacerbar la publicidad del nuevo barrio de moda de Río de Janeiro. A partir de ahí se convirtió en el barrio más deseado de la ciudad, atrayendo a artistas, intelectuales y ricos liberales que abarrotaron sus terrazas y playas. Aún hoy sigue siendo el barrio de la "gauche caviar" brasileña, sean jóvenes profesionales o viejos izquierdistas. 

He tenido la suerte de disfrutar varias veces de la impresionante playa de Ipanema, de arena más blanca y agua más limpia que la de Copacabana. Siempre que he ido habían miles de personas bronceándose mientras socializan de pie o sentadas en sillas de alquiler, toman cócteles que se venden en los puestos de la playa y, de vez en cuando, se dan un chapuzón en el Atlántico o se refrescan en las duchas públicas. Creo que no hay otro lugar en el mundo con cuerpos tan perfectos como Ipanema.

Otro día, además, un amigo nos invitó a su ático con piscina desde el que se veían unas impresionantes vistas de la enorme playa. Otra perspectiva de esta playa única en el mundo. Su atardecer, además, es de los más impresionantes del planeta, especialmente si lo vemos desde las rocas del Arpoador. Luego no podéis perderos su escena gastronómica y de animados bares, empezando por el "Garota de Ipanema" donde los dos músicos compusieron su canción inspirados en las bellezas que iban y venían de la playa. Y para comer, como siempre me ha pillado siendo sábado en Ipanema, he optado todas esas veces por una feiojada en alguno de sus restaurantes, siguiendo la tradición carioca de comer ese plato ese día de la semana. Es un pesado guiso de frijoles negros con carne de cerdo en salazón acompañado de arroz, farofa (harina de yuca crujiente), col hervida y naranja fresca.

Más al sur se encuentra el tranquilo barrio de Leblon, con una playa igual de bonita que Ipanema pero mucho menos concurrida. Pero lo mejor de este barrio son los excelentes restaurantes, bares y teatros que se concentran en calles como la rua Dias Ferreira o Conde de Bernardotte, donde la gente más guapa (y pija) de la ciudad gusta de salir. Un ejemplo es la Academia da Cachaça, un estupendo local para disfrutar de la gastronomía brasileña en cuya carta encontramos una gran variedad de platos de varias regiones del país y, sobretodo, gran variedad de cachaças (la bebida nacional) que se pueden degustar solas, beber en forma de diferentes caipirinhas o con varios cócteles únicos. Nosotros pedimos bobó de camarão para cenar, un guiso de la región de Bahía, con gambas en una salsa consistente de leche de coco, yuca, aceite de palma, jengibre y varias especias verdes. Se sirve acompañado de arroz y una farofa bahiana frita en aceite de palma. Para beber, tanto el cóctel de tamarindo sin alcohol, como el cóctel alcohólico “Brasil ao cubo” están buenos. Este último lleva cachaça y tres cubos de uva, maracuyá y lima congelados respectivamente. Servicio amabilísimo y súper rápido

El Río actual

A partir de los años 80, Río vio como aparecían nuevos edificios contemporáneos que acabarían por darle su aspecto actual. Por un lado, Nyemeyer diseñó el nuevo Sambódromo en la zona norte, a modo de estadio alargado con su arco espectacular desde el que salen las diferentes escuelas. Años más tarde también construyó el maravilloso Museu do Arte Contemporánea de Nitéroi, una ciudad al otro lado de la bahía de Guanabara con forma cilíndrica y una cristalera desde la que disfrutar de unas maravillosas vistas de Río. Si vais en coche, aprovechad para visitar algunas playas de esta ciudad vecina, como Itacoatiara, un auténtico paraíso del surf.

Río ha seguido expandiéndose hacia el sur, con un nuevo barrio de estilo "Miami" llamado Barra da Tijuca, donde vive parte de la elite de la ciudad, pero más conservadora. Además, se han hecho urbanizaciones de chalets en playas paradisíacas como praia de Joatinga, que pude disfrutar en esta tercera visita. Los nuevos edificios de apartamentos alrededor de la tranquila Lagoa Rodrigo de Freitas son también espectaculares.

Finalmente, las Olimpiadas de 2016 permitieron a la ciudad acabar de expandir su rápido sistema de metro, implantar un tranvía y, sobretodo, inaugurar un nuevo museo diseñado por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava: el Museu do Amanha. Construido en un antiguo muelle, ha sido la pieza clave en toda una recuperación urbana de los degradados barrios portuarios del norte de la ciudad. El museo se basa en el uso de hormigón blanco característico de Calatrava, y de aspas que se mueven con el sol ya que tienen placas solares cada una de ellas. Asimismo, el alargado edificio está rodeado de láminas de agua que lo reflejan. Por dentro, cinco exposiciones nos explican primero el cosmos, luego el planeta tierra y pasan al antropoceno acabado en los "mañanas" donde poder entender diferentes escenarios en los que estaremos según como actuemos hoy. Me pareció muy interesante y bien explicado. Su tienda también tiene algunos objetos curiosos.


Río nunca acaba

Aún me queda mucho por disfrutar de esta ciudad maravillosa: el Año Nuevo carioca, por ejemplo, afamado mundialmente, así como visitar varios de sus museos que permanecían cerrados en mi tercera visita debido a la emergencia sanitaria. Volveré más pronto que tarde a mi segunda ciudad favorita, cuando esta pandemia haya pasado, para poder disfrutarla en su totalidad, como debe ser.

dijous, 24 de setembre del 2020

Zúrich

La capital ecónomica de Suiza

Zurich, capital económica de uno de los países con mayor renta per cápita del mundo, rebosa dinamismo. Su diversificada economía atrae a profesionales de todas las ramas y genera un entorno urbano agradable. Aunque es una ciudad muy adaptada a la época contemporánea y con una visión de futuro clara, Zurich también cuenta con una rica historia que se observa especialmente en el centro de la ciudad.


Un poco de historia

Es recomendable empezar la visita por el casco antiguo, dividido en dos partes por el río Limmart. La zona al este del río nos retrotraerá al Zúrich de hace siglos, con casas de arquitectura alpina, callejones estrechos y empinados y plazuelas con fuentes que rebosan de agua potable de los Alpes rodeadas de maceteros con exhuberante vegetación. Recomiendo recorrer la animada calle Niededorf, con sus tiendas y restaurantes, muchos considerados trampas para turistas, pero muchos otros reconocidos por los locales como de gran calidad. Precisamente en un de ellos comimos: el Enzian. Cuenta con precios aceptables, siempre dentro de los parámetros suizos, y además, las camareras fueron amabilísimas. Pedimos el tradicional Züri Gschnatzelets, el plato de la ciudad. Se trata de un guiso de ternera joven con champiñones al vino, acompañado de un rösti, que es una tortita de patata rallada con cebolla y un poco de queso frita, muy parecida al hash brown norteamericano. También pedimos un plato de percas pescadas en los ríos de Berna rebozadas en una masa crujiente con cerveza acompañadas de una ensalada aliñada con lima y jugo de frutos del bosque. La calidad de los ingredientes fue excelente.

Seguimos por la Niededorf hasta toparnos con la Grossmünster, la catedral de la ciudad ordenada construir por Carlomagno tras descubrir las tumbas de San Félix y Santa Régula, patrones de la ciudad. Impresiona la serenidad de sus dos esbeltos campanarios simétricos. Si entráis, su cripta, de 1107, se considera el lugar conservado más antiguo de la ciudad. 

Justo enfrente encontramos la Helmhaus pegada a la antigua Wasserkirche, o lo que queda de esta antigua iglesia pegada al río: su preciosa nave central. Esta iglesia se construyó sobre la piedra donde se martirizó y mató a los dos patrones de la ciudad. Tras la reforma protestante se convirtió en una biblioteca de la universidad de la ciudad y ahora es el auditorio de la Helmhaus, casa anexa que ahora es una prestigiosa galería de arte contemporáneo donde se exhiben novedosas performances e instalaciones de artistas de todo el mundo. 


Si continuamos descendiendo hacia el lago, pasaremos por Café Odeon, de estilo art nouveau y abierto en 1911, lugar de encuentro tradicional de las elites intelectuales europeas de aquel entonces. Por sus sillas y butacas pasaron desde Lenin a Mussolini, sin olvidar a Einstein, Zweig, Trotsky, Joyce... se dice que aquí nació el dadaísmo fruto de animadas discusiones de artistas de todo el continente. Pero no solo de arte se hablaba: eran frecuentes las animadas tertulias de filosofía, literatura, política, arte y ciencia. Durante la II Guerra Mundial se convirtió en uno de los centros de encuentro de las elites democráticas europeas continentales que huían del fascismo en expansión. Finalmente entró en decadencia a partir de los años 70 debido a la expansión del uso de las drogas en este vecindario, aunque en los últimos años ha vuelto a resurgir gracias al turismo. Vale la pena disfrutar de su decoración y tomarse una copa de champán. Precisamente fue el Odeón el que popularizó esta cara bebida, que era servida por botella y que en este café empezó a servir por copas, democratizandonla. 

Continuamos el paseo por la amplia Bellevueplatz, donde encontramos otro lugar interesante para probar la gastronomía local: el Sternen Grill en el podremos pedir la Servelat o tradicional salchicha local hecha a base de carne de vaca, cerdo y bacon a partes iguales embutidos en tripa de vaca. También son especialistas en la St. Galler bratwurst, esta salchicha a partes iguales de vaca y cerdo con leche (de ahí su color blanco) y embutida esta vez en tripa de cerdo. Todo se cocina a la parrilla. Regadlo de Appletiser, una bebida de manzana ligeramente carbonatada que se inventó en 1966 con tecnología suiza.

Finalmente, acabamos en la Ópera de estilo neoclásico y con una decoración muy austera (al menos el exterior). Si cruzamos por el puente Quaibrücke al oeste del Limmart nos encontramos con el otro lado del casco antiguo, en el que, pese a que aún quedan casas tradicionales y alguna callejuela, priman los edificios de estilo burgués del siglo XIX así como los grandes bulevares, encabezados por el señorial Bahnhofstrasse, o avenida de la estación de tren. Este bulevar se inauguró hace más de 150 años en la antigua fosa de la muralla de la ciudad, ahora derruida. Bahnhofstrasse conecta la estación central de ferrocarriles de Zurich con el lago, con la famosa Paradeplatz a mitad de recorrido, que es a la vez un nodo de conexión de líneas de bus y tranvías así como el corazón financiero de la ciudad. 

En esta vía arbolada, flanqueada por los edificios más señoriales de la ciudad, se mezclan turistas con ricos residentes locales, donde muchos observan los exhuberantes escaparates de las principales firmas de lujo y unos pocos entran para hacer alguna compra aprovechando que el franco suizo está barato. De hecho, la boutique de Louis Vuitton tenía una larga cola de personas esperando para entrar. Otra tienda interesante es la de Lindt, donde poder comprar las decenas de variedad especiales que ofrece esta popular chocolatera suiza. 

A este lado también se encuentran algunos edificios icónicos como la iglesia de San Pedro, con su gran reloj suizo tradicional en el campanario o la ahora iglesia protestante Fraumünster, unas calles más al  sur, que cuenta con otro bello campanario, más puntiagudo, y un interior con vidrieras de Giacometti y un rosetón de Chagall

En verano, otra de las zonas de obligada visita son los parques que rodean el lago de la ciudad, llenos de gente tomando el sol, haciendo picnic o dándose un baño en las gélidas pero limpias aguas. Si os gustan los paseos en barco, podéis tomar uno en los muelles de la Burkliplatz. Especialmente agradable es el jardín chino, con playa privada, baños, cafeterías y zona de juegos para niños, pero es de acceso de pago. En el resto de ambos lados del lago existen amplias explanadas de hierba donde tomar el sol entre chapuzón y chapuzón.


El nuevo Zurich

Otro de los barrios que no hay que perderse es el dinámico Industriequartier, ahora rebautizado como Zúrich-Oeste. Hasta hace unas décadas aquí se construian barcos o motores y se refinaban harinas. Ahora se ha convertido en el barrio más inn de la ciudad, al que deben acuidr todos los amantes de la gastronomía, el arte, el diseño, la arquitectura, las compras o la vida nocturna. Las grandes naves vacías de las antiguas fábricas son ahora talleres de diseñadores, galerías de arte o showrooms de tiendas de muebles y decoración. Los antiguos contenedores de han transformado en tiendas, heladerías y cocinas de comida fast-good, con terrazas llenas de alargadas mesas de madera y zonas de sofás en las que relajarse con tu grupo de amigos o conocer a gente nueva. Recomiendo especialmente la zona de containers "Frau Gerold", donde destaca la "Gelateria di Berna" con helados artesanales como el de fresas con aceite balsámico o el de la casa, con chocolate suizo puro, nata y coco.

Muy cerca se encuentra uno de los locales más curiosos en los que he estado: se trata de Urban Surf, una instalación con una piscina y un potente generador de una ola permanente perfecta para practicar el surf. Mientras expertos y novatos practican este deporte o se inician en él, el resto podemos sentarnos en una de sus mesas para disfrutar de un aperitivo mientras vemos las proezas de los expertos o las graciosas caídas de los que acaban de empezar. 

Continuamos el paseo hacia la vía elevada de tren que parte el barrio en dos se ha convertido en otro punto de atracción, específicamente los arcos del viaducto Letten, ahora  con tiendas de diseño, restaurantes y cafeterías a la última. 

Además, también conocí el nuevo barrio de Oerlikon, fuera de las rutas turísticas pero hogar de mis amigos, donde estaba su piso en el que me quedé. Este moderno barrio mezcla sedes de grandes multinacionales y de la radiotelevisión pública suiza con amplios bulevares, parques y altos rascacielos llenos de amplios y luminosos apartamentos. En esta zona se anima a hacer vida en común, con parques que cuentan con barbacoas públicas, zonas de picnic e incluso hornos de leña para días de pizza. Los apartamentos no suelen tener lavadora propia por lo que hay lavanderías comunes por cada tres plantas. Y las calles dentro de cada grupo de edificios suelen ser peatonales. Varios elementos que buscan favorecer una convivencia entre vecinos.

Finalmente, para los amantes de la arquitectura recomiendo parar en la estación Stadelhofen, diseñada por Calatrava en 1984. Esta fue la primera gran obra del arquitecto e ingeniero valenciano tras finalizar sus estudios de ingeniería de construcción en la Universidad Eidgenössische Technische Hochschule de la ciudad (y la carrera de arquitectura en la Universidad Politécnica de Valencia). La construcción es un conjunto de escaleras, puentes y andenes al estilo de una escultura orgánica pasa en forma de un paseo para peatones a través de las vías y cuesta arriba hasta una pasarela que ofrece a los transeúntes posibilidades para sentarse y disfrutar de la vista. Se adapta perfectamente a la colina en la que se sitúa y llaman especialmente la atención las puertas plegables artísticas con las que se cierran por la noche las entradas al área subterránea de tiendas. A los valencianos os recordará al puente Nou d´Octubre que diseñó el arquitecto poco después, en los tiempos en sus materiales estrella eran el hormigón gris y el acero negro.


En la cima de la ciudad

El último día lo empezamos subiendonos al Uetliberg, la montaña más alta que rodea la ciudad, de 871 metros, que permite observar una preciosa panorámica de la misma, del lago, y de la cordillera de los Alpes. Como los coches privados están muy restringidos y subirla a pie hubiera requerido consagrar el día entero a ello, optamos por tomar la línea 10 del metro Zürich, que es en realidad un tren ligero que sube hasta casi la cima y desde donde un corto trecho podremos disfrutar de las maravillosas vistas. Arriba hay un hotel-restaurante muy concurrido así como un merendero para los que prefieran hacer picnic. Si sois madrugadores, una buena opción es llevar tarros de cristal con "birchermüesli" casero, una creación del doctor zuriqués Bircher-Benner, que en 1900 la inventó como remedio a pacientes enfermos, como una mezcla de copos de avena, nueces, almendras, avellanas, manzana fresca, zumo de limón y yogur.

Eso sí, cuidado con las abejas, hay muchísimas en verano. La subida en el tren es muy agradable, sobretodo por el frondoso bosque que atraviesa la vía. Podéis tomar el tren en los andedenes 21 o 22 de la estación central de la ciudad.

El corazón de Europa

Además de disfrutar de sus encantos, Zúrich permite descubrir otros puntos interesantes cercanos gracias a sus buenas conexiones por vía férrera o por sus excelentes autopistas. Nosotros optamos por descubrir otros pueblos y ciudades suizas, el principado de Liechenstein y la ciudad alemana de Constanza con la cercana isla de Reichenau.

El principado de Liechtenstein

Fue nuestra primera escapada, donde llegamos disfrutando de las vistas de los majestuosos Alpes y enormes cascadas de agua formadas al fundirse la nieve de las cimas. Este pequeño país está situado en un valle a los pies de una pequeña cordillera en donde se sitúa el castillo de Vaduz, la minúscula capital. Las vista sde esta fortaleza del siglo XVI son las más famosas del país. Aqui vive el Príncipe con su familia por lo que no está abierto a los vistantes más que en su día nacional, cuando se abre para que todo el que lo desee disfrute de las vistas de los fuegos artificiales que se lanzan.

Paramos en un restaurante orgánico en el que almorzamos una sopa recién hecha de verduras acompañada de un queso bio que acababa de traer una pastora de la montaña. Luego aparcarmos al lado de la catedral de Vaduz, de estilo neogótico, construida en 1873, y caminamos de la calle mayor, o Städle, pasando una estatua de los actuales príncipes, el majestuoso edificio del Gobierno, de tejas de colores, construido en 1905. Ese día hacía un tiempo horrible, frío y lluvioso, por lo que tampoco pasamos mucho tiempo en este pequeño país. Evitamos sus museos de arte y su famoso museo postal, y nos centramos en curiosear algunas tiendas y sobretodo su moderno centro de visitantes, construído en madera, en el que además de venderse una gran variedad de souvenirs para todo amante de la aristocracia, ofrece la posibilidad de personalizar sellos. Liechtenstein obtuvo su propio servicio postal recientemente, separándolo del suizo. Ello hace que pueda emitir sus propios sellos. Por ello, una de las curiosidades del país es poder hacerte una foto y personalizar un conjunto de sellos que serán de uso legal desde los buzones del país hacia cualquier parte del mundo. 


La ciudad de St. Gallen

De vuelta a Zurich aprovechamos para hacer una parada y visitar St. Gallen, otra dinámica ciudad suiza encajonada entre el lago Constanza y los Alpes. Su nombre (en castellano, San Galo) proviene del monje irlandés que llegó por aquí en el siglo VII para evangelizar la región. La leyenda cuenta que hizo un pacto con un oso para que le protegiera en el bosque. De ahí el escudo de este cantón. Poco después, monjes benedictinos se establecían fundando una abadía que llegó a ser muy próspera hasta el punto de transformarse en ciudad en el siglo XI.

Actualmente, St. Gallen es una rica ciudad cuya universidad es considerada entre las mejores en lengua alemana, especialemente en temas económicos y de gestión empresarial y financiera. Pero a nivel turístico, llama su atención su hermosa abadía de Saint Gall. 

Este conjunto de edificios es un ejemplo perfecto de gran monasterio carolingio, siendo uno de los  conventos más importantes en Europa desde el siglo VIII hasta su secularización en 1805. Su biblioteca es una las más ricas y antiguas del mundo y posee valiosos manuscritos, entre los que figura el más antiguo de los planos arquitectónicos en pergamino hallados hasta ahora. Una pena que no pude visitarla porque cuando llegamos ya estaba cerrada. El convento actual es una reconstrucción barroca realizada entre 1755 y 1768, incluyendo la catedral, aunque este excepcional conjunto arquitectónico es testigo de doce siglos de ininterrumpida actividad espiritual y cultural.

La imponente catedral, construída encima de la tumba de San Galo, es una de los últimos ejemplos de barroco tardío, de gran armonía. Su alargada planta cuenta con una enorme cúpula en la parte central, bajo la cual encontramos el altar y la pila bautismal. En el interior de la cúpula, un impresionante fresco representa al cielo, con la Santísima Trinidad en el centro y alrededor filas de nubes a diferentes niveles con santos agrupados según la parábola de las bienaventuranzas. El suelo tiene un diseño de estampado de flores, y las rejas que rodean el altar también cuenta con flores metálicas. Esto representa simbólicamente el jardín donde Dios creó al ser humano y vivió simbólicamente con él. Allí también se encuentra el precioso coro con marqueteria y talla de madera mostrando las etapas de la vida de San Benedicto. Los confesionarios que se situan en los laterales también son espectaculares, en madera tallada. Los del lado derecho muestran historias bíblicas de protagonistas varones y los del lado izquierdo con mujeres.

Caminamos también por los bellos jardines de la abadía y luego por las calles del centro histórico de la ciudad, abarrotadas de tiendas, cafés y otros locales, y que estaban decoradas con banderas suizas debido a la proximidad de la fiesta nacional del país.


Stein am Rhein

El último pueblo de suiza previo cruce de la frontera alemana es otra gran excursión a realizar desde Zurich. Esta joya del urbanismo medieval es un oasis de paz y contemplación de casones tradicionales suizos, con bellas fachadas de entramado de madera y tejas rojas apretadas a lo largo de calles empedradas y plazas con fuentes de estatuas doradas. Algunas de estas casas cuentan con preciosos frescos. Este pueblo de no más de 3000 habitantes ya cuenta con más de 1000 años de historia y eso se observa en cada uno de sus rincones.

Al estar situado al lado del Rin su encanto aumenta, especialmente por ser aquí donde el lago Constanza se transforma de nuevo en este importante río. Antes de recorrer el paseo fluvial, entramos en una de sus tradicionales panaderías y pedimos un par de los tradicionales "susse sandsack", unos bollos rellenos de una especie de arena de avellana deliciosos. Nos lo comimos disfrutando del sol y los enormes bancos de madera que hay a orillas del río, en los que caben perfectamente tres personas tumbadas.

Además del Rin por un lado, el pueblo está bordeado por una colina al otro lado en la que se alza un castillo muy similar al de los Príncipes de Liechenstein. Se trata de la fortaleza Hohenklingen, construida en 1225. Desde sus almenas disfrutamos de las mejores vistas de Stein am Rhein.

El sur de Bäden-Wutemberg

Continuamos nuestra ruta hacia la isla monástica de Reichenau. Situada en el lago Constanza, la isla conserva vestigios de un gran monasterio benedictino, fundado en el año 724, que ejerció influencia espiritual, intelectual y artística en toda la región. De las veinte iglesias que llegó a tener esta isla-monasterio solo perduran tres: las tres iglesias de Santa María y San Marcos, San Pedro y San Pablo, y San Jorge (donde se guardaron reliquias del santo), construidas entre los siglos IX y XI. Estas ofrecen una visión de conjunto de la arquitectura monástica medieval de Europa Central. Sus numerosos murales atestiguan la existencia de una extraordinaria actividad artística. Aunque es cierto que su interior es bastante sencillo, un románico bastante austero. Me encantó el precioso reloj de sol en uno de los lados exteriores de la iglesia de Santa María y San Marcos.

La isla es un lugar muy tranquilo, lleno de campos que en el mes de agosto están a rebosar de frutas, hortalizas y flores, dándole un aspecto colorido precioso. A lo largo de los caminos se suceden los puestos de frutas y verduras frescas y también hay varias cafeterías al borde del lago, con praderas en las que tomar una buena siesta.


Finalmente, antes de volver a Suiza, visitamos la animada ciudad de Constanza. Esta ciudad, de gran historia (aquí firmó la paz Barbarroja con los lombardos y se produjo el cisma de Occidente del siglo XV) es también una ciudad con un presente fascinante. Junto con Heidelberg, es una de las pocas ciudades alemanas que se libró de los bombardeos en la II Guerra Mundial, por lo que conserva un casco histórico precioso. Ello, junto con su dinámica universidad y su microclima diferente al resto de la región, la convierten en una ciudad muy animada. Además, es un destino frecuente para los habitantes del norte de Suiza para hacer compras, mucho más baratas que en la Conferederación Helvética.

Paseamos por los jardines del lago y cenamos con vistas al mismo en una de las terrazas que lo bordean. En el puerto lacustre se levanta la estatua Imperia, hecha de hormigón, de 9 m de altura. Su curiosidad es que cada 4 minutos da un giro completo sobre su eje. La estatua recuerda satíricamente al Concilio de Constanza, siendo una voluptuosa joven con las dos manos alzadas, una sosteniendo al Emperador y la otra al Papa. Tras la cena dimos un paseo nocturno por sus agradables calles, visitando la Münsterplatz, donde está la imponente catedral, con un bellísimo claustro anexo que aún se mantiene, además de los restos de la fortaleza romana que fundó la ciudad, situada bajo una pirámide de cristal que permite verla. Numerosas calles del centro histórico de la ciudad, como la Wessenbergstrasse o la Rosgartenstrasse, poseen gran cantidad de edificios medievales con bonitos balcones y pinturas en las que se puede leer la fecha de su construcción, nombre o gremio. Muchas de ellas son anteriores al siglo XV.

Ich werde wiederkommen

Me tocará volver a Zurich para acabar de visitar todo lo que me faltó, especialmente el curioso Museo de las Finanzas, del pabellón de Le Corbusier y sobretodo para disfrutar del Zúrich navideño y de las excelentes pistas de esquí cercanas de los Alpes. O de una escapada a Berna, la capital suiza. O a Basel, la capital suiza del arte contemporáneo. Parece claro que acabaré volviendo al corazón de Europa.

divendres, 14 d’agost del 2020

Formentera

Un paraíso Mediterréneo

Considero a Formentera como uno de los lugares más especiales del planeta. Esta pequeña isla balear de 20 km de una punta a la otra, se compone de dos zonas altas rodeadas de acantilados y una gran llanura que las une con playas arenosas a ambos lados. Y por supuesto, calas bellísimas entre sus zonas rocosas. Sus paisajes agrarios, su única carretera principal y los muretes bajos de piedra infuden una tranquilidad general que aumenta a partir de las seis de la tarde cuando la mayoría de excursionistas se vuelven a Ibiza, que se encuentra a pocos kilómetros al norte.

A Formentera sólo se puede llegar de dos maneras: o en ferry a su único puerto, La Savina; o en un barco privado a cualquiera de sus playas y calas. Nosotros llegamos desde Ibiza en uno de los ferrys que salen cada media hora. Esta era mi segunda vez en la pequeña de las Pitiusas. Hace más de 15 años visité la isla en una excursión de un día desde Ibiza. Para este verano optamos por quedarnos varias noches y disfrutar al máximo de todo lo que ofrece este paraíso mediterráneo de aguas turquesa, ritmo pausado y delicioso olor a pino.

Nos quedamos en varios bungalows en Es Pins, que por cierto recomiendo como base perfecta para explorar la isla. Están situados justo en mitad de la isla, y a un minuto de la playa de Es Ca Marí. Es Pins es un complejo de casitas con cómodas habitaciones con baño, cocina, terracita y aire acondicionado. Cuenta con una preciosa piscina, un bar-restaurante con platos decentes, una sala de juegos y una pequeña tienda de alimentación donde comprar bocadillos y ensaladas recién hechas para hacer pic-nic en la playa. También ofrece un servicio de alquiler de motos para explorar la isla. Aprovechamos y alquilamos varias. Además, Es Pins tiene su propia parada de bus. Descansamos perfectamente, el personal es extremadamente amable. El único "pero" es que la zona recreativa y el bar cierran muy pronto (a las once de la noche incluso un sábado). Quizá podría cerrar un pelín más tarde el fin de semana. Por lo demás, estupendo.

Nuestro primer día lo pasamos en la platja de Migjorn, la que está justo en mitad de la isla, bastante tranquila, ya que se accede a través de pequeños caminos que salen de la carretera principal de la isla. Comimos en el chiringuito Vogamarí, un lugar francamente bueno. Pasamos la mañana en la playa y al comer fuimos de casualidad. El chiringuito en sí es agradable pero sin pretensiones ni decoración lujosa. Aún así, la comida que sirven es excelente y su calidad-precio muy decente. Pedimos una exquisita terrina de sobrasada de Formentera con miel, unas croquetas caseras aceptables y unos calamares a la bruta inolvidables. De arroz optamos por el negro con sepia fresca, que estaba bueno pero algo aceitoso y salado. 

Tras volver a refrescarnos en la piscina, fuimos a disfrutar de las últimas horas de sol al Blue Bar, un lugar precioso, con vistas increíbles, música con una DJ estupenda y un buenísimo ambiente. Todo es de color azul: mesas, sillas, bancos, sombrillas.... Nos tomamos unas copas y picamos algo previo a la cena: tiradito de salmón, ración de calamar a la plancha y puré de coliflor trufada. 

El oeste de Formentera

Consagramos el segundo día a explorar el oeste de Formentera, empezando por las preciosas Ses Salines d´en Marroig, características por las tonalidades rosadas y violetas que presentan en verano. Se trata de un lugar clave en la historia de la isla. Cuenta con un complejo sistema del siglo XVIII con una canalización de agua del mar que permite alcanzar una mayor concentración salina. Este agua después ser bombeaba al sistema de estanques, se deja evaporar para que la sal cristalice y así poder extraerse. Fueron la única industria de la isla en la época pre-turística.


Tras pasar las salinas, continuamos hacia la inolvidable platja de Ses Illetes, una manga de arena que da a este y a oeste, creando un paisaje precioso. Al tratarse de un paraje protegido, es una de las pocas playas de Baleares a las que es necesario pagar por acceder. En nuestro caso fue de 4 euros por moto, al ser temporada muy alta. En el primer tramo había muchísima gente, principalmente excursionistas de un día, pero si nos adentramos un poco más para disfrutar de playas más despejadas. Muchos califican a estas playas como las mejores de la isla.

Tras el día en la playa disfrutamos de las vistas y del atardecer del cap de Barbaria, que cuenta con uno de los dos míticos faros de Formentera. Este es especialmente famoso por haber sido escenario de la película "Lucía y el sexo" de Medem. En cualquier caso, hacerse la caminata de 20 minutos hasta el faro y el cabo (no dejan entrar coches ni motos a partir de cierto punto) y disfrutar de una espectacular puesta de sol merece muchísimo la pena. Y si os gusta el postureo, las fotos en la "golden hour" salen espectaculares aquí. Tras este largo día, lo cerramos en Sant Ferran, un agradable pueblecito que tenía mercadillo nocturno de arte, conciertos y mucho ambiente en su calle mayor. Optamos por el estupendo restaurante Can Forn, que lleva décadas sirviendo platos tradicionales de Formentera. Excelente servicio, excelente calidad, excelente precio. Restaurante de comida típica de Formentera. Pedimos todo para picar y nos encantó. Ingredientes de primera y recetas deliciosas. Pedimos un vino tino de la isla. Recomiendo el calamar a la pagesa, la escalibada (que es igual que el esgarraet valenciano), el pulpo frito, los huevos rotos con sobrasada, las mandonguillas de pollo y sepia y como colofón una parrillada de pescado y marisco. De postre flaó (uno de los mejores que he probado), queso pagès con higos y miel y helado de membrillo. Lugar muy auténtico, todo el personal habla catalán y son rápidos y extremadamente amables. Pagamos 25 por persona y eso que es temporada alta y estaba lleno. Para repetir. Boníssim!

Sa Mola: el este de Formentera

El tercer día lo consagramos a la zona este de la isla, empezando por una mañana en el fotogénico Caló d´Es Mort, una de las calas más bellas del archipiélago. Su único problema era la enorme cantidad de gente para ser un lugar tan pequeño. Aún así, su nutrida fauna y flora marina merecen disfrutarla. No os olvidéis de las gafas de snorkel.

Tras el día en la playa cogimos las motos subiendo la única carretera de la isla hacia Sa Mola, que en ciertos puntos, además de empinarse, zigzaguea a través de un espeso y fragante bosque de pinos. A mitad camino paramos a ver la panorámica de Formentera desde el famoso restaurante Es Mirador. De ahí seguimos hasta la punta este donde se encuentra el far de Sa Mola, un faro no tan fotogénico como del de Barbaria pero que aún así ofrece un panorama espectacular del mar desde lo alto del acantilado.

Cuando empezaba a anochecer, fuimos al mercadillo dominical del Pilar de la Mola, la única población de esta parte elevada de la isla, donde me compré una bonita mascarilla de tela a una hippy francesa ya mayor. Este pueblo es recomendable a los amantes de las joyas artesanas, ya que cuenta con la espectacular tienda y taller de la marca de joyas Majoral, donde artesanos imitan la posidonia y otras formas marinas moldeando metales preciosos. 

Acabamos el día en esta parte de la isla cenando la última noche en el mejor restaurante de la isla: Es Caló. Este lugar se considera uno de los mejores de la isla. Para empezar sus camareros prestan un servicio impecable. Nos sentaron en una mesa redonda con mantel, y pese a todo, el restaurante mantiene el toque informal que reina en Formentera. Pedimos varios entrantes, destacando el calamar a la bruta, los chipirones rebozados, la ensalada pagesa o el atún en escabeche (ese era un plato del día, fuera del menú). Todos con ingredientes de primera y sabor insuperable. De principal pedimos el bogavante con patatas a lo pobre y huevos rotos. Primero sirven el bogavante con las patatas y pimiento, y luego cocinan el huevo en la misma paella donde estaba el marisco. Optamos por las opcionales perlas de trufa para aumentar el sabor del plato. Espectacular. Finalmente, cerramos con un trozo de greixonera (buenísimo), otro de helado de turrón y una deliciosa tarta de tres chocolates. Para repetir y muchas veces. El precio es elevado pero merece la pena cada céntimo pagado.

Despedida zen

La última mañana la dedicamos a disfrutar de la cercana playa de Es Ca Marí, un lugar muy zen, especialmente a primeras horas de la mañana. La playa estaba casi vacía pese a ser finales de julio, sus aguas eran tranquilas y el suave rumor de las olas acordaba con un solo no especialmente fuerte (hasta mediodía, que es cuando empieza a picar). Estoy seguro que volveré a esta maravillosa isla más pronto que tarde, no sólo su cercanía geográfica sino por sus paisajes, sus gentes, sus playas, su gastronomía y la calma que transmite estar allí. Fins la pròxima!

diumenge, 12 d’abril del 2020

Documentales de gastronomía y viajes

Para mí, e imagino que para muchos de vosotros, la gastronomía es una parte esencial en cualquier viaje. Descubrir los ingredientes y recetas locales, las maneras de comer, los sabores de cada cultura y sus diferentes estaciones y festivos, son un elemento imprescindible en mi descumbrimiento de nuevas ciudades, pueblos y regiones. 

Escribo esta entrada tras un mes de cuarentena por la crisis del Covid-19, por lo que ahora se me hace complicado descubrir todo eso. Y solo nos queda optar por las nuevas tecnologías para seguir aprendiendo y de paso planeando futuros viajes y sabores que querremos descubrir cuando hayamos superado esta pandemia. Mis recomendaciones son las siguientes:

Michael Pollan & Alex Gibney Discuss the Making of the ...Cooked (Netflix)

Cuatro capítulos recorren la historia de las técnicas culinarias a través de cada uno de los elementos que intervienen en las diversas formas de cocinar: fuego, agua, aire y tierra. El presentador, Michael Pollan, recorre cuatro culturas para entender como la historia de la cocina ha sido clave en las mismas, y las compara con maneras de cocinar en los EE. UU. El capítulo de fuego vuelve a los orígenes de la cocina, donde lo más sofisticado era asar la caza en la hoguera. Aquí compara las barbacoas bajo tierra de aborígenes australianos con las del sur de los Estados Unidos. El dedicado al agua avanza el descubrimiento de los envases que resisten al calor y la posibilidad de hacer guisos que ello conllevó. Ahora compara platos de la India con guisos caseros del melting pot norteamericano. El del aire narra la historia del pan, detallando la importancia de las técnicas culinarias que permiten atrapar bolsas de aire dentro de alimentos y como ello crea nuevos sabores. Y en el mismo explora tradiciones de Marruecos y técnicas en panaderías artesanales norteamericanas. Finalmente, el último capítulo se dedica al elemento tierra donde explora la fermentación de los alimentos y la aparición gracias a esta técnica de quesos, licores o el chocolate, recorriendo para ello el Perú y algunas granjas ecológicas del medio oeste. Muy instructivo y tal vez el más serio de los que aquí recomiendo. 



'Somebody Feed Phil' Is the Show We Need in a Post ...Somebody feed Phil (Netflix)

El productor y presentador Phillip Rosenthal recorre varias ciudades del mundo para descubrir sus secretos culinarios mejor guardados. Mezcla el género documental con el cómico. Rosenthal hace amigos en cada ciudad, o a sus familiares allí, sin dejar de gastar bromas, y nos presenta desde pequeños puestos callejeros y tiendas de barrio hasta grandes chefs. Siempre desde un punto de vista de sus acompañantes residentes en dicha ciudad. Cada capítulo acaba con una llamada a Skype (real) que hace a sus ancianos padres desde la ciudad en la que se encuentre rodando el episodio. Muy entretenido, muy instructivo, muy gracioso y sobretodo, excelente para descubrir o redescubrir ciudades gastronómicamente desde los consejos de sus habitantes. El episodio más profundo es el dedicado a Tel Aviv, ya que Rosenthal es judío, y por tanto es en el que más se implica. Actualmente cuenta con dos temporadas con seis ciudades cada una, pero el pasado junio, Netflix ya firmó con él una tercera.


The Soy Sauce Whisperer | Mai Sushi
Salt Fat Acid Heat (Netflix)

Samin Nosrat, chef, presentadora y escritora, convierte en documental su premiado libro y recorre cuatro regiones del mundo a las que dedica cada uno de los cuatro capítulos de esta serie, centrados en los cuatro grandes elementos clave para conseguir un plato delicioso. El primero gira entorno a la grasa y su importancia, y para ello viaja al norte de Italia, visitando restaurantes, tiendas, granjas y fábricas artesanales para redescubrir el aceite de oliva, el queso parmesano y la carne de cerdo. En el segundo pone el foco en la sal, y nos lleva a las regiones centrales de Japón, donde aprenderemos más sobre la sal marina, la salsa de soja y sobre el miso. El tercer capítulo explora el poder transformador de los ácidos y para ello se va al Yucatán para saborear las naranjas agrias, las salsas o la miel maya. Finalmente, en el último capítulo, Nosrat vuelve a su casa en California para resaltar la importancia del calor en la aparición de nuevos sabores. Allí visita el restaurante Chez Panisse, donde tuvo su primer trabajo, y además prepara una receta iraní con su madre en su cocina. Un documental muy personal, lleno de datos y consejos de cocina y muy intesante desde el punto de vista viajero (sobretodo los tres primeros capítulos).

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Prometo actualizar esta entrada a medida que descubra nuevos documentales de este tipo en HBO, Amazon Prime y en otras plataformas según los descubra. Espero que os den muchas ideas para cuando podamos volver a viajar. 

dissabte, 28 de març del 2020

Tokyo muy barato

Donde ciudad pasa de sustantivo a verbo

Tokyo, una de las grandes urbes globales, destino soñado por millones de turistas, es a menudo evitada, no sólo por su lejanía, sino también por la falsa percepción de ser una ciudad de precios prohibitivos. Respecto a la distancia, es cierto que es difícil encontrar vuelos ida y vuelta desde Europa a la capital japonesa por menos de 500 euros. Pero una vez allí, la depreciación del yen unida a la deflación que vive Japón, han convertido a este destino, tradicionalmente caro, en uno relativamente barato.

Para que os animéis a vistar la capital del sol naciente, os propongo un recorrido básico por los barrios tokiotas sin apenas rascarnos el bolsillo. Lo primero de todo es optar por el transporte público. De hecho, la mayoría de destinos más atractivos de la ciudad están cerca de una de las paradas de la Yamanote Line, línea circular de la compañía JR East. Así que un abono de varios días saldrá más que rentable.

La cultura japonesa es tan fascinante, y su capital es tan sorprendente, que simplemente por pasear por cada uno de sus rincones ya habrá valido la pena el largo vuelo. Hay tanto que hacer, y muchas veces gratis, que no os aburriréis. De hecho, para el visitante, Tokio no le parecerá una simple ciudad, sino más bien una colección de ciudades.

Además, los amantes del shopping, tenéis que saber que en Tokyo no pagaréis IVA. En muchas tiendas os harán el descuento en caja tras enseñar el pasaporte (tras precintaros la compra que no podréis abrir hasta abandonar el país). En otros casos, el impuesto se os devolverá en el aeropuerto. Para tiendas muy baratas donde encontrar de todo, no podéis dejar de visitar alguna de las sucursales de los grandes almacenes Don Quixote, donde encontrar desde snacks japoneses a cientos de souvenirs, pasando por ropa de todo tipo, electrónica, electrodomésticos y objetos del hogar increíbles o incluso artículos de lujo originales de segunda mano (desde bolsos y billeteras Vuitton a pañuelos Hermès o bolígrafos Montblanc). Y todo al mejor precio y sin impuestos (te los descuentan al enseñar el pasaporte).

Mi barrio: Ebisu (y al lado, Meguro)

En este recorrido empezaré por Ebisu, barrio en el que yo viví durante 6 meses, en verano y otoño, únicas estaciones en las que he conocido el país del sol naciente. Barrio tranquilo, muy zen, con restaurantes pequeños y excelentes. A pesar de que vive gente con un poder adquisitivo más alto que la media del país, el barrio cuenta con alternativas no especialmente caras. El nombre del barrio viene de la antigua cervecería Yebisu, que ahora es una gran multinacional que mantiene su sede aquí. Podéis visitar gratis su museo de la cerveza. En ese mismo complejo, el Yebisu Garden Place, encontraréis restaurantes para todos los bolsillos, mercadillos de productos ecológicos los domingos y una copia de un chateau francés presidiéndolo todo.

Alrededor de la parada "Ebisu" recomiendo el animado Ebisu-yokocho (una galería que imita el Japón de principios de siglo con puestos que sirven cada uno su especialidad y mesas hechas de cajas de cerveza). También el moderno y cool Afuri, local de ramen cuya especialidad, el yuzu-shio, es uno de mis ramen favoritos en Japón, preparado al momento con una base de cítricos (menos de 7 euros). No muy lejos está la heladería Ouca, con helados artesanales, destacando el de té matcha, el de sésamo negro, el de alubias o el de boniato morado. También ofecen sabores según ingredientes de temporada. En verano tenían el de sandía y el de melocotón (este último espectacular) y en otoño el de caqui y de calabaza. Espero volver en invierno y primavera. También hay un bar de gatos, del que ya os conté aquí.

Al lado estaba Meguro, cuya parada de metro a veces también utilizaba. Este barrio cuenta con un canal precioso, el Naka-Meguro-Gawa, en el que ver los cerezos en flor. Espero volver a Japón en febrero para poder disfrutar de ello. No obstante, cualquier época es adecuada para pasearse por Naka-Meguro y curiosear en sus tiendas de segunda mano, de gran gusto, y sus lounges casi secretos, nada caros tampoco. Para comer, cerca del metro "Meguro" podéis optar por el Tonki, con platos de tonkatsu preparados delante tuyo, por menos de 15 euros.

Shibuya o el Tokyo que todo occidental tiene en la cabeza

Frente a la tranquilidad de Ebisu y Meguro, a un par de paradas de la Yamanote, tenemos Shibuya, uno de los barrios más frenéticos de la capital. Aquí se encuentra el famoso cruce de Shibuya, un gigantesco conjunto de pasos de cebra, que es la imagen que la mayoría de occidentales tienen de Tokyo antes de visitarla. Es cuando uno se ve rodeado de pantallas gigantes de anuncios con sonido, neones y de más de mil personas cruzando en todas direcciones donde cobrará sentido lo que dijo la arquitecta Mori Tokisho de que es en Tokio donde uno comprende que "ciudad" es un verbo y no un sustantivo. Para poder admirar este río de gente sin tanto agobio, y gratis, subíos a la gran cristalera que tiene el Starbucks en su primer piso. También merece la pena subir hasta los últimos pisos del Shibuya Hikarie, un rascacielos de 34 pisos, desde el que observar las decenas de pantallas desde las alturas, además de curiosear por las tiendas y galerías de arte del octavo piso, como la de Tomio Koyama, de acceso gratuito.

En una de las salidas de la estación de metro "Shibuya" se encuentra la famosa estatua de Hachiko, el perro que recibía cada día en la estación a su amo, un profesor. Cuando este falleció en 1925, durante diez años más Hachiko continuó su costumbre de acudir a la estación, hasta que el perro también murió. Los vecinos quedaron tan impactados con la lealtad de este perro que promovieron levantar una estatua del mismo, el el exacto lugar y en su posición de espera, para que nunca se olvidara su historia. Y allí sigue, con ofrendas florales y largas colas de adolescentes y turistas para hacerse la preceptiva foto. Dentro de la estación, antes de los tornos, también se puede admirar preciosas obras de arte, como "el mito del mañana" de Okamoto. Si ya son las cinco de la tarde, en el Food Show del sótano de la estación encontraréis todo tipo de deliciosa comida para llevar, con muchas cajas "bento" con descuentos, ya que solo venden lo del día. Si os apetece algo caliente, nada mejor que los ramen o soba de Sagatani: por menos de cinco euros os llenaréis con un buen bol y una bebida. Abre las 24 horas.

La calle principal de Shibuya, cerrada al tráfico, está siempre hasta la bandera de grupos de amigos,  sea la hora que sea, que acuden a sus locales de comida rápida y tiendas de cualquier cosa, así como  a sus enormes centros de recreativos. Entrad en alguno de estos últimos para probar alguno de sus futuristas videojuegos, máquinas recreativas, zonas de ganchos con peluches de premio y sobretodo sus fotomatones "purikura", donde podréis retocar digitalmente las fotos, añadirle elementos y tener luego dos copias impresas como recuerdo.

Al oeste del barrio, donde os animo a ir con un paseo tranquilo, alejándose de las masas, descubriréis curiosidades como centenarios templos de madera encajados en futuristas rascacielos, bares de perros o la mejor izakaya en la que he estado: Shirube Shimokitazawa. Muy animada, llena de familias japonesas con los peques mezcladas con turistas extranjeros, cuenta con su cocina en el centro del local, rodeada por una cómoda barra, donde os sentaréis. Es el lugar perfecto para una cena informal. Excelente ambiente y sobretodo, inolvidables tapas, especialmente la de filete de caballa flambeado. Si sois dos o más y compartís tapas, no os gastaréis más de 20 euros por cabeza.

Snobismo japonés

Pasamos a los barrios centrales de la ciudad: Marounochi y Ginza, los más caros tanto para alojarse como para comer. Aún así, cuentan con atractivos a coste cero. Empezando por el palacio y jardines imperiales, en Marounochi, que imperdonablemente no visité ya que hay que reservar por adelantado (a coste cero). También vale la pena la estación de Tokyo (sobretodo si os gusta la arquitectura del XIX). El resto de Marounochi son altos rascacielos con las sedes de varias de las principales multinacionales japonesas. Por tanto, los fines de semana es una zona bastante muerta.

En cambio, Ginza es mucho más animado. Este es el barrio snob de la ciudad, el equivalente al passeig de Gràcia o la Quinta Avenida. De hecho, los fines de semana, su gran avenida de Chuo-dori se cierra al tráfico, por lo que bulle con todo tipo de ávidos de shopping, y permite disfrutar de las curiosidades arquitectónicas que las principales firmas disponen para atraer la atención. Además de curiosear en los escaparates de las flagship stores, también podréis entrar gratis en galerías de arte como la Ginza Graphic Gallery, centrada en carteles publicitarios o la Shisheido Gallery, donde esta popular marca de cosméticos japoneses también ofrece un curioso café, un restaurante con recetas únicas y una galería de arte experimental, inlcuyendo los bonsáis inflables. El edificio Sony exhibe las últimas novedades de la marca y se pueden probar gratis (incluyendo una amplia sección para jugar a las PlayStation). Para comprar ropa barata pero de altísima calidad y buen diseño optad por la gran sucursal de Uniqlo en Ginza: once plantas y algunas colecciones que solo se venden aquí.

Tampoco os podéis perder el Kabuki-za, el elegante gran teatro de kabuki, el arte escénico por excelencia de Tokyo. Como una obra entera de kabuki dura cuatro horas y tampoco os enteraréis de mucho, la opción más barata es acercarse a las taquillas a partir de las seis de la tarde para comprar alguna de las entradas parciales en el gallinero, por menos de 8 euros, por las que podréis ver media hora de representación. Llama la atención como el público, de forma individual, anima o alaba a los actores a grito pelado.

Es obvio que ambos barrios cuentan con excelentes restaurantes que tuve la suerte de probar. Pero para este post baratero me limito a recomendaros tres opciones. Una es la Tokyo Ramen Street, donde ocho cadenas de ramen tienen minúsculas sucursales en un sótano de la estación "Tokyo" de JR. Enormes boles de diferentes tipos de ramen por menos de 8 euros. La otra recomendación es el Ore-no-dashi donde probar platos de comida kaiseki (alta cocina) por menos de 4 euros el plato. Eso sí, se comen de pie. La última opción es el depachika de Mitsukoshi, el mejor del país. Los depachika son los sótanos de los grandes almacenes, siempre dedicados a la comida. En Mitsukoshi, esto se eleva a la categoría de arte, con frutas paradisíacas, bentos que da pena comerlos y pasteles que parecen joyas. Su fantástica terraza ajardinada, con mesas, sillas y parasoles abiertas al uso de cualquiera, así como una gran pradera arbolada, permite degustar todo lo que hayáis comprado rodeado de rascacielos, pero en calma. A partir de las cinco de la tarde, la mayoría de productos bajan de precio.

Pescado y té

Al sur de Ginza tenemos Tsukiji, barrio a orillas del Sumida-gawa. Nada como desayunar en su lonja de pescado. Madrugad para ver como descargan pescado fresco y congelado llegado tanto de la bahía como del resto del planeta y como las subastas van que vuelan. Aquí se vende el 90% del pescado que consume la ciudad. El olor a pescado es profundo y, en el mercado antiguo, había que tener cuidado que alguno de los limpiadores no nos empape de un manguerazo. Aún así, valía la pena pasearse por los larguísimos pasillos y ver las diferentes delicatessen en los puestos. Era una delicia degustar alguno de los atunes más grandes (los hay de más de 400 kilos), que cortados frescos en sashimi están deliciosos. También se preparan en gigantescos sushis, y con dos piezas habréis saciado el apetito. El nuevo mercado tiene pasarelas de cristal por las que observar la actividad, pero ha perdido el encanto del antiguo, donde uno se podía mezclar entre los lugareños. Eso sí, la visita sigue siendo gratuita.

La otra gran atracción del barrio es el parque Hama-rikyu Onshi-teien, uno de los jardines más bonitos de la ciudad. Se trata de los jardines del antiguo palacio sogunal (hoy destruído). Se paga una entrada de algo más de 2 euros pero vale la pena. Además, en el centro de su gran estanque de patos se mantiene un sereno pabellón de té, cuyo servicio (té y dulce) no supera los cinco euros. Perfecto para alejarnos del bullicio de la metrópolis sentados en sus suelos de madera.

Tradición y consumismo

Seguimos por Harajuku, el barrio donde se concentran los diseñadores promesa de la moda japonesa, pero también enclave del principal santuario sintoísta de Japón. Si empezamos por su vertiente más espiritual, es de visita obligada el santuario Meiji-jingu y su enorme parque que le rodea. Tras caminar un largo camino bordeado de centenarios cipreses taiwaneses, llegaréis a un conjunto de barricas a uno y otro lado del sendero, apiladas en enormes estanterías a varias alturas. A un lado, hileras de barriles de sake y al otro, de vino de Borgoña. Ofrendas para que la industria del sake prospere y de la región de Borgoña como símbolo de la amistad entre Japón y Francia. Estas ofrendas son otra muestra de la internacionalización que trajo la Restauración Meiji, cuando las fronteras fueron abiertas al exterior y se permitieron productos extranjeros. Además, el vino de Borgoña le gustaba mucho al emperador Meiji. Tras pasar el un enorme torii de madera y cobre, decorado con crisantemos (símbolo de la familia imperial), accederéis al santuario dedicado al emperador Meiji y la emperatriz Shoken. Aquí son frecuentes las bodas sintoístas, por lo que si lo visitáis un fin de semana es muy probable que podáis asistir a una. El resto del gigantesco jardín contiene decenas de bellos rincones y senderos tranquilos. Todo gratis.

La parte más materialistas de Harajuku la encontramos, por un lado, en Omote-sando, un elegante bulevar donde las principales marcas de moda se alternan, tanto las masivas como las de lujo, ocupando espectaculares edificios de diseño. Los amantes de la arquitectura adoraréis pasear por este bulevar. Destaca el Tokyu Plaza, con sus escaleras mecánicas que penetran en un conjunto de espejos con forma de agujero, creando un efecto caleidoscópico. Además, alrededor hay varias callejuelas peatonales, como la Takeshita-dori, lugar de encuentro de varias tribus urbanas, en la que descubriréis locales de todo tipo, a cual más curioso, destacando los bares de gatos  o tiendas como la de la marca japonesa de papas Calbee, donde ofrecen todos los sabores que tienen, incluso recién hechas o la tienda Condomania, una tienda dedicada al universo de los preservativos. Otra callejuela interesante es la Cat Street, con pequeñas marcas que no pueden permitirse estar en Omote-sando, y que merecen mucho la pena, así como tiendas de segunda mano de gran calidad, como la Chicago Thrift Store, con prendas vintage, kimonos y yukatas, a muy buen precio.

Como opción para comer, recomiendo el Gyoza-ro, que solo abre a mediodía. Este local solo sirve gyozas (los raviolis japoneses). Uno se sienta en la barra, que rodea la cocina (situada en mitad del local), y escoge si quiere las gyozas al vapor o fritas y si con o sin ajo y/o cebollino. Eso sí, paciencia para entrar porque hay largas colas, especialmente los fines de semana. Cada plato de seis gyozas vale menos de 3 euros. Si podéis rascaros un poco más el bolsillo, optad por Maisen, un baño público reconvertido en restaurante, que es hoy el templo del tonkatsu en Tokyo. Aquí preparan a la perfección estas chuletas de cerdo rebozadas, servidas en una cama de repollo rallado y cubiertas de una salsa espesa de color marrón ligeramente picante, acompañadas de un bol de arroz, pepinillos y otro bol de sopa de miso. Ningún lugar mejor para disfrutar de esta especialidad nipona. Cenas por menos de 15 euros. Si preferís rebajar el presupuesto, tienen una ventanilla donde despachan sandwiches de tonkatsu para llevar.

El paraíso friki

Otra parada obligatoria es Akihabara, el barrio otaku. Aquí se agrupan la mayoría de tiendas de manga, anime y videojuegos, en el que la sobrecarga para los sentidos os abrumará. Coloridos carteles con personajes más o menos conocidos para un occidental, como Doraemon, Hello Kitty, las Sailor Moon, Pokémon, Son Goku, Super Mario o Shin Chan, se mezclan con otros que no han llegado tanto a nosotros. Edificios enteros dedicados a arcades y otros a figuritas en las que cualquier friki encontrará sus obsesiones. Respecto a videojuegos, los nostálgicos debéis pasar por el quinto piso del Super Potato Retro-kan, para disfrutar del salón de antigüedades donde jugar a viejas videoconsolas. Los amantes del J-pop también encontrarán merchandising de sus grupos preferidos. Hay grandes almacenes de disfraces cosplay y locales para cantar karaoke en salas privadas con disfraces alquilados que funcionan las 24 horas. Incluso un edificio de cinco plantas lleno de productos de pornografía de todo tipo, algunos bastante desagradables, pero que sirve para hacerse una idea de las obsesiones y fetiches de muchos japoneses. Es curiosa la Origami Kaikan, un taller y centro de exposiciones gratuito de este arte. Otra tienda que recomiendo es la galería 2k540 Aki-Oka Artisan, donde aunque no compréis, vale la pena curiosear los cientos de productos de artesanía de cada región del país. Al lado está Chabara, tienda de comidas y bebidas artesanales de todo el país, lugar perfecto para llevaros recuerdos envasados. Para no perderse por este enorme barrio podéis pedir un plano en inglés en el Tokyo Anime Center Akiba Info.

Respecto a comidas baratas y curiosas, destacan los bares de lolitas que pueblan el callejón de Akihabara dedicado a ello, y que uno va más por el show que por la comida (bastante mediocre). Un buen ejemplo es el maidreamin, que ya os conté en mi entrada de cafés por Tokyo. También recomiendo probar las mini tartas de queso japonesas para llevar de "Pablo", deliciosas y de muchos tipos.

Templos, cementerios y sumo

Y del ocio futurista al pasado de la ciudad: Asakusa, barrio en el que se respira historia. Empezando por su corazón, el templo budista Senso-ji, el más antiguo de Tokyo. Consagrado a la santa Kannon, cuya imagen dorada preside el complejo, cuenta con varios pabellones, puertas y hasta con una pagoda de cinco niveles. La entrada al recinto suele hacerse por la Nakamise-dori, una larga calle peatonal rodeada de puestecitos donde se vende de todo, desde souvenirs curiosos hasta artesanía del estilo del siglo XVII japonés, mercancía religiosa así como varios tipos de tentempiés. Al llegar a la plaza principal frente al gran templo a Kannon, existe un gran caldero de incienso, al que se le atribuyen poderes curativos. Cientos de fieles se empapan ropa y cuerpo del mismo. En los lados de la plaza veréis los omikujis o papeles de la suerte: por una moneda de 100 yenes podréis sacudir uno los botes plateados del que saldrá un palito. Anotad el número que os salga y abrid el cajón correspondiente del que obtendréis un papelito con vuestro futuro. Senso-ji es uno de los pocos templos que los traduce al inglés (chapucero eso sí) al dorso. Luego daos un paseo por los curiosos jardines sagrados y sobretodo, visitad el santuario a los hermanos qu descubrieron la estatua de Kannon, ya que es el único edificio original de 1649. El resto son reconstrucciones tras los bombardeos de la II Guerra Mundial que asolaron la ciudad. No se paga entrada.

En verano, los festivales se multiplican y coloridas procesiones recorren las calles, con locales vestidos con trajes típicos. Se montan casetas que venden comida callejera barata y por las noches hay fuegos artificiales. En Asakusa son el último sábado de julio. Consultad los sitios webs para más información. Y en este barrio tan tradicional, nada mejor que optar por el restaurante Sometaro. Por menos de 10 euros podrás degustar el tradicional okonomiyaki hecho en tu propia mesa, dentro de una casa de madera y sentado en el suelo.

Desde este barrio, al otro lado del río, también podréis ver la Tokyo Sky Tree, el edificio más alto de la ciudad desde 2012. Eso sí, de lejos, porque subir hasta sus futuristas miradores cuesta alrededor de 30 euros. Cerca de Asakusa está el gran estadio nacional de sumo, una de las grandes tradiciones japonesas. Sin embargo, ver un torneo allí es caro y complicado (solo hay durante enero, mayo y septiembre). Sin embargo, si no os importa madrugar, podréis ver algunas rondas en los entrenamientos  del gimnasio Arashio Beya, que cuenta con una gran cristalera a pie de calle donde ver gratis y de cerca las luchas de sumo. Eso sí, se pide silencio a los peatones que se paren a ver el entrenamiento. Está muy cerca del metro "Hamacho".

Al oeste de Asakusa, os recomiendo cruzar el enorme parque de Ueno, y disfrutar de sus pasarelas de madera, admirando los estanques de nenúfares y a familias locales montadas en botes. En este parque se concetran varios de los mejores museos de la ciudad. Si solo tenéis tiempo para uno, los sábados es gratis el acceso al Museo Nacional de Arte Occidental, un excelente edificio de Le Corbusier declarado Patrimonio de la Humanidad, que alberga un excelente repaso al arte occidental con obras desde la Edad Media hasta la actualidad, con obras de grandes artistas.

Al otro lado, adentraos en el maravilloso barrio de Yanaka, para seguir disfrutando de los restos de aquel Tokio medieval, cuando la ciudad se llamaba Edo. Nada más sair del parque, dirigios a la Kototoi-dori, donde encontraréis la centenaria tienda de licores Hitamachi, hoy conservada a modo de museo. A dos pasos se encuentra CAI The Bathouse, unos antiguos baños públicos del siglo XVIII ahora convertidos en moderna galería de arte. Ambos de entrada gratuita. No tengáis miedo de deambular por el barrio, ya que está lleno de sorpresas. Si seguís por la Sakura-dori, entraréis en el cementerio del barrio, desde cuyas colinas se pueden admirar los trenes que vienen y van de la estación "Nippori". La tumba más famosa es la de Tokugawa, el último sogún (dictador militar), tras cuyo mandato se restableció la autoridad imperial en la conocida como Restauración Meiji. Finalmente, acabad la visita por la bella Yanaka Ginza, una callejuela peatonal que parece haber sido congelada en el Tokio de 1950. Flanqueada de carnicerías, verdulerías, almacenes de té o tiendas de menaje, es la única calle que queda de una época en la que aún no existían los supermercados. Aquí podeís optar por tomaros alguno de los tentempiés callejeros o deliciosos helados sentados en las Yuyake Dandan, las escaleras de Yanaka Ginza desde las que se disfrutan unas puestas de sol maravillosas. Si preferís algo más tranquilo, podéis entrar en Nagomi, que sirve brochetas de pollo criado en libertad y cuenta también con brochetas de verduras o tofu. Abre desde las seis de la tarde.

El barrio del siglo XXI

Y del pasado volvemos al futuro: Odaiba es el novísimo barrio de la ciudad, construído en un grupo de islas artificiales en la bahía de Tokio. La llegada se hace en la línea de metro sin conductor, serpenteando rascacielos y cruzando el gigantesco puente del arcoíris. Pasear una tarde soleada es un placer, sobretodo por las buenas fotos que podréis tomar de sus extensos parques y de la bahía, o del robot gigante Gundam, frente al Diver City Tokyo Plaza, un insulso centro comercial lleno de atracciones y recreativos de todo tipo además de restaurantes buenos y nada caros. Como atracciones de pago, destaca el Miraikan (museo nacional de la ciencia e innovación) donde ver a ASIMO, el robot humanoide más famoso de Japón. La entrada vale 6 euros. Luego también hay multitud de parques de atracciones y de agua, destacando el Tokyo Disney Resort, pero no son opciones baratas.

El Tokio más marchoso

Acabo el post por Shinjuku, no por menos importante, sino porque es un barrio perfecto para acabar el día. Aquí se concentra la mayoría de cosas que uno imagina de Tokyo. Más que Shibuya. Desde grandes almacenes y avenidas llenas de neones y pantallas gigantes con anuncios hasta callejuelas tranquilas con santuarios ocultos. Desde casitas tradicionales hasta los rascacielos más altos de la ciudad. Su gran estación de trenes y metro es la más transitada del mundo (más de tres millones de pasajeros diarios). Este es el barrio con los hoteles occidentales con mejor calidad-precio de la ciudad, sin contar con los hoteles cápsula. Y la mejor marcha de la ciudad para los que busquéis experimentar como salen de fiesta los japoneses.

Respecto a cosas baratas o gratis que visitar, destacan el ayuntamiento, que parece un gran rascacielos pixelado, y que ofrece un enorme mirador gratuito a 200 metros de altura. A veces hay colas en los ascensores. Los amantes del arte podréis pasearos por los jardines del edificio de oficinas Shinjuku I-Land, donde admirar las enormes esculturas públicas de artistas tan reconocidos como Indiana, Paolini o Liechtenstein.

Incluir el Hotel Park Hyatt en una entrada sobre Tokyo muy barato parecería contradictorio. Sin embargo, las preciosas vistas, así como el impresionante ambiente que se respira, merecen su inclusión. En esta torre de 52 pisos se rodó la mítica película "Lost in Translation". Sus últimos 14 pisos los ocupan las zonas comunes. Si no nos alojamos en el hotel, no podremos entrar a la piscina que ocupa una  de las grandes pirámide acristalada de tres pisos de altura, pero al menos podremos verla desde lo alto, iluminados en la noche tokyota, como un paisaje del futuro delante de nuestras narices.

Respecto a sus restaurantes, no son nada baratos y no cabe comentarlos en esta entrada. Sin embargo, sus dos bares, aunque caros, nos permitirán gozar de su exclusivo ambiente, sus impresionantes vistas de y unos cócteles de primera por un precio razonable. La primera opción, y la más barata, es el Peak Lounge, un gigantesco jardín interno bajo otra de las pirámides de cristal del rascacielos. Situado en el piso 41, es el lugar perfecto para tomarse un cóctel con el que empezar una noche de fiesta en Shinjuku. Por ejemplo, el Hayate, con un sake especial, cítricos naturales y tónica, no cuesta más de 20 euros. Aunque si queréis apurar, un vaso de sochu de primera calidad no subirá más de 12 euros. Os pondrán alguna cosa que picar y con este aperitivo podréis charlar observando las impresionantes vistas de Tokyo desde los ventanales acristalados. El atardecer es precioso, es días claros se atisba el Monte Fuji y cuando los rascacielos de la ciudad empiezan a encender sus lucecitas rojas, uno se siente en "Blade Runner" o en "Gotham City".

Si podéis estirar el gasto un poco más, entonces optad por el New York Bar, en el piso 52, donde se grabaron algunas de las escenas más inolvidables entre Bill Murray y Scarlett Johansson. Aquí ofrecen vinos de todo el mundo. Cuenta con una bodega con decenas de opciones, destacando los vinos californianos, con copas que empiezan en 18 euros. Eso sí, si uno no se aloja en el hotel, la entrada a partir de las siete de la tarde cuesta 25 euros, ya que ofrecen conciertos de jazz en directo con pianista, saxofonista y cantante. Cierto, esto no es nada barato, pero que por algo más de 40 euros podamos disfrutar de escuchar "La Garota de Ipanema" en directo con una copa de buen vino mientras tenemos a Tokyo a nuestros pies, merece mucho la pena. Como estaréis tentados de tomar fotos de las espectaculares vistas, hacedlo siempre con mucha discreción, ya que el personal de ambos locales está entrenado para pedir amablemente respeto a la tranquilidad del lugar y a la privacidad del resto de clientes. 

Tras el aperitivo en el Hyatt, poned rumbo al Golden Gai, un laberinto de callejuelas y estrechos edificios de madera que surgió como mercado negro tras la destrucción de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, resistiéndo a la presión de especuladores, y rodeado de gigantescos rascacielos, este barrio de casitas de madera de dos pisos pegadas unas a las otras acoge más de cien mini-bares, a cual más excéntrico. Sus bohemios dueños los han tematizado según sus gustos musicales: desde bares heavy hasta punk, pasando por uno dedicado a amantes de la fotografía, por ejemplo. No suelen caber más de ocho personas a la vez, por lo que los dueños suelen ser bastante fríos con gente que no sea clientes habituales. De hecho, los pocos bares que aceptan turistas suelen cobrar entrada (lo anuncian en inglés). De todo este laberinto, dirigíos al Nagi, donde tomar una cerveza fría y unos niboshi ramen (con huevo y sardina deshidratada).  Y hablando de comida, no podéis iros de Tokyo sin probar uno de sus kaiten-sushi (restaurantes de sushi en cinta transportadora).  El Numazuko, en Shinjuku, cuenta con una barra larguísima y la mejor calidad y frescura. Cada plato cuesta según su color: desde 1 euro hasta 5. Luego pagaréis según los platos que hayáis cogido.

Un último consejo respecto a la comida: en cualquier momento os toparéis con un SevenEleven (una cadena creada en Japón) o similares donde conseguir comida preparada barata, más o menos insana, de la que recomiendo los baos de carne o verduras al vapor y sobretodo, los onigiris, perfectos a cualquier hora del día o para organizar picnics en alguno de los bellos parques de la ciudad. Se trata de bolas de arroz envueltas en alga nori, simples o rellenas, normalmente de atún con mayonesa, copos de bonito seco, salazón de salmón o diversos encurtidos como el de ciruela. Y todo muy muy barato. 

Tokyo es un paraíso para cualquier consumista: compras sin fin, restaurantes estupendos y una oferta de ocio infinita. Pero también puede ser un destino barato, sobretodo para un occidental que vaya por primera vez. Hay tantas sorpresas y curiosidades a disfrutar gratis o muy baratas, que la primera visita apenas dejará tiempo para los planes caros. Sin duda, una ciudad imprescindible para cualquier turista, y para nada inalcanzable. Animaos.