Rumeli Hisari
Si en mi primera entrada acerca de Estambul hablé exclusivamente del barrio de Sultanahmet, en esta recorro el resto de barrios de la antigua Constantinopla. La enorme cantidad de monumentos así como la variada oferta museística, gastronómica y la animada vida nocturna hacen de Estambul una ciudad que requiere de varias visitas para poder comprenderse bien. Las siguientes veces que he estado me he alojado en el loft de una amiga en Rumeli Hisari, uno de los barrios más cotizados de la ciudad, en la orilla europea del Bósforo. Algo que me enseñó y que recomiendo a todo visitante a Estambul es hacer un crucero por el Bósforo, ya sea en una lancha rápida privada o en alguno de los barcos turísticos que recorren esta vía acuática que conecta el Mediterráneo con el Mar Negro. Los paisajes y casas que veréis merecen la pena.
Si en mi primera entrada acerca de Estambul hablé exclusivamente del barrio de Sultanahmet, en esta recorro el resto de barrios de la antigua Constantinopla. La enorme cantidad de monumentos así como la variada oferta museística, gastronómica y la animada vida nocturna hacen de Estambul una ciudad que requiere de varias visitas para poder comprenderse bien. Las siguientes veces que he estado me he alojado en el loft de una amiga en Rumeli Hisari, uno de los barrios más cotizados de la ciudad, en la orilla europea del Bósforo. Algo que me enseñó y que recomiendo a todo visitante a Estambul es hacer un crucero por el Bósforo, ya sea en una lancha rápida privada o en alguno de los barcos turísticos que recorren esta vía acuática que conecta el Mediterráneo con el Mar Negro. Los paisajes y casas que veréis merecen la pena.
Cerca de su casa hay varios lugares y actividades chulas que hacer y que os cuento. Es una parte desconocida para el turista típico pero vale mucho la pena. Pero antes toca empezar por los lugares que seguro que no os perdéis como turista (y que yo tampoco me he perdido): Istiqlal y Taksim.
La avenida más viva de la ciudad
Volvimos a Rumeli Hisari, y caminando un poquito hacia el norte, en el barrio de Emirgan, se encuentra el Museo Sakip Sabanci, en una villa de 1927. Aquí fue donde el Sr. Sabanci, un exitoso billonario industrial y filántropo turco que viajó por todo el mundo, fijó su residencia de Estambul. Desde fuera, la mansión rezuma elegancia, toda blanca, en lo alto de una colina con vistas al Bósforo. Por dentro, sus grandes salones y comedores están repletos de muebles y cuadros de diferentes épocas. En el piso superior se encuentra ahora una de las mejores colecciones de caligrafía turca, con bellos ejemplos del Corán de diferentes épocas. En las salas del sótano, de nueva construcción, hay grandes espacios para exhibiciones temporales. El día que lo visité había una dedicada a Feyhaman Duran, uno de los pintores turcos más importantes del siglo XX, cuyas obras reflejan la vocación modernizadora de los últimos sultanes, antes de que el Imperio Otomano colapsara tras perder la Primera Guerra Mundial.
La primera vez que estuve en Estambul me alojé en el histórico Sultanhamet, como ya conté en mi anterior entrada. Al segundo, día, tras haber explorado el lado más tradicional de la ciudad, decidí cruzar el puente Gálata para admirar el Estambul del siglo XIX. Me dirigí al Tünel, la estación de metro más antigua de Estambul y la segunda más antigua del mundo después de algunas de Londres. Con solo dos paradas, esta histórica línea aún conserva el anticuado vagón metálico de color rojo que recorre este empinado túnel. El encanto de un sistema de metro del siglo XIX me cautivó, con su corto trayecto que me dejó justo al principio de la avenida Istiqlal. Paseando por ella, uno se da cuenta que Estambul, al igual que Rio de Janeiro, conserva esa antigua grandeza, ahora muy decadente, de los tiempos en que fueron capitales de grandes imperios (el Otomano y el Brasileño respectivamente). Diversos palacios, elegantes y gigantescos, jalonan esta avenida junto a grandes edificaciones burguesas y antiguas sedes de las embajadas, ahora degradados a consulados generales. Istiqlal siempre está llena de gente caminando, de vendedores ambulantes y del tranvía, que de vez en cuando se tiene que abrir camino entre la multitud, de esos metálicos antiguos que tanto encanto tienen. Me quedé bastante decepcionado las siguientes veces que fui al percatar que el histórico tranvía ha dejado de circular para siempre.
Volvimos a Rumeli Hisari, y caminando un poquito hacia el norte, en el barrio de Emirgan, se encuentra el Museo Sakip Sabanci, en una villa de 1927. Aquí fue donde el Sr. Sabanci, un exitoso billonario industrial y filántropo turco que viajó por todo el mundo, fijó su residencia de Estambul. Desde fuera, la mansión rezuma elegancia, toda blanca, en lo alto de una colina con vistas al Bósforo. Por dentro, sus grandes salones y comedores están repletos de muebles y cuadros de diferentes épocas. En el piso superior se encuentra ahora una de las mejores colecciones de caligrafía turca, con bellos ejemplos del Corán de diferentes épocas. En las salas del sótano, de nueva construcción, hay grandes espacios para exhibiciones temporales. El día que lo visité había una dedicada a Feyhaman Duran, uno de los pintores turcos más importantes del siglo XX, cuyas obras reflejan la vocación modernizadora de los últimos sultanes, antes de que el Imperio Otomano colapsara tras perder la Primera Guerra Mundial.
La primera vez que estuve en Estambul me alojé en el histórico Sultanhamet, como ya conté en mi anterior entrada. Al segundo, día, tras haber explorado el lado más tradicional de la ciudad, decidí cruzar el puente Gálata para admirar el Estambul del siglo XIX. Me dirigí al Tünel, la estación de metro más antigua de Estambul y la segunda más antigua del mundo después de algunas de Londres. Con solo dos paradas, esta histórica línea aún conserva el anticuado vagón metálico de color rojo que recorre este empinado túnel. El encanto de un sistema de metro del siglo XIX me cautivó, con su corto trayecto que me dejó justo al principio de la avenida Istiqlal. Paseando por ella, uno se da cuenta que Estambul, al igual que Rio de Janeiro, conserva esa antigua grandeza, ahora muy decadente, de los tiempos en que fueron capitales de grandes imperios (el Otomano y el Brasileño respectivamente). Diversos palacios, elegantes y gigantescos, jalonan esta avenida junto a grandes edificaciones burguesas y antiguas sedes de las embajadas, ahora degradados a consulados generales. Istiqlal siempre está llena de gente caminando, de vendedores ambulantes y del tranvía, que de vez en cuando se tiene que abrir camino entre la multitud, de esos metálicos antiguos que tanto encanto tienen. Me quedé bastante decepcionado las siguientes veces que fui al percatar que el histórico tranvía ha dejado de circular para siempre.
Al final de Istiqlal se llega a Taksim, una de las plazas más populares entre los habitantes de la ciudad y lugar de encuentro típico de la juventud. Es el único lugar en el que pude ver banderas europeas. A continuación bajé de nuevo a Beyoglu pero desde otro lado, para captar las zonas populares y no turísticas. Y me encantaron. Además de los gatos, que todo lo invaden, es agradable ver los bonitos edificios, las tiendas de diseño creadas por jóvenes estudiantes o a las abuelas que se sientan en sus portales o los niños correteando por el barrio. Y sobretodo sus decenas de cafés, llenos de vida. Y por supuesto el edificio más famoso del barrio: el Hotel Pera Palace, fundado en 1892. Aquí se alojaban los pasajeros en tránsito del Orient Express (que recorría el trayecto París-Bagdad). Algunos de sus huéspedes más famosos fueron Greta Garbo, Mata Hari o Hemingway, aunque la huésped por excelencia fue Agatha Christie. Si está vacía, los amables recepcionistas os enseñarán la habitación 411, donde escribió "Asesinato en el Orient Express". Muy cerca de este elegante hotel se encuentra un pequeño museo que vale mucho la pena: el Pera, que en sus cinco pisos acoge 300 cuadros de estilo orientalista de los siglos XVII al XIX, ya sea de pintores turcos o europeos. Destaca el cuadro más famoso de Turquía: "El entrenador de tortugas" de Osman Hamdi Bey, una auténtica obra maestra del orientalismo.
Una buena manera de acabar el día en Istiqlal es subirse a la terraza del chic "360" y tomar una copa (o cenar) mientras vemos la puesta del sol con las mejores vistas de Estambul.
Una buena manera de acabar el día en Istiqlal es subirse a la terraza del chic "360" y tomar una copa (o cenar) mientras vemos la puesta del sol con las mejores vistas de Estambul.
Esa primera visita, tras cruzar el puente de nuevo, y ya en el lado del Cuerno de Oro, me compré un bocadillo de caballa recién pescada y asada, de esos que venden en barquitos a la orilla. Buenísimo.
Esa noche cenamos en uno de los exclusivos restaurantes de pescado que bordean el Bósforo: el Rumeli Hisari Iskele, con mezzes y platos principales a base de pescados y mariscos preparados de diversas formas según las recetas tradicionales de la ciudad. Y con un gran pescado a la parrilla como principal.
Al día siguiente desayunamos en un antiguo horno que lleva operando más de 150 años de forma ininterrumpida en el número 47 de la calle (cadesi) Necatibey, donde nos pedimos una ración del tradicional borek kurdo, bien salpicado de azúcar así como otra del borek Kiymali, relleno de carne picada, todo acompañado del omnipresente té negro en los vasos con forma de pera. Desde allí fuimos hasta el norte de Estambul, a la Iglesia de San Salvador, hoy en día conocida como Museo Chora o Museo Kariye, muy cerca de la estación de tranvía de Edirnekapi.
La iglesia, que luego fue mezquita y ahora es museo (como casi todas las iglesias bizantinas que aún quedan en Estambul), es considerada como la que tiene los mejores mosaicos de la ciudad. La nave principal estaba cerrada por restauración, pero los mejores mosaicos se encuentran en las naves de entrada y laterales. Realizados en el siglo XIV, representan numerosos pasajes de la Biblia con una belleza impactante. El que más me gustó fue el que está en una de las cúpulas, con Jesús en el centro y cada uno de sus "antepasados" en cada uno de los nervios, empezando por el propio Adán. A la salida, en los alrededores, numerosas casas de la era Otomana, en madera, aún resisten en sus calles, reflejando la estética del Estambul decimonónico.
Seguí caminando a través de diferentes calles hasta llegar a la conocida como mezquita de la Conquista, anteriormente Iglesia de la Bienaventurada Madre de Dios (Pammakaristos), que durante unos pocos años fue sede del Patriarcado de Constantinopla. Finalmente, en 1587, el Sultán Murad III la transformó en mezquita celebrando la conquista otomana de Georgia y Azerbaiyán. Actualmente sólo se puede visitar uno de los pasajes laterales, que contiene también espectaculares mosaicos bizantinos que aún hoy se siguen restaurando.
Por ese barrio hay barios lugares tradicionales donde comer manti, una especie de raviolis pequeñitos con yogur y salsa de tomate. Los hay incluso donde se ven a las cocineras rellenado uno a uno los pequeños raviolis a mano. Son deliciosos a cualquier hora, sobretodo si les echamos buena cosa de sumac (un condimento natural muy usado en el Medio Oriente).
Por ese barrio hay barios lugares tradicionales donde comer manti, una especie de raviolis pequeñitos con yogur y salsa de tomate. Los hay incluso donde se ven a las cocineras rellenado uno a uno los pequeños raviolis a mano. Son deliciosos a cualquier hora, sobretodo si les echamos buena cosa de sumac (un condimento natural muy usado en el Medio Oriente).
Besiktas
Otro de los barrios que uno no se puede perder. En las orillas del Bósforo de Besiktas se encuentran dos grandes joyas de la ciudad. Por un lado el solemne palacio de Dolmabahce, que sustituyó al palacio de Topkapi como residencia oficial de los sultanes desde 1856. Se trata una pieza única de la arquitectura donde se combinaron los estilos barroco, rococó y neoclásico junto con las formas tradicionales otomanas utilizando materiales de lujo como marmol de Carrara. Lo mejor es hacer la visita guiada (hay incluso en castellano) para ver las decenas de dependencias (desde despachos y habitaciones hasta el gigantesco salón del trono: con sus 2000 metros cuadrados y 36 metros de altura, 56 columnas y la lámpara de araña de cristal más grande del palacio me dejó abrumado. Es una de las estancias más impresionantes que de las que he visto en todos mis viajes. También fue la residencia de Mustafá Kemal Attaturk, fundador de la Turquía moderna y el dirigente más querido del país. De hecho, se puede visitar la habitación en la que murió. Tras la visita, perdeos por sus bonitos jardines a orillas del Bósforo.
Muy cerca se encuentra el Istanbul Modern, el museo de arte contemporáneo de la ciudad, situado en un viejo almacén portuario ahora completamente modernizado. Perfecto para disfrutar de pinturas, esculturas y arte audiovisual de los artistas turcos más cotizados en los últimos años.
Finalmente, nada mejor que dar un paseo por la calle Nisantasi y alrededores, la conocida "milla de oro" de Estambul, donde se agolpan las boutiques de lujo pero también restaurantes y cafeterías cosmopolitas con el toque otomano de rigor. Pero si lo que buscáis es algo más informal y relajado, muy cerca se encuentra también el antiguo barrio de pescadores de Ortakoy, con sus callejuelas estrechas, que lamentablemente hoy en día se ha convertido en un lugar explotado por el turismo con tiendas de souvenirs y Starbucks ocupandolo todo. Aún así, aquí encontramos los populares puestos de patatas al horno gigantes rellenas de muchas cosas (ensaladilla rusa, maíz, carne picada, champiñones, salsa de yogut, remolacha picada, aceitunas negras, longanizas...) vosotros elegís. Disfrutad de este manjar sentados frente a la elegante mezquita.
Etiler
Etiler es un barrio residencial con restaurantes de primer nivel, donde destacan el primer restaurante que abrió el ahora archiconocido Nusr-Et en Etiler y un nuevo que ha abierto en Bebek también. De hecho, tras probarlo por primera vez en Dubai fui por al de Etiler y justo ese día nos encontramos con Nusr-Et que estaba visitándolo. Como mi amiga lo conoce, me pude hacer una foto con él. Aunque la carne es excelente aquí, sigue sin superar a la ternera wagyu de Kobe que comí en algunos restaurantes de Tokyo.
De fiesta
Para salir de fiesta por Estambul, tenemos desde los bares y discotecas más desenfadados de Taksim (algunos LGTBI, y muy dinámicos, a pesar de la reislamización emprendida desde hace años por Ergodan) o las terrazas más elegantes a orillas del Bósforo (con Reina cerrada, tras el triste atentado de la Nochevieja de 2016). Si salís de fiesta, al menos tomad una vez raki, el fuerte alcohol de anís local. La vida nocturna de Estambul es tan desenfrenada o más que la de Madrid o París.
Estambul me fascinó y me sigue fascinando. Es una ciudad a la que volver una y otra vez. Me queda por ver las islas del Príncipe, a las que cuando decido ir, ese día hace mal tiempo y no merece la pena. Espero que a la próxima pueda tomar un ferry y disfrutar de este archipiélago en pleno Mármara donde no pueden circular coches.
Otro de los barrios que uno no se puede perder. En las orillas del Bósforo de Besiktas se encuentran dos grandes joyas de la ciudad. Por un lado el solemne palacio de Dolmabahce, que sustituyó al palacio de Topkapi como residencia oficial de los sultanes desde 1856. Se trata una pieza única de la arquitectura donde se combinaron los estilos barroco, rococó y neoclásico junto con las formas tradicionales otomanas utilizando materiales de lujo como marmol de Carrara. Lo mejor es hacer la visita guiada (hay incluso en castellano) para ver las decenas de dependencias (desde despachos y habitaciones hasta el gigantesco salón del trono: con sus 2000 metros cuadrados y 36 metros de altura, 56 columnas y la lámpara de araña de cristal más grande del palacio me dejó abrumado. Es una de las estancias más impresionantes que de las que he visto en todos mis viajes. También fue la residencia de Mustafá Kemal Attaturk, fundador de la Turquía moderna y el dirigente más querido del país. De hecho, se puede visitar la habitación en la que murió. Tras la visita, perdeos por sus bonitos jardines a orillas del Bósforo.
Muy cerca se encuentra el Istanbul Modern, el museo de arte contemporáneo de la ciudad, situado en un viejo almacén portuario ahora completamente modernizado. Perfecto para disfrutar de pinturas, esculturas y arte audiovisual de los artistas turcos más cotizados en los últimos años.
Finalmente, nada mejor que dar un paseo por la calle Nisantasi y alrededores, la conocida "milla de oro" de Estambul, donde se agolpan las boutiques de lujo pero también restaurantes y cafeterías cosmopolitas con el toque otomano de rigor. Pero si lo que buscáis es algo más informal y relajado, muy cerca se encuentra también el antiguo barrio de pescadores de Ortakoy, con sus callejuelas estrechas, que lamentablemente hoy en día se ha convertido en un lugar explotado por el turismo con tiendas de souvenirs y Starbucks ocupandolo todo. Aún así, aquí encontramos los populares puestos de patatas al horno gigantes rellenas de muchas cosas (ensaladilla rusa, maíz, carne picada, champiñones, salsa de yogut, remolacha picada, aceitunas negras, longanizas...) vosotros elegís. Disfrutad de este manjar sentados frente a la elegante mezquita.
Etiler
Etiler es un barrio residencial con restaurantes de primer nivel, donde destacan el primer restaurante que abrió el ahora archiconocido Nusr-Et en Etiler y un nuevo que ha abierto en Bebek también. De hecho, tras probarlo por primera vez en Dubai fui por al de Etiler y justo ese día nos encontramos con Nusr-Et que estaba visitándolo. Como mi amiga lo conoce, me pude hacer una foto con él. Aunque la carne es excelente aquí, sigue sin superar a la ternera wagyu de Kobe que comí en algunos restaurantes de Tokyo.
De fiesta
Para salir de fiesta por Estambul, tenemos desde los bares y discotecas más desenfadados de Taksim (algunos LGTBI, y muy dinámicos, a pesar de la reislamización emprendida desde hace años por Ergodan) o las terrazas más elegantes a orillas del Bósforo (con Reina cerrada, tras el triste atentado de la Nochevieja de 2016). Si salís de fiesta, al menos tomad una vez raki, el fuerte alcohol de anís local. La vida nocturna de Estambul es tan desenfrenada o más que la de Madrid o París.
Estambul me fascinó y me sigue fascinando. Es una ciudad a la que volver una y otra vez. Me queda por ver las islas del Príncipe, a las que cuando decido ir, ese día hace mal tiempo y no merece la pena. Espero que a la próxima pueda tomar un ferry y disfrutar de este archipiélago en pleno Mármara donde no pueden circular coches.