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dilluns, 31 de gener del 2011

Lisboa y Sintra

Alfama

Empezamos el sábado subiendo en el famoso tranvía 28, que recorre el popular barrio de Alfama, traqueteando por las empinadas callejuelas. Nos dejó en el miradouro da Graça, desde donde el Tajo parecía mar... Tras escalar un par de callejas empinadas nos plantamos ante la entrada del Castelo de São Jorge, donde entramos y lo recorrimos admirando el panorama lisboeta agazapados en sus almenas. Desde luego, son las mejores vistas de la ciudad. 

Procedimos a descender, parándonos a mitad para entrar y admirar la , es decir, la catedral de la ciudad, una de las pocas catedrales románicas que conozco hasta el momento, y que me sorprendió. Admiramos la alta bóveda de cañón y los pequeños ventanucos con columnitas románicas que convierten a este lugar sagrado en un espacio oscuro e intimista. Normalmente las catedrales que visito son básicamente góticas o barrocas, de ahí mi sorpresa. 
Volvimos a las necesidades terrenales buscando algo rápido que comer al Rossio, donde personalmente opté por un sandes misto (bocata caliente de jamón y queso).

Belém

Teníamos prisa para llegar a Belém, antiguo pueblo ahora anexado a Lisboa. Y tras un recorrido en otro tranvía, esta vez igual de moderno que los de València, llegamos enfrente del célebre Mosteiro dos Jerónimos, lugar donde se firmó el actual Tratado de Lisboa el pasado 2007 así como la adhesión de Portugal a la UE en 1986. El blanco edificio de gótico manuelino es precioso, así como su majestuosa iglesia, donde pude ver las tumbas de dos de los portugueses más célebres: el poeta Camões y el navegante Vasco da Gama.

Dirigiéndonos hacia el río, y aprovechando que el sol salía por primera vez durante nuestro viaje, llegamos al Padrão dos Descobridores, gran escultura de los años 60 que imita la forma de las antiguas carabelas y donde están estatuas de los principales navegantes portugueses que recorrieron todos los océanos llevando la gloria al antiguo Imperio Portugués, presente en todos los continentes.

Tras las fotos pertinentes, continuamos recorriendo los muelles deportivos de Belém hasta llegar a la que es, en mi opinión, el auténtico símbolo de Lisboa: la torre de Belém, patrimonio de la humanidad – UNESCO. Recorrí sus pétreos salones, y salí a sus balcones para admirar la enormidad del Tajo. Hacía un sol espléndido pero también un fuerte viento. Las funciones defensivas de esta preciosa torre quedan muy claras tras ver sus sólidos interiores. 

Tras la visita y las fotos, seguimos paseando por el borde del río y nos dirigimos hacia la Antiga Confitaria, el templo de uno de los dulces más sutiles de la gastronomía lusa: los pastéis de Belém. Son deliciosos pasteles con base de hojaldre y cubiertos de una suave crema ligeramente tostada en su parte superior pero líquida en el interior y cubierta con un poco de canela, que cada comensal se espolvorea al gusto. Lo curioso de este local no es solo su gran tamaño sino el hecho de que sirven los pastéis recién hechos, aún calentitos, lo que los hace aún más deliciosos. Además, es el único local del mundo que los sirve, en una receta que solo conoce tres personas a la vez en cada momento, y que no pueden viajar ni comer juntas nunca. Cuando una fallece, inmediatamente las otras dos transmiten la receta a una tercera persona nueva.

Si os fijáis, el resto de pasteles de la ciudad se les llama "pastéis de nata", ya que sólo se puede llamar "pastéis de Belém" a los que salen de este tradicional local, que además no hace envíos al extranjero ni tiene ninguna otra sede. Por tanto, aprovechad para degustar esta deliciosidad única.

Bairro Alto

Tras esta merienda, el padre de Pedro nos recogió a las puertas de los Jerónimos y nos dirigimos a casa para descansar y ducharnos. Tras ello, volvimos en coche con la hermana de Pedro y su novio de nuevo a Lisboa. Aparcando en la plaza de los Liberadores y visitando el impresionante Hard Rock Café Lisboa, remontamos el Bairro Alto para encontrarnos con el resto de amigos con las que cenaríamos. Anna e Isabella estaban allí, dos italianas que conocimos también en Floripa. 

Fuimos a cenar al restaurante Cerqueira, que a primera vista no parecía muy atractivo, pero que servía platos excelentes con ingredientes frescos. Como en cualquier tasca portuguesa, las fuentes de arroz, de ensalada y de patatas fritas eran omnipresentes. Pedimos también vinho verde. Yo pedí un salmón a la parrilla exquisito. Y todo a un precio ridículo. Lo encontraréis en la calçada Santana 49. Tras acabar la cena empezamos la fiesta en el miradouro de São Pedro de Alcântara, con unas vistas nocturnas del castillo preciosas. Y de allí nos adentramos en las callejuelas del barrio más marchoso de la ciudad, llenas a reventar de gente tomando copas. De bar en bar y de calle en calle llegamos a un local donde los amigos lisboetas de una amiga de Porto de Magali nos invitaron a su pequeño salón VIP, donde no pasé mucho tiempo pero que me vino bien para dejar el chaquetón, bufanda y suéter. También las bebidas tenían un precio muy asequible. Cuando cerraron, seguimos deambulando hasta acabar en una pequeña y sórdida discoteca llamada Copenhaguen en la que no duramos mucho. Al acabar la fiesta, y tras juntar a todo el mundo (algo complicado en Bairro Alto) volvimos a casa a dormir.

Sintra

Y llegó el último día, domingo. Me levanté temprano para coger el tren y plantarme en pocos minutos en la tranquila y verde Sintra, un pueblito cercano a Lisboa donde veraneaba la Familia Real portuguesa. Como tenía poco tiempo, me dediqué a callejear un rato y a visitar el Palácio Nacional, un edificio construido a pedazos pero con mucho encanto. El salón de las urracas y el de los cisnes destacan, pero sobre todo, las dos enormes chimeneas en forma de cono de las antiguas cocinas, símbolo por excelencia de Sintra.

También aproveché para comprarme un travesseiro en Casa Periquita, local famoso en todo Portugal por hacer los dulces típicos de Sintra. Con forma de almohadón alargado, tal y como refleja su nombre portugués, se trata de una obra maestra de la repostería formada por decenas de finas capas de un finísimo y tierno hojaldre relleno de una crema caliente semi-líquida. También compré en A Fábrica das Verdadeiras Queijadas de Sapa sus famosas queijadas, un dulce también típico con una base dura y un relleno de queso dulce muy rico. 

Tras los húmedos y verdes bosques de Sintra volví a casa de Pedro para comerme el delicioso almuerzo dominical que su familia nos ofrecía. Empezamos con un calentito y típico caldo verde, seguimos con embutidos y quesos portugueses y como plato central, como no, bacalhau, esta vez con una crema de quesos fundidos y espinacas, coronado por gambas. Regado todo con vino alentejano, claro. Y para acabar, otra deliciosidad casera: unos cuadraditos de chocolate con una masa de almendras. Dando las gracias por la comilona, nos dirigimos de nuevo a Lisboa para ir al Museu Calouste-Gulbenkian. Esta institución fue fundada por un rico magnate armenio que se instaló en Lisboa y tras una vida de coleccionar objetos de arte de todos los rincones del mundo y de todas las épocas, los donó en herencia al Estado portugués. Por desgracia, solo nos dio tiempo a ver el ala de arte contemporáneo, ya que cerraban a las 18 y llegamos a las 17.15. En fin, será una excusa para volver a la capital lusa.

Oriente

Tras este rato de cultura, nos fuimos al Oriente, el barrio más cosmopolita de la ciudad, resultado de la remodelación urbanística llevada a cabo con motivo de la Expo de Lisboa. Se trata de un lugar de amplios y modernos jardines junto al Tajo, con un teleférico que discurre paralelo al río y varios de los antiguos pabellones, reconvertidos ahora en centros comerciales, cafeterías, discotecas, palacios de deportes o de congresos, en la Feria de Muestras de Lisboa... etc. La verdad es que está todo muy cuidado y bien aprovechado. El edificio que más me gustó fue la Estación de Oriente, realizada por Calatrava, arquitecto de mi tierra. Es toda blanca y con formas angulosas que dan un aspecto magnífico a este núcleo de las comunicaciones lisboetas.

Como mi vuelo iba a salir ya, me despedí de todos, contento de haber pasado esos días con mis amigos del intercambio en Brasil y cogí un taxi rumbo al cercano aeropuerto. 

Vuelta a Belém

Tuve la oportunidad de volver a descubrir Belém al visitar a Carol en mayo de 2022, que vivía en un maravilloso ático desde el que disfrutar de unas increíbles vistas del barrio. En esa visita aproveché para hacer una visita guiada que me llevó a descubrir nuevos rincones del barrio como el Palacio Presidencial o el pabellón tailandés. Me encantó visitar el museo de los presidentes, muy ilustrativo y lleno de regalos oficiales que han ido recibiendo los diferentes mandatarios desde países de todo el globo. También había una interesante exposición de Maria de Lourdes Pintasilgo, primer mujer que llegó a primera ministra portuguesa y candidata frustrada a la presidencia del país. Los jardines del palacio presidencial son preciosos.

En lo alto del barrio no os perdáis la bellísima iglesia da Memória, mausoleo del Marqués de Pombal. Ni el jardín botánico: una auténtica delicia para un paseo dominical informal. Por cierto, que en esta segunda visita a la ciudad también fui al pueblito turístico de Oeiras, a ver la famosa heladería de nuestro amigo Pedro, donde nos invitó a probar todas sus espectaculares creaciones. No os perdáis Don Pavili: no por casualidad declarada mejor heladería de Portugal por la Cámara de comercio italiana.

Asimismo, también visité otras zonas que no conocía de Lisboa, como el nuevo Time Out Market de Lisboa, con puestos de comida espectaculares. De ahí cruzamos a Cacilhas, a través de agradable ferry que cruza el Tajo. Allí comimos en su céntrica y peatonal rua Cândido dos Reis, donde abundan los restaurantes de pescado y marisco. Elegimos el Solar Beirao, donde nos sirvieron auténticas exquisiteces.

diumenge, 23 de gener del 2011

Lisboa por primera vez

El primer encuentro de la familia brasileña ha sido en Lisboa. Gracias a Pedro, que nos acogió a siete de nosotros y lo hizo posible. Y quedé encantado. Lisboa es una de las ciudades de este pequeño mundo donde me gustaría pasar un año, para descubrirla a fondo, y también para poder conocer mejor el resto de Portugal.

Y es que Lisboa alberga un encanto especial. Su considerable centro histórico, especialmente las zonas de Alfama y Bairro Alto, guardan un ambiente de pueblecito, con tiendas tradicionales, ropa colgada en los balcones para secarse, casas de pocos pisos, callejuelas empedradas estrechas y empinadas... y sus omnipresentes tranvías que traquetean entre el pavimento. A la vez están los señoriales barrios cercanos a Marqués de Pombal y avenida da Liberdade. Es inolvidable la monumental costa de Belém. Y si se busca algo contemporáneo, el Parque das Nações y el barrio de Oriente en general, harán que cualquier cosmopolita se sienta como en casa. Hay Lisboa para todos los gustos.

Tras el reencuentro en el aeropuerto, la primera noche, la familia de Pedro nos invitó a una gran cena portuguesa. El queijo da Serra da Estrela era uno de los entrantes. Se trata de un queso muy parecido a la Torta del Casar extremeña, pero con un sabor diferente. Es un queso que cuando se saca a la temperatura ambiente se derrite ligeramente, se le abre un círculo en la parte superior y con un cuchillo se unta en tostas. Por supuesto, también estaba presente el bacalhau, elemento clave de la cocina lusa. En este caso, estaba rebozado en pequeñas porciones con perejil y ajo.

Como plato principal un delicioso y tierno pollo al vino acompañado de arroz. Por supuesto, toda la comida estuvo regada por un delicioso vino tino alentejano. Aunque lo mejor fue el postre. Una de las aficiones nacionales de Portugal, detrás de la obsesión futbolera, son los bolos y los pastéis. Por eso, la madre de Pedro había hecho para ese días dos enormes pastéis caseros deliciosos... uno de chocolate pero otro aún mejor de nata, moras y crema de frutos del bosque. Y al acabar, café y una copita de Porto, el vino dulce con el que acabar una buena comida portuguesa.

El viernes nos levantamos pronto, y tras un copioso desayuno, nos dispusimos a tener el primer contacto con Lisboa. Tras pasar por la facultad de Odontología (capricho de Carol) empezamos a caminar por el barrio de Marques de Pombal, y vistamos la Mãe da Água, en antiguo depósito de águas potables de la ciudad situado en una de las siete colinas lisboetas. Ahora se ha recuperado como una sala de exposiciones y eventos muy original. Altas columnas, una pileta enorme de 7 metros de profundidad y agua cristalina presididas por una enorme escultura que imita una montaña de rocas por donde gotea el agua de la boca de un gran pez. El espacio central de la pileta dispone de un gran suelo de madera que flota en el agua, lugar donde se realizan fiestas y eventos. También subimos hasta el terrado, donde apreciar bonitas vistas de la ciudad y nos colamos en el acueducto que sale del depósito. Tras recorrer varias decenas de metros por encima de las calles lisboetas llegamos a unas escaleras que salían y, para sorpresa de un guardia de seguridad, aparecimos en el jardín privado de una caseta de vigilancia. Tras disculparnos, abandonamos el lugar, admirando el bonito acueducto blanco que habíamos recorrido desde dentro. Me recordó mucho a los arcos de Lapa, en Rio.

Recorriendo las callejuelas rumbo a Rossio, donde llegaba Paula del aeropuerto, atravesamos la bonita plaza de Príncipe Real, uno de los núcleos para los noctámbulos de la capital, en la cima del Bairro Alto. Lisboa tiene ese aspecto decadente que tanto me recordaba a Roma, en el sentido de casas en mal estado con su pintura desconchada, cables por encima de las calles con las farolas colgando o  los cables del tranvía...etc. Pasando por delante de un asador argentino, y viendo su bajo precio, decidimos entrar. El lugar era muy elegante. Situado en una colina, disponía de grandes ventanales por los que ver parte de la ciudad. Carol, como argentina, certificó la calidad de la carne, según ella, excelente. Tras llenarnos a reventar de carnes argentinas, ensaladas y otras exquisiteces, continuamos nuestro recorrido.

Pasamos por la original Estação do Rossio, un edificio decimonónico de arquitectura neomanuelina, es decir, que imita el estilo gótico recargado de la época del rey Manuel I. Y llegamos a la céntrica plaza do Rossio, lugar de encuentro y donde cada dos pasos alguien te ofrece gafas de sol de imitación, relojes falsos o hachís. Fue allí donde recogimos a Paula, llegada del aeropuerto. Hecho el reencuentro, empezamos a recorrer rua Augusta, la típica calle de compras con tiendas de ropa de las cadenas más conocidas. A mitad de la calle, y girando la vista a una de las paralelas, se encuentra el elevador de Santa Justa, otra infraestructura del XIX, que recuerda a la parte final de la Torre Eiffel y que de hecho realizó un arquitecto discípulo del genial Gustave Eiffel, llamado Raúl Mésnier. Se trata de un ascensor de hierro que servía para acceder al Bairro Alto y que ahora cumple una rentable función turística de mirador.

Siguiendo por la calle y por deseo de Magali, nos metimos un momento en el Museu da Moda e do Dessign, viendo algunas exposiciones interesantes de muebles, trajes y objetos de diseño, así como un montaje audiovisual espectacular que nos adentró en medio de una orquesta de música clásica.

Finalizamos la calle pasando el sublime arco de la victoria que desemboca en al suntuosa Praça do Comércio, lugar donde los barcos más elegantes llegaban para desembarcar en los siglos pasados. Rodeada por columnas excepto por la parte que da al Tajo, con los edificios pintados de un suave amarillo y con tranvías que atraviesan por uno de sus extremos, esta plaza es, sin duda, la más elegante de la ciudad.  Es amplia, está recién reformada y con una uniformidad y limpieza admirables.



Para acabar el día, fuimos a la rua do Carmo, para volver al Rossio donde esta vez iba a llegar Fábio. Esta calle es el lugar "chic" donde encontrar parte de las grandes firmas internacionales. Y digo parte, porque las grandes boutiques como Vuitton, están situadas en la avenida da Liberdade, auténtico núcleo de la alta sociedad portuguesa.

Tras encontrarnos con Fabs nos dirigimos a tomar algo al célebre local A brasileira, pero como estaba lleno, nos colamos en uno de sus elegantes locales vecinos, para tomar cafés y tés. Tras  charlar un rato, volvimos a casa de Pedro en tren. Allí, disfrutamos de otra excelente cena ofrecida por sus padres. Esta vez los entrantes fueron un chorizo asado en la propia mesa, en un recipiente que tenía alcohol y al que se le prendía fuego. También hubo un enorme pan vaciado y rellenado de una ensalada basada en mahonesa y sucedáneo de marisco. El plato estrella fue una enorme fuente de bacalhau com natas, cremoso y delicioso, cubierto por abundante queso fundido y algunas gambas. Toda la comida fue regada esta vez por un refrescante vinho verde, proveniente del norte de Portugal, de la región del Minho. Y como postre, un nuevo pastel casero hecho ese día por la sra. Mendanha Dias: un inigualable pastel de una suave y esponjosa crema cubierta de trozos de fresas, plátanos y kiwis frescos y cuya base era una pasta tan leve que se deshacía en la boca. Fue tal nuestra sorpresa que tras el primer bocado, todos le dimos un aplauso a la señora por la obra maestra de repostería que nos había preparado. Coincidimos en que comer esta delicia era como degustar una suave nube.

Un recibimiento en Lisboa inolvidable.

divendres, 7 de gener del 2011

Aún Holanda...

Además de Rotterdam, durante mi tercera estancia en Holanda visité otros lugares. Pero siempre dentro del Randstad. Bautizada con este nombre por un directivo de la KLM (Royal Dutch Airlines), Randstad es la región que abarca las ciudades que se encuentran entre Rotterdam y Amsterdam. Aquí están las instituciones políticas de los Países Bajos, las principales industrias, el mayor puerto de Europa y uno de sus aeropuertos más importantes y las principales instituciones financieras del país de los tulipanes.

Por tercera vez visité Den Haag, la capital administrativa de los Países Bajos. Yo toda la vida pensando que era la capital del país y resulta que es Amsterdam. Aunque Den Haag hace las veces de distrito de embajadas, sede del Parlamento y algunos ministerios... etc. Eso le da un aire señorial y, porque no decirlo, pijo. Tiendecitas de productos de gran calidad y una gran variedad de oferta gastronómica son un reflejo de esto. Incluso las farolas tienen coronitas en el barrio más céntrico. La mayor razón para volver a la Haya era uno de los 1000 sitios que ver antes de morir, según la periodista Schultz: el museo Mauritshuis. Es un museo pequeño pero muy completo. Está situado en una antigua mansión al lado del Parlamento, en cuyas antaño habitaciones se exponen los cuadros. La colección se centra en las pinturas flamencas de su Siglo de Oro (el XVII) y la más famosa es la "chica de la perla" de Vermeer, más conocida como la "Mona Lisa holandesa". De este autor también encontraremos la "vista de Delft", uno de los cuadros más queridos del mundo. La "lección de anatomía" del genial Rembrandt es otra de las obras claves, así como uno de sus geniales autorretratos. El único problema es que si no se es estudiante en los Países Bajos, la entrada cuesta la friolera de 14 euros y medio. Aunque para aliviar la sensación de "timo" el precio incluye audio-guía, lo que no está nada mal. 

Me queda pendiente merendar en el salón Hotel des Indes, donde Mata Hari espiaba en lo que fue el cuartel geneal aliado durante la Primera Guerra Mundial. Y también disfrutar del famoso Festival de Jazz "in Den Haag", en verano. Next time!

También hicimos una excursión a los molinos de Kinderdijk, que son patrimonio de la Humanidad - UNESCO. A pesar del frío que hacía, la nieve que había y que el agua estuviese congelada, salió un día soleado magnífico y pudimos pasear por aquel paisaje tan típicamente holandés. Los molinos, además de hacer las veces de vivienda del molinero y familia, servían para drenar aquella zona y poder disponer de mayor espacio cultivable. Esta es la obsesión neerlandesa: ganar terreno al mar. Es impresionante lo absolutamente plano que el paisaje. Para llegar a este pintoresco lugar, hay autobuses urbanos desde Rotterdam que suelen tardar una hora aproximadamente. Nos hicimos muchísimas fotos, el paisaje lo merecía.
  
Por último, hicimos una escapada de unas horas a Leiden, la ciudad universitaria por excelencia de los Países Bajos. Con la que es probablemente la mejor universidad del país, esta pequeña ciudad a caballo entre La Haya y Amsterdam es un remanso de paz. Callejuelas y canales muy similares a los de Amsterdam, pero sin las manadas de turistas, la convierten en un lugar con un encanto especial. Cuenta con uno de los mejores molinos del país, además de con muchos servicios y gran variedad de tiendas, lo que la convierte en un buen lugar para vivir. La excelente conexión que tiene con el resto de ciudades holandesas y especialmente su gran cercanía al aeropuerto de Schipol refuerzan su atractivo. Preciosas iglesias y la fortaleza desde la que observar los tejados de la ciudad completan las razones para visitarla.

Y por último, Amsterdam. Por segunda vez volvía a la capital neerlandesa. Una ciudad rápidamente asociada a los Coffeeshops y al Barrio Rojo. Pero que es mucho más que eso. En esta visita tuve la oportundiad de conocer el fascinante Museo Van Gogh, uno de los museos mejor organizados del mundo a mi entender. Los 200 cuadros del artista con los que cuentan están perfectamente organizados por etapas y temáticas y la visita no se hace para nada pesada. Además, cuenta con otros muchos cuadros que influyeron en el estilo de Van Gogh, lo cual aporta una gran visión perspectiva sobre la obra de este gran pintor de finales del XIX. Por tanto, vale la pena pagar la carísima entrada de 14 euros y añadir el suplemento de 5 euros más para contar con una audioguía. Algunos de los mejores cuadros del artista están aquí.

La Casa de Ana Frank es otro de los imprescindibles de Amsterdam. Enclavada en uno de los canales más bonitos de la ciudad, el Prinsengratch, esta casa convertida en museo es realmente impresionante. Su historia es símbolo del sufrimiento de los perseguidos por el fanatismo nazi, no sólo a los judíos, sino a los gitanos, comunistas, democristianos, socialistas, homosexuales, discapacitados, testigos de Jehová... etc. De hecho, además de la casa, que se conserva mayoritariamente sin muebles (por expreso deseo de Otto, el padre de Ana y único superviviente de la familia), también cuenta con un espacio de estudio y reflexión contra la discriminación de la Fundación Ana Frank. Es especialmente curioso uno de los últimos espacios, consistente en bancos donde sentarte y varias pantallas donde se exponen problemáticas siguiendo diferentes casos recientes de convivencia entre culturas, creencias, modos de vida... etc. Al final de la exposición de cada caso, se plantea una pregunta y los asistentes disponen de varios pulsadores con un botón verde (a favor de la propuesta) y uno rojo (en contra). Tras la votación, las pantallas muestran el resultado de las respuestas de los presentes, y a continuación, la media general de todos los visitantes del museo. Es profundamente interesante y las preguntas van desde si se considera adecuado retirar los crucifijos de las escuelas, pasando por la discriminación de la policía holandesa en determinadas actuaciones o a la necesidad de prohibir símbolos nazis o no.

A parte de esto, la historia de Ana Frank me pareció tan significativa que no pude resistirme a completar mi biblioteca con un ejemplar del famoso diario de esta niña de 13 años. Por último, os aconsejo visitar la casa a partir de las 17.30, ya que en horario de invierno cierra a las 19, y una hora y media antes del cierre es cuando menos cola hay.

Y bueno, qué decir de la oferta gastronómica de Amsterdam. Se puede encontrar de todo y a todos los precios. Además, casi todos los restaurantes cuentan con opciones vegetarianas, dentro del ambiente de respeto que reina en la ciudad. Desde las grasientas ventanitas del FEBO con sus croquetas y pseudohamburguesas, pasando por el delicioso Wok to Walk y su libertad para construirte tu plato de fideos, verduras o arroz, la capital neerlandesa ofrece comida para todos los paladares. Una noche, Martise nos llevó a Carol y a mi a cenar a una pizzería deliciosa regentada por italianos que resultó ser gay-friendly (algo muy común en esta ciudad). Antes nos habíamos tomado el aperitivo en uno de los locales más sofisticados de la Rembrandtplein, uno de los núcleos de la marcha nocturna de la ciudad. Se trata de De Kroon: luz rosa ténue, vistas a la plaza, pantallas donde se proyecta fuego, lámparas de araña, grandes butacas negras, sillas y mesas de diseño, animales disecados... todo está pensado para ofrecer un entorno perfecto donde tomar algo y relajarse entre amigos. Además, la música es excelente. Personalmente tomé una cerveza cuyo nombre holandés no recuerdo pero que tenía un toque de limón amargo. Además, para picar pedimos Bitterballen, una especialidad nacional que nos recomendó Martise y que resultó exquisita: bolas fritas crujientes rellenas de una especie de ragú de carne con bechamel acompañadas de la mostaza holandesa casera para mojar.




Cada vez que vuelvo de Amsterdam me gusta más. Sin duda que volveré. Queda pendiente entrar a la Oude Kerk, visitar en Rijksmuseum, pasar una tarde-noche en el Grand Café Americain y hacer un crucero por los canales de la ciudad en la época de los tulipanes. Aunque el simple hecho de pasear por el cinturón de canales y curiosear entre sus cientos de tiendas, todas diferentes, ya merecen volver a esta dinámica ciudad.

dimarts, 4 de gener del 2011

Holanda

Y si, digo Holanda. Que no me venga ningún listillo con el cuento, que ya me lo sé. Holanda son dos provincias de los Países Bajos. Y es donde he pasado los últimos días del 2010… y primeros del 2011. 

Rótterdam ha sido donde más tiempo he pasado en este tercer viaje a los dominios de la reina Bellatrix. Esta moderna ciudad debe su prosperidad al Europoort, el mayor puerto de Europa y junto con los de Singapur y Shangai, el mayor del mundo.

Tras su destrucción en la Segunda Guerra Mundial a causa de los intensos bombardeos que prácticamente no dejaron nada en pie, la ciudad retomó su espíritu industrioso y comercial y resurgió de las cenizas. Ha sido sobretodo en las últimas décadas cuando enormes rascacielos se han ido levantando dando a la ciudad una impronta ultramoderna. Pasear por determinados barrios de Rotterdam es repirar el diseño contemporáneo, las nuevas formas... Cada rascacielos es más impresionante que el anterior. Sin duda, cuando el Whileminapier esté acabado, nuevos edificios imponentes completaran el panorama arquitectónico de esta ciudad, ya de por sí fascinante. Entre los nuevos rascacielos que hay en esta zona encontramos el antiguo Hotel New York, una de las pocas construcciones originales que quedan en la ciudad. Data de inicios del siglo XX, con un estilo art-decó, y albergaba originalmente los pabellones de llegada de viajeros de la Holland-America Line. Ahora es un hotel de renombre. Y por supuesto, no se puede dejar de cruzar el puente de Erasmo, que aunque parezca de Calatrava, no lo es. Esta impresionante obra de ingeniería es para muchos el símbolo de la ciudad.

Otro de los puntos clave de Rótterdam son los alrededores de la estación de metro Blaak, donde encontraremos algunos edificios curiosos, destacando el Kubus-Paalwoningen, una tira de casas con forma de cubos amarillos en diagonal y pegados unos a otros. También es curioso el edificio Het Potlood (el lápiz) con su afilada punta y sus ventanas del revés.


Pero aunque Rótterdam sea más limpia, eficiente y barata, prefiero el bullicio de Ámsterdam. Aunque eso es otra historia. El caso es que estos días estuvimos alojados en casa de una simpatiquísima enfermera holandesa, que nos trató como reyes. Tenía un gran gusto para decorar la casa: el comedor era de revista. Y su amabilidad y detallismo para con nosotros era increíble.

El encuentro europeo de Taizé de este año ha sido un éxito. Apenas nadie tuvo que dormir en pabellones. Cuando se supo que semanas antes del encuentro 10 000 de los 20 000 jóvenes participantes iban a dormir en colegios y gimnasios, la ciudadanía de Rótterdam se movilizó. Más de 500 llamadas por día de familias, estudiantes y otras personas que se ofrecían a alojar a 3, 5 o 7 jóvenes en sus casas. Incluso desde las vecinas Den Haag y Delft se ofrecieron. En unas semanas la mayoría de los participantes teníamos una casa asignada. Todo un ejemplo de la hospitalidad de los dutch.

Sin duda, estos días han cambiado para siempre la nefasta visión que tenía de los Países Bajos y su sociedad. Acogedores y hospitalarios, francos a la hora de hablar y sumamente libres. Así son los holandeses. Tienen un fuerte sentido comunitario y además son extremadamente respetuosos para con los gustos, opciones y creencias de los demás. Son gente con un gran gusto para decorar las casas y con una atención extraordinaria por los pequeños detalles La eficiencia de sus transportes públicos es casi perfecta a pesar de que las tarifas de los billetes sean en ocasiones abusivas (2,40 € el billete sencillo de tranvía en Ámsterdam). A pesar de todo, el clima gris, la estructura anglosajona de las ciudades y sobretodo su difícil idioma me siguen frenando para verme capaz vivir allí. Sin embargo, creo que me esperan muchas visitas a este fascinante país.

También fue en Rótterdam donde pasamos la Nochevieja. Como Korianne (la joven enfermera con la que vivíamos) tenía turno de hospital ese día por la noche, cenamos en otra casa. A Fer, Toni y a mi nos tocó una curiosa familia formada por un holandés de pura cepa que hacía diez años se había convertido al Islam, casado con una señora de Surinam cuya religión era el hinduismo. Todo muy dentro de la interreligiosidad que fomenta el espíritu taizetiano. Así que ni cerdo ni vaca eran parte del menú. Pilar y Dafne fueron a cenar con otra familia holandesa.

Los tres cenamos con este curioso señor y con un joven matrimonio polaco, cuatro rumanas y un rumano. La cena se compuso de platos típicos de Surinam. De hecho, la gastronomía de los Países Bajos está formada por platos propiamente holandeses, pero también por la cocina indonesia y de Surinam, ambas antiguas colonias y cuyas especialidades culinarias forman parte indisociable de la gastronomía neerlandesa.

Una olla de un guiso de pollo al curry presidía la mesa, junto con arroz, espinacas al vapor y deliciosos roti, unas enormes crepes sin levadura típicos con los que se comía todo lo demás, envolviéndolo en ellos. También había huevos duros rebozados, cocinados con una especia y/o verdura que no recuerdo, pero que estaban deliciosos. En definitiva, una cena típica del Surinam que ahora es tan holandesa como el arenque.

Eso sí, el postre fue muy dutch: Oliebollen, una especie de buñuelos en forma de pelota grande frita con pasas y otros frutos que sólo se cocinan y comen en Nochevieja. Según se dice, son el origen de los actuales donuts. La mujer también había cocinado los deliciosos appletaart, la típica tarta de manzana holandesa. Esta sí, servida a lo largo de todo el año en la mayoría de cafeterías del país. Todo casero y buenísimo. Y por supuesto, el omnipresente té.

Pero sin duda, lo que más me sorprendió de los holandeses es la manera como celebran la entrada del año. Por lo visto, es lo mismo que en otros países: tras el correspondiente brindis de las doce y los abrazos y felicitaciones, todos los holandeses (abuelitas y todo) salen a la calle a tirar miles de petardos y fuegos artificiales. Es la pura guerra, en cada calle y plaza de la ciudad explotaban estruendosos petardos, lucían enormes fuegos artificiales y deslumbraban los artilugios pirotécnicos de colores. Mucho más impresionante que durante las Fallas en mi natal Valencia. Nosotros lanzamos decenas de fuentes que bailaban por las aceras girando con fuegos de color rojo y verde con la euforia popular.



 
Al día siguiente, primer dia del año, ya por la tarde/noche, Korianne y su simpática hermana, que estudiaba historia en Leiden, nos prepararon los típicos pannenkoeken, un plato que no son ni crepes franceses ni pancakes americanos… es una cosa intermedia, típica de Holanda. Prepararon los normales y también los que venían rellenos de trozos de manzanas. Los comimos recién hechos y acompañados de un sirope típico, pero también de mermelada o chocolate. Fue todo muy gezellig, una palabra neerlandesa que no tiene traducción al castellano. Sería una mezcla de acogedor, amable, cómodo, informal, simpático… el caso es que los holandeses son unos maestros del arte del gezelling, del crear momentos agradables, cómodos, acogedores… y yo sin saberlo.     

En definitiva, la herencia que deja este encuentro a Rótterdam es el diálogo y colaboración permanente entre las iglesias protestantes de la ciudad (casi todas luteranas) con las católicas. Hasta ese momento se respetaban pero no existía ningún tipo de colaboración. El encuentro de Taizé ha propiciado que parroquias del mismo barrio que nunca antes habían colaborado hayan tenido que estar en permanente contacto durante la preparación del evento y por supuesto, estos días de encuentro. Esto ha iniciado una relación histórica entre iglesias de esta ciudad. 

En la próxima entrada os contaré mis visitas por primera vez a los molinos de Kinderkijk y a la preciosa Leiden, y por tercera vez a Den Haag y Ámsterdam.

Gelukkig Nieuwjaar!