Nosotros nos quedamos en Bole, el barrio más cercano al aeropuerto, lleno de negocios dinámicos creados por los etíopes más innovadores y con hoteles de estándar occidental. Al lado vimos una importante iglesia etíope ortodoxa: la Medhanealem, con un gran jardín donde está prohibido comer, beber y fumar; y un mercado callejero anexo con cafeterías tradicionales, una detrás de la otra. Todas tienen el suelo cubierto de hierba recién cortada para refrescar y cada puesto quema incienso para perfumar el entorno. Uno se sienta en los banquitos de plástico mientras tuestan el café en una sartén, lo muelen y lo mezclan con agua que hierven en cafeteras tradicionales al carbón. El café ya preparado se sirve en pequeñas tacitas con mucho azúcar y hojas de ruda que se mojan unos segundos para quitar la amargura. Suelen tomar tres tazas y se acompañan de palomitas de maíz.
Además de estas cafeterías típicas, Bole también ofrece cafeterías modernas como "Cherish Addis", que además cuenta con un laboratorio en su piso superior donde realizar catas. El local ofrece libros y cuadros a la venta. Dirigido por Sara Yirga, aquí se sirve uno de los mejores cafés del país, siempre con la seguridad de que proviene de cultivos en el que las trabajadoras (75% de las recolectoras en el país son mujeres) reciben el salario adecuado y pueden participar en la toma de decisiones de las cooperativas. Otro lugar recomendable es la modernísima cafetería "ADORE", donde además sirven platos etíopes y mexicanos de gran calidad, y postres exquisitos.
Adís también cuenta con museos interesantes. Pero si solo se tiene tiempo para uno, todo el mundo coincide: hay que visitar el Museo Etnológico. Situado en pleno campus de la universidad, se encuentra en el antiguo palacio donde el emperador Haile Selassie vivió casi treinta años. El museo incluye objetos y piezas de artesanía de las diferentes culturas que conforman Etiopía, ordenadas según el ciclo vital: niños, jóvenes, adultos y muerte. En otras salas se mantiene la habitación, vestidor y baño tanto del emperador como de la emperatriz. También hay habitaciones con los regalos que le dieron otros dirigentes internacionales, así como recortes de periódicos o materiales de varios de sus logros, como la fundación de la Unión Africana o de la Ethiopian Airlines. También hay una sala donde se explica la curiosa conexión entre los rastafaris jamaicanos y el emperador etíope, así como una exposición de arte religioso, otra numismática y varias de arte contemporáneo etíope, donde destacan las batallas contra los italianos del siglo XIX. Por supuesto, la propia estructura del palacio se mantiene, con sus salones y grandes escalinatas mal mantenidas.Frente a la entrada destaca la famosa escalera de caracol italiana monumental, a la que se le añadía un escalón por cada año que pasaba Mussolini en el poder en Italia. Tras su derrota, los etíopes colocaron un León de Judá, símbolo de la monarquía etíope en aquel entonces, como muestra del triunfo sobre los ocupantes. Tan solo cinco años estuvo ocupada Etiopía por un poder colonial en su larga historia, frente a las décadas de imperialismo europeo en el resto de África. Y ello pese a que los italianos lo intentaron también en el siglo XIX.
La zona más lujosa de la capital se concentra alrededor del nuevo parque de la amistad construido por la cooperación china, que es espectacular. Allí están también las residencias de la presidenta del país y del primer ministro, así como el hotel más lujoso del país: el Sheraton, con jardines, piscinas, restaurantes y galerías comerciales donde todo cuesta el triple que en cualquier tienda de la ciudad.
Para cenar en la capital hay muchas opciones, pero uno no puede dejar de probar el Yod Abyssinia, un lugar profusamente decorado con un gran salón comedor con mesas y taburetes bajos donde disfrutar de platos etíopes con los mejores ingredientes, picantes o no, mientras se desarrolla un espectáculo de bailes regionales en el escenario. También es un buen lugar para degustar el tej, un licor dulce hecho a base de miel fermentada, antiguamente reservado al rey y su corte.
Finalmente, si alguien busca una tienda de recuerdos con algo más de calidad que las abundantes tiendas de souvenirs típicos que hay por la ciudad, recomiendo la tienda "Entoto Beth Artisan Fair Trade", con artículos artesanales de calidad a precios razonables, así como miel, café o jabones biológicos.
Jimma o los orígenes del café
Jimma es la ciudad más grande del oeste etíope. A pesar de concentrar una importante población universitaria, no hay apenas turismo extranjero. Fue la antigua capital de los oromo, la etnia mayoritaria en Etiopía. También los fascistas italianos intentaron convertirla en la capital de su provincia de Abisinia (Etiopía, Eritrea y Somalia). Por todo ello, la ciudad cuenta con algunos edificios racionalistas, como las oficinas municipales o la calle principal, jalonada de comercios porticados, ahora pintados de alegres colores, con algunas reminiscencias del pasado italiano, como farmacias o panaderías que nos transportarán al sur mediterráneo. Además, Jimma es el aeropuerto más cercano a la reserva de la biosfera de Kafa, antiguo epicentro del reino homónimo, donde se descubrieron las propiedades del grano del café. Y ello la convierte en destino obligado a todo amante de esta bebida que quiera visitar los orígenes de esta planta.
En la propia plaza central de la ciudad hay un monumento al origen del café, con mosaicos que narran la leyenda de Kaldi, el pastor de cabras del reino de Kafa que descubrió las propiedades del café. Cuentan que este pastor, a mediados del siglo VII, vio como algunas de sus cabras ganaban energía tras ingerir las bayas de un arbusto. Kaldi las probó también y experimentó mucha energía. Cuando llevó unas cuantas bayas al monasterio cercano, los monjes le dijeron que ese era el fruto del diablo y las arrojaron al fuego. Sin embargo, el delicioso aroma que salía de las mismas al tostarse hizo que los monjes se animaran a probarlas. Gracias a las mismas, aguantaron una noche entera rezando, por lo que empezaron a secarlas y enviarlas a otros monasterios con las instrucciones de tostarlas. Años después, además de tostarse, se hervían con agua y con ese líquido se podían sobrellevar mejor los rezos de madrugada. Comerciantes árabes llevaron esas bayas al Yemen, donde se refinó el arte de preparar la bebida del Reino de Kafa, que empezaría a llamarse café. Y del Yemen pasó a Estambul donde se convirtió en una refinada costumbre otomana. Los venecianos la llevaron a las ciudades italianas en sus intercambios comerciales y de ahí saltó a la península Ibérica, cuyos marinos la llevaron también a América.
Etiopía ofrece algunos de los mejores granos de café. Aún los secan al sol en grandes estructuras de madera que se pueden ver en campos cercanos a Jimma. Etiopía es el primer exportador de café en África y el quinto a nivel mundial. Para poder ver plantaciones de café, cooperativas de secado y probar algunos de los mejores cafés del mundo en remotas áreas rurales, lo mejor es contratar un tour desde Adís con personas de confianza, ya que en Jimma los servicios turísticos son escasos.
El oriente de Oromia
Al otro extremo de la región, alrededor del valle bajo del Awash, se encuentran algunos los más importantes conjuntos de yacimientos paleontológicos del continente africano. Los restos de homínidos encontrados en este lugar datan de cuatro millones de años atrás, lo que ha proporcionado datos esenciales acerca de la evolución de la especie humana, modificando nuestra visión de la historia de la humanidad. El hallazgo más espectacular tuvo lugar en 1974, cuando se descubrieron 52 fragmentos óseos que permitieron la reconstitución del esqueleto de la célebre “Lucy”. En este Parque Nacional se pueden ver muchas especies de fauna. Nosotros, al cruzar su única carretera, pudimos ver familias de monos pululando.
Aquí aún existen aldeas que viven en condiciones del neolítico, sin agua corriente en sus casas ni luz. Casas, por cierto, hechas de adobe y paja, donde conviven personas y animales domésticos en una estancia. Aunque la agricultura se va extendiendo, la ramadería es la principal actividad económica, con cabras, vacas y camellos como principales recursos económicos. Los burros siguen siendo un medio de transporte frecuente para cargar mercancías.
La única línea ferroviaria de Etiopía atraviesa esta parte de Oromia, con trenes de pasajeros y mercancías yendo y viniendo de Yibuti, principal puerto para los etíopes.
Más allá del Parque Nacional de Awash, al que se organizan tours de un día o más desde Adís; explorar el resto del oriente de Oromia es bastante complejo, especialmente las áreas rurales, debido a la presencia de algunos grupos armados separatistas.
Lalibela
Sin duda, la joya turística del país. Si solo se fuera a Etiopía tres días, Lalibela sería la parada obligatoria, por ser un tesoro de la arquitectura humana. Se trata del sitio más sagrado de la cristiandad etíope, lugar de peregrinación, usado durante más de ocho siglos de forma ininterrumpida.
Lalibela era conocida como Roha y ya existían algunas fortalezas donde vivía su realeza, cavadas desde la cima de la montaña hacia dentro de la misma. En el siglo XIII, uno de sus reyes, el Rey Lalibela, decidió construir una segunda Jerusalén, para ahorrar a sus súbditos el penoso viaje hasta Palestina que él mismo había tenido que hacer. Quiso copiar todos los elementos en su capital: al río que atraviesa un valle lo renombró como río Jordán y le puso una cruz en medio; replantó un monte con olivos para bautizarle con ese nombre y a otro lo llamó Gólgota. Pero lo más impresionante fueron las once iglesias excavadas en roca, llenas de simbolismo bíblico. Muchas ventanas y puertas tienen forma de pene, recordando la circuncisión iniciada con Abraham como promesa a Dios y que los etíopes cristianos siguen practicando, a diferencia del resto de cristianos, debido a que la fuerte influencia de las prácticas y símbolos judíos que aún existen en la ortodoxia etíope.
Cada iglesia es como una estatua gigante tallada de una pieza directamente de la montaña y separada de la misma, de abajo a arriba. Los historiadores calculan que se tardaron 23 años en acabar el complejo, que incluye inteligentes mecanismos de desagüe para evitar inundaciones durante la temporada de lluvias, así como pasadizos para permitir a la familia real entrar en las iglesias desde el palacio sin mezclarse con el pueblo. La leyenda cuenta que mientras obreros y artesanos descansaban por las noches, ángeles bajaban del cielo para continuar los trabajos por las noches.
Algunas cavidades, realizadas como tumbas, contienen momias de sacerdotes aún visibles. El lugar es muy auténtico y no prioriza en absoluto al turista. Los protagonistas son los fieles, que cada domingo de 6am a 9am abarrotan las iglesias, cubiertos de una tela blanca, para asistir a la celebración y rezar.Lo cierto es que desde los valles cercanos nada hace pensar que en la cima de una de las montañas existía un complejo eclesial-palaciego de tal magnitud. Y los historiadores piensan que esta forma de construcción se usó, ante todo, para asegurar la protección de los edificios en una zona en disputa con los musulmanes. Actualmente algunas iglesias están cubiertas por enormes estructuras que las protegen de la lluvia y el sol, construidas por la cooperación italiana en los años 50.
Las iglesias se dividen en dos grupos. Nosotros vimos las del noroeste, o la Jerusalén terrenal, por la tarde del primer día. Son las más impresionantes por tamaño y detalles. Se empieza con la Casa del Salvador del Mundo, la iglesia excavada en roca más grande del planeta. En ella se guarda la cruz de oro de 7kg más famosa de la localidad. Si tenéis un buen guía, convencerá a uno de los sacerdotes de bendeciros con ella. Normalmente la tienen oculta porque ya fue robada una vez.
Por un pasadizo llegaréis a Bet Maryam, la iglesia con más detalles del complejo, dedicada a la Virgen y llena de frescos o preciosos bajorrelieves, además de inscripciones en hebreo, griego y ge´ez (lengua sagrada de los etíopes ahora solo usada en textos y ceremonias religiosas cristianas). Otra de las iglesias, Bet Golgota, solo admite acceso a hombres. Contiene increíbles representaciones de los 12 apóstoles talladas en roca, además de la tumba del rey Lalibela. Pero la más impresionante del grupo es Bet Giyorgis, la obra maestra, la última en hacerse. Se trata de una perfecta cruz griega a tres alturas sin pilares interiores y tan perfectamente conservada que no requiere de cubierta artificial protectora. Su interior es mágico, pero observarla desde el exterior al atardecer, aún más. Especialmente sin ningún turista más alrededor.
La entrada a las iglesias, válida para cinco días, cuesta 50 dólares estadounidenses a todo extranjero. Se puede pagar también en el equivalente en birrs y en euros. Llevad calzado cómodo y fácilmente descalzable, con calcetines gruesos, puesto que para entrar en los templos hay que hacerlo sin zapatos. Para evitar perder tiempo desorientados por los pasadizos y túneles oscuros, si vais a visitar Lalibela sin viaje organizado, no dudéis en contactar con Hailemariam (o Mario, como le gusta llamarse en el poco castellano que habla), un guía excelente que conoce Lalibela y su región al dedillo, su historia y sobre todo, los mejores lugares en los que tomarse fotos, que os hará con una sonrisa. Si queréis su Whatsapp, pedídmelo por mensaje privado. Eso sí, intentad negociar precios con él, que a veces se pasa un poco, sobre todo con los transfers desde y hacia el aeropuerto.
A Lalibela es muy difícil llegar por carretera, por lo que hay tomar los vuelos de Ethiopian que salen cada día desde Adís. Para dormir, nosotros optamos por quedarnos en el Hotel Maribela, de solo 15 habitaciones, con cuartos luminosos que cuentan cada uno con espectaculares balcones desde los que tumbarse a disfrutar de las puestas de sol en la cima de la montaña en la que se encuentra Lalibela. El hotel es moderno pero, a la vez, tradicional, y cuenta con un amplio comedor en el que se sirven platos etíopes básicos pero deliciosos, así como pizzas decentes.
Si podéis quedaros más de una noche, aprovechad para ver las iglesias y monasterios de la región, que me cuentan que son estupendos.
Gastronomía etíope
Además del ya mencionado excelente café, Etiopía ofrece una gran variedad de comidas ricas, empezando por buenas frutas: sandías, papayas, magos, manzanas, aguacates y plátanos. Las fruterías callejeras abundan y también se pueden disfrutar en cafeterías preparadas bajo el nombre de spriss: puré de frutas sin agua ni azúcares en capas de dos o tres frutas, con media lima en el plato para exprimirse por encima. El más popular es el spriss de mango y aguacate.
Respecto a lo salado, hay que empezar por su plato nacional: la injera, una especie de pan plano hecho de tef, un cereal con mucha proteína y hierro que solo se encuentra en Etiopía. La masa, esponjosa y algo amarga, puede sorprender al principio, especialmente por servirse enrollada como si fueran toallitas húmedas, pero está muy rica. A los etíopes les gusta tanto que siempre la usan de plato y acompañante a la vez, cogiendo trocitos con la mano y mojando la comida que esté encima de la misma. A veces se comen la injera con trocitos de injera especiados encima y huevo, con lo que acaban comiendo injera con injera.Otro de los platos más deliciosos y frecuentes es el shiro, una pasta de garbanzos al ajo con muchísimas especias que se come acompañada de (sorpresa) injera. Otros acompañamientos para la injera son el pollo doro wot, guisado con cebolla, salsa de mantequilla y cardamomo; o los exquisitos quesos ácidos locales. Los guisos de cabra también son comunes.
Para desayunar, el plato que más me gustó fue la fatira: una fina masa hojaldrada al horno rellena de huevos revueltos y cubierta de la deliciosa miel etíope. Por supuesto, la gastronomía del país es muy variada, y me dejo muchísimos platos por mencionar.
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Etiopía no es un país sencillo para el turista. Pero la amabilidad de sus gentes compensarán las dificultades logísticas, y los misterios de su cultura milenaria satisfarán al turista más curioso.