Considero a Formentera como uno de los lugares más especiales del planeta. Esta pequeña isla balear de 20 km de una punta a la otra, se compone de dos zonas altas rodeadas de acantilados y una gran llanura que las une con playas arenosas a ambos lados. Y por supuesto, calas bellísimas entre sus zonas rocosas. Sus paisajes agrarios, su única carretera principal y los muretes bajos de piedra infuden una tranquilidad general que aumenta a partir de las seis de la tarde cuando la mayoría de excursionistas se vuelven a Ibiza, que se encuentra a pocos kilómetros al norte.
A Formentera sólo se puede llegar de dos maneras: o en ferry a su único puerto, La Savina; o en un barco privado a cualquiera de sus playas y calas. Nosotros llegamos desde Ibiza en uno de los ferrys que salen cada media hora. Esta era mi segunda vez en la pequeña de las Pitiusas. Hace más de 15 años visité la isla en una excursión de un día desde Ibiza. Para este verano optamos por quedarnos varias noches y disfrutar al máximo de todo lo que ofrece este paraíso mediterráneo de aguas turquesa, ritmo pausado y delicioso olor a pino.
Nos quedamos en varios bungalows en Es Pins, que por cierto recomiendo como base perfecta para explorar la isla. Están situados justo en mitad de la isla, y a un minuto de la playa de Es Ca Marí. Es Pins es un complejo de casitas con cómodas habitaciones con baño, cocina, terracita y aire acondicionado. Cuenta con una preciosa piscina, un bar-restaurante con platos decentes, una sala de juegos y una pequeña tienda de alimentación donde comprar bocadillos y ensaladas recién hechas para hacer pic-nic en la playa. También ofrece un servicio de alquiler de motos para explorar la isla. Aprovechamos y alquilamos varias. Además, Es Pins tiene su propia parada de bus. Descansamos perfectamente, el personal es extremadamente amable. El único "pero" es que la zona recreativa y el bar cierran muy pronto (a las once de la noche incluso un sábado). Quizá podría cerrar un pelín más tarde el fin de semana. Por lo demás, estupendo.
Nuestro primer día lo pasamos en la platja de Migjorn, la que está justo en mitad de la isla, bastante tranquila, ya que se accede a través de pequeños caminos que salen de la carretera principal de la isla. Comimos en el chiringuito Vogamarí, un lugar francamente bueno. Pasamos la mañana en la playa y al comer fuimos de casualidad. El chiringuito en sí es agradable pero sin pretensiones ni decoración lujosa. Aún así, la comida que sirven es excelente y su calidad-precio muy decente. Pedimos una exquisita terrina de sobrasada de Formentera con miel, unas croquetas caseras aceptables y unos calamares a la bruta inolvidables. De arroz optamos por el negro con sepia fresca, que estaba bueno pero algo aceitoso y salado.
Tras volver a refrescarnos en la piscina, fuimos a disfrutar de las últimas horas de sol al Blue Bar, un lugar precioso, con vistas increíbles, música con una DJ estupenda y un buenísimo ambiente. Todo es de color azul: mesas, sillas, bancos, sombrillas.... Nos tomamos unas copas y picamos algo previo a la cena: tiradito de salmón, ración de calamar a la plancha y puré de coliflor trufada.
El oeste de Formentera
Consagramos el segundo día a explorar el oeste de Formentera, empezando por las preciosas Ses Salines d´en Marroig, características por las tonalidades rosadas y violetas que presentan en verano. Se trata de un lugar clave en la historia de la isla. Cuenta con un complejo sistema del siglo XVIII con una canalización de agua del mar que permite alcanzar una mayor concentración salina. Este agua después ser bombeaba al sistema de estanques, se deja evaporar para que la sal cristalice y así poder extraerse. Fueron la única industria de la isla en la época pre-turística.
Tras el día en la playa disfrutamos de las vistas y del atardecer del cap de Barbaria, que cuenta con uno de los dos míticos faros de Formentera. Este es especialmente famoso por haber sido escenario de la película "Lucía y el sexo" de Medem. En cualquier caso, hacerse la caminata de 20 minutos hasta el faro y el cabo (no dejan entrar coches ni motos a partir de cierto punto) y disfrutar de una espectacular puesta de sol merece muchísimo la pena. Y si os gusta el postureo, las fotos en la "golden hour" salen espectaculares aquí. Tras este largo día, lo cerramos en Sant Ferran, un agradable pueblecito que tenía mercadillo nocturno de arte, conciertos y mucho ambiente en su calle mayor. Optamos por el estupendo restaurante Can Forn, que lleva décadas sirviendo platos tradicionales de Formentera. Excelente servicio, excelente calidad, excelente precio. Restaurante de comida típica de Formentera. Pedimos todo para picar y nos encantó. Ingredientes de primera y recetas deliciosas. Pedimos un vino tino de la isla. Recomiendo el calamar a la pagesa, la escalibada (que es igual que el esgarraet valenciano), el pulpo frito, los huevos rotos con sobrasada, las mandonguillas de pollo y sepia y como colofón una parrillada de pescado y marisco. De postre flaó (uno de los mejores que he probado), queso pagès con higos y miel y helado de membrillo. Lugar muy auténtico, todo el personal habla catalán y son rápidos y extremadamente amables. Pagamos 25 por persona y eso que es temporada alta y estaba lleno. Para repetir. Boníssim!
El tercer día lo consagramos a la zona este de la isla, empezando por una mañana en el fotogénico Caló d´Es Mort, una de las calas más bellas del archipiélago. Su único problema era la enorme cantidad de gente para ser un lugar tan pequeño. Aún así, su nutrida fauna y flora marina merecen disfrutarla. No os olvidéis de las gafas de snorkel.
Tras el día en la playa cogimos las motos subiendo la única carretera de la isla hacia Sa Mola, que en ciertos puntos, además de empinarse, zigzaguea a través de un espeso y fragante bosque de pinos. A mitad camino paramos a ver la panorámica de Formentera desde el famoso restaurante Es Mirador. De ahí seguimos hasta la punta este donde se encuentra el far de Sa Mola, un faro no tan fotogénico como del de Barbaria pero que aún así ofrece un panorama espectacular del mar desde lo alto del acantilado.
Cuando empezaba a anochecer, fuimos al mercadillo dominical del Pilar de la Mola, la única población de esta parte elevada de la isla, donde me compré una bonita mascarilla de tela a una hippy francesa ya mayor. Este pueblo es recomendable a los amantes de las joyas artesanas, ya que cuenta con la espectacular tienda y taller de la marca de joyas Majoral, donde artesanos imitan la posidonia y otras formas marinas moldeando metales preciosos.
Acabamos el día en esta parte de la isla cenando la última noche en el mejor restaurante de la isla: Es Caló. Este lugar se considera uno de los mejores de la isla. Para empezar sus camareros prestan un servicio impecable. Nos sentaron en una mesa redonda con mantel, y pese a todo, el restaurante mantiene el toque informal que reina en Formentera. Pedimos varios entrantes, destacando el calamar a la bruta, los chipirones rebozados, la ensalada pagesa o el atún en escabeche (ese era un plato del día, fuera del menú). Todos con ingredientes de primera y sabor insuperable. De principal pedimos el bogavante con patatas a lo pobre y huevos rotos. Primero sirven el bogavante con las patatas y pimiento, y luego cocinan el huevo en la misma paella donde estaba el marisco. Optamos por las opcionales perlas de trufa para aumentar el sabor del plato. Espectacular. Finalmente, cerramos con un trozo de greixonera (buenísimo), otro de helado de turrón y una deliciosa tarta de tres chocolates. Para repetir y muchas veces. El precio es elevado pero merece la pena cada céntimo pagado.
La última mañana la dedicamos a disfrutar de la cercana playa de Es Ca Marí, un lugar muy zen, especialmente a primeras horas de la mañana. La playa estaba casi vacía pese a ser finales de julio, sus aguas eran tranquilas y el suave rumor de las olas acordaba con un solo no especialmente fuerte (hasta mediodía, que es cuando empieza a picar). Estoy seguro que volveré a esta maravillosa isla más pronto que tarde, no sólo su cercanía geográfica sino por sus paisajes, sus gentes, sus playas, su gastronomía y la calma que transmite estar allí. Fins la pròxima!