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dimecres, 6 de desembre del 2017

Ciudad de México

Una metrópolis fascinante

La decisión de ir a Ciudad de México fue en un principio para visitar a algunos de mis amigos de Panamá que están ahora trabajando allí. Para nada me esperaba el espectáculo de ciudad que es la capital mexicana. Y lo que más me chocó: la enorme sensación de seguridad que tuve en todo momento. Eso y que a pesar de ser pleno agosto, hizo frío algunas noches.

Estuvimos hospedados en pleno Polanco, en el estupendo apartamento de mi amigo Rudy, que vive en una de las torres con nombre de pintor del exclusivo Plaza Carso, un complejo que incluye un gran centro comercial, cines, teatro y alguno de los mejores museos de la ciudad, que por supuesto visitamos.

La antigua Tenochtitlán

Pero antes de adentrarnos en la escena moderna de CDMX, lo primero que visitamos fue el corazón de la ciudad y también del país: el Zócalo. Cuenta leyenda que los aztecas, llegados desde el norte en el siglo XIII, eligieron instalar aquí su capital, Tenochtitlán, porque vieron la profecía que anunciaba el fin de su vida errática: un águila, apoyada en un cactus, devoraba una serpiente. Este sigue siendo, a día de hoy, el símbolo nacional mexicano, escudo del país y orgullosamente presente en su bandera. En el Zócalo, por aquel entonces una isla en mitad de unas marismas, los aztecas construyeron su Ciudad-Estado con canales, templos, plazas y palacios cuya isla central pasó a ser el centro del universo azteca. La ciudad alcanzó los 300,000 habitantes y todo el valle de México más de un millón y medio, constituyendo una de las zonas urbanas más densas de aquel entonces.

Con la llegada de los españoles en 1519, los aztecas quedaron relegados a ciudadanos de segunda del naciente imperio. Casi toda la herencia prehispánica fue destruida en este lugar, que sin embargo siguió siendo el corazón de la Nueva España, con la construcción de la imponente Catedral Metropolitana. Bajo las órdenes de Hernán Cortés, los principales canales empezaron a ser desecados para construirse elegantes bulevares y Ciudad de México se convirtió en la elegante capital de la Nueva España, no sin problemas e inundaciones. El siglo XVIII, con la construcción de un sistema de alcantarillado, se considera la Edad de Oro de la ciudad.

En el Zócalo aún se respira esta grandeza. De renovada fama por aparecer en las primeras escenas de la última película de James Bond Spectre, lo cierto es que sigue siendo el corazón de México. Se le llama popularmente zócalo porque aquí se iba a construir un monumento al centenario de la independencia en el siglo XIX. Sin embargo, solo el zócalo del mismo se construyó, que pasó a ser una de las plazas más grandes del mundo (220 metros por 240). El poder religioso del país está presente con la inmensa catedral, mezcla de estilos gótico, barroco, churrigueresco y neoclásico, fruto del largo periodo de tiempo que duró su construcción: 250 años. Sus cinco gigantescas naves crean un interior mastodóntico, siendo una de las iglesias mas grandes que he visitado en mi vida. Su altar abruma en detalles y riqueza, así como su bellísimo coro de sillares tallados. Aquí se coronaron Agustín de Iturbide y a Maximiliano de Habsburgo como emperadores de México.

En otro de los lados de la plaza se alza la fachada principal del Palacio Nacional, antiguo palacio virreinal y luego imperial, y actual sede de la presidencia de la república. Me queda pendiente, ya que por falta de tiempo no lo pude visitar. Los dos restantes lados están flanqueados por elegantes edificios porticados donde se encuentran desde las oficinas del gobierno municipal hasta joyerías y hoteles de lujo. La plaza rebosa de gente de todo pelaje destacando los concheros, grupos de personas emplumadas y vestidos con pieles de serpiente, conchas y huesos de distintos animales, representando las antiguas danzas aztecas, bailando en círculo y cantando en nahuatl, utilizando instrumentos tradicionales. Los edificios que dan a la plaza cuentan con numerosas terrazas populares en los edificios superiores donde tomarse una michelada o un margarita.

Seguimos paseando por las perfectamente rectas y empedradas calles del centro, herencia de la capital colonial española, donde sorprenden los altares espontáneos a la Santa Muerte, culto condenado por las diferentes iglesias cristianas, incluyendo la Católica. Un esqueleto tradicionalmente vestido y cubierto por telas blancas o de otros colores al que se le ponen velas y alimentos para solicitar protección, en una práctica muy asociada a comunidades marginadas y de bajo nivel económico. No por casualidad en estas calles se abarrotaban puestos de venta humildes que ofrecían desde comida hasta ropa junto con refrescos tradicionales, frutas y verduras o hasta juguetes. Todo un espectáculo de colores y olores para disfrutar de la tarde del domingo.

Volviendo a los aztecas, estos diseñaron su capital siguiendo una estructura de calles rectas, respetando también los ríos y construyendo canales para poder transportar materiales pesados. En los suburbios pantanosos plantaron muchas especies, sosteniendo el barro sobre el que crecían con sauces. La gran fertilidad de estas tierras daban tres o cuatro cosechas al año. La mayoría de estas zonas fueron desecadas para urbanizar y hoy solo queda la enorme zona de Xochimilco, al sur de la ciudad. Allí pasamos una nublada tarde, donde incluso nos llovió. Aún así disfrutamos del ambiente único de este lugar, que aquel día gris de entre semana estaba vacío, pero que normalmente está a tope de trajineras. En estas barcazas de colores con una larga mesa en la mitad cada una se reúnen grupos de amigos o familiares para celebrar, comer, beber, cantar y reír. Nosotros disfrutamos de la lluvia, el silencio, los rayos, el viento y los preciosos paisajes agrícolas que nos trasportaron a la época de la gran  Tenochtitlán. Un grupo de mariachis practicaba varias canciones tradicionales en el desierto puerto. Desembarcamos justo cuando anochecía y los mosquitos salían a picar con furia. Por suerte, el Uber que habíamos pedido nos sacó de aquella nube de insectos.

La ciudad perdida de Teotihuacán

Siguiendo la senda prehispánica, dedicamos una mañana entera a visitar Teotihuacán, una de las excavaciones arqueológicas más grandes de Centroamérica. Situada a 50 kilómetros de Ciudad de México, esta majestuosa ciudad en ruinas, con un perfecto urbanismo, testimonio de la sofisticación de la cultura que aquí vivió. Los expertos calculan que se construyó hace dos milenos y que cayó en el abandono en el siglo VIII, cuando las tensiones de una sociedad extremadamente segregada precipitaron la desaparición de esta civilización, de la que aún hoy en día se ignora su nombre. De hecho, su actual nombre, Teotihuacán, significa en nahuatl "la ciudad en la que los hombres se convierten en dioses", y así la bautizaron los aztecas, que cuando la descubrieron ya estaba en ruinas. Ellos siempre pensaron que estaba dedicada al dios del Sol, aspecto que se verificó en 1971 cuando el descubrimiento de un túnel en la mayor de las pirámides llevó a los arqueólogos a una recámara interior llena de objetos de culto al sol.

Precisamente, la mayor de las pirámides se conoce como Pirámide del Sol, de 70 metros de altura, que escalamos para disfrutar de las impresionantes vistas de la ciudad en ruinas. Esta es la tercera mayor pirámide del mundo, tras la de Keops y la de Cholula. En sus tiempos dorados, la pirámide estaba totalmente pintada de color rojo, restos que aún se pueden ver en alguno de sus lados. Desde su cima se atisba todo el valle en el que se asentaba esta ciudad.

El eje central de la antigua metrópolis es la conocida como Calzada de los Muertos, ya que los aztecas pensaron que las decenas de pirámides que la bordean eran tumbas de los diferentes reyes de este pueblo. De hecho, el lugar se convirtió en un punto importante de peregrinación de los soberanos aztecas, que creían que aquí todos los dioses se habían sacrificado para que el Sol pudiera hacer su recorrido.

Las mejores vistas de Teotihuacán son desde la Pirámide de la Luna, por la preciosa perspectiva de la Calzada de los Muertos así como de las imponentes vistas de la Pirámide del Sol. Como apenas hay sombras, recomiendo encarecidamente que llevéis gorras y agua, o en su defecto, compréis uno de los sombreros tradicionales de paja que venden en sus puestos. Por todo lugar hay vendedores ambulantes con una especie de juguete que al soplar imita el sonido de diferentes animales locales, como los leopardos o diferentes pájaros.

Finalmente, no dejéis de visitar alguno de los antiguos barrios residenciales de la ciudad en ruinas. Hay una mansión abierta al público, el conocido como palacio de Quetzlpapálotl, o mariposa emplumada, que fue residencia de una familia de la élite teotihuacana. Se accede a su interior por una escalinata custodiada por dos jaguares al patio porticado del edificio y luego a cada una de las cámaras interiores. Las columnas de piedra tiene preciosas representaciones de mariposas y plumas de quetzal talladas, que en origen estuvieron policromadas. Los muros interiores están decorados con frescos relativos a la veneración del agua destacando los caracoles marinos y los corazones humanos. Asimismo, otra de las salas tiene escenas que representan jaguares con penachos de plumas de quetzal. El pequeño museo arqueológico, justo en el lado contrario de la ciudad, al lado del pequeño jardín botánico, también merece la pena.

Polanco, Condesa y el Paseo de la Reforma

De vuelta a la gran ciudad, simplemente pasear por las calles de esta masiva urbe es suficiente para pasarlo bien. Desde el ordenado Paseo de la Reforma con el famoso Ángel de la Independencia dorado al frondoso bosque de Chapultepec. De la popular Alameda Central a las elegantes calles de Polanco o los agradables bulevares de Condesa, donde uno se acaba encontrado una réplica de la madrileña fuente de Cibeles, por ejemplo. Vale la pena también acercarse al campus de la Universidad Nacional Autónoma de México y ver el enorme mural de la "representación histórica de la cultura" que ocupa toda la fachada de la gran biblioteca, realizado por le artista mexicano Juan O´Gorman 

Tres fascinantes museos en CDMX

Respecto a los museos que visitamos, que fueron varios, destacaría tres: el primero es el popular Museo Frida Kahlo, situado en su casa familiar, pintada con el característico color azul. Siempre hay colas por lo que es imprescindible reservar con antelación por Internet con el día y hora a la que se vaya a visitar. Además de una interesante colección de obras de Frida (aunque muchas de las mejores obras están repartidas por todo el mundo), también podremos recorrer los jardines, la habitación en la que murió, la famosa cocina o el comedor donde recibieron a Trotski y su mujer, cuando huyeron de las purgas estalinistas. Frida es un ejemplo de artista comprometida políticamente, pero también de mujer revolucionaria respecto a la visión de la sociedad y ante todo, de lucha frente a la adversidad que supuso su accidente de tranvía y su discapacidad a través del arte. Tras la vista al museo, nada mejor que darse un paseo por Coyoacán, decubrir su animada plaza y parroquia y tomarse un tradicional café de olla o chocolate caliente en el humilde pero popular Café El Jarocho y acompañarlo de su variedad de panes salados y dulces recién horneados.

Los otros dos museos que visitamos están en Polanco y forman parte del complejo Plaza Carso donde nos alojaban nuestros amigos. Por un lado, el funcional Museo JUMEX, de la famosa compañía zumera mexicana, que esos días tenía una exposición temporal de Andy Warhol "Estrella Oscura", donde se mostraba una variada colección de obras del artista, desde las famosas pinturas de productos de consumo y las series serigráficas de retratos de estrellas de cine o políticos, todo contextualizado en una época de promesas utópicas y su lado oscuro de cultura mediática y consumo de posguerra.

El otro museo que disfrutamos, tanto por fuera como por dentro, es el impresionante Museo Soumaya, que alberga gran parte de la colección de arte del hombre más rico del mundo: Carlos Slim. Solo por el edificio ya vale la pena acercarse: obra de Fernando Romero, asesorado por Frank Gehry, cuenta con una fachada asimétrica envuelta en un armazón de piezas hexagonales de aluminio plateado con una única abertura: la puerta de entrada. Dividido en seis plantas a las que se accede por una enorme rampa espiral blanca, uno tiene la impresión de estar en otro planeta.

La colección, de acceso gratuito, muestra 3000 años de historia de arte europeo y americano a través de 70,000 obras de arte, con algunas piezas asiáticas que suelen estar en exposiciones temporales. Desde impresionantes murales de Diego Rivera al pensador de Rodin. De hecho, tiene la mayor colección del escultor francés fuera de Francia. También hay cuadros de Botticelli, Tintoretto, del Veronés, del Greco, de José de Ribera, Murillo, Zurbarán, Van Dyck, Rubens, Fragonard, Monet, Pissarro, Renoir, Degas, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Chirico, Dalí, Miró... y por supuesto muchísimos autores mexicanos y objetos de arte que van desde oro prehispánico a relicarios del siglo XVIII. La colección es amplísima y no se hace nada pesada. Me llamó la atención la colección personal del artista libanés exiliado Gibran Kahlil Gibran, autor del famoso libro "El Profeta". Incluso habían cuadros de Sorolla.

Todos los bailes mexicanos en una noche

El broche de oro de nuestra estancia fue una noche en el Palacio de Bellas Artes para disfrutar del Ballet Folclórico de Amalia Hernández, que lleva décadas representando diversos bailes tradicionales mexicanos: desde mariachis a los carnavales del litoral pasando por todo un elenco de músicas y danzas con todo el color de la indumentaria tradicional del país. Me gustó muchísimo, siendo el momento estrella cuando sonó "La Cucaracha".

Además de cultura, museos y antigüedades, uno visita la Ciudad de México por su deliciosa y variadísima gastronomía que he decidido tratar en otra entrada para no hacer esta demasiado larga. Ciudad de México cuenta también con una oferta de fiesta nocturna enorme, casi todos los días de la semana, donde destacaré Saint, en Polanco, a donde fuimos el viernes y donde el ambiente era estupendo, con gente de todo tipo. 

Me quedan tantas cosas pendientes en Ciudad de México que tendré que volver, especialmente para conocer el Palacio Nacional y los frescos de Diego Rivera. También quiero visitar el Museo Nacional de Antropología y el castillo de Chapultepec o tomar un tequila en plaza Garibaldi. Y probar el famoso menú de Pujol.

dissabte, 4 de novembre del 2017

Antigua y Barbuda

La primera vez que visité el Caribe Occidental fue el pasado mes de julio y fue el pequeño país de Antigua y Barbuda, antigua colonia británica hasta principios de los años 80, y que está formado por tres islas: la más grande, Antigua, una apenas habitada que es Barbuda y una deshabitada que es Redonda. Lamentablemente, Barbuda, isla favorita de Lady Di con su famosa playa de arena rosa, fue destruida en un 90% por el huracán Irma y desde septiembre se encuentra deshabitada.

Por mi parte, pasé dos semanas en una parte de Antigua conocida como English Harbour, que concentra varios de los principales atractivos turísticos del país. La llegada al país se hace por crucero o por el moderno aeropuerto, pagado con dinero de la cooperación china. Nosotros llegamos con una ruidosa avioneta bimotor desde la vecina isla de San Martín. Dormíamos en un bello resort conocido como el St. James Club, que cuenta con dos hermosas playas: una con alguna que otra ola que da al océano Atlántico y otra extremadamente tranquila que da a una bahía llamada Marmora. El complejo cuenta con todo lo necesario para pasar unas estupendas vacaciones: desde pistas de tenis a un gimnasio muy completo, varios restaurantes que ofrecen tanto comida caribeña como internacional así como varias piscinas y diversas actividades náuticas.

Antigua es un país para los amantes de la playa: tiene 365, una para cada día del año. Además, cuenta con un interesante patrimonio colonial. Más allá de las poblaciones de los siboney, arawaks o tribus caribe que por estas islas pasaron, la historia de Antigua con tal nombre empieza con el paso del Cristóbal Colón por la misma, bautizándola como isla de Santa María de La Antigua. Sin embargo, la Corona castellana nunca se estableció aquí debido a la falta de agua y la presencia de numerosos caribes. En 1674, Sir Christopher Condrington fundó la primera plantación de azúcar en Antigua. En 1685 le alquiló la isla entera a la Corona Británica a cambio de un gran cerdo al año si era requerido. Decenas de plantaciones se instalan y cientos de esclavos son traídos a la fuerza desde África Occidental. Con la abolición de la esclavitud en 1834, los esclavos ganaron su libertad aunque no fue hasta 1981 cuando Antigua y Barbuda se convirtió en un Estado independiente miembro de la Commonwealth.

Obviamente la capital es uno de los puntos a visitar: St. John´s, presidida por una catedral anglicana en ruinas, es una ciudad pequeña y sin encanto especial. Destaca el Museo de Antigua y Barbuda, sito en el antiguo tribunal colonial, con piezas históricas dando mucha relevancia al deporte más popular del país: el cricket. De hecho, uno de sus héroes nacionales es Sir Vivan Richards, una leyenda mundial de este deporte, al que tuve el placer de conocer en una cena. Y hablando de comidas, la capital ofrece dos restaurantes donde disfrutar de platos locales. Uno, más modesto, es Roti King, en una antigua casa colonial de madera, donde se sirven rotis, los famosos crepes caribeños, un plato perfecto para una comida rápida a mediodía. Aquí los preparan sabrosos, con diferentes rellenos: carnes, verduras o pescados, sazonados con salsa de curry. Lo encontráis en St. Marys Street. El otro restaurante, Papa Zouk, también en una bonita casa colonial, es famoso por ser el favorito de Nicolas Cage, visitante frecuente de Antigua. El lugar es también frecuentado por ministros locales así como por diplomáticos. Está especializado en platos a base de pescado y como bebidas presenta la mayor colección de rones del país, tanto locales como extranjeros. Las buenas relaciones con la Venezuela bolivariana (Antigua es país miembro del ALBA), hace que dispongan de varios rones venezolanos exclusivos, como uno que probamos, envejecido más de 20 años. Como sopa de entrante no os podéis perder la bullabesa a la caribeña y de plato principal la especialidad de la casa: el pargo rojo recién pescado que lo sirven tanto frito como a la parrilla. El restaurante está siempre muy animado así que lo mejor es reservar antes de ir. Lo encontráis en Hilda Davis Drive.

Sin dejar de lado la gastronomía, no os podéis perder un dulce que se vende en los numerosos puestos de frutas tropicales que se encuentran en las carreteras de todo el país: las bolas de tamarindo recién hechas, con su característico sabor agridulce. Pero las especialidades locales por excelencia son dos platos: por un lado la ducana, a base de puré de patatas mezclado con nuez de coco, azúcar y especias, todo cocido al vapor en una hoja de banano. Buenísimo. Solo se prepara con motivo de fiestas como la Navidad o los Carnavales por las familias locales. Nosotros la encargamos a la abuela de nuestro chófer. También le encargamos el fungi, una masa de sémola de maíz que envuelve gombo, una planta tropical de la que se usan las hojas y las semillas. Me quedo con la ducana.

Finalmente, también pude experimentar alguno de los desfiles del famoso carnaval de agosto, en el que camiones de diferentes radios y empresas ponen música caribeña a toda pastilla mientras atraviesan las principales vías de la capital, seguidos por masas de gente de todas las edades cantando y bebiendo. Uno de los mejores lugares para ver los desfiles es desde el parque con la gran estatua de medio cuerpo de Vere Cornwall Bird, héroe nacional, fundador del Partido Laborista de Antigua y primer Primer Ministro del país.


En la zona de la isla en la que me alojé, English Harbour, se concentran muchos de los atractivos del país, empezando por el único Patrimonio UNESCO con el que cuentan: el Parque Nacional del astillero naval del Almirante Nelson, ya que fue comandado por este héroe de guerra británico durante las guerras napoleónicas. El sitio comprende un recinto fortificado de la época georgiana con instalaciones y edificios portuarios y navales. El medio natural de bahías profundas, rodeadas de terrenos elevados, que caracteriza este lugar de la isla de Antigua, ofrecía un refugio seguro contra los huracanes, propiciando así el mantenimiento y reparación de los navíos. Construido por la Marina Real Británica a finales del siglo XVIII con mano de obra esclava africana, el astillero de Antigua tenía por objeto proteger los intereses de los dueños de las plantaciones de caña de azúcar en una época en que las naciones europeas se disputaban con encarnizamiento el control del Caribe Oriental. Este puerto natural se convirtió en la base más importante de la marina británica en las Antillas en 1784 y estuvo operativo hasta 1889. Tras su reciente rehabilitación, alberga actualmente una marina de prestigio que atrae cada año la Sailing Week. La bella Casa-Museo del Almirante explica la historia del lugar y es un bello ejemplo de arquitectura georgiana adaptada al clima y materiales del Caribe. El mismo Rey Guillermo IV residió en la zona durante su entrenamiento militar como Príncipe Heredero.

Subiendo las colinas, una de los mejores vistas del país es Shirley Heights, antiguo punto de observación del puerto natural de English Harbour. Sus puestas de sol son míticas y los domingos por la tarde-noche el lugar se llena de gente atraídos por los músicos que cantan música caribeña en su escenario y las barbacoas donde se prepara pescado, carnes y hamburguesas con sabores tropicales mientras la luna y las bombillas festivas iluminan la colina, llena a rebosar de una mezcla de locales y turistas.

Otro de los elementos característicos del país son los molinos de viento usados para moler la caña y obtener azúcar. Su perfil aún nos recuerda la importancia de estas plantaciones en el origen del país. Además, no olvidéis tomaros la típica foto en alguna de las cabinas rojas herencia británica que aún quedan en algunos puntos de la isla al lado de una exuberante palmera y con el fondo de arena blanca y aguas turquesas.

Por desgracia, y debido a la carga de trabajo, no pude conocer las muchas playas que ofrece el país. Algunas de las que tuve la suerte de disfrutar fue la privada del hotel Carlyle Bay, de la salvaje Galleon Beach y de la inolvidable Ffryes beach, de postal, donde también almorzamos un domingo en el restaurante a sus orillas: Dennis Cocktail Bar & Restaurant. Sus vistas desde el pequeño promontorio a lado de la playa no tiene igual. Ofrecen platos internacionales con toques caribeños donde destaca el pollo al coco, que está delicioso. El problema es que tardan muchísimo en servir la comida, así que pedid tan pronto os sentéis. La música caribeña en directo es otro buen punto aunque intentad no sentaros justo al lado pues el volumen puede llegar a molestar. Como postre recomiendo el budín de las islas, con toque de ron local.

Antigua es el paraíso tropical al uso, con playas de arena blanca y aguas turquesas y bellas colinas desde las que observar paisajes sin igual. Sin embargo, la calidad general de la gastronomía es bastante mediocre y la fiesta que ofrece tampoco es nada del otro mundo: en general es un país muy tranquilo, diría que aburrido, muy desconectado del mundo y donde el tiempo pasa muy despacio. Honestamente, no creo que merezca la pena pagar un vuelo desde Europa hasta aquí teniendo otras muchas islas caribeñas o enclaves como Bocas del Toro en Panamá, la propia Cuba o Puerto Rico, que además de playas estupendas, ofrecen una mejor gastronomía y una mayor oferta de ocio y cultura. Y si se buscan playas remotas paradisíacas, el archipiélago de San Blas en Panamá no tiene igual, aunque tenga el problema de la incomodidad de sus alojamientos, que nada tienen que ver con los resorts de Antigua, por lo demás algo anticuados. Tal vez el hecho de que visité la isla en temporada baja tiene algo que ver con mi valoración más bien negativa.

dimecres, 23 d’agost del 2017

Bodrum & Éfeso

Mis vacaciones de verano de 2017 empezaron en el magnífico pueblo de Bodrum, que en los últimos años se ha convertido en el destino de playa más chic de Turquía, atrayendo a turistas de todo el mundo, especialmente del mundo árabe. La noche que llegamos fuimos a pasear por la modera marina de Turgutreis, con decenas de estupendos restaurantes, cafeterías, boutiques, y los yates amarrados frente a una isla donde aún está en pie una pequeña fortaleza de la época de los Cruzados.

Comenzamos el día siguiente en un estupendo lugar de desayunos frente al mar, donde nos sirvieron dos tablas con el tradicional desayuno turco a base de diferentes quesos, huevo pochado, mermeladas caseras, olivas y el omnipresente té. La belleza de la costa rocosa de la región es incomparable. 

Con uno de los mini buses que recorren con gran frecuencia la carretera principal nos acercamos hasta el núcleo urbano de Bodrum, a través de la calle Cevat Sakir, arteria principal plagada de tiendas de souvenirs, de imitaciones de bolsos de marca y de cambio de divisa. Al final de la misma se encuentra el imponente Castillo de San Pedro, construido por los Cruzados como una pieza más en la defensa de la ruta de los peregrinos cristianos a Jerusalén. Sin duda es un must del lugar, vale la pena dedicar unos horas a descubrirlo, tanto por su arquitectura y estructura, así como por las vistas del agua turquesa que se disfrutan desde sus almenas. Pero es que, además, en su interior, alberga uno de los mejores museos de arqueología submarina del mundo. Los tesoros recogidos en los alrededores de Bodrum, fruto de diversos naufragios a través de los siglos, han permitido conformar un museo que muestra el comercio marino el tiempos egipcios, fenicios, griegos, romanos y en la era del Islam, incluyendo objetos originales así como reconstrucciones de diversas embarcaciones. Pasearse por el castillo, mientras se cambia de sala del museo, es una maravilla, con un fuerte olor a pino impregnándolo todo. El gobierno turco ha sabido preservar la abundante iconografía cristiana presente en la fortaleza. Además, durante la época de Attaturk, se desacralizaron las mezquitas del interior del castillo que ahora son salas de exposición del museo.

Tras la mañana cultural nos perdimos por las callejuelas del centro, que por cierto son reconstrucciones que imitan un viejo pueblo mediterráneo, ya que muchas de las construcciones originales se han perdido en terremotos. Bodrum fue la antigua Halicarnaso, donde nació Heródoto y donde se encontraba la gran tumba del sátrapa persa Mausolo. El mausoleo fue destruido por los Caballeros de San Juan para construir el actual castillo de San Pedro. La ciudad fue conquistada en 1522 por Suleimán el Magnífico y pasó a formar parte del Imperio Otomano. En una de aquellas callejas nos metimos en un restaurante a comer un gran pescado asado buenísimo precedido por unas cuantas mezze. Después nos bañamos en la playa del centro antes de volver a nuestra piscina. Esa noche cenamos en un agradable restaurante de pescado y mariscos a orillas del mar, decorado de una manera muy hippy que me recordó a Ibiza. Las rocas y barcas en el mar alrededor de las mesas daban un toque muy relajante al entorno.

El segundo día fuimos a otra de las playas del municipio, Camel Beach donde hay una consumición mínima para entrar y sirven comida y bebidas en las tumbonas, y de tanto en tanto pasan vendedores ambulantes con comidas típicas turcas, como las deliciosas midye dolma, las conchas de almejas rellenas de un arroz con los mejillones, piñones y especias. La playa también es popular por la variedad de actividades acuáticas ofrecidas como las motos de agua (fue la primera vez que las probé y divertidas pero girar es difícil al principio). También dimos un paseo en una lancha rápida y finalmente hicimos una actividad muy divertida a la que llaman  "la cama", donde te sientas en una gran colchoneta hinchable mientras una lancha rápida te arrastra y sacude de lado a lado. Otra lancha con un par de fotógrafos nos persiguió durante las diferentes actividades, tomando buenas fotos que luego nos vendieron.

Una excursión interesante desde Bodrum es hacia Éfeso. Esta antigua gran urbe de los tiempos de Grecia y Roma, capital de la desaparecida provincia romana de Asia Menor, alberga aún los impresionantes restos de su núcleo urbano, incluyendo calles empedradas, fuentes, arcos del triunfo, templos y un impresionante teatro construido en la ladera de una alta montaña.

Normalmente se organizan autobuses desde la estación central de Bodrum que hacen un recorrido por los diferentes sitios. Sin embargo, como yo tenía un vuelo esa tarde de vuelta a Estambul, tuve que buscarme la vida para poder visitarlo. En un principio intenté alquilar un taxi para unas horas, pero uno de los amables empleados de una compañía de bus se ofreció a llevarme en su coche particular por la mitad de lo que pedían los taxis. Así que me aventuré a conocer Éfeso y su patrimonio a contrarreloj, por cierto considerado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En el bello camino de ida pasamos por las ruinas de la antigua ciudad griega de Mileto, de donde surgió toda una importante corriente filosófica, encabezada por el famoso Tales de Mileto. La costa mediterránea turca fue parte de la civilización griega durante siglos y luego estuvo ligada a ella a través del Imperio Bizantino primero y del Imperio Otomano después.

Una excursión a Éfeso que se precie, y más si se es cristiano, no puede dejar de lado la Casa donde la Virgen se escondió sus últimos años de vida y desde la cual la tradición afirma que subió a los cielos. La humilde construcción situada en mitad de una montaña despoblada está ahora fuertemente custodiada por la policía y el ejército turco, que garantizan así el derecho de los cristianos a rendir culto a la Madre de Dios. Además de la casa, el actual complejo cuenta con un enorme parking, además de un café, una capilla exterior y varias tiendas de souvenirs religiosos, así como de una gran fuente de agua de las montañas a la que se le atribuyen propiedades milagrosas. El interior de la casa es ahora una pequeña capilla con un retablo y una estatua de la Virgen donde poder recogerse en silenciosa oración y poder poner una vela en el exterior.

Tras tal experiencia religiosa nos dirigimos a las ruinas de la antigua Efeso, ciudad que se articulaba alrededor de una gran calle principal, empedrada y empinada, flanqueada de columnas y en torno a la cual se situaban algunos de los principales edificios de la antigua urbe. Algunas de las fachadas se mantienen en un estado envidiable, con espectaculares relieves, fruto de excelentes restauraciones. En una de las plazas principales aún se mantienen mensajes grabados en latín, como uno en el que los magistrados de la ciudad se quejan al emperador de la falta de fondos para reconstruir las murallas.


Sin duda, la estrella de la ciudad es la reconstruida fachada de la biblioteca de Celsius, una imponente construcción de columnas única en los restos que quedan del mundo romano, y que es otro botón de muestra de la sofisticación que Éfeso alcanzó en otros tiempos). Finalmente, tras recorrer largas calles empedradas, llegué al gigantesco teatro de la ciudad, construido en la ladera de una montaña y que llega hasta la base de la misma, siendo uno de los teatros romanos más impresionantes que he visto nunca. Una de las grandes obras de las que apenas queda nada es el antiguo templo de Artemisa (Diana para los romanos) que en su época se consideró como una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.

Bodrum es un gran destino vacacional, con restaurantes de primera categoría, la "biutiful pipol" de Estambul y Ankara pasando el verano aquí y un gran numero de monumentos y museos de interés histórico y cultural mundial. Cuando vuelva me gustaría aprovechar para hacer una excursión a Pamukkale, un gigantesco complejo de piscinas naturales con un brillante color blanco fruto de los minerales y aguas termales de la zona. También me quedó por visitar en barco la isla que Marco Antonio le regaló a Cleopatra cuando la pareja le disputaba el liderazgo del Imperio romano a Octavio.

dimecres, 19 de juliol del 2017

Annecy

Annecy es una apacible ciudad de provincias francesa en mitad de los Alpes, a los bordes de un lago cristalino, muy concurrida por familias de todo el mundo, jubilados o jóvenes amantes de la montaña. Llegué a través del aeropuerto de Ginebra, ya que frecuentes buses lo conectan con la ciudad en algo más de una hora.

La ciudad nunca fue capital de nada, y eso se nota en su pequeño tamaño y en la escasa monumentalidad de sus edificios. Aún así, guarda un gran encanto. Annecy es una ciudad de Saboya, que fue la última región que se incorporó a la república francesa en 1860, cuando Napoleón III la obtuvo como recompensa por la ayuda a los nacionalistas italianos a expulsar a los austriacos de los que iba a nacer como el reino de Italia.

Lo mejor para entender Annecy es dirigirse a la estupenda oficina de turismo que hay en Bonlieu, un moderno edificio de cemento y cristal construido en los años 80. Allí ofrecen información de todo tipo y vende tiquetes para diferentes actividades y espectáculos.  Recomiendo hacer la visita guiada a la ciudad que incluye entradas al Palais de l´Ile y al castillo todo por 6,50. Mi amable guía era originalmente de la ciudad por lo que la conocía de arriba a abajo. Empezamos la visita por el Paquier, que es una gran extensión de hierba frente al lago donde los actuales ciudadanos se relajan pero donde antes pastaban las vacas y colgaban a los reos.

Caminamos por el apacible muelle de Eustache pasando por el imponente ayuntamiento para meternos en la plaza de San Mauricio y continuar hasta la de San Francisco de Sales, donde se encuentra la iglesia homónima, también llamada de los italianos, donde aún se da misa en italiano cada semana. San Francisco de Sales es sin duda la personalidad más importante de la ciudad, ya que vivió largo tiempo aquí como obispo de Ginebra, justo cuando el calvinismo tomó la ciudad suiza. De hecho, Annecy fue una de las puntas de lanza de la primera Contrarreforma.

La visita seguía por el canal central al Palais de l´Ile, uno de los grandes símbolos de Annecy que fue su cárcel principal tanto durante la antigüedad hasta fechas tan recientes como la ocupación nazi y el régimen de Vichy. En mitad de lo que parece el gran canal central de la ciudad (que en realidad es un río natura, el Thiou) en una isla fortificada, la construcciónestá casi lista tras su restauración para ser reabierta por lo que no pude visitarla por dentro. Seguimos paseando por las callejuelas, muchas a los bordes de diferentes canales y con flores de todos los colores que decoraban rejas y balcones hasta llegar a una de las antiguas entradas de la ciudad, que estaba amurallada en el origen. La puerta de Santa Clara conserva un gran encanto, sobretodo por los relojes en ambos lados. Tomamos las estrechas y empinadas callejuelas que llevan hasta el castillo de Annecy, una estructura de defensa militar donde vivieron en origen los condes de Ginebra pero que luego fue residencia de miembros  secundarios de la casa real de Saboya. A pesar de su sobriedad el castillo guarda una gran belleza serena y dispone de unas vistas maravillosas del lago desde su parque. Dentro hay diversas salas de exposiciones de las que pude disfrutar, que también permiten visitar la antigua estructura del castillo. La exposición permanente muestra acuarios de la fauna y flora del lago, así como dioramas, cuadros y maquetas que explican la estructura geográfica, geológica y sociocultural del lago de Annecy.

En el resto del castillo, las salas, habitaciones y salones estaban ocupadas por una exposición dedicada al mundo del cine de animación de China. En Annecy cada año se celebra el Festival de Cine de Animación y este año China era el país invitado. La exposición contaba con performances, bocetos, maquetas de personajes, películas animadas, esculturas y cuadros de los mejores animadores chinos de todas las épocas. Una pasada de exposición.

Bajamos del castillo de nuevo hacia la calle mayor de la ciudad antigua, la de Santa Clara, donde entre todas las casas de estilo medieval destaca una mansión renacentista, construida a lo largo (y no a lo alto) siguiendo la moda italiana con grandes ventanales, en la que actualmente se encuentra una tienda de los caros muebles Roche Bobois. En esta lujosa mansión de un antiguo comerciante se alojaron las grandes personalidades de la ciudad, donde además fundaron un círculo de amigos de las artes y las ciencias, como el propio San Francisco de Sales.

La visita guiada acabó de vuelta a la modesta iglesia de San Mauricio. Esta modesta iglesia dominica fue financiada en origen por un importante cardenal que sin embargo murió sin acabarla. Los techos los pagó otro gran comerciante mientras que las capillas fueron sufragadas por algunos de los antiguos gremios de la ciudad, donde aprovechaban para reunirse. El elemento más destacable del templo es el fresco que marca el lugar donde fue enterrado Philibert de Monthoux, consejero de los Duques de Saboya y Borgoña. La tumba, en vez de ser esculpida, está realizada en un fresco, lo cual la dota de originalidad, y cuenta con una técnica de trampantojo que le otorga sensación de profundidad. Siguiendo las corrientes del siglo XV, marcado por la peste, la pintura presenta a la muerte sin disfraz, con el objetivo de recordar que ricos y pobres acabarán igual. La iglesia, como todas las de Annecy, está atravesada por un pequeño canal de agua subterráneo que permitía a los religiosos contar con agua corriente y poder pescar peces para las comidas. Esta iglesia originariamente formaba parte de un gran convento dominico que se instaló en la ciudad para alzar los ánimos de una población extremadamente pesimista tras la brutal crisis de la peste. Actualmente el espacio que ocupaba el antiguo convento es el elegante barrio art decó de los años 30, donde se encuentra la famosa confitería "Les Roseaux du Lac" donde venden los caros pero deliciosos "roseaux" unas barritas de chocolate de gran calidad rellenas de licores y café muy típicas de Annecy. Justo enfrente está la boulangerie "Rouge" donde comprar algunos de los bollos más tradicionales de la ciudad, y que me encantaron, como el "gateau de Savoie", que es un bizcocho muy suave o el brioche praliné, con un praliné casero y coloreado en rojo que se mete en la masa del brioche y se hornea a la vez. Los colores rojo y blanco recuerdan a los de la bandera de Saboya y el sabor de la masa me recordó al de la mona de Pascua valenciana.

Los martes por la mañana se instala un gran mercado en el centro de la ciudad, empezando por la plaza Santa Clara, donde bajan numerosos granjeros y campesinos de las montañas aledañas para vender desde huevos orgánicos a los quesos más tradicionales, carnes y fiambres de gran calidad, peces pescados en el lago, verduras y frutas de la región y especialidades como pasteles y panes. Respecto a los quesos, los dos locales son el "Tome des Bauges" y el famoso Reblonchon, ambos hechos con la leche de las vacas que pastan en las montañas locales y de los que me hinché durante mi corta estancia. La amabilidad de vendedores y compradores mezclada con los colores y deliciosos olores hicieron de mi compra del martes una experiencia inigualable.

Aquel día comí en Le Ramoneur Savoyard, un restaurante que lleva regentado por la familia Chevallay desde 1923 con una carta que ofrece varias especialidades de la región. Opté por el primer menú, el de la ciudad, donde elegí la rica ensalada savoyarde a como entrante. Como plato principal elegí los diots al vino tinto que son como unas longanizas caseras que están buenas pero tienen un sabor fuerte, quizá me hubiera gustado algo más vegetariano. La polenta con queso derretido que lo acompañaba estaba muy bien y recuerda la fuerte influencia italiana que aún tiene la Saboya. Finalmente, de postre pedí una tarta de melocotones locales. Acabé lleno y aunque el precio es algo elevado las raciones son generosas.

El último día en Annecy lo dediqué a conocer su bello lago. Opté por la Compagnie des bateaux du Lac d´Annecy, que ofrece un barco que hace el tour del lago parando en ciertos pueblecitos costeros y que permite bajarse y volver a subir una sola vez. El barco se toma en el muelle de Napoleón III y durante la travesía el conductor iba explicando los paisajes, la historia del lugar o las diversas formaciones geológicas que aparecían. Hice mi parada en Talloires, una bonita aldea de aires alpinos desde la cual parte un autobús gratuito al Col de la Forclaz, un mirador de montaña desde el que algunos se lanzan en parapente y otros como yo disfrutamos de la espectacular panorámica del lago. Recomiendo ir temprano y mirar bien los horarios ya que las frecuencias del autobús son malas y corréis el riesgo de quedaros tirados.

Tras las vistas volví a bajar y tomé el siguiente barco para disfrutar de los bellos paisajes lacustres, con sus aguas turquesa y los frondosos bosques de alrededor, así como el elegante chateau de Duignt, en una pequeña península, una mansión privada que domina la entrada a la parte menor del lago con gran elegancia. Deportistas practicaban por todo el lago desde wind-surf a kayak pasando por todos los deportes acuáticos. Decenas de parapentistas cubrían los cielos con sus alas de todos los colores.

Lo mejor de Annecy es su tranquilidad y paz, el escaso ruido de coches y que desde cada calle se ven las inmensas montañas que rodean la ciudad. Como dijo Paul Cézanne, Annecy es un excelente vestigio de los tiempos pasados. Pero a la vez, la ciudad está muy bien conectada por su estación con tren de alta velocidad y con un centro comercial en el mismo centro, la ciudad cuenta con todo lo que uno pueda necesitar pero sin el estrés de una gran ciudad. Me dejo por visitar el Imperial Casino, donde suelen reunirse los grupos locales del Front Nacional, así como la catedral de San Pedro por dentro, que me la dejo para una mejor ocasión.

dimecres, 21 de juny del 2017

Kuwait

Kuwait no es un destino turístico al uso. Desde luego, no lo es si buscamos ocio o cultura. Kuwait es uno de los pocos países del mundo sin ningún patrimonio declarado de la humanidad por la UNESCO. Además, no tiene ningún gran monumento de interés, más allá de las torres de Kuwait. Es por eso que el país está fuera de los grandes circuitos turísticos. La gente viene aquí por negocios o a trabajar.

Uno de los grandes símbolos del país son sus grupos de nueve torres de agua "tipo seta" pintadas a rayas blancas y azules que se encuentran por distintos lugares de Kuwait. La empresa sueca encargada de este sistema de distribución quiso hacer otro grupo en este promontorio del golfo pérsico. Sin embargo, el Emir de Kuwait de aquel entonces, el Jeque Yaber Al-Ahmad, decidio que el diseño fuera diferente, icónico, y por eso encargó al arquitecto danés Malene Bjorn presentar algo nuevo. El proyecto ganador de las actuales torres se compone de tres estructuras. La torre principal tiene dos esferas: la grande es mitad depósito de agua y la otra mitad un restaurante. La esfera superior cuenta con una cafetería y mirador. La segunda torre solo tiene una esfera que está completamente dedicada a almacenar agua. La tercera torre, sin ninguna esfera, sostiene los elementos que iluminan las otras dos torres. Las torres mezclan las formas de la esfera terrestre y el cohete, símbolos de la humanidad y el progreso. Además, las esferas están decoradas con colores y motivos que recuerdan a los azulejos de una mezquita. Las vistas desde arriba son impresionantes y vale la pena acercarse las noches que hacen proyecciones sobre ellas. Debajo de las torres se encuentra el conocido Fish Market, un restaurante con peceras por todo lado donde elegir, en sus neveras abiertas con mucho hielo, diferentes tipos de marisco, desde langostas de Maine a calamares de Mediterráneo, cangrejos, gambones del Índico... así como una gran variedad de pescados, donde destacan un gran surtido de especies pescadas en aguas kuwaitís. Uno va seleccionando productos y cantidades y luego se escoge como queréis que os lo preparen, con qué tipos de salsa... puede ser hervido, al vapor, a la plancha, a la parrilla, frito, empanado, al horno... un lugar estupendo para los amantes de la comida del mar.

Y hablando de comida he de decir que si Kuwait tiene un atractivo turístico ese es su panorama gastronómico. El país cuenta con una de las mejores calidades en restaurantes del mundo: la comida es fresca, deliciosa y muy bien presentada. La innovación es constante debido no solo a la exigencia de los kuwaitís, acostumbrados a lo mejor de lo mejor, sino también al hecho de que no se puede servir vino, con lo que la comida, que se convierte en el centro de cualquier salida nocturna, tiene que ser excelente para mantener al cliente satisfecho. Y lo mismo ocurre con el café y los dulces: en Kuwait alcanzan la excelencia. Los vegetarianos y veganos no tendréis mucho problema ya que casi todos los restaurantes incluyen opciones en sus menús. Aún así, no os podéis perder OVO, un estupendo restaurante flexitariano donde cualquier grupo se sentirá cómodo. Los amantes de la comida japonesa no podéis obviar Yuba, en la Crystal Tower, que ofrece un amplio menú de platos japoneses de alta calidad así como algunos fusión japonés-kuwaití únicos en el mundo y deliciosos. Otro de los locales de moda en el país es Street Almakan by Zubabar, un local a la última (uno no sabe si está en el Soho neoyorquino o en Berlín) donde se sirve una fusión de comida callejera de Corea con los sabores de Kuwait. Lo mejor de la carta, de lejos, es el curry verde, cero picante y cremoso, con una carne de res de gran calidad. También hay baos muy ricos. Al acabar la cena, pasaos por la pequeña galería de arte contemporáneo anexa. En cualquier caso, la escena gastronómica de Kuwait cambia bastante rápido por lo que lo mejor será preguntar a los kuwaitís o estar atento a las redes sociales: los locales pop-up (que abren solo unos pocos días y luego desaparecen) son bastante frecuentes entre los emprendedores foodies.

Para probar la gastronomía propiamente kuwaití lo mejor es ser invitado a una casa. Pero si no se tiene esa oportunidad, el mejor restaurante de comida nacional es Dar Hamad, en la carretera del golfo árabe. El lugar es un paraíso para lo amantes del diseño. Su increíble decoración abruma, cada detalle está medido y, en general, el conjunto rezuma lujo y buen gusto.  El chef, kuwaití, ofrece un menú con una mezcla de entrantes libaneses, indios y kuwaitís, donde destaca la dolma al estilo de Kuwait, mucho más grande que la turca y dulce. La ensalada Dar Hamad es también deliciosa. Respecto a los platos principales no puede fallar el arroz machbous, una receta nacional a base de arroz basmati que suele venir con cordero y pichón asados, frutos secos, pasas y ciruelas. También hay variedad de platos con pescados locales. Y los postres son estupendos: desde el pudin de dátiles con caramelo al exquisito Umm Ali pasando por los tradicionales dulces kuwaitís que se sirven con el té.

Pero volviendo a los edificios turísticos, mi favorito es el rascacielos más alto del país: la llamada Torre Al Hamra. Este precioso edificio es además uno de los pocos rascacielos en el mundo que tiene cada uno de sus lados diferente. El arquitecto quiso adaptarlo al clima de Kuwait y al movimiento del sol para maximizar el gasto de energía y protegerlo de las constantes tormentas de arena que llegan desde el sudoeste, lado que da al desierto. De ahí su curiosa forma que parece como si una lámina de cristales envolviera la torre cual papel de plata. Su interior es también sorprendente. Las magníficas vistas del futurista lobby del piso 32 son un must. La propia entrada a la torre tiene un aire calatravesco y una modernidad impactantes. Su centro comercial es así mismo una pasada, con algunas tiendas de lujo 100% kuwaitís como TFK (The Fragance Kitchen) que vende los perfumes creados por Sheikh Majed Al Sabah, sobrino del actual Emir de Kuwait, siendo mi favorito "War of the Roses", una combinación única de oud y rosas que no deja indiferente.

Más allá del Kuwait contemporáneo, uno no puede perderse el zoco, que aunque no es tan antiguo como el de otros países musulmanes, conserva un encanto vintage único. El zoco Mubarakiya era el antiguo centro del país antes del descubrimiento del petróleo. Con más de 200 años, fue restaurado recientemente incluyendo sus techos de madera. Sus calles peatonales están abarrotadas de tiendas que ofrecen de todo, desde alfombras persas hasta antigüedades árabes auténticas, perfumes tradicionales a base de musgo y oud así como trajes típicos. Es perfecto para perderse, comprar algo, comer y aprender de la cultura kuwaití. Las tiendas de dátiles ofrecen variados surtidos de diferentes tipos de esta fruta mientras que las tiendas de especias suelen ser regentadas por persas. Hay una zona de pescados y otra de carnes. Tampoco podéis perder las tiendas de dulces: pasaos por la dulcería Al-Shamali, con sus vistosas cajas de latón verdes y amarillas, donde venden unos dulces muy tradicionales de Kuwait, especialmente unos barquillos con cardamomo perfectos para mojar en café árabe. Por supuesto, las típicas tiendas de oro y plata abundan. Buscad también la primera farmacia islámica de Kuwait, es muy bonita de ver con todos sus remedios tradicionales ofrecidos en sus estanterías. Finalmente dedicad un rato al centro del zoco, que es un pequeño patio con bancos de madera llenos de almohadones mugrientos donde jubilados se sientan a tomar el tradicional café árabe hervido en carbón y fumar shisha mientras dialogan de temas de política o economía y leen los periódicos locales.

Los que no podáis salir fuera del potente aire acondicionado del que gustan aquí, disfrutareis de la variedad de centros comerciales con cientos de productos libres de cualquier impuesto aunque aún así más caros que en Occidente... excepto si hay alguna rebaja o promoción donde, entonces sí, es más barato. De entre todos los "mall" el que no os podéis perder es Avenues, uno de los más grandes del mundo, con partes totalmente diferentes: desde la zona que imita una pequeña ciudad europea hasta la que recrea un antiguo zoco árabe o la gigantesca cúpula negra y dorada donde se encuentran las tiendas de lujo. Además de los centros comerciales, el Centro Científico también es un lugar donde pasar unas horas entretenidas. Aquí se muestran una variedad de animales del desierto kuwaití: desde ratas a serpientes pasando por chacalitos, murciélagos o pequeños erizos, algunos de los cuales están domesticados y se pueden tocar. Me dieron un poco de pena los halcones porque sentí que no tenían suficiente espacio en sus jaulas acristaladas. A continuación empieza el acuario, muy completo, donde ver diferentes peceras que acogen animales marinos de todo el mundo: desde pingüinos extremadamente amigables hasta anacondas, pasando por medusas, caballitos de mar, diferentes tipos de cefalópodos y por supuesto las peceras representando los arrecifes de coral. Pero el acuario más impresionante de todos es el gigantesco que acoge tres tiburones blancos (entre otros grandes peces) que es uno de los depredadores más agresivos del reino animal. En el exterior del Centro Científico hay un puerto que acoge barcos tradicionales del país que datan del siglo XIX, cuando la economía del país se basaba puramente en el comercio marítimo entre el mundo árabe, el persa, la India y la costa este africana.

Kuwait cambia por completo durante el Ramadán. Los restaurantes cierran durante el día y solo abren con la caída del sol para ofrecer el fotor, o ruptura del ayuno, cuando las familias kuwaitís se juntan en casas o restaurantes para realizar juntos la primera comida del día, muy copiosa, que empieza siempre con dátiles y laban, un yogur líquido salado. Tras esta primera comida, es tradición que hombres y mujeres se separen para pasar un buen rato charlando en salones de casas o en cafés. Posteriormente, a eso de las 23h empieza el sohor, una segunda comida, menos copiosa, que suele ser con amigos o en restaurantes, más que con la familia. Tras el sohor, los kuwaitís suelen irse de nuevo a cafés o a casas de amigos para continuar la charla que acabará a altas horas de la noche. Y así, todos los días de Ramadán. Las tiendas también ofrecen un horario extraordinario de apertura todo el mes: de 8pm a 2am, ya que son muchos los que optan por pasearse por los centros comerciales y comprar algo. Desde luego, un Ramadán muy diferente en muchas cosas pero también muy parecido al que viví en Argelia.

Finalmente cabe mencionar una excursión muy popular entre expatriados, que cargados de alcohol, aperitivos y refrescos, suelen alquilar barcos para irse a pasar el día a una de las islas del país, siendo especialmente popular Kubbar, una isla redonda rodeada de corales y playas arenosas más o menos bonitas. En la mitad hay una antena de comunicaciones y faro así como las tumbas de seis soldados kuwaitís que murieron allí defendiendo la isla de la invasión de Iraq. Fue curioso verla y disfrutar del ambiente de la playa, así como de la espectacular puesta de sol (con barco militar de fondo) aunque no creo que volviera, ya que las molestas moscas (muerden) y las galletas de chapapote que aparecen de tanto en tanto en las orillas hacen muy incómoda la experiencia. No olvidéis llevar sombrilla porque no hay un solo árbol en la isla.

Por último, daos una vuelta por el recién inaugurado parque Al Shaheed, una auténtica joya del paisajismo urbano. Sus diferentes parques botánicos, zonas a diferentes alturas, colinas, el memorial a las víctimas de la invasión iraquí, los anfiteatros, las ultramodernas fuentes y láminas de agua con juegos de luces... pasear de noche por el inmenso parque es una gozada. Su moderna y acristalada mezquita es también muy curiosa. Esculturas de arte moderno salpican las diferentes zonas del moderno jardín. Por último, no olvidéis al zona de las miniaturas: los edificios más famosos del país están aquí a escala así como una maqueta del viejo Kuwait en tres dimensiones.

Kuwait no es un país al que uno vaya por motivos turísticos. Pero a diferencia de Qatar o Emiratos, donde sus habitantes están acostumbrados a recibir a millones de turistas extranjeros, los kuwaitís, al igual que los saudíes, son mucho más amigables y abiertos al visitante extranjero occidental, por ser una rareza en sus tierras, por lo que si estáis aquí de forma temporal, no os costará hacer amigos que os enseñen los tesoros ocultos del país de los Al-Sabah.

dissabte, 10 de juny del 2017

Dubai

Esta es la segunda vez que voy a Dubai. Y de nuevo, por un tiempo muy corto, algo menos de 40 horas. Pero algo más que la otra vez, que solo estuve 15. Poco a poco, esta ciudad de récords y de excesos pero también de ejemplos de sostenibilidad y diversificación, se está convirtiendo en la auténtica capital económica y cultural del mundo árabe. Más y más compañías internacionales plantan sus sedes regionales en la ciudad mientras que turistas de todos los rincones del planeta abarrotan la ciudad emiratí, que se prepara para acoger la primera Exposición Universal en el mundo árabe, la Expo Dubai 2020. Nuestro Calatrava ya está construyendo la Torre Dubai Creek Habour, que se convertirá en el símbolo de la Expo 2020 y en el edificio más alto del mundo, superando al vecino Burj Khalifa. Dubai se reinventa a sí misma, ofreciendo las mejores infraestructuras del mundo, como el estupendo aeropuerto. La aerolínea Emirates, que tiene en Dubai su hub, es la mejor de todas las que he utilizado con diferencia: servicio impecable, entretenimiento a bordo sin igual, trato al cliente único, comida buena, proceso de facturación sencillo... 

La primera vez que estuve en Dubai fue cuando vivía en Abu Dhabi. Me acerqué a pasar el día y pude pasearme por el Mall of the Emirates y ver su estrambótica decoración, con piezas maestras del arte contemporáneo, así como su acuario interno o el espectáculo musical de la fuente frente al Burj Khalifa, hacerme las pertinentes fotos, pasear por el barrio antiguo (y reconstruido) de Dubai... etc. 

Esta vez ha sido con un poco más de calma. Para empezar, nos quedamos en el vecino emirato de Ajman, en el magnífico hotel Kempinski con playa privada, que es una maravilla. El hotel cuenta con todas las comodidades y una oferta gastronómica muy completa, especialmente el buffet del brunch y del desayuno, así como el restaurante indio. Tras mucho estrés personal y de trabajo, la tarde entre playa y piscina me sentó de maravilla. Aquella noche nos acercamos a Dubai (está a algo menos de una hora) para tomar algo en Treehouse, un rooftop con estupendas vistas a Burj Khalifa, el nuevo gran símbolo de la ciudad, a la espera que Calatrava acabe de plantar la nueva gran torre de la Expo 2020. Tanto la música como la decoración son muy chic, y los cócteles que sirven son estupendos. Perfecto lugar para tomar algo y conversar en buena compañía.

Al día siguiente nos fuimos directos a la famosa The Palm Jumeirah, terreno ganado al mar con forma de gran palmera. Nos dirigimos a la parte más alejada de la costa, donde se encuentra el gran complejo de ocio de Atlantis The Palm Dubai, un gran hotel de 2000 habitaciones muy similar a su gemelo en Bahamas que se inauguró con grandes excesos: 100,000 fuegos artificiales, 7 veces más de los usados en la ceremonia inaugural del los Juegos Olímpicos en todo Beijing.

El complejo cuenta con un parque acuático, una variada oferta gastronómica que incluye el famoso restaurante Nobu y una colección de acuarios preciosa. La principal razón por la que fuimos fue a disfrutar del parque acuático Aquaventure, en el que por suerte no sufrimos colas de espera. Está bastante bien, muy limpio y cómodo, aunque se puede ver todo el tres horas. Los toboganes están fenomenal, hay una pirámide que son toboganes rápidos pero que no dan mucho miedo y otra en la que están los toboganes de las sensaciones fuertes. Muchos de los toboganes son para usar con flotadores (individuales o de dos) con lo cual tanto el confort como la sensación de rapidez aumenta. Mi favorito fue el único tobogán grupal, en que se se usa una pequeña balsa redonda de 8 personas que cae super rápido y da vueltas en una pared vertical impresionante. Varios de los toboganes atraviesan acuarios llenos de tiburones y rayas, para dar más impresión. Al que no me atreví a subir es al que te deja caer al principio en un ángulo de 90 grados: es decir, caída libre. Uno entra al cubículo, y tras una espera la trampilla bajo tus pies se abre y caes hasta que poco a poco el tobogán se va inclinando. Tras tantas caídas aquí y allá nos relajamos en nuestros gigantescos flotadores dejándonos llevar por el divertido y largo río que recorre todo el parque, que cuenta con tramos rápidos muy divertidos. El parque es perfecto para todos los públicos: desde familias con niños hasta grupos de amigos que quieran reírse un rato. Recomiendo comprar la entrada combinada para el acuario, para cuando de ponga el sol: hay descuentos si se compran 24 horas antes por Internet o en el aeropuerto de Dubai.

Efectivamente, al ponerse el sol nos cambiamos y fuimos al acuario, llamado The Lost Chambers, que aunque pequeño es muy resultón. Nos unimos a la visita guiada que sale a cada horas y que ofrece explicaciones y curiosidades sobre los diferentes animales marinos de cada pecera. También ofrecen explicaciones frikis sobre la pseudo cultura de Atlantis y los "restos" que este empresa se ha inventado, pero como no había niños en el grupo, le pedimos a la guía ceñirse a las explicaciones científicas de los animales. El gran tanque de tiburones, rayas y demás peces es muy relajante, de hecho hay sofás para poder disfrutar de las vistas de este gran acuario en paz. El resto de acuarios, más pequeños, son muy variados: desde medusas hasta un arrecife de coral con corales y anémonas de verdad, estrellas de mar, caballitos de mar... me llamó mucho la atención el acuario repleto de langostas pero sobretodo, el estanque descubierto de unos animales prehistóricos con una gran y dura concha y un aguijón cargado de veneno. En acuario circular con un banco de atunes dando vueltas es hipnótico y el de las pirañas da bastante respeto, así como el de las morenas. La verdad es que la hora se nos pasó rapidísima.

Tras visitar a un amigo en el agradable y moderno barrio de Dubai Marina, nos dirigimos al hotel Four Seasons para comer en Nusr-Et, uno de los seis restaurantes del famoso chef y carnicero turco tiene en el mundo (cuatro en Turquía y dos en los Emiratos). Estaba a rebosar. Con todo el éxito que ya tenía, Nusr-Et alcanzó fama mundial el pasado enero, cuando subió en Twitter su famoso vídeo cortando un filete otomano con mucho arte y sobretodo, echándole la sal de esa forma tan suya. Conseguimos una mesa tras esperar 15 minutos y nos tomamos una ensalada de queso de cabra, los famosos Nusr-Et spaguetti (que son trozos de carne de ternera finamente cortados) así como unos solomillos de ternera que estaban espectacularmente tiernos. Sin duda, una de las mejores carnes que he comido en mi vida.

Tras la cena, volvimos al moderno aeropuerto para tomar nuestro Emirates de vuelta a Kuwait. Dubai mejora año tras año. Espero poder visitar la Expo 2020 dedicada a la sostenibilidad así como muchas otras de las atracciones de Dubai que aún no he visto como subir a la cima de Burj Khalifa, visitar Burj Al Arab (el único hotel de siete estrellas del mundo) o la famosa pista de esquí artificial que recrea un pueblecito suizo. También me gustaría hacer un safari por el desierto arábigo y pasar una noche en una jaima. 

dimecres, 7 de juny del 2017

Beirut

La capital de Líbano siempre ha sido un destino soñado. Sin embargo, la ausencia de compañías low cost desde Europa y mi ignorancia y miedos hacia un país que pasó una guerra civil reciente y donde soldados españoles estuvieron presentes hasta hace nada posponían mi visita a la ciudad. Sin embargo, esta vez, al estar a solo dos horas de avión viviendo en Kuwait, donde la oferta turística es casi inexistente. me animé a visitarla, sobretodo porque iba a contar con un amigo kuwaití que conoce la ciudad y que habla árabe.

Llegamos con la compañía libanesa por excelencia, Middle East Airlines - MEA, que destaca por su excelente servicio, por su comida mejor que la media y por tener teles en todos los asientos. Era el vuelo más rápido desde Kuwait a Beirut (unas dos horas). El resto toman más tiempo porque hacen un gran rodeo con el fin de no sobrevolar el espacio aéreo sirio. MEA lo lleva sobrevolando desde que la compañía se creó sin ningún problema. Salimos del aeropuerto de Beirut, pequeño y en calma ese jueves por la tarde, en un magnífico día soleado con temperaturas de ensueño. Las montañas que rodean Beirut y el mar en el otro lado me recibían de nuevo al Mediterráneo, mi parte del mundo favorita de mayo a septiembre. Beirut es una ciudad desordenada, con cables y aceras en mal estado en algunos barrios y edificios altos y bajos sin ton ni son, pero con un gran encanto en conjunto. Llegamos a nuestro hotel, el famoso Riviera, ahora algo decadente pero que aún cuenta con uno de los mejores lounges de la ciudad, con varias piscinas, en plena Corniche, donde se junta la gente más guapa de la capital a broncearse y tomar cócteles en el bar de la piscina. La música suena de 10am hasta las 7pm. Tras un poco de piscineo de bienvenida nos fuimos a conocer una zona totalmente nueva de la ciudad, Beirut Souks, donde calles impolutas albergan edificios homogéneos de piedra con tiendas de lujo que abarrotan su bajos. La foto con las grandes letras I LOVE BEIRUT es obligada.

Acabamos cenando allí, en una de las terrazas más frecuentadas, la del The MET, un restaurante de comida internacional con sushi, pizza y hamburguesas. Me pedí el curry de gambas con chutney de mango y lo regamos todo con una buena botella de vino blanco libanés. La comida no tiene nada de especial, y mi amigo eligió el lugar simplemente porque está de moda y porque es el lugar para ver y ser visto, lo cual a mi me trae sin cuidado. Lo hubiera cambiado por un restaurante tradicional libanés con gusto. Tras la cena, dimos una vuelta por la Corniche, el famoso paseo marítimo de Beirut, llena de gente paseando o sentada observando el mar. y los aviones que descienden para aterrizar al aeropuerto.

Al día siguiente nos fuimos a desayunar al bohemio barrio de Gemmayzeh, cuya arteria principal es la vibrante rue Gouraud, llena de tiendas modernas, restaurantes a la última y las famosas escalinatas de colores que tanto se parecen a las que los libaneses construyeron en Rio de Janeiro, como la famosa escadaria Selaron. Este barrio fue antiguamente centro del Beirut francés y eso se nota en los edificios muy similares a los del sur de Francia. En el corazón del barrio se encuentra un complejo regentado por jóvenes donde se imparten clases de árabe, se cultivan verduras orgánicas y que cuenta con un pequeño hostal y una terraza que abre por las noches pero cuyo elemento principal es el popular Café Em Nazih, un must para desayunar en Beirut, donde realmente se junta todo tipo de público, edades, orígenes y religiones. Es tipo self service con lo que tienes que pedir las bebidas en la barra. El ambiente es relajado, especialmente agradable durante el desayuno. Nosotros pedimos unos panes redondos planos hechos en un horno allí mismo: uno relleno de carne picada, otro de espinacas con queso y otro con zataar, una mezcla de tomillo, ajedrea, mejorana, orégano, hisopo, comino, semillas de sésamo tostadas y sal.

Luego nos dimos una vuelta por la rue Gouraud, curioseando por las tiendas hasta llegar a la gran mezquita de Mohammad Al-Ami junto a la catedral maronita de San Jorge y la catedral ortodoxa griega también de San Jorge en pleno centro de Beirut, un barrio de elegantes edificios con soportales que fue reconstruido tras la brutal guerra civil que sufrió el país durante 15 años con diversas intervenciones y ocupaciones extranjeras. El barrio está ahora vacío, con los cafés y restaurantes cerrando sus puertas debido a las fuertes medidas de seguridad, con bloques de cemento, barreras y soldados fuertemente armados en cada esquina. Numerosos ministerios y embajadas están allí presentes en bellos edificios art-deco, como el de la aseguradora italiana Generali. La plaza central cuenta con un elegante reloj pero el ambiente de esta zona es bastante triste y solitario en calles que hace unos años tenían las terrazas de los restaurantes a rebosar. Remontamos una de las calles para observar los restos de las antiguas termas romanas y subir las escalinatas de la colina donde se sitúa el Grand Serail o Palacio del Gobierno, antigua sede militar del Imperio Otomano en la zona, que también cuenta con una bella torre del reloj de estilo otomano anexa.

Como se estaba celebrando la Beirut Design Week, numerosos locales de muebles, tiendas o de diseño tenían exhibiciones especiales, por las que fuimos curioseando. Especialmente me llamó la atención Bokia, un centro de diseño donde vendían desde curiosos almohadones hasta mesas auxiliares hechas de latas recicladas. Allí nos hicimos varias fotos chulas con peces de tela colgados junto a barquitos de papel de varios colores.

Tras el paseo mañanero nos volvimos al Riviera para relajarnos en sus pisicinas frente al mar con el DJ y de paso broncearnos un poco en sus cómodas tumbonas sorbiendo cócteles de sandía. Aquel día comimos en Al Falamanki en pleno corazón de Achrafieh, uno de los barrios más antiguos de Beirut y centro neurálgico de los libaneses cristianos seguidores de la Iglesia Ortodoxa Griega. El barrio es muy agradable, con tiendas de todo tipo y casas de apartamento cada una diferente, algunas me recordaban a París, otras a Valencia y la mayoría al sur de Italia y a Atenas. Por supuesto también hay edificios modernos estilo Miami. Sus apacibles calles arboladas son estupendas para perderse y saborear el día a día de la clase media y media-alta de Beirut. El caso es que comimos en Al Falamanki, un local muy tradicional y famoso a la vez, donde jubilados jugaban partidas interminables al backgammon (tabla árabe) y grupos de jóvenes fumaban shisha en su jardín aprovechando las buenas temperaturas. Nosotros nos pedimos una shisha y varios mezze para esperar al plato principal. Los entrantes son excelentes, sobretodo las salsas a base de zanahoria y remolacha, y por supuesto los clásicos hummus con carne y babaganoush. De los platos principales me quedo con el perfecto kafta en salsa de yogur y cerezas... único.   

Tras una cena rápida, esa noche fuimos a tomar algo al Bardo, un bar muy chic en pleno Achrafieh donde se junta gente moderna de todo el mundo árabe junto con expatriados para tomar algo y bailar a ritmo de DJ. Las caipirinhas y los gin tonics están estupendos, sobretodo después de meses de "ley seca" en Kuwait. Tras las copas nos fuimos a Project, una enorme discoteca en la costa norte de la ciudad regentada por un grupo de lesbianas donde modelos de todo el mundo junto con la comunidad LGTB libanesa se junta a bailar al ritmo de la música árabe del momento, música latina y también música house en un mezcla que no aburre a nadie.

El sábado nos levantamos tarde y fuimos directamente a comer a uno de los restaurantes más elegantes de la capital libanesa: Liza Beirut. El ambiente del local es soberbio y el servicio excelente, aunque personalmente me gustó mucho más la comida de El Falamanki. Aún así, es verdad que el lugar impresiona y la comida libanesa con toques de fusión europeos es excelente. Como entrante, las empanadillas de pan plano de espinacas o fatayer están muy buenas y las carnes son de primera calidad. Los helados caseros de postre, sobretodo el de pistacho, son estupendos. Al estar en pleno mes de mayo, los fines de semana vienen cargados de primeras comuniones, por lo que varias familias vestidas de forma impoluta, con las mujeres de blanco, se juntaban a comer en el restaurante para celebrar. Me sentí más en casa que nunca.

Fue una de las visitas menos turísticas que he hecho en mi vida. Pero aún así me lo pasé bien y me llevé una buena impresión de la ciudad. Sin duda alguna que volveré a Beirut, muchas más veces. Me he dejado por ver lugares como el Museo Nacional o las rocas de los amantes. Pero volveré no solo para continuar disfrutando de esta maravillosa ciudad, sino para descubrir otros lugares de Líbano como Balbeek, Biblos, Tiro y los bosques de cedros.