"Aquí nasceu Portugal"
Si por algo es conocida Guimarães es por ser la cuna de la nación portuguesa. Al menos eso es lo que se afirmó en el romanticismo decimonónico y lo que plasmó en un gran cartel sobre su antigua muralla la dictadura salazarista del siglo XX. Lo que sí es cierto es que Guimarães fue la primera capital del Reino de Portugal tras independizarse del Reino de León en el siglo XII. Su primer rey, Alfonso I, se instaló en el castillo guimaraense y desde aquí empezó a expandir sus territorios hacia el sur. De hecho, el primer escudo de Portugal documentado es el esculpido en las piedras del castillo de la ciudad, que aún hoy se puede admirar. También hay una gran estatua de este rey a los pies del castillo.
Por ello, y por la buena conservación de edificios de varios estilos arquitectónicos, Guimarães entró en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, y se la considera como ejemplo excepcional de transformación de una población medieval en ciudad moderna. La ciudad ha conservado con autenticidad y en buen estado una serie muy variada de edificios ilustrativos de la evolución específica de la arquitectura portuguesa entre los siglos XV y XIX, caracterizada por el uso sistemático de materiales y técnicas de construcción tradicionales.
De hecho, vale la pena perderse por las callejuelas de la ciudad para admirar las apelotonadas casitas, muchas de madera de la época medieval y las más ricas de piedra. Los comerciantes de la ciudad, a medida que prosperaron, fueron comprando las casas de enfrente para ampliar las suyas, y construyendo puentes entre las mismas, que aún hoy siguen en pie.Visitando Guimarães
A la ciudad se puede llegar en coche, autobús o tren, siendo esta última la opción más económica y cómoda, sobre todo si se pretende hacer una excursión de un día desde Porto, como fue mi caso. Se puede empezar el recorrido por su corazón medieval: el Largo da Oliveira, donde están el ayuntamiento, la colegiata y el olivo, símbolo de la ciudad.
En esos días se estaban celebrando las Festas Gualterianas, aunque algo descafeinadas por la crisis de la COVID-19. Aún así, otra de sus plazas, el Largo do Toural acogía varias reproducciones a escala de los monumentos más importantes de la ciudad hechos en cartón piedra que me recordaron a unas fallas primitivas (eso sí, aquí no los queman). También había grupos de tunos y tunas bailando y cantando canciones populares, algo tradicional en las ciudades universitarias portuguesas del norte del país.
Por cierto, estas fiestas se celebran en honor a San Gualter, santo que introdujo la orden franciscana en Portugal precisamente a través de Guimarães. En este sentido, recomiendo que visitéis la impresionante iglesia de San Francisco, con sus techos de madera bellamente pintados, su altar cubierto por cerámica manuelina del XVIII, y las decoraciones en oro hechas gracias a las riquezas de las colonias portuguesas en América, África y Asia. En una de las capillas se puede observar un árbol genealógico tridimensional del Jesucristo, algo muy común en las grandes iglesias portuguesas, usado para vincular a Jesús con la estirpe del Rey David.
Otra de las curiosidades que veréis en las iglesias antiguas de la ciudad son cajas metálicas con números asociados a los nombres de cada iglesia. Antiguamente aquí había una cuerda que se podía tirar tantas veces como el número del templo asociado, y servía para avisar a los bomberos de un fuego en cualquiera de las parroquias.Zona templaria
No es casualidad que Portugal pasara de ser un pequeño reino periférico europeo a convertirse en cuna de grandes exploradores marinos y metrópolis de un imperio colonial global que controlaba media Sudamérica, grandes partes de África y varios puertos asiáticos. El empuje explorador vino con el acogimiento de la Orden de los Caballeros Templarios en tierras portuguesas, tras haber sido expropiados e incluso quemados en media Europa, especialmente en Francia, por orden del Papa Clemente V. Portugal los acogió bajo la condición de denominarse Orden de Cristo, y los templarios agradecieron esto brindando parte de su gran fortuna a la Casa Real portuguesa y sus proyectos exploradores.
La herencia templaria se observa especialmente en la zona del castillo, especialmente en la capilla de San Miguel, donde el mito señala que se celebró el bautizo del primer rey de Portugal, y donde se encuentran decenas de tumbas de caballeros templarios.
Asimismo, en esta zona se encuentra el edificio más señorial de Guimarães: el Paço dos Duques, de estilo borgoñón, y originalmente residencia de los Duques de Bragança, que a partir de 1640, se convirtieron en la cuarta (y última) dinastía real en Portugal (reinando de 1640 a 1910). Tras el traslado de la familia a Lisboa, el palacio entró en decadencia varios siglos hasta que en 1933 el dictador Salazar reformó el edificio convirtiéndolo en residencia oficial de verano de la presidencia de la República. Los reconstruidos techos de madera representan cascos de carabelas portuguesas en honor a los descubrimientos. Las salas se redecoraron con antigüedades medievales en ese afán salazarista de posicionar la Edad Media como auténtico periodo de esplendor portugués.
Los dulces de la ciudad
Guimarães es también conocida por su repostería milenaria. El monasterio de Santa Clara de la ciudad generó numerosas recetas, en parte debido a la tradición de los prometidos de ofrecer una docena huevos a la santa para tener buen tiempo en la boda. Con tantos huevos, las monjas clarisas empezaron a experimentar y crear postres deliciosos, entre los que destacan las tortas de Guimarães (crujientes y mega dulces), el touchinho-do-céu (diferente al castellano, aquí se parece más a un pastel) o las douradinhas de Guimarães (rellenas de cabello de ángel). En monasterio es ahora la sede del ayuntamiento pero aún así, numerosas pastelerías de los alrededores mantienen la tradición de hornear estos dulces, especialmente los de la rua de Santa Maria.