2018 fue mi año más sedentario en 10 años, sobretodo por motivos profesionales: aposté por un objetivo y en ello estoy. Aún así, hice algunos viajes tanto por ocio como profesionales. Y no sólo por Europa: también estuve en dos países africanos. El año empezó en Valencia, algo ya de por sí extraño en mis últimos años, pero es que tenía visita de amigos. Pero tan pronto se fueron, enseguida viajé a Nápoles, donde además de disfrutar de su gastronomía y oferta cultural, pude visitar las ruinas de Pompeya y subir a la cima del mítico volcán Vesubio.
Pocos meses después estuve una semana en Estambul, ciudad que frecuento bastante en los últimos años, y que nunca decepciona. Es tan grande y con barrios tan diferentes, que es imposible aburrirse. Una ciudad entre dos continentes y que ha sido capital de tres imperios: nunca decepciona.
En junio me tomé unos días en Bucarest, una ciudad que me sorprendió para bien. Arquitectura, ambiente nocturno y una gastronomía tradicional muy interesante a buen precio. También pasé unas horas en Craiova, una plácida ciudad de provincias rumana.
Y ya en julio, estuve dos semanas en Cabo Verde, donde pude conocer dos de sus islas principales: las de Santiago y Sal. Una joven democracia africana de renta media muy interesante de descubrir.
Finalmente, los últimos días de 2018 los pasé en Bolonia, Florencia y Roma, entre amigos, buena comida y mucha arquitectura. Italia nunca cansa: allí fui el primer mes del 2018 y también el último.
2019 tiene pinta de ser aún menos viajero que 2018. Parece que poco a poco voy dejando la vida nómada que he llevado estos últimos diez años. En cualquier caso, seguiré viajando en cuanto pueda, porque la pasión de conocer el mundo nunca desaparece del todo. Y lo seguiré contando por aquí.