Ostende es una escapada perfecta desde Brujas. A menos de veinte minutos en tren, son numerosas las atracciones que la ciudad ofrece. Para empezar, el mar del Norte y su paseo marítimo con gigantescas torres de apartamentos, que a muchos nos recordará a Benidorm con bajas temperaturas.
A pesar de que Ostende ofrece varios museos, nnosotros decidimos empezar por visitar el Atlantikwall, o mejor dicho, uno de sus tramos. De hecho, esta gigantesca infraestructura fue ideada por Adolf Hitler para proteger toda la costa Atlántica de la Europa ocupada: desde el sur de Francia hasta el Polo Norte noruego. Actualmente el tramo que se conserva está en mitad de las dunas del Domein Raversijde. Para llegar hasta allí tomamos el famoso tranvía de la costa - Kusttram - y paramos justo enfrentre (preguntad a los locales). Una vez allí, atravesad las dunas por un camino de madera y seguid las indicaciones hasta llegar.
Una vez allí, el complejo es bastante amplio por lo que recomiendo llevar calzado cómodo. En este tramo del Atlantikwall veréis bunkers, pasillos de ladrillo interminables (para evitar que la aviación enemiga avistara los movimientos de tropas). muchas baterías antiaéreas y cañones para hundir barcos enemigos.
Una vez allí, el complejo es bastante amplio por lo que recomiendo llevar calzado cómodo. En este tramo del Atlantikwall veréis bunkers, pasillos de ladrillo interminables (para evitar que la aviación enemiga avistara los movimientos de tropas). muchas baterías antiaéreas y cañones para hundir barcos enemigos.
En muchos de los bunkeres hay recreaciones de cómo era el ambiente a través de objetos reales así como de figuras de cera a escala real vestidas con trajes de soldado originales de la época. Podremos ver los puestos de control, los dormitorios, los baños, la enfermería o incluso la casa del general al mando, algo más cómoda. Los alemanes establecieron un estricto sistema para mantener todo este tramo de costa vigilado ya que temían una intentona de invasión europea por parte de ingleses y norteamericanos por mar. La visita dura algo más de dos horas y lo bueno es que la entrada incluye una audioguía que lo explica todo bastante bien. Personalmente pienso que este es uno de los lugares más interesantes de Bélgica donde poder experimentar lo que fue la II Guerra Mundial y la ocupación nazi.
Tras la visita, salimos pasear por la gigantesca playa. Luego tomamos el tranvía de vuelta y paramos en el famoso paseo Alberto I, delante de la estatua del Rey Leopoldo II, con el cincuentero hotel Thermae Palace presidiendo la zona. Allí pudimos experimentar del ambiente del final de verano belga, con muchas familias disfrutando de uno de sus últimos paseos antes de la vuelta al colegio-trabajo.
Pasando el paseo y llegando al muelle, también visitamos el pequeño mercado de pescado y marisco donde en los puestos se vendían las capturas del día, fresquísimas. Una agradable pescadera nos ofreció probar unas gambitas minúsculas, más pequeñas que una uña, frescas y crudas, que estaban bastante buenas.
Tras el agradable paseo nos dirigimos a almorzar - algo tarde - al Bistro't Zeezodtje, un agradable restaurante especializado en platos con pescado y marisco fresco. Al fin y al cabo Ostende es una ciudad costera. La pasta con almejas, gambas y pescado estaba deliciosa y la cantidad era enorme.
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Otra ciudad costera cercana es De Haan (el gallo), donde Albert Einstein estuvo viviendo una temporada. Además de las casas señoriales y de la coqueta estación de tren - del estilo belle-époque -, lo mejor es ir de noche para dar un paseo, sentarse a charlar en las bellas y altas dunas, sobretodo si hace luna llena, para disfrutar de la paz del paisaje y del cielo salpicado de estrellas mientras el frío viento del mar del Norte os refresca la cara con el relajante sonido de las olas de fondo.